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ENTRE A CASA con un suspiro cansado, escuchando los gritos familiares de mi mamá resonando desde la sala. Apenas cerré la puerta, me quité los zapatos y comencé a avanzar, pero me detuve en seco al ver la escena que se desarrollaba frente a mí.
En el centro de la sala, Sungyeol y el tío Dae-sang estaban arrodillados en el suelo, con la cabeza inclinada hacia abajo, como si fueran dos niños pequeños atrapados en medio de una travesura. Mi mamá, con el ceño fruncido y una furia inconfundible, sostenía un palo de madera en sus manos. El ambiente estaba cargado, tenso, como si en cualquier momento el mundo pudiera explotar.
—¡¿Quién de los dos me hizo tener ese sueño de concepción?! —vociferó mamá, apuntándolos con el palo como si estuviera interrogando a dos criminales.
Ambos se sobresaltaron al unísono, nerviosos, como si estuvieran ante un juicio divino.
—Mamá, ya te dije que fui yo —murmuró Sungyeol, inclinándose un poco más hacia adelante. Su voz era tranquila, pero sus hombros tensos lo delataban.
Antes de que pudiera continuar, el tío Dae-sang lo interrumpió bruscamente.
—¡Oh, Sungyeol! Te dije que no me cubras. —Se inclinó aún más, atrapando el pie de mamá entre sus manos como si estuviera rogando por misericordia—. So-hee, perdóname.
La escena era tan absurda que, de no estar en medio de una tormenta emocional, me habría reído.
—¡Malditos! ¿Quién fue? ¡Solo pudo ser uno! —exclamó mamá, su mirada oscureciéndose.
Solté un pesado suspiro y avancé hacia ellos, incapaz de seguir viendo cómo se acusaban mutuamente por algo que claramente no era culpa de ninguno.
—Fui yo. —Mi voz cortó el aire como un cuchillo, firme pero temblorosa.
Mamá se giró hacia mí, su rostro transformándose del enojo puro a una expresión de asombro. Los ojos de Sungyeol y el tío Dae-sang se abrieron como platos mientras negaban enérgicamente con la cabeza, indicándome que no dijera nada más.
Pero no podía detenerme ahora.
—Mamá... —tragué saliva y sentí que mi garganta se cerraba—. Estoy embarazada.
El silencio que siguió fue ensordecedor. El palo de madera que mamá sostenía cayó al suelo con un golpe seco, resonando como un eco en el vacío que llenaba la sala.
Sungyeol se levantó rápidamente, colocándose entre mamá y yo como un escudo humano, sus movimientos tan apresurados que apenas podía mantener el equilibrio.
—Mamá, no te preocupes —dijo, su voz quebrada por los nervios—. Va a abortar. Probablemente ya lo hizo, ¿verdad? —Se giró hacia mí, sus ojos llenos de ansiedad, como si buscara desesperadamente que lo confirmara.
No pude responder. Mi garganta estaba cerrada, un nudo pesado bloqueando cualquier palabra. Mis manos temblaban ligeramente mientras intentaba respirar, pero las palabras finalmente salieron, quebradas.
—No puedo hacerlo.
El empujón de mamá hacia Sungyeol fue inesperado, quitándolo del medio con una fuerza que me dejó congelada. Se acercó a mí con pasos firmes y me miró directamente a los ojos, su respiración agitada llenando el aire. Su mirada pasaba de la incredulidad al enojo, y luego a una especie de desesperación que me partió el alma.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó, su voz cargada de rabia contenida—. ¡¿Qué vas a hacer?!
Tomé aire, reuniendo todo el coraje que tenía, aunque sentía que mis piernas podían fallarme en cualquier momento.
—Voy a tenerlo. —Mi voz salió más fuerte de lo que esperaba, pero al mismo tiempo temblorosa, como si me estuviera aferrando a las palabras para no caerme.
