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𝟏𝟔 |

📍 Mónaco, Mónaco

Abrumada y con sus pensamientos más rápidos de lo normal, luego del baño, aun con el cabello mojado, Margaret reconoció que había caído más bajo de lo que había caído en años. Intentando procesar lo ocurrido, no pudo realmente creer que se hubiera permitido siquiera pensar que lo que había hecho estaba bien y no traería consecuencias.

Sí reconocía que alguna que otra vez había encontrado a su compañero de equipo atractivo, pero era Pierre de quien hablaban; el dolor de cabeza andante que peleaba por todo. Él era el hombre más difícil, arrogante e impulsivo con el que había trabajado nunca, y sería imposible que saliese algo bueno de ello.

Mientras se vestía, revisó el horario en su mente tratando de hacer memoria: la reunión con los directivos y la conferencia de prensa de los chicos. El día sería largo, y lo último que necesitaba era que su mente estuviera ocupada con pensamientos sobre Pierre. Y, además, tendría que enfrentarlo, algo que realmente no quería.

Cuando bajó al lobby del hotel ya lista para dirigirse al circuito, vio a Jude esperando con un café en la mano, sonriendo maliciosamente como si supiera algo.

—¿Qué tal estuvo el partido de tenis? —preguntó su mejor amiga con una sonrisa traviesa, extendiendo un pan de chocolate que había comprado minutos antes solo para ella.

Margaret la miró de reojo, sin ganas de entrar en detalles.

—Bien, todo bien —respondió evasiva, aceptando el desayuno y caminando hasta el estacionamiento.

—¿Solo bien? —insistió Jude, claramente disfrutando del malestar de su amiga.

Margaret suspiró antes de mordisquear su pan. Estaba decidida a dejar el incidente atrás, pero sabía que Jude no la dejaría en paz tan fácilmente.

—No quiero hablar de ello, Jude —dijo firmemente, esperando dar por zanjado el tema.

—¿Eso que tienes en el cuello es un chupetón?

Margaret casi escupe el bocado de pan de chocolate al escuchar la pregunta de Jude mientras salían del hotel. Se llevó una mano al cuello de manera automática, palpando con disimulo mientras trataba de mantener la calma.

—¿Qué? —dijo, fingiendo indiferencia—. No, claro que no.

Jude alzó una ceja con una sonrisa que decía "no te creo ni un segundo".

—Te dejo sola en un partido de tenis con el francés sufrido, ¿Y apareces con un chupetón?

La sangre de Margaret subió a su cara en tiempo récord, mientras que la joven trataba de ver desde el reflejo de su tableta bloqueada la mancha en su cuerpo. Efectivamente, se encontraba del lado izquierdo de su cuello un pequeño moretón morado y rosa que era notable desde el reflejo en la pantalla negra.

—¡No puede ser! —exclamó Margaret, mirándose aún en el reflejo—. ¡Es en serio! ¡Jude, ayúdame!

Jude, claramente disfrutando la situación, soltó una carcajada y le dio una palmadita en el hombro.

—Esto es lo mejor que me ha pasado en la semana —dijo, sacando su neceser de maquillaje del bolso—. Vamos, sube al auto, que esto va a necesitar una capa extra de pintura industrial.

Ambas entraron al auto de la empresa y, mientras Margaret se miraba frenéticamente en el espejo retrovisor, Jude comenzó a rebuscar entre sus cosas.

—Primero, corrector —dijo Jude, como si fuera una cirujana preparándose para una operación—. Luego, base, polvo, y tal vez un hechizo porque, amiga, esto está complicado.

Margaret la miró con desesperación.

—No me hagas reír, Jude. ¡Tengo que estar en una junta con los directivos en 30 minutos!

—Oh, sí, claro —sonrió con picardía su amiga—. Y no querrás que sepan que tienes encuentros amistosos con uno de los pilotos.

—¡Fue un accidente! —Margaret bufó, intentando mantener la compostura mientras Jude comenzaba a aplicar el corrector con precisión quirúrgica.

—Sí, claro... —dijo la castaña, rodando los ojos—. Como cuando te tropiezas accidentalmente con la boca de alguien.

Margaret cerró los ojos y exhaló con frustración mientras Jude seguía con su "operación maquillaje".

—¿Podemos concentrarnos, por favor? —dijo Margaret—. No quiero parecer una adolescente descuidada.

Jude sonrió con satisfacción mientras aplicaba más corrector en el cuello de Margaret.

—Tranquila, estás en buenas manos. Aunque... un pañuelo bonito podría hacer milagros también.

Margaret hundió la cara en sus manos.

—Voy a matar a Pierre...

Dirigiéndose al paddock, evitando por completo las preguntas de su amiga, quien pedía detalles jugosos de la situación, Margaret manejó nerviosa todo el camino.

—¡Vamos, Maggie! Al menos dime si fue un beso de película o uno de esos torpes como cuando se chocan los dientes —decía Jude, cruzada de brazos, claramente disfrutando de la incomodidad de su amiga.

—Jude, por favor —respondió la rubia, apretando el volante con más fuerza de lo necesario—. No voy a hablar de eso. Fue un error.

—Ajá, claro —su amiga fingió comprenderla, pero la sonrisa traviesa no desaparecía—. No hay de qué avergonzarse, amiga. Si a mí un piloto apuesto de 1,80 se me acerca todo sudoroso y está de buen humor como para tolerarlo, hacia lo mismo que tú...

Margaret soltó un suspiro de resignación mientras giraba en dirección al circuito, sus ojos fijos en la carretera.

—Soy una idiota que se dejó llevar por sus pensamientos intrusivos y los juegos mentales de un francés sufrido —aseguró la rubia, antes de masajear su frente.

—Podrías escribir un libro y ponerle esa frase de título, tendría éxito...

—Sería más bien un manual de lo que no hacer cuando trabajas con un piloto arrogante.

—Vamos, no te castigues tanto —dijo Jude, con una sonrisa tranquilizadora—. Todos tenemos un desliz de vez en cuando. El problema aquí es que tu desliz tiene un acento irresistible y está en todas partes. Es como intentar evitar un faro gigante.

—El faro más problemático que conozco...

—Exacto, y tú te has estrellado directo contra él. Pero bueno, ¿Quién te culpa?

Margaret soltó una pequeña risa a pesar de sí misma sentirse horrible.

—No me hagas reír, estoy tratando de olvidar que pasó. Y, además, en cuanto lo vea, las cosas van a ponerse incómodas otra vez.

—Hazte la difícil si quieres que se repita —aconsejó su amiga, aun cargada de gracia.

—Voy a fingir demencia, ya lo decidí. Pero no para conquistarlo, sino para que entienda que fue una estupidez que estuvo mal.

—Es hombre, no va a entender eso...

Llegaron al paddock y Margaret estacionó el auto, respirando profundamente antes de bajarse.

—Si Pierre dice o hace algo, juro que lo empujo al mar —murmuró Margaret mientras se ajustaba el maquillaje con el espejo retrovisor.

Cuando ambas bajaron del auto, Margaret se apresuró hacia la sala de reuniones del hospitality, decidida a evitar cualquier cosa que la distrajera. Tenía que centrarse en la junta con los directivos y, sobre todo, en Rex, su jefe, quien, luego de que ésta perdiera su teléfono en el medio del mar, no estaba muy contento.

—Margaret, justo a tiempo —dijo Rex al verla entrar, levantando brevemente la vista de sus notas.

—Buenos días —saludó ella, con una sonrisa profesional mientras tomaba asiento frente a él.

—¿Ya tienes nuevo celular? —preguntó Forden un tanto intrigado por el incidente del día anterior.

—Compraré uno cuando vuelva a casa el lunes... —respondió la rubia, prendiendo su tableta, cuál es su salvadora aquel fin de semana—. Tengo que hablar con la compañía en persona porque no saben cómo solucionar el problema de recuperar mi número.

