all i want for christmas is you
Contenido explícito.
El asfalto humedecido reflejaba las luces de colores brillantes que decoraban las tiendas y edificios de la avenida principal. La música navideña se elevaba por encima del bullicio de los transeúntes, como si fuese la banda sonora ocasional que marcaba el ritmo de las compras que la gente hacía a última hora. La nieve que se amontonaba a los bordes de las aceras hacía ya tiempo que había dejado de lucir blanca e idílica como en las postales que compraban los turistas, debido al continuo pisoteo de los peatones y el ir y venir de los coches, que la habían teñido de un horrible y sucio gris. Aún así, no pude evitar pensar lo bonita que se veía YorkShin en estas fechas. Tenía un halo majestuoso como ninguna otra ciudad en todo el país. La Navidad siempre había sido mi época favorita del año, y no sólo por los regalos, si no por todo... Era algo que no podía explicar. En cuanto comenzaba diciembre el espíritu navideño se adueñaba de mi ser, y este año en particular, me hacía especial ilusión celebrar estas fiestas, pues eran las primeras navidades que pasaría en la siempre maravillosa compañía de Chrollo.
Nada más salir de mi apartamento el aroma a galletas de jengibre recién horneadas de la pastelería de la esquina inundó mis fosas nasales. Sabía que a Chrollo le gustaban mucho los dulces, así que me detuve para comprar una caja y pedí que me la envolvieran para regalo. Caminé sin perder más tiempo hasta la parada de metro que me llevaría al lugar donde me había citado con mi novio. Antes de salir de casa había dudado seriamente entre elegir la opción cómoda o la sexy. Lamentablemente en invierno no era posible aunar ambas con facilidad y yo quería impresionar a Chrollo sobre todas las cosas. Llevando las botas de nieve y envuelta en capas y capas de ropa como una cebolla no creía que pudiera hacerlo, así que en estos instantes luchaba por equilibrarme mientas caminaba lo más rápido posible sobre la nieve a medio derretir con unos tacones de diez centímetros y unas preciosas medias con costura posterior como en la famosa escena de la estación de tren de Marilyn Monroe en Con faldas y a lo loco.
Al doblar la esquina volví a ver aquel cartel gigante que anunciaba la exposición itinerante sobre María Antonieta que durante estos días YorkShin tenía el privilegio de albergar. Aquellas maravillosas joyas, pelucas y zapatos me hacían soñar con lo fácil que sería sentirse como una reina tan sólo con poder vestir o poseer semejantes piezas. Por desgracia no tenía el suficiente dinero como para permitirme algo así, y había tenido que conformarme con visitar la muestra y seguir soñando cada día que pasaba por delante del dichoso cartel.
Bajé en mi parada y caminé un par de metros más hasta llegar por fin a mi destino. Tenía dulces recuerdos de aquella librería. Desde niña había comprado en ella y cada libro era una parte de mi pasado tan importante como cualquier otra vivencia real. Recordaba su ampliación cuando las viejas estanterías se quedaron pequeñas y hubo que hacer sitio a nuevos ejemplares, también lloré la muerte su anciano dueño, fui testigo del cambio al nuevo concepto de cafetería-librería que su nieto incorporó con éxito, y fue el lugar donde hace casi un año conocí al que sería el gran amor de mi vida: Chrollo Lucilfer.
Aquella tarde de enero ambos queríamos leer el mismo libro de Schopenhauer, del que por misteriosas casualidades y azares de la vida, sólo había un ejemplar disponible en ese momento que, por iniciativa de Chrollo, compartimos mientras me invitaba a tomar un café que fue el primero de muchos que vendrían después. Nunca antes había conocido a un chico tan guapo e inteligente con el que poder hablar de libros, arte, filosofía o lo que fuera, durante tanto tiempo y de la forma en la que lo había hecho con él. La conexión fue instantánea.
