OO6
𝗨𝗡𝗣𝗟𝗔𝗡𝗡𝗘𝗗, 𝗦𝗨𝗥𝗣𝗥𝗜𝗦𝗘𝗗
▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃
TRANSCURRIÓ UN mes tranquilo, ligeramente animado por las emociones de patrulla. Se había acostumbrado más—no del todo, pero sí más—a la vida en Deadwood; a su gente, a sus peculiares costumbres antiguas. Era una sociedad compleja, con muchas capas que despojar y digerir. Las familias eran un caso intrigante, difícil de descifrar por completo: podía ser que algunos vástagos fueran burbujeantes y abiertos, y otros cerrados y rudamente fríos. Sin embargo, todos parecían compartir ese aire de otro mundo que los diferenciaba mucho de los ciudadanos normales. Era lo más extraño.
Ahora tenía una araña en la espalda, tejiendo sus hilos con temible intensidad, con el nombre de Emélise. Había sido franca en sus intenciones con Ellie, inflexible en las formas de alguien a quien nunca se le ha negado nada. Aaron no compartía esos comportamientos. Era tímido cuando así quería, amable, ligeramente intenso en momentos pero rápido al dar un paso atrás cuando era necesario.
A Ellie no le quedaba espacio para nadie más. Su corazón seguía en las garras de Dina, y no estaba segura de si alguna vez saborearía la liberación. Sí, tenía... necesidades. Necesidades que ella sola no podía sostener. Pero le parecía mal siquiera pensar en comprometerse sexualmente con alguien que no fuera Dina — insatisfactorio; incluso más que usar su propia mano para calmar el hambre.
Había contemplado la posibilidad... Fantaseado un poco. O lo había intentado. Emélise no tenía mal aspecto — con sus ojos grandes y su espesa cabellera que caía en cascada hasta las caderas. Pero nada de eso importaba cuando sus pensamientos siempre volvían a Dina. Dios. ¿Alguna vez la dejaría ir? Quizá debería... intentarlo. No lo estaba haciendo, no honestamente, no de verdad. Una parte dominante de ella creía que no era digna o merecedora de ser feliz de nuevo, especialmente con otra persona. Había provocado tanta tortura en las vidas de las personas a las que amaba; ¿era justo que simplemente saliera y volviera a vivir con alegría? Su corazón había oscurecido gracias a cenizas esparcidas — cada vez que la rozaba la más mínima alegría, la golpeaba con los puños de un enemigo longevo. Se oía su voz atronadora, resonando a lo largo de su cavidad: No te lo mereces. Para siempre estarás atrapada en la miseria que te pertenece por derecho.
Sentía un retorcido afán de castigarse por sentir satisfacción, por descansar, por disfrutar de un atardecer en penumbra en una cama caliente. No era comparable a nada, esta furia que levantaba sobre sí misma — la indignación ante su propio descaro brutal. La audacia que la empujaba a levantarse del suelo era insultante. Merecía que ese mismo suelo se la tragara entera, pausada y visceralmente, que la bajara a los infiernos en medio de un dolor atroz. Tal vez eso fuera castigo suficiente para su veneno.
Pero, por supuesto, la tierra no abría sus fauces para devorarla, así que en su lugar el castigo venía autoinfligido: un apretón de pelo aquí; un enterramiento de las uñas en las palmas de las manos, hasta que las medias lunas rezumaban rojo; largos arañazos en brazos pálidos, lobunamente ambiciosos; labios secos roídos por ágiles dientes. Seguramente había otras formas menos dañinas de lidiar con las penas o la agitación interior, pero ella era ajena a ellas. Tampoco lloraba nunca, ni siquiera cuando era niña. Ahora le resultaba casi imposible empezar a hacerlo, aunque el peso de las emociones no derramadas siempre se aferraba incómodamente a su garganta, anudado y retorcido.
En sus pesadillas sí lloraba; un fuerte torrente que estallaba en ráfagas destempladas, ahogándole la garganta y haciéndola querer toser para expulsar la culpa de sus pulmones. Tenía poco control sobre su subconsciente, y tal vez era eso lo que necesitaba. Al despertar, sólo le quedaba la humedad en las comisuras de los ojos.
Había una excepción: aquella otra noche fatídica, tambaleándose por una calle vacía. Había sollozado. Y mucho. Pero estaba borracha hasta el séptimo infierno y no creía que contara. De todos modos, no recordaba casi nada, sólo la sensación de la sal extraña en sus labios.
