» Capitulo 20
–¿Qué es ésto, Luz?– interrogó Amity, con una camiseta de color lila y un inusual estampado entre sus manos.
–¡Es una nutria!– exclamó Luz, con un exceso de emoción en su voz. Amity levantó una ceja, sin comprender, y la chica dejó de sonreír, poniéndose seria al ver su expresión. –Oye, no me veas así– le dijo –tú quieres el inexistente volumen seis de Azura y yo, yo quiero una novia-nutria– musitó.
Amity siguió mirándola, Luz a veces le parecía un poco infantil, pero al mismo tiempo, tan, tan adorable. Esbozó una sonrisita y, sin nada que objetar, se probó la camiseta.
Luz comenzó a dar saltitos de emoción cuándo Amity cedió. La camiseta no le iba nada mal.
«Se ve hermosa» pensó.
Luz no pudo resistirlo y se abalanzó contra Amity, estrujándola en un invasivo abrazo.
–¡Al fin tengo una nutria!– exclamó, sin soltar a Amity. –Una nutria con un lado oscuro– agregó, tomando a Amity de las mejillas y acercándola a su rostro.
–¿Te he dicho ya que eres muy rara?– murmuró Amity apenas entendible.
–¡Si!– chilló ella, cómo si fuese un cumplido.
–Bien, porque eres rara... y me encantas– dijo Amity, reduciendo más la distancia entre las dos. Sus narices se tocaron con un leve roce y ambas cerraron los ojos. Ella le devolvió el abrazo a Luz, dejándose envolver por todo el cariño que ésta desprendía.
–Tú también me encantas, pequeña– le dijo Luz. Amity puso los ojos en blanco y rompió el abrazo.
–Bien, ¿Dónde están las extensiones?– preguntó ella, al tiempo que Luz disimulaba su risa.
–Por aquí– le dijo, tomando un paquete que tenía sobre un estante, al lado de un par de libros apilados y una planta plástica. Luz sacó un par de largos mechones de cabello artificial y los puso a cada lado de su cabeza. –Esto será interesante– exclamó, moviendolos.
–Ya lo creo– respondió Amity, arrastrando las palabras.
Un silencio agradable inundó el apartamento durante las próximas dos horas en las que Amity, cuidadosamente, colocaba cada unos de los mechones de cabello sintético en la cabeza de la otra chica, interrumpido de vez en cuando por un débil tarareó.
–Terminé– exclamó de pronto la peliverde, estampandole un beso en la mejilla a la otra chica.
–¡Dame un espejo!– chilló Luz, ansiosa por ver el resultado. Amity la tomó de la muñeca y la arrastró al espejo más cercano, dónde su reflejo la dejó sin palabras.
–¿Esa soy yo?– preguntó, apuntándose en el cristal.
–No, claro que no– dijo Amity –eres la mancha borrosa que está detrás–.
Luz miró a Amity, luego el reflejo borroso, otra vez a Amity, y luego a su propio reflejo.
«Cierto, los vampiros no se ven claramente en los espejos».
–Y, ¿crees que me veo... bien?– preguntó Luz con cautela, pasando sus dedos entre las mechas de cabello castaño que le llegaban ahora por debajo de los hombros. Amity notó la sonrisa nerviosa que bailaba sobre sus labios, y volvió a preguntarse por qué Luz hacía ésto.
–Te ves... hermosa– le dijo ella, acariciándole el rostro. Vió a sus ojos cristalizarse por unos cortos segundos, antes de que su titubeante sonrisa se ensanchará y su radiante ánimo regresará.
–Pues claro– alardeó, –no eres la única que puede verse increíble– le dijo, riendo y moviendo su largo cabello de un lado a otro.
–Por favor– musito Amity, imitandola.
Luz río ante eso, una tintineante e hilarante risa, y Amity estuvo segura que el extraño momento se había desvanecido. Mientras Luz riera, todo estaría bien.
Todo un día, y un poco de comida más tarde, Amity finalmente accedió a ponerse el vestido.
«Falta casi una hora, Luz» le había dicho.
«Quiero ser la primera en apreciarte» le había respondido ella.
«¿Quieres que te lo modele o algo así, no?».
«Y luego te lo quitas lentamente si quieres» le dijo Luz, mirándola de arriba a abajo.
Amity se sentía cómo si estuviese suplantando a una princesa de algún cuento de hadas, una muy sexy, según lo poco que el espejo captaba en difusos matices.
Sus ojos eran lo único que se reflejaba con claridad: dos gotas amarillas y venenosas.
Con los zapatos de tacón alto que le había prestado Luz ( «Un regaló de mi madre que no planeó usar» había dicho ) Amity salió de la habitación, por alguna razón nerviosa.
