𝘣𝘭𝘰𝘰𝘥 𝘴𝘸𝘦𝘢𝘵 𝘢𝘯𝘥 𝘵𝘦𝘢𝘳𝘴 ───── i
𔔀 GET JINXED ! 🤖 jinx&kael.
by ©xelsylight. 2024.
🤖▐ lluvia ácida.
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Lluvia. Lluvia ácida caía sobre mi piel.
O eso es lo que me parecía, mientras recorría las calles de Zaun, en donde las aguas residuales y sucias arrastraban todo a su paso mientras saltaba entre las sombras y las estructuras desvencijadas de la ciudad. Mis botas, rotas y desgastadas, chocaban con los adoquines, pero no me detenía.
No si quería verme atrapado en sus garras.
Corría alejándome de los bravucones, con aspecto de gigantes y salivando maldiciones por sólo unas pequeñas piezas de carne que había logrado obtener en mi poder por su descuido. Sus pasos tras mi espalda resonaban como martillos en mi cabeza. Me deslicé, sin embargo y sin reparo, entre los callejones cada vez más estrechos.
Mi respiración era agitada, el corazón me latía a mil por hora y varias veces había pensando en tirar la maldita comida, dejarlo todo atrás..., pero sé que habría resultado en vano; me darían una golpiza por mucho que les devolviera lo robado. Ya fuera por venganza, placer o simple juego.
Daba igual, no quería que me agarrasen por nada del mundo; hacía semanas que conseguía no recibir algún golpe de nadie y no pensaba romper mi racha ahora mismo.
Sobre mi pecho, en el cuello, revotaba algo que me apuñalaba con cada paso que daba; era un medallón y lo tenía desde que podía recordar. Era un simple círculo, con dos llaves cruzadas más unas K dobles; algo desvencijada por el paso de los años pero intacta, quizás por el buen material del que estaba hecho. Era plateado.
Muchas veces habían intentado robármela, por la hermosa calidad que tenía, suponía..., pero por pura suerte siempre había conseguido mantenerlo conmigo, de alguna manera. No me gustaría perderlo, era algo..., algo que me mantenía unido de alguna manera a mi pasado.
Fuera cual fuera, claro, porque desde que podía recordar, siempre había estado en las calles. Aunque hubo algún tiempo, a la edad de cuatro o cinco, en que me quedé al cuidado de un señor regordete al que llamaba Binno... No duró mucho. Era amable, pero tenía muchas deudas y murió por una de ellas y volví a quedarme solo.
De todas maneras ese colgante era algo que no podía abandonar del todo.
Como tampoco a mi amigo fiel, que desde hacía varios meses me acompañaba a todos sitios.
Ahora corría a mi lado, saltando con agilidad. Era un pequeño zorro blanco con un cuerno en la frente, una criatura extraña nacida del Shimmer, probablemente. No sabía porqué había elegido quedarse conmigo, de entre todos los huérfanos comunes en Zaun, pero ahora éramos inseparables.
Juntos, aprovechábamos lo que el resto de la gente de aquí abajo, de la Ciudad Subterránea, despreciaba. Solíamos deslizarnos entre las multitudes, robando pan, otras veces piezas de fruta e incluso a veces, algunos pasteles recién calentados en los bajos mercados. Ver todo eso siempre era un tesoros, ya que todo nuestro hogar siempre se veía constantemente en una lucha por bajos recursos. Eso sí, siempre sin pasarnos y lo suficiente para ambos; a veces, nos sentábamos en los rincones oscuros de la ciudad, escuchando el sonido de gente peleando o regateando, mientras el pequeño zorro lamía entre mis dedos, esperando por la próxima comida.
Su pelaje era seguramente blanco, pero por la vida aquí abajo, se ennegrecía constantemente.
Pero hoy, todo había salido terriblemente mal.
Todavía pienso en esa forma tan inútil de dejar caer las piezas de comida delante de los dueños, fue un accidente. Tropecé, algo que normalmente no ocurría y bueno, tuve que salir por patas. Fue en un cerrar de ojos: ellos me perseguían ahora y yo trataba de perderlos.
Pero no era como siempre, no tenían esos rostros perdidos por las drogas o sumidos por el deseo; realmente parecían gente peligrosa. Tenían pistolas con aspecto caro y una de ellas, una mujer de piel blanca y cabellos verdes, parecía la más enfadada. Aunque me sorprendía que fuese capaz de correr con esos tacones de aguja.
