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❛VIEJOS RECUERDOS❜
°❀⋆.ೃ࿔*:🥀・ ➣ El aire era suave.
El aroma a rosas de todo el jardín llenaba las fosas nasales de los Valkyrie mientras el vehículo avanzaba por la fina acera de San Francisco, dirigiéndose a las afueras de la ciudad. Ambos habían estado siguiendo el rastro de un incendio que había llegado a tocar sus puertas a plena mañana.
Hacía unas horas que estaban en camino hacia el lugar que había llamado su atención. El sol era sofocante sobre sus pieles pálidas, pero su cuerpo se sentía fresco gracias a la fría brisa que entraba por las ventanillas. Era un contraste agradable, casi irónico, dado el caos que estaban a punto de enfrentar.
En el estéreo del auto, la radio reproducía las noticias del momento en su zona. Al parecer, este incendio había sido causado por una fuga de gas, y solo había sobrevivido la hija de aquel matrimonio que había fallecido recientemente. Sin embargo, ellos sabían la verdad: un kitsune de fuego, uno que no se veía hacía siglos.
Si una adolescente poseedora de esta habilidad había causado un desastre tan terrible y había llamado la atención de todo San Francisco, era evidente que no tenía idea del poder que portaba. Entonces, ambos sabían que debían acabar con eso antes de que fuera demasiado tarde.
Finalmente, Azara observó a su padre. Él manejaba en silencio, absorto en las noticias. Hacía tiempo que ninguno de los dos salía en busca de sobrenaturales; habían prometido empezar de nuevo y fingir una vida humana, alimentándose de cuerpos moribundos hasta acabar con sus vidas. Pero siempre con discreción.
―¿Qué haremos? ―preguntó ella, con un tono inquietante. ―Las noticias dijeron que la chica se fue del pueblo. ¿Seguiremos el rastro hasta encontrarla?
―Azara, si esa pequeña escapa, será un terrible caos. ¿Lo comprendes? La noche caerá y ella seguirá sin entender sus habilidades. Ahí será cuando otro incendio ocurrirá y despertará a lo que logramos derribar hace décadas. ―El hombre de traje volteó hacia su hija levemente, borrando su sonrisa para mostrar su mejor cara de preocupación. Hacía tiempo ya que deseaba que ella se alejara de esto, pero siempre ocurría algo que lo empeoraba. El silencio acechó entre ellos hasta que finalmente preguntó: ―¿Quieres que eso suceda?
―No, padre.
Afirmó con cansancio; Azara estaba harta de correr. Hacía mas de novecientos años que huía de los problemas. Los eliminaban y luego huían. Siempre había sido así; por esa razón jamás había tenido amigos, jamás había tenido un amor y mucho menos un lugar estable en el que quedarse. Qué ridículo: dos vampiros huyendo, escondidos en las sombras de su oscuro linaje como dos fantasmas ofensivos.
Finalmente llegaron a su destino.
El auto se estacionó frente a aquella casa, donde solo quedaban unos pocos restos de madera en el suelo; los marcos de la puerta aún estaban en su lugar y algunas paredes quemadas se mantenían estables como si resistieran al tiempo mismo.
El lugar apestaba a sangre, algo evidente para sus sentidos sobrehumanos. La muerte se oía a gritos en ese hogar; la parte bruja de Azara clamaba por ser liberada, deseando desatar su fantasma para generar caos entre la línea de la vida y la muerte. Pero aún no lo haría.
―¡Qué mierda!― exclamó Azara al bajar del auto. El aroma a desesperación es el que les daría el rastro hasta el nuevo paradero de la joven.
―No puedo creer que las noticias encubran esto con el simple hecho de que fue una fuga de gas. Esto no es una fuga de gas ― respondió su padre con incredulidad.
―Padre ―la vampiresa giró hacia él, ampliando su sonrisa mientras mostraba sus dientes perfectamente blancos y carcajeaba.― Los periodistas no saben absolutamente nada sobre los zorros a prueba de fuego.
―Ese tipo de zorro es más que a prueba de fuego; no puede estar vivo.
―Lo sé; yo misma me hice cargo de eso hace décadas ―la morocha suspiró levemente, sintiendo cómo su corazón frío como el hielo se ablandaba al hablar del tema. ―Pero ahora parece que ha vuelto. Y no sé si podré hacerlo otra vez.