Un limbo asfixiante la enjaulaba, en el que un fragmento de su ser anhelaba explorar nuevos horizontes y volver a pisar las aguas de las emociones, y en el que el otro le clavaba las uñas en la espalda y le susurraba al oído que no podía, no debía y no haría. Era difícil elegir a quién obedecer, pero entre la cruda estática resonaban las palabras de Joel, altas y claras como el pecado: Sigues encontrando algo por lo que luchar. Eso era lo que necesitaba hacer, pero ¿cuánto tiempo pasaría hasta que la culpa la aplastara y la convirtiera en polvo arrastrado por el viento?
Era diecinueve de mayo. Su cumpleaños. Lo único que deseaba era pudrirse en su apartamento, como haría un parásito de su calibre. Este día no era tan alegre como debería — sólo evocaba sentimientos amargos en su interior, porque nada podía acercarse a cuando sólo estaban ella, Joel y aquel museo destartalado. Todo le parecía más pesado, más duro — desde un simple paso hasta el acto orgánico de respirar. En qué momia se había convertido, eternamente atormentada.
No prestó atención al agradable clima—buen calor, cielo azul, claro y brillante—mientras se arrastraba hasta la ducha, con la piel resbaladiza por el sudor. El flequillo se le pegaba a la frente. Había estado haciendo ejercicio, intentando recuperar lo que había perdido. Afortunadamente, ya no se avergonzaba tanto de su reflejo, pues había conseguido subir algunos peldaños hacia su antiguo físico. Aún le quedaba un largo camino por recorrer, pero ya no parecía que el viento pudiera partirla en dos en cualquier momento.
Se vistió cómodamente, con unos pantalones de chándal suaves y una camiseta lisa. Su diario la esperaba, junto con una melodía sureña que acompañaría su sesión de dibujo.
El timbre sonó justo cuando se tumbaba en la cama. Su dulce sonido la irritó rápidamente — no quería tratar con nadie en ese momento. Pero quienquiera que estuviese ahí fuera estaba entusiasmado con la idea de entrar, pues no paró de tocar y tocar el timbre hasta que su tañido se hizo aún más molesto para sus oídos.
Una retahíla de maldiciones salió de sus labios mientras se dirigía a la puerta con aire derrotado. El timbre volvió a sonar.
—Ya voy, joder —murmuró antes de abrir la puerta. Su cuerpo se tensó: estuvo a punto de volver a cerrar la puerta al ver la visión que tenía delante. No pudo hacer otra cosa que parpadear, con el ceño fruncido. ¿Qué clase de broma era ésta?
Ellie, como correspondía a alguien que sentía una especial aversión por su cumpleaños, no se lo había contado a nadie. Podía apostar su vida a que sí — entonces, ¿cómo lo sabía Aaron? ¿Y por qué había traído a todo un séquito? Parecía que ese hombre siempre se enteraba de todo lo que pasaba en este pueblo, de una forma u otra.
—¡Sorpresa! —Los chicos corearon cuando la puerta se abrió. La boca de Ellie se frunció en una mueca de desagrado que ni siquiera se molestó en ocultar, y sus ojos se desviaron hacia las manos de Aaron. Sostenía un pequeño pastel, de zanahoria por lo que parecía, desnudo salvo por la parte superior, untada con merengue nevado. Minúsculos trozos de fresa decían: "¡Para Ellie!" sobre el blanco nacarado.
No podía decir nada, tenía las extremidades congeladas y los músculos tensos. Sólo sus ojos se movían, recorriendo el grupo. Reconoció la mayoría de las caras: Emma, tímida en un segundo plano; Amanda y el éxtasis que normalmente la consumía casi crepitando en el ambiente; y Emélise, en primera línea de la asamblea, justo al lado de Aaron, mostrando sus afilados dientes tras aquellos labios relucientes. A las demás personas las había visto, pero no conocido: Una chica de aspecto gregario y ligeramente regordete cuya piel estaba tan bronceada que podría haberse confundido con una naranja, y un tipo fornido que lucía perilla como si estuviera en los noventa.
Aarón dijo algo que ella ni siquiera pudo digerir: se apartó sin fuerzas, suponiendo que era por lo que él gesticulaba como un loco. Y así fue. Todos se apresuraron a entrar como cachorros que siguen a su madre (Aaron) y Ellie volvió a cerrar la puerta. Se colocó detrás del sofá mientras todos se acomodaban en el salón. Una vez sentados y cómodos, miró sus caras sonrientes y frunció el ceño en contraste con la alegría de ellos.
—¿Qué demonios están...? —Se cortó a sí misma, respirando hondo—. ¿Cómo lo han sabido?
—Oh, bueno, utilicé algunos métodos poco éticos... —Aaron respondió. Claro que tenía que ser él. Ellie enarcó una ceja y él continuó, con cierto aire de orgullo—: Yo estaba en la oficina de Blake y ella salió a ocuparse de algo afuera... No sabe que descifré la combinación de ese cajón suyo, en el escritorio. Tomé su diario de trabajo de él y, después de pasar algunas páginas, tropecé con tu registro.
