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07.

"LA PELEA"

NARRA CASSANDRA.

Ha pasado un mes desde que pase mi primera noche con Mehmed. La Sultana se creyó nuestra historia de amor aunque debo aceptar que eso debe a que Mehmed y yo nos acercamos bastante y nos llevábamos bien, se podría decir que somos amigos.

Nos acercamos mucho en este último mes debido a que yo iba cada noche a su habitación. Cuando él tenía mucho trabajo yo le hablaba de mi día e intentaba ayudarlo pero cuando no estaba ocupado bromeabamos y hablábamos sobre lo que teníamos en común.

Todo este tiempo que pase con él me hizo darme cuenta que los rumores estaban equivocados, él era justo como las Sultanas Hurrem y Mihrimah: distante y frío por fuera pero amable por dentro. Ya no lo odiaba pero siempre tendría ese resentimiento hacia él por alejarme de mi familia.

Hoy, como siempre, hice mis tareas y a la tarde me dirigí a la habitación de la Sultana para ayudarla. Cuando volví, junto a Nassia, vimos a muchas chicas hablando con Meryem. Curiosas, nos acercamos ya que tal vez podrían estar hablando de algo útil.

—Ah, Hurrem... la gran 'madre' sultana. Una mujer que supo cómo mantener al sultán entre sus garras. —dijo Meryem con malicia.— No es más que una usurpadora, que se levantó sobre la miseria de las otras, usando su cuerpo como moneda y sus lágrimas como teatro. ¿Y ahora todos la veneran? ¡Qué chiste! Esa mujer nunca fue más que una esclava disfrazada de reina. Si tuviera algo de honor, sabría que no merece ni el título de Sultana. —dijo Meryem con un notable tono de desagrado.

Sentí una ola de ira recorrer mi ser al escuchar las palabras de Meryem. ¿Cómo se atrevía a insultar a la Sultana? Mis puños se cerraron hasta que mis uñas casi se perforaron en mi piel, era como si los insultos fueron directo hacia mi. Apreté mis labios, intentando controlarme pero cuando volví a escuchar como insultaba a la Sultana, no pude controlarme.

Antes de darme cuenta, ya estaba avanzando hacia ella. No lo pensé dos veces y me detuve frente ella, estábamos tan cerca que podía sentir su respiración mezclarse con la mía.

—¡Cállate Meryem! —espeté furiosa —. No sabes lo que estas diciendo. Deberías tenerle respeto a la Sultana; ella no es cualquier persona, es la Madre Sultana Hurrem, la madre del Sultán Mehmed III. Conoce tu lugar, no eres más que una serpiente, Meryem.

La mire con desagrado y me acerqué más a ella hasta que solo ella podía escuchar lo que decía.

—No permitiré que hables mal de la Sultana. Ten cuidado con lo que dices.

Meryem sonrió divertida.
—Ay, Cassandra, eres tan ingenua. La Sultana no te necesita; solo te tolera porque te ve como una herramienta útil, nada más. Un día se aburrirá de ti, y entonces, ¿qué serás? Nadie, como siempre.

Mi cuerpo se movió con una furia incontenible. Sin una palabra más, me lancé hacia Meryem. No pensé en lo que estaba haciendo; solo lo hice. Mis manos se aferraron a su cabello con tal fuerza que sentí cómo sus hebras se enroscaban entre mis dedos, como si sus cabellos fueran lo único que me quedaba para aferrarme a mi rabia. Meryem, sorprendida por el ataque, intentó liberarse, pero no la dejé. Empezamos a forcejear hasta que Sumbul llamo a los guardias para que nos separaran.

Llegamos al calabozo del palacio. El olor me golpeó al instante, un tufo a humedad, a moho y a encierro. Apenas podía respirar sin sentir que el aire se me pegaba en los pulmones, pesado y opresivo. Mis pies, desnudos sobre el suelo frío de piedra, resonaban en el pasillo estrecho, y el eco de cada paso hacía que mi estómago se retorciera. El calabozo era mucho peor de lo que había imaginado. Las paredes de piedra eran gruesas, húmedas, y cubiertas de moho, como si toda la estructura respirara en la penumbra, absorbiendo la desesperación de los que habían estado ahí antes.

