
13 | Día Cinco: Vínculo
Abrí la cerradura, sin titubear.
—No quieres dedicarme ni un miserable segundo antes de entrar, ¿verdad? —masculló Seok Jin.
Me centré en girar el pomo, en silencio. La situación me incomodaba cada vez más; necesitaba zanjarla.
—Te he pedido con amabilidad que me permitas explicarme —continuó—. ¡Mierda! ¡Te quiero invitar a comer! ¿Por qué no aceptas?
Porque no le creía nada. Ni su buena intención. Ni su afán por parecer inocente en la mentira. Ni su confesión romántica. Nada.
—No tiene sentido que prefieras hablar con un psicópata perturbado antes que conmigo.
Me apresuré a refugiarme dentro la habitación. Seok Jin abrió la boca, estupefacto, mas no le dio tiempo a protestar más porque le cerré la puerta prácticamente en las narices. Ya estaba. Fin del asunto. No podía permitirme distracciones. Debía centrarme en lo importante.
—Buenos días, Yoon Gi. —Me esforcé en saludar con una traquilidad que me salió solo a medias—. ¿Cómo estás? ¿Has descansado?
El aludido se limitó a observarme. ¿Seguía disociado? Mi sentido común me pidió a gritos que me largara sin comprobarlo pero lo ignoré. Por nada del mundo pensaba volver al pasillo con Seok Jin.
—Hoy no me has traído refresco. —Tras unos segundos que se me hicieron eternos, las pupilas de Yoon Gi dejaron de examinarme y rebuscaron entre mis manos cargadas de cuestionarios—. Es decepcionante teniendo en cuenta que he contado los minutos desde que me he levantado en espera de que llegara este momento. Aunque, claro, teniendo en cuenta el escenario romántico- celoso que acabo de presenciar con ese psiquiatra, es normal que se te haya olvidado.
Escucharle hablar así me resultó liberador. Por un lado, porque me hinchaba en satisfacción saber que, de algún modo, me había estado esperado. Por otro, porque me aliviaba comprobar que había vuelto a la normalidad.
—Tu compañero te agobia —prosiguió—. No me extraña. Parece una persona con una necesidad de atención estratosférica.
—Algo —reconocí—. Pero no pasa nada.
—Es lo que se suele decir aunque sí pase.
Cogí aire, lo más despacio que pude. Agradecía aquella especie de apoyo al validar mis emociones aunque al mismo tiempo lo sentía extraño porque, en teoría, el terapeuta era yo. Aquella bidireccionalidad sin límites normativos marcados era tan nueva para mí que me confundía.
—No has cenado ni desayunado. —Intenté cambiar de tema, con la idea de meterme en mi rol profesional—. ¿Cómo es que tienes ganas de tomarte una bebida?
Torció el gesto.
—Además, no has colaborado con el personal.
—No sé por qué te extraña, ya te dije que solo hablaría contigo —me recordó—. Esos enfermeros son un grupo de chismosos sin vocación que solo se interesan por mí debido al morbo que les genera el hecho de tener a un asesino ingresado —concluyó—. Me tienen miedo pero al mismo tiempo soy el centro de todas sus conversaciones mañaneras. —Soltó una carcajada que se me antojó cansada—. No te imaginas lo interesante que resulta ver cómo se me acercan con los carritos de las medicinas por delante, agarrados a las barras como si apretarlas les fuera a proteger.
No se equivocaba. Los auxiliares le temían, algo por otra parte entendible, y también era verdad que no se caracterizaban precisamente por su discreción a la hora de parlotear en cualquiera lugar. Sin embargo, los pacientes nunca se quejaban porque bastante tenían ya con tener que lidiar con sus respectivos trastornos como para fijarse en ellos. Que Yoon Gi sí lo hiciera era una prueba más de su excepcionalidad.
—Entiendo tu punto de vista —acepté—. Aún así podrías responderles, aunque fuera con un monosílabo, cuando te pregunten, por ejemplo, si quieres una toalla limpia.
—Es difícil hacerlo mientras me acribillan a inyecciones que me dejan como una marmota.
Ya. Lo suponía.
—He traído unos tests. —Como no se me ocurría nada que argumentar, me desvié a los papeles—. Rellenarlos es tedioso pero importante para avanzar en la terapia.
