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» Capitulo 32

Luz había pasado los dos últimos meses, inmersa entre las ideas de su novela, escribiendo sin descanso alguno, con una sonrisa en su rostro que delataba lo feliz que estaba.

Amity estaba sentada en el sofá mirándola escribir. «Este es mi más grande sueño y se está volviendo realidad» había exclamado aquella noche cuando volvió de firmar el contrato.

Y ahora estaba escribiendo el último capítulo.

Hubieron momentos en los que Luz ni siquiera paraba a comer, apasionada en su trabajo, y pasaba el día entero encerrada en su oficina. Desde entonces, Amity se había autoasignado la labor de cocinar y asegurarse de que aquella novia suya comiera y no se desmayara de hambre por todo aquello.

–¿Todavía falta mucho?– murmuró Amity, rodeando el escritorio y abrazándola.

–Si, un poco, necesito concentrarme– musitó Luz, bostezando.

Amity leyó lo que estaba escribiendo y sonrió. Su novia de verdad tenía vocación por lo que hacía, y ella amaba tanto leer sus palabras.

–¿Qué quieres de cenar hoy?– le preguntó Amity, revolviendo un poco su cabello. Luz suspiró y dejó de escribir un momento. Estaba ansiosa y estresada y apenas podía lidiar con eso.

–No lo sé, ¿Qué quieres tú?– devolvió la pregunta, acariciando las manos de su novia.

–La verdad, no deseo cocinar hoy– confesó Amity. –¿Quieres comida rápida?– le preguntó.

Luz río para sus adentros y recordó los intentos de Amity en la cocina que, aunque no eran los mejores, saber que lo hacía por ella, por ayudarla, la derretían.

Amity era tan linda.

–Si, eso estaría bien– aceptó Luz, volviendo a su trabajo.

–Bien, comida rápida será– exclamó Amity, besando a su chica en los labios antes de coger su chaqueta negra y salir del apartamento.

Las calles de Ciudad Sur eran tan distintas a las del norte, que a Amity se le hacía imposible creer que eran solo dos lados de una misma ciudad.

Una llena de negocios prósperos, familias felices y luces, y otra marcada por el abandono y el vandalismo. Y los vampiros salvajes.

Ella cruzó la calle hacia el restaurante, ese de sandwiches que a Luz le encantaba, y entró.

El aroma a pan de centeno, condimentos y carne la asaltaron en cuanto cruzó la puerta y lo admitiría, adoraba ese olor. Pero lamentablemente, y porque Luz le había dado a probar una vez, ella no podía ingerir aquella comida aunque había sabido deliciosa.

La barista, una chica con trenzas pelirrojas, tomó su orden y Amity caminó hasta una mesa junto a una de las paredes de cristal a esperar su pedido. Sus ojos recorrían la marea de vida allá afuera, las luces, coches y personas, todos bajo el manto de la noche.

Giró su rostro hacia otra calle, dónde habían hileras tras hileras de tiendas con vistosos aparadores. Luz la había llevado una vez, el día después de que inauguraron una de ellas y le compró una falda rosa y un par de botas, y a Amity le encantaron. De hecho, esa misma noche llevaba puestas las botas que su novia le había regalado.

–Su orden, señorita Noceda– llamó la chica y Amity fué por su comida.

Saliendo del restaurante decidió dar una vuelta antes de volver al apartamento, pues sabía que Luz igual no iba a comer hasta que terminará de escribir.

Su mirada recorrió las vitrinas y los aparadores, observando toda aquella ropa y zapatos. Pasó frente a una tienda de postres, chocolate y bizcochos, esos que si podía comer y que de hecho le encantaban, inhalando el delicioso aroma a caramelo que llegaba hasta la calle. Después siguieron una tienda de vestidos de fiesta, otra de maquillaje que destilaba el mismo aroma que una farmacia y luego una tienda de ropa para bebé.

Se detuvo finalmente frente a una que mostraba atrevidos atuendos de encaje y cuero, preguntándose si no era una mala idea, después de todo, Luz había insinuado hacía dos noches que le gustaría que ella le modelase uno. Insegura, entró en la tienda y trató de elegir rápidamente algo bonito pero no tan caro.

Y en color negro, a ella le gustaba ese color.

«Si pudiera, te modelaría uno distinto cada noche».

