𝗫𝗜𝗫
SE SENTÍA FRUSTRADO, ¿POR QUÉ NO PODÍA RASGAR SU CUELLO, por que sentía si manchaba de rojo su tersa piel nunca se lo perdonaría y lloraría por aquella chiquilla que apenas y le había mirado? Aquellos ojos no eran como los demás, su pupila no era vidriosa como las demás cuando lo veían, ni un solo músculo de su cuerpo temblaba ante su toque monstruoso. No le temía, de alguna forma imposible e irracional no lo hacía, a pesar de sus palabras duras y frías su mirada firme no la hacía temblar, era a él, a quien le hacía sentir un escalofrío subir por su espalda como la frialdad de una corriente helada que maldeciría su eternidad, al igual que aquellos ojos, que no perdían su brillo a pesar de la oscuridad del bosque más peligroso de aquel lugar por una simple razón: Él estaba ahí, amenazando con terminar lo que alguna vez fue creado, sin embargo, él estaba ahí al igual que la oscuridad, ella no intentaba huir, ni había gritado al verlo, apenas y parpadeaba, seguramente era aquella misma oscuridad lo que la hacía no huir, pues ella era su amiga y como una capa lo ocultaba de la realidad: Era un horrible duende, ¿cómo se le ocurre a ese libro idiota que podría tener un alma gemela humana alguien tan despreciable como él? La verdadera pregunta que se hacía era: ¿podría tener un alma gemela un monstruo como él?
—No me matarás Robin, te he visto hacer cosas horribles, pero también cosas maravillosas, ¿cuál de esas dos eres?—intentó alcanzar más allá del latido enfermo y moribundo de la oscuridad, dentro del velo de la muerte, pero no lo logró, pues aquel duende que vivía en las marismas de su corazón del color del rambután le temía, pues era el primer ser humano que no podía hacerle daño, era una simple mocosa que había perforado más que su cerebro y llegado a lugares que ni él sabía que existían en todos sus siglos de existencia, como un gusano que nunca podría sacar de sus entrañas, pues ya estaba tan adentro que el abrazo de la muerte era lo único que lo libraría de aquel insignificante gusano que lo había cambiado todo con una simple mirada. Unos segundos bastaron para reducirlo a una catástrofe. Su mirada de confusión le ponía los nervios de punta, no quería que siguiera viéndolo, lo que deseaba era que apartara su mirada de él para nunca volverlo a ver, pues ella parecía un ser de luz, un ángel que nadie merecía ver, ni sentir su tacto dulce ni aquel aroma a vainilla que desprendía como el árbol prohibido del Edén, un fruto prohibido para alguien como él, tan manchado en sus propios pecados que no se convertía en un charco de lodo indigno de ella. Indigno de encontrar un alma gemela, no era el sentimental Robin, era el sangriento Robin decidido a romperle la vida a quien deseara, volverla el mismo charco de lodo en el que él se había convertido, ¿qué le pasaba con esa mortal, por qué temblaba y se lamentaba de lo que era, por una simple cachorra humana? Debía matarla, ¡debía acabar con su debilidad! El único problema que tenía era que no podía rozar ni un solo cabello rubio suyo sin sentir que podría acabarse toda la verdad que creía sobre sí mismo, pasar de ser la más feroz bestia de su hogar a ser un cachorro que solo pedía caricias de la mano que negó que lo tocara por miedo a que descubriera lo que en verdad era. Su apariencia no era lo único horrible en él, aquel pequeño ángel no podía tocarlo, no podía ser capaz de tocar a alguien como él que guardaba el mal en sus ojos. Pero ella decía conocerlo, ¿de dónde? Sería capaz de recordar a una niña como ella, que hablaba cosas sin sentido pero para ella tenían todo el sentido del mundo, cosas tan horribles para un cachorro humano, quizá sean más parecidos de lo que cree y su rostro solo sea lo único inocente que tuviera, por algo el destino los unió, pero no era más que un cachorro humano que se aterraría al verlo y con ello, dejarlo, tras ese pensamiento sintió algo desgarrador en su pecho, como si sus propias garras lo desgarraran, ¿eso era acaso el dolor que todos habían conocido menos él? Cuando las demás hadas lloraron cuando Lirio murió gracias a un asqueroso humano, nunca comprendió sus lágrimas, ni el por qué Flor de Chícharo dijo que le rompía el corazón que ya no estuviera con ellos, ¿qué era sentir que algo en ti se rompía? Ahora lo supo, con una pequeña posibilidad que podría volverse realidad y convirtiéndose en su primer temor: Si ella encendía la luz y veía el horror que ocultaba la sombra de la luz lunar, pues para un humano, su apariencia era repulsiva, ¡una verdadera abominación de la naturaleza, correría en el primer intento de acercarse a ella si lo viera! ¿Cómo un pequeño cachorro humano lo domó con una simple mirada y cómo era si quiera posible que deseara que siguiera poniéndolo bajo su hechizo mortífero? "Algún día lo entenderás, mi leal siervo", le había dicho Oberón cuando le compró el collar más caro de todo Atenas a Titania, a cambio de un simple beso, pensaba que por esa hembra se había tan vuelto tan débil como los mortales, al preguntarle sobre aquel intercambio