» Epílogo
–¿Crees que alguna vez vas a morderme?– preguntó Luz, y Amity detuvo sus pasos, girándose para verla.
–Luz, yo…– intentó decir, pero su mirada bajó hacia sus manos tomadas de las suyas y el anillo que destellaba entre las dos. –Ese momento llegará algún día, pero ojalá no sea pronto. No creo que estés… lista– dijo ella, y Luz le sonrió, comprendiendo.
–Seré paciente entonces– le dijo, besando sus manos antes de abrir la puerta.
Amity secó una lágrima que rodó por su mejilla al recordar aquellas palabras dichas tan solo una semana atrás.
«Siento que ha pasado toda una vida desde entonces».
Tomó un último sorbo de vino antes de dejar la copa vacía de lado y su mirada miel cayó sobre los dos puntos oscuros que adornaban su muñeca desde hacía siete noches.
Sangre por sangre.
Una herida que reabría todos los días desde entonces.
«No tuvimos elección, mi Lu, nos arrebataron eso» pensó, y ojos viajaron hasta la cama al otro lado de la habitación, bañada con las sombras del atardecer, dónde su novia yacía con los ojos cerrados, su piel tan pálida y su corazón inmóvil.
La casa del jardín, había llamado Viridiana a aquel lugar: una casa antigua en medio del bosque, con un jardín lleno de flores y una laguna.
Un refugio para sanar.
Un lugar para olvidar.
–¿Amity?– murmuró la chica entre las sábanas, bostezando.
–Creo que son las cuatro– dijo Amity, acercándose a ella y dejándo un beso en su frente.
–¿De la mañana?– preguntó Luz, aún somnolienta, frunciendo el ceño.
–No, mi amor, de la tarde– respondió Amity, ayudándole a incorporarse.
–¿Dormí todo el día?– preguntó, sorprendida. Amity asintió. –¿Por qué no me despertaste?– gimió.
–Porque necesitas descansar– dijo Amity, tomándola del rostro. En su boca, los dos pequeños colmillos destellaron.
–Oh. Creo que me está costando adaptarme a esto– murmuró Luz, pasando la lengua sobre sus dientes. –Pero ahora comprendo porque siempre tenías sueño, esto es… agotador–.
–Ahora tu cuerpo está débil– confesó Amity, –acoplándose a los cambios, pero te prometo que en cuanto termine el ritual de sangre te sentirás mejor– dijo, acariciando su cabello castaño. Luz asintió, comprendiendo.
–Aunque me siento muy cansada– agregó, –también me siento… diferente. Siento todo más…– buscó la palabra para describir aquella sensación, –vivo– dijo finalmente.
–¿Si?– preguntó Amity, quién nunca había sido humana ni había pasado por la transición. No conocía un mundo más apagado que el que siempre había conocido. –¿Y eso es malo?– preguntó, un poco preocupada.
–No, no– negó Luz, y una sonrisa se dibujó en su rostro. –Solo es… extraño, pero me gusta–.
Amity también sonrió, tomando sus manos entre las suyas para darles un beso.
–¿Sabés que estaré aquí para ayudarte a atravesar todos estos cambios, no? Buenos y malos– le dijo, y Luz se inclinó, besando sus labios.
«Ella sabe a vino y cerezas».
–Lo sé– dijo, relamiendo sus labios.
Pasaron unos minutos en silencio, simplemente abrazadas en la cama con los ojos cerrados y las manos inquietas hasta que el atardecer llegó.
–¿Tienes hambre ya?– preguntó Amity, y los dos puntos en su muñeca palpitaron.
–Si, un poco– dijo Luz, sintiendo cosquillas. –Hoy es el último día– susurró.
Amity susurró un «sí» en respuesta.
–¿No sientes que este momento llegó demasiado pronto?– admitió ella, negando. –Se que yo quería esto, pero pensé que pasarían años antes de que sucediera–.
–También lo siento– pasando los dedos por su muñeca.
–¿Te arrepientes?– preguntó Luz, y una nota de tristeza se coló en su voz.
Amity no supo qué decir.
¿Se arrepentía?
La culpa por haber tomado la sangre de Luz sin su permiso la había carcomido desde hace unas semanas, he incluso cuando ella le había dicho que la perdonaba, esta no había mitigado nada.
«Pero si no lo hubiera hecho…».
Miró a Luz, pálida y con colmillos, pero viva.
Allí, todavía con ella.
Y recordó sus palabras cuando ella moría, las que murmuró mientras lloraba.
«Tambien te amo, Luz».
–No, no me arrepiento– dijo Amity. El alivio cruzó el rostro de su novia.
–Yo tampoco– dijo, cerrando los ojos. –Y si este es el precio a pagar por una vida a tu lado, bueno, volvería a morir sin duda– admitió.