—Le diré que cambie es a jodida cerradura.
—¡Por favor, no lo hagas! Es la mejor forma que tengo de enterarme de lo que pasa en la ciudad. Por favor, por favor.
—Traicionas su confianza.
—Oh, vamos. No es tan grave —puso los ojos en blanco—. Yo mismo soy más valioso para ella que ese diario. Y de todos modos, no es como si ella tuviera algo personal allí; todo es trabajo y cosas generales relacionadas con la ciudad.
—Sólo te aprovechas de tu buena relación con la jefa —añadió la mujer bronceada en tono divertido.
Aaron se encogió de hombros. —Tengo que explotar mi posición privilegiada —esbozó una sonrisa parecida a la del Gato de Cheshire.
Ellie, ya resignada a su inevitable compañía, se había sentado en el sofá, en el espacio que Emélise y Amanda habían abierto para ella en el centro. Se inclinó hacia delante y cogió un poco del merengue de la tarta con el índice y se lo llevó a la boca. El sabor era tiernamente dulce y ligeramente cítrico. Emitió un leve sonido de satisfacción.
—Está realmente bueno. ¿Quién lo ha hecho?
Emélise levantó la mano. —Yo —sonrió—. Tarta de zanahoria, una de mis favoritas. No eres alérgica, ¿verdad?
—No —se rió secamente Ellie—. Gracias por la tarta.
—Ni lo menciones, hermosa.
Ellie giró la cabeza, con una especie de estática crepitando incómoda en su cerebro. Amanda se enderezó y preguntó:
—¿Por qué no nos dijiste de tu cumpleaños, Els? —Le puso una mano en el hombro. A Ellie no le importaba el apodo, pero le recordaba a cómo solía llamarla Dina cuando eran meras amigas, y eso le revolvió un poco el estómago—. ¡Podríamos haber echado una fiesta de verdad!
Ellie sacudió la cabeza, con la mirada ligeramente lejana. —No me gusta nada este día. —Sonó más sombría de lo que esperaba.
—Oh... —Amanda dejó caer la mano. Se produjo una tensión dramática mientras todos compartían miradas—. Me temo que nos hemos excedido...
—¡Lo siento mucho, Ellie! —Aaron parecía terminalmente culpable, con los ojos de cachorro en pleno movimiento. No dudaba en usarlos—. No debería haber hecho esto sin preguntar antes.
—Miró a Emma, que, jugueteando con sus mangas, añadió:
—Podemos irnos si quieres, puedes quedarte la tarta.
La pena que se apoderó del ambiente la entretuvo. Los tonos y los rostros compungidos hicieron que las comisuras de sus labios se curvaran hacia arriba de forma casi imperceptible. Sin embargo, no podía echarlos ahora; podía ser grosera a momentos, pero no tanto. Además, sus planes anteriores eran objetivamente inferiores y sólo la llevarían a revolcarse aún más en las entrañas de su propia desgracia. Esta reunión, al menos, sonaba a distracción.
—No —respondió ella—. Ya están aquí.
Emma se animó. —¿Así que no tenemos que irnos?
—No soy tan desagradecida.
Hubo una rápida sucesión de vítores y síes, a medida que las sonrisas volvían a iluminar los rostros y todo el mundo se preparaba para parlotear sin parar. La presentaron a los desconocidos: Lana, la chica que pasaba demasiado tiempo al sol, y Jamie, el tipo de los noventa. También elogiaron su apartamento y desde ahí continuaron hablando con la mayor libertad. Ellie mayormente escuchaba, en silencio, divertida de vez en cuando. La conversación se desvió por todo tipo de caminos; intentaron muchas veces que ella revelara algo sobre su vida. Se fijó en cómo miraban los dedos que le faltaban. No le interesaba; quería dejar todo eso atrás, así que alejó sus intentos con poco cuidado y en algún momento ellos renunciaron por completo a aquel empeño.
Los cotilleos, por supuesto, encontraron su lugar en la charla y se colocaron cómodamente en el sitio más importante. Ellie se dio cuenta de que a aquel grupo le apasionaban esos temas; todos estaban orgullosamente al día de todo lo relacionado con ello. Amanda, Aaron y Lana eran los individuos más peligrosos, cuyos ojos brillaban salvajemente mientras desglosaban cada minúsculo aspecto de lo que ellos llamaban "las novedades". Los demás escuchaban en su mayoría—no por ello menos interesados—añadiendo afirmaciones y opiniones de forma dispersa. A Ellie le pareció una forma eficaz de conocer el pueblo.
—¡Mariana está a punto de hacerme estallar la cabeza! Esa zorra insufrible, intentando robar todo el brillo en los ensayos. —Se quejó Amanda con amargura.
