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𝟏𝟒 |


📍 Le Castellet, Francia

El tercer gran fin de semana de junio se aproximaba, lo que significaba que solo quedaban dos grandes premios hasta que hubiera una semana libre y otras tres carreras más para el esperado receso de verano. Junio, hasta ese momento, había sido demasiado caótico para Margaret, y siquiera estaba cerca de finalizar aquel mes aún.

—Terminé todos los preparativos para Mónaco anoche... —le informó a su jefe mientras desayunaban junto con Sophie y Ligaya—. Tuvimos suerte de que se retrasara este año el gran premio ahí porque no hubiéramos tenido tiempo para planear lo que haremos.

Rex asintió distraídamente mientras mordía un croissant, sus ojos ya revisando el siguiente documento en su tableta, mientras que Ligaya sonrió con satisfacción, claramente aliviada de que el evento más glamoroso del calendario de la F1 no fuera una preocupación de último minuto.

Aquella mañana en Marsella era simplemente radiante y calurosa. El sonido lejano de las olas del Mediterráneo proporcionaba un telón de fondo tranquilo al bullicio del desayuno.

Margaret respiró hondo y tomó un sorbo de su té, dejando que el aroma a hierbas y frutas le despejara la mente mientras observaba todos los detalles de la próxima semana.

—Concentrémonos en lo que tenemos que hacer para este premio, eso me preocupa un poco más que Mónaco —aseguró Forden, tomando la mano de su esposa, quien leía las últimas noticias de aquel mundo desde su teléfono.

—Ligaya, ¿tienes la agenda que te pasó Antoine sobre Pierre? —le preguntó la rubia a su compañera de trabajo, quien rápidamente abrió su computadora para poder buscar aquel correo que le había mandado el agente del piloto francés.

—Si, mañana tiene la entrevista en la televisión y su participación en el podcast del youtuber que organizaste —empezó a informar, deteniéndose unos segundos para tomar su café—. El jueves es la carrera con fans en la pista de karts y a la noche la cena de la familia De Orleáns. Ya luego los eventos normales del fin de semana y nada más.

Margaret asintió lentamente, procesando la agenda de Pierre. Sabía que mantenerlo enfocado en medio de toda esa atención mediática sería un desafío. No era fácil para un piloto trabajar de local en su país, pues todas las expectativas estarían en él para este gran premio, por lo que sería necesario que el francés permanezca en calma y no se meta en problemas.

—¿Algo más que deba preocuparnos con él? —preguntó Margaret, su tono más enfocado ahora.

—Si... —informó su compañera de trabajo, haciendo que tanto la rubia como su jefe levantaran la mirada—. Ayer Le Figaro sacó un artículo sobre él, diciendo cosas realmente horribles sobre su carrera profesional.

—¿Qué tan feas?

—Su abuelo aparece como invitado en el artículo, y dice que se avergüenza de que su nieto no esté a la altura de las exigencias del deporte...

El impacto de las palabras de Ligaya se sintió como una descarga eléctrica en la mesa. Margaret dejó su taza de té lentamente, sus ojos entrecerrándose mientras intentaba procesar la información.

—¿Cómo es posible que su propio abuelo dijera eso? —preguntó Sophie mientras dejaba su cuchillo y tenedor.

Rex, quien había estado relativamente relajado hasta ese momento, también alzó la mirada, visiblemente irritado.

—Esto es lo último que necesitamos ahora, con el Gran Premio en casa —gruñó—. ¿Pierre sabe?

—Es la premisa del momento, seguramente lo leyó hace unos minutos —agregó Ligaya, lamentando el haber dado las malas noticias.

Margaret sintió una punzada en el estómago. Sabía que Pierre tenía una relación compleja con su familia, pero que su propio abuelo lo descalificara en un artículo de prensa era devastador, y más aún en la semana más importante del año para él.

—Estoy cansada de ese idiota... —dijo sin más Margaret, llevando una de sus manos a la frente para masajearla—. Saca un comunicado de prensa, Ligaya. Quiero que la escudería aborrezca sus palabras, yo me encargaré de hacer cara al asunto si en la cena del jueves se dice algo —ordenó sin más y dejó su desayuno de lado, ya sin ánimos de seguir comiendo—. ¿Alguien sabe donde está Pierre ahora?

—Llega esta tarde, está en Mónaco descansando —le informó Rex—. Su helicóptero sale a las tres.

—Perfecto —respondió Margaret, su tono más frío—. Quiero hablar con él en cuanto llegue sobre cómo vamos a manejar esto. Tal vez sea mejor no ir a la cena que organiza su familia...

Rex la observó detenidamente por unos segundos antes de asentir. Sabía que Margaret siempre había sido eficiente, pero últimamente parecía estar al límite. Y si bien, como director de equipo sabía que debía intervenir en el asunto, creía muy en el fondo que ella manejaría el asunto mejor que él.

—Necesito que esté preparado para el evento de la familia De Orleáns —agregó Rex—. Los demás directivos irán por más que nosotros repudiemos esto y no quiero que este drama interfiera con la reputación de la escudería con todas las personas que habrá esa noche.

Margaret asintió, ya planeando cómo manejaría la situación. No era solo por la escudería; había algo personal en juego. Pierre podría estar bajo presión y, si no lo gestionaban bien, podría explotar en el peor momento posible.

—Camille llegará mañana por la mañana, trataré de ponerla de nuestro lado para dejar mal parados a quienes hayan permitido este artículo —finalizó por decir la rubia para luego disculparse con todos y retirarse del lugar.

Aquella mañana, Margaret se había propuesto hacer yoga antes de desayunar, con la intención de empezar su día más relajada y enfocada. Sus esfuerzos de aquel día habían sido en vano, pero no se daría por vencida aún, por lo que, con toda la intención de negarse a tener un mal día, subió a su habitación para ponerse algo de ropa veraniega y se dirigió a la playa privada del hotel. Si bien aún tenía cosas que hacer para el trabajo, no le molestaba la idea de realizarlas frente al Mediterráneo.

Mientras caminaba por la arena fina, el sonido del mar la calmó momentáneamente. Realmente el día le parecía precioso, por lo que, al sentarse en una de las hamacas cama colgantes junto con su portátil, la rubia se dijo a sí misma que podía vivir trabajando toda la vida si era de esa manera.

Minutos después de revisar el borrador que le había mandado Ligaya, Margaret cerró su computadora y dejó que el sonido de las olas llenara el silencio, desviando su mirada hacia el horizonte. El sol reflejaba destellos dorados sobre el agua, y por un momento, el caos del trabajo y las responsabilidades parecieron disiparse. Respiró profundamente, dejando que el aire despejara su mente. A pesar del estrés que la rodeaba, una sensación cálida se filtró en su interior.

Había llegado hasta ahí después de años de haberlo soñado, y recordó cuánto había luchado para llegar a ese puesto. Ser directora de comunicación en una escudería de Fórmula 1 no era solo un trabajo; era el sueño que había tenido desde que era una niña, cuando veía las carreras con su padre y soñaba con ser parte de ese mundo. Aquella niña nunca se habría imaginado que un día estaría en las playas de Marsella, organizando grandes eventos para pilotos y tratando con los dramas más íntimos de las estrellas del deporte. Todo era más complicado de lo que había imaginado, sí, pero también era mucho más emocionante. Eso era lo que siempre quiso, por lo que no dejaría que nadie se lo arruinara de alguna forma u otra.