—¿Te crees muy valiente al robarnos delante de nuestras narices? —gritó ella, mientras no cedía la persecución y mientras doblábamos esquinas con destreza.
Yo con mucha más facilidad, claramente, al ser más pequeño y escuálido. Supongo que al ser más desnutrido tendría que tener sus ventajas.
El zorro blanco corría a mi lado, maullando mientras sus orejas largas se removían de un lado a otro. Sus cortas patas apenas rozaban el suelo mientras trataba de seguir mis pasos; se adelantó por un segundo y acabamos —atravesando a personas que no dejaban de cruzarse por mi camino— delante de un edificio con luces brillantes y que me hacían daños en los ojos. Tenía un letrero y alcancé a leer "El Último Trago" antes de abrir sus puertas y correr hacia el interior.
Era un milagro también que supiera leer; pero en eso me ayudó Binno. Aunque habían muchas palabras que desconocía, resultaba fácil con grandes letras y remarcadas como esas.
De todas maneras, entré corriendo a esa especie de bar en dónde habían en gran parte adultos, algunos adolescentes que me miraron por encima del hombro, pero agarrando la carne con fuerza y sosteniendo también ahora al zorro de cuerno que saltó sobre mis brazos, los ignoré a todos. O al menos, eso intenté.
Empujé a un señor que se quejó por el golpe, pero parecía demasiado concentrado en beber su copa con líquido morada y brillante como para reparar demasiado en mí. Todo el aire acumulado en ese bar estaba impregnado de humo, hasta el punto en el que resultaba imposible respirar; pero cuándo escuché que las puertas se abrían de nuevo, preguntando por un niño pequeño de cabellos azules oscuros, supe que incansablemente me seguirían a dónde fueran. Los odiaba.
Y esperaba que no fuese así, que me dejasen respirar al menos unos segundos.
—Chico, ¿quieres un poco? —me preguntó una mujer de piel morena, con un cabello rosado y recogido en una coleta.
Parpadeé entre toses, negando el puro que me ofrecía.
—No, lo siento..., yo... —Y ella pareció darse cuenta de mi problema y sosteniéndome de un hombro, me impulsó hacia delante.
—Sube, allí no podrán seguirte. Pero —me advirtió— por nada del mundo se te ocurra entrar a la oficina de Silco.
Esas palabras me hicieron temblar de parte a parte, mientras asentía con rapidez y escalaba las escaleras sin descanso y dándole las gracias. Pero el hombre que vivía aquí, ese tal Silco, no sabía mucho de él. No lo había visto nunca, pero era consciente de que mandaba sobre la gran parte de la gente de Zaun y de que tenerlo enfrente, nunca acabaría en buenos términos.
Tropecé en la última escalera, escuchando un maullido de alerta del zorro blanco y corriendo con los pulmones en fuego, me encontré en un pasillo con varias habitaciones. Allí, esperando que las palabras de la mujer de antes fueran en serio, me permití detenerme para tomar profundas respiraciones.
Me costaba respirar, dolía, pero mientras avanzaba con lentitud, el zorrito y yo comenzamos a comer para disfrutar de lo que habíamos robado, ya que nos lo merecíamos. También por si acaso, miré a mi espalda pero vi que no subía nadie; así que por lo menos la mujer resultaba de confianza.
Caminé con los restos de la carne entre mis dedos, siendo lamidas por el zorrito, mientras me decantaba por abrir una habitación al fondo del pasillo. La puerta era metálica y aunque tenía roturas y aspecto antiguo, era resistente. Tan así, que tuve que empujar con todo mi cuerpo para abrirla; olvidando momentáneamente la advertencia de la mujer y guiado por mi curiosidad, entré a la habitación que daba más pinta de oficina.
Era bastante grande, al fondo había una vidriera circular y que dejaba plena vista de las calles de Zaun; lo supe al asomarme por ella. También descubrí que los hombres que me perseguían, bañados en tatuajes y perforaciones, desaparecían calle abajo.
Eso me alivió de inmediato, porque realmente significaba que estaba a salvo.