Jamie negó con la cabeza. —Ya sabes cómo se pone cuando se acerca el festival. Ignórala; cuando llega el día siempre acabas eclipsando a todo el mundo, Ams.
Eso aplacó la amargura de Amanda. Su piel oscura estaba teñida de un rojo intenso, casi imperceptible. Se puso las manos en las mejillas, cerrando los ojos.
—Lo sé, ¿verdad? Tengo un verdadero talento.
Aaron se rió entre dientes. —Qué modesta.
Ellie se interesó por el tema. —¿De qué festival están hablando?
—¡Oh! —Amanda se volvió hacia ella—. ¡Claro, no lo sabes! Es el Festival Anual de Deadwood, que se celebra para conmemorar el día en que las familias fundadoras juraron sus alianzas y se fundó el nuevo Deadwood. Todo un acontecimiento, ¡ya lo verás! Y los preparativos acaban de empezar.
Emélise jugueteaba con un mechón de su sedoso cabello. —Es el acontecimiento más esperado por todos. Y me refiero a todos.
—Sí, todo el mundo ayuda a que se celebre —los ojos dulces de Emma brillaban con visiones que sólo ella podía ver—. Mi madre y yo solemos hornear para la competición de comer tartas.
Ellie sonrió débilmente, entretenida por su entusiasmo infantil. —¿Competición de comer tartas? ¿Eso existe?
—Sí, ¡y mi madre y yo hacemos las mejores tartas de cereza!
—Yo hago las mejores tartas de cereza
—argumentó Emélise, frunciendo ligeramente el ceño.
—Daniel no pensaba lo mismo el año pasado.
—Bueno, la gente desatada ama a otra gente desatada.
Se hizo el silencio, brusca y repentinamente, como si una guillotina hubiera soltado su cuchilla para acabar con la vida de alguien. Estar desatado, como Ellie había aprendido, significaba no ser descendiente de una familia fundadora. La mayoría evitaba y rehuía el término, creyendo que estar desatado no era motivo de vergüenza, ya que todos eran ciudadanos de Deadwood. Emélise, sin embargo, formaba parte de la minúscula porción de la comunidad que se tenía a sí misma y a su estatus en mayor consideración por el mero hecho de llevar un apellido fundador, y ese tipo de comentarios no eran atípicos en su presencia.
Emma se quedó sin palabras al instante. Se podía ver cómo el carmesí se apoderaba de su rostro mientras sus ojos se desviaban hacia el suelo. Era una chica sensible, con un corazón desnudo que llevaba directamente en la mejilla.
—Está bien, Emélise, ya basta. —Aaron puso una mano reconfortante en la espalda de la más joven—. Todo el mundo sabe que eso no significa nada.
Aaron, aunque era hermano de Emélise y se había criado en las mismas circunstancias—presumiblemente—no compartía sus prejuicios. Era una de las muchas cosas que los separaban.
Emélise se limitó a rezongar, girando la cabeza con aire petulante. Afortunadamente, se abstuvo de seguir hablando. A Ellie le disgustó la interacción.
—¿No han nacido todos aquí? No los hace mejores tener cierto apellido.
Emma levantó la cabeza para mirarla, mostrando un pequeño mohín. Con razón Blake no quería tener una relación sentimental con ella — era demasiado joven. Era casi imposible sentir algo más que afecto protector por ella.
—Lo siento. No te enfades conmigo, ¿vale? —Emélise exhaló sin un ápice de arrepentimiento perceptible. Su disculpa ni siquiera parecía dirigida a la propia Emma; miraba a Ellie, que se abstenía de hacer nada y se limitaba a evitar su mirada—. Te hornearé lo que quieras más tarde, Em.
Emma cruzó los brazos a modo de autoprotección, y susurró débilmente: —Vale...
Qué flexible.
—En fin... volvamos al festival. —Amanda parecía ansiosa por alejar el ambiente tenso, y fue como si todos suspiraran aliviados después de que ella pronunciara esas palabras—. Verás, Ellie, es lo máximo. ¡Hay tanto que hacer! Hay actuaciones, competiciones de todo tipo —la más popular es la carrera de caballos—, comida deliciosa y música de la buena. Nadie se lo pierde.
—Ni siquiera el conde Drácula se ha saltado un solo año —sonrió Aaron tras su vaso de agua. (Conde Drácula, alias Blake, como la llamaban). Ellie no pudo evitar una corta risa. El apodo le venía como anillo al dedo.
—Y hablando de actuaciones... —Amanda continuó—, estoy en el equipo de animadoras y siempre actuamos en el festival, así que debes ir a animarme. ¡Será mejor que no te lo pierdas!
—Va a ser una experiencia muy especial para ti, porque eres nueva y todo eso —afirmó Jamie.