El sol empezaba a perderse lentamente en el horizonte, y aunque la paz de la playa era innegable, Margaret notó con el pasar de las horas que no podía sacarse de la cabeza el artículo de Le Figaro. Peor aún, no podía sacarse de la cabeza al piloto francés que había actuado descaradamente dos días atrás con ella. Y es que, cada vez que cerraba los ojos y se permitía pensar en ello, volvía a revivir ese momento incómodo y cargado de tensión con Pierre en el ascensor. Se repetía a sí misma que él solo estaba tratando de provocarla, como siempre, pero algo le hacía creer que había algo más, una chispa peligrosa que parecía haberse encendido dentro de ella.

Habían pasado dos días desde aquel encuentro, pero la incomodidad y el desconcierto seguían latentes. Se había acostumbrado a sus provocaciones, al juego constante de palabras afiladas y miradas intensas, pero esta vez había algo distinto. Algo que no sabía si quería explorar o enterrar para siempre.

Un suave suspiro escapó de sus labios cuando cerró el portátil y se recostó en la hamaca, dejando que la brisa marina acariciara su piel. No podía dejar que sus emociones nublen su juicio, no en un momento como ese. Tenía una carrera que gestionar, una reputación que proteger, y Pierre, a pesar de sus complejidades, era parte de ese trabajo.

Al llegar al hotel, sus pasos resonaban en el vacío pasillo del piso donde se encontraba su suite. Estaba cansada, tanto mental como físicamente, y solo quería encerrarse en su habitación, lejos del constante bullicio. Caminando por el pasillo de su piso, se detuvo frente a la puerta de su habitación, buscando las llaves en su bolso. Justo en ese momento, escuchó el familiar sonido de un ascensor abriéndose a sus espaldas. Al girarse, sus ojos se encontraron con los de Pierre.

Con pantalones deportivos cortos y una remera de lycra negra completamente empapada, el francés acababa de terminar su entrenamiento en el gimnasio y estaba dispuesto a bañarse y dormir toda la noche sin ir a cenar.

—Margaret —dijo Pierre, caminando hacia ella, su tono era más bajo de lo habitual, pero firme.

—Pierre —respondió, intentando sonar neutral, aunque su corazón latía con fuerza—. Justo estaba por buscarte luego.

—Por lo del artículo, supongo... —comentó rápidamente bajando la mirada para ver la tarjeta de su habitación en su mano derecha—. No es necesario que hagan algo, no es la primera vez que el abuelo pública ese tipo de cosas.

Margaret lo observó con atención, sorprendida por la calma en su voz. Sin embargo, el ligero temblor en sus manos al sostener la tarjeta de la habitación le decía que la situación lo había afectado más de lo que quería admitir.

—Pierre, no podemos dejar que esto pase desapercibido, no antes de tu gran premio de casa —dijo ella, suavizando su tono, aunque manteniendo su postura firme—. No es solo por la escudería, es por ti. No puedes ignorar lo que dijo tu abuelo, no en público al menos.

Pierre levantó la mirada y, por un momento, pareció dudar. Sus ojos se entrecerraron, y Margaret notó la frustración detrás de ellos.

—No es necesario que hagan nada —respondió él, con un leve suspiro—. Puedo manejarlo solo, como siempre lo he hecho.

Margaret frunció el ceño, cruzando los brazos mientras apoyaba su peso en una pierna.

—Muy tarde, trabajé en eso todo el día y el comunicado de la escudería ya se debe haber publicado.

La expresión de Pierre cambió de inmediato. Una mezcla de sorpresa e irritación apareció en su rostro. Dejó caer los hombros, claramente cansado tanto física como emocionalmente.

—¿Publicaron un comunicado sin consultarme? —preguntó, su tono elevándose ligeramente, aunque aún contenía un toque de incredulidad.

—No iba a dejar que el trabajo que estoy haciendo para cambiar tu imagen se arruine —aseguró la rubia con firmeza dispuesta a pelear.

Pierre inhaló profundamente, sus manos apretándose en puños por un instante. Estaba claro que no le gustaba la idea de que las decisiones se tomaran sin él.

—No me gusta que mi vida personal esté tan expuesta... menos aún que la escudería intervenga en algo que es un tema familiar —dijo, su tono ahora más controlado, aunque aún cargado de frustración.

—Tienes razón, lo siento. Pero no voy a dejar que te ataquen sin pelear.

Pierre la observó con atención, sus ojos oscuros se suavizaron ligeramente ante sus palabras, pero no retrocedió.

—No necesito que me protejas —repitió, pero esta vez su tono era más bajo, casi murmurando.

Sin prácticamente darse cuenta, Pierre dio un paso hacia ella, y la proximidad hizo que Margaret sintiera el calor que emanaba de su cuerpo, todavía húmedo del entrenamiento. Su mirada permanecía fija en ella, como si estuviera buscando algo en sus ojos. La rubia sintió cómo su respiración se aceleraba ligeramente. Estaba acostumbrada a discutir con él, pero esta vez, nuevamente, había algo diferente en la predisposición del francés.

—¿Fuiste a la playa? —le preguntó suavemente Pierre, mirando su rostro—. Tienes las mejillas más rojas de lo normal.

Margaret sintió cómo sus mejillas ardían aún más ante el comentario, aunque no sabía si era por el sol o por la cercanía.

—Ligaya te acompañará mañana a las entrevistas —dijo rápidamente la rubia, desviando la mirada mientras trataba de recuperar el control—. Te enviaré las cosas claves que quiero que digas. Buenas noches, Pierre.

Y sin esperar respuesta, abrió la puerta de su habitación apresuradamente, sintiendo el calor en su rostro. Entrando rápidamente y cerrando la puerta, la joven se dió cuenta que algo estaba mal y no estaba teniendo el control de la situación; tendría que evitar a su compañero de equipo los próximos días hasta que deje de sentirse afectada por su presencia.

Al día siguiente, Margaret aprovechó para dormir hasta tarde y se levantó minutos antes del almuerzo. No había mucho que hacer ese día, pues la mayoría de las actividades que se debían hacer se las había delegado al resto del equipo, por lo que tranquilamente podía tomarse un respiro o al menos estar un poco menos atenta a cómo iban las cosas aquel día.

Al levantarse, la rubia se preparó lentamente y decidió que lo mejor era almorzar para luego recorrer un poco la ciudad y disfrutar de un paseo tranquilo. El sol brillaba suavemente a través de las ventanas, y al llegar al comedor, notó que estaba bastante vacío, salvo por un par de mesas ocupadas por otros miembros del equipo.

Mientras revisaba el menú, sin decidirse por el tipo de hamburguesa que quería comer, escuchó una voz familiar que llamó su atención.

—Buenos días, Margaret. ¿Cómo has estado? —la saludó Camille acercándose con una sonrisa mientras tenía una de las manos de Gabriel.

Margaret levantó la vista y sonrió al ver a la parte de la familia De Orleáns que si le caía bien. La hermana de Pierre siempre se le había hecho simpática; era cálida, sencilla y transmitía una energía relajante, tan diferente a la intensidad que Margaret solía enfrentar de su hermano.

—Camille, hola. —le devolvió la sonrisa, relajando un poco la postura—. He estado bien, gracias. ¿Y ustedes? Siéntense si quieren, estoy sola.

Camille se sentó frente a ella, ayudando a Gabriel a acomodarse en una silla junto a su madre. El niño, con una expresión curiosa, observaba a Margaret como si intentara leer sus pensamientos.

—Hemos estado tranquilos. Gabriel me ha hecho levantar temprano para ir al parque —rio Camille, dándole una palmada suave en la cabeza a su hijo—. Pero ha valido la pena, ya sabes cómo son los niños.

Margaret asintió, observando al pequeño mientras este jugueteaba con los cubiertos que estaban sobre la mesa.