El rostro de mamá pasó por una serie de emociones en cuestión de segundos: incredulidad, furia y algo que no pude descifrar. Dio un paso hacia atrás, como si mis palabras la hubieran golpeado físicamente.
—¿Qué dijiste? —susurró, casi como si no pudiera creer lo que había oído.
—Voy a tener al bebé. —Repetí, esta vez más firme, aunque mis manos temblaban ligeramente a mis costados.
El silencio que siguió fue aún más ensordecedor que el anterior. Sungyeol, detrás de mamá, me miraba con una mezcla de pánico y preocupación. El tío Dae-sang parecía no saber si intervenir o quedarse callado. Y mamá... mamá simplemente me miró como si no reconociera a la persona que tenía delante.
El silencio que siguió fue como una bomba. La expresión de mamá pasó de incredulidad a pura furia. Sus manos temblaron antes de que levantara una de ellas y me abofeteara.
El impacto fue tan fuerte que mi rostro se giró hacia un lado. El calor de la bofetada se extendió rápidamente por mi mejilla, pero me quedé en mi lugar, inmóvil, con los ojos clavados en el suelo.
—¡Eres una vergüenza, Sun-hee! —gritó mamá, su voz cargada de rabia y algo más... un dolor profundo que me golpeó tanto como la cachetada—. ¡¿Cómo puedes decirme esto?! ¡¿Qué clase de hija hace algo así?!
No respondí. No podía. Sentía la garganta cerrada, mis ojos ardiendo con lágrimas que me negaba a dejar salir. Todo lo que había dicho era cierto, pero eso no hacía el momento menos doloroso.
Sungyeol dio un paso adelante, intentando interponerse entre nosotras otra vez.
—¡Mamá, ya basta! —exclamó, su voz desesperada mientras extendía los brazos para bloquearla—. Golpeándola no vas a resolver nada.
Mamá lo ignoró, mirándome con los ojos llenos de una mezcla de furia y lágrimas.
—¡¿Cómo esperas criar a un hijo, Sun-hee?! —preguntó, casi gritando, aunque su voz temblaba ligeramente—. ¿Tienes idea de lo que estás diciendo?
—Sí, lo sé —respondí, mi voz quebrada pero decidida—. Y voy a hacerlo, aunque no lo entiendas.
La sala quedó en silencio nuevamente, solo interrumpido por la respiración pesada de mamá y los sollozos contenidos que Sungyeol intentaba esconder. El tío Dae-sang me miraba con preocupación, pero no se atrevió a intervenir.
Mamá me tomó de la mano con fuerza, su agarre era firme y casi doloroso mientras me arrastraba hacia mi habitación. Mi mente estaba en blanco, aún intentando procesar lo que estaba ocurriendo. Entró conmigo al cuarto, sin soltarme, y abrió la puerta del armario con un movimiento brusco.
Sacó mi maleta del clóset y la arrojó al suelo con tanta fuerza que el impacto la hizo abrirse. El ruido del golpe resonó en el silencio de la habitación como un disparo. Mi corazón se detuvo por un segundo al verla comenzar a descolgar mi ropa sin siquiera mirarme, lanzándola dentro de la maleta de forma desordenada, como si estuviera desechando algo que ya no quería.
No dije nada. ¿Qué podía decir? Mis palabras no iban a cambiar nada.
Cuando llenó la maleta, la cerró con un movimiento violento, casi rompiendo el cierre. Luego me miró por un segundo, sus ojos fríos y llenos de una determinación que me hacía sentir más pequeña de lo que ya me sentía. Me tomó del brazo nuevamente y me jaló con ella hacia la puerta de la casa.
Apenas abrió la puerta del cuarto, nos encontramos con Sungyeol y el tío Dae-sang, que estaban a punto de derribarla con una patada. Ambos gritaron sorprendidos, dando un paso atrás antes de abrazarse al ver la expresión de mamá. Era como si temieran ser su próximo objetivo.