El ambiente en la sala era formal y serio, justo lo que Margaret necesitaba para desconectar su mente de los eventos recientes. Rex comenzó a hablar sobre las últimas estrategias del equipo, repasando los puntos clave de la reunión. Margaret tomó notas, intentando mantenerse enfocada, aunque de vez en cuando notaba que su mente se desviaba.

Rex, siempre detallista, pasó a temas relacionados con las próximas entrevistas de los pilotos y la preparación mediática para el fin de semana.

—Margaret, necesito que revises el itinerario de las entrevistas pos-carrera del domingo y la asistencia de los periodistas en el evento de la noche. Queremos evitar cualquier imprevisto, y asegúrate de que todos estén alineados —dijo Rex, sin levantar la vista de los papeles.

—Por supuesto, lo tengo cubierto —respondió Margaret, volviendo a concentrarse en su trabajo.

Justo en ese momento, su tableta notificó que había recibido un mail de Jude.

"Pierre te está buscando. ¿Le digo que estás planificando su muerte?"

Apretando los labios para evitar hacer cualquier tipo de mueca, rápidamente deslizó la notificación a un lado para eliminarla, sabiendo que no era el momento ni el lugar.

Rex seguía hablando, repasando la agenda para el fin de semana, y aunque la presión era alta, este era el tipo de situaciones que Margaret sabía manejar bien. Sin embargo, el incidente de los últimos días y la constante presencia de Pierre en su cabeza no la ayudaban.

—Los invitados del domingo, más que donadores, están realmente interesados en comprar los artículos de la subasta —prosiguió el hombre de la sala—. Les recuerdo que con el dinero financiaremos la carrera deportiva de montones de niños que no tienen la oportunidad de introducirse a este deporte adecuadamente por lo que cuesta. Esta iniciativa de Margaret, además, la queremos dejar como tradición de la casa, cosa de hacerla todos los años.

—Hemos invitado a las personas más ricas de esta ciudad, a los famosos más codiciados del momento y a todos los patrocinadores que tenemos para que el domingo todo sea perfecto —agregó la rubia, llamando la atención de los demás—. Lo que haremos hasta entonces es mantener un perfil formal, nada puede salir mal.

Mientras tanto, en los garajes de la escudería, Pierre hacía su aparición con el traje de piloto ya puesto, listo para trabajar con su ingeniero de equipo en las estrategias de las prácticas libres. Darell ya estaba en su lugar, concentrado en las pantallas que mostraban los datos del monoplaza.

Apenas notó la llegada de Pierre, pero soltó una risa al verlo acercarse.

—Hoy superamos a Bustamante en el campeonato de pilotos, dalo por hecho... —aseguró Darell, contento con los datos que le daba el monoplaza en las pantallas de análisis.

—Me dejaste solo hoy a la mañana, hombre...

—Es que vino de visita Penny anoche, ya sabes cómo es cuando hace sus viajes sorpresa. Lo siento por no avisar —se disculpó su amigo—. Está ansiosa por las cosas de la boda, mujeres... Me despertó con una lista de cosas que "debemos discutir urgentemente". ¿Puedes creerlo?

—Está bien, no te preocupes. Tuve una buena mañana de todas formas.

—¿Ah sí? —Darell arqueó una ceja mientras sus dedos recorrían los controles del volante que Pierre acababa de entregarle—. ¿Y qué hiciste? No me digas que te quedaste en el hotel todo el tiempo esperándome.

Pierre sonrió, pero evitó mirarlo directamente, concentrándose en los monitores del garaje.

—No, fui al club de tenis.

—¿Solo? —preguntó Darell, desconfiado.

—Con Margaret —contestó Pierre, casi sin pensarlo, y sintió el peso de la confesión tan pronto como las palabras salieron de su boca.

—¿Con Margaret? —repitió sorprendido—. ¿Qué demonios, hombre? ¿No era que las cosas entre ustedes estaban, ya sabes, complicadas?

Pierre se encogió de hombros, su mirada fija en la pantalla del análisis de datos, aunque la verdad era que no veía nada de lo que aparecía frente a él.

—Complicadas sigue siendo una palabra suave para describirlo por parte de ella —murmuró vacilando—. Por mi parte, las cosas no están mal.

Darell lo miró de reojo, dejando su trabajo por un segundo para enfocarse completamente en su amigo. Sabía que Pierre llevaba días lidiando con ello, pero cada vez que Margaret se mencionaba, ese brillo de tensión en sus ojos hablaba por sí solo.

—¿Y cómo fue? —preguntó Darell con cautela, manteniendo el tono ligero, pero con la preocupación palpable—. ¿Le lanzaste una de tus sonrisas encantadoras y las cosas mejoraron, o fue más bien una guerra fría en la cancha?

Pierre soltó una risa suave.

—Creo que me excedí de coqueto. Lo sabré si me evita más de lo normal hoy.

Darell soltó una carcajada, aunque se notaba que estaba evaluando la situación con seriedad.

—No te diré nada porque sé perfectamente que sabes lo que haces cuando se trata de esos asuntos —Darell sacudió la cabeza—. Pero, si la cosa ya está complicada y tú vas y le lanzas ese "encanto natural" tuyo... —pausó, observando la expresión de su amigo—, eso podría tener consecuencias.

Pierre se pasó una mano por el cabello, sabiendo que Darell tenía razón.

—Si, lo sé. Se me complica de todas formas cuando finge que nada pasa—confesó el francés sufrido, ahora más relajado con el asunto—. Tengo planeado cosas para esta tarde, así que deséame suerte.

—¿Suerte sobre qué? —preguntó Santiago, apareciendo donde ellos.

Pierre se tensó ligeramente al escuchar la voz de Santiago, pero su expresión no cambió mientras lo miraba de reojo. Santiago, con una sonrisa fácil y despreocupada, se acercó a los monitores, probablemente ignorando la incomodidad que siempre flotaba entre ellos.

—Nada importante, solo asuntos personales —respondió Pierre con una media sonrisa, tratando de mantenerse casual mientras volvía su atención a la pantalla.

Santiago levantó una ceja, claramente no convencido por la respuesta de Pierre, pero no lo presionó. En lugar de eso, se apoyó en una de las mesas del garaje, observando a su compañero con una mezcla de curiosidad y burla.

—Oh, vamos... —insistió Santiago, cruzándose de brazos—. "Asuntos personales" viniendo de ti puede significar cualquier cosa, desde una cita secreta hasta un desastre diplomático. ¿Algo de lo que me deba preocupar?

Darell soltó una risa, sacudiendo la cabeza mientras ajustaba algunos controles.

—Santiago, créeme, si fuera un desastre diplomático, Pierre sería el último en admitirlo —comentó Darell con sorna, aunque su mirada se desvió hacia Pierre, esperando su reacción.

Pierre se encogió de hombros, manteniendo su tono despreocupado.

—Solo le estaba comentando mis planes a Darell para esta tarde... —aseguró Pierre, mientras revisaba los datos del monoplaza con una aparente tranquilidad. Santiago lo observó por un momento, claramente interesado en lo que Pierre no estaba diciendo.

—Pensé que habíamos quedado ayer en cenar en lo de Cédric después de la conferencia de prensa hoy.

Pierre mantuvo su expresión neutral, pero no pudo evitar que una pequeña sonrisa le cruzara el rostro por un instante.

—Haré un par de cosas antes... —contestó Pierre, apenas levantando la vista de los monitores, manteniendo su semblante sereno, pero la sonrisa traviesa que se dibujaba en sus labios traicionaba su aparente indiferencia—. Pero llegaré a tiempo para cenar —dijo, ignorando intencionadamente la insinuación de Santiago.

Sabiendo que el francés no daría más detalles, Montoya no insistió más en el tema y asintió. Sin embargo, podía intuir que se trataba de una chica, y con más razón, sabía que Pierre no le diría nada sobre el tema.

—¿Alguno vio a Margaret o Ligaya? —preguntó ahora el español, cambiando de tema—. Se supone que teníamos que grabar algo antes de la primera práctica.