—Prometo que después de la carrera de mañana, el niño dormirá como un ángel toda la noche para la cena de tu familia.

Camille rio suavemente, apreciando el intento de Margaret de inyectar un poco de humor en la conversación.

—¿Cómo está mi hermano? —preguntó la pelinegra ahora un tanto preocupada—. Traté de hablar con él ayer pero no quiso hacerlo...

Margaret dudó unos segundos el que contestar, sabiendo que tenía que medir sus palabras para mostrarse lo más imparcial posible; al fin y al cabo, por más que todo fuera una cuestión de trabajo, había algo personal que le afectaba más de lo que podía reconocer.

—Hablé con él anoche, no le gustó mucho que la escudería se pronunciara en contra del artículo —respondió sin más, mientras apartaba parte de su cabello del rostro, y se cruzaba de brazos mirando hacia la ventana—. De igual forma, sé que no me dirá cómo se siente sobre el tema y lidiará con eso solo.

Camille suspiró, bajando la mirada mientras asentía con suavidad. Conocía bien a su hermano y sabía lo orgulloso que era, lo difícil que le resultaba aceptar ayuda o admitir que algo le afectaba.

—Es tan terco —murmuró, mirando a Gabriel que, ajeno a la conversación, seguía entretenido con los cubiertos—. Siempre ha sido así y yo ya no sé cómo ayudarle.

Margaret la observó con una leve sonrisa, sintiendo una extraña conexión con las palabras de Camille. Lo que había dicho resonaba profundamente en ella. Era casi como si describiera cómo Pierre también había actuado con ella durante todo ese tiempo.

—Yo sé cómo puedes ayudarlo —dijo Margaret suavemente, relajando sus hombros mientras tomaba un sorbo de agua—. Podrías salir a hablar mañana con los medios y aborrecer los dichos de tu familia.

Camille la miró sorprendida por un segundo, procesando las palabras de Margaret. No era una idea descabellada, pero implicaba ir en contra de la narrativa de su propia familia, y aunque la hermana del piloto francés se llevaba bien con su hermano, la presión familiar siempre había sido más fuerte.

—No se si eso caiga bien a la familia —dudó unos segundos la pelinegra, viendo a su hijo con el ceño fruncido.

—No tienes que decir nada sobre ellos, solo sobre Pierre y que tu apoyo está en él —aseguró la rubia, tratando de sonar natural aun cuando sus intenciones eran convencerla a toda costa—. Tu hermano está teniendo una buena temporada, por más que nadie lo está aceptando, y si las cosas siguen así, competir para el campeonato de pilotos no será un sueño.

—Si, podría decir algo así mañana en la carrera de fans.

Margaret asintió, satisfecha con la disposición de Camille. Sabía que cualquier palabra de ella, aunque sutil, podría cambiar la percepción que el público y los medios tenían sobre Pierre, y él necesitaba todo el apoyo posible.

—Eso sería un gran paso —dijo Margaret con una sonrisa, tratando de que su tono no mostrara demasiado entusiasmo—. Los fans te adoran, Camille. Si ellos ven que estás de su lado, seguro la prensa comenzará a suavizar sus críticas. Y si Pierre tiene a su familia apoyándolo de manera más visible, podría ayudar a calmar un poco esa presión interna que tanto lo afecta.

Camille permaneció en silencio un momento, pensativa. Era evidente que estaba sopesando las consecuencias de sus palabras, no solo para Pierre, sino también para su familia.

—Haré lo que pueda, pero... —murmuró con una mirada algo preocupada— no quiero que esto cree más tensiones dentro de la familia. Ya sabes cómo son mi abuelo y mi padre.

Margaret la entendía. La familia De Orleáns siempre había sido un tema delicado, un equilibrio entre tradiciones y expectativas que Camille intentaba mantener intacto. Pero, al mismo tiempo, Margaret sabía que Pierre no podía seguir cargando con tanto peso en solitario.

—No tiene por qué ser algo que los confronte directamente —le aseguró con un tono más suave—. Solo apóyalo en lo que está haciendo, en su esfuerzo. Eso, en sí, ya es una declaración.

Camille sonrió, aunque aún parecía estar procesando la propuesta. El pequeño Gabriel, ahora aburrido de los cubiertos, comenzó a estirar sus brazos hacia Margaret, buscando su atención.

—Mamá, ¿podemos ir a la playa después de comer? —preguntó el pequeño.

—Tal vez, Gabriel, pero primero tienes que comer todo —le respondió con esa mezcla de ternura y firmeza que las madres saben manejar.

El pequeño asintió con entusiasmo, aunque no parecía muy convencido de que cumpliría su parte del trato.

El resto del día, Margaret recorrió la ciudad sola e hizo lo que más amaba hacer en aquel mundo: comprar ropa. Y si bien al principio solo buscaba ropa casual para usar en el paddock ese fin de semana para estilizarlo con el merch de la escudería, cuando pasó por una de las casas de Dior, la curiosidad le ganó.

El ambiente dentro era sofisticado, con suaves notas de perfume flotando en el aire y una iluminación perfecta que resaltaba cada prenda como una obra de arte. A medida que caminaba entre los maniquíes y estantes, una vendedora se le acercó con una sonrisa impecable.

—¿Le puedo ayudar en algo, señorita? —preguntó amablemente.

—Solo estoy mirando, gracias —respondió Margaret con una sonrisa, mientras sus dedos rozaban la tela de un vestido negro de corte estructurado.

Sin embargo, su mirada se detuvo en un vestido en particular de un tono rojo intenso, confeccionado con un tejido semitransparente que le otorga un aire dramático y elegante. Arriba tenía un diseño descubierto con tirantes finos que se apoyan en los hombros, realzando la clavícula y el cuello. La parte superior del vestido era estructurada, ajustada al torso, destacando el busto de manera elegante, mientras que la falda era larga y fluida, con un volumen ligero que caía hasta el suelo, permitiendo ver las piernas a través de la tela transparente. Margaret lo observó detenidamente, imaginándose con él puesto en algún evento glamoroso, tal vez incluso la cena de la familia De Orleáns mañana. Era el tipo de prenda que irradiaba confianza y poder sin esfuerzo, algo que, en ese momento, sentía que necesitaba.

En el probador, mientras se miraba al espejo, supo de inmediato que el vestido era perfecto. Se ajustaba a la perfección, resaltando sus mejores atributos y dándole un aire de sofisticación que la haría destacar en cualquier ocasión. Se sentía poderosa, algo que, después de todo lo que había pasado con el piloto francés de la escudería y las tensiones dentro del equipo, necesitaba más que nunca.

—Me lo quedo —dijo decidida al salir del probador, con una pequeña sonrisa de satisfacción.

El jueves por la mañana, en el circuito de karts Paul Ricard, el ambiente estaba cargado de expectación. Los jóvenes fans se mezclaban en los pits, ajustando los últimos detalles en sus vehículos antes de la carrera con los pilotos de Mercedes. Pierre y Santiago aun no hacían la aparición pública, pero ya estaban las cámaras filmando el evento que Margaret había programado semanas atrás con la intención de mejorar la imagen de la escudería.

Margaret caminaba entre los equipos de filmación y el personal, asegurándose de que todo estuviera listo antes de que los pilotos salieran a la pista. Sabía que este evento era crucial ya que, mostrar a los pilotos interactuando con los fans, compartiendo su pasión por el automovilismo, era la mejor estrategia para humanizar sus imágenes y, de paso, mejorar la percepción pública de Pierre, quien ahora estaba en boca de todos.