injusto le dio esa respuesta, pero nunca le creyó, hasta el momento. Daría lo que fuera para que aquella mortal no gritara al verlo, ser su esclavo con una simple caricia y proteger a su ángel de cabello rubio, no sabía de dónde venían esos pensamientos o sentimientos, era algo que lo azoraba pero que su corazón helado lo añoraba desde hace un tiempo: Existir, su mente torva no lo dejaba ver con claridad, convirtiéndolo a un simple mortal con miedo a lo desconocido que se ocultaba en su interior, no quería ni verlo salir a la luz. Aquel gusano que lo hacía caer como un simple mortal, ahora entendía al Señor de los Sueños, quien también cayó en amor por una simple humana, según las historias que había oído al vagar por el mundo de los humanos fue también, por su alma gemela, incluso, uno de los Eternos no pudo huir de ese lazo inquebrantablemente horrible, lo único que le quedaba, era huir de ella, no podía dañarla, un extraño dolor parecido a la peor de las maldiciones no se lo permitía, dañando su pecho y sus intenciones de acabar con los pocos años que le quedaban a esa miserable vida.
—Estás tan tranquila para ser alguien que está en riesgo de morir—ella no podía morir, estaba en una memoria, no podía matarla y aunque lo hiciera, no le afectaría, aunque eso a su vida, pero ese simple hecho rompería toda la confianza que tenía sobre aquel mitad duende que conocía en un ahora. Pero ese Robin que se hacía llamar Puck no era el mismo que conocía, se ocultaba entre las sombras que dejaba el árbol—Vete, no te lo repetiré dos veces. Si eres capaz de entenderlo, tú vida corre riesgo—parecía que se acercaba más a el, en la línea que lo separaba de la luz lunar y en la oscuridad en donde se encontraba, como si planeara acercarse a la oscuridad absoluta en la que se encontraba.
—Entonces correré el riesgo
—Tú piensas que esa audacia te salvará, pero estás muy equivocada pues mi paciencia la estás agotando y no quieres que se termine. Los humanos son tan tontos que no tengo tiempo de hablar contigo. Vete a tú palacio o a donde quiera que pertenezcas, no voy a seguir desperdiciando mi tiempo contigo—a punto de saltar hacía el gran árbol que estaba a sus espaldas, su voz lo detiene.
—No tengo a dónde ir, es una prisión disfrazada de palacio. Lo único que tengo en este momento es éste árbol y a ti—sus palabras hicieron que temblara como hojas de álamo, sintiendo la dulzura de la granada del inframundo en sus labios, tentándolo a comerse cada una de sus semillas, para pasar la eternidad al lado de aquella mortal sin importar que todo lo que conocía se esfumara como la niebla más espesa al llegar el día, era ahí cuando deseaba tener un corazón y no ser el monstruo de cuentos de horror que le contaban a cachorras humanas como ella, que con ojos sagaces y llenos de horror veían a su madre por contar tal atrocidad, con el miedo presente en un solo ser: El villano, tan horrible en apariencia como en su interior, haciendo llorar a cualquier mortal que lo viera, llenado sus ojos de horro y llanto, pero los de esa mortal, impávidos y candorosos, no lo dejaban ir, incluso, como si quisiera permanecer a su lado, ¿era si quiera eso posible? Era mortal, podría morir en cualquier momento, él no, solo la espada vorpal podría acabar con su vida—No te vayas—le suplicó—No tengo a dónde ir—si le preguntara todo lo que tenía en su mente, se iría de inmediato o cumpliría con su advertencia de asesinarlo sin piedad, no podía confiar en él. No quería volver a confiar en alguien después de lo sucedido con su hermano, pero para salir del infierno tuvo que hacerlo, confiar en ese mitad duende que parecía nunca decir la verdad guardando un secreto que por fin se le fue revelado después de su estadía en el infierno. Pero parecía sólo una pequeña capa de todos los que guardaba, a pesar de que lo dio todo por ella, no podía confiar sin miedo a volver ser apuñalada por la espalda, sin ninguna oportunidad de defenderse, helaba todo su cuerpo y congelaba su mente al recordar el dolor que sintió no sólo su cuerpo, también, todo su amor y confianza que alguna vez tuvo por su hermano, con una única pregunta en su mente, ¿por qué la odiaba tanto, por qué asesinó a su propio padre, por qué nada salía como lo planeaba y por qué era tan difícil alcanzar la paz y la felicidad? Al final, no hubo más que oscuridad infernal, en la nada absoluta en el averno donde él la ayudó a salir, sin él, seguiría en el infierno, de una forma literal, se sentía mal al dudar de él, pero todos aquellos que lo conocían lo llamaban de una sola manera: Sanguinario, quería descubrir quién era en realidad, quitar ese manto oscuro que se puso sobre sí mismo y descubrir la verdad que guardaba con recelo su alma, ¿seguía siendo aquel duende o realmente era el mismo humano con máscara de cuervo en aquella noche dueña de sus peores pesadillas? Necesitaba alguien en quien confiar, pero no podía seguirlo haciendo con cualquiera, no quería volver a morir por manos de alguien que amaba, no quería que le volvieran a dar la espalda.