Era un lugar sin alma. Las antorchas, casi apagadas, iluminaban apenas el pasillo, dejando sombras alargadas que se movían como espectros sobre las paredes.

Al llegar a la celda, mi mirada cayó sobre las rejas de hierro, oxidado por el paso del tiempo, que se interponían entre mí y el mundo exterior. Estaba sola, completamente sola, encerrada en ese lugar miserable que parecía haber sido creado para borrar toda esperanza. No podía evitar que la desesperación comenzara a asentarse en mi pecho, como si el calabozo quisiera tragarse mi felicidad.

Me senté en una pequeña banca de madera qué había en un costado. Empecé a pensar en lo que había pasado y lo que me dijo Meryem, empezó a resonar en mi cabeza. ¿Tendría razón? ¿Solo era una herramienta para la Sultana? No esperaba que me amara pero si que apreciera lo que había hecho por ella. Empecé a reflexionar y llegué a una conclusion, esperaría a que la Sultana se enterara y si me sacaba de aquí era porque me apreciaba pero si no lo hacía...

Me acosté en el banco y cerré los ojos, esperando caer en los brazos de Morfeo.




. . .




NARRA MEHMED

Acababa de salir del Consejo Imperial tras seis largas horas de tensas discusiones y decisiones interminables. Cada paso que daba hacia mis aposentos me recordaba el peso de las responsabilidades que aún tenía por delante, pero en medio de ese agotamiento surgía un pensamiento que me daba cierto alivio: ver a Cassandra. La sola idea de Ilamarla me daba la energía que tanto necesitaba. Había algo en su presencia que me permitía, por breves momentos, dejar de ser el sultán y encontrar una calma que rara vez podía disfrutar. Entendía porque mi madre la valoraba tanto, ella era tan... perfecta.

En cuanto puse un pie en mis aposentos, llame a Sumbul.
—Prepara a Cassandra, la quiero esta noche.

Sumbul parpadeó rápidamente, sus manos temblaban ligeramente mientras intentaba mantener la compostura.

—¿A Cassandra...?

Fruncí el ceño. ¿Por qué actuaba tan extraño? No era raro que yo la solicitará, ella venía siempre a mis aposentos.

—Sí, a Cassandra. Mi favorita. ¿Algún problema Sumbul?

Sumbul tragó saliva y bajó la mirada, nervioso.

—Mi Sultán... —comenzó, con voz temblorosa—, Cassandra... no podrá acompañarlo esta noche.

Fruncí el ceño, irritado.

—¿Y por qué no? —repliqué, mirándolo fijamente.

Sumbul titubeó, tratando de elegir las palabras con cuidado.

—Hubo un descuerdo entre su favorita y otra joven del Harén. —Hizo una pausa y miro hacia abajo, evitando verme a los ojos—. Ellas comenzaron a pelear y fueron enviadas al calabozo.

La ira empezó a apoderarse de mi ser. ¿Quien se había atrevido a encerrar a MI favorita? Mis puños se cerraron con fuerza y la ira nubló mi mente. Sin pensarlo, me dirigí hacia el calabozo para sacarla de ahí.

Al llegar, le pedí a los guardias que me llevaran hasta su celda. Al verla allí, tendida en la banca, algo se rompió dentro de mí. La fragilidad de su figura, tan indefensa en esa celda, me hizo sentir una mezcla de rabia y desesperación. Su vestido, rasgado y sucio, reflejaba la crudeza del trato que había recibido, y los rasguños en su piel me hacían hervir de ira.