Mientras revisaba una vez más la agenda del día, escuchó el sonido familiar de unos motores rugiendo a lo lejos. Pierre y Santiago acababan de llegar a la zona de boxes, y el murmullo entre los fans creció de inmediato. Margaret observó cómo ambos se bajaban de sus autos con esa mezcla de profesionalismo y carisma que los había hecho famosos.

Pierre, como siempre, se mostró algo reservado, manteniendo una leve sonrisa, pero sin demasiadas palabras. Llevaba las gafas de sol puestas, escondiendo cualquier emoción que pudiera estar sintiendo. A pesar de su tensión interna, el piloto francés se acercó a algunos de los jóvenes participantes, haciendo preguntas sobre sus karts y revisando los vehículos con genuino interés. Santiago, por otro lado, era puro carisma. Se movía con naturalidad entre los fans, bromeando, firmando autógrafos y tomándose selfies. Su actitud relajada y amistosa lo hacía más accesible para el público, y Margaret lo sabía. Esa dualidad entre ambos era la que la hacía dudar como alguna vez podrían ser amigos.

—Margaret, ¿todo listo? —preguntó Forden detrás de ella. Él no solía involucrarse demasiado en los eventos de relaciones públicas, pero hoy había hecho una excepción.

—Sí, todo en orden —respondió ella, manteniendo la calma—. Los fans están listos, las cámaras están en posición, y Pierre y Santiago ya están aquí. Solo falta que empiece la carrera.

Rex asintió, mirando a los pilotos interactuar con los jóvenes.

—Me avisaron que uno de los chicos no vendrá.

Margaret rodó los ojos, sabiendo que era lo que insinuaba su jefe.

—Puedes correr si quieres. Yo me encargo del resto.

Asintiendo, sin confesar que eso era lo que quería desde un principio, Rex se alejó, dispuesto a cambiarse para correr.

Margaret lo observó mientras se alejaba, sin poder evitar una sonrisa ante la ironía de la situación. Sabía que Rex había estado buscando una excusa para involucrarse más en los eventos de equipo, y ahora tendría su oportunidad. A pesar de su actitud normalmente distante, estaba claro que también disfrutaba del lado más ligero y divertido del deporte.

Los fans seguían emocionados, y las cámaras captaron cada instante con precisión. Margaret dio un último vistazo a las pantallas del equipo de producción, donde las imágenes de Pierre y Santiago ya empezaban a aparecer, y la reacción de ambos cuando divisaron a Rex vestido para la carrera fue auténticamente tan divertida que la joven sabía que aquella imagen sería usada en las redes por bastante tiempo.

—Tarde, pero seguro... —dijo Camille a un lado, quien se encontraba bastante relajada con unas gafas de sol puestas.

—Buenos días, Camille —respondió Margaret, esbozando una sonrisa—. ¿Y Gabriel?

—Con mi hermano, listo para correr. ¿Qué tal los ánimos? —preguntó Camille, quitándose las gafas para mirar el espectáculo que se desarrollaba frente a ellas.

—Todo está bajo control... de momento —Margaret respondió, cruzando los brazos mientras observaba cómo el piloto francés se reía junto a su sobrino y Santiago.

Camille rio por lo bajo, entendiendo perfectamente la dinámica entre los dos pilotos y su hijo.

—Supongo que lo interesante vendrá cuando empiece la carrera.

Margaret la miró con una ceja levantada, divertida.

—¿Lo dices por Rex? —preguntó irónica la rubia, provocando que su acompañante soltara una carcajada suave.

—Es raro verlo tan entusiasmado. Pero bueno, todos tienen derecho a divertirse, ¿no?

Margaret asintió, aunque su atención volvió rápidamente a la pantalla donde las imágenes de Pierre y Santiago seguían apareciendo. Era curioso cómo, a pesar de la tensión entre ellos, ambos podían desempeñar su papel de manera tan impecable. Eso, sin duda, era lo que hacía que el equipo funcionara: cada uno sabía su rol, sus límites y, de alguna forma, lograban complementarse.

—Hablé con la prensa hace unos minutos —confesó la hermana del piloto francés, ahora un tanto seria—. Sin duda alguna, la cena de hoy será divertida. Veremos que tanto se contienen los egos con los invitados presentes.

Margaret apenas tuvo tiempo de responder cuando el altavoz anunció el inicio de la carrera. La emoción entre los fans se disparó, y las cámaras comenzaron a captar el entusiasmo general. Pierre y Santiago, ya en sus karts, saludaban a los espectadores mientras se ajustaban los cascos. Margaret los observó desde su posición, consciente de que todo estaba yendo según lo planeado. El evento fue un éxito hasta el momento, y la atención mediática estaba completamente enfocada en los pilotos.

La carrera comenzó con el rugido de los motores, y los jóvenes fans no tardaron en seguir a Pierre y Santiago en la pista, tratando de mantener el ritmo. La pista de karts, aunque pequeña comparada con los circuitos de F1, ofrecía la suficiente adrenalina para que los pilotos pudieran mostrar su destreza al volante sin quitarle protagonismo a los aficionados.

La rubia observaba desde la zona de boxes como su jefe chocaba a propósito con los vehículos de sus pilotos estrellas, y podía jurar escuchar la risa de Rex cuando lo hacía. Al final, todo se desarrolló de manera impecable, y los fans disfrutaron de una experiencia única al compartir pista con sus ídolos.

Cuando la carrera terminó, con Pierre cruzando la meta en primer lugar, seguido de cerca por uno de los jóvenes aficionados, la atmósfera se llenó de aplausos y vítores. Los pilotos se bajaron de los karts, y los fans rápidamente se acercaron para pedir fotos y autógrafos. Pierre, sudando ligeramente, pero con una sonrisa contenida, se mantuvo en su papel, posando para las cámaras y firmando todo lo que le ponían en las manos. Santiago, por su parte, seguía haciendo bromas con los fans, disfrutando de cada momento.

La directora de comunicación, satisfecha con el resultado, comenzó a relajarse un poco. La primera parte del evento había sido un éxito, y ahora podía tomarse un respiro antes de la cena de la noche, que ya prometía ser igual de intensa.

De pronto, notó que Pierre se acercaba a ella. Él había terminado de interactuar con los fans y pilotos y, con las manos en los bolsillos de su traje y una expresión más tranquila de lo habitual, se detuvo a unos pasos de ella.

—Me divertí más de lo que esperaba —dijo, con una voz más suave de lo normal—. Buen trabajo con todo esto.

Margaret lo miró sorprendida. Pierre rara vez se dirigía a ella de manera directa, y mucho menos con ese tono. Recuperándose rápidamente, sonrió con profesionalismo.

—Gracias, Pierre. Me alegra que todo haya salido bien.

Él asintió, mirando a su alrededor como si buscara las palabras correctas.

—¿Vas a venir a la cena esta noche? —preguntó Pierre, esforzándose por mantener una calma que claramente no sentía.

—Sí, claro —respondió Margaret, con una sonrisa que buscaba ser casual—. Es parte de mi trabajo estar allí.

Pierre soltó una risa que no llegó a los ojos, y Margaret observó cómo su mandíbula se tensaba. Era un gesto que solía aparecer cuando estaba frustrado o incómodo, una señal clara de que sus emociones estaban más cerca de la superficie de lo que intentaba mostrar.

—Intenta vestirte de la manera más elegante posible —dijo él, con un tono que intentaba ser ligero pero que llevaba un trasfondo de sinceridad.

—Ya compré un vestido para la ocasión —contestó ella, con un toque de orgullo en su voz.

Pierre inclinó ligeramente la cabeza, su expresión cargada de una mezcla de seriedad y desánimo.

—Me disculpo de antemano por lo que pueda suceder en la cena.