Luz cerró la laptop en cuanto sus ojos se toparon con la vampira vestida de rosa claro, y sintió sus mejillas calentarse rápidamente sin poder evitarlo.
Amity no dijo nada, y evitó mirar a Luz mientras su rostro palidecía con un poco de vergüenza.
–Hola– exclamó Luz, poniéndose de pie y acercándose a la chica.
–Sé que me veo ridícula, no hace falta que me lo digas– soltó Amity, más seria de lo que pretendía. Luz alzó una ceja, sin dejar de sonreír.
–Ridículamente increíble– corrigió Luz, tomándola de la cintura y pegándola a ella –y completamente mía– susurró, besándola con deseo.
Se separaron después de casi un minuto, embobadas.
–¿Me harás una foto o algo así?– preguntó Amity, toqueteando el celular que Luz tenía en el bolsillo de su suéter.
–¿Funcionará?– inquirió Luz. Amity se encogió de hombros.
Ella sacó su teléfono y encendió la pantalla, que no tenía contraseña, picó a la cámara, colocándose al lado de Amity, y tomó una selfie.
Se veían tan espontáneas y una de ellas muy opaca, pero así saldrían también las siguientes tres fotografías que Luz intentará tomar. A la última, Amity se puso de puntillas y le besó la mejilla, un gesto de cariño que le hizo sentir cosquillas en su vientre, y la fotografía, de alguna forma, no salió tan borrosa.
Luz le devolvió el beso en los labios sin registro fotográfico.
–Bien, creo que es mi turno de disfrazarme– exclamó Luz, tendiendole el teléfono a Amity. Tomó el vestido y se dirigió a la habitación, pero se detuvo a medio camino, volteando a ver a la vampira. –Sí no vuelvo en diez minutos, es porque el vestido me devoró– dijo con su voz más seria.
Amity ahogó una risa mientras ponía algo de música, su nueva obsesión.
«Ella realmente no le dejaba opción, ¿O si?
Las cosas siempre tenían que ser como ella quería. Cuándo ella las quería».
Luz tomó el vestido, el que realmente preferiría no ponerse y, ahogando las ideas que enturbiaban su cabeza, se lo probó.
Se veía cómo Luna Klamer el día de su boda, hermosa y fragmentada, en un vestido azul que escondía a la chica que residía realmente bajo aquella hermosa capa de falsedad.
«Es sólo un estúpido evento» se dijo Luz, mirándose en el espejo. «Un evento de tu trabajo, el cuál, por cierto, realmente te gusta y que no cambiarías por nada, y la única razón por la que no quieres ir es porque ella estará ahí, lo sabes» se repitió, y era completamente cierto.
Suspirando, se calzó un par de zapatillas deportivas y tomó los tacones, llevándoselos consigo.
«No sufriré antes de tiempo».
La más falsa de las sonrisas se tiño en sus rostro.
–¿Y tú quién eres?– exclamó Amity cuándo ella volvió a la sala. Realmente se veía diferente, y aunque muy bonita, Amity podía sentir la pesadez que bordeaba a Luz en ese instante. –¿Dónde está mi novia?– preguntó.
–Olvidate de ella– bromeó Luz. –Yo soy más interesante– susurró, acercándose peligrosamente a sus labios.
–Sí, pero mi novia es más hermosa, y real– cortó Amity.
–¿En serio?– soltó Luz, saliéndose del papel casi al instante, cosa que sorprendió a Amity.
–Claro que sí- le dijo la vampira, dándole el corto beso que había buscado.
–Bueno... será sólo una noche– le aseguró Luz. –Luego tú misma me puedes quitar este disfraz– le dijo.
–Oh, créeme que lo haré– exclamó ella, y Luz sabía que lo decía en serio.
–Solo haré algo más y nos vamos– le dijo Luz, dirigiéndose a una habitación al otro lado del apartamento. Una oficina que parecía más un closet, dónde tenía un escritorio y un montón de papeles sueltos, aunque raramente Luz trabajaba ahí, y prefería hacerlo desde la comodidad del sofá.
Ella hizo tintinear unas llaves cuándo volvió, y tomando a Amity de la mano, salieron del apartamento.
–Sí tienes un auto, ¿Porque me hiciste tomar el metro ayer?– preguntó Amity.
–Es que odio conducir– respondió Luz, abriéndole la puerta a su novia. –Y no podemos ir así en el metro– dijo, señalando sus vestidos.
Amity, que ni siquiera sabía conducir, asintió, entrando al auto.
–¿Lista para divertirte, vampiresa?– le preguntó Luz, emocionada.
–Ya lo creo, brujita– le respondió ella, mientras salían del aparcamiento y se adentraban a la ciudad, dónde el sol se desangraba y las estrellas comenzaban a titilar en la lejanía.
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