—¿Qué haces con esa maleta? —preguntó el tío Dae-sang, corriendo hacia nosotras. Tomó un extremo de la maleta para intentar detener a mamá, mientras su mirada nerviosa buscaba la mía—. So-hee, piensa en lo que estás haciendo. No hagas algo de lo que te vayas a arrepentir.
Mamá soltó un suspiro lleno de furia y le arrebató la maleta de las manos con un tirón seco. Ni siquiera se detuvo a responderle. Su único objetivo era claro: sacarme de la casa.
Me arrastró por el pasillo hasta la puerta principal, su agarre implacable como una sentencia de exilio. Cuando llegamos a la entrada, lanzó la maleta al suelo con fuerza y me empujó detrás de ella. Mis pies descalzos apenas pudieron sostenerme mientras trastabillaba, cayendo de rodillas sobre el frío cemento de la calle.
El sonido de la maleta golpeando el suelo fue seguido por el portazo que mamá dio al cerrarme fuera. Me giré hacia ella con los ojos llenos de lágrimas, pero su mirada me atravesó como un cuchillo helado.
—No puedes hacerme esto —le dije, mi voz quebrada, apenas un susurro.
Ella entrecerró los ojos, su rostro frío como una pared de piedra.
—Elige, Sun-hee: el feto o yo. —Su voz era baja, pero sus palabras tenían el peso de un golpe—. Y no vuelvas hasta que abortes.
La puerta se cerró de golpe, dejándome sola en la calle. Mis rodillas dolían por la caída, y al mirar hacia abajo, vi que mis pies comenzaban a mostrar pequeños raspones y heridas, resultado de haber caminado descalza tan rápido.
El frío del suelo se colaba por todo mi cuerpo, pero no fue eso lo que me paralizó. Fue el vacío en mi pecho. El eco de las palabras de mi madre seguía repitiéndose en mi cabeza, cada vez más fuerte, hasta que sentí como si no pudiera respirar.
El sonido de la puerta abriéndose me sacó de mis pensamientos. Levanté la vista y vi al tío Dae-sang salir con los brazos cargados de mis cosas: una chaqueta, mis botas, las llaves de mi auto, y mi bolso. Se acercó a mí rápidamente, agachándose hasta mi altura.
—No estés ahí, me rompes el corazón —murmuró con suavidad, dejando las cosas en el suelo mientras tomaba mis botas para ponérmelas. Sus manos eran cálidas, un contraste con el frío de mis pies.
—Debes tener los pies helados —añadió con una pequeña sonrisa que intentaba reconfortarme.
A pesar de todo, lo único que pude hacer fue intentar sonreírle de vuelta, pero lo que salió fue más una mueca que otra cosa.
El tío Dae-sang suspiró, con una mirada llena de culpa y compasión. Colocó mis llaves y mi bolso en mis manos y luego me rodeó con sus brazos en un abrazo breve pero cálido, frotando mi espalda para intentar calentarme un poco.
—Aléjate de tu madre por ahora —dijo con un tono bajo, casi como un consejo urgente—. No vuelvas hasta que se calme.
Se separó con cuidado y me miró a los ojos, su expresión seria pero cargada de cariño.
—Perdón por no ayudarte antes. Pero ahora tienes que cuidarte, ¿de acuerdo?
Asentí débilmente, viendo cómo se levantaba para regresar a la casa. Antes de cerrar la puerta, me dedicó una última mirada, como si quisiera asegurarse de que realmente estaría bien.
Me quedé en el suelo unos segundos más, mi mirada fija en las llaves del auto que el tío Dae-sang había puesto en mi mano. El frío seguía trepando por mis piernas, pero no podía moverme. El silencio de la calle era abrumador, y el eco de las palabras de mi madre aún resonaba en mi cabeza.
Finalmente, con un esfuerzo que sentí como si me estuviera arrancando algo dentro, me levanté. Mis pies heridos dolían dentro de las botas, pero no tenía tiempo para preocuparme por eso. Caminé hacia el auto, con las piernas temblorosas, y lancé mi maleta y mis cosas en el asiento trasero.