Entonces, dando más vueltas por la habitación, descubrí un sofá mullido y encima del escritorio, papeles y papeles sin sentido alguno para mí. La mayor parte de sus hojas mostraban palabras complicadas y rindiéndome ante la idea de averiguar algo, acaricié la cabecita del zorro, toqueteando suavemente su cuerno pequeño mientras me decía que era hora de esfumarme de este bar y de vagar por las calles a encontrar algún hueco en el que dormir esta noche.
Nunca me establecía en un sólo lugar, sobre todo para que la gente a la que robaba, no se acostumbrara demasiado a mis trucos y salidas en polvo.
Cuando me dirigí hacia la puerta, entonces, asustado, descubrí que alguien entraba. No lo pensé dos veces antes de ocultarme tras el escritorio, en busca no de traerme más problemas. Este tipo de cosas a veces me pasaban, por lo que mi zorrito estaba acostumbrado a mantener silencio. Con gotas de sudor frío resbalándome por la frente, escuché la voz de un hombre y de una mujer.
Me asomé por una esquina del escritorio, acuclillado, mientras veía a ambas figuras.
Uno era un hombre joven, escuálido pero bien vestido; estaba de espaldas por lo que no podía verle el rostro, pero aguantando la respiración, le dio mucho más miedo la mujer. Era morena, alta de cabello recogido y aspecto rudo. Tenía incluso más musculo que el hombre, pero lo miraba con respeto. Di un pequeño salto sobre mi sitio, cuando el hombre se apoyó al frente del escritorio.
Supe, de alguna manera que si me pillaban, estaría perdido.
—El ataque será dentro de una semana. Lo tengo todo preparado y me he asegurado de que en las calles corra el rumor de un buen botín de Piltover, a ver si llamo así su atención —comentó el hombre, mientras la mujer daba una mirada alrededor.
Me encogí más sobre mi hueco, asustado con la idea de que me viesen, y ella repartió su mirada por la habitación, confundiendo seguramente al hombre.
—¿Ocurre algo, Sevika? —Ella parecía encontrar algo raro y mordí mis labios, pensando en que a lo mejor había dejado los papeles del escritorio mal acomodados.
—Silco. ¿No ves algo raro? ¿Cómo si alguien hubiera entrado?
Silco... Así se llamaba el hombre. Tuve ganas de devolver mi recompensa a mi huida al darme cuenta de que había caído en la trampa más tonta del mundo. En ese momento, no supe qué hacer; el miedo me recorría de pies a cabeza, y mareado, me di cuenta de que tenía que huir.
No podía quedarme, a menos de qué quisiera morir; lo cual, claramente no estaba entre mis planes todavía.
Pero, antes de que pudiera decidir, el hombre avanzó, su paso seguro y firme hacia el escritorio. En su mano, vi algo resplandecer: una pequeña daga. Tragué grueso, aferrándome al zorro sin nombre mientras me encogía todavía más sobre mi hueco.
Sin embargo, Silco sólo clavó la daga en el centro de la mesa y se dio la vuelta, para hablarle a esa tal Sevika.
—No te distraigas, reúne a toda la gente que puedas. —La mujer asintió, con los brazos detrás de su espalda—. Vete y regresa con un buen número, Sevika.
Finalmente, cuándo la puerta se cerró con fuerza, pensé en esperar a que rodease el escritorio para ocultarme detrás del sofá, y esperar a que se marchase —por mucho que tuviera que esperar horas— para atreverme a escapar. Era un plan arriesgado y bastante improbable resultaba salir ileso, pero tenía que intentarlo.
Pero, de nuevo, la voz del hombre me congeló en mi sitio.
—¿Vas a salir de ahí, o tengo que sacarte?
Sentí que las ganas de devolver lo poco que tenía guardado en mi barriga y mi zorrito también tembló en mis manos. Pero sin buscarme más problemas, me levanté temblando de mi posición. No era tonto, sabía que eso había sido algún tipo de amenaza encubierta y ni siquiera me sorprendía que me hubiera descubierto. Quiero decir, era Silco, con eso era todo.
Mis ojos revolotearon nerviosamente por toda la habitación hasta encontrarlo inclinado sobre la mesa del escritorio, jugando con un puro en sus dedos. Me miró con ojos inquietos, curiosos, y sentí que volvía a temblar al fijarme en su ojo natural, de un azul profundo, y en el otro recubierto de cicatrices y negro, con la iris dorada. Daba mucho más miedo desde cerca.