—¿Terapia? —Frunció el ceño—. ¿En qué momento he accedido yo a una terapia?
Vaya por Dios. A pesar de la Olanzapina, seguía siendo capaz de apuntar al detalle y, con ello, de obligarme a exprimirme las neuronas. A ver cómo salía ahora yo airoso.
—Únicamente acepté hablar contigo —matizó—. Te dejé claro que no iba a ser tu paciente.
—¿Y qué nombre le podrías entonces a la relación que hay entre nosotros si no es una terapia?
—Colaboración amistosa.
Vale, buscaba en mí una especie de amigo. Algo así.
—Estupendo —le seguí la corriente—. ¿Podrías ser tan amable de colaborar amistosamente conmigo entonces?
—Hoy no.
Me dio la espalda y arrastró los pies hasta la cama, frotando ruidosamente las zapatillas contra el suelo, como si quisiera arrancarlo a tiras. Le seguí con la mirada.
—No tengo ganas de que me saques otra de tus fotos, gracias. —Se dejó caer sobre el colchón, de lado, con las muñecas atadas por delante del pecho—. Tampoco me apetece charlar ni mirar papeles. —Se encogió—. Tengo sueño.
Deposité los tests a los pies de la cama para poder sentarme con holgura en el borde del colchón, junto a él. Su piel lucía más pálida de lo que ya de por sí era. El cabello oscuro, que le caía despeinado sobre la frente de cualquier forma, le daba un aire melancólico. Hasta su respiración se antojaba desanimada, sin fuerzas.
—Dan era un perro genial —murmuró—. Cuando volvía del colegio salía a mi encuentro, me traía juguetes para que se los lanzara y le encantaba tumbarse donde yo estaba. A parte, cuando me encontraba mal por algo, se daba cuenta. Me metía el hocico entre las manos o me ponía la cabeza en las piernas. —Cerró los ojos—. Pobrecito Dan.
—Tengo cincuenta y tres fotos como esa, Yoon Gi. —Las había revisado tantas veces que incluso me las sabía de memoria—. Has descuartizado todo tipo de animales en estos años.
—No he sido yo. Esas fotos no son mías.
—¿Y entonces de quién son? —Intenté sonar con suavidad, pese a la crudeza de lo que le estaba preguntando; no tenía ningunas ganas de encontrarme de nuevo con su identidad alternativa—. Estaban en tu habitación. Tu hermano Tae Hyung las encontró.
—Tae... —La desgana impregnó su voz—. —La parte en la que entra a rebuscar entre mis cosas me la creo. Le encanta husmear en todos los cajones. —Abrió un ojo, a fin se asegurarse de que le prestaba atención—. Pero, si son mías, ¿por qué no lo recuerdo? Y, ¿por qué Tae te las iba a entregar a ti en vez de pedirme explicaciones a mí?
El corazón se me encogió. Desconocía por completo la realidad sobre sí mismo. Aquel pozo de oscuridad en donde se escondía su dualidad permanecía bien oculto a su conciencia.
—No te lo dijo por miedo —le respondí a las claras—. Creo que lo ocultó porque quería protegerte pero, al margen de eso, también es muy posible que tema que le hagas daño.
Me miró durante unos segundos, pensativo, antes de volver a hundir la cara en la almohada.
—Eso es ridículo. —Apenas se le escuchó—. Yo nunca le haría daño. Le quiero más que si fuera mi hermano de sangre.
La información me dejó de piedra. ¿Cómo? ¿Acaso no lo era? Ay, Dios.
—Creo que me he perdido.
—Los padres de Tae fallecieron cuando era muy pequeño —aclaró—. Mi madre los conocía, o eso creo, de modo que asumió su cuidado. —Dejó escapar un bostezo—. Joder... Me muero de sueño... Detesto la mierda química que me ponen... Me deja tonto.
—Oye, Yoon Gi, oye. — Le moví el brazo, con la intención de hacerle espabilar—. No puedes contarme algo así sin más y luego cambiar de tema. Me gustaría ampliar datos de los vínculos con tus seres queridos.
—No lo hago "así sin más" —me parafraseó. — Simplemente no tengo nada más que decir. Si tanto te interesa la vida de mi hermano, llámale y charla con él. A mí no me apetece.