Para las siete de la tarde, ya lista para viajar con Santiago y dirigirse a las afueras de Niza, Margaret recordó que nunca en su vida había subido a un helicóptero. El nerviosismo comenzaba a hacerle cosquillas en el estómago.

—Tú tranquila, lo peor que puede pasar es que te marees —bromeó Santiago al verla dudar justo antes de subir.

Margaret forzó una sonrisa. No estaba segura de sí se refería al vuelo o a la conversación que inevitablemente debería tener con la familia De Orleáns por la noche, ya que la confrontación sería inevitable.

—¿Cómo no te ves incómodo con todo esto? —le preguntó una vez dentro a su compañero de viaje—. Me refiero a que casi no se hablan con Pierre y sus familias parecen ignorar ese hecho...

Santiago soltó una risa suave, mirando por la ventana del helicóptero mientras despegaba, el sol aun en el horizonte.

—Hace más de 10 años que nuestras familias se conocen, Margaret —contestó algo nostálgico el piloto español—. Pierre y yo crecimos juntos y fue inevitable que nuestros padres se quieran entre ellos. Supongo que fui como su hermano adoptivo gran parte del tiempo.

—No sé cómo puedes soportarlo —murmuró, mirando las luces de la ciudad que empezaban a encenderse debajo de ellos.

Santiago se encogió de hombros.

—No es que tenga muchas opciones. Mi madre se enojaría si rechazo una invitación a cenar con los De Orleáns —se giró hacia ella, con una sonrisa leve.

Margaret lo observó por un momento, captando el peso que había detrás de sus palabras. La relación entre Santiago y Pierre no era solo un conflicto entre pilotos; había una historia profunda, casi familiar, que hacía que todo fuera más complicado de lo que parecía.

—Debe ser duro, entonces... —murmuró Margaret—. Crecer juntos, ser casi hermanos, y ahora...

La rubia no pudo terminar sus palabras y Santiago soltó un suspiro, desviando la mirada hacia la ventana. El paisaje de la Costa Azul bajo el atardecer parecía un contraste perfecto con la turbulencia interna que sentía.

—Lo fue al principio —admitió—. Ahora, simplemente creo que lo acepto. Las cosas cambian, las personas cambian. No siempre para bien, pero así es la vida, ¿no?

—No te rindas de igual forma, creo que con el tiempo las cosas van a cambiar —comentó la directora de comunicación, jugando con su vestido mientras mantenía la mirada baja.

—Con Pierre nunca se sabe.

Margaret lo miró, sabiendo que, aunque ella no estaba involucrada de manera tan personal como él, también se encontraba atrapada en medio de un conflicto que no era del todo suyo.

—¿Y qué vas a hacer esta noche? —preguntó Margaret, rompiendo el silencio que se había asentado en la cabina.

—Sobrevivir a la cena, como siempre —bromeó Santiago, aunque su tono era serio—. Intentar no provocar a Pierre... y tal vez disfrutar un buen vino.

Margaret dejó escapar una pequeña risa, aliviada de que al menos compartían el mismo sentido del humor en medio del caos.

—Un buen vino siempre ayuda —admitió, antes de mirar nuevamente por la ventana. Las luces de Niza comenzaban a hacerse más visibles, señalando que pronto llegarían. La conversación inevitable se acercaba, pero por ahora, el vuelo les ofrecía un respiro temporal.

—¿Y tú? —preguntó Santiago, girando la cabeza hacia ella—. ¿Estás lista para enfrentarte a la familia De Orleáns?

Margaret tomó aire, sabiendo que cualquier cosa que dijera sería sólo una preparación superficial para lo que estaba por venir.

—No, definitivamente. Pero como tú dijiste, no hay muchas opciones.

Dándole un último vistazo a lo que debía ser el atardecer veraniego más bello de Francia, Margaret se preparó para el descenso. El aterrizaje había sido un tanto agitado, pero lo que más la perturbó a la joven fue encontrarse al bajar un château increíblemente grande y renacentista frente a ella.

—Si, la familia de Pierre es una familia bastante patricia, por si no lo imaginabas —le comentó Santiago, mientras bajaba del helicóptero y se ajustaba la corbata y el traje, asegurándose de verse impecable para la situación.

Margaret lo observó mientras Santiago se arreglaba con una calma sorprendente, como si este tipo de opulencia fuera algo común para él. Mientras tanto, ella intentaba procesar el entorno. El château, con sus torres imponentes y jardines perfectamente cuidados, parecía salido de una película histórica. La majestuosidad del lugar la hacía sentir más fuera de lugar de lo que esperaba.

—Me imaginé que tenían dinero, pero una cosa es suponerlo y otra verlo en persona —murmuró Margaret, alzándose el vestido nerviosamente. El aire cálido de la noche parecía volverse más pesado cuanto más se acercaba a la puerta principal.

Santiago le ofreció una sonrisa alentadora, dándole un pequeño golpe en el brazo.

—Es solo trabajo, ¿sí? Lo demás... —hizo un gesto amplio hacia el castillo— es pura decoración.

Margaret soltó una risa nerviosa, agradecida por el intento de aliviar la tensión. Sin embargo, su mente estaba ocupada con lo que se avecinaba. Sabía que la cena no sería un simple evento social, sino una prueba tanto para Pierre como para ella misma.

Siguiendo a Santiago hacia la entrada principal, con cada paso sintiendo el peso de la cena por venir, al atravesar las enormes puertas de madera, se encontraron en un salón principal que parecía sacado de una pintura renacentista. El espacio estaba bañado en una luz dorada que provenía de enormes candelabros colgando del techo alto y abovedado, mientras los suelos de mármol relucían bajo el resplandor. Las paredes estaban decoradas con retratos de generaciones pasadas de la familia De Orleáns, y grandes ventanales que dejaban vistas a la noche estrellada en aquel campo apartado de la ciudad.

La rubia intentó aparentar calma mientras su mirada recorría la sala. Las risas y conversaciones ya llenaban el espacio. La familia De Orleáns y los directivos de la escudería ya se encontraban tomando unos tragos a lo largo del lugar, todos vestidos impecablemente, charlando animadamente.

Los ojos de Pierre fueron los primeros en notar a Margaret llegar al salón. Él estaba de pie junto a uno de los ventanales, con una copa de vino en la mano y vestido con un traje negro perfectamente ajustado, un tanto aburrido y sin ganas de estar allí. Sin embargo, cuando vio aparecer a la joven directora de comunicación con su vestido rojo, perfectamente pegado a su figura, con las transparencias en las piernas que dejaban entrever su elegancia y confianza, Pierre sintió un vuelco en el estómago. El aire se le atascó por un instante, y la seguridad con la que siempre se mostraba pareció tambalear.

Sus dedos apretaron con algo de esfuerzo la copa de vino para que no se le cayera, y por un momento, olvidó cómo debía comportarse. Su mirada se quedó fija en ella, incapaz de disimular la sorpresa. El rojo del vestido destacaba de tal manera que no solo capturaba su atención, sino que lo desarmaba por completo. Había algo en cómo ella lo llevaba, en su postura firme pero grácil, que lo hacía sentir incómodo, nervioso incluso.

—Justo a tiempo, chicos... —se acercó Sophie a ellos, con un vestido plata reluciente y su esposo en mano.

—Margaret, siempre tan puntual —añadió Rex con una sonrisa que no lograba esconder cierta cansancio—. Vamos, la cena está por comenzar. Tomen algo.

La joven asintió, dispuesta a tomar una copa de vino para sacarse un poco los nervios. Santiago, por su parte, parecía totalmente cómodo. Con una broma a medias en los labios, se adelantó junto a Sophie, dejándola a Margaret sola por un momento con su jefe.

