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𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟎𝟒.

"Melody noir de Patrick Watson."

Edén se sentía perdido. Cada día que pasaba era una prueba de su deseo de dejar de ser lo que era. Ya no quería ser un guardián, y anhelaba ser como los demás guardianes que abandonaban su puesto.

Estaba indispuesto, sin ganas de continuar, pues sentía que ya no encajaba en su rol. Desde hacía meses, no desempeñaba su labor como debía. Ya no era puro, ya no era un guardián; había dejado de ser suficiente para su puesto.

Sin embargo, ahora Edén estaba decidido. Quería verla, conocerla, ser algo más que su sombra. Así que un día decidió ir a un parque que ella solía frecuentar al salir de la universidad. Habían pasado los años y ella ya no era la joven de 17 años que él había conocido. Ahora tenía 21 años recién cumplidos, y su vida consistía en trabajar, estudiar y seguir escribiendo el libro que la haría famosa.

Andrómeda estudiaba literatura, algo que la apasionaba. Y, dado lo costosa que era la universidad en Estados Unidos, la beca que había conseguido por sus excelentes calificaciones no siempre era suficiente. Por eso, su vida se reducía a caminar mucho o tomar transporte público, pues no podía permitirse ni un automóvil, mucho menos la gasolina.

Esa tarde, Edén dio vueltas alrededor del parque, esperando encontrarse con ella, repitiendo el proceso durante horas. Finalmente, Andrómeda llegó al parque.

Edén se dirigía al norte, ella al sur, y ambos pasaron rozándose. El guardián, incluso, se atrevió a rozar su mano con la de ella, a pesar de lo amplio que era el parque. Este contacto provocó una corriente de electricidad dentro de él, pues era la primera vez que tocaba a una humana, y eso lo fascinaba, más aún cuando se trataba de Andrómeda.

Por su parte, Andrómeda se dio vuelta y observó cómo Edén se alejaba, sintiendo una extraña confusión. Al verlo, algo en su mente le decía que lo conocía, aunque no lograba recordar de dónde. Además, el roce había sido tan impactante que la dejó desconcertada.

Ese día fue mágico para Edén, una señal que lo impulsó a acercarse más a Andrómeda. Su propósito ahora era hablarle, conocer su nombre y, quizás, dejar atrás su rol como guardián para adentrarse en todas esas emociones humanas que tanto deseaba experimentar. Mientras tanto, los espectros seguían reproduciéndose, y las personas sufrían cada vez más de terribles pesadillas que les robaban la energía.

Cada vez había más personas deprimidas y agotadas, sin explicación alguna.

Con el paso de los días, Edén decidió tomar el transporte público por donde Andrómeda solía pasar. Llegó mucho antes que ella y se sentó en el lugar.

Oklahoma era una ciudad enorme y hermosa, aunque a veces Edén se preguntaba si Andrómeda no extrañaba su pueblo natal, Norman.

Norman, un pueblo pequeño, tranquilo y tan diferente a la gran ciudad. Pero, al parecer, a Andrómeda no le importaba.

Sin darse cuenta, la joven se acercó y se sentó junto a él. Le pareció curioso ver a alguien en ese banco, y aún más porque sentía que había visto a ese hombre antes, pero no podía recordar de dónde. Pensó, ingenuamente, que quizás siempre lo había visto, pero hasta ahora su mente había logrado desbloquear su rostro.

Edén la miró justo cuando ella lo hizo, y la mujer le sonrió, mostrando sus hermosos dientes. Esa sonrisa cautivó tanto a Edén que, sin pensarlo, le devolvió la sonrisa, sin imaginar que era la primera vez que la veía en persona, no en sueños. Este era un contacto real. Fue en ese momento cuando Andrómeda recordó de dónde lo conocía. Había visto a Edén en sus sueños durante tanto tiempo que, al verlo ahora, se sintió helada y confundida. No obstante, su amor por el romance la hizo creer que él era el amor de su vida y que finalmente se conocían, como en un cuento de hadas, como en la típica historia de almas gemelas.

Eso la emocionó. Desde joven había anhelado un drama de amor como el de los cuentos, y no quería dejar pasar esta oportunidad. Decidió tomar la iniciativa.

