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» Capitulo 18 | +18

Si la primera vez tocaron el cielo, la segunda vez disfrutaron de ahogarse en el placer del fuego.

–Está bien– murmuró Luz, tragándose los nervios crecientes y sonriéndole a su chica, mientras le limpiaba los últimos rastros de lágrimas de sus mejillas y besaba su frente, descendiendo a la punta de su nariz y terminando en su boca.

Había sido tan suave, pero no lo sería por mucho.

Ocultando sus nervios, presionó su boca contra los labios de su chica, los cuáles tenían un sutil sabor salado, y con un ligero movimiento, los separó, comenzando a besarlos con delicadeza y con deseo, escalando lentamente hasta destilar pasión con cada roce, intercambiando múltiples besos, cada vez más húmedos, cada vez más urgentes, devorando sus bocas como si anhelaran explorar y sentir cada centímetro de la otra.

Cómo si aquel fuese el primer y el último beso.

Sus débiles suspiros inundaban la estancia, mientras que sus pasos cortos avanzaban torpemente hacia el piso de arriba, aguantandose las ganas de desvestirse ahí mismo.

Podrían hacerlo sin ningún problema.

Ella sentía cómo se embriagaba lentamente entre las caricias y los toques, y también cómo Luz la presionaba levemente contra la pared, mientras que su boquita bajaba hasta su cuello, dejando una estela de suaves besos y saliva cálida.

«Bésame hasta olvidarlo todo».

Su chaqueta se deslizó hacia abajo, dejándola simplemente en una fina blusa blanca, que mucho no ocultaba, y los ojitos chocolate de Luz se clavaron intensamente en ella, con un deseo propio de alguien que lleva lujuria corriendo por sus venas.

Volvió a besarla en el cuello, en los hombros, en la clavícula, bajando lentamente hasta sus pechos.

Amity, excitada, subió sus piernas y la rodeó apretadamente por la cintura, sintiendo cómo Luz la presionaba aún más contra la pared, y sus manos, curiosas y poco expertas, recorrían su pequeño cuerpo, soltando un botón aquí y un cierre por allá.

Vamos a tú cama, ¿Sí muñeca? jadeó Amity contra la boca de Luz, mientras disfrutaba al máximo de las caricias tímidas que la otra chica dejaba sobre su piel. Luz asintió, sin querer soltar realmente a Amity, pero siendo incapaz de decirle que no, y menos aún cuando ella también lo deseaba.

Amity bajó rápidamente sus pies al suelo, y sin romper el beso que compartía con su chica en aquel momento, comenzó a caminar de espaldas, siendo guiada torpemente por una Luz que estaba más concentrada en su boca que en cualquier otra cosa.

Su espalda chocó contra la puerta, y Amity hizo una pequeña mueca cuando el picaporte se enterró entre sus costillas, y Luz, que ni siquiera lo notó, sólo comenzó a buscar a tientas cómo abrir la puerta de su habitación, sin dejar de besar a Amity en ningún momento.

Podría besarla hasta la muerte, y lo haría con placer.

Finalmente Luz abrió la puerta, y las dos entraron a la habitación. Ellas habían pasado las últimas dos noches en la habitación de la peliverde, pero nunca lo habían hecho en la de Luz, y Amity, impresionada porque no recordaba que la cama fuese tan enorme y esponjosa, sonrió descaradamente al imaginar lo que ambas harían ahí. No lo pensó mucho y se separó repentinamente de Luz, acercándose a la cama y dejándose caer de espaldas sobre el edredón celeste, riendo contagiosamente mientras lo hacía.

Suspiró mientras sus manos recorrían la enorme suavidad de la tela, y se quedó ahí, acostada sobre la cama, con el cabello un poco húmedo por la lluvia, mirando a Luz con sus ojitos miel cómo lo había hecho la noche anterior, sonriéndole dulcemente mientras esperaba qué su chica se acercará, dispuesta a jugar con ella.

Amity se incorporó lentamente, mientras Luz se quitaba los zapatos y se acercaba a ella, subiéndose con timidez a la cama.

