» Capitulo 8
El tono de su celular se combinó con el sonido de sus húmedos besos, y ellas, con el labial corrido y el cabello revuelto, se miraron a los ojos entre jadeos.
–Es mi teléfono– gruñó Luz, buscando ciegamente el aparato entre sus prendas, –dame un segundo– le pidió a la chica que continuaba besándola, estampando besos en su clavícula mientras ella intentaba contestar el celular.
–¿Está todo bien, Lu?– susurró Amity contra su piel cuando la chica se demoró en leer el mensaje que había recibido.
–Yo… no lo sé– admitió Luz, levemente confundida y algo preocupada. Le tendió el celular a Amity, y de pronto, todo el placer se disolvió.
En la pantalla brillaba un simple y aterrador mensaje:
Te estamos observando
Su respiración se volvió desastrosa y superficial mientras las imágenes en rojo taladraban su cabeza.
Mil recuerdos sangrantes y un fantasma.
Sin explicación, abrazó a la chica que antes había colmado de besos y apuntó su mirada ámbar a la ventana, dónde a lo lejos, en la terraza de otro edificio, un par de sonrisas filosas obstruían la noche.
Malditas sombras de ojos dorados.
–Quédate aquí– le susurró la vampira a la chica humana, dándole un suave beso en los labios. –Ya regreso–.
–¿Qué?– exclamó Luz, perdiendo cualquier rastro de rubor de su rostro. –¿A dónde vas?– le preguntó.
Su roomie la miró, le sonrió y se alejó, cerrando la puerta detrás de ella, sin responderle nada.
–Pero tú y yo… íbamos a… a… ya sabes– gimió Luz al escuchar el click de la puerta, apuntando débilmente hacia los cojines desparramados en el sofá. –No te vayas– sollozó, sabiendo que la chica ya no podía escucharla.
Ella, con el corazón astillado, su ropa en el suelo y los labios enrojecidos, no entendía lo que estaba pasando, y simplemente recogió su celular para volver a leer el mensaje.
¿Quién lo había enviado? ¿Por qué?
El miedo palpitó bajo su piel desnuda, y mientras la primera lágrima se deslizaba sobre su rostro, ella corrió hacía su habitación.
El mensaje había sido eliminado.
–¿¡Cómo te atreves!?– rugió la vampira, hecha tormenta y furia, con los afilados colmillos siseando bajo la luz de la luna.
–¿Me hablas a mí?– sonrió el chico sobre el barandal al borde de la azotea. –Hago muchas cosas, se más específica, linda– se burló él.
Amity deseó empujarlo.
–No juegues conmigo, Edric– escupió ella, –sabés a qué me refiero–.
El chico la miró de arriba a abajo, a su alborotado cabello menta, su atuendo rosa y su labial manchado, y finalmente la miró a los ojos, sonriéndole.
Un escalofrío correteó bajo su piel.
–Tú crees que yo soy tu enemigo, Amity. Siempre lo has creído– dijo el vampiro, chasqueando su lengua con afligida desaprobación. –Eso me lastima mucho–.
Amity bufó. Ella no era su hermana Emi, a quien Edric podía, y chantajeaba emocionalmente a su antojo. Ella, después de todos esos años, ya no se lo permitía.
–¿Qué quieres, Edric?– le preguntó Amity, dispuesta a zanjar aquel tema de una vez por todas.
–¿De tí?– preguntó el vampiro, tomándose un par de segundos para pensar. –Nada– respondió.
El enojo hormigueaba en la punta de sus dedos y colmillos.
–¿¡Entonces qué haces aquí!?– gritó la vampira.
«Controlate Amity».
–Solo pasaba a ver si ya te aburriste de tu nueva mascota– le dijo él, pasando sus manos sobre el frío barandal, –o si ya te cansaste de fingir ser algo que no eres– la miró a los ojos, todo rastro de diversión ausente en aquellos espejos dorados –porque no eres humana, hermanita, y cuando ella se entere, va a repudiarte. Lo sabés muy bien–.
Amity quiso debatir eso, gritarle que se equivocaba, pero habían dos cosas que se lo impidieron: una, era que ella no estaba nada segura de cómo reaccionaría Luz ante todo aquello. Quizás si, la odiaria, quizás lo comprendería.
Quizás no quiera volverla a verla, y no quería pensar en ello.
La otra era que no quería que Edric se diera cuenta de cuánto le importaba la chica humana.
No podía dejar que lo supiera.
–No va a enterarse– le respondió Amity, indiferente –y si lo hace, empiezo de cero en otro lugar. Preferiría vivir en las calles que pasar un solo día más bajo tu techo–.
El rostro del vampiro se mantuvo sereno, ajeno a cualquier emoción que delataran las palabras de Amity.
–Bien, si eso es lo que quieres– dijo Edric, encogiéndose de hombros –me temo que solo me queda desearte buena suerte en lo poco que te queda de vida, hermanita–.
La vampiresa río. Conocía ese discurso. Lo había escuchado demasiadas veces.
–¿Enserio piensas que moriré si no estoy a tu lado?– le pregunto Amity, cruzándose de brazos. Sus colmillos aún brillaban salvajes bajo la luz espectral de la luna. –Yo no te necesito–.
–Claro que sí– respondió Edric. –Eres una vampira joven, Amity…–.
–¡Yo no te necesito!– repitió Amity, gritando.
–Soy tu familia– le dijo Edric, una sonrisa en su boca, –Sin mi…–.