Cuando me senté frente al volante, sentí un nudo formarse en mi garganta. Quería llorar, pero no podía. Tenía que pensar en lo que iba a hacer. Mis manos se aferraron al volante con fuerza mientras intentaba calmarme. Después de unos segundos, encendí el motor y me alejé lentamente de la casa.
Conduje sin rumbo por un rato, las calles desiertas parecían burlarse de mi soledad. Cada semáforo en rojo me daba tiempo para pensar, pero eso solo hacía que la desesperación creciera. Necesitaba un plan. No podía simplemente quedarme ahí, esperando a que las cosas mejoraran por sí solas.
Entonces lo decidí: buscaría trabajo. Tenía que encontrar una forma de mantenerme.
Miré a mi alrededor y reconocí un pequeño ciber café en una esquina, un lugar al que había ido alguna vez con amigos para imprimir trabajos o simplemente pasar el rato. No era el lugar más moderno ni acogedor, pero tenía lo que necesitaba: acceso a internet.
Estacioné el auto frente al local y me bajé con el bolso en la mano. La brisa fría de la madrugada me golpeó el rostro, pero no me detuve. Me abracé a mí misma para mantener el calor mientras avanzaba hacia la entrada del ciber. Al cruzar el umbral, el calor del interior me envolvió como un respiro, aunque el lugar tenía un aire desolador. Las pocas personas presentes estaban absortas en sus pantallas, sus caras iluminadas por el tenue brillo de los monitores.
Me acerqué al mostrador.
—¿Cuánto cuesta el tiempo ilimitado? —pregunté, tratando de no sonar tan agotada como me sentía.
El encargado, un hombre de mediana edad con una camiseta arrugada, me dio una cifra razonable. Saqué algo de efectivo de mi bolso, lo suficiente para cubrir la tarifa. Me entregó un número y señaló una computadora al fondo.
—La ocho. Que tengas suerte —dijo sin siquiera mirarme, como si supiera que estaba ahí por necesidad y no por placer.
Caminé hacia la máquina asignada, mis pasos pesados y lentos. Me dejé caer en la silla, encendí el monitor y esperé. Mientras la computadora cargaba, sentí que mi pecho se comprimía. Tenía tantas cosas en la cabeza que apenas podía concentrarme, pero no tenía otra opción.
Abrí el navegador y empecé a buscar trabajos. Primero en los sitios más conocidos, luego en cualquier lugar que pudiera ofrecer algo. Pero con cada formulario que llenaba, me daba cuenta de lo difícil que sería esto. No tenía experiencia laboral ni referencias, y mi nombre no significaba nada en este mundo fuera de casa. Aun así, no podía detenerme. Tenía que encontrar algo, cualquier cosa, para poder mantenerme.
La pantalla del computador comenzó a desenfocarse a medida que el cansancio se apoderaba de mí. El zumbido de los ventiladores del lugar era lo único que llenaba el vacío de mis pensamientos, hasta que mi teléfono vibró sobre la mesa. Lo tomé rápidamente y vi el nombre del Tío Dae-sang en la pantalla.
—Tío, ¿todo está bien con mamá? —pregunté en cuanto atendí la llamada, mi voz cargada de preocupación.
—¡Sunhee! —La voz de mi tío sonaba agitada—. Tu madre... va a buscar al chico del hotel "Gran Deluxe".
El aire se escapó de mis pulmones.
—¿Qué? —Mi voz salió casi como un susurro, mientras mi cuerpo se tensaba.
Salí del ciber en pánico, buscando mi auto en el lugar donde lo había dejado, pero no estaba allí. Corrí hacia el espacio vacío, mi mente en caos. Sobre el suelo, un papel blanco llamó mi atención. Lo tomé rápidamente.
Era una multa.