Ellie, por primera vez en cualquiera de los planes de estos tipos, no tenía peros que hacer. —Suena bien —exhibió un despreocupado encogimiento de hombros.
—¡Sí! —Amanda mostró sus dientes blancos como perlas en una amplia sonrisa—. ¡Estoy deseando que me animes!
Entonces, Lana soltó un súbito grito ahogado, abriendo los ojos como platos, como si acabara de recordar algo de vital urgencia.
—¡Dios mío! —Exclamó.
—¿Qué? —Aaron fue el primero en preguntar, inclinándose hacia ella. No podía ocultar aquella insaciable hambre de noticias.
—¡¿Se han enterado de que Montier quiere derrocar a la familia St. James?!
—¡Ya me enteré! —Dijo Aaron.
—¡Yo también! —Le siguió Emma.
—Menuda mierda —añadió Jamie.
Ellie parpadeó. —¿Quién es Montier? ¿Y por qué quiere derrocar a Blake?
—Es el jefe de la familia Blanco, los que se encargan de la forja —respondió Lana—, ¡y tiene ansias de poder! Siempre las ha tenido.
—No es un secreto que el puesto de Blake es uno de los más importantes, si no el más importante de nuestra ciudad —explicó Aaron—. Dado que la familia St. James se encarga de la seguridad de nuestra comunidad y de todo lo que pueda conllevar, Blake es una de nuestras figuras más importantes; su poder y autoridad son casi ilimitados.
Amanda asintió con la cabeza y luego añadió:
—La seguridad es posiblemente la parte más difícil y relevante del mantenimiento de una sociedad; como dependemos tanto de eso, es casi imposible pasar por encima de ella. Y, por supuesto, una posición tan alta conlleva gente demasiado ambiciosa que intentará hacerse con ese tipo de poder en cuanto pueda.
Emma resopló. —Él ya es cabeza de familia, ¿por qué no le basta con eso? —Sus palabras rebosaban ingenuidad.
—Hay gente que nunca está satisfecha, Emma —Amanda se encogió de hombros—. Así va la vida.
—Su argumento también es muy estúpido —intervino Jaime, que parecía completamente insatisfecho—. Planea derrocarla sólo porque "la familia St. James morirá con ella, y él tiene más herederos". ¿Y eso qué coño importa?
Opinó finalmente Emélise: —Estúpido, pero cierto. La familia St. James está acabada a menos que ella se case con un hombre y dé a luz a sus hijos, cosa que todos sabemos que no hará... —Se percibía una cierta conciencia en la forma en que dejó la frase suspendida al final, y en la manera en que los demás asintieron, de la que Ellie estaba ausente.
—¿Por qué no lo hará? —Preguntó.
—Ellie, ¿en serio? —Aaron se quedó mirando, incrédulo—. Eres horrible en esto. Está claro que es lesbiana.
—De acuerdo, joder. Perdón por no ser un radar andante.
Él soltó una risita, pero no duró mucho. Un segundo después, volvió a mirar a su hermana y dijo:
—Pero no importa si es verdad, Emélise, no servirá de argumento para derrocarla. La asamblea sólo se centrará en el presente si decide convocar un juicio. Así funcionan las cosas, no se puede simplemente echar a alguien de su puesto como cabeza de familia a menos que haya una muy buena razón, por eso sólo se ha producido un cambio así en la historia de Deadwood.
—¿Cuál fue ese cambio? —Ellie estaba más inmersa de lo que había esperado en todo esto. Pero, como siempre, parecía haber mucho secretismo. Esta gente podía darte la falsa idea de total apertura, pero una vez llegado el momento, se revelaban como expertos en ocultar lo que había que ocultar. Especialmente Aaron.
Él se llevó una mano a la nuca. —Mm... Quizá Blake te lo cuente alguna vez, al fin y al cabo ella fue la figura principal.
Parecía que nadie más quería revelar los detalles, ya que todos se habían quedado en un silencio ensordecedor. Ellie no insistió más.
—De todos modos —continuó Aaron—, no creo que sea tan estúpido como para convocar un juicio. Está claro que no ganará.
—Quiero decir —Emélise sonaba aburrida—. Está claro que esa posición se está comiendo a esa pobre chica.
—¿Qué? —Aaron frunció profundamente el ceño.
Amanda se cruzó de brazos. —Lo que único que está claro es que no sabes de lo que estás hablando.
—¡Sólo mírenla! —argumentó Emé—. Ella no sale si no es a la estación y de vuelta a su calabozo. Casi se puede oler el estrés que carga. —Había una extraña especie de amargura en su voz que hablaba de algo más de lo que simplemente había afirmado. Ellie la miró con curiosidad.