—Jude dijo que Margaret estaba con Rex terminando de pulir cosas para el domingo —contestó el francés, relajándose un poco ahora que él se había desviado el asunto—. Debería aparecer en cualquier momento.

—Okey, buscaré a Ligaya entonces... —dijo Santiago mientras se giraba hacia la puerta del garaje, claramente decidido a evitar perder tiempo.

Pierre observó cómo su compañero salía, agradecido de que este se retirara, pero aun sintiendo un leve malestar de haber dejado entrever más de lo que quería. No era que no confiara en Santiago, simplemente no estaban aún en buenos términos como para contar nada. De igual forma, sabía cómo el español podía ser curioso y perspicaz, especialmente cuando algo lo intrigaba, por lo que buscaría averiguar en qué estaba metido el francés tarde o temprano.

Darell aprovechó el momento de silencio para soltar un pequeño suspiro y, sin apartar la mirada de las pantallas, continuó hablando con su amigo.

—Las cosas de la boda van a terminar acabando conmigo —admitió, como si fuera una confesión inevitable.

Pierre arqueó una ceja, aunque su expresión seguía relajada.

—¿Por qué no contratan a una wedding planner? —sugirió con la misma naturalidad con la que hablaba de cualquier estrategia en pista.

—Teníamos una al principio —respondió Darell, sin levantar la vista—. Pero Penny se peleó con ella. La despidió en un ataque de frustración.

Pierre soltó una risa suave, pero no con burla, sino con esa empatía que nace de conocer bien la situación.

—¿Y ahora estás demasiado orgullosa como para contratar otra? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.

—Exactamente —asintió Darell, sacudiendo la cabeza—. Dice que puede manejarlo todo ella sola, pero... bueno, ya te imaginas cómo es. Todo tiene que ser perfecto, y cualquier mínima cosa que salga mal es un drama. No me malinterpretes, la amo, pero a veces me pregunto si sobreviviré hasta el día de la boda.

Pierre sonrió, mirando de reojo a su amigo.

—Tal vez eres tú el que necesita suerte, no yo.

Darell soltó una risa amarga y, por un momento, ambos se quedaron en silencio, enfocados en sus respectivas tareas. Justo cuando Pierre iba a hacer otro comentario, la puerta del garaje se abrió y Margaret entró, con una carpeta bajo el brazo, su tableta y una expresión decidida en su rostro.

—¿De qué me perdí? —preguntó Margaret, lanzando una rápida mirada a ambos mientras se acercaba al monitor para revisar los datos.

—Solo del caos de la boda de Darell —contestó Pierre, sin apartar la vista de la pantalla, pero con una sonrisa oculta en su voz.

Margaret arqueó una ceja, interesada.

—Conozco a una amiga que es de las mejores wedding planner de Londres, por si les interesa...—comentó Margaret mientras deslizaba su dedo por la pantalla de la tableta, revisando los datos.

Darell soltó un suspiro, claramente tentado, pero negó con la cabeza.

—Agradezco el gesto, Margaret, pero si le sugiero otra wedding planner a Penny, creo que yo seré el siguiente en ser despedido.

Margaret rio suavemente, sin apartar la mirada de la tableta.

—Entiendo. Bueno, si cambias de opinión, ya sabes dónde encontrarme... —terminó por decir la rubia. Pierre observó la interacción con una sonrisa, notando lo fácil que parecía para Margaret manejar cualquier situación, incluso cuando no era su responsabilidad—. En fin, ¿han visto a Santiago?

—Te fue a buscar hace exactamente 5 minutos —respondió Pierre, inclinándose sobre el volante que estaba en la mesa de al lado, tratando de lucir calmado e indiferente.

Margaret frunció el ceño levemente, sin ocultar su frustración.

—Los veo luego, entonces —se despidió sin hacer ningún tipo de contacto visual—. Suerte en las prácticas, Pierre.

En cuanto la rubia se retiró, Darell se rio suavemente.

—¿Seguro que te pasaste de coqueto hoy? —le preguntó divertido a su amigo—. Acaba de fingir que no pasó absolutamente nada entre ustedes.

—Creo que esto es peor que cuando me evita...

Margaret estaba en el paddock, con el sol reflejándose en su tableta mientras revisaba los últimos detalles del itinerario del día. Había logrado ignorar de cierto modo a Pierre desde que llegó, enfocándose en su trabajo con Santiago, quien acababa de acercarse para discutir la estrategia de medios para el fin de semana.

—Margaret, necesito que revisemos la lista de entrevistas después de la segunda práctica —dijo Santiago, mostrándole un archivo en su tableta—. Algunos periodistas han solicitado entrevistas exclusivas y no quiero que se nos complique el horario.

Margaret asintió, mirando rápidamente los nombres en la lista con su concentración dividida en varias responsabilidades.

—Sí, obvio. Te los mando por correo junto con las entrevistas obligatorias —respondió, su tono más mecánico de lo usual.

Santiago la observó unos segundos más de lo necesario antes de volver a hablar, su tono más bajo, como si buscara no incomodarla.

—¿Estás bien?

Margaret parpadeó y lo miró, sorprendida por la pregunta directa.

—¿Por qué preguntas? —replicó, intentando mantenerse en su rol profesional.

Santiago arqueó una ceja, su intuición para notar las tensiones era casi infalible, sobre todo cuando se trataba de ella.

—No dijiste nada después de lo de ayer con tu teléfono. Pensé que seguirías enojada —dijo, refiriéndose al incidente que la había molestado el día anterior.

Margaret soltó un suspiro, apretando los labios antes de responder.

—Lo estoy. Definitivamente. Pero no tengo tiempo para estar enojada ahora mismo. Hay demasiado que hacer —dijo con más firmeza de la que sentía en ese momento.

Santiago la observó con una mezcla de preocupación y algo más, sabiendo que detrás de la fachada eficiente de Margaret había mucho más de lo que ella dejaba entrever. Pero también conocía lo suficiente a Margaret como para saber que no hablaría si no quería, así que dejó el tema descansar.

—¿Y lo de la grabación de contenidos de hoy? —preguntó, tratando de cambiar el tono de la conversación a uno más ligero.

—Lo podemos hacer mañana tranquilamente, no es urgente —respondió Margaret, agradecida por la salida.

Santiago asintió, relajándose al saber que ese tema estaba resuelto. El peso de sus preocupaciones se desvaneció un poco.

—Okey, perfecto —dijo, sonriendo—. Entonces, ¿vendrán a la cena de Cédric esta noche? Me imagino que Jude también irá.

—Sí, obvio —respondió Margaret con una ligera sonrisa—. Pero Jude tiene que hacer algunas cosas antes por trabajo, así que probablemente nos veremos directamente allí.

Santiago soltó una risita al escuchar la mención de Jude. Era imposible no notar la energía vibrante de su amiga cuando se trataba de trabajo, o de fiestas, para el caso.

—Bien, les guardaremos un buen lugar. Ya sabes cómo es Cédric, no querrás quedarte sin sitio cuando empiecen a servir la comida —bromeó Santiago, dando un paso hacia atrás como si ya estuviera listo para despedirse—. Pero si necesitas algo, avísame. Hoy te veo un poco más... tensa de lo normal.

Margaret sonrió con algo de esfuerzo, sin querer admitir que su mente estaba atrapada entre los recuerdos de Pierre y su necesidad de mantenerse firme, ignorando cualquier distracción emocional.

—Gracias, Santi. Estoy bien, solo es un día agitado —mintió, aunque una parte de ella agradecía su constante preocupación.

—Bueno, nos vemos luego —dijo él, dándole una palmada amistosa en el brazo antes de irse, dejándola sola con sus pensamientos y esa sensación de que el día no haría más que complicarse.