Genial; ya empezaban otra vez las reticencias. Cada vez que me contaba algo en lo que me interesaba profundizar luego no me permitía hacerlo.
—¿Recuerdas algo de lo que pasó ayer después de que te enseñara la foto?
—Jimin, déjalo estar.
Me mordí el labio, frustrado. No hacía más que chocarme contra un muro cerrado de hormigón pero no pensaba retirarme: aún me quedaba una cosa por intentar.
—¿Sabes? —comencé—. La salud mental es relativa. Yo mismo experimento sensaciones extrañas que me angustian bastante. Por ejemplo, cuando me veo sometido a un estrés importante noto que el mundo pierde sentido.
Las auto revelaciones no eran mi recurso de elección frente a un paciente. Se reconocían eficaces pero también peligrosas ya que usarlas podía conllevar que los roles de la terapia se perdieran. Sin embargo, entre Yoon Gi y yo los límites nunca se habían llegado a marcar de modo que daba lo mismo.
—Me distancio de todo —proseguí, inquieto ante la importancia de lo que estaba confesando—. Veo a la gente pero al mismo tiempo no las reconozco. Siento que respiro pero parece que el corazón es el de otra persona. El entorno se convierte en una especie de mancha. Y, en medio de todo, soy yo pero a la vez no lo soy.
—¿Te ocurre a menudo?
Regresé sobre él. Se había incorporado junto a mí, tan cerca que apenas necesité estirar el brazo para soltarle las correas. La contención se deslizó sobre la sábana. Su pupilas permanecieron clavadas en mí.
—No estoy seguro pero cuando me sucede lo paso muy mal. ¿Sabes a lo que me refiero?
—Sí, lo sé. —Me sorprendió el tacto cálido de su mano sobre la mía—. Yo... —Nuestros dedos se entrelazaron—. También me pasa.
Mi corazón dio un salto al escucharle por fin decir la verdad. Estaba perdido pero era demasiado inteligente como para no darse cuenta de que algo le ocurría.
—Antes de Dan yo tenía otra perra —explicó—. Se llamaba Nana.
"Era diminuta, como una bolita de lana negra, y tan traviesa que se comía todo lo que encontraba. Un día desapareció. Dimos por supuesto que se había perdido y estuvimos buscándola hasta que mi madre la encontró envenenada en un callejón. Por aquel entonces era una mujer muy sentimental de modo que recogió su cuerpo y la llevó al jardín de la casa para enterrarla como merecía. Recuerdo que mi hermano se tiró de rodillas frente al agujero envuelto en un mar de lágrimas durante un buen rato. En cambio yo lo único que hice fue observar la masa de pelo inerte en la que se había convertido aquel simpático animal como si solo me interesara estudiarle. Deseaba abrirle las tripas y mirar en su interior pero a la vez sabía que no estaba bien y me sentía mal porque quería llorar como Tae y no podía. No sentía pena".
Vaya. Así que en ese momento había contactado con las sensaciones de la otra identidad.
—¿Cómo se llama esto que nos pasa?
—Disociación —contesté.
—Disociar es separar lo que antes estaba unido.
—Eso es.
Nos quedamos en silencio, mirándonos durante un tiempo indefinido en el que, sin soltarnos las manos, buscamos hacernos entender el uno al otro que, a pesar de nuestra enorme diferencia de posición, nos comprendíamos. Entonces lo sentí. Un vínculo extraño, intenso, arrollador. Una afinidad inexplicable que, a juzgar por su expresión, él también debió percibir.
—Yoon Gi... —El murmullo me salió solo—. Creo que... Juntos...
Me interrumpí. No, no debía traspasar la norma. No era correcto.
—Sí, yo también creo que juntos nos iría bien —completó en mi lugar.
Enmudecí. El palpitar de mi pecho se disparó. Un enorme calor me subió a la cara. Menos mal que la enfermera Min abrió la puerta. Eso me centró.
—Jimin, ¿puedes venir? —Asomó la cabeza—. Es importante.
Me levanté a la velocidad del rayo. Yoon Gi, más despacio, hizo lo propio.
—Me tengo que ir —me despedí—. Cuando te sientas mejor estaría bien que intentaras responder los cuestionarios. —Señalé los documentos—. ¿Lo harás?