—¡Claro que su trabajo es duro! —declaró Aaron—. El más duro. Pero eso no significa que no esté haciéndolo asombrosamente.
—¿Lo está?
Ellie nunca había visto a Aaron tan rojo. Parecía a punto de soltar humo por las orejas. Todos los demás también lucían profundamente ofendidos.
—No puedo creer que insinúes siquiera que no, porque nunca nada ha sido algo tan claro. ¿No recuerdas lo peor que estaba la situación antes de que ella se hiciera cargo? Los asaltantes se habían vuelto valientes, créelo o no. Ella salvó está comunidad, así que cierra la boca de una puta vez.
—¿Perdona?
—No tienes jodido perdón.
Ellie intervino antes de que las cosas se calentaran más: —Si no puede con todo el trabajo, ¿por qué no asignar a otra persona para que comparta esa carga con ella?
—Ellie, ella hace su trabajo muy bien. Nadie podría hacerlo mejor. No dejes que Emélise te haga creer que es una inepta.
Lana asintió con entusiasmo. —La seguridad en Deadwood nunca ha sido mala, pero ahora está mejor que en toda su historia. Es increíble cómo ha cambiado todo en cuanto ella pasó al frente.
—Además —rebatió Emma—, no se puede asignar a la gente a hacer cosas sin más; tienen que formar parte de familias fundadoras para gestionar el control de ciertos aspectos de la ciudad. Por lo tanto, la única forma que tiene de conseguir algo de ayuda es de alguien que forme parte de su familia, pero sólo se tiene a sí misma. Por supuesto, la "ayuda" sólo se refiere al mando general de su sección: tiene gente que trabaja bajo su jurisdicción, como cualquier otra familia. Tú y yo somos dos de esas personas.
—Es una regla estúpida —respondió Ellie.
—Bueno, aquí valoramos la tradición como a nuestros propio corazón —dijo Jamie—. Es parte de lo que nos mantiene unidos, aún con fuerza. Encontrar esa sensación de... normalidad.
Amanda hizo girar los brazaletes de sus muñecas. —Si hubiera estado haciendo un mal trabajo, ya la habríamos expulsado. Créeme.
Ellie digirió el cúmulo de información durante un momento en silencio, antes de plantear otra pregunta: —¿Su familia murió?
Aaron hizo una mueca cuyo significado ella no pudo descifrar. —No exactamente. —Y ahí se acabó todo. Volvió a dirigirse a su hermana—: En serio, Emélise, me cabreas. No puedo creer que hayas dicho eso.
Lana estiró sus extremidades anaranjadas, haciendo caras peculiares mientras lo hacía. —Si Blake no sale de su cueva es porque no quiere. Tiene poder suficiente para soltar con muchas responsabilidades. Es una adicta al trabajo.
—Ella quiere ayudar a este pueblo en todo lo que pueda —afirmó Aaron—. Por eso la vemos todo el tiempo haciendo cosas que ni siquiera forman parte de su trabajo sólo porque los ciudadanos se lo piden. Se impone tanta responsabilidad, incluso cuando ya ha sacrificado mucho por nosotros. —Su última frase empujó hacia delante el peso de la pena. Ellie ni siquiera intentó preguntar sobre ello esta vez.
Las mejillas de Emma estaban ardientemente rojas. —Lo sé, ¿verdad? Es tan admirable...
—Da igual —suspiró Amanda—. Montier no sacará nada de esto, salvo rebajar aún más su reputación. —Sacó una pequeña vela color marfil de una bolsita que llevaba—. Blake estará bien. ¡Ahora es el momento de cantar cumpleaños feliz!
—Por favor, no —Ellie se llevó una mano al rostro.
—¡Oh, sí! ¡Vamos Ellie!
La obligaron.
A medida que el día se convertía en noche, Ellie llegó a la conclusión de que su compañía no era ni la mitad de mala. Le habían dejado la mayor parte de la tarta, después de que Emélise se negara a servir a nadie más que a Ellie más que finas porciones. Ellie los sacó del apartamento mientras se despedían cordialmente. Emélise se quedó, por razones desconocidas, y les dijo a los demás que continuaran sin ella. Ellie cerró la puerta y se volvió hacia la otra, que seguía sentada en el sofá.
—¿Y bien? —La instó.
—¿Puedes sentarte? Me gustaría disfrutar un poco de tu compañía sin que los demás molesten.
Ellie se cruzó de brazos. —¿Qué quieres?
—Estoy siendo sincera. Literalmente, sólo quiero pasar tiempo contigo, Ellie.
—¿Y hacer qué?
—Lo que surja.
Ellie frunció profundamente el ceño.
—Oh —ella pasó una mano por sus ondas color nuez—. No me digas que sigues enfadada por lo de Emma.
—No me gustó cómo le hablaste.