Cuando Santiago se alejó, Margaret tomó una profunda respiración, intentando centrarse de nuevo. Tenía mucho que hacer antes de la cena de Cédric, pero mientras organizaba mentalmente el resto del día, el eco persistente de la voz de Pierre resonaba en su mente.

—Margaret, ¿A qué hora llega Müller el domingo? —apareció Rex donde se escondía ella en el garaje de Montoya.

Ella se giró rápidamente, enderezándose al ver a su jefe acercarse.

—A la una de la tarde. Uno de nuestros autos lo recogerá en el hotel y lo traerá directamente al paddock —respondió con la seguridad que la caracterizaba, consultando rápidamente su tableta para confirmar los detalles.

Rex asintió, satisfecho.

—Perfecto. Asegúrate de que todo esté coordinado para que no haya demoras. Supongo que debe ser un hombre al que le guste la puntualidad...

—Bastante, si... —asintió la rubia, recordando cosas que no quería mientras suspiraba.

—¿Segura que no quieres hablar sobre el tema? Se que puede ser incomodo que...

—Créeme, Rex; lo mejor será mantenerse profesionales en esto.

Rex la observó con una expresión que mezclaba preocupación y aceptación. Sabía que Margaret siempre mantenía una fachada impecable, separando lo personal de lo profesional con maestría. Pero él no era ajeno a las tensiones que a veces se cocían bajo la superficie en ese tipo de ambientes.

—Está bien —dijo finalmente—, solo quería asegurarme de que estuvieras bien. Sabes que siempre puedes contar conmigo, ¿verdad?

Margaret asintió, agradecida por el gesto, aunque decidida a no profundizar más en el tema.

—Lo sé, Rex. Y lo aprecio, de verdad. Pero en este momento lo mejor es que mantengamos el foco en lo que tenemos que hacer.

—De acuerdo. Entonces nos vemos luego, y por favor, si necesitas algo, no dudes en avisarme.

Margaret lo observó alejarse, sintiendo que el aire volvía a fluir más libremente a su alrededor una vez que quedó sola de nuevo. Pero la sensación de alivio no duró mucho. En su interior, sabía que evitar hablar de lo que realmente la perturbaba solo le estaba dando más fuerza a la tormenta emocional que intentaba contener.

En cuanto terminaron las prácticas libres, Margaret no perdió tiempo y se dirigió al hotel junto con Jude. Al llegar, su amiga empezó a prepararse para salir a un coworking cercano, donde tenía una videollamada importante para el trabajo.

—¿Segura que no prefieres tener tu reunión aquí en la habitación? —preguntó Margaret, observando cómo Jude se arreglaba frente al espejo—. Puedo salir a dar una vuelta para darte privacidad.

Jude soltó una pequeña risa mientras pasaba un peine por su cabello.

—No te preocupes, Maggie. El café de aquí es terrible, y sinceramente necesito el cambio de ambiente. Además, quiero aprovechar para despejarme un poco antes de la reunión.

Margaret la observó, sintiendo una mezcla de alivio y algo de nostalgia. Jude siempre encontraba la forma de mantenerse relajada incluso en los días más caóticos, algo que Margaret admiraba profundamente.

—Nos vemos esta noche entonces, ¿no? —dijo Margaret mientras se sentaba en la cama, aún sin un plan concreto para las horas que tenía por delante.

—Claro, no pienso perderme la cena en lo de Cédric. ¡Va a estar buenísima! —respondió Jude con una sonrisa, guardando su portátil en una elegante mochila—. Además, me voy a divertir más sabiendo que no podrás evitar a Pierre ahí...

—No puedes divertirte con mis tragedias...

—Lo haré hasta el día que mueras porque te amo.

Margaret rio y se acostó en la cama.

—Nos vemos entonces.

Cuando Jude salió, la habitación quedó en un silencio que, en lugar de relajarla, la hizo sentir más consciente de la tensión que había estado acumulando. Las horas que tenía por delante antes de la cena se sentían vacías, aun cuando se encontraba frente a la computadora tratando de terminar de organizar cosas para el próximo gran premio.

Sin embargo, diez minutos después de que Jude se fuera, alguien llamó a la puerta. Margaret rio porque de seguro era su amiga, quien se había olvidado algo.

—¿Qué no llevaste contigo, Jude? —preguntó la rubia a su amiga con una sonrisa mientras abría la puerta. Pero, en cuanto se asomó a la entrada de la habitación, no fue a la castaña a la que vio parada en la puerta, sino a Pierre, vestido casualmente con el cabello un tanto húmedo—. Oh, no eres Jude...

Margaret parpadeó, sorprendida al encontrarse frente al francés sufrido. Él llevaba una camiseta ligera y un par de gafas de sol colgando del cuello, lo que le daba un aire despreocupado que contrastaba con la tensión que aún cargaba de su último encuentro.

—No, no soy Jude, pero podría decir que vine a rescatarte de una tarde aburrida —bromeó Pierre, con una sonrisa traviesa mientras se apoyaba en el marco de la puerta.

Margaret cruzó los brazos, sin poder evitar levantar una ceja, escéptica.

—¿Rescatarme? —repitió, aún sorprendida de verlo allí—. Estaba por trabajar.

—Sé que no conoces Mónaco —dijo Pierre con un tono más serio—, y pensé que podríamos hacer un pequeño tour antes de la cena de Cédric.

—¿Y qué te hace pensar que quiero pasar la tarde contigo? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y desdén.

Pierre se encogió de hombros, restando importancia.

—No lo sé, Margaret, pensé que después de todo lo que ha pasado entre nosotros, podríamos empezar de nuevo. Al menos por hoy. No siempre tiene que ser un campo de batalla.

Su voz era suave, pero había algo vulnerable en su mirada que la descolocó. Por un momento, Margaret se sintió tentada a rechazarlo, pero la idea de conocer Mónaco antes de la cena era atractiva, aun cuando podía llegar a ser una decisión bastante amenazante para el profesionalismo que quería manejar ella.

Margaret dudó, mordiendo levemente su labio mientras consideraba la propuesta. Había demasiadas cosas en juego; las cámaras, los rumores y, sobre todo, esa tensión no resuelta entre ambos que flotaba en el aire desde hacía semanas.

—Hay demasiada gente en la ciudad estos días, no creo que sea buena idea —dijo finalmente, intentando sonar firme, aunque su propia voz traicionaba cierta vacilación.

Pierre la observó en silencio por un momento, evaluando sus palabras. Parecía tan seguro, pero a la vez, había algo en su postura que delataba cierta vulnerabilidad, algo que ella no estaba acostumbrada a ver en él.

—No puedo prometer que no haya prensa al acecho —admitió, su tono más bajo, casi cauteloso—, pero conozco lugares privados... donde podrías relajarte, sin el caos.

Margaret apartó la mirada, sintiendo que su argumento se debilitaba frente a la imagen de un Mónaco desconocido y más íntimo que Pierre le ofrecía. La duda comenzó a abrirse paso entre sus pensamientos. A pesar de sus esfuerzos, no podía evitar sentirse tentada.

—No lo sé, Pierre... —murmuró, sus palabras arrastrando un leve temblor de incertidumbre.

Pierre dio un paso hacia ella, lo suficiente como para que su proximidad se sintiera más intensa, más real.

—Te prometo algo más —añadió, con una pequeña sonrisa que parecía cargada de promesas no dichas—. No habrá conversaciones incómodas pendientes. Solo un paseo.

Margaret lo miró, sorprendida. ¿Estaba dispuesto a no mencionar todo lo que había quedado sin resolver entre ellos? ¿A renunciar a esa carta que siempre parecía mantener en su bolsillo, esperando el momento oportuno para jugarla?

—¿Estás dispuesto a sacrificar esa ventaja? —preguntó, con una mezcla de incredulidad y curiosidad. En su mente, no podía ser tan simple lo que proponía.

Pierre la sostuvo con la mirada, pero algo en sus ojos, normalmente tan seguros, ahora tenía una pizca de fragilidad.

