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03 | Alerta Z

Los pasillos de Seabrook High zumbaban con una energía que a Briana le resultaba ajena. El rosa y el azul brillaban por todas partes: lockers, uniformes, peinados, hasta los cordones de los zapatos. Todo era tan... vivo. Tan ruidoso.

Briana caminaba con la mirada baja, envuelta en su chaqueta oscura y sin forma. La capucha le cubría parte del rostro, y su cabello azul oscuro, teñido con mechas violeta, ocultaba cualquier rastro de expresión. Cada paso la hacía sentirse más pequeña, como si el suelo mismo no la quisiera allí.

Evitaba los ojos de todos. Sus botas resonaban contra el piso encerado mientras esquivaba parejas acarameladas, grupos ruidosos y el eco de risas que parecían multiplicarse. Era una sombra más entre el desfile de colores brillantes y sonrisas ensayadas.

Una chica la empujó sin querer y le dedicó una mirada rápida, entre confusión y desagrado.

??: ¿qué es eso? —murmuró la chica a su amiga mientras seguían caminando.

Briana apretó los labios y dobló la esquina, en dirección a su primer salón de clase. Casi podía sentir los ojos siguiéndola. O tal vez era solo su paranoia.

El timbre sonó y todos comenzaron a moverse con velocidad coreografiada. Ella se dirigió a su salón asignado, esperando que el profesor no hiciera preguntas ni llamara lista en voz alta. Pero entonces, un sonido ensordecedor la sacó de sus pensamientos.

¡WEEEOOOH! ¡WEEEOOOH!

Una sirena metálica llenó el pasillo. Era la Alarma Z. El aire cambió de inmediato.

Los estudiantes comenzaron a correr en distintas direcciones, algunos gritando, otros con los ojos bien abiertos. Las puertas de emergencia se activaron y los paneles en las paredes se encendieron con luces rojas. Briana se quedó paralizada un segundo, sin comprender del todo lo que ocurría.

??: ¡alarma Z! ¡zombies! —gritó alguien.

Su instinto tomó el control. Corrió, con el corazón en la garganta, empujada por el pánico general. No sabía exactamente qué significaba la alarma, pero su cuerpo sí: había peligro. Siempre había peligro.

Giró por otro pasillo y vio una puerta abierta. Sin pensar, se lanzó dentro.

El salón estaba oscuro, protegido por paredes reforzadas y un sistema de cierre automático. Briana jadeó, apoyando la espalda contra la puerta, cuando escuchó un ruido detrás de ella.

Se giró bruscamente... y se estrelló de frente con alguien.

— ¡AH! —exclamó ella, y su puño reaccionó más rápido que su mente.

El golpe dio de lleno en el pecho de un chico alto, de piel grisácea y cabello verde. Él dio un paso atrás, sorprendido, llevándose la mano al pecho.

Zed: ¡Whoa, wow! ¡tranquila! —dijo el chico con las manos en alto, sin dejar de sonreír a pesar del impacto.

Sus ojos brillaban, pero lo más alarmante para Briana era su rostro... o mejor dicho, lo que era. Un zombie.

Ella retrocedió inmediatamente, golpeándose con una mesa en su huida. Sus ojos se abrieron de par en par, y su respiración se volvió irregular.

— no... no... no me toques —susurró, con la voz temblando.

Zed: oye, tranquila, no voy a hacerte daño ¿de acuerdo? Me han pegado antes, pero nunca tan rápido —bromeó él, bajando las manos lentamente.

Briana lo miró como si fuera una amenaza inminente. Su poder latía bajo su piel, como un susurro oscuro. Pero algo en la mirada de él... no tenía maldad. Tenía curiosidad. Y algo de ternura, incluso.

Zed: soy Zed —dijo él, con una sonrisa leve— y tú... ¿llevas guantes con pinchos o algo así?

Ella bajó la vista a su propio puño. Temblaba. Estaba temblando.

— lo siento —susurró. Era todo lo que podía decir.

Zed se encogió de hombros, aún sonriente.

Zed: eh, no pasa nada tengo un pecho resistente. Cosas de zombie, ya sabes.

Briana se quedó en silencio, aún con la espalda rígida contra la pared. Sus ojos recorrían cada centímetro de ese extraño chico zombie. Esperaba que hiciera una broma pesada o que intentara asustarla. Pero él solo la observaba con una expresión abierta, paciente.

Zed: ¿estás bien? —preguntó él con cuidado— no fue tan fuerte, en serio.

Briana lo miró de reojo, sin responder aún. Estaba acostumbrada a defenderse. A reaccionar. No a tener una conversación después.