―Tendrás que hacerlo porque el rastro nos lleva a Beacon Hills. Y si no eliminas a ese animal, nadie del pueblo saldrá con vida. No puede haber una bruja fantasma y un kitsune de fuego juntos; si lo hacen, aquel nogitsune despertará y el caos engendraría en la ciudad, convirtiéndola en un pueblo totalmente muerto. Y nosotros seremos los culpables.
Azara sintió un escalofrío recorrerle la espalda al imaginar lo que podría suceder si no actuaban pronto. Sabía muy bien lo que estaba en juego y lo peligroso que podía llegar a ser todo esto. Sin embargo, también sabía que esta era una oportunidad para cambiar el rumbo marcado por siglos de oscuridad y dolor. Era momento de enfrentar sus miedos y cumplir con su destino; tal vez así podría encontrar finalmente su lugar en este mundo tumultuoso donde siempre había sido una sombra.
Después de una larga conversación que resonaba con el eco de sus sueños y temores, la familia se encontraba nuevamente en aquel auto descapotable negro, dirigiéndose directamente a Beacon Hills. Ese pueblo, que les había dado la vida, pero también les había arrebatado lo más precioso.
Elijah no había vuelto a ese lugar escalofriante en años, donde más de novecientos años atrás había traído al mundo a su hija. El gran árbol, que aún esperaba ver erguido como un guardián del pasado, fue el creador del nacimiento de su preciosa Azara, pero también le había robado su mayor tesoro: su amada esposa, Morgana Powell. La tristeza y la nostalgia se entrelazaban en su corazón mientras recordaba la risa de aquella mujer, la misma que su joven hija poseía.
El auto avanzaba a gran velocidad por las calles desiertas, como si el viento mismo entendiera la urgencia de su viaje. Ambos eran conscientes de que el problema que estaban a punto de enfrentar los carcomería por siglos, al igual que en 1864, cuando un tormento se desató sobre ellos y no tuvieron más opción que entregarse a la muerte. La historia parecía repetirse, y el miedo se apoderaba de ellos como una sombra amenazante.
El aroma del pueblo comenzaba a envolverse en el aire, con las hojas caídas crujiendo bajo el peso de recuerdos olvidados y los árboles moviéndose al compás de una brisa melancólica. Era hermoso y aterrador a la vez.
Los pájaros cantaban con una alegría casi irónica mientras el Valkyrie guiaba el gran auto negro hacia las afueras del bosque, donde se encontraba su hogar. Era una casa antigua pero imponente, con tres pisos; sin embargo, rara vez utilizaban el último, pues sabían que para ellos dos el lugar era demasiado vasto para llenar con solo sus recuerdos.
Las paredes estaban revestidas con un tapiz blanco liso que contrastaba con los suelos de madera oscura, creando un ambiente moderno que parecía respirar vida. Antes de partir, Elijah había ordenado remodelar su hogar según los gustos de su pequeña. Azara se había enamorado perdidamente de cada detalle contemporáneo. Los ventanales eran sus favoritos; dejaban entrar una luz dorada que lucía cada espacio de la gran sala, donde pasaría la mayor parte del tiempo.
La luz natural que iluminaba la mansión era casi mágica; Azara era la niña más feliz del mundo. Hacía décadas que soñaba con este hogar y el asombro llenaba su pecho al dar cuenta de que finalmente se hacía realidad, anhelando finalmente que Beacon Hills sea su última parada por un largo tiempo. Además, este nuevo comienzo también le daba fuerzas para seguir adelante con su carrera como arquitecta, aunque no tenía idea que para poder acabar con el desastre, recientemente creado, debería repetir la preparatoria unos años más.
Con una mezcla de emoción desbordante y pura euforia, comenzó a correr hacia el piso de arriba donde se encontraba su enorme y espaciosa habitación. Su gran cama, en tonos negros y grisáceos como tanto adoraba.
Su balcón estaba adornado con las rosas del jardín tibetano que tanto amaba; tenían un aroma único y envolvente que evocaba millones de recuerdos. Era una mezcla de emociones tan intensas que jamás se había permitido sentir hasta ahora; cada latido de su corazón resonaba con esperanza y anhelo mientras contemplaba lo que significaría realmente llamar a este lugar "hogar".
El aire en Beacon Hills era cálido y perfumado, mientras el bosque resonaba con los trinos alegres de los pájaros. Al caer la noche, las lechuzas dejaban oír su presencia entre los altos troncos de los árboles. Azara estaba completamente fascinada; hacía décadas que este lugar había estado sumido en la oscuridad, y ahora se había transformado en un pueblo donde la gente podía disfrutar de su libertad.