—¡No puede ser! —grité al aire. Mis manos temblaban mientras sostenía la hoja. "Estacionamiento indebido en espacio especial". Maldije entre dientes, culpando a Corea y su impecable sistema de tránsito.
Respiré profundo, intentando calmarme. No podía quedarme ahí sin hacer nada. Una idea loca me cruzó la mente, y marqué rápidamente el número de Hyunjin.
Los timbres parecían durar una eternidad hasta que finalmente contestó.
—¿Sunhee? —Su voz sonaba ronca y algo débil, pero no tenía tiempo para preguntar.
—¡Doctor Hwang! —exclamé con desesperación—. Por favor, ayúdeme.
—¿Qué pasa? —preguntó, aunque su tono era claramente adormilado.
—Mi madre está buscando a Jeongin en el hotel —solté rápidamente, mi voz quebrándose por el estrés—. ¡No sé qué va a hacer, pero tengo que detenerla!
Hubo un silencio breve al otro lado de la línea, seguido por un ligero ruido como si estuviera enderezándose de golpe.
—Escucha, voy a detenerla —dijo con firmeza—. Pero tienes que llegar rápido. No sé cuánto tiempo pueda entretenerla.
—¡Gracias, Dr. Hwang! Estoy en camino.
—No me agradezcas aún. Solo no te tardes —añadió, antes de colgar abruptamente.
Guardé el teléfono en mi bolso, el corazón latiéndome con fuerza en el pecho. Miré en todas direcciones, desesperada por un taxi o alguna manera de llegar al hotel. No podía perder más tiempo; cada segundo contaba.
Llegué al hotel con el corazón acelerado y me dirigí directamente hacia el piso donde estaba la habitación de Jeongin. Al salir del ascensor, me encontré con una escena que me dejó helada.
Hyunjin estaba parado frente a Jeongin, quien lo miraba desafiante desde la puerta de su habitación. Los hombros de Hyunjin estaban tensos, su respiración parecía agitada, pero no se movió. Después de unos segundos, Jeongin retrocedió, cerrando la puerta tras de sí.
Hyunjin suspiró profundamente y, de repente, su cuerpo se desplomó contra la pared antes de caer al suelo con un golpe seco.
—¡Doctor Hwang! —corrí hacia él, arrodillándome a su lado. Mis manos temblorosas tocaron su rostro, notando de inmediato lo caliente que estaba—. Hyunjin, ¡por favor, despierta!
No obtuve respuesta. Su piel ardía como si tuviera fiebre, y sus ojos permanecían cerrados. Intenté levantarlo, apoyándolo contra mi cuerpo, pero era mucho más pesado de lo que imaginé.
—¡Dios, qué pesado eres! —murmuré entre jadeos mientras lo arrastraba hacia el ascensor.
Con cada paso, mis piernas temblaban por el esfuerzo, pero finalmente logré meterlo dentro y presionar el botón de su piso. Me recargué contra la pared del ascensor, jadeando, mientras él seguía inconsciente sobre mi hombro.
Cuando llegamos, arrastré a Hyunjin hasta su habitación. Abrí la puerta con la llave que encontré en el bolsillo de su chaqueta y apenas logré llevarlo hasta la cama. Ambos caímos sobre el colchón, y el alivio me recorrió el cuerpo.
Me incorporé lentamente, acomodándolo mejor en la cama. Busqué algo para cubrirlo y encontré una manta a los pies de la cama. Lo tapé con cuidado y me senté en la silla cercana, observándolo. Su respiración era irregular, y su frente estaba empapada en sudor.
—No te dejaré solo, Hyunjin —susurré, aunque sabía que no podía escucharme.
Pasé la noche en vela, cambiando paños húmedos en su frente y observando cada pequeño cambio en su expresión. A pesar de mi cansancio, no me permití cerrar los ojos. Sentía que era lo menos que podía hacer después de todo lo que había hecho por mí.