Caminando entre las estanterías llegué a la sección donde nos habíamos citado. Mis ojos saltaron de un autor a otro en busca de El arte de ser feliz. Al verlo deslicé los dedos por su desgastado lomo y vino a mi mente el recuerdo de aquella primera vez en la que lo leímos juntos. Me preguntaba si a día de hoy Chrollo seguiría pensando que la existencia es sufrimiento, si todavía creía que la felicidad era algo inalcanzable para el ser humano. Yo, tras haberlo conocido a él, sentía que si era cierto que la existencia supuestamente feliz era aquella preferible a la no existencia, aquella a la que nos aferramos no por exclusivo temor a la muerte si no por apego a algo que nos agrada y que queremos que no acabe nunca, entonces Chrollo se había convertido en mi felicidad. Me daba miedo preguntarle y obtener una respuesta que me hiriera. Era tanto el amor que le tenía que el simple hecho de pensar en no ser correspondida con la misma intensidad me destrozaba el corazón. Quizá Chrollo no era feliz conmigo a ese nivel, pero la contemplación estética de las cosas y mantener esta relación amorosa donde yo le profesaba tanta devoción, podrían ayudarlo a sobrellevar el terrible e inexorable hecho que suponía vivir.
Mis dudas existenciales desaparecieron cuando sentí unas manos frías cubriendo mis ojos. Pese a la sorpresa inicial, enseguida supe que se trataba de Chrollo. Reconocería su aroma y el tacto de su piel entre millones. Me giré fingiendo estar un poco molesta para disimular mi euforia y no quedar como una maldita desesperada. En comparación conmigo él siempre parecía tan tranquilo e inalterable.
—¡Chrollo! ¡Cuidado con el eyeliner! —protesté, coqueta, girándome para mirarlo de frente.
—Perdona —Se apresuró a responder, dando un ligero vistazo a mi outfit—. Estás preciosa.
El rubor tiñó mis mejillas instantáneamente. ¡Él sí que estaba guapo! No me acostumbraba a recibir elogios de alguien tan apuesto ni con una voz tan endiabladamente sensual como la suya.
Chrollo señaló hacia arriba, a lo que yo seguí su dedo con mi mirada.
—¿Es muérdago? —pregunté.
—Sí —dijo él, acercándome contra su pecho, quedando a escasos milímetros de su boca de terciopelo. El aroma de su loción de afeitar me tenía embriagada, sentía que las piernas me temblaban por tenerlo tan cerca—. Ya sabes lo que significa...
Sin darme opción para responder, acercó sus suaves labios a los míos, en un beso que me erizó la piel y lanzó una corriente eléctrica a través de mi columna vertebral. Por muchos que me diera no lograba superar esa sensación de ascender y tocar las nubes. Mientras una de sus manos se mantenía en mi cintura, la otra subió hasta mi nuca, sujetando mi cuello, tomando mi mandíbula con la fuerza delicada de su pulgar para obligarme a abrir más y profundizar aquel beso que me estaba robando el sentido.
Todo era tan perfecto hasta que la bolsa que había olvidado que llevaba se me escurrió de las manos y cayó estruendorosamente al suelo, haciendo no sólo que Chrollo rompiera el beso, si no logrando también que toda la gente nos mirara en medio de aquel ambiente cálido y discreto que yo había alterado por mi torpeza.
—¡Lo siento! —exclamé, apesadumbrada.
—No te preocupes —dijo Chrollo con una sonrisa que yo interpreté como engreída y que estuvo a punto de hacer que yo misma me cayera al piso junto a la caja de galletas bien envuelta en papel verde brillante y coronada por un voluptuoso lazo rojo.
—¡No mires, por favor! —chillé.
Me entró el pánico al darme cuenta de que había estropeado mi propio regalo. Probablemente las galletas se habrían roto por el golpe y Chrollo ya había visto el logotipo de la pastelería impreso en la pegatina dorada que había sobre la caja. Ahora cuando se la diera ya no contaría con el factor sorpresa.
Me agaché rápidamente a recoger el paquete, metiéndolo en la bolsa como alma que lleva el diablo. No sé porqué la gente no paraba de mirarme, como si nunca hubieran visto a nadie a quien se le cayera algo al suelo. Chrollo notó mi incomodidad y sin desdibujar la perfecta sonrisa que adornaba su rostro, propuso que compráramos los libros que necesitábamos y pidiéramos el café para llevar.