Sin pensarlo dos veces, entré en la celda. La puerta crujió al abrirse, y el aire, espeso y húmedo, me golpeó de inmediato. Mi impulso fue inmediato. Me acerqué a ella con rapidez, como si su vulnerabilidad pudiera desvanecerse en cualquier momento, como si yo, de alguna forma, pudiera detener la tormenta que la rodeaba. La levante entre mis brazos y me di cuenta que estaba temblando. La envolví con mi cuerpo, protegiendola del frío que había en la celda.

Llegue lo más pronto posible a mis aposentos. Sumbul seguía en mis aposentos, estaba a un costado de mi cama. Apoye a Cassandra suavemente y me acerqué enojado a Sumbul.

—Llama a una doctora y a la Madre Sultana. Ahora.

Sumbul asintió y se fue corriendo. Suspire y lleve una mano a mi frente. No entendía como fue posible que pasara esto.

Me senté al lado de Cassandra, quien yacia en la cama. Empecé a acariciarle el pelo mientras la miraba a los ojos. Estuve así por unos largos minutos hasta que llego mi madre junto con Sumbul y la doctora. Me levanté de la cama y le hice una seña a la doctora para que revisara a Cassandra. Ella se acercó y comenzó a curarle las heridas mientras yo miraba a mi madre enojado. La doctora no tardo mucho en curarla.

—Ya pueden irse. —dijo mi madre.

Tanto la doctora como Sumbul hicieron una reverencia y se fueron. Tan pronto como paso me acerqué a mi madre enojado.

—Madre, ¿cómo fue que paso esto? Tu eres quien dirige el Harén, ¿cómo pudiste dejar que una concubina atacara a mi favorita? —espeté enojado.

—Mehmed, mi león, yo no sabía de esto. Créeme que sino hubiera hecho todo lo posible para sacar a Cassandra del calabozo. Nadie me informo de esto.

—Si vuelve a pasar algo así, te relevare de tu puesto como dirigente del Harén. ¿Entendido, madre?

Mi madre asintió y le hice una seña para que se vaya. Ella hizo una reverencia y se fue.

Solté un suspiro frustrado y me senté nuevamente al lado de Cassandra. Volví a acariciarle el pelo, mis dedos recorriendo sus mechones en un intento por calmarme. Su respiración era suave, y cada tanto su cuerpo temblaba.

Finalmente, sus ojos comenzaron a abrirse lentamente, y al notar mi presencia, una sombra de confusión cruzó su rostro. Aun dormida, se sentó en la cama y me miró confundida.

—¿Qué hago aquí? ¿No estaba en el calabozo?

—Sí, te traje aquí hace un rato. ¿Por qué carajo te peleaste con una de las concubinas? —pregunté frustrado.

—Es que ella insultó a la Madre Sultana y no lo tome muy bien... Debí controlarme mejor, lo lamento. —ella bajo la cabeza apenada, intentando evitar mi mirada enojada.

Al escuchar sus palabras, el enojo comenzó a desvanecerse, dando paso a la sorpresa. No esperaba que su reacción tuviera que ver con algo así. ¿Había defendido el honor de mi madre? Me quedé en silencio por un momento, asimilando sus palabras, incapaz de ocultar mi desconcierto. Nunca pensé que su lealtad hacia mi madre fuera tan fuerte.

—Tu... ¿Tu defendiste a mi madre de esa concubina? —dije aun desconcertado.

—Claro que sí, Meryem no tiene el derecho de decir eso de la Sultana.

—¿Así que el nombre de la concubina es Meryem? Tranquila, ella recibirá un castigo adecuado pero no vuelvas a meterte en una pelea, avísale a mi madre y ella se hará cargo. No puedes ponerte en peligro así.

—Entiendo... —ella levantó la cabeza y me sonrió —. Gracias por sacarme de ahí.

—Por nada. Ahora descansa.

Ella asintió y volvió a recostarse en la cama. No tardo mucho en volver a quedarse dormida.

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Holaaa, disculpen que estos últimos capítulos tienen como cuatro meses de diferencia es que es complicado escribir debido a las pruebas. Estoy con mucha creatividad así que uno o dos capítulos más van a tener este mes. Y si no me llevo nada, en diciembre van a tener más.

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