—Hola, ¿te conozco? Siento que te he visto antes, pero no sé dónde.

Por extraño que pareciera, Edén nunca había escuchado hablar a Andrómeda, y la melodía de su voz lo dejó embobado por unos minutos.

Era cierto que había conocido a muchos seres mágicos y hermosos, pero ninguno se comparaba con la belleza natural de Andrómeda, cuya aura reflejaba la pureza de su ser.

Tras unos momentos, Edén respondió, haciéndose el desentendido, pues sabía exactamente a qué se refería.

—Yo también siento que te conozco.

—Tal vez nos hemos cruzado en el transporte público y no nos hemos dado cuenta —sugirió ella, ruborizándose levemente, lo que se hacía más evidente en su piel tan clara, algo que hizo sonreír al hombre, sobre todo porque ella no sabía la verdadera razón por la cual se conocían desde hacía tanto.

—Sí, quizá —dijo él, dándole la razón—, aunque siento que nunca habría olvidado tu rostro.

Ese comentario hizo que Andrómeda se sonrojara aún más. Desvió la mirada, nerviosa, dándose cuenta de que él era el hombre de sus sueños, lo que la descolocaba por completo. Aunque Edén no tenía experiencia con emociones humanas, notó que Andrómeda parecía no querer seguir conversando. Algo en su actitud se había vuelto extraño, por lo que él, con una sonrisa, decidió tomar la iniciativa para seguir conociéndola.

—¿A dónde te diriges?

—A buscar otro empleo. Trabajo y estudio en la universidad, pero, aunque tengo una beca, la vida es muy costosa y necesito otro empleo. ¿Y tú?

Edén no entendía del todo a qué se refería, pues en su mundo no existía el dinero; todo se basaba en el trabajo y el intercambio. Sin embargo, él olvidaba que, en ocasiones, los humanos podían ser crueles, y que todo había comenzado por la existencia del dinero. No iba a contarle sobre su mundo, ni la razón por la que estaba tomando el transporte público. Así que optó por mentir.

—Solo quiero dar un paseo. Me gusta subirme y ver el mundo.

—¡A mí también! —exclamó ella, feliz, creyendo las palabras de Edén y emocionada con la idea de almas gemelas—. A veces busco cualquier excusa para tomar el transporte público y ver las calles. Es tan relajante, me inspira.

—¿Te inspira? —preguntó Edén, aunque ya sabía a qué se refería.

—Sí, bueno... Es un secreto —murmuró ella, algo avergonzada, pero se sentía tan cómoda con Edén que decidió contarle algo que nunca había compartido con nadie, pues sentía que él no la juzgaría, aunque ni siquiera sabía su nombre—. Quiero escribir un libro, y siempre busco maneras de inspirarme.

—¿Puedo saber más sobre tu libro?

—No sé... Tal vez me robarías mi idea y te harías famoso con ella.

Ambos rieron, felices, deseando que el transporte público no llegara tan pronto, para seguir disfrutando de esa burbuja mágica.

—Sería incapaz. —le aseguró Edén.

—Bueno, ¿puedo saber tu nombre, al menos, para saber a quién estoy presentando mi vida privada? —preguntó Andrómeda, mirándolo a los ojos, sintiendo de nuevo esa conexión que la dejaba pasmada.

—Soy Edén.

Andrómeda sonrió, confundida. Nunca había conocido a alguien con ese nombre, pero tampoco lo juzgó, pues ella también tenía un nombre poco común. Algo extraño la hizo notar que él no le había dado un apellido, por lo que ella tampoco lo hizo.

—Andrómeda.

Le extendió la mano, y Edén la estrechó. De nuevo, una corriente eléctrica recorrió sus cuerpos.

Andrómeda, cada vez más convencida de que él era su alma gemela, y Edén, más decidido a dejar de ser un guardián para estar junto a ella, compartieron ese momento especial. La mujer sacó su diario de su mochila y se lo ofreció al hombre. Él lo tomó y comenzó a leerlo mientras ella lo observaba, nerviosa por su reacción.

Cuando el autobús llegó, ambos subieron. Cada uno pagó su boleto y se sentaron juntos. Edén no dejaba de leer los avances del libro de Andrómeda.