Tomarlo dando un paseo por la ciudad había sido una gran idea. Pese al frío, sentía las manos calientes al sujetar el envase de cartón que contenía mi latte de caramelo, pero aún más cálido se sentía mi corazón al caminar al lado de mi amado y adorado novio. Le puse el gorro de Papá Noel que la dependienta nos había regalado por incluir en nuestra compra la edición especial de las cartas de Tolkien hacia dicho personaje. Estaba tan guapo que sentía que mis ojos eran bendecidos a cada mirada que le daba.
El paseo estaba siendo tan agradable que me parecía como sacado de una de esas películas románticas que tanto solía detestar antes de tener pareja. Chrollo me comentaba detalles sobre la arquitectura o la historia de la ciudad. Me sorprendía que supiera tantas cosas pese a no ser nativo, y en cierto modo, me avergonzaba un poco que siéndolo yo, tuviese que ser él quien me descubriera todas esas curiosidades y no al revés. YorkShin estaba tan espléndida y maravillosamente decorada que no podía dejar de sorprenderme con las luces, árboles, guirnaldas y demás adornos que engalanaban cada rincón. Tan ensimismada estaba entre Chrollo y la ciudad que sin darme cuenta volví a ser víctima de mi propia torpeza, y entre los tacones y la nieve, pisé mal y me resbalé. Cuando ya me resignaba a hacer el ridículo delante de Chrollo, éste me sujetó y me sostuvo por la cintura evitando que cayera al suelo. Sentí de nuevo que me ruborizaba al tener su rostro tan cerca del mío. Me ayudó a incorporarme correctamente y me ofreció su brazo para seguir caminando.
—No hace falta que aprietes tanto, se te va a reventar la camisa —bromeé para distraerlo un poco de mi sonrojo involuntario, palpando su bíceps con mis dedos.
Chrollo me sonrió a modo de agradecimiento y, sin decir nada, tensó de nuevo su brazo bajo mi tacto, marcando músculo a drede y haciendo que me derritiera por enésima vez en la tarde.
—Mira, Chrollo. Esta es la exposición de la que te hablé, a la que vine la semana pasada —dije al pasar por delante de otra de esas marquesinas publicitarias del Museo Metropolitano que mostraba las piezas que algún día pertenecieron a la reina María Antonieta—. Siento haber venido sola, pero no podía resistir las ganas. Si quieres podemos verla juntos, aunque sólo está abierto por las mañanas en horario navideño.
—Vendremos entonces, si es que mañana todavía tienes ganas de volver.
—¡No me cansaría de verla!
Y mucho menos a tu lado, pensé, aunque no lo dije porque temía sonar demasiado cursi. Entonces volví a contarle lo mucho que me había gustado la exposición mientras él escuchaba la narración de mi experiencia con total atención. El pobre debía de estar aburrido de oír la misma historia otra vez, sin embargo, me observaba con sumo cuidado y no perdía detalle, aunque no sé bien si de mis palabras, o si simplemente se entretenía en observar mi cara. La simple idea acompañada de su profunda mirada volvió a hacer que me ruborizara. ¿Qué me pasaba? Chrollo lo notó y sonrió levemente, consciente de que era él quien causaba tantas reacciones en mí aún sin pretenderlo.
—Realmente amo el estilo rococó, las carrozas, los palacios, los vestidos, los pasteles, las joyas... Todos los lujos que la rodeaban... ¡Me encantaría ser ella aunque solo fuese por un día!
—Te recuerdo que murió guillotinada por su propio pueblo. Aquel que pasaba miseria y necesidad mientras ella derrochaba en todos esos zapatos y ropas que tanto te gustan.
—Ya, pero... Es sólo que me gustaría saber lo que se siente al ser una reina y tener tantas cosas bonitas —confesé, cabizbaja y un poco abochornada por desear tonterías tan superficiales cuando lo cierto es que lo mejor que pudo hacer Francia fue cortar de raíz el problema de la monarquía.
—Si te sirve de consuelo, tú ya eres mi reina. La única que ocupa mi corazón —afirmó Chrollo, tomando mi mano con delicadeza mientras yo me desbordaba por dentro a causa del intenso amor que sentía.
Tras casi una hora de caminata por fin llegamos a mi edificio. Una vez en mi apartamento no pude resistir el impulso de besar a Chrollo y aferrarme a él como si llevara años sin tenerlo.