Zed: es tu primer día, ¿cierto? —preguntó Zed, inclinando apenas la cabeza.

Ella lo miró con sorpresa.

— ¿cómo sabes eso?

Zed: porque no pareces de por aqui y en Seabrook... bueno, si no luces como una burbuja de algodón de azúcar, llamas la atención —dijo con una sonrisa ladeada, sincera.

Briana bajó la mirada, notando cómo su ropa oscura y su expresión apagada chocaban con todo lo que representaba esa escuela. La vergüenza se le enredó un segundo en la garganta.

— sí, es mi primer día.

Zed se sentó en una de las bancas vacías, relajado, como si estar encerrado en un salón oscuro durante una emergencia fuera la cosa más normal del mundo.

Zed: el mío también —dijo, mirando al frente— aunque no parece, ¿no? Como que ya me acostumbré a los sustos. Supongo que es porque soy... ya sabes.

— ¿un zombie? —preguntó Briana, sin suavizar la palabra.

Zed: ajá —asintió él con una sonrisa— aunque no somos tan aterradores como dicen. Bueno, la mayoría. Mi primo Guzo sí da un poco de miedo. Pero tiene un corazón enorme. Literal, es como del doble de tamaño. Cosas de mutación genética o algo así.

Briana no sabía si reír o seguir en guardia. Había algo en ese chico que le desarmaba poco a poco las defensas. Tal vez era el tono cálido de su voz. O la forma en la que no la miraba como si fuera rara.

— ¿por qué viniste a esta escuela? —preguntó ella, más por romper el silencio que por otra cosa.

Zed se encogió de hombros.

Zed: quería una oportunidad, un lugar donde pudiera ser algo más que un zombie. Donde la gente no me mire como si fuera a comerles el cerebro cada vez que pestañeo.

Briana levantó una ceja.

— ¿y lo lograste?

Zed soltó una risa breve.

Zed: todavía no pero hoy no ha sido tan malo, conocí a una chica nueva que me dio un puñetazo en el pecho. Eso no pasa todos los días. 

Ella no pudo evitarlo. Una sonrisa mínima, casi invisible, apareció en sus labios. Zed la vio y pareció notarlo, pero no dijo nada. Solo la sostuvo con la mirada, como si estuviera tratando de entenderla sin invadirla.

— ¿y tú por qué viniste? —preguntó, con una suavidad nueva en la voz— no pareces... Seabrook.

Briana apretó los labios, considerando si debía contestar. Pero algo en esa oscuridad protegida del salón, en esa pausa entre la alarma y la normalidad, la hizo hablar.

Zed: ciudad zombie, queda cerca por primera vez le dan una oportunidad a los zombies habia estado esperando este dia toda mi vida.

Briana frunció ligeramente el ceño.

Zed: aunque encajar es sobrevalorado, yo prefiero destacar. Aunque bueno, cuando tu piel brilla en la oscuridad, es un poco inevitable.

Ella soltó una pequeña risa, sin darse cuenta. Y Zed sonrió más grande.

Zed: ¿ves? ya estás sonriendo, primer punto para mí.

— no te emociones —dijo ella, cruzando los brazos con una expresión neutral— solo fue reflejo.

Zed se llevó una mano al pecho como si lo hubieran herido.

Zed: auch, otro golpe.

Ambos guardaron silencio por un momento. La sirena de la Alarma Z dejó de sonar, y una voz por los altavoces anunció que el simulacro había terminado. Las puertas comenzaron a desbloquearse con un pitido suave.

— simulacro —murmuró Briana, molesta consigo misma por haberse asustado tanto.

Zed: sí, lo hacen cada tanto para que estemos preparados... por si algún zombie se descontrola o lo que sea. Pero en serio, eso casi nunca pasa. Bueno, no desde que arreglaron el Z-Band —explicó él, señalando el dispositivo brillante en su muñeca.

Ella lo miró con una mezcla de interés y sospecha.

— ¿y eso qué hace?

Zed se levantó, caminando hacia la puerta, pero antes de abrirla, se giró.

Zed: evita que me convierta en un monstruo.

Y entonces, sin esperar respuesta, le tendió la mano.

Zed: ¿vamos, compañera nueva de primer día? Te acompaño a clase. Juro que no muerdo.

Briana miró su mano. Dudó. Pero finalmente... la tomó.

— solo porque no quiero perderme otra alarma —murmuró.

Zed sonrió.

Zed: excusa aceptada.

Y juntos, salieron al pasillo de Seabrook. Ella con pasos reservados, él con paso ligero. Dos extraños en un lugar donde nadie los entendía del todo. Pero quizá, por eso mismo, acababan de empezar a encontrarse.

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