—Sigue mi sombra cachorra humana y ni te atrevas a tratar de verme, sangrarás hasta morir si tienes el atrevimiento de hacerlo—no entendía el por qué quería permanecer oculto, ¿era igual a las demás hadas de fairie? Ese no sería problema para ella, pues había visto cosas que su yo del pasado se hubiera horrorizado y pensado que fueron sacados de algún tipo de libro de terror que le leía su mamá a Alex cuando no quería ir a dormir.
—No entiendo por qué no quieres que te vea
—Podrías correr y no tengo el tiempo de perseguir a una mocosa para acabar con ella, tienes suerte que hoy ando de buen humor—¿era realmente Robin? No lo reconocía, no solo por aquel cambio drástico que tuvo su voz, pasó de ser aquella voz que la molestaba cada vez que quería pero dulce a ser la de un anciano cascarrabias, podía jurar que no solo era su voz, él era un anciano cascarrabias. Quizá no le agradaba mucho su apariencia, como a ella le pasó hace un tiempo a los catorce, pensando si era demasiado fea a los ojos del Eterno, pensando y viendo lo peor de ella en el espejo, pero él no era humano, no en esos momentos, era un duende.
—A veces la apariencia no lo es todo, yo me enamoré de alguien que era demasiado hermoso, lucía como un ángel, pero no sabía que era la persona más horrible que había conocido... Tercera en realidad, pero lo peor es alguien que no he logrado olvidar del todo—él se mantuvo en silencio, no dijo nada más y parecía ir más rápido al ir de árbol en árbol, solo veía la sombra que le regalaba la luna llena y como lo había sospechado desde un inicio: No era humano, le daba cierta curiosidad su apariencia, pero no quería morir en una de sus memorias, no otra vez por alguien a quien amaba.
—¿Cómo una cachorra mortal puede hablar del amor, tú que sabes?—nada, eso era lo que sabía, todo ese tiempo había sido una farsa que había inventado su cabeza para ahuyentar la soledad que sentía en su interior, dándolo todo y recibiendo nada a cambio más que palabras en forma de pincho que rasgaba su pecho sin ninguna clase de piedad, no era la culpa de aquel Eterno, lo sabía a la perfección, era suya, por hacerse una idea errónea de alguien que apenas y pudo dirigirle la palabra, sacándola de ese mundo rosa en el que vivía.
—¿Y tú que sabes?
—Mucho más que tú, eso es obvio. Soy la cosa más vieja de Inglaterra—eso lo dudaba, pero prefirió callar antes que acabar con su paciencia.
Sabía más que ella, eso era cierto, pues sabía que ambos fueron unidos por el destino, pero ella ni siquiera sabía lo que era eso, ahora entendía la razón del por qué ella no sintió lo mismo en cuanto estuvieron frente a frente, aunque no pudiera verlo, debió sentir aquella conexión de inmediato, pero no fue así, su pequeño corazón mortal había sido ocupado por alguien más. Alguien que la había herido. Su pecho empezó a doler, más fuerte, retumbaba cada vez más, ardía peor que el infierno, se ahogaba en el dolor sin tener nada que pudiera sacarlo de las aguas de invierno, volviéndose cada vez más frías y crueles en su lánguido cuerpo entre la bruma plateada y brillante, dándole un dolor que ni toda la magia del mundo podría curar, ¿qué era eso, qué clase de hechizo había puesto aquella mortal, sus palabras habían sido mortales adelfas para su razón, volando cerca de la locura y del estampido de un fusil. Prefería acabar con su vida inmortal antes de volver a oírla pronunciar tales palabras que lo herían con una lengua pérfida a la piel de un recién nacido.