A medida que amanecía, los rayos del sol comenzaron a filtrarse por las cortinas. Hyunjin parecía estar descansando un poco mejor, su fiebre había bajado ligeramente. Justo cuando estaba a punto de relajarme, el sonido de la puerta abriéndose me alertó.
—¿Qué demonios? —susurré, levantándome rápidamente y escondiéndome en el baño. Dejé la puerta apenas entreabierta, lo suficiente para ver lo que ocurría.
Una mujer entró con paso seguro, su rostro impecablemente maquillado y una expresión de disgusto en los labios. Se acercó a la cama donde Hyunjin yacía, inconsciente, y se sentó en el borde con los brazos cruzados.
Me quedé en el baño, observando en silencio cómo la mujer se sentaba al borde de la cama. Su mano tocó la frente de Hyunjin, y su voz suave rompió el silencio.
—Hyunjin, ¿qué te pasó? Estás ardiendo de fiebre.
Él comenzó a moverse lentamente, abriendo los ojos con dificultad. Su mirada se enfocó en ella, y por un momento parecía desorientado. Pero entonces su expresión cambió, endureciéndose.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con voz ronca, pero cargada de molestia.
Ella lo miró con preocupación, ignorando el tono de su voz.
—Escuché que estabas aquí y vine a verte. Me preocupé por ti.
Hyunjin suspiró, apoyando una mano en su frente como si estuviera intentando ordenar sus pensamientos.
—No necesito que te preocupes por mí. No debiste venir.
A pesar de sus palabras, la mujer no se movió. En cambio, se inclinó hacia él, aparentemente tratando de examinarlo más de cerca. Pero desde mi ángulo, parecía otra cosa. Sus rostros estaban tan cerca que daba la impresión de que estaban a punto de besarse.
El vacío que sentí en ese momento fue indescriptible. Era como si algo dentro de mí se rompiera silenciosamente. Mi pecho se apretó, y un nudo incómodo se formó en mi garganta.
No quise ver más. Salí del baño con pasos ligeros, asegurándome de no hacer ruido. La puerta de la habitación estaba apenas entreabierta, así que la empujé lo suficiente para salir sin ser notada.
Caminé por el pasillo del hotel, sintiendo un vacío extraño en el corazón. Mi mente estaba llena de preguntas que no podía responder. ¿Por qué me dolía tanto verlo así con otra persona? ¿Por qué me importaba?
Cuando finalmente llegué al estacionamiento, me detuve junto a mi auto y respiré profundamente. Cerré los ojos, tratando de calmar el torbellino de emociones que me invadía.
Me dirigí hacia el mostrador, un poco distraída, y llamé a una empleada para que me ayudara. Recordé que ayer, mientras cuidaba a Hyunjin, un botón de mi abrigo se había caído y no pude recuperarlo. Era un pequeño detalle, pero aún me molestaba que el abrigo estuviera incompleto.
— Disculpe, ¿cree que tenga un botón igual a este? — le mostré el abrigo y señalé uno de los botones que aún quedaban intactos. La chica lo examinó con atención y, con mucho cuidado, tomó el abrigo de mis manos.
— Tendría que preguntar a la central, pero hoy es fin de semana... —dijo con un tono algo desanimado.
Asentí con una ligera expresión de decepción. Miré el botón que había señalado antes, sintiendo que quizás tendría que conformarme con un arreglo temporal.
— Iré a ver si encuentro algo parecido — agregó la empleada, y yo simplemente asentí.
Me giré hacia uno de los estantes, buscando algún botón que se acercara al color y tamaño del original. Mientras caminaba, una tos seca escapó de mi garganta, y rápidamente me cubrí con la mano.
— ¡Oh! ¡Oh, Sunhee!
Al escuchar mi nombre, levanté la cabeza, y allí estaba él: Hyunjin. Mi corazón dio un vuelco, aunque intenté disimular mi incomodidad.
— Hola —respondí, sonriendo un poco apenada mientras me inclinaba ligeramente.
