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» Capitulo 48

La llovizna caía como lágrimas sobre las grises y frías lápidas y la brisa agitó el cabello de la vampira de ojos dorados, quién suspiró, atrapando entre sus dedos algunas gotas.

Había una nostálgia romántica dormida en aquel lugar que le apretujaba el corazón.

Caminó sobre la tierra húmeda durante un rato, pasando de largo las tumbas con nombres que hacía décadas se habían borrado, hasta que llegó al rincón más alejado del cementerio.

Detuvo sus pasos frente a la tumba recién cavada y observó.

Ella sabía que debía llorar, la muerte provocaba eso, pero las lágrimas ya se habían tardado y se preguntó, no por primera vez, si es que ese era otro de sus defectos.

Fingir amor, jamás sentirlo.

–Hola– susurró. El aroma a tierra recién removida llenaba el aire. –Voy a echarte de menos, ¿Sabes?– dijo, y giró el paraguas entre sus dedos. –O al menos a la persona que fuiste alguna vez–.

La brisa sopló con fuerza y agitó las ramas de los árboles sobre su cabeza, salpicando al suelo con cientos de hojas marchitas.

«Este no era un mal lugar para pasar el resto de la eternidad, ¿No?» se preguntó Emira Blight. «Es un lugar hermoso».

–Espero que dónde estés, al fin puedas encontrar la paz…– dijo, pero las palabras supieron demasiado falsas en su boca y negó. –O tal vez por fin comiences a pagar por tus pecados, Edric–.

«Ojalá el infierno sea suficiente para tu alma».

La lluvia siguió cayendo a su alrededor y el tiempo perdió su noción, y la chica continuó de pie ahí, dejando que su cuerpo se empapara por el silencio.

–Quisiera decir algo más, una despedida emotiva o una maldición para desahogar mi alma, pero… no tengo… nada– confesó. –Esta será la única y última vez que te visitaré– dijo después, dejando caer una flor sobre la piedra húmeda y luego se dió la vuelta, pero se detuvo a unos pasos. –No debería, pero te perdono– dijo, recordando con amargo los últimos años, y negando, se alejó.

«Hasta siempre, hermano».

Deshizo sus pasos entre las hileras de lápidas hasta llegar a la entrada del cementerio, dónde un automóvil la esperaba bajo la lluvia.

–¿Estás bien?– le preguntó Viridiana cuando ella abrió la puerta, cerró su paraguas y entró, sentándose a su lado a pesar de que su cabello goteaba. Ella no la alejó.

–Si, estoy bien– dijo, mientras ella la atraía hacia sí, tomándola de la mano, y por una vez, Emi no lo sintió como una mentira.


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