—¿Por qué te has detenido?—para su suerte, habían llegado al lugar y podía descansar de ese dolor que le presionaba como una llaga.
—Porque, cachorra tonta, hemos llegado y yo me voy—era un lago, no entendía el por qué lo había llevado ahí, realmente quería asesinarla de frío, era un clima completamente helado, no sobreviviría ni una sola noche en ese lugar, con esas fuertes corrientes de aire que helaban sus manos.
—Creo que me quieres matar de frío, ¿por qué me has traído a este lugar?
—Que astuta. Pero por el momento ese no es mi plan, cachorra humana—señaló unas luces, que se alzaban por el lago como las leyendas que le habían contado, no parecían guiar a un fatídico destino, el fuego fatuo era más como la esperanza que había perdido en su vida—Los fuegos fatuos, guían a la persona por el camino que deben tomar, síguelos y encuentra a dónde debes ir, al contrario de lo que muchos humanos idiotas piensan, son guías, no te llevan con Estrella de la Mañana, me sorprende su ineptitud, tan imbéciles que me faltarán palabras para decir cuan zopencos son—su reflejo en el lago la hacía perderse en la tranquilidad que desprendían, como si estuviera en el bosque oscuro completamente sola, seducida por el sonido de sus ramas, del silencio que lo acompañaba fuera de todo ruido que amortiguara la soledad, sintiendo el ávido deseo de seguirlas a donde quiera que la guiarán, incluso, nuevamente al infierno. Aquellas pequeñas bolas de fuego parpadearon, acercándose cada vez más a ella, dejándola congelada en su lugar, esperando en el momento que lleguen a ella, ¿seguiría a la sombra del duende o seguiría al fuego fatuo? Parecía más tentada a seguir a aquella resplandeciente luz en la oscuridad antes que a un duende cascarrabias, pero él era la única razón por la cual había ido al lugar. Una manta pequeña y rasgada cae del árbol, en un sonido seco que le hace preguntarse sobre el verdadero corazón del duende.
—Mi intención no es matarte, sería un zopenco si lo hiciera, no de la forma que piensas, no podría ser tan idiota como para contradecirme en mis propias palabras de no asesinarte, no soy alguien de palabra pero en algunas situaciones puedo serlo... Solo, tómala—no iba a preguntar, hablaba como si se avergonzara de ayudarla a no morir congelada. Sus ojos no se despegan de aquella manta, sintiendo como si a lo único que debería de seguir fuera a aquel duende escondido entre la oscuridad del árbol, mostrando una pequeña pizca de humanidad en él a pesar de su su naturaleza que bien conocía gracias a su viaje a Atenas con Robin. Aquella manta no le calentaba mucho, pero era mucho mejor que estar sin nada que cobijara sus débiles brazos temblorosos.
—Gracias... Puck—al volver su vista al lago, no había nada más que lo que había sido aquellas pequeñas luces esperanzadoras, era la penumbra y la oscuridad del lago, queriendo tragarse todo rastro de luz que dejara a su paso. La luz lunar reflejada y las estrellas era lo único reconfortante de aquel paisaje lúgubre y siniestro. Si fuera realmente la niña de antes, hubiera corrido adentro del bosque, ignorando las estrellas en el cielo que adornaban al cielo nocturno, haciéndola sentir que no solo las sombras podrían habitar en la oscuridad, aquel sentimiento de temor se fue más rápido que el viento tras fijar su vista en ese cielo que había extrañado tanto, sintió que había estado siglos dentro de la bruma espesa del infierno, alejada de la vida y todas sus formas, nunca pensó volver a sentir frío, ni a volver a ver la luz de una luna que no sea roja. Todo fue gracias a aquel mitad duende que logró salir, a la persona quién se convertiría aquel duende en un futuro que no era tan lejano como aquellos puntos pintados como una obra de arte sobre el cielo. Sus ojos vuelven al tronco, viendo un pequeño fuego fatuo frente a ella, como si le señalara el camino correcto que tomar. Frente a aquel árbol. Sus dedos temblorosos como la telaraña contra la ventisca empiezan a acercarse a aquel fuego dorado queriendo tocarlo y sentirlo entre sus dedos, pero desapareció, en un parpadeo ya no estaba frente a ella, sintiéndose tan cerca y tan lejos del lugar a dónde debería ir.
—Bien hecho, lo ahuyentaste. Probablemente ahora te deje morir aquí congelada—empezaba a enfurecerse con aquel duende, ¿seguiría con aquellos comentarios?
—Bien, déjame morir aquí congelada, yo no sabía que podían desaparecer así, solo quería...