—¿Y esto? —preguntó cuando me separé del beso, dejando él uno casto y suave sobre mi frente.
—Quería agradecerte por regalarme tu compañía, ha sido un día maravilloso —dije, repentinamente tímida.
—Cariño, el día todavía no ha terminado. Creo que aún es demasiado pronto para agradecer.
La forma en que lo dijo y la mirada que me dio, hizo que me estremeciera anticipando cosas que hacía mucho que no tenía. Sin embargo, pareció recordar algo y su tono cambió. De pronto rebuscó en el bolsillo interior de su abrigo antes de quitárselo y colgarlo en el respaldo de uno de los sillones, sacando una pequeña caja de terciopelo azul que posicionó a la altura de mis ojos.
—¿Qué es esto? —pregunté con el corazón a mil, sentía mis latidos ensordecedores, como si fuesen algo externo a mi propio cuerpo.
—Un regalo anticipado. No puedo esperar más para dártelo, tendrás que disculpar mi impaciencia.
—La disculpo —dije, con la curiosidad pasando por encima de mis buenos modales.
Chrollo depositó la pequeña cajita entre mis manos temblorosas. No perdía detalle de cada una de mis reacciones. Siempre me miraba tan profundamente que sentía que sus ojos grises podían escudriñar los confines más recónditos de mi alma. Estoy segura de que cuando vi lo que contenía la caja mis ojos se abrieron como platos y mi mandíbula cayó hasta el suelo. Emití una especie de sonido agudo, algo intermedio entre la alegría y la incredulidad. No me salían más palabras que esta simple e incoherente expresión de sorpresa.
—¿Es lo que creo que es? —pregunté nerviosa en cuanto me recompuse.
—No sé, ¿qué es lo que crees que es?
—Es que no puede ser...
Sabía perfectamente lo que era. Lo había visto con mis propios ojos cuatro días atrás... Me daba miedo pensar que Chrollo hubiera podido robar para mí la pieza que más me gustaba de toda la colección de María Antonieta: un pequeño anillo para el dedo meñique con el monograma de la reina incrustado de diamantes. En el interior, bajo las iniciales, había guardado un diminuto mechón de pelo de la propia María Antonieta. Era una joya muy personal que solía portar casi siempre. Un coleccionista privado la había adquirido en una subasta por 36 millones de dólares y ahora había tenido el detalle de compartirla con el mundo para esta exposición...
—¿Por qué no? ¿No me ves capaz? —preguntó con cierto tono arrogante.
—Sí, sí. Te veo perfectamente capaz...
Ahora mismo mi expresión debía de ser un poema. No sé si Chrollo se sintió decepcionado por mi reacción poco efusiva. Supongo que no esperaba que cuestionase el método de obtención de mi regalo, pese a saber lo que él era. ¿Estaba siendo desagradecida? ¿Acaso él no lo había hecho exclusivamente por amor? ¿No había yo insistido demasiado con mis deseos materialistas insinuando justo en Navidad lo mucho que me gustaría tener esos objetos? Antes de poder continuar en mi línea de pensamiento, él habló de nuevo, como adivinado mis cavilaciones.
—No te preocupes, es tan sólo una copia de nen hecha por Kortopi. El original sigue en el museo.
Por un segundo me tranquilicé, pero solo un segundo, hasta que caí en la cuenta de otro detalle.
—Pero dijiste que Kortopi estaba con Shalnark en Ciudad Meteoro supervisando no sé qué asunto... Y que habías intercambiado con Shal para poder pasar conmigo la Navidad...
—Bueno, tenía que crear una coartada creíble para que no sospecharas nada y poder conseguirte el regalo.
—Pero... ¿y de verdad que la copia es la del museo?
Chrollo sabía que aunque aceptara lo que él era, no me gustaba beneficiarme del daño ajeno.
—Si siguieras practicando ren podrías aprender a usar gyo y detectar tú misma si este anillo tiene aura o no.
Uhm. Claro. Estaba siendo injusta sospechando así de él. Me relajé y coloqué con cuidado el anillo en el meñique de mi mano izquierda. Alcé la mano y lo contemplé, ¡era tan hermoso! Mi mano parecía tan fina y elegante con él reposando sobre uno de mis dedos que por un instante pareció como si mi entorno se disolviera y se transformara en el mismísimo palacio de Versalles. Hasta parecía percibir la leve melodía del violín de Saint-George llegando hasta mí en ecos lejanos.