—No quiero que sea incómodo, Margaret —dijo suavemente—. Solo quiero mostrarte la ciudad donde vivo. Solo eso.

Margaret sonrió de lado por unos segundos, dejando que la tensión se disipara ligeramente. Podía con ello, o al menos, eso se repetía a sí misma. Además, había algo que la rubia no había reconocido hasta entonces; no había tenido ningún tipo de interacción adecuada con Pierre desde que se conocían, algo que definitivamente tenía que cambiar por el bien de su trabajo.

—Me cambio los zapatos y vamos —dijo con una pequeña sonrisa, intentando parecer más segura de lo que realmente estaba.

Pierre la observó un momento más antes de asentir, su expresión relajándose al ver que había aceptado. Mientras Margaret se giraba para entrar en la habitación y buscar algo más cómodo, él permaneció en el pasillo, respirando profundo. Había ganado esta pequeña batalla, pero ambos sabían que las verdaderas tensiones estaban lejos de haber terminado.

Cuando Margaret regresó, llevando zapatos más cómodos y una chaqueta ligera arriba de un vestido color piel, Pierre no pudo evitar mirarla con cierta curiosidad. Siempre tan resuelta, tan contenida, pero había algo en la forma en que se arreglaba el cabello y en ese gesto nervioso al ajustar su bolso que le indicaba que no estaba tan tranquila como quería aparentar.

—¿Listo para ser mi guía privado? —preguntó ella, con un tono que intentaba sonar ligero, pero que no podía ocultar del todo la duda.

Pierre sonrió de lado, un gesto casi cómplice.

—Siempre.

Mientras bajaban en el ascensor, el silencio entre ellos se hizo más pesado, aunque no incómodo. Margaret, con los brazos cruzados y la vista fija en las puertas, sentía el ligero nerviosismo palpitando en su pecho. La última vez que había estado en un elevador con él, las cosas empezaron a ponerse raras. Sin embargo, no era la compañía de Pierre lo que le inquietaba, sino lo que este pequeño paseo podía desencadenar. A pesar de todo lo que había pasado entre ellos, ahora se encontraba a punto de recorrer Mónaco con él, algo que nunca habría imaginado semanas atrás.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, ambos salieron al elegante vestíbulo del hotel. Aún era temprano para el atardecer, por lo que la luz dorada a través de los ventanales ingresaba al vestíbulo dándole un aire casi mágico al momento.

—Por aquí —dijo Pierre con naturalidad, indicándole la salida.

Al cruzar las puertas de vidrio, Margaret se encontró con una escena que no esperaba: estacionado justo frente a la entrada, brillando bajo la luz del atardecer, estaba un clásico Aston Martin DB5, su pintura metálica impecable y elegante, destacando entre los autos modernos que pasaban por la calle.

—¿En serio? —preguntó Margaret, dejando escapar una risa incrédula mientras observaba el auto—. ¿No te parece un poco dramático?

Pierre esbozó una sonrisa satisfecha, claramente complacido con su elección.

—Mónaco exige un toque dramático —respondió, abriendo la puerta del copiloto con un gesto exageradamente caballeroso—. Y si vamos a recorrer la ciudad, mejor hacerlo con estilo.

Margaret lo miró con un deje de sarcasmo mientras se acercaba al auto, el cuero suave del asiento llamándola a pesar de su reticencia.

—Sí, bueno... —dijo, mirando de nuevo el vehículo antes de sentarse—. Me va a doler llevar zapatillas en un auto que vale más de seiscientas mil libras.

Pierre la miró, alzando una ceja, sorprendido por su comentario.

—No sabía que sabías tanto de autos...

Margaret sonrió, ajustándose el cinturón y acomodando su bolso.

—Hice trampa —admitió—. Mi padre es mecánico.

El comentario dejó a Pierre en silencio por un momento, una sonrisa curiosa asomándose a sus labios.

Margaret sacudió la cabeza, aun sonriendo mientras se acomodaba en el asiento de cuero, el interior del Aston Martin oliendo a lujo y nostalgia. Tanto el auto como el paseo se sentía como una escena sacada de una película, algo completamente opuesto a lo que ella esperaba de una tarde tranquila.

Mientras Pierre se acomodaba en el asiento del conductor, encendió el motor con un ronroneo suave pero poderoso, y sin más, salieron lentamente hacia las serpenteantes calles de aquella pequeña ciudad.

Durante los primeros minutos, ninguno dijo nada. El viento fresco que entraba por las ventanas abiertas y el sonido del motor llenaban el espacio entre ellos. Pero había algo relajante en la forma en que Pierre conducía, como si conociera cada curva de esas calles mejor que cualquier otro lugar en el mundo. Margaret observaba el paisaje, los edificios elegantes, las montañas en el horizonte y el azul del mar que parecía abrazar la ciudad.

—¿Qué te parece hasta ahora? —preguntó Pierre, echándole una rápida mirada mientras giraba en una calle más estrecha, apartándose del bullicio del centro.

Margaret sonrió, apoyando una mano en la ventanilla mientras miraba hacia afuera.

—Debo admitir que me sorprende. Mónaco es mucho más tranquilo de lo que imaginaba.

—Solo cuando sabes por dónde ir —respondió él, con un tono casi misterioso—. La mayoría de la gente solo ve las fiestas y el glamour, pero hay lugares que son... más personales.

Margaret lo miró de reojo, notando esa sombra de seriedad que solía esconderse tras su habitual despreocupación.

—¿Este es uno de esos lugares? —preguntó, señalando las calles estrechas y tranquilas que los rodeaban.

Pierre asintió, bajando la velocidad mientras pasaban junto a una pequeña plaza escondida, con mesas de café al aire libre y solo un par de personas leyendo tranquilamente.

—Nadie mira aquí —dijo con suavidad—. Y, a veces, necesitas un lugar donde puedas simplemente desaparecer.

El piloto francés continuó conduciendo por las calles cada vez más estrechas de Mónaco, alejándose del glamour que Margaret siempre había asociado con la ciudad. Los lujosos hoteles y las tiendas de alta costura dieron paso a calles empedradas, pequeñas plazas y cafés escondidos, donde el bullicio de los turistas no llegaba. La tensión que Margaret había sentido al principio del paseo se diluía poco a poco, mientras las luces del atardecer suavizaban el horizonte y el murmullo del motor del Aston Martin los envolvía en una burbuja casi privada.

Finalmente, Pierre giró en una calle aún más pequeña, bordeada por antiguas fachadas de colores cálidos, hasta detenerse frente a una escalinata de piedra que ascendía hacia lo alto de una colina. El lugar estaba casi desierto, salvo por un par de personas mayores que charlaban tranquilamente en un banco cercano. Pierre apagó el motor y se volvió hacia Margaret.

—Este es uno de mis lugares favoritos —dijo, con una sonrisa más auténtica, sin rastro de la arrogancia habitual—. No es turístico, ni lujoso. Solo... tranquilo.

Margaret miró a su alrededor, sorprendida. Había esperado algo más ostentoso, pero la simpleza y el encanto discreto de aquel rincón de la ciudad la desarmaron.

—No esperaba algo así —admitió, desabrochando el cinturón y saliendo del auto. La brisa del mar le acarició el rostro mientras observaba la escalinata que se perdía entre los árboles.

—Eso es lo que pasa cuando solo te muestran la parte superficial —replicó Pierre, cerrando la puerta detrás de ella—. Mónaco tiene más de lo que ves en los titulares.

Pierre la condujo hacia la escalinata, y comenzaron a subir lentamente, sus pasos resonando contra la piedra bajo sus pies. A medida que ascendían, la ciudad parecía alejarse aún más, dejándolos en una burbuja de calma. El silencio entre ellos era cómodo ahora, cargado de una especie de entendimiento tácito que ninguno de los dos necesitaba romper.