Decidida a explorar, la adolescente se alejó de la imponente cabaña y se adentró en las penumbras del bosque, que mantenía un aspecto sombrío y ligeramente inquietante. Las hojas secas crujían bajo sus pies mientras avanzaba por el sendero, cada paso resonando en el silencio del entorno.
Después de caminar durante largos minutos y girar en distintas direcciones, comenzó a sentir una extraña molestia sobrenatural que le recordaba su insaciable hambre. Así fue como, con determinación, se adentró en las calles del pueblo, buscando a su próxima víctima para saciar su sed.
Mientras sus pasos eran sutiles y sus ojos afilados como dagas, una joven de buen físico y cabello rubio apareció corriendo a cierta distancia. Parecía disfrutar de su ejercicio al aire libre, ajena al peligro que acechaba en la oscuridad.
Con un movimiento ágil y casi imperceptible, Azara utilizó sus habilidades sobrehumanas para perturbar a la adolescente. La chica rubia corría de un lado a otro, sintiendo la brisa fresca que parecía cobrar vida a su alrededor, mientras la vampiresa se deleitaba con la tensión palpable en el aire.
Finalmente, la joven se detuvo abruptamente, plantando sus pies firmemente en el suelo. Una sonrisa cínica apareció en los labios rosados de Azara, lista para convertir ese carmín en un rojo intenso y vibrante.
La rubia gritó, retrocediendo asustada mientras se llevaba una mano al pecho para calmarse. Había comprendido que no era más que una chica; no estaba frente a un animal salvaje como había imaginado.
―Lo siento, creí que eras un animal salvaje intentando comerme o algo así― dijo la joven entre risas nerviosas, tratando de recuperar el aliento. ― Sé que es ridículo.
Azara permaneció en silencio, sosteniendo una mirada perturbadora que desnudaba su naturaleza oscura. La tensión creció entre ellas; era evidente que la rubia se sentía cada vez más incómoda.
La chica comenzó a retroceder lentamente, intentando alejarse sin atraer la atención de la híbrida. Sin embargo, era casi imposible escapar de esa mirada penetrante. Cuando Azara esbozó una sonrisa deslumbrante y mostró sus colmillos afilados, unas venas negras comenzaron a delinearse perfectamente bajo los ojos de la morocha, revelando su verdadera naturaleza y añadiendo un aire aún más siniestro a la escena.
Con gritos ahogados que resonaban en su interior, la adolescente comenzó a correr hacia el borde del bosque. Sin embargo, por mucho que se esforzara, siempre había algo o alguien que la alcanzaba. Azara, como le gustaba hacer a sus víctimas gritar, disfrutaba especialmente de este juego en un vecindario nuevo.
Mientras corría sin rumbo fijo, la castaña ya había encontrado la salida del bosque, donde la esperaba para cazarla con precisión. Su padre le había enseñado a ser discreta y silenciosa, pero todavía le faltaba perfeccionar esas habilidades.
Finalmente, cuando fue atrapada por la milenaria, Azara sintió cómo la sangre brotaba de su cuello mientras las gotas caían sobre su piel pálida. Sus gritos resonaban en el aire y, a medida que comenzaba a perder el conocimiento, el dolor se intensificaba. Era una escena digna de una película de terror; sin embargo, todo se arruinó cuando Elijah irrumpió en la escena, arrancando el corazón de la adolescente y dejándola muerta en el suelo, sin remordimientos.
―¡¿Qué rayos haces?! ―exclamó Azara.
―Acabamos de llegar y ya planeas crear dramas. Una familia vecina vive junto a nuestra cabaña y creo que ahí están nuestros objetivos. ―Elijah, vestido con un traje elegante, puso en su lugar a la pequeña antes de que pudiera chillar una sola palabra más. ―Ubícate y deja esa faceta asesina de dejar muertos a tu paso. ¿Lo entiendes?
―¿Lo entiendes? ―se burló ella. ―Tú mataste a mamá; eres la última persona en el mundo que debería darme lecciones.
En un instante, una bofetada resonó en el aire, haciendo que los ojos de Azara brillaran con rabia y dolor. Sus ojos color chocolate no solían derramar lágrimas fácilmente, excepto cuando se trataba de su padre. Aunque Morgana no era su madre biológica, Elijah siempre había hablado de ella como su gran amor. Si él no la hubiera asesinado fríamente por sucumbir ante sus instintos más oscuros y ayudar al nogitsune en sus siniestras maquinaciones, quizás Azara habría tenido la oportunidad de conocerla.