Me aferré con más fuerza a mi zorrito, mientras inclinaba la cabeza para pedirme perdón.
—No... N-No pretendía meterme en su oficina, pero... Me estaban persiguiendo y, y sólo pensé en ponerme a salvo. No quería... —Las palabras se me atoraban en la garganta pero es porqué no tenía ni idea de cómo reaccionaría este hombre conmigo.
Quiero decir, a lo mejor hacía volver a la mujer de antes y me mataban allí mismo por mi impertinencia. La idea me mareaba de sólo imaginármelo.
Pero me sorprendió ver que el hombre sólo inclinaba una de sus manos hacía mi, con una lentitud arrolladora. Pensé que me agarraría del cabello, o algo, pero con los ojos borrosos me fijé en qué simplemente acarició el medallón que me quedaba un poco grande y que me colgaba sobre el pecho.
Levanté la cabeza, confundido, pero Silco parecía interesado en este. Le dio un par de vueltas, forzándome a acercarme para que la cadena no me hiciera daño, y este repasó con sus dedos el emblema que tenía grabado.
Allí, tan cerca, me di cuenta de que no se veía tan escuálido como parecía y de que posiblemente, si quisiera, también podría matarme allí mismo.
—Esto... ¿de dónde lo has sacado, si se puede saber? —Su tono de voz era calmado, pero frío y distante. Lo soltó para darme más espacio, mientras apretujaba a mi pequeño animal entre mis brazos, para darme fuerzas.
Carraspeé, intentando que la voz me saliera firme.
—Lo... Lo tengo desde que recuerdo, señor. —Su ojo natural se entrecerró nada más escucharme. Yo traté de no mirarle mucho al rostro.
Ahora mismo no se veía tan frío y loco cómo me había imaginado, simplemente pensativo. Se echó hacia atrás, haciendo un movimiento para que me adelantase y apareciera a su frente. Eso me aterrorizó, porque todavía no había visto las posibles repercusiones, pero lo hice.
Mi zorrito tenía la piel erizada, pero era tan pequeño que dudaba de que realmente pudiera hacer algo en mi defensa. Caminé, dejando atrás la protección del escritorio, y me detuve a su frente. Silco me repasó con la mirada y no tenía ni idea de lo que podía estarle pasando por la cabeza, pero cuándo me acarició un mechón de cabello, me encogí sobre mí mismo.
—No quería molestar, señor, de verdad. Me... me voy ahora mismo, si así lo quiere. N-No he tocado nada, además —expliqué, notando qué las manos me temblaban más que nunca.
Una cosa era enfrentarse todos los días a las calles de Zaun, otra muy distinta era caer en las garras de alguien que la controlaba a grandes velocidades. Sobre todo, si me recordaba tanto a algo que me obligaba a enterrar en mi cabeza todos los días.
Porque esa mano en mi cabello, me recordó esa mano áspera que sujetaba una correa de cinturón. A esas manos que me dejaron cicatrices en la espalda. Pero sacudiendo la cabeza, dejé de pensar en esas cosas cuándo él apartó su mano de mi cabello y tarareando con la voz, sus palabras, me desconcertaron.
Traté de regresar a mi situación actual, olvidándome de lo que pasó tras la pérdida de Binno.
—¿Tienes dónde quedarte? ¿O familia, o eres un niño de la calle?
Lo miré sin entender por unos segundos lo que me decía, mientras parpadeaba confuso. Silco suspiraba, como si estuviera acostumbrado a este tipo de reacciones y, volvió a preguntarme.
—¿Tienes o no, chico?
Negué con la cabeza, notando que su ojo natural no se separaba ni un segundo de mi colgante.
—No... Soy de la calle, señor —dije, para descubrir una complacencia en su rostro.
Se devolvió a su escritorio, se sentó y me miró con ese rostro satisfecho, para ofrecerme algo que jamás me habría imaginado al entrar a su oficina.
—¿Te gustaría trabajar para mí?
—¿Qué?
Se río a bocajarro, para echarse el cabello hacia atrás.
—Pregunto si te interesa quedarte y servirme. Normalmente no suelo ofrecer este tipo de oportunidades tan a la ligera, pero... —Dio un golpe en la mesa—, ¿cómo lo diría? Siento... lástima por ti, chico.