Al llegar a la cima, Margaret se detuvo un momento para contemplar la vista. Estaban en una pequeña explanada que daba al mar, con el azul profundo del Mediterráneo extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista. A su alrededor, las antiguas casas de piedra parecían haber sido olvidadas por el tiempo, y en el centro del lugar había una fuente antigua, su agua murmurando suavemente en el aire tranquilo.

—Es precioso —dijo Margaret en un susurro, sorprendida por la belleza serena del lugar.

Pierre se acercó a la fuente y se apoyó en el borde, mirándola con una leve sonrisa.

—Es un buen lugar para pensar —comentó él, con la mirada perdida en el agua que caía en pequeños chorros—. Aquí vengo cuando necesito alejarme de todo.

Margaret lo observó, sintiendo una mezcla de curiosidad y algo más profundo, una conexión que no había esperado encontrar en esa tarde.

—¿Y qué te hace venir aquí hoy? —preguntó finalmente, su tono suave pero cargado de intención.

Pierre levantó la vista, encontrándose con la mirada de Margaret. El viento revolvía su cabello y, por un segundo, la tensión entre ellos cambió. No era el enfrentamiento de siempre, sino algo más íntimo, algo que ninguno de los dos podía definir.

—Tal vez... —empezó Pierre, con una sonrisa suave—. Solo quería que vieras algo que pocas personas conocen. Ven, vamos a ver el atardecer en las ruinas...

Levantándose de su asiento, Pierre comenzó a caminar hacia un sendero apenas visible, oculto entre los árboles que bordeaban la explanada. Margaret lo siguió en silencio, intrigada y sorprendida por el giro que había tomado la tarde. El lugar tenía una calma casi irreal, como si el mundo exterior quedara atrás con cada paso que daban.

El sendero los llevó a un rincón más apartado, donde los restos de antiguas ruinas se alzaban, parcialmente cubiertos por la vegetación. El sol empezaba a descender, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosados. Desde allí, la vista al Mediterráneo era aún más imponente, el horizonte fundiéndose con el cielo en un abrazo cálido.

Pierre se detuvo junto a uno de los muros de piedra, observando el horizonte en silencio. Margaret, impresionada por la tranquilidad del lugar, se quedó a su lado, la brisa del mar acariciando su rostro. Había algo en ese momento, en la sencillez y la intimidad del lugar, que hacía que las palabras sobraran.

—No sabía que eras tan sentimental —comentó ella finalmente, con un tono suave, casi como si temiera romper el hechizo del momento.

Pierre sonrió sin apartar la vista del horizonte.

—Tal vez...

—¿Hace cuánto vives en Mónaco? —preguntó Margaret, inclinando la cabeza ligeramente, cambiando el tema mientras miraba el horizonte.

El francés, que seguía apoyado en la piedra de las ruinas, dudó un momento antes de responder.

—Casi diez años, supongo. Me mudé antes de que empiece a prepararme para la Fórmula 1 —dijo con una sonrisa nostálgica.

Margaret lo observó con curiosidad, notando un destello de vulnerabilidad en sus palabras. No se parecía al Pierre que siempre mantenía el control.

—Eras prácticamente un niño entonces —comentó, con una mezcla de compasión en su voz.

Pierre sonrió suavemente, pero fue un sonido más amargo que alegre.

—Definitivamente. Aunque en ese momento me sentía invencible. No era consciente de lo mucho que dejaba atrás cuando me fui de casa —admitió, mirando hacia el mar como si reviviera esos primeros días de incertidumbre.

Margaret asintió en silencio, entendiendo lo que implicaba ser joven y tener el mundo en las manos, sin darse cuenta de las pérdidas que conllevaba.

—¿Y nunca te arrepentiste? —preguntó ella, genuinamente interesada.

Pierre se tomó su tiempo antes de responder, sus dedos jugueteando distraídamente con una piedra en el suelo.

—No lo sé... Es complicado. Hubo momentos en los que me pregunté si estaba haciendo lo correcto, sobre todo cuando las cosas no salían como esperaba. Pero al final, creo que este es el lugar al que pertenezco, por ahora.

Margaret lo miró de reojo, notando la leve melancolía en su voz.

—Debe ser duro —murmuró, más para sí misma que para él.

Pierre sonrió, esta vez con una calidez que hizo que Margaret se relajara un poco más.

—A veces. Pero me imagino que todos sentimos eso con nuestras decisiones. ¿Y tú? —preguntó de repente—. ¿Cuándo fue la última vez que sentiste que el trabajo te alejaba de lo que querías?

La pregunta tomó a Margaret por sorpresa. No solía ser quien compartiera su vida personal con facilidad, pero algo en ese lugar, y en la sinceridad de Pierre, la hizo bajar la guardia, aunque fuera un poco.

—Constantemente —admitió, soltando una risa corta—. A veces siento que estoy tan concentrada en manejar las relaciones públicas que me olvido de llamar a casa.

Pierre la observó en silencio por un momento, como si la viera por primera vez bajo una luz diferente.

—La verdad es que me fui de casa muy joven también —respondió Margaret, sintiendo cómo se abría un poco al hablar de su pasado.

—¿Cómo fue eso? —preguntó él, genuinamente curioso.

—Empecé la universidad a los diecisiete. Tuve que mudarme sola al campus, y desde entonces solo podía visitar a mi familia en las festividades —admitió, dejando entrever la nostalgia en su voz.

—Eso suena complicado. ¿Y cuándo empezaste a trabajar? —preguntó Pierre, interesado.

—Empecé en redes a los diecinueve, y ya trabajaba con empresas a los veinte —dijo Margaret, recordando esos años con una mezcla de orgullo.

—Una vez vi tu currículum, tengo que admitir que es realmente impresionante —dijo Pierre, su tono sincero.

—Gracias... —respondió Margaret, un poco sorprendida por el cumplido.

—No debí subestimarte al principio —continuó él, con una sonrisa autocrítica—. Tenía una idea muy errónea de ti.

—Está bien —dijo Margaret, encogiéndose de hombros.

Pierre asintió, contemplando el horizonte mientras sus pensamientos parecían vagar. La conversación había tomado un giro inesperado, y una parte de él se sentía aliviado de poder ver a Margaret de una manera más auténtica.

—Entonces, tu padre es mecánico... —dijo Pierre, intrigado.

—Así es, tiene su propio taller en un pueblo al oeste de Inglaterra que lleva mi apellido —respondió Margaret.

—¿Es muy pequeño el pueblo? —preguntó él, con curiosidad.

—Nos conocemos literalmente todos —admitió ella, dejando escapar una risa.

—¿Y es de esos pueblos pintorescos o de mala muerte? —inquirió Pierre, divertido.

Margaret rio ante la pregunta, imaginando el lugar.

—Es un lugar olvidado por Dios, definitivamente. Aunque está cerca de la costa, así que hay playas bonitas —respondió, recordando los veranos de su infancia.

—Suena encantador de una forma extraña —dijo Pierre, sonriendo—. ¿Dónde vives ahora?

—En Londres, en el mismo edificio que Jude —respondió con un tono despreocupado, pero en su mirada había una chispa de diversión.

—¿Se conocieron siendo vecinas?

—No, en realidad nos conocimos en la universidad. Al principio éramos compañeras de clase —respondió, recordando aquellos días con cariño—. Después trabajamos juntas un tiempo, ella también se dedica a las relaciones públicas, pero para una empresa de moda.

—Eso explica tu gusto por la ropa y tus escandalosas prendas en el paddock...

—Exacto. Pero ¿y tú? ¿Cómo llegaste a ser piloto? —preguntó Margaret, intentando cambiar el rumbo de la conversación.

—Oh, eso es una historia divertida. Desde pequeño, siempre fui un poco... intenso con los coches —dijo Pierre, riendo—. Mi familia nunca se opuso, pero mi madre solía preguntarse si alguna vez sería capaz de sentarme en un aula de clases.

—¿Nunca quisiste hacer otra cosa? —indagó ella, interesada.

—No, en realidad nunca dudé. Siempre supe que quería estar detrás del volante —respondió él, con los ojos brillantes mientras recordaba esos momentos.