—Muchas gracias, Chrollo.
Besé efusivamente el rostro perfecto de mi novio y lo abracé con fuerza, disculpándome por ser tan necia. De pronto me sentí ridícula por ser así y por haber comprado una estúpida caja de galletas de jengibre con forma de muñeco para obsequiarle... Mi regalo se veía tan simple y barato al lado del anillo y de todo el esfuerzo que habían tenido que pasar para infiltrarse en el museo y hacer la réplica sólo para mí.
—Dime cómo puedo agradecerte, ¿qué te puedo dar yo a cambio de semejante detalle?
Insinué mis intenciones suavizando mi voz en un tono cautivador y abrazándolo de forma en que mis pechos se presionaran suficientemente contra su perfecto y tonificado cuerpo. Chrollo lo captó al momento y decidió seguirme el juego. Deslizó el abrigo que todavía no me había quitado haciendo que cayese por mis hombros hasta el suelo, y me acercó todavía más a su anatomía colocando sus grandes manos en la parte baja de mi espalda.
—Todo lo que quiero por Navidad eres tú.
Sus palabras avivaron el fuego que ya ardía dentro de mi y que amenazaba con consumirme. Su voz dulce en contraste con el destello gris de su mirada cargada de un deseo que yo también compartía me impedía focalizarme en otra cosa que no fuese él, en ser suya y en que él fuera mío. Volví a besarlo, esta vez de una forma mucho más intensa y profunda. Quería saciar mi sed en su boca, pero cuanto más tomaba de él, más hambrienta me sentía.
Las manos de Chrollo recorrieron mi espalda hasta aferrarse a mi trasero, acariciando, apretando, añadiendo una capa más a mi creciente deseo. De pronto se separó y me miró con esos ojos suyos en los que pude adivinar un cierto deje de diversión oculta tras la lujuria. Tiró de mi atrayéndome hacia él, dejándose caer en el sofá, conmigo sobre su regazo. En ese momento agradecí a todos los dioses existentes por haberme hecho decidir bien y haber descartado el outfit cómodo. Merecía la pena haber pasado un poco de frío e incomodidad sólo por estar ahora mismo sentada a horcajadas sobre Chrollo llevando la lencería más atrevida y elegante de mi guardarropa. Las ligas de color negro que sujetaban mis medias asomaron bajo la tela del vestido que se subió de manera accidental al caer sentada de ese modo. Las manos de Chrollo se deslizaron por los costados de mi cuerpo hasta llegar a esas finas tiras de encaje, enredando sus dedos en ellas para luego soltarlas con un tirón que chasqueó sobre mi piel mientras él ajustaba su posición debajo de mi.
—Querido Santa, este año he sido una chica muy buena... —dije, aprovechando que Chrollo todavía llevaba puesto el gorro de Papá Noel y mi postura comprometedora sentada sobre su regazo para iniciar el coqueteo.
—¿Ah, sí? Yo no estoy tan seguro de eso —respondió.
Sus manos no perdieron el tiempo desabrochando mi vestido. Alcé los brazos para ayudarlo a sacarlo por mi cabeza. Perdí un poco el equilibrio, pero Chrollo me sostuvo, estabilizándome y, tal vez sin querer, manteniéndome presionada contra su entrepierna de una manera terriblemente tentadora.
—No creo que una buena chica se ponga esta clase de cosas. ¿Con qué propósito lo has hecho, dime?
Era obvio que lo había hecho con la clara intención de gustarle y provocarlo cuando me viera, pero ser descubierta y expuesta había ocasionado que me pusiera repentinamente tímida.
—¿Estás bien? —preguntó Chrollo al ver mi enésimo sonrojo del día.
—Sí...