Volví a parpadear, desconcertado, incapaz de creerme ni una sola palabra. Pero mi boca se movió sola, guiada por la esperanza de tener una mejor vida y de no depender de la suerte y de minucias para sobrevivir cada día.
—Tendré... ¿tendré al menos una comida al día y un sitio para dormir, señor?
Él volvió a sonreír, y echándose hacia atrás en la silla, comentó:
—Procuraré que sea unas dos comidas al día, pero... sí me prometes lealtad, te ofreceré una mejor vida que la que te dan las calles, chico. —Ante mi silencio, añadió rápidamente—: Es una oferta rápida, niño. No lo pienses mucho.
Pero ahí estaba, el mal sabor de boca.
—Si digo que no..., ¿me matarás?
—Lo más probable.
Su respuesta inmediata me dio escalofríos. Y, no dudé en mi respuesta.
—¿Qué tengo que hacer?
Silco me señala, con un rostro serio. La puerta del fondo se abre, pero sólo puedo mirar al hombre que de alguna manera, acababa de salvarme la vida. En más de un sentido.
—¿Cómo te llamas, niño?
Al mirar hacia mi espalda, descubrí que la mujer era la misma de antes. Esa tal Sevika, y que realmente dudaba de que hubiera abandonado el edificio en un principio. ¿Qué me esperaba? Estos dos llevaban más tiempo haciendo cosas parecidas a las mías, era un iluso si pensé desde un principio que podría salir sin dar nada a cambio.
Aunque, la oferta era muy buena y al final, habíamos saliendo ganando mi zorro y yo.
—Kael, a secas. —Él asintió y señaló al animal—. No... No tiene nombre, pero... ¿puedo quedármelo, por favor? Siempre hemos estado juntos y...
Silco asintió sin escucharme del todo, y se dirigió hacia la mujer que ya se encontraba a mi espalda, recta y con un rostro imperturbable. En realidad, me daba miedo también.
—Sevika, te presento a un nuevo miembro de nuestra gran familia. Kael, te presento a Sevika, la persona que se va a encargar de enseñarte todo esto y de hacerte un lugar conmigo. Quiero que los dos permanezcáis todo el tiempo juntos, tómalo... como un pupilo tuyo.
Ella no pareció encantada con la idea, tanto que lo dejó en claro.
—¿Me estás pidiendo que sea su niñera? Yo no te sigo para estas tonterías, Silco y...
Pero el hombre no dio su brazo a torcer y de repente, me sentí como un trozo de carne.
—Lo harás, porque te lo estoy diciendo. No quiero volver a oírte quejarte del tema. —Ella cerró la boca, mirándome con aburrimiento y odio. Volví a encogerme allí parado—. Te asegurarás de darle una habitación, y no lo tratarás mal. Ya verás que te resultará de lo más útil tenerlo a tu lado, ¿ha quedado claro?
La mujer asintió, sin mirarme de nuevo. Entonces, Silco nos pidió salir de su oficina y Sevika salió primero, pero me esperó en la salida.
Yo no supe qué hacer, ¿así tan fácil, mi vida había cambiado?
—G-Gracias, señor por...
—No me las des, me demostrarás tu agradecimiento con trabajo duro. Aquí no vas a descansar, vas a asegurarte de ganarte tu sitio aquí hasta que crea conveniente. Kael, tienes que demostrarme que eres capaz de devolverme este enorme favor con una lealtad eterna. ¿Entiendes de lo que hablo?
Asentí, finalmente saliendo de la habitación, abrazado a mi animal y siendo observado con molestia por esa mujer enorme. De verdad, no tenía ni idea de lo que acababa de pasar.
Me pregunté si era algún tipo de juego, o el destino tomando el pelo; fuera lo que fuera, me prometí no decepcionar a Silco, porque era la primera persona que no se había aprovechado de mí. Que me había dado un hogar.
𓍯 ࣪🦴. ELSYY AL HABLA (!)
muchas gracias por su apoyo.
omggg estaba emocionada de subir esto, amo a kael, me rompe su pasado del que hemos visto un poco y voy a amar su relación con sevika, omggg. en el siguiente ya veremos a la joven jinx, ¿emocionados?
nos vemos pronto, arcanos.
𓆤.
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