—El padre de Pierre ya me preguntó quién fue el encargado de que la escudería se pronuncie contra el artículo que hizo De Orleáns I... —susurró por lo bajo Forden, prácticamente inaudible, mientras caminaba lentamente por la sala esperando no llamar la atención de nadie—. Y que Camille haya declarado hoy tampoco fue del agrado de la familia.

—Esperábamos eso, ahora solo hay que enfrentar las consecuencias.

Rex asintió, tomando un sorbo de su whisky, su mirada desviándose momentáneamente hacia el salón lleno de invitados.

—Ten cuidado con las palabras que uses esta noche... —le advirtió una sola vez, mirándola a los ojos antes de retirarse a buscar a su esposa, dejándola completamente sola.

La rubia tomó aire profundamente y, tras un rápido vistazo a su alrededor, se permitió relajarse lo suficiente como para recuperar su compostura. La noche apenas comenzaba, y aún quedaba mucho por gestionar.

Mientras caminaba hacia la barra para finalmente conseguir esa copa de vino, sintió una presencia a su lado, alguien que se acercaba con pasos silenciosos pero firmes. En cuanto giró el cuerpo, no esperó ver a Pierre detrás suyo, un tanto agotado.

—Ey, hola. No te había visto... —le saludó Margaret, tomando un sorbo de su copa.

Él no la miraba directamente, sino que su atención parecía puesta en un punto más allá, como si estuviera decidiendo cómo comenzar. Vestido impecablemente, con ese aire de desapego que siempre lo rodeaba en eventos sociales, Pierre emanaba una calma que contrastaba con la corriente de emociones que Margaret sentía bajo la superficie.

—Dudé realmente si debía venir hoy —le confesó el francés haciendo una mueca.

Margaret lo miró, parpadeando por un segundo, un tanto sorprendida por la confesión. Pierre no solía compartir esas cosas, al menos no con ella. Pero había algo en su tono, en la ligera mueca que hizo, que dejó entrever una vulnerabilidad que rara vez mostraba.

—Eres libre de escaparte —le aseguró suavemente la joven, esperando que nadie más escuchara aquello—. Es completamente entendible que no quieras estar aquí.

Pierre dejó escapar un suspiro y finalmente la miró, sus ojos oscuros reflejando algo que Margaret no pudo descifrar de inmediato, una mezcla de cansancio.

—Todo este asunto con mi familia... —Pierre hizo una pausa, como si estuviera debatiendo internamente si seguir hablando—. Solo espero que no se pongan en contra de tí por lo que hiciste durante la semana.

Margaret asintió en silencio, sintiendo que la tensión entre ambos crecía. No era solo la presión familiar que él mencionaba, era la atmósfera cargada en la que ambos estaban inmersos. La relación entre ellos siempre había sido un campo minado, lleno de malentendidos y momentos incómodos que ambos intentaban ignorar.

La mirada de Pierre se endureció. Sus cejas se fruncieron, como si las palabras de Margaret hubieran traspasado una barrera que él no estaba preparado para derribar. Sin embargo, no se alejó. Al contrario, dio un paso más hacia ella. La tensión entre ambos se volvió sofocante, el aire en torno a ellos denso, cargado de algo no dicho, algo que ambos sabían que estaba ahí pero que ninguno se atrevía a nombrar.

—Margaret... —murmuró Pierre, su voz ronca y cargada de algo más profundo, casi como si suplicara sin querer hacerlo.

Una carcajada estruendosa cortó el aire como un cuchillo. Desde el otro lado del salón, Sophie y Santiago rompieron el hechizo con su charla animada y despreocupada, sin darse cuenta de la burbuja que acababa de estallar.

Margaret retrocedió instintivamente, el calor de Pierre aún palpable sobre su piel. Había algo casi violento en la manera en que la tensión se desmoronaba, dejando un vacío extraño y áspero entre ellos. Pierre también se apartó, su mandíbula rígida, sus manos tensas alrededor de su copa, como si contuviera algo que no debía dejar escapar.

Antes de que alguno de ellos pudiera decir algo, uno de los camareros del lugar entró a la sala informando que la cena ya estaba lista, y que todos debían dirigirse al comedor del piso de arriba. La joven exhaló lentamente, agradeciendo la distracción mientras que el piloto se quedó en silencio, su mirada volviéndose distante otra vez, como si aquel instante de vulnerabilidad ya no existiera. Ambos comenzaron a moverse hacia la escalera, rodeados por el murmullo de los invitados que seguían conversando animadamente, ajenos al pequeño terremoto emocional que acababa de sacudirlos.

Mientras subían los escalones de mármol, Margaret sintió el peso de su vestido rojo, como si ahora fuera más difícil mantener la compostura. Pierre caminaba a su lado, pero no la miraba. El eco de sus pasos resonaba en la escalera, y aunque estaban rodeados de gente, el silencio entre ellos era ensordecedor.

Al llegar al comedor, la sala se reveló en todo su esplendor: una enorme mesa de roble presidía el centro, rodeada por sillas de terciopelo rojo. La luz cálida de los candelabros dorados iluminaba el lugar con una suavidad casi irreal. Los invitados comenzaron a tomar asiento, y Margaret no tardó en acomodarse al lado de Santiago y enfrente de Pierre.

Agradecida de estar junto a Santiago, quien ya estaba sumergido en una conversación animada con Camille y otro de los invitados, la joven se colocó uno de los repasadores en el regazo. Sin embargo, no podía evitar sentir la mirada de Pierre desde el otro lado de la mesa. Era una sensación ardiente, punzante, como si su atención estuviera fija en ella, aunque sus ojos no se encontraran.

El murmullo en el salón crecía a medida que las copas tintineaban y, segundos después, Pierre De Orleáns I hizo presencia en el salón, saludando a todos elegantemente. El murmullo en el salón cesó casi de inmediato cuando el abuelo de Pierre, el patriarca de la familia, hizo su entrada. Su porte imponente y su elegancia natural comandaban la atención de todos los presentes. Vestido con un impecable traje de corte clásico, el hombre avanzó entre los invitados, saludando con una sonrisa que no llegaba a sus ojos, pero que aún así proyectaba la autoridad y el peso de su apellido.

La rubia sintió cómo su estómago se apretaba ante la presencia del anciano. La sombra de su juicio pesaba sobre ella como una nube amenazante. Mientras él estrechaba manos y aceptaba cumplidos con la cortesía que lo caracterizaba, su mirada se paseaba por la sala, buscando algo, o alguien. Pierre, por otro lado, permaneció con la mirada baja porque se había jurado que mientras menos notaran su presencia allí más rápido terminaría todo.

En cuanto se sentó en el extremo opuesto de la mesa en donde se encontraba Margaret, ella se permitió respirar, justo a tiempo para que empezaran a servir la entrada de la cena. El aroma del carpaccio de ternera que se servía como primer plato llenaba el aire, brindando un momento de respiro ante la tensión.

Santiago, como siempre, fue el primero en romper el silencio en su lado de la mesa, dirigiéndose casualmente a Camille, quien estaba sentada al lado de su hermano.

—Camille, me dijeron que vas a estar en el evento benéfico la semana que viene —comentó, con su tono relajado—. ¿Es cierto?

—Pues si, Margaret nos invitó con Gabriel a Mónaco, así que será divertido.

Margaret sonrió brevemente al escuchar su nombre en la conversación, pero el nudo en su estómago no disminuía. Mientras Santiago seguía hablando animadamente, sintió cómo la mirada de Pierre seguía fija en ella desde el otro lado de la mesa. Era un peso invisible, pero ineludible.

