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» Capitulo 47

–Bienvenida a casa, Amity Blight– dijo Edric desde su cama, sonriendo y mostrando los colmillos al mismo tiempo que giraba entre sus manos aquel cuchillo. –Te estaba esperando–.

Amity sintió su agotado cuerpo paralizarse de miedo mientras los latidos de Luz iban cada vez más rápido a y su respiración se agitaba a causa del pánico.

–¿Co-cómo entraste aquí?– preguntó Amity, dando un paso atrás.

–Ah ah, quieta– exclamó Edric y se alzó sobre las sábanas desordenadas, apuntándolas con la punta filosa al tiempo que se ponía de pie. Amity notó en ese instante, con horror y sorpresa, que sus ojos ya no eran dorados ni amarillos, si no azules y fríos, con la mirada enloquecida, y que de su piel manaba humo blanquecino que olía a cenizas.

–Tu no eres bienvenido aquí– exclamó, e instintivamente se puso entre él y Luz, pero él solo sonrió.

–Tranquila hermanita, con este hechizo– dijo, y sus ojos azules brillaron, –ustedes dos estarán muertas antes de que yo me vuelva polvo. Te lo prometo–.

Otra sonrisa llenó su boca y las piernas de Amity temblaron. ¿Cómo demonios había terminado todo así?

–No, no le harás daño– le aseguró Amity, pero su voz salió frágil y temblorosa. –Tendrás que matarme a mí primero–.

–Si eso quieres– ronroneo Edric. –Con gusto complaceré tu último deseo–.

–Luz, corre– gimió, pero la chica negó.

–Amity, no…–.

–¡Corre!– gritó la vampira, ella y corrió hacia el pasillo en el mismo instante en el que Edric se lanzaba contra ella.

El dolor estalló en su espalda cuando la empujó contra la estantería, tirando al suelo libros y tazas, y antes de que pudiera levantarse, él la tomó del cuello. Apretó con fuerza mientras ella forcejeaba y arañaba hasta que la escuchó gemir; entonces la volvió a empujar, esta vez hacía el suelo del pasillo.

–Siempre has sido tan débil, Amity– dijo él, poniéndole un pie en el pecho para que no se levantara. –No puedo creer que alguna vez esperé algo de ti–.

Si sus palabras tenían la intención de herirla, no lo consiguieron. En cambio, ella solo gruñó para disgusto de él, que la tomó de la chaqueta y la alzó hacia arriba.

–Te arrepentirás por haberme abandonado– le siseo a la cara.

–De lo único de lo que me arrepiento– dijo ella –es de ser tu hermana. Pero ninguno de los dos puede cambiar eso–.

Los iris azules de Edric volvieron a brillar, parpadeando como una lámpara averiada y su piel crepitó, manando más humo blanco. Amity creyó que lo vería convertirse en cenizas ahí mismo, ningún vampiro podía resistir tanto en un lugar dónde no era bienvenido, pero él continuó de pie con sus colmillos salvajes goteando veneno.

–Yo arreglaré esto– dijo con una voz ronca y carente de cordura.

Y entonces la volvió a empujar, pero esta vez no había ninguna estantería o suelo que detuviera su caída, y rodó por el corto tramo de escaleras, aterrizando contra las maletas que aún no habían desempacado.

Su cuerpo gimió de dolor y ella lo ahogó, poniéndose de pie.

Ella también le mostró los colmillos, negándose a mostrarle miedo.

«No dejaré que te acerques a Luz».

–¡Corre!– chilló Amity y, de alguna forma, Luz reunió todo el coraje que no sentía para correr, llegar hasta la antigua habitación rosa y cerrar la puerta en el mismo instante en el que escuchó un estallido de cristales romperse.

Reprimió un grito con sus manos.

«¿Qué hago? ¿Qué hago?» se gritó en su mente, buscando algo con que bloquear la puerta. Optó por la silla del escritorio, aunque no creía que fuera a resistir demasiado, y luego buscó su celular. Con dedos temblorosos comenzó a marcar el número de Drea Willow.

«Resiste Amity».

Los seis segundos más largos de su vida transcurrieron en aquel momento y luego escuchó un fuerte golpe en el pasillo, seguido de gritos y entonces Drea respondió.

–Lucía, hola, ¿Cómo est…?–.

–Drea necesito ayuda– exclamó Luz con su voz quebrada por el miedo. –Edric Blight está mi casa–.

Del otro lado de la línea, Drea Willow abrió mucho los ojos y observó a Viridiana, quién acababa de entrar al comedor con expresión de hastío. Había pasado el último mes buscando al vampiro que ahora estaba con su amiga.