—¿Solo querías qué? Es lo que tienen ustedes los mortales: No saben nada—ahí no pudo contener más su boca, no importaba si aquel duende que se hacía llamar Puck la mataba o la dejaba morir congelada en aquel lago, podía regresar a aquel árbol de buenas memorias o perderse en el bosque. Ambas opciones podían sacarla del lugar y nunca volverle a preguntar nada a Robin.
—¿Cómo esperas que sepa algo cuando soy solo una niña? ¡Lo que dices no tiene sentido!
—Princesita, nada de lo que tú has dicho tiene sentido. ¿Conocerme en un futuro, saber uno de los tantos nombres que uso, amar a alguien a pesar de ser una cachorra mortal. Eres humana o eres una humana que sabe de magia y por eso ha visto el futuro?—princesita, así la llamó Holly cuando trataba de justificar su traición hacía ella, cuando no tenía que estar intentando recuperar lo perdido o incluso su propia alma, a eso había venido al lugar con Oberón, pero ni el rey de las hadas podría decirle cómo recuperar su alma que caía en manos del gobernante del infierno. No dijo nada, por alguna razón, sentía que no debía decirle la verdad. Cometió una locura al hablar de más—Bien, no vas a hablar y muere de frío ahora, es lo único que los mortales hacen bien: Morir—no escuchó nada más de su parte más que el sonido de las ramas y de las hojas crujiendo.
De verdad la había dejado en ese lugar para morirse de frío.
—¡Eres un idiota Robin!—pero él no era Robin, al menos no el que conocía. Tan distinto que por un momento pensó que había encontrado al equivocado de no ser por aquella risa tonta que era tan igual al Robin que conocía, sin dejar ninguna duda en su mente de que se trataba de ese mismo mitad duende que la hacía dudar sobre sus verdaderos sentimientos. Al menos, esto era algo que Puck tenía, no la hacía dudar sobre lo que sentía, pues sentía que podría golpearlo en cualquier momento sin arrepentirse, había momentos en que Robin era insoportable, él era peor, mucho peor. Incluso, amenazó con asesinarla, ¿era en verdad el mismo que quiso convertirse en humano simplemente por ella? Parecía aborrecerlos, no tenía ninguna idea del por qué quiso convertirse en uno si tanto los odiaba como para insultarlos tres veces en una sola oración, no quería saber qué les hacía, ¿les haría peor que dejarlos en el lago a punto de contraer una enfermedad que podría acabar con sus vidas? Tampoco quería saber la respuesta a aquella pregunta, pues sería peor para ella y desconfiaría por completo en él a pesar de que se tratara de alguien completamente diferente, al menos, eso parecía, no quería dudar de él pero lo hacía. Había cometido crímenes frente a ella, ¿cómo podría no dudar de él? Al menos, nunca la había lastimado.
El sonido de las hojas quebrarse le hizo reconfortar su alma, tenía más corazón del que pensaba, podían tener naturaleza diferente, pero al menos tenían uso de razón, Robin había vuelto. Sus dedos se aferran a la manta de indiolino, con sus latidos acelerados esperando a que apareciera o hablara aquel duende.
—No eres tan cruel como piensas... Robin—era Sykes, quien salía de las sombras con una mirada frívola sobre su rostro. Una no muy grata sorpresa—¿Sykes?
—La he encontrado, señorita Burgess. Su padre ha estado preocupado y me temo que los guardias no hacen bien su trabajo, regresemos a la mansión sin ninguna protesta—quedó helada frente a él, le doblaba por tamaño y sin duda era más rápido que ella, no tenía oportunidad alguna de escapar de él, si se lanzaba al lago él se lanzaría también hasta atraparla y llevarla con Roderick, estaba muy segura de eso—¿O me equivoco?
—No se equivoca
—¿Quién es Robin? Sabe que al señor no le gusta que tenga amigos, Benett podría correr peligro—su sangre empieza a hervir tras el recuerdo. ¡Era su culpa que estuviera muerto, él lo asesinó y lo haría por segunda vez si volviera a atreverse a pasarse por su vista! No quería volver, no aquella mansión ni con aquellos que la hirieron por tantos años sin piedad.
—Solo vamos Skyes, Roderick es el que debería tener miedo de él y no al revés—Skyes soltó una risa tras escucharla decir aquellas palabras.
—¿Roderick, desde cuanto le dices así? Uy, sí, que da miedo tú amigo
—Da menos miedo que tu bipolaridad, bueno, al menos en eso se igualan. Parecieran tener trastorno de personalidad disociativo—su sonrisa se apagó de sus labios, viéndola fijamente como si supiera dónde pisar a pesar de estar en la oscuridad del bosque, donde podría tropezar con facilidad.