— ¿Cómo te fue con tu madre ayer? — preguntó, con una expresión que denotaba preocupación por lo sucedido.
Me encogí de hombros, intentando restarle importancia al tema.
— Oh, todo bien, se fue sin ver a Jeongin, gracias a ti.
— Sí, eso lo recuerdo —murmuró, bajando un poco la cabeza, como si estuviera pensando en algo.
Me quedé en silencio, observando cómo miraba a su alrededor, hasta que me volvió a hablar.
— Me alegra que no pasara nada malo. ¿Qué haces aquí?
— Ah, vine a arreglar mi abrigo. Tengo una entrevista de trabajo.
— Bien —dijo, asintiendo levemente y esbozando una pequeña sonrisa—. Yo tengo que ver ropa. Nos vemos luego.
Asentí, sintiéndome un poco más tranquila con su despedida, pero lo observé alejarse por el pasillo antes de volver a concentrarme en lo que tenía que hacer. La empleada se acercó a mí, con una expresión de ligera preocupación en el rostro.
— No encontramos un botón igual, pero encontramos uno similar —me mostró el botón que había encontrado, y esperó mi respuesta.
Antes de que pudiera contestar, el abrigo fue arrebatado de sus manos por una figura familiar, sorprendiendo tanto a la empleada como a mí.
— Arreglen el abrigo con este botón —dijo Hyunjin, entregando el abrigo y el botón a la chica con una firmeza que no dejaba espacio para más preguntas.
La empleada, claramente sorprendida, asintió sin decir una palabra y se alejó para hacer el arreglo. Yo observé en silencio, sin saber qué hacer ni qué pensar. Hyunjin se giró hacia mí, su mirada seria, casi dura.
— ¿Estuviste en mi cuarto ayer? —preguntó, su tono cargado de una mezcla de confusión y desconfianza.
Me encogí, sin saber cómo responder, pero asintiendo levemente, consciente de la tensión que se había formado.
— No pensé que terminara así —suspiré, mis nervios palpables en cada palabra que salía de mi boca—. Iba a agradecerte, pero te desmayaste frente a la habitación de Jeongin. Así que iba a irme cuando se te bajara la fiebre, pero luego llegó esa mujer y...
— ¿Qué? —interrumpió bruscamente, su rostro ahora lleno de una clara mueca de confusión. Entonces, en un instante, su expresión cambió—. ¿Pasaste la noche cuidándome?
Una tos involuntaria me interrumpió mientras intentaba explicar. Me cubrí rápidamente con la mano y me incliné levemente en una disculpa, tratando de disimular la incomodidad que me provocaba la situación.
— ¿Te resfriaste por mi culpa? —su voz sonó baja, pero podía escuchar la preocupación en ella.
— No creo que sea el caso —respondí, sonriendo levemente para tranquilizarlo—. Mi mamá me echó de casa. Tuve que dormir en el auto.
Hyunjin suspiró con una mueca de preocupación, y sin pensarlo, extendió su mano hacia mi frente, sorprendiéndome.
— Acompáñame a ver algo de ropa mientras arreglan tu abrigo y comemos algo.
Mi corazón dio un salto, pero, con una sonrisa tímida, asentí.
— Está bien —respondí, sin pensar demasiado.
Lo seguí por la tienda, mientras sentía cómo mi mente intentaba procesar lo que acababa de suceder, y cómo, por un momento, todo parecía más sencillo a su lado.
───── 𝗔𝘂𝘁𝗵𝗼𝗿'𝘀 𝗡𝗼𝘁𝗲.! ⋆
• reviví
• 4170 palabras, eso no cualquiera
• voten y comenten
• yo se q me extrañaron y si votan por "The Island" les actualizo pasado mañana 😈😈
• tranquilos chicos todavía faltan unos 50 capítulos 🔥🤪
• literal faltan 45 capítulos para terminar esto así q pónganse cómodos
#NOLECTORESFANTASMA
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