Mi mirada se encontró con la suya. Él era terriblemente perspicaz y de inmediato descifró la expresión de mi rostro. Sus labios se curvaron con el comienzo obvio de una sonrisa a pesar de la supuesta preocupación en su pregunta. Me miró con un brillo travieso en sus ojos grises y siguió interrogándome:
—¿De verdad? Es que estás tan roja... ¿Te da vergüenza que haya descubierto tu intento de seducción o... es por esto? —preguntó, usando las manos que me sostenían contra él para guiar mis caderas, empujándome hacia adelante mientras levantaba su pelvis para hacerme sentir que pese a sus burlas él también me deseaba mucho. En todo momento sus ojos permanecieron clavados en los míos, y su sonrisa de suficiencia creció ante el involuntario sonido de disfrute que se me escapó de los labios. Dios mío, ¡era tan jodidamente guapo!
—¿Y si vamos a la cama? —sugerí. Él me miró, pensando por un momento.
—No —negó—. Quiero saber si puedes correrte aquí, así, sentada sobre mi tal y como estás ahora. ¿Crees que eres capaz?
Una ola de calor me invadió al escuchar esa pregunta. Había algo tremendamente sucio en esa propuesta. Como para ayudarme a responder, Chrollo se movió de nuevo, apretándome contra la erección que pulsaba contra sus pantalones y haciéndome gemir otra vez ante tal acción.
—No lo sé, quizá... —respondí con la voz entrecortada al moverme sobre él en búsqueda de más fricción.
—Yo creo que sí —afirmó convencido—. Inténtalo. Me gustaría verlo.
Con esa petición sus manos abandonaron mis caderas, dejándome libertad para moverme por mi propia cuenta. Busqué desesperadamente en los ojos de Chrollo, tratando de atisbar algo que me librara de tener que montar una escenita tan lasciva como esa, pero lo único que obtuve fue su sonrisa engreída y un cuerpo lleno de lujuria desesperada.
Suspiré resignada, con los ojos cerrados mientras me inclinaba hacia él y comenzaba a experimentar a horcajadas contra su abultada erección.
—No tienes que ser tan tímida —pidió Chrollo dulcemente, pasando sus manos por mi cintura, bajando por mis muslos y volviendo a subir. Mi piel se estremeció con el contacto. A pesar de mantener mis ojos cerrados, sentía su mirada puesta en mí. Notaba cómo estaba sonriendo. Le divertía algo en toda esta situación y se podía percibir a través del tono de su voz. Que él mantuviera la compostura y estuviera tan sereno cuando comencé a frotarme descaradamente contra él no ayudaba mucho a que superara mi vergüenza.
Me sentí tímida y algo cohibida al principio, pero esas cosas comenzaron a desvanecerse a medida que mi mente se distorsionaba con todo el placer y la creciente necesidad. Era un acto tan desgarradoramente carnal el montarlo de esta manera, una persecución de placer tan básica y animal mientras trataba de establecer un ritmo constante, inclinando y moviendo mis caderas hasta que cada roce significara una deliciosa caricia contra mi clítoris.
Mis bragas de encaje negro estaban completamente mojadas y, probablemente lo pantalones de Chrollo también lo estarían. Pero esa preocupación rápidamente desapareció de mi cabeza porque la humedad solo añadió otra maravillosa capa de placer al asunto. No había una presión total y directa. Era una sensación de burla que hacía que la necesidad de correrme fuera aún más fuerte al tener que esforzarme más para lograrlo.
Pensar que Chrollo me estaba permitiendo usarlo para darme placer mientras él solo estaba ahí debajo mirando, agregó una nueva dimensión al fervor necesitado de liberación que me poseía. Fuera de mi propia mente, escuché la profunda exhalación que salió de su boca ante un gemido especialmente fuerte que se me escapó cuando ese pensamiento sucio me atravesó.
—¿Habías fantaseado con esto antes? —preguntó Chrollo.
Su voz juguetona y baja contra mi oreja, ronca, suave y cálida. Tan cálida... Todo en Chrollo era lo suficientemente caliente como para quemarme, desde las manos que acariciaban mi piel hasta el hombro contra el que presionaba y escondía mi cara. Su compostura ya no era tan intimidante, se había vuelto insoportablemente sensual. No pareció molestarse por mi falta de respuesta, y continuó con un humor más profundo en su tono:
—Mmmm tal vez lo intentaste por tu cuenta mientras pensabas en mi... Dime, ¿qué utilizaste para darte placer? ¿Un cojín? ¿El brazo de este mismo sofá? No sabes cuanto me hubiera gustado ver eso, pero... —Chrollo hizo un sonido, algo entre una risa sin aliento y un profundo gemido—. Prefiero esto.