—¿Y tú, Pierre? —preguntó de repente Santiago, girando la cabeza para incluirlo en la conversación—. ¿Te veremos en el evento benéfico también?

Pierre levantó la vista lentamente, y por un momento su mirada se cruzó con la de Margaret antes de responder. El silencio que siguió antes de que hablara fue casi insoportable.

—Depende de cómo vayan las cosas esa semana —respondió Pierre con un tono neutral, pero la tensión detrás de sus palabras era evidente—. Supongo que ya veremos —murmuró finalmente, su voz apenas audible para los que estaban cerca. Luego, levantó la copa de vino, tomando un sorbo, como si con ello intentara disipar cualquier rastro de la conversación.

Camille aprovechó el silencio que siguió a la respuesta de Pierre para cambiar el tono de la conversación.

—Bueno, yo ya estoy emocionada por el viaje —dijo con una sonrisa, mirando a Margaret—. ¿Has estado alguna vez en Mónaco, Margaret?

La joven negó con la cabeza mientras tomaba un sorbo de vino.

—No, el premio de la próxima semana será mi primer viaje al país —confesó, ahora colocando uno de sus mechones de pelo en la oreja.

—Amarás el lugar, Maggie. Te lo aseguro —interrumpió Montoya, sonriéndole mientras la miraba—. La moda allí es algo increíble, lo amaras.

Margaret sonrió ante el comentario de Montoya, agradecida por el cambio en la conversación.

—Eso espero, aunque creo que estaré más concentrada en los eventos y el trabajo que en la moda —respondió con una sonrisa ligera.

—¡Oh, pero tendrás tiempo! —insistió Montoya, levantando su copa—. Si no te lo tomas con calma, ¿cómo vas a disfrutar el verdadero espíritu de Mónaco?

Margaret rió suavemente, aunque por dentro sabía que el tiempo libre en Mónaco sería limitado con todo lo que había en juego.

—Mónaco puede ser agotador, pero sí, tiene su encanto —intervino Camille, sonriendo con naturalidad—. Especialmente en esta época del año, es como una ciudad de ensueño. Quizás después de la carrera podamos explorar un poco por nuestra cuenta.

—Las cosas que planeó Margaret para la escudería en el gran premio de Mónaco son increíbles —apareció Rex en la conversación, quien no estaba muy lejos de los asientos de ellos.

—Totalmente de acuerdo —agregó Santiago, girando su copa lentamente entre sus dedos—. Vi parte del cronograma y parece que será uno de los mejores eventos del año.

Margaret sonrió, intentando no mostrar lo nerviosa que se sentía ante tanto halago. Sabía que Mónaco sería crucial para la imagen de la escudería y, de alguna manera, también para la suya. Cada detalle debía salir perfecto.

—Gracias —dijo, mirando brevemente a Rex—. El equipo ha trabajado duro para asegurarse de que todo salga bien.

—No hay duda de que será memorable —dijo Sophie, asintiendo hacia Margaret con una sonrisa cálida.

—Las carreras en Mónaco ya no son lo que eran antes, de igual forma —interrumpió una voz en la otra parte de la mesa. Era Pierre abuelo, quien, muy tranquilo, le dio un sorbo a su copa antes de continuar—. Hoy parece un circo repleto de turistas.

El comentario del abuelo de Pierre cayó sobre la mesa como una bomba silenciosa. El ambiente que hasta entonces había logrado mantenerse cordial, se transformó en un incómodo silencio. Margaret sintió cómo el peso de las palabras del anciano arrastraba el aire fuera de la sala, y el eco de su desprecio y su público resonaba en su mente. Pierre, quien había estado evitando cualquier confrontación directa, bajó la mirada hacia su copa de vino, tensando la mandíbula. Camille frunció ligeramente el ceño, aunque trató de mantenerse relajada. Santiago, en cambio, apretó los labios, claramente incómodo, pero prefirió no decir nada.

—Mónaco sigue siendo uno de los eventos más prestigiosos en el calendario de la F1 —respondió Rex, tratando de mantener su voz serena.

—Es cierto que ha evolucionado, pero eso también refleja su capacidad de adaptarse a los tiempos —agregó Santiago—. Y aunque puede atraer a muchos turistas, sigue siendo un lugar donde los mejores pilotos del mundo quieren destacar.

El abuelo de Pierre los miró, sus ojos entrecerrados como si evaluara cada palabra que decía.

—¿Adaptarse a los tiempos? —replicó con un tono ligeramente burlón—. En mi época, Mónaco representaba la cúspide del automovilismo, no una pasarela de celebridades ni un escenario para vender merchandising.

La tensión en la mesa se hizo palpable. Rex se removió incómodo en su asiento, pero no intervino. Sophie parecía querer suavizar el ambiente con una sonrisa, pero hasta ella se dio cuenta de que ese no era el momento. Pierre se mantuvo en silencio, pero Margaret no quería callar esa noche.

—Es cierto —concedió Margaret, sin perder la calma aun cuando todos voltearon suavemente al verla—. El deporte ha cambiado, y con él, los eventos que lo rodean. Pero no creo que eso le reste mérito a la carrera. Mónaco sigue siendo un desafío técnico para los pilotos, y los fans lo ven como uno de los momentos más emocionantes del calendario.

—¿Excitante? —respondió el abuelo con un tono cargado de desprecio—. Lo emocionante era ver a los verdaderos pilotos batallar en la pista, no ver a un grupo de niños jugando a ser estrellas del rock.

El ambiente se tornó aún más tenso, pero Margaret no retrocedió. Sintió que no solo estaba defendiendo su trabajo, sino también a Pierre, quien, hasta ese momento, había permanecido en silencio, claramente incómodo.

—Con todo respeto, señor De Orleáns —empezó Margaret, controlando cada palabra—, hoy los pilotos enfrentan desafíos tan grandes como los de cualquier época.

La tensión se acumulaba mientras Margaret terminaba su respuesta. Los ojos del abuelo de Pierre la taladraron desde el otro extremo de la mesa, claramente irritado por su intervención. Sophie y Santiago intercambiaron miradas nerviosas, mientras Camille apartaba la vista, incómoda con la situación. Pierre, por su parte, parecía más rígido que nunca, con la mandíbula tensa y los dedos alrededor de su copa de vino como si intentara contenerse.

Con la intención de que Margaret parara, el piloto francés no dudó en darle un pequeño golpe en la pierna por debajo de la mesa, tratando de llamar su atención para callarla.

El abuelo de Pierre sonrió, pero era una sonrisa fría, distante, que no llegaba a sus ojos. Lentamente, dejó su copa sobre la mesa antes de hablar, su tono ácido y cortante.

—Curioso que hables así, Margaret —dijo el anciano, sin perder esa sonrisa tensa—, cuando tu escudería no ha tenido problemas en salir en defensa a uno de sus pilotos públicamente —hizo una pausa, mirando fijamente a Pierre—. Como si necesitara que alguien lo defendiera de esos desafíos.

El ambiente en la mesa se congeló. Pierre cerró los ojos un momento, claramente afectado, pero no respondió. Margaret sintió una oleada de furia recorriéndole el cuerpo, pero mantuvo la compostura.

—Con todo respeto —dijo Margaret, su voz firme y controlada, pero cargada de determinación, antes de sentir nuevamente como la pateaban por debajo de la mesa—, por más que algunos piensen lo contrario, su nieto sigue siendo uno de los mejores en la pista. No permitiremos que opiniones personales, vengan de donde vengan, afecten su imagen profesional.