Después de varios minutos que le supieron eternos, por fin encontró algo que llamaba su atención y que sabía que a su novia le gustaría.

Era prrrfecto.

Salió de aquella tienda de lencería con el rostro pálido y ansiosa por correr a los brazos de su novia.

Cuando llegó al apartamento Luz estaba en la cocina tomando café, un hábito que había adquirido últimamente, y sus ojos se iluminaron cuando vió llegar a Amity.

Ella colocó la bolsa de comida en la mesa y Luz, hambrienta, la tomó al instante, rompiendo la bolsa y dejando salir un gemido de satisfacción al dar el primer mordisco.

Ga cias– murmuró con la boca llena mientras Amity reía.

–¿Y ya terminaste?– preguntó Amity, limpiando una manchita de aderezo de su mejilla. Luz negó, tragando el bocado.

–Me falta hacer unas revisiones, pero, si, ya casi termino– respondió ella. Y luego sonrió –¡Ya casi termino! ¿Lo puedes creer?– chilló emocionada, sus ojos brillosos por la alegría.

–Si, lo creo mi amor– respondió Amity, contagiándose con su risa.

–Ésta noche– dijo Luz, –por fin seré una escritora–.

–Ya eres una escritora, Lu– le recordó Amity, –lo eres desde que comenzaste a escribir pequeños relatos, aunque solo me los hayas mostrado a mí–.

Luz se sonrojó, sintiéndose cálida por dentro con aquellas palabras.

Si, ella se sentía como una escritora, aunque recién fuera a publicar algo, y no queriendo llorar frente a Amity, siguió comiendo en silencio.

–Si me necesitas, estaré arriba– le dijo Amity, dándole un beso en la mejilla y alejándose de ella.

Y solo en ese instante, Luz permitió que las lágrimas se derramaran por su rostro.

Eran casi las dos de la mañana cuándo Luz finalmente envió el último borrador a su editora.

No lo podía creer, realmente lo había hecho.

Un chillido de «siii» escapó de sus labios y se paró de su silla, extendiendo las manos hacia el techo.

Tenía que decirle a Amity.

Apagó las luces y salió de su oficina, llena de energía, café y emoción, pero en cuanto cruzó la sala y llegó a las escaleras, se sorprendió de encontrar centenares de pétalos de rosas rojas esparcidos en ella.

Y a seis escalones, una nota.

La tomó, desdoblando el papel blanco y leyendo una simple frase “Te amo, Lu”.

Ella guardó la nota y siguió caminando, encontrando una segunda nota en la cima de la escalera.

Y aunque te lo diga todos los días, a cada rato y por cualquier razón, cada vez que lo hago lo digo en serio, te amo”.

Las lágrimas volvieron a acumularse en sus ojos y ella las secó con la manga de su suéter.

–Yo también te amo– jadeó ella en aquel pasillo, guardando la segunda nota.

Siguió caminando sobre los pétalos de rosas y cuando miró a la pared, su corazón latió con fuerza. En ella habían pegadas con cinta roja decenas de fotos, de ella y de Amity, de momentos espontáneos, de citas y de besos, adornadas con más flores.

Eran un álbum de recuerdos sobre la pared.

Corrió hasta la puerta de la habitación, deseosa por tomar a aquella chica de la cintura y llenarla de besos, y una última nota la sorprendió.

Felicidades por terminar tu primer libro mi amor ¿Quieres festejarlo conmigo?

Ps. Hay champagne y besos para tí”.

Ella abrió la puerta, nerviosa y sonrojada, preguntándose qué había hecho Amity.

Se encontró con aún más pétalos de rosas desbordando de su cama, cayendo hasta el piso, y sentada entre aquel mar de rojo, había una gatita.

–Hola, mi amor– ronroneó ésta, bajándose de la cama y tomando dos copas de champagne que tenía en la mesita de noche. Se acercó a su novia y le ofreció una de las copas mientras ella bebía de la otra.

Luz tomó la copa y, sin beber, la dejó a un lado.

Ella no quería licores dulces, ella quería dulces besos de su gatita.

Amity la observó dejar la copa de lado y acercarse peligrosamente a su boca, robándole un acalorado beso.

–Yo también te amo– murmuró ella contra su boca mientras lentamente daba un paso y luego otro, hasta que ambas cayeron sobre la cama entre una lluvia de rosas.

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