El ruido que salió de mis cuerdas vocales en respuesta fue agudo y entrecortado. Nada más que una réplica lujuriosa sin sentido al escuchar su voz teñida de deseo enumerando tan sucias posibilidades y mostrándome una parte de sus más oscuras fantasías.
Estaba tan cerca. Mis manos se aferraron a la tela de su camisa blanca, arrugándola con mis puños apretados en su cuello en un intento de no perder la poca estabilidad que aún me quedaba. La oleada de calor en mi núcleo se estaba volviendo insoportablemente intensa, todo mi cuerpo se tensaba a la espera de alcanzar su anhelada liberación.
—Chrollo... —susurré a través de mi respiración entrecortada. Su nombre salió de mis labios sin pensar, agarrándome a él con tanta fuerza que habría hecho que me preocupara por hacerle daño si él fuera un simple hombre normal—. No puedo...
—Claro que puedes, preciosa. Lo estás haciendo muy bien. Ven por mí —animó con su embriagadora voz, sujetando mi cintura con sus manos—. Como te dije antes, me gustaría verte.
Eso era realmente todo lo que necesitaba. Su voz me afectaba mucho más que el propio significado de las palabras que pronunciaba. No me di cuenta de que estaba diciendo su nombre otra vez, o más bien, tratando de articular algo que se le asemejara. Mi respiración se elevó en jadeos superficiales y se cerró mientras terminaba de montarme sobre él con mis últimas fuerzas y toda la intensidad que mi cuerpo sofocado de deseo me permitía.
Cuando al fin llegué, la maravillosa fricción que me envió a mi orgasmo fue dulce. La liberación de toda la tensión acumulada hizo que mis caderas temblaran mientras buscaba prolongar el calor, empujándome contra él a un ritmo desigual, sucio y desordenado y derritiendo mi mente en nada más que un mar de placer y satisfacción, de profundo amor por el hombre al que me aferraba con devoción y cuyo calor sentía palpitar gloriosamente entre mis piernas.
La luz blanca que nubló mi vista durante esos fugaces segundos que duró mi clímax se desvaneció mientras mi cuerpo cansado se relajaba dejándose caer contra él. La conciencia vino con la sensación ligeramente embarazosa de lo mojada que estaba, mi respiración increíblemente agitada y mi piel sonrojada y salpicada de una ligera capa de sudor. Aún así, sonreí feliz, inclinándome para mirar a Chrollo. Él me besó suavemente en los labios, a lo que devolví varios pequeños besitos por toda su cara y le quité aquel gorro rojo que todavía llevaba puesto. Retiré algunos mechones y besé la cruz que tenía tatuada en su frente. Sólo Dios o el mismísimo diablo saben lo mucho que amo a este hombre.
—¿Ahora podemos ir a la cama? —pregunté.
—Bueno, me has demostrado ser una muy buena chica, así que cumpliré tu deseo.
Chrollo me levantó sin esfuerzo y, cargándome como a una princesa, me llevó al dormitorio. Tendrían que pasar varias rondas antes de que me permitiera dormir.
. . .
Hacía siglos que no despertaba tan radiante y pletórica. El sol comenzaba a filtrarse a través de las cortinas dibujando hermosas formas en la pared blanca. En cuanto me acostumbré a la claridad me di cuenta de que Chrollo no estaba a mi lado. No me había percatado de en qué momento pudo haberse levantado de la cama, había caído rendida después de la intensidad de nuestro encuentro. Registré la casa esperando encontrarlo pero no había rastro de él, sus zapatos no estaban en la entrada ni su abrigo colgado de la silla del salón.
Entré en la cocina y vi que había una nota pegada en la nevera con un imán en forma de araña que me había traído de uno de sus viajes. Por lo visto se vio obligado a irse repentinamente, había surgido algo importante que requería de su presencia inmediata, pero volvería puntual para cenar. Al tener la calma de que sólo se iría unas horas y que pronto volvería a tenerlo solo para mí, despegué el papel para seguir leyendo con mayor comodidad, en tanto ponía a calentar un vaso de leche en el microondas. Encendí la televisión para escuchar de fondo las noticias mientras terminaba de preparar mi desayuno, el sonido de la tele siempre me hacía sentir acompañada.