El silencio que siguió a las palabras de Margaret fue tan denso que parecía aplastar el aire en la sala. Todos estaban al borde de sus asientos, expectantes, pero inmóviles, como si el más leve movimiento pudiera desencadenar una tormenta. Pierre apartó la vista sin poder creer las palabras de la rubia, pues, el pequeño golpe que le había dado a Margaret bajo la mesa había sido una advertencia, pero ella lo ignoró deliberadamente. En ese instante, el abuelo de Pierre volvió a reír, una risa áspera y sarcástica que hizo eco en el amplio comedor.

—¿Uno de los mejores? —repitió, con una ceja levantada—. Margaret, querida, parece que no has prestado atención a nada en tu trabajo. Pierre comete errores que son imperdonables aun cuando gana carreras. Si fuera tan bueno, no necesitaría que su escudería lo respaldara o su hermana suavice su imagen.

Pierre se movió incómodo en su asiento, su mandíbula apretada, pero no dijo nada mientras que a Margaret le hervía la sangre. No estaba dispuesta a permitir que el abuelo de Pierre redujera todo el esfuerzo del piloto a una simple cuestión de imagen. Otra patada fue enviada de un lado de la mesa a otra, pero nuevamente, la joven decidió ignorar.

—Pierre ha demostrado más de lo que muchos pilotos podrían soñar en toda su carrera —dijo Margaret, su voz más afilada, cada palabra cargada de pasión contenida—. No necesita la aprobación de nadie para confirmar lo que ya es evidente en la pista y...

—¿Y por eso necesita comunicados de prensa y estrategias de imagen para que el mundo lo vea como algo que él mismo no puede demostrar o cómo? —la interrumpió rápidamente el abuelo De Orleáns, no permitiendo que ella pudiera terminar de expresar su punto. La ironía de la conversación le provocaba mucha gracia.

El ambiente en el comedor se volvía irrespirable. Margaret no se dejó intimidar por la interrupción ni por la risa sarcástica del abuelo de Pierre, y comenzó a sentir los ataques como algo personal.

—No se equivoque, señor De Orleáns —respondió, su voz firme—. Los comunicados de prensa no están para proteger a Pierre de su desempeño en la pista, sino para protegerlo de comentarios desinformados y malintencionados.

—Niña, llevo más años en este deporte de los que tú jamás podrías soñar, y he visto pilotos de verdad, hombres que se enfrentaban a la muerte en cada curva. Pierre... —hizo una pausa, mirándolo con desdén—, simplemente no está a la altura. Deberías disculparte por lo que hiciste, por el bien de la escudería.

—Disculparme por el bien de la escudería... —repitió sonriendo Margaret, ya sacada de sus casillas. Un último golpe se sintió en su pierna—. ¡¿Puedes dejar de patearme por debajo de la mesa?! ¡No voy a callarme! —gritó ahora Margaret en dirección a Pierre, levantándose ligeramente de su asiento para apoyar sus manos sobre la mesa, ya lo suficientemente irritada como para seguir soportando aquella situación que la desbordaba—. Escuche, señor De Orleáns... —giró ahora su mirada hacia el abuelo del piloto francés, quien no esperaba aquella reacción—. No me interesa su libertad de opinión porque tengo todo el derecho a expresarme en contra de sus palabras las veces que quiera y del modo en que lo desee. Y por cómo recibieron mis comunicados en contra del suyo le puedo decir, con bastante certeza, que ya sus creencias no serán recibidas con el peso que desea —contestó firme, bajando su tono a uno más regulado, más segura que nunca—. No necesitamos de su obsolescencia, hágame el favor de callar la próxima para no volver a dejarlo en ridículo ante el público y mi trabajo siga siendo fácil. Ahora, con permiso...

Y sin permitir que nadie dijera algo o alguien intervenga en la situación, Margaret se levantó de su asiento y se retiró de la sala, dispuesta a volver al hotel cuanto antes, sintiéndose completamente victoriosa.

Nadie se atrevió a detenerla, ni siquiera Rex, que seguía inmóvil en su asiento, observando cómo uno de los pilotos más legendarios de la historia miraba atónito la puerta por donde su directora de comunicación había salido. Y si bien le llamaría la atención luego por aquella escena, había sido tan correcta en sus palabras que el director del equipo reconoció estar orgulloso de haber contratado a alguien con la suficiente valentía para hacer frente a algo en lo que él nunca quiso intervenir.

No fue hasta el domingo de la carrera que Pierre volvió a ver a la joven directora de comunicación en el garaje, quien vestía el merch oficial de aquella fecha, el cual estaba hecho especialmente para alentarlo a él en la pista. El piloto francés sabía que Margaret tenía sus escondites en el paddock en donde solía trabajar cuando quería que nadie la moleste, simplemente aún no conocía esos lugares. Por ello, en cuanto la divisó minutos antes de salir a la pista, no se contuvo ni un segundo y se acercó a ella. Tenía mucho por decirle.

—Margaret... —la llamó desde la distancia.

La rubia, que estaba concentrada en su tablet revisando los últimos detalles de las entrevistas post-carrera, no lo escuchó de inmediato, ya que se encontraba en una esquina del garaje, lejos del bullicio de los mecánicos y las cámaras. Pero cuando Pierre la llamó por segunda vez, esta vez con más urgencia, levantó la mirada.

—Pierre... —lo saludó—. Sé que vas a querer hablar pero este no es el momento. Ahora lo que quiero es que te concentres en la carrera.

—Pero...

—No, Pierre, no ahora —interrumpió Margaret con firmeza, su mirada clavada en él, aunque se notaba el agotamiento en sus ojos—. Esto puede esperar, lo que no puede esperar es tu enfoque en la pista. Todo lo demás es secundario hoy.

Pierre frunció el ceño, frustrado. Había estado guardando lo que quería decirle desde la noche de la cena, y ahora que la tenía frente a él, con esa distancia emocional que tanto lo desconcertaba, le resultaba difícil mantenerse en silencio. Pero sabía que Margaret tenía razón; no podía permitirse perder la concentración. Aún así, había algo más en su insistencia.

—Necesito decirte que...

—Shh... —le chilló la rubia, ahora tornando su mirada firme, demostrándose más seria de lo normal—. Ahora vas a salir a correr y vas a ganar. Y cuando pases la línea de meta en primer lugar, vas a callar a todos. ¿Me escuchaste?

Antes de que el francés sufrido pudiera decir algo, su ingeniero de carrera lo llamó, haciendo que este definitivamente se resignara a poder tener una conversación en aquel momento.

—Está bien...

—Que cada curva se sienta un abrazo y el sol ilumine tus adelantamientos, Pierre —lo terminó por saludar la rubia antes de que este se fuera.

Aquel día, Pierre cruzó la línea de meta primero. La emoción estalló en el circuito de Le Castellet mientras el rugido de los motores y los vítores del público se mezclaban en una sinfonía de victoria. Su equipo, con Darell a la cabeza, celebraba frenéticamente, pero Pierre sabía que la verdadera recompensa estaba más allá del podio.

En cuanto estacionó el auto en la pit lane, se levantó del monoplaza con el puño extendido al cielo, y luego de sacarse el casco, mientras las miles de cámaras lo apuntaban, él llevó su dedo índice a la boca tornada en "o". Con ese simple gesto, y una victoria en su país natal, el piloto francés mandó a callar a todo aquel que alguna vez se había puesto en su contra, y poco le importó en esos momentos que algunas de esas personas sean de su misma sangre.

Me tardé muchísimo en subirlo y lo siento :c

Estuve super enferma estos días, por lo que descansé gran parte del tiempo

PERO VOLVÍ, ASÍ QUE ACÁ ESTOY LISTA PARA LA RACE WEEK

Se viene Mónaco omg ♥

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