–Escondete en un lugar Luz, iremos enseguida– le dijo y colgó.

Luz tragó saliva. Un mal presentimiento caló hasta sus huesos.

El descendió las escaleras, el cuchillo todavía en sus manos, y la apuntó con él.

–Me arruinaste la vida, pequeña– le siseo, y luego se abalanzó contra ella.

Amity lo esquivó por poco.

–Yo no tomé tus decisiones– le recordó.

–¿No? tus acciones me arrastraron aquí– gruñó él.

–¡Sabes muy bien que eso no es cierto, Edric!– exclamó ella. –¿Por qué es tan difícil dejarme ir?– preguntó, esquivando otra estacada mientras su visión se desenfocaba.

No había comido nada desde la noche anterior y su cuerpo ya estaba protestando, exigiendo un poco de sangre.

–Te ves débil, ¿Acaso tú humana no sabe alimentarte?– preguntó él, su voz empapada de burla, y volvió a lanzarse contra ella. Esta vez la tomó del cabello. –Tendré piedad de ti y acabaré con esto rápido– le susurró contra el cuello mientras ella siseaba y pateaba. –Pero no prometo tener la misma misericordia para tu juguete, no. A ella pienso drenarla hasta la última gota. Quiero ver cómo la luz se apaga en sus ojos– dijo, y rió. Su carcajada la inundó de miedo e impotencia.

–¡Alejate de ella!– chilló, revolviéndose bajo su fuerte agarre. –Edric, te lo suplico, no le hagas daño, por favor– rogó.

Sintió las lágrimas correr por su rostro.

–No te haré promesas que no pienso cumplir, hermanita– le dijo, y entonces bajó el cuchillo.

El dolor abrasador y cortante atravesó su pecho en un instante y el mundo entero dio vueltas, apagándose.

–Solo quiero que sepas que hago esto porque te quiero– le susurró Edric al oído, y retorció el cuchillo, clavándolo más profundo antes de soltarla.

Cayó al suelo incapaz de mantenerse de pie y la sangre, oscura y acuosa, se escurrió entre sus dedos.

«Luz…».

Mientras atravesaba la ciudad lo más rápido que podía, Viridiana Reed deseó que el mito sobre la super-velocidad vampírica fuera cierta.

Cada segundo era un tic tac en su cabeza, una gota de sangre derramada, un cuerpo sin vida abandonado en el anonimato de la noche.

Llegó a las puertas de Kings Palace y comenzó a subir, decidida a romper sus propias reglas.

Edric Blight merecía morir.

El ascensor se abrió con aquel molesto tiiin y ella corrió hacia la puerta, abriéndola con un fuerte chasquido. Había dado un solo paso dentro cuando sus ojos se posaron en la chica que yacía quieta en el suelo sobre un charco de sangre. Ahogó un grito en su boca y corrió, arrodillándose junto a ella y entonces la vió abrir los ojos, el dorado pálido en ellos y abrió la boca, sus dedos tratando de tomar el mango de aquel cuchillo que sobresalía de su pecho.

–Luz. Ayúdala. Arriba– gimió, negando débilmente. –Edric…–.

–Shhh, tranquila– intentó calmarla, poniéndose de pie. –Volveré enseguida– dijo, y se dirigió hacia las escaleras.

«¿Hace cuántos siglos deberías haber muerto?» Le preguntó la voz en su cabeza. «Tal vez está sea tu última noche».

El silencio absoluto que había del otro lado de la puerta le heló la sangre y transformó su miedo en terror.

«¿Dónde estás Amity? ¿Qué está sucediendo?», se preguntó, acercándose despacio a la puerta, pero se detuvo al escuchar pasos del otro lado y entonces retrocedió, rápido y en silencio, hasta que su espalda tocó la pared. «¿Amity, eres tú?» pensó, pero algo en su mente le gritó que no hablara, que no se moviera, que ni siquiera respirara.

Y Luz, aterrorizada, obedeció.

Toc toc toc, sonó en la puerta.

–Hola, Luz– dijo una voz que no era la de su novia. Sus piernas temblaron, su corazón latió deprisa. Volvió a tocar. –Ábreme, pequeña, no sirve de nada huir– le advirtió. –Pregúntaselo a Amity–.

Su corazón se saltó un latido.

«¿Amity…? ¿Dónde estás, Amity?».

Toc toc toc, volvió a sonar, y una risa reverbero en el corredor.

–Entre más tardes en abrir esta puerta– dijo él, y ella observó el pomo girar de un lado a otro sin abrirse, –
más tardaré yo en drenarte, y créeme, no disfruto nada los juguetes usados–.