La chica huyó despavorida, dejando a su padre atónito y tomando conciencia de lo que había hecho. Después de casi novecientos años sin haberle levantado la mano a su hija, ahora Elijah sentía que había cometido un error irreversible.
Los característicos tacones de Azara resonaban contra el pavimento mientras corría. Echar un vistazo hacia la casa mencionada por su padre reveló una mujer adulta de cabello rojizo colocando tazas de café sobre la mesa de la cocina. Pero nada que mostrara algún tipo de sospecha hacia lo que ambos estaban buscando, simplemente que aquella hermosa señorita podría ser la próxima cena de su padre.
Las horas pasaron rápidamente; eran aproximadamente las cinco de la tarde y aún no había caído la noche. La Valkyrie pasó por la preparatoria situada en el centro de Beacon Hills. Mientras caminaba sin rumbo fijo, sus ojos se posaron sobre una figura que parecía un objetivo.
O tal vez no.
A medida que se acercaba, un aroma familiar a cenizas del fuego infernal en San Francisco invadió sus sentidos. Rezo porque no fuera alguien conocido o alguien con quien hubiera tenido historia. Pero ese temor se convirtió en estruendo cuando vio a esa persona girarse.
Su cabello era idéntico al suyo; el mismo color vibrante. Sus ojos azulados brillaban como el cielo despejado y su figura era tan perfecta como la suya misma; cada rasgo delineado con precisión culminando en un mentón exquisito y un cuello delicado. Era idéntica; una réplica exacta de Akira del año 1864.
El corazón muerto de Azara parecía intentar revivir, mientras su alma luchaba por salir del pecho petrificado ante semejante revelación. Caminaba por los pasillos de aquella preparatoria, siguiendo un instinto que la empujaba a buscar un alma que había alterado su mundo en un instante. Sus emociones, amplificadas por el deseo y el dolor, parecían al borde de desbordarse.
Finalmente, la encontró. Sin meditarlo demasiado, tomó su muñeca con un agarre firme, casi desesperado, girándola hacia ella. Sus ojos chocolate intentaban mostrar empatía, aunque en su interior todo era caos.
―Disculpa... ¿qué te pasa? ―murmuró la pelirroja con un tono que no escondía su incomodidad.
Aquella chica, reaccionando de inmediato. Levantó su mano izquierda, con la cual presionó para zafarse del agarre, logrando liberarse con facilidad. Aunque el contacto inicial había sido fuerte, Azara no opuso resistencia. Parecía perdida, su mirada vacía, como si apenas pudiera mantenerse en pie.
Por un momento, la escena se congeló. Los ojos café de la desconocida buscaron ayuda en el aire, hasta que, de repente, para sacarla de su hipnosis la pelirroja comenzó a chasquear los dedos frente al rostro de esta, intentando que reaccionara. Finalmente, lo hizo, pero no como esperaba.
―Akira... ―murmuró Azara con la mirada fija en ella.
El nombre resonó como un eco en el pasillo, y McKeyla sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Era un nombre extraño, uno que despertó en ella algo que no podía explicar: una chispa eléctrica que tensó todos sus músculos.
―Eh... no. Me estás confundiendo ―dijo rápidamente, retrocediendo unos pasos para poner distancia entre ambas.― Soy Keyla. Acabo de llegar a esta escuela. Lo siento, pero no conozco a ninguna Akira.
Azara dio un par de pasos hacia atrás, como si las palabras la hubieran golpeado físicamente. Se llevó una mano a la cabeza, apretando su cabello con fuerza, tratando de aferrarse a algo que la anclara.
McKeyla, mientras tanto, se agachó a recoger los libros que se le habían caído, evitando cruzar la mirada con la chica. Cerró su casillero y le dedicó una última mirada de reojo antes de darse la vuelta.
―Esto es incómodo. Adiós. ―Y, sin esperar respuesta, comenzó a caminar a toda prisa por el pasillo, sin atreverse a mirar atrás.
Azara se quedó allí, inmóvil, observando cómo se alejaba adentrándose a su próxima clase con bastante agilidad. Su corazón, endurecido por siglos de duelo, parecía ablandarse con cada paso que daba McKeyla. La figura que desaparecía entre la multitud era todo lo que había anhelado, todo lo que había perdido.
El mundo de Azara se desmoronaba y al mismo tiempo comenzaba a reconstruirse. Hacía siglos que no veía aquel rostro; la singularidad de su esencia era inconfundible. Y sin embargo, sabía que el destino la empujaba nuevamente hacia un abismo familiar: el duelo, la muerte, la posibilidad de un ciclo interminable.
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