—¿Te pasa algo Avi, ese amigo tuyo te hizo algo que no te gustó? Podría encargarme de él con una sola mano—lo dudaba mucho, en parte había sido él pero también el recuerdo de Benett, ¿dónde estaría, existiría un cielo para él? Fue una de las mejores personas que conoció, uno de los que más se merecían el cielo o un paraíso, dolía su recuerdo, le quemaba que su padre fuera el responsable de su muerte. Quien lo mató, después, ella lo hizo, acabó con la vida de su propio padre y de su propia sangre, ¿cómo fue capaz de hacer algo así? No quiso hacerlo, de verdad no quiso hacer algo así, ¿por qué le pasaban esas cosas a ella, por qué se convirtió en una asesina y por qué lo único que le importaba era estar tranquila a pesar de todo lo horrible que hizo y todo lo que vio, merecía salir de su infierno realmente? ¡Era una asesina y los asesinos no son felices! Su respiración empezó a ser más pesada, como si le hubieran puesto una bolsa en su cabeza, cortando toda su respiración y sumiendose en su propia cabeza, en miles de insultos hacía ella, hacía su padre y hermano, hacía Morfeo y el infierno, era demasiado para ella, demasiado para su pequeña cabeza. Solo había querido ser una niña.
¿Su padre la golpearía como aquella vez, dejaría el rojo vivo sobre su piel, la lastimaría con sus palabras crueles nuevamente? Como siempre lo había hecho.
—Mierda, te vas a enfermar. Vamos a casa o tu padre no me perdonará
—No quiero ir con él, va a golpearme—todo su cuerpo tembló con el recuerdo de sus golpes, no tenía piedad, eran tan duros como una piedra y tan despiadados como un león hambriento, no quería volver a ver a su hermano, mucho menos a su padre, no el rostro de aquel hombre que mató, convirtiéndola a ella en uno.
—Entraremos por atrás, por está noche puedes dormir tranquila—por esa noche, ¿cómo saldría de ese lugar antes de volver a ver a su padre? No quería ver el rostro de la persona que asesinó, no quería ese horrible recordatorio de la clase de persona que era: Una completamente egoísta que solo le importó su felicidad sin saber lo que pasaba su hermano o su padre, no merecía librarse del infierno ni de Estrella de la Mañana, ni de ser la siguiente torturada a la que le comerían el corazón, pero primero su cuerpo alcanzaría la putrefacción, gusanos arrastrándose por debajo de su piel. Merecía el infierno, no había recordado ese rostro, estaba tan enfocada en sus propios problemas de su ahora que olvidó por completo el pasado que seguía arrastrándose a sus pies, un aroma putrefacto que nunca quitaría de su piel—Vamos, tenemos que llegar pronto a la mansión o puedes enfermarte—la tomó de su mano, aceptando el destino que le deparaba al llegar al lugar, camina a su lado sin luchar, como lo tenía planeado, pero quería expiarse de la culpa, no importaba si era a base de golpes, quería dejar de sentir la presión en su pecho, la culpa de ser una asesina. La sangre estaba sobre toda su familia—¿De dónde sacaste la manta, la encontraste por ahí o te la dio un vagabundo?—trató de bromear con ella, pero no podía olvidar.