—¿Cuántas preguntas tiene eso?
—Ciento setenta y cinco el primero y...
—Joder —me interrumpió—. Esto es lo que yo llamo querer fastidiarme bien la tarde.
—Tienes tiempo de sobra hasta el lunes.
Salí, no sin antes dedicarle un gesto con la mano, pero me siguió.
—¿Hasta el lunes? ¿Cómo que hasta el lunes? — inquirió, en un deje molesto—. ¿Por qué tanto tiempo? ¿Te vas a olvidar de mí? ¿Me vas a dejar metido aquí muerto del asco?
Su aceleración repentina me generó cierto orgullo.
—Es que mañana es sábado y yo no trabajo los sábados —le expliqué—. Pero no te preocupes, que no pensaba dejarte muerto del asco. Estarás libre, sin contención y con la puerta abierta. También dejaré indicado que puedas estar en el comedor con los demás.
—Ya, ya. —Chasqueó la lengua. —Eres muy considerado teniendo en cuenta que no vas a venir a verme hasta el lunes.
—Es fin de semana. —Me encogí de hombros—. No te enfades por eso.
—No es que me enfade sino que... —Carraspeó—. Te voy a extrañar.
Poco faltó para que me quedara sin respiración. ¿Qué debía responder? Tenía que ser sincero pero mi posición me obligaba a controlas las emociones. Claro que sí, control. Control.
—Yo a ti también.
La frase me salió de forma tan automática que me entraron unas ganas tremendas de golpearme la frente. Control. ¡Rayos! ¿Pero dónde demonios estaba mi control?
—Apuesto a que sí. —Ladeó una medio sonrisa—. Después de todo soy tu caso estrella. No vas a poder dormir pensando en lo que se le estará pasando por la cabeza al "loco Yoon, el carnicero de Daegu".
—Vaya nombre te has buscado.
—Si todos los psicópatas famosos tiene un apodo artístico, ¿por qué yo no? — bromeó, antes de añadir—: Gracias por decirme que te acodarás de mí. Me hace sentir bien.
No fui capaz de contestar nada porque me puse tan nervioso que me apresuré a alejarme. Sabía que la empatía hacia los pacientes tenía barreras pero Yoon Gi me abrumaba a tal punto que las olvidaba. Encima, con tal de conseguir acceder a él, estaba permitiendo que él también se metiera en mí. Eso no podía ser bueno.
"Los pacientes son seres humanos, no objetos sin emociones a los que podamos obviar". Una de las conferencias que me habían dado nada más llegar al hospital se me vino a la cabeza. "Nosotros, los profesionales, también somos humanos y eso significa que sentiremos cosas hacia ellos. Algunas veces será repulsión ante lo que nos cuenten, otras nos enfadaremos, nos sentiremos tristes cuando nos confiesen sus dificultades, tendremos miedo, sufriremos con ellos y nos reiremos de sus ocurrencias. Hasta es posible que alguno nos guste. Es normal; no debe preocuparnos siempre y cuando seamos capaces de mantener una adecuada distancia".
Mantener la distancia. Eso nunca me había resultado un problema, ni siquiera ante personas tan maravillosas como Jung Kook. Ahora, sin embargo, se me antojaba un reto.
Apresuré el paso. Antes de llegar al control no pude evitar echar un último vistazo al pasillo. Yoon Gi seguía allí, apoyado en el marco de su puerta, contemplándome marchar con una expresión mucho más dulce de lo habitual. Ay, demonios. ¿Por qué? Proseguí mi rumbo. Me lo estaba poniendo realmente difícil.
—¿Para qué me has llamado? —Me centré en la enfermera Min, que me esperaba frente al mostrador—. ¿Qué sucede?
—Ha llamado el Doctor Guon, de la Unidad de Cuidados Intensivos. Dice que los investigadores han invadido su planta para tratar de hablar con Eo Woo pero que el chico...
—¿Qué ha pasado con él? —seguí preguntando—. ¿Cómo está?
—Por lo visto ayer trataron de despertarle. —Las manos le temblaron al abrir el cuaderno de incidencias—. Se les complicó y...
—¿Y qué? —La impaciencia me abrumó—. ¿Lo lograron?
—No. —Dejó caer los hombros, abatida—. Ha quedado en estado vegetativo.
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