–¡Tú no eres mi familia– estalló Amity, dejando escapar aquellas palabras que había retenido en su boca por décadas. –Tú, Edric Blight, me arrebataste a las personas que más amaba. Enloqueciste a mi madre y mataste a nuestro padre… me arrebataste a Emily– dijo, cada palabra doliendo en su pecho. –Me mataste poco a poco durante cien años y aún no me dejas descansar en paz. ¿Qué mierda quieres de mí?–.
Su voz rota hizo eco en aquella azotea mientras las lágrimas, húmedas y frías, empañaban sus ojos.
Ella no retrocedió.
El chico mantuvo su fría mirada miel sobre ella y los colmillos destellaron en su boca. Una advertencia.
Al vampiro no le gustaba ser enfrentado.
–Espero que continúes soñando, Mittens– gruñó Edric finalmente –y que no despiertes en una hoguera, sola y abandonada–.
Amity no respondió, ya no tenía nada que decir, y solo lo observó darse la vuelta, alejándose hacia la oscuridad, dónde pequeños colmillos, seguidores sin nombre, esperaban a su amo.
–Ah, casi se me olvida– se detuvo Edric. –Emira te envía saludos. Está muy triste porque te fuiste y no te despediste de ella– le dijo –Que horrible hermana–.
–Solo lárgate de una vez, Edric– musitó Amity.
El chico sonrió y desapareció con sus sombras entre los tejados de las terrazas, perdiéndose en la noche.
En su cabeza, Amity deseaba que alguien, quién fuese, le clavara a Edric Blight una estaca en el pecho.
Deseaba hacerlo ella misma.
Espero al menos media hora antes de volver a entrar al apartamento.
Si pudiera verse en un espejo, la vampira vería sus ojos hinchados y su rostro cubierto de húmedas lágrimas, mientras su cuerpo se estremece frente al cristal, inundado de náuseas y vacío de consuelo.
Quería llorar el resto de la noche.
Abrió la puerta sin ánimos. Su corazón no latió. Los cojines, su chaqueta y los zapatos de Luz seguían desparramados en el piso. Pero ella no estaba ahí.
Luz, su linda Luz.
Caminó, con dolor en cada paso, hasta el segundo piso, y al poner un pie en el pasillo en penumbra alcanzó a escuchar sus débiles sollozos. Limpiando sus propias lágrimas, tocó su puerta, dos, tres veces.
Tenía que decirle la verdad, ahí, así, aquella noche.
–Luz– llamó ella angustiada, volviendo a tocar. Los sollozos del otro lado se detuvieron al instante y el denso silencio tomó su lugar, pero la chica de ojos castaños no le abrió la puerta. –Luz, soy yo, Amity, por favor ábreme– rogó la vampira, tocando una vez más.
Su pecho dolía intensamente y las piernas le temblaban.
Ella no quería que su relación con Luz acabara ahí, aquella noche, en aquél pasillo oscuro.
No, Amity quería poder besarla, cuidarla, quererla, estar con ella por mucho tiempo, y que ella estuviera a su lado.
Quería poder llamarla suya y que ella no lo negara.
Pero la puerta continuó cerrada, y ella había quedado del lado equivocado.
–Lo entiendo– sollozó débilmente contra la madera, mil ideas atroces agobiando su cabeza, mientras que aquel dolor se extendía dentro de ella, tornándose más ácido y letal.
«¿Por qué no le dijiste la verdad desde el principio, Amity?» se regañó ella, apartandose de la puerta, «¿Por qué la dejaste sola?» las lágrimas otra vez se derramaban de sus ojos pálidos, «¿Por qué no solo ignoraste a Edric? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?».
Entró a su habitación, tan fría y rosa que la enfermaba, y comenzó a guardar sus cosas sin cuidado dentro de su vieja mochila.
«Lo arruinaste, Amity, felicidades».
Quizás Edric si tenía razón, y fingir ser humana era una estupidez.
«Se felíz, mi Luz» deseó mientras abría la puerta de su habitación.
–No sé quién eres, Amity Blight, pero sé que yo te quiero– exclamó una voz del otro lado, teñida de los restos de un amargo llanto.
Aquellos ojitos achocolatados, húmedos y con la nariz enrojecida, miraron su mochila y la habitación semi vacía detrás. Negó lentamente.
–No, no, no…– lloriqueo, avanzando hasta ella y abrazándola con fuerza. –Por favor no te vayas Amity, no me dejes sola– le rogó. –Si quieres no volveré a besarte, olvidemos que todo esto sucedió, podemos ser solo amigas, pero por favor no te vayas– murmuró contra su pecho.
Sintió sus lágrimas empapar su piel y el dolor estalló, rindiéndose ante la impotencia que sentía.
Le devolvió el abrazo torpemente, buscando en ella el refugio que sabía, no se merecía.
–No llores– le pidió ella, con su propia voz rota. –No llores Lu, haré lo que quieras, lo que tú me pidas, pero no llores–.
–Quiero que te quedes conmigo– murmuró la chica, sus ojitos mirándola con desconsuelo.
Ambas se rompieron en los brazos de la otra, y aquella noche sus ropas se empaparon de lágrimas que no pudieron retener.
–Yo también te quiero– le susurró Amity contra su cabello castaño, –y porque te quiero, debo confesarte la verdad–.
Apartó a la chica de su pecho, apartó el cabello de su rostro, besó su frente con toda la ternura que poseía y secó sus ojos, aquellos ojitos avellana que teñían de sal sus mejillas, contemplando sus labios, a aquellos a los que podía volverse adicta.
–Tengo que confesarte algo, Luz, y es importante– comenzó Amity.
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