Dios mío, Chrollo tenía madera de escritor, ¡siempre sabía elegir tan bien qué decir y cómo! Esta cartita merecía estar en cualquier recopilación poética de primera clase. Apuesto a que la cara de tonta que se me puso mientras leía las dulces palabras que me había escrito me hacía lucir como una completa idiota. Me era inevitable sonreír teniendo aún tan fresco nuestro reciente encuentro, me sentía tan plena. Todavía mi piel guardaba su aroma y tenía el sabor de sus besos en mis labios. Acaricié el hermoso anillo que me había regalado, me quedaba tan bien que parecía irreal.
El microondas emitió su pitido indicando que la leche ya estaba en su punto y me sacó de mi ensoñación de enamorada feliz. Mas, inesperadamente, otra cosa captó mi atención...
Las imágenes que pasaba el informativo matinal me sobrecogieron de tal modo que la nota manuscrita de Chrollo se me escurrió de los dedos y cayó al suelo de cerámica blanca de mi cocina tan silenciosa como una pluma.
Quedé petrificada.
La presentadora explicaba cómo los guardias de seguridad del Museo Metropolitano habían encontrado en el cambio de turno efectuado de madrugada al equipo de vigilancia al que tenían que relevar en medio de un charco de sangre, y que una de las piezas más valiosas de la exposición de Maria Antonieta se hallaba en paradero desconocido. Nada más entre los cientos de obras de arte había desaparecido. Desde el cierre al público hasta la llegada del relevo no había constancia en las cámaras de seguridad de quién o qué los había matado ni cómo habían sustraído el anillo de su lugar. Calificaban lo sucedido de misterio, de raro, incluso de paranormal.
Todo parecía como si fuera obra de un fantasma, decían.
Un fantasma que yo conocía muy bien y con el que acababa de tener el mejor sexo imaginable: Chrollo Lucilfer.
Entonces, al agachar mi cabeza y mirar al suelo, leí claramente las últimas líneas que me había escrito en la nota que había caído boca arriba a mis pies:
"Recuerda: no le muestres a nadie el anillo, dejemos que sea un secreto entre nosotros. Si te sientes mal, piensa en toda la gente que murió y sufrió para que ella pudiera tener privilegios. Tus manos no están manchadas de sangre. Feliz Navidad, mi amor.
Siempre tuyo, Chrollo".
Era cierto. Mis manos estaban limpias, pero ¿y mi conciencia? ¿Podría soportar el hecho de poseer el anillo sabiendo que para obtenerlo Chrollo había matado a personas inocentes?
Negué con la cabeza tratando de silenciar la poca conciencia que me quedaba y una vez más, miré el anillo. Tan reluciente, hermoso y único. Sus diamantes resplandeciendo con cada destello de luz que impactaba sobre ellos. Su brillo y belleza me cegaban, me absorbían, me atraían irremediablemente. Tanto, que cuando terminé el café ya me había olvidado de todo y tan sólo podía admirarlo sin importar nada más que el hecho de que ahora era mío, para siempre.
FIN
Este es el anillo real que perteneció a María Antonieta.
N/A: Elegí la primera persona para narrar esto porque necesitaba un punto de vista muy personal de las cosas y que no quedase claro cuál era el verdadero papel de Chrollo en todo esto, si está realmente enamorado, si hay un interés oculto detrás... No me interesaba que se supiera qué es lo que él piensa o siente más allá de lo que deja ver y vemos a través de la voz que narra subjetivamente. Cada uno puede sacar sus propias conclusiones. Espero que te haya gustado y hayas disfrutado de la lectura. Por cierto, el párrafo final con el anillo es una especie de reflexión que aplica a lo que siente por Chrollo, o al menos, intenté el paralelismo.
Me gustaría desear felices fiestas a todos y dedicar esto especialmente a thefuckingp por ser una lectora maravillosa, amar la época de María Antonieta y comentar siempre muy efusivamente en todo lo que hago. Gracias. (⸝⸝ᵕᴗᵕ⸝⸝) ♡
Muchas gracias por leer <3
⸻ℐrisෆ
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