Los zapatos de Amity habían desaparecido en algún lugar del pasillo.

–Hola– susurró Amity cuándo Luz se acostó a su lado, con su rostro visiblemente nervioso.

–Hola– repitió Luz, sintiendo como se sonrojaba.

–Oh, no estés así, brujita, no es nada que no hayamos hecho antes– le susurró Amity, –ni que no volvamos a hacer después–.

–Ssi sí– respondió Luz, sin saber por qué.

A Amity le gustaba verla así, con el rostro sutilmente rojizo y su pulso acelerado. Pero ahora deseaba verla de otra forma.

Amity le hizo señas para que se sentará, y cuando Luz le obedeció, ella se subió a su regazo y comenzó a retirarle su ropa, empezando con aquella chaqueta tan gruesa y poco sexy.

Luz sólo podía ver los ojitos dorados de Amity, y el placer que estos destilaban, mientras ella la desenvolvía como si fuese un caramelo que estaba a punto de comer.

«Si, haz eso».

Los labios rosas de Amity rozaron los suyos, estampandole un beso en la boca, mientras que abajo sus manos se peleaban con el cierre de sus pantalones.

Amity río porque no podía correrlo.

–¿Te ayudó?– le preguntó Luz.

–Por favor– pidió Amity, bajándose de su regazo.

Luz se puso de pie y comenzó a retirarse las prendas, quedando únicamente en ropa interior.

Una, que por la mirada de Amity, no llevaría encima por mucho tiempo.

–Ahora a mí– musitó Amity, recostada sobre las sábanas revueltas, con las piernas extendidas hacia Luz.

La chica acercó sus manos a los botones previamente desabrochados de las medias de Amity, y soltó el único botón que quedaba, quitándole a su chica la prenda de un suave tirón.

Volvió a subirse a la cama mientras Amity se quitaba la blusa blanca y la arrojaba a algún lugar de la habitación, para luego volver a rodear a Luz, subiéndose a su regazo y enredando sus piernas alrededor de su cintura.

Ella se adueñó de su boca con deseó, pasando sus manos por su espeso cabello castaño, mientras las sombras de la noche se filtraban por la ventana y las envolvía en un aura oscura y brillante.

Luz se vió invadida por los labios de Amity, que pronto la buscaron y la llenaron de besos, su lengua abriéndose paso dentro de su boca, haciéndola sonrojarse gradualmente y excitarse al mismo tiempo.

También sintió la punta de sus colmillos chocar contra sus labios, el fino roce de dos agujas sobre su suave piel.

La chica se separó un poco, aspirando ligeras bocanadas de aire mientras su vista, un poco nublada, se perdía en los hermosos ojos de color avellana que tenía enfrente.

Y luego sintió cómo la estática recorría su espalda cuando Luz la abrazó, y sin preguntarle, le desabrochó el sostén, mientras repartía varios besos sobre su pálido cuello, y uno sólo en su mejilla.

Luz le quitó la prenda y después de contemplarla por unos cortos segundos, dirigió su boca hacia uno de sus pechos, sorprendiendo a Amity y así misma cuándo comenzó a succionar y lamer, provocando que que la chica soltará un largo y profundo gemido, que animó a Luz a continuar.

Lo estaba haciendo bien.

Amity comenzó a soltar pequeños jadeos mientras apretaba aún más sus piernas alrededor de Luz, disfrutando enormemente del placentero sentimiento que su chica le estaba provocando.

Esa boquita sabía hacer algo más que dar besos de infarto, y Amity lo sabía.

Luz, con la boca llena, saboreaba cada centímetro de piel que su lengua tocaba, deleitándose con hacer gemir a su traviesa chica, quién no se molestaba en bajar ni un poquito el volumen de su voz, y que susurraba constantemente cumplidos que hacían sonrojar a Luz.

Amity suspiró de placer cuándo Luz pasó sus manos sobre sus piernas, acariciándola suave y ascendente, y su boca pasaba su atención a su otro pecho, repitiendo cada delicioso movimiento, mientras que ella, inconscientemente, comenzaba a dejar rayones rojizos en la espalda de Luz, quién ignoraba el excitante dolor, y se concentraba en hacer que Amity chillara más alto.