Y antes de que Amity pudiera llorar, volvió a besarla, subiéndose en su regazo mientras sus manos se enredaban en su cabello.
«Moriría por volver a besarte así».
Amity deslizó sus manos por su pecho hasta su cintura, buscando en el dobladillo de su camisa mientras Luz devoraba su boca como si no se hubieran besado en toda una vida.
Le quitó la prenda de encima y ella se inclinó hacia atrás, dejando caer su cabeza sobre las almohadas.
Su sonrisa era una invitación que Amity aceptó.
–¿Estás lista?– le preguntó y ella asintió, quitando el cabello de su hombro. La escuchó suspirar mientras se inclinaba sobre su cuerpo.
«La última noche.
Después de esto, el ritual estará completado».
Amity mordió su cuello y ella gimió, más por placer que por dolor, sintiendo como su cuerpo entero se extasiaba ante aquello, hasta que Amity se apartó, su boca manchada de rojo oscuro, casi negro.
«Se ve tan sexy» pensó Luz, un poco mareada mientras se incorporaba.
Su estómago gruñó con hambre.
–Ven aquí, mi amor– dijo, arrodillándose detrás de Luz mientras le tendía la muñeca.
Ella encajó los colmillos sobre los dos puntos y comenzó a beber, lento al principio pero luego con más fervor.
–Bebe todo lo que quieras, amor– le dijo, besando su hombro, mientras su novia, que antes había sido humana, se convertía en una vampira.
Las semanas siguientes pasaron tan rápido que Amity apenas podía asimilar lo que sucedía.
Aceptar la ayuda de su hermana Emi y Drea Willow para organizar los detalles de su boda resultó en más flores de las que había visto en su vida, una tarta casi tan grande como ella y un salón lleno de personas que no conocía.
–Algunos son vampiros– explicó Emi, aplicándole una capa de brillo labial. –Y otros son amigos de Luz, pero tranquila, no tienen idea de la verdad– dijo, intentando calmarla.
–Dime por favor que el vino es vino de verdad– pidió Amity, apenas controlando sus nervios.
«Solo es una boda, ¿No? Mi boda».
–Pues el vino salió de la vinoteca de Viri…– dijo su hermana, poniendo su dedo en su mejilla, pensativa.
–¡Emi!– chilló Amity.
–Tranquila, es broma. Es vino real– dijo, riendo. –Eres la novia, Amity, no te preocupes por estas cosas, yo me encargo de todo– le aseguró. –Ahora, quieta, que no he terminado–.
«¿Cómo puedo estar tranquila cuando estoy a punto de casarme con el amor de mi vida?» pensó la vampira, jugando con su anillo de compromiso.
En otra habitación, la otra novia estaba igual de nerviosa, e increíblemente emocionada, mirando su vestido blanco en el espejo. El reflejo que le devolvía era borroso, con los bordes difuminados, pero ella se sentía hermosa en aquel momento y ningún espejo le diría lo contrario.
–Ya es hora– le anunció Drea, pasándole su ramo. Flores blancas y rojas. Luz chilló de emoción, dando saltitos mientras caminaba hasta la puerta.
Mientras la música comenzaba a sonar y sus pasos la llevaban desde la casa hasta el jardín, hacia la capilla al lado de la laguna, ella evocó en su mente cómo sería su vida con su nueva esposa a partir de esa noche.
Tuvo que reprimir las lágrimas que se agolparon en sus ojos.
Y entonces la vio, caminando hacia ella desde otra dirección, con un ramo idéntico al suyo y más hermosa de lo que nunca la había visto.
Quería gritar «Si, acepto» en ese mismo instante.
–Hola– susurró cuando estuvieron frente a frente.
–Hola– le respondió ella, sin dejar de sonreír, mientras Viri les pedía a los invitados que guardaran silencio, iniciando así la ceremonia.
Los nervios no desaparecieron, pero algo más creció en ellas, un sentimiento cálido, de felicidad y dicha. «Amor» pensaron, mientras repetían sus votos y los anillos se deslizaban en sus dedos.
–Te amaré toda la eternidad– le prometió ella, una línea que no estaba en el guión, besando sus manos sobre los guantes blancos.
Su corazón se derritió ahí mismo.
Y entonces se formuló la pregunta que había estado esperando desde la noche en la que se comprometieron.
–¡Si, acepto!– exclamó Luz, sintiendo como sus piernas temblaban.
–Acepto– repitió Amity entonces, imitando su preciosa sonrisa, y antes de que terminaran de declararlas unidas en matrimonio, ella ya la había atraído hacia sí, besando sus labios con todo el cariño que poseía.
–Nuestro primer beso como esposas– susurró Luz, con un nuevo brillo en los ojos.
–El primero de muchos, esposa mía– añadió Amity, y la volvió a besar.
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