—Aún no he tenido la oportunidad de conocer a tu madre...

Pierre sonrió de medio lado y bajó la mirada, dando unos pasos hacia el borde de la montaña.

—Se divorció de papá el año pasado. Desde entonces, no he tenido mucho contacto con ella —confesó, su tono ligero pero la tristeza asomando en sus ojos.

—Lo siento, no debí haber preguntado —dijo Margaret, apenada.

—No, está bien. No te preocupes —replicó él, haciendo una pausa antes de continuar—. La amarías; es hermosa y muy simpática, además de amable.

—Supongo que se parece a tu hermana, entonces —dijo Margaret, intentando hacer la conversación más ligera.

—Efectivamente. Y hablando de Camille, debería haber venido hoy... es raro que no esté aquí.

—¿Te mencionó que vendría a verte correr?

—Sí, pero la llamaré más tarde para ver si puede venir mañana o el domingo. Supongo que está ocupada con el trabajo —respondió Pierre, encogiéndose de hombros.

—¿Qué hace Camille, exactamente? —preguntó Margaret, interesada.

—Es directora de una orquesta de música clásica —comentó mientras ambos deambulaban por la zona—. Tiene su propio teatro.

—Eso suena impresionante. ¿Ella siempre estuvo interesada en la música?

—Desde que era pequeña. Pasaba horas practicando el piano y asistiendo a conciertos. Su dedicación es admirable.

—¿Tú también tocabas algún instrumento? —preguntó Margaret, intrigada.

—Intenté aprender a tocar la guitarra, pero nunca tuve la paciencia. De igual forma, me mandaron a clases de chelo cuando era pequeño, así que algo más o menos recuerdo—comentó Pierre.

Mientras hablaban, el sol comenzaba a hundirse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos cálidos de naranja y rosa. El aire se tornó más fresco, y la atmósfera se hizo más íntima, como si el entorno se retirara un poco para permitirles compartir sus pensamientos más profundos.

—Es curioso cómo el tiempo vuela, ¿no? —dijo Margaret, mirando hacia el mar que reflejaba los colores del atardecer. —¿Qué te imaginas haciendo dentro de unos años?

—¿Yo? Probablemente en un lugar de lujo tomando el sol con un cóctel en la mano —bromeó Pierre, pero su tono se tornó serio al añadir—. Ojalá siga haciendo lo que amo.

—¿Incluso después de retirarte?

—Me gusta la idea de participar en Le Mans alguna vez... —admitió el francés—. ¿Y tú? ¿Dónde te ves en diez años? —preguntó Pierre, mirando fijamente a Margaret.

Ella se quedó pensativa un momento.

—No estoy segura. Me gustaría tener mi propia empresa de relaciones públicas, pero es mucho trabajo.

—Eso suena genial —respondió Pierre—. Estoy seguro de que lo lograrás.

Margaret se detuvo en medio de la conversación y, por un momento, simplemente lo observó. La luz tenue del atardecer iluminaba el rostro de Pierre, resaltando la calidez en su sonrisa y la chispa en sus ojos. Se dio cuenta de lo mucho que había disfrutado de su compañía, algo que no esperó que se le diera nunca realmente.

—Esto es... —empezó a decir, pero las palabras se desvanecieron mientras contemplaba el momento—. Es agradable estar aquí contigo.

Pierre giró la cabeza hacia ella, su expresión se iluminó al escuchar sus palabras.

—¿Verdad que sí? —bromeó. Un silencio cómodo se instaló entre ellos, el sonido del agua y el canto lejano de las aves envolviendo el momento. Sin embargo, Pierre rompió la serenidad al recordar algo—. Antes de que nos vayamos a la cena de Cédric, hay un lugar al que realmente quería llevarte —dijo, mirando hacia el horizonte con una expresión de emoción contenida.

—Ah, ¿sí? —preguntó Margaret, intrigada—. ¿Dónde es?

—Lo verás cuando estemos allí.

Mientras caminaban, Pierre mantuvo el misterio sobre el destino. La luna comenzaba a asomarse, reflejando su luz plateada en el mar, creando una atmósfera mágica.

—¿No me vas a decir dónde me llevas? —preguntó Margaret, con una mezcla de curiosidad y emoción mientras recorrían las calles solitarias de aquella ya casi dormida zona de la ciudad.

—Es una sorpresa, pero te prometo que vale la pena —respondió Pierre, con una sonrisa enigmática—. Solo confía en mí.

Finalmente, después de un breve paseo entre las calles estrechas y los edificios antiguos, llegaron a una pequeña callejuela iluminada por luces cálidas y suaves. Pierre se detuvo frente a una boutique delicadamente decorada, con un letrero elegante que decía "Atelier de Soleil".

—Este es el lugar —dijo Pierre, abriendo la puerta con un gesto dramático.

Margaret entró y su mirada se iluminó al ver la exquisita selección de vestidos de gala y accesorios. Las paredes estaban adornadas con telas de seda y encaje, y el aire olía a flores frescas. Cada rincón parecía contar una historia de elegancia y sofisticación.

—¿Esto es un taller de moda? —preguntó, asombrada.

—Sí, la modista, Soleil, es una de las mejores en Mónaco. Hace vestidos a medida y es famosa por su atención al detalle —explicó Pierre, mientras observaba cómo Margaret absorbía cada detalle del lugar.

Margaret se acercó a un maniquí que lucía un vestido de gala de color esmeralda, su boca se abrió en una sonrisa admirativa.

—Es impresionante. Nunca había visto algo así.

Pierre se acercó a ella, disfrutando de su reacción.

—Quería que experimentaras esto. Sé cuánto amas la moda, y Soleil puede crear algo increíble para ti si te interesa.

—¿De verdad crees que podría tener un vestido hecho a medida? —preguntó, casi sin poder creerlo.

—Claro, sería un honor para ella. Y sería una oportunidad única para ti —dijo Pierre, mirándola con sinceridad—. Además, creo que mereces un vestido que refleje lo especial que eres.

Margaret sintió un cálido cosquilleo en su pecho. La idea de tener un vestido hecho a medida por una talentosa modista era más de lo que había imaginado para esa noche.

—Me encantaría —respondió, sintiéndose emocionada por la oportunidad.

Pierre sonrió ampliamente.

Ambos se adentraron en la boutique, la conversación fluyendo con facilidad mientras se sumergían en un mundo de moda y creatividad, cada uno sintiendo que ese momento compartido era el inicio de algo verdaderamente especial.

—Bonsoir, Pierre —saludó una mujer de edad avanzada que apareció en la habitación con una calidez contagiosa—. Hace tiempo que no te veía. ¿Cómo está Camille?

—Soleil, comme c'est agréable de te voir. —respondió Pierre, iluminándose al verla—. Mi hermana está bien, creo que la veré mañana.

—Qué gusto escuchar eso, querido —dijo Soleil, acercándose para darle un afectuoso beso en la mejilla—. Dime, ¿en qué puedo ayudarte hoy?

—Ella es mi amiga Margaret, y creo que le encantaría tener un vestido a medida para un evento que tenemos el domingo —dijo Pierre, presentando a Margaret con un gesto amable.

Soleil observó a Margaret con una mirada de curiosidad y aprobación, sus ojos brillando de entusiasmo.

—¡Encantada de conocerte, Margaret! Un vestido a medida es una experiencia maravillosa. Cuéntame, ¿qué tienes en mente?

Margaret se sintió un poco nerviosa ante la atención, pero la calidez de Soleil la hizo sonreír.

—No estoy muy segura, la verdad —respondió, pensando en la gala y en lo que realmente quería transmitir con su atuendo—. El evento es una subasta benéfica en el casino de Monte Carlo, así que supongo que debe ser algo a la altura.