—Awe —sus ojos brillaban de manera extraña—. No sabía que te habías... encariñado tanto con ella.
—¿Eso es lo que tú también piensas de mí? Después de todo, no tengo familia. Ni siquiera soy de aquí.
Emélise sonrió. —¿Eso es todo? —se levantó de inmediato y se dirigió hacia ella—. Eso no es lo que pienso de ti. Sólo cometí un error, Ellie —intentó tocarle la mano pero Ellie la apartó.
—No es la primera vez que dices algo así. Está claro que es lo que sientes.
—Pero no sobre ti. Y de todas formas, estoy trabajando en ello, esforzándome cada día por ser mejor persona y todo eso. —Por fin consiguió coger la mano de Ellie. Su tacto era aterciopelado. Tal vez Ellie estaba débil porque no había tenido contacto físico en mucho tiempo.
—Esfuérzate más. —respondió.
—Me gusta cuando te pones así de ruda —deslizó los dedos por el brazo de Ellie, quien tuvo que contener un escalofrío.
—Sólo vete, Emélise.
—Vamos, Ellie —casi gruñó. Empezaba a exasperarse de verdad—. Perdóname, no volverá a suceder. En realidad, quiero mucho a Emma, pero supongo que puedo ponerme demasiado peleona defendiendo mis tartas.
Ellie la miró durante un rato. Realmente no confiaba en Emélise y su naturaleza lobuna, pero decidió dejarlo pasar, por el momento. Su mente no daba para más
—De acuerdo.
—Genial, preciosa —estiró los labios tintados en una sonrisa cerrada—. Ahora ven al sofá, tengo algo que preguntarte.
Ellie estaba cansada de este largo día. Se dejó arrastrar hasta el sofá, sintiéndose casi como si estuviera en medio de una experiencia extracorpórea. Una vez sentadas, Emé se puso de lado, colocando una pequeña mano sobre su cadera, bastante voluptuosa. Ellie estaba tensa, con los músculos rígidos. Su cabeza burbujeaba de estrés desmedido.
Emé clavó sus ojos en los de ella. —¿Serías mi cita para el festival? —preguntó, jugando con los dedos de Ellie. Afortunadamente, ella había cogido la mano que estaba completa.
—No lo sé. No quiero iniciar...
—Ellie —la voz de Emé se volvió de pronto bastante firme, casi severa—. Date una oportunidad, siempre estás tan cerrada. Es obvio que te pasaron cosas horribles, así que ahora que estás aquí, ¿por qué no vuelves a vivir?
Las palabras de Joel volvieron a ella. Pero también la cara de Dina. Esto se sentía mal, aunque sabía que no tenía por qué. Debía dejar ir a Dina. Conociéndola y conociendo su fuerza, probablemente había encontrado una vida mejor, una persona mejor. Pronto la olvidaría, y seguramente se alegraría de que haya desaparecido de su vida.
Dios, ¿qué coño le pasaba?
Suspiró bruscamente, sin saber muy bien a qué se iba a apuntar: —De acuerdo. ¿Pero no vamos todos en grupo?
—Sí, pero ahora eres mi cita, es diferente. No puedes irte por ahí y abandonarme. Los demás también tienen citas, porque el festival es una buena oportunidad para que florezca el romance.
Ella ignoró la última parte. —¿A quién van a llevar?
Emé se quedó pensativa un momento. —Aaron cambia de pareja todos los años; Amanda va con su novio, claro; Jaime no suele llevar pareja; Lana depende, a veces sí, otras no; y Emma siempre va con Blake.
Eso sí que la dejó atónita. —¿No era que Blake no quería nada con ella, románticamente?
—Blake siempre dice que no es una cita —se encogió de hombros con indiferencia—. Pero Emma lo trata como tal, por supuesto, pegada a su brazo como un cachorro. Es patético, de verdad. Debería dejarla ir.
—Blake no debería aceptar esas salidas si quiere acabar con los sentimientos de Emma.
—Ja —se rió Emé con ligereza, enhebrando sus dedos en el pelo de Ellie. Ellie dejó escapar un sonido ronco, abruptamente invadida por una oleada de deleite—. Lo intenta, me lo ha dicho Aaron... pero Emma es tan intensa y tan jodidamente testaruda cuando quiere, que utiliza todas las tácticas posibles para que acepte. Bu, no tiene a nadie, bu, nunca le gusta a nadie, bu, todo el mundo se reiría de ella por no tener una cita. Tonterías.
—Tal vez esas cosas son ciertas.
—Por supuesto que lo son, pero ella debería volverse una mujer, dejar de usar esos... trajes de iglesia y hacer algo de sí misma. Tal vez de esa manera conseguiría a alguien.
—No seas capullo, joder.