Luz no respondió, no se movió. Solo las lágrimas bajaron por sus mejillas.

–Ábreme Luz, y permitiré que te reúnas con mi hermanita– continuó, y Luz se deslizó hasta el piso, sin fuerzas para seguir de pie. –Estarán juntas por siempre, ¿No es lo que querían?–.

«¿Dónde estás, mi amor? Dime qué estás bien, por favor».

El pomo se sacudió con violencia, la puerta fue golpeada, y para su horror, escuchó un crujido, luego otro.

«No puede acabar así».

–Disfrutaré de ver cómo te retuerces– escupió Edric, y rompió el cerrojo de la puerta de una vez.

Pero antes de que pudiera entrar, una mano se cerró en su garganta y diez garras afiladas se enterraron en piel. Gorgoteando, fue arrastrado lejos de la puerta y arrojado contra la pared con más fuerza de la que estaba seguro Amity poseía.

Pero no es su tonta hermana quién estaba de pie frente a él, sino una chica rubia con ojos como plata.

Él sonríe mientras ella lo toma del cuello y sin hacerle ninguna pregunta, hunde sus malditas garras en su pecho.

El humo se desprende con más rapidez de su piel chamuscada y sus ojos azules destellan con violencia mientras ella araña y desgarra su pecho, pero el hechizo se mantiene y él no se convierte en cenizas incluso cuando toda su sangre mancha el piso del corredor y su cuerpo destrozado yace a los pies de Viridiana Reed.

Ella, con la boca y brazos cubiertos de sangre, se gira hacia la puerta rota. Al abrirla, Luz grita, abre los ojos y gateando, se pone de pie.

Escucha su corazón latir desenfrenado por el miedo y la ve detenerse un instante junto al cuerpo abierto de Edric Blight antes de salir corriendo escaleras abajo.

«No confío en los que son como yo» se dice, sacando una daga de su cintura, y con un solo movimiento, corta la cabeza del vampiro.

Su corazón se detuvo en el instante en el que la vió y el tiempo perdió todo sentido.

«Toda esa sangre… no es tuya, ¿verdad? No puede serlo».

–¡Amity!– chilló, y sus piernas temblorosas corrieron hacia ella. Se dejó caer a su lado y la observó; su piel estaba más pálida de lo normal y su mirada miel estaba fija en un punto en el techo. –Amity, por favor, no– lloró, y entonces la vio parpadear. Un gesto lento que destilaba dolor y cansancio.

–Luz– susurró ella, y sus dedos se cerraron, resbalando alrededor del cuchillo que tenía estacado.

–Tranquila, yo lo hago– dijo Luz, y con cuidado, tomó el mango y tiró, sacando la hoja de su pecho. En cuanto lo hizo, más sangre brotó de la herida abierta.

«No, no, ¡no!».

–Te amo– gimió Amity, su voz apenas un suspiro, y sonrió, posando una mano en la herida y llevando la otra hacia su rostro para secar sus lágrimas. –Eres el amor de mi vida– susurró.

–Y tú el mío– susurró Luz, imitando su gesto. –Por favor, no te vayas– le rogó, acariciando su piel fría. –No me abandones así, Amity. Aún hay tantas cosas que debemos vivir juntas, y no puedo… no puedo si no estás aquí–.

Amity abrió la boca para decir algo más, pero solo un hilo de sangre resbaló por su mejilla.

–Aún no nos hemos casado, mi amor. Me lo prometiste, ¿Recuerdas?– dice Luz. –Íbamos a casarnos y luego iríamos al océano. Yo te prometí eso. Tienes que quedarte, Amity, por favor– siguió, quebrándose en llanto.

Las lágrimas resbalaron por su rostro hasta caer en el suelo dónde se mezclaron con la sangre oscura de la vampira. Amity intentó secarlas, un movimiento débil contra su piel, y Luz tomó su mano entre las suyas.

–Lo siento– dijo Amity, la voz aún más débil, y Luz negó, porque sus disculpas se sentían peores que su despedida.

–No– susurró ella, inclinándose hasta que su frente tocó la suya.

«No, no, no».

De cerca, sus ojitos dorados se habían tornado amarillos, muy brillantes, y Luz la escuchó repetir «lo siento» mientras en su boca, sus largos colmillos aparecieron.

–Te amo tanto– volvió a decir, y con las pocas fuerzas que le quedaban, apartó su cabello castaño y la mordió.

En un instante, la sangre cálida se derramó a borbotones en su boca, hasta que su visión se tornó borrosa y entonces el mundo entero se convirtió en sombras.


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