—Me la dio un vagabundo
—Me alegra que me sigas la broma, la burla y el sarcasmo nunca vierten lágrimas
Aquel duende los veía irse desde las ramas del follaje de un árbol, curioso por aquel ataque de pánico de la cachorra y escuchando toda la conversación que tenían con detenimiento, tratando de ser lo más sigiloso posible pero era algo que se le dificultaba mucho gracias a ese insoportable dolor que cargaba su pequeño, matándolo unas simples palabras de una mortal, ¡una mortal! Ni siquiera era tan hermosa como una ninfa, era muy lejano a una mortal interesante, era más una delirante. ¿Entonces por qué le asignó esa mitad el destino? Alguien como él no debería estar destinado a nada más que a su propia sombra, Puck sólo se servía y amaba a sí mismo, ¿entonces por qué la mortal se adueñó de su cabeza en unos segundos aquellos simples minutos que pasó con ella valieron toda aquella espera que le hizo pasar el Libro de las Almas, por qué la necesitaba tanto y se rompía en pedazos con la idea de dejarla ir con aquel mortal que era un completo extraño para él a un lugar donde no podría volverla a ver? Podría buscar en la mansión cercana, ¿pero por qué querría buscar a una mortal si no es para atormentarla o divertirse con ella asustándola en medio de la noche de diferentes maneras? Quería convencerse a sí mismo que solo la seguía para obtener respuestas, pues ningún mortal conocía su nombre, ella sabía uno de los nombres que utilizaba, pero apenas unas semanas que había caminado por ese lugar, perdido a algunos viajeros en el bosque o llevándolos a un precipicio, pero con ninguno de ellos se había presentado de manera formal, entonces, ¿cómo una simple mortal sabía de su existencia y le hablaba con tanta confianza? Era por el horrible libro, sí, seguramente era eso, pero ella no podría llegarlo a amar, no cuando ella amaba a alguien más. Ese dolor, ¡ese maldito dolor! ¿Qué era lo que le pasaba, esa bruja lo habría hechizado? Pues de qué otra forma sabría su nombre si no era más que una bruja, hechizándolo en esos ojos donde aprendió el significado de la palabra que los humanos solían llamar tranquilidad, en esas pálidas mejillas sonrojadas, resplandeciendo como Venus bendecida por la luna, y su respiración calmada aún al estar frente a él, suspirando por otro amor que no le era suyo. Su pecho se consumió en rabia que surgía en su garganta, apretando la flor color purpura, habiendo sido herida por la saeta de Cupido, su única salvación para librarse de aquel dolor infernal, amenazante para su pecho, osando arrancarle el corazón cuando volviera a oír de su boca proclamar el amor a alguien más, aquella flor de occidente, que encontró herida y solitaria, llamada por las doncellas amor desconsolado, aquel jugo que podría hacer caer en un profundo amor a lo primero que vea, unas gotas en los ojos bastaban para cumplir con esa tarea, unas gotas y su pecho dejaría de doler, pues aquella mortal lo había cautivado más que el fuego danzando en regocijo, era la única forma de no seguir maldiciendo al Destino y a su tonto libro por tan horrible futuro que escribió para él, sin el amor de su alma gemela, pero cuan desafortunado era, pues el dolor era tal como lo había escuchado, como mil infiernos habitando en un solo lugar, a pesar de atravesar por oscuridad y silencio nunca había sentido nada igual, ¡malditos sean aquellos Eternos que lo han condenado a sufrir por el amor de una simple mortal! Que cruelmente se mofaban de él como si fuera su bufón. Ahora él se reiría del destino cuando las gotas de esa flor caigan sobre los ojos de la mortal, se iría al amanecer haciéndola pasar por el mismo dolor que enfrentó él, al inicio, pensaba poner a prueba aquel show que dieron los mortales aquel día que decidió quedarse en ese mundo monótono y aburrido, hubiera sido divertido ver a un mortal completamente hechizado por una cabeza tan grotesca, incluso pudo intentar con una de cerdo, un lobo, un buey, un travieso mono, incluso con su propio reflejo, tantas opciones que no se había decidido cuál iba a utilizar, nunca pasó por su cabeza que a sí mismo.
Se escurrió por las sombras, hasta llegar a aquella mansión lujosa, en una de las ventanas, yacía aquella joven completamente dormida, sin saber lo que le tenía preparado, la peor de las maldiciones: Enamorarse de un monstruo, con sigilo, abre aquella ventana sin mucho problema, ¿qué clase de humano se dejaba expuesto de esa forma? Al menos, ya tenía la respuesta, aquella niña mimada que no tiene que preocuparse de nada, al menos, eso había sido hasta el momento. Sus labios se curvean hacía arriba, mostrando aquellos dientes de cuchillas capaz de herir con facilidad a cualquier presa. Al acercarse a ella pudo ver aquella manta que le había dado en el lago, la abrazaba dejando de lado sus peluches y las sábanas cómodas, aferrándose a aquella cobija sucia y rasgada como si fuera lo único de valor que tuviera en aquella habitación. Los humanos eran... curiosos. ¿Había sentido la conexión a pesar de mantener en su corazón a otro? No, era algo que era imposible, era como cualquiera ante su mirada, alguien terrorífico quizá, un duende siempre lo iba a ser. Pero no por mucho tiempo. Como una pequeña por hacerlo sentir todo lo que repudiaba de los humanos, eso que ellos llamaban amor, solo era para los más tontos, pues daban todo por una sola persona y quedaban en el olvido, sin nada a cambio, ¿qué clase de trato estúpido era ese? Darlo todo y no recibir nada más que dolor y un misero adiós idiota, eso era el amor, una idiotez que nunca había pasado por su cabeza, después de todo era un truhan, un grotesco bromista, un niño del aire nocturno, al final del día eso era, un duende más. Las primeras de esas gotas empiezan a resbalar por los pétalos de aquella flor maldita por la flecha de Cupido, a punto de envenenar a la mortal con el peor de los hechizos: El amor por un ser repugnante, pero su mano se detiene antes de verter el líquido en los pequeños ojos de la cachorra, ¿por qué se detenía, por qué sentía que estaba haciendo algo mal? Él nunca había sentido eso, para él no existía ese término, solo la diversión en hacer sufrir a otros, pero ya no era divertido jugar con aquella mortal, lo estaba enervando. Ah, sí, todo por culpa del Libro de las Almas, ahora, él formaría su propio destino, un nuevo logro que presumir: Asesinar a su alma gemela. Un juego más divertido que estar atrapado por el amor de una mortal.