—Lo siento —se apresuró a decir—. Lo que quiero decir es... que debería convertirse en la mejor versión de sí misma.
—Ella está bien como está.
—No me digas que también le tienes un punto suave. Dios, todo el mundo cae.
—¿Es por eso que Blake no puede negarle cosas?
—Es más profundo que eso. La vio crecer y la vio pasar por cosas muy duras, supongo. Puede negarle muchas cosas, pero el festival es tan especial que no puede decir que no. Y Emma no tiene amigos, así que Aaron intenta incluirla en nuestro grupo de vez en cuando. También se meten mucho con ella. Salir con Blake en la noche más especial del año es la única oportunidad que tiene esa niña de brillar. Me siento mal por ella, de verdad.
A Ellie le costaba entender por qué Emma tenía tantas dificultades sociales: era una chica simpática, de aspecto dulce y amable. Se lo pensó un momento, con los ojos cerrados debido a las atenciones que estaba recibiendo de Emé. Después de un momento, se limitó a decir:
—Supongo que es agradable que Blake quiera hacer eso por ella.
—Sí, da igual, dejemos de hablar de esa idiota. —Emé colocó una pierna sobre el regazo de Ellie. Después de esperar tranquilamente una réplica y no recibir ninguna, se subió completamente encima de ella, a horcajadas.
Ellie abrió entonces los ojos, frunciendo el ceño. —¡Eh!
Emélise sólo ladeó la cabeza, llena de diversión. Desde aquella corta distancia se podía ver el tenue tono verde que dibujaba pequeñas formas en sus ojos azules, sombreados por el dosel de pestañas. Algo le decía a Ellie que debía apartarla, pero sabía que no había ninguna razón lógica para ello.
—Me siento aliviada —sonrió Emé—. Esperaba que rechazaras mi avance, a ti, que te encanta hacerte la difícil.
—Yo no me hago la difícil.
—Oh, sí que lo haces —se rió entre dientes, y esta vez no pareció otra de sus risas insinceras y venenosas.
Ellie no pudo evitar sonreír un poco. —Lo que sea que te haga dormir por las noches.
—Vaya —pasó un pulgar por la mejilla de Ellie, con una ternura que siempre la sorprendía—. Deberías sonreír más —no recibió respuesta, y simplemente continuó—: Me entristeces, quiero hacerte sentir bien —sus alientos se mezclaron cuando ella se inclinó un centímetro hacia delante—. ¿Puedo enseñarte algo?
Ellie sentía todo tipo de mierdas. Su mente era una jungla. Luchaba contra la sensación de que estaba haciendo algo mal, porque ¿por qué no iba a intentar vivir?
—¿Qué? —ella respondió, la voz bajando una octava. Allí estaba, justo allí, el familiar torrente de adrenalina corriendo por sus venas. Emélise le cogió la mano. Despacio, con una lentitud tentadora, la dirigió por debajo de su falda. Ellie planeaba apartarse, pero sus fuerzas flaquearon cuando sus dedos tocaron la tela de su ropa interior. Estaba empapada.
—Joder —murmuró ella, sin poder decir más, frunciendo ligeramente el ceño.
—Eso es lo que me haces, Ellie —murmuró.
Ellie ni siquiera se dio cuenta de que Emé ya le había soltado la mano y que ahora sólo la tocaba por voluntad propia. Intentó apartarse.
—No lo hagas —suplicó Emé, con los ojos nublados—. No lo hagas.
Ellie no sabía por qué escuchaba. Lo que sí sabía era que había echado de menos la sensación de deslizar los dedos de un lado a otro contra algo tan cálido y resbaladizo como aquello. Emé emitió un pequeño sonido y sus ojos se cerraron. Ellie estaba pecaminosamente aturdida: había algo seductor aquí, tan oscuro. Echaba de menos sentirse necesitada, deseada en todos los sentidos. Necesitaba esto.
La piel de Emélise estaba sonrosada de un bonito color rosado; tenía pecas, igual que Ellie, pequeñas salpicaduras de pigmento aquí y allá. Ellie arrastró los dedos hasta el elástico de la ropa interior de Emélise y jugueteó con él. Cada movimiento vino naturalmente hacia ella — como si nunca se hubiera olvidado de nada.
—No —dijo Emélise bruscamente, abriendo los ojos.
Ellie se quedó paralizada, sorprendida. —¿Qué?
—Déjame darte un espectáculo de verdad.
—Se bajó de su regazo. Ellie suspiró, ligeramente aliviada, más rodeada de algo amargo que no podía reconocer.
—¿Lista? —Emélise sonrió de lado mientras agarraba el dobladillo de su blusa—. Feliz cumpleaños, Ellie.
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DEADWOOD
Aaron cuando se trata de defender a Blake:
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