La historia que ella escribía tenía como base a Edén, criaturas mágicas y los espectros, pero ella la contaba a su manera, con nuevos personajes y su propio toque. Sin saberlo, Edén ya había sido parte de sus pensamientos y sueños durante años, inspirando su escritura.

Cuando terminó de leer, le devolvió el cuaderno y le sonrió.

—Me encanta.

—¿De verdad? —preguntó ella, y él asintió.

—No miento. Aunque te recomendaría agregar ilustraciones, porque tu historia es muy interesante. Si quieres, puedo ayudarte, soy buen dibujante.

—¿Puedo ver tus dibujos?

Eso sorprendió a Edén, ya que en su bolsillo tenía un cuaderno lleno de dibujos de Andrómeda, pero sabía que mostrarlo sería un error.

—No los tengo conmigo. Pero otro día podría enseñártelos.

—Me parece bien.

Andrómeda no era nada coqueta, pero Edén la tenía tan emocionada que, sin pensarlo, escribió su número de teléfono en un pedazo de papel, lo arrancó y se lo dio con una sonrisa radiante.

—Este es mi número. Llámame y podríamos salir, ver tus dibujos y quizás comer algo.

Algo dentro de Edén se revolvió, pero aceptó con una sonrisa.

—Me encantaría.

—Ya tengo que bajarme. Pero fue un placer, Edén.

—El placer fue mío, Andrómeda. Tienes el nombre de una diosa extraordinaria, es evidente que luces como una.

Ella lo miró sorprendida al levantarse. Había sido llamada Andrómeda por la constelación, no por nada más.

—Gracias por el cumplido.

Edén tragó saliva, sintiendo que había cometido un error, pero cuando ella bajó del autobús, vio que un espectro se acercaba a ella, intentando robar su energía. Más espectros se unieron, rodeándola. Edén, aterrorizado, le pidió al chófer que lo bajara, y así lo hizo.

Edén salió corriendo detrás de Andrómeda, pero al ver que los espectros se alejaban de ella al notar su presencia, se sintió aliviado. Sin embargo, Andrómeda lo vio desde lejos y lo miró con miedo. No entendía lo que había ocurrido, y verlo detrás de ella, corriendo tan rápido, la asustó. Pensó que Edén era un psicópata, un loco.

—Edén, ¿qué pasa?

—Yo... Solo... Ten cuidado.

Edén no sabía qué decir, pues no podía contarle la verdad. Pero su presencia acelerada la hizo desconfiar aún más.

—Siempre tengo cuidado.

—No vayas al bosque.

Edén lo dijo sin pensarlo, pero al ver la expresión de miedo de Andrómeda, se dio cuenta de su error.

—¿Qué?

—No lo hagas, por favor.

Edén sabía que había cometido un error, pero ya no le importaba si Andrómeda lo hablaba o no. Solo pensaba en su bienestar.

—¿Cómo sabes que voy al bosque?

Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Andrómeda comprendió que él no era su alma gemela, sino un acosador.

—Por lo que escribes.

Edén intentó justificarse, pero ella no le creyó. Todo lo que él había dicho sonaba demasiado extraño.

—Los escritores escriben sobre lugares sin haber estado allí. ¿Cómo sabes que yo voy al bosque?

—Andrómeda...

Edén intentó acercarse, pero ella retrocedió, completamente aterrada.

—Me has estado siguiendo, ¿desde cuándo? —preguntó, con lágrimas en los ojos.

El hombre sabía que no podía defenderse, así que se quedó callado. Ella, por su parte, creyó que él la estaba acosando.

—Tira el papel que te di y no me busques. Aléjate de mí.

—Andrómeda...

—Eres un hombre mayor. Fui estúpida al coquetear contigo.

Al principio no le molestó la diferencia de edad, pero ahora lo veía todo de otra forma. Con el corazón roto, Andrómeda se alejó corriendo. Edén permaneció allí, incapaz de moverse.

En su mente, sabía que había perdido todo: el control sobre los espectros, la posibilidad de vivir una vida humana con Andrómeda, y su oportunidad de ser amado.

Entre los espectros y los sueños, Mad-ClepGirl (Dianessa)🐧

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