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Su espalda chocó contra la pared y luego cayó al suelo, sintiendo el golpe en toda su columna. Rose emitió un largo quejido por aquél inesperado golpe pero al ver a su alrededor notó que no era la única que había sido víctima de esta onda de energía.

Tanto sus acompañantes como todos los objetos de la sala fueron despedidos con bastante fuerza. Incluso el pesado escritorio hecho con madera de ébano se movió de su lugar como si este fuera de papel.

—¿¡Están todos bien!? —claramente el primero en recuperar la compostura fue el señor Harrison, que simplemente removió algunos escombros de su chaleco como si no hubiera sido nada.

Por otro lado, los tres jóvenes tardaron en contestar. Rose por su parte intentó moverse pero una punzada de dolor en su pecho hizo que se quedara sentada en su lugar.

—Creo que me rompí algunas costillas. —se quejó ella, poniendo un poco más de fuerza para ponerse de pie.

Tocó su pecho con suavidad confirmando que no tenía nada roto pero, aún así, saldría un notorio moretón en su piel. Cuando prestó algo de atención a su alrededor vió que uno de los gemelos (Domenico para ser exactos) estaba ayudando al otro a ponerse de pie ya que tenía una severa herida en su brazo derecho.

—Si lo que querías era matarme habían formas más fáciles de hacerlo. —dijo Fabrizio, examinando su antebrazo, el cuál tenía un trozo de cristal clavado.— Y para colmo rompiste el martillo.

—No lo rompí. —le contradijo rápidamente, buscando en sus bolsillos hasta hallar un pañuelo.— Ya estaba roto, así que podría decirse que lo arreglé.

—¿A esto le llamas arreglar? —cuando Rose colocó el pañuelo sobre la herida para remover el cristal él apretó los dientes, sintiendo un fuerte dolor sobre la herida.

—Estaba separado en dos piezas, ahora es una sola, puedes agradecerme luego. Creo que deberías ir a desinfectar la herida.

No creía que ese corte necesitara puntos, sólo sería suficiente con vendarlo, o eso creía Rose quién, luego de tantos accidentes, había aprendido una cosa o dos de primeros auxilios.

—Ustedes dos vayan a tratar esa herida antes de que pase a mayores. —ordenó el señor Harrison, y luego clavó su mirada en Rose.— Tú quédate, debo hablar contigo.

Los gemelos dudaron antes de marcharse, no deseaban dejar sola a Rose luego de lo sucedido, pero siguieron las órdenes del mayor, ya que su autoridad era la que más importaba para ellos.

—Siento lo sucedido. —no tardó en excusarse ella.— Realmente no sé qué sucedió.

Hablaba con una velocidad bastante acelerada, Rose no deseaba traer más problemas a aquella gente y se sentía culpable por el desastre que había ocasionado. Pero toda la culpa se disipó en un instante cuando sintió la mano del mayor sobre su hombro.

—Lo que hiciste… fue simplemente extraordinario. —Rose se había quedado sin palabras, ya que no era lo que esperaba de su parte.— ¿Sabes cuántos años he intentado desvelar los secretos escondidos en estos artefactos?

Ella negó con la cabeza, siguiendo con la mirada al hombre que ahora caminaba hacia el martillo de Hefesto, el cuál repentinamente parecía no estar corroído por los años, casi como si fuera nuevo.

—Antes de que ustedes tres llegaran no sabía dónde comenzar a indagar, desde el principio supe que este sería un camino largo y sinuoso. Pero siempre hubo algo, una luz al final del camino, que me incitó a seguir sin importar qué.

—La igualdad. —contestó Rose en un tono de voz bastante bajo, repitiendo aquella palabra que Harrison había repetido tantas veces.

—La igualdad. —afirmó él buscando de entre los cajones de su escritorio, el cuál se encontraba dado vuelta, una caja de color verde.— Tal vez yo no viva para verlo, pero sé que ustedes se encargarán de que llegue el día en el que todos nosotros podamos vivir en una sociedad igualitaria, y para eso debemos hacer sacrificios.

Él abrió aquella caja como si fuera lo más delicado del mundo, sacando de allí un collar dorado con un dije color rosado que, por si fuera poco, tenía detalles en oro.

—Este es el colgante de Afrodita, el dije está hecho del más fino cuarzo rosado… dicen los expertos que invoca la autoaceptación e incrementa el autoestima. —se puso de pie detrás de ella y colocó aquél colgante— Rose, lo creas o no, tú eres la clave para descifrar nuestros misterios.

—No creo poder con tal carga. —respondió tomando con suavidad aquél colgante para examinarlo un poco más de cerca.

—Entonces tendrás que volverte más fuerte de lo que ya eres, porque las cosas van a cambiar muy rápido de ahora en adelante, estoy seguro de ello, y deberás confiar en tí misma más que nunca porque ahora no es sólo tu vida la que está en juego.

Apretó con fuerza el dije que colgaba de su cuello y asintió como única respuesta.

—Ahora ve a ver cómo están los gemelos y descansen un poco ¿Si?

No contestó, simplemente se marchó de allí. Estaba exhausta, incluso aunque unos minutos atrás estaba desayunando tranquilamente. Rose caminó por aquél lugar, tan absorta en sus pensamientos que apenas veía a los niños que comenzaban a merodear por allí.

A lo largo de los años tanto ella como ambos hermanos habían aprendido a ser invisibles, no dejar rastros de ellos cuando se dedicaban a confiscar alguno de los objetos que según ellos los ayudarían en su misión. Robar, engañar y esquivar a sus enemigos era casi una rutina para ellos, pero Rose realmente jamás creyó estar cerca de encontrar siquiera la verdad sobre sus poderes; ella simplemente participaba de esta interminable búsqueda porque siempre creyó que era todo lo que tenía, no podía imaginar una vida que no fuera esa ¿Qué haría si tuviera que vivir en la sociedad moderna? Probablemente la destrozarían al instante ya que sus ojos color rosa al igual que su cabello deletaban fácilmente cuáles eran sus verdaderos genes, ya que no había humano en la faz de la tierra que tuviera estas características naturalmente.

Rose se encaminó hacia la cocina, donde sus dos fieles amigos se encontraban dejando las vendas sucias en la basura y preparando dos tazas de café.

Al verlos allí ella recordó el porqué había aceptado hacer eso en un primer lugar, lo único que deseaba era poder tener un mejor futuro para todos aquellos que no encajaban en la sociedad. Rose volteó una de las sillas y se sentó apoyando ambos brazos en el respaldo de esta.

—Espero que estén listos para ponerse manos a la obra, tengo un plan infalible.

—No tienes ningún plan ¿Cierto? —Fabrizio hizo una mueca al remover la venda que tenía en su brazo.

—No tengo la menor idea, pero aún tenemos tiempo.

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