—Déjame mostrarte algunas telas y diseños —dijo Soleil, guiándolas hacia una pared adornada con muestras de tejido en una variedad de colores y texturas—. Puedes elegir lo que más te inspire. Podemos hacer un vestido que refleje tu estilo y lo mezcle con el de esta ciudad tranquilamente.

Mientras Soleil comenzaba a mostrarle algunas opciones, Pierre se apoyó contra la pared, observando con una sonrisa cómo las dos mujeres intercambiaban ideas.

—¿Y tú qué piensas, Pierre? —preguntó Soleil, levantando una ceja traviesa—. ¿Cuál de estos estilos crees que le quedaría mejor a Margaret?

Pierre se rio suavemente, disfrutando del momento.

—Conociéndola, creo que algo que combine elegancia y un toque audaz sería ideal. ¿Quizás un vestido que resalte su figura sin ser demasiado ostentoso?

Margaret lo miró con gratitud, sorprendida de que supiera exactamente lo que ella quería.

—Me gusta esa idea —dijo, sintiéndose más segura de sí misma—. Tal vez algo con un poco de color.

—Perfecto, tengo algunos colores en mente que te van a encantar —dijo Soleil con entusiasmo, mientras comenzaba a sacar diferentes telas de su colección—. Vamos a crear algo especial para ti, Margaret.

Después de una animada charla y varias risas, cuarenta minutos más tarde, el boceto del vestido estaba listo y las medidas tomadas. Soleil sonrió satisfecha mientras les entregaba una copia del diseño a Margaret, quien lo miraba con asombro.

—Estoy emocionada por ver cómo cobrará vida —dijo Margaret, sintiendo que la anticipación la llenaba de energía.

Pierre sonrió mientras ambos se dirigían hacia la salida.

—Soleil realmente capta la esencia de cada persona. Te va a quedar increíble.

Al salir de la boutique, el aire fresco de la noche les dio la bienvenida. El cielo comenzaba a oscurecer, y las luces de Mónaco empezaban a brillar, creando una atmósfera mágica.

—Me alegra que hayamos hecho esto —dijo Margaret, mirando a Pierre con una sonrisa genuina—. No solo por el vestido, sino por la experiencia.

—A mí también me alegra —respondió Pierre, sintiendo que el momento era más significativo de lo que había imaginado.

Mientras caminaban hacia el auto, Margaret decidió hacer una pregunta.

—¿Siempre fuiste así de atento con las mujeres? —preguntó con un tono juguetón.

Pierre se detuvo un momento, sonriendo con picardía.

—Sabrás que no tengo mucha suerte con mujeres —bromeó inteligentemente el francés, provocando que Margaret riera levemente.

Una vez dentro del Aston Martin, sabiendo que ya era un poco tarde, ambos se dirigieron hasta lo de Cédric y, cuando llegaron, la atmósfera estaba cargada de una energía vibrante y acogedora. Las luces cálidas iluminaban el patio delantero del edificio antigua y las risas resonaban en el aire desde adentro.

Margaret observó a Pierre mientras se dirigían hacia la puerta, sintiendo una extraña mezcla de nerviosismo y anticipación. A lo largo del día, algo entre ellos había cambiado sutilmente, pero el peso de las palabras no dichas aún flotaba en el ambiente. Deteniéndose unos pasos después de él, la rubia lo llamó.

—Pierre... —dijo, llamando su atención. El piloto no tardó en darse vuelta vagamente—. Gracias por el paseo, lo disfruté mucho.

Con sus ojos brillando con una mezcla de sorpresa y satisfacción, el piloto asintió caballerosamente. Margaret reconoció que había algo en la postura de él, una relajación que no siempre estaba presente en su manera de comportarse, como si el paseo también hubiera tenido un efecto para este.

—Me alegra que lo disfrutaras —respondió con sinceridad—. Mónaco tiene un lado que pocos conocen, y quería que lo vieras.

Margaret asintió, pero había algo más en su expresión. Se quedó callada un segundo, como si estuviera decidiendo si decir o no lo que realmente pasaba por su mente. Al final, optó por seguir el impulso que sentía desde que habían subido al coche.

—Sé que hemos tenido... nuestras diferencias —dijo ella, su voz más suave de lo habitual, sus ojos buscando los de Pierre con una intensidad inesperada—. Pero hoy fue diferente, así que gracias por eso.

Pierre mantuvo la mirada fija en ella, el ambiente cargado de una tensión sutil pero palpable. Él tampoco se había imaginado que el paseo cambiaría algo entre ellos, pero lo había sentido. Una conexión que había comenzado a formarse de manera involuntaria.

—No siempre soy tan difícil, ¿sabes? —bromeó Pierre, aunque había una sinceridad en su tono que suavizó las palabras—. Tal vez deberíamos intentarlo más a menudo.

Margaret soltó una pequeña risa, la tensión disminuyendo ligeramente, pero aún presente. Lo observó por un momento más, como si evaluara la posibilidad de ese intento, antes de que una risa desde adentro los interrumpiera, recordándoles que estaban a punto de entrar a una cena social.

—Deberíamos entrar, antes de que Jude empiece a preguntar por qué estamos aquí afuera tanto tiempo —dijo Margaret, rompiendo el momento con una sonrisa.

Pierre sonrió ante la mención de Jude, y juntos caminaron hacia la puerta. Antes de que pudieran tocar, la puerta se abrió de golpe, revelando a Cédric con una sonrisa brillante en su rostro.

—¡Pierre! ¡Margaret! —exclamó con entusiasmo—. Justo a tiempo. Estábamos comenzando a preguntarnos si habían decidido saltarse la cena para tener una cita secreta o algo así.

Pierre rodó los ojos, claramente acostumbrado al tono bromista de su amigo, mientras Margaret soltó una risa nerviosa.

—Para nada —respondió Pierre con una sonrisa de complicidad—. Me demoré en buscarla del hotel por el tránsito, ya sabes como es esta ciudad.

—Bueno, pasen —dijo Cédric con un gesto amplio—. Los demás ya están adentro, y Philip ya ha vaciado la mitad de las botellas, así que mejor dense prisa antes de que no quede nada.

Margaret y Pierre entraron al cálido interior, donde las luces suaves y las voces animadas llenaban el espacio. En la sala principal, Rodri estaba en una conversación seria con Santiago, ambos sosteniendo copas de vino, mientras Philip, evidentemente relajado, estaba sentado en el sofá junto a Jude, quien parecía disfrutar de alguna anécdota graciosa que él estaba contando.

—¡Margaret, Pierre! —gritó Philip levantando su copa en señal de saludo—. Justo a tiempo para salvarme de esta dama que no para de burlarse de mí —dijo señalando a Jude, quien sonrió con una mezcla de inocencia y picardía.

Jude se levantó para abrazar a Margaret, quien respondió con una sonrisa cómplice.

—Te iba a mandar un mensaje para preguntarte donde estabas, y recordé que no tienes teléfono... —reclamó su amiga, haciéndose la ofendida.

—Créeme que eso me está matando más a mí que a ti.

—Philip ha estado contando historias de sus "hazañas" en la pista —respondió Santiago, alzando una ceja divertida—. Aunque sospecho que más de la mitad son exageraciones.

Philip puso una mano en el corazón, fingiendo estar ofendido.

—¡Eso es una acusación grave, Montoya! —bromeó él—. Solo cuento la verdad, nada más que la verdad.

Margaret rio mientras se unía al grupo, dejando de lado por un momento la tensión que había sentido afuera con Pierre. Sin embargo, no pudo evitar notar que Pierre también se había relajado, pero su mirada seguía encontrándola de vez en cuando, como si aún quedaran cosas por decir entre ellos.

QUE LINDO EL AMOR, ¿NO?

Y TODAVÍA NO LEYERON NI LA MITAD DE COSAS QUE TENGO PLANEADAS

ADEMAS DE QUE ME DI CUENTA QUE ESTOY ENAMORADA DE MIS PERSONAJES JAJAJ

EN FIN, NOS VEMOS LA PROXIMA SEMANA


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