—¡Avic!—un mortal cruza la puerta azotándola contra la pared, sus mejillas estaban rojas y respiraba con dificultad, su ceño fruncido denotaba toda su molestia. Se vuelve invisible ante la vista de los mortales y continua observando aquel show de manera silenciosa—¡¿Cómo es posible que una señorita escape de su casa?—aquel hombre se acerca a la cama de la cachorra, tirando de sus cabellos para bajarla de aquella cama, entre quejidos y movimientos evasivos—¡¿Eh? Respóndeme ahora!—de un movimiento, tira su cuerpo hacía la pared como una muñeca de trapo a la que pudiera maltratar sin ninguna consecuencia, hasta que la primera lágrima escapa de sus ojos, aquellos ojos que lo habían cautivado desde el primer momento, conteniendo la belleza del mar y del cielo juntas, las estrellas lloraban al verla de aquella forma tan dolida y vulnerable, si las estrellas le lloraban, ¿quién era él para no hacerlo? Pero él no lloraba: Él gritaba y se enfurecía, ¿quién era él para lastimar a su humana? Él Libro de las Almas se la dio, ahora era suya, debía lastimar a todos los que dañaran aquello que le pertenecía. No lo condenaron a él, la condenaron a ella, le mostraría su condena.
—¿Cómo se te ocurre tocar a la humana de el Puck llamado Robin Goodfellow?—el rostro de aquel mortal cambio tan rápido como el pasar del tiempo, completamente furioso a temeroso, como una rata que mataría por más que suplicara o intentara escapar, no había piedad ni punto medio cuando lo insultaban de aquella forma tan vulgar.
—¡¿Q-Qué eres?!—lucía tan asustado que no evitaba sonreír por aquella escena que había extrañado tanto. Aquella rata tan acorralada, escuchó toser a su humana detrás de él, por aquel golpe seco que le había dado aquel sucio mortal.
—Tan idiotas ustedes, nunca cambian a pesar de escuchar el mismo eco por millones de años. Soy el Puck, llamado Robin Goodfellow, ex-joker del rey de las hadas, el más grotesco bromista y tramposo, un niño del aire nocturno. Y tú, mortal, has dañado algo que el mismo Destino y su horrendo libro me ha dado, pagarás eso con tú vida—con un movimiento determinado y lleno de furia, rasga su piel manchando su ropa de sangre que no paraba de correr, el hombre lanza un alarido de dolor cayendo al suelo sujetando su pierna como si le hubiera hecho una herida demasiado profunda cuando apenas era el inicio de todo lo que planeaba hacerle—Que mortal tan llorón, apenas es el inicio—una mano sujeta su brazo, borrando su sonrisa de forma inmediata al ver a aquella mortal con una herida sobre su hombro, no solo la había hecho llorar, también dejó que su sangre corriera por su piel de seda, manchando su camisón blanco de carmesí, adoraba ese color, pero en ella no se veía bien. No era ese su color. En sus ojos distinguió un dolor particular, no reflejaban terror al sujetarlo, incluso al verlo a los ojos no cambiaron aquellos ojos vidriosos, a punto de dejar desbordar su río salvaje de sus ojos.
—¡G-Guardias!—gritó aquel viejo decrepito, como si eso pudiera salvarlo de su muerte.
—Es gracioso que pienses que ellos podrán quitarme la diversión. Suéltame cachorra humana—pero no hizo ningún caso a sus palabras, lo seguía sujetando, incluso con más fuerza que antes.
—No lo asesines, no quiero verlo morir por segunda vez, por favor Robin, es todo lo que te pido. Si no lo haces, confiaré en ti, incluso en el infierno confiaré en ti—sus palabras no tenían ningún sentido para él, pero para ella tenían todo el sentido del mundo, en su rostro lo expresaba, tan suplicante que no pudo evitar obedecer aquella petición que le hizo la mortal, relajando sus brazos tensos y aquella furia recorriendo sus venas se disipaba cada vez más hasta no volver a dejar rastro. Incluso si lo guiaba al infierno, seguiría a aquel ángel rubio.
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