Las dos chicas estaban en un estado de éxtasis, intercambiando caricias y complaciéndose entre ellas, retirándose juguetonamente las pocas prendas que les quedaban, y dejando besos por todo el cuerpo de la otra.

Amity se creía su dueña, y Luz estaba encantada con que lo probará.

–Lo haces muy bien– le confesó Amity, separándose un instante de ella, mientras su boca buscaba un poco de aire y sus manos rodeaban a Luz, recargándose contra ella.

–Tú me inspiras– le dijo Luz, con sus mejillas aún sonrojadas mientras abrazaba a Amity contra su pecho.

–¿Ah sí?– preguntó Amity, recobrando el aliento.

Luz le sonrió, la tomó del mentón e hizo que la mirara a los ojos, mientras llevaba uno de sus dedos a su boca.

–Si, y estoy dispuesta a demostrarte todo lo que me provocas– le susurró Luz, volviendo a meterse el dedo de Amity a la boca, comenzando a succionarlo, mientras veía como Amity palidecía y una sonrisa tonta titilaba en su rostro.

La vió cerrar sus ojos y fruncir sus labios, mientras su cuerpo entero se relajaba y se dejaba tomar por ella.

La saliva escurría entre sus dedos y una extraña mezcla de frío y calor se mezclaba en su vientre, recorriendo sutilmente sus venas y terminando en la punta de sus labios, los cuales temblaban al igual que sus piernas.

Entonces Luz acercó sus propios dedos a su rostro, y Amity le siguió el juego, sintiendo como Luz introducía dos dedos en su boca, y ella trataba de imitar sus movimientos, acariciándolos con la punta de su lengua, y dejándolos muy húmedos.

Luz la guiaba con su propia boca, marcando el ritmo, mientras su mirada descendía hasta abajo y se perdía entre las piernas de Amity.

Sacó cuidadosamente sus dedos de la boca de la vampira, y empujándola suavemente, la recostó sobre la cama, y luego, volviendo a mirarla a los ojos, empujó lentamente sus dos dedos dentro de ella, comenzando a moverlos.

Su expresión era una delicia. Tenía sus ojitos dorados entrecerrados y sus dulces labios fruncidos.

Retiró sus deditos de la boca de Luz, un cálido hilo de saliva cayó sobre sus pechos, y abriendo aún más sus piernas, le susurró que lo hiciera un poco más rápido.

Y Luz así lo hizo, hundiendo aún más sus dedos en ella, y volviendo a sacarlos, repitiendo constantemente ese movimiento, cada vez un poco más rápido e intenso, provocando un placentero y adictivo sonido de succión que llenó toda la habitación, mientras el calor aumentaba entre las dos.

Amity sentía que el fuego corría bajo su piel.

Quería pertenecerle a esta chica por completo, quería ser tratada, así, suavemente, cada noche.

Y lo harían.

Ella gimió profundamente cuándo empapó los dedos de su amante y los dejó pegajosos, sintiendo como se retiraban lentamente, y un par de besos se estampaban repentinamente en su boca.

El fuego no se apagó.

En su lugar, subió hasta su boca y palpitó en su pecho, mientras ellas se fundían en un cálido beso, y su espalda se arqueaba, pegando cada punto de su cuerpo con el de la otra chica.

Ahora es tú turno, mi amorsuspiró Amity, abandonando su apetitosa boca y subiéndose encima de ella, encajando sus piernas entre sí, y con aquella sonrisita suya en su labios, comenzó a moverse.

El infierno se había desatado entre aquellas sábanas.

Luz maldijo por lo bajo y aferró a Amity por la caderas, incitándola a moverse más y más rápido, mientras ella comenzaba a suspirar melódicamente, y de manera tan sexy, volviéndose loca de placer,con cada choque y movimiento.

Sus manos cayeron a sus lados y ella aferró el edredón con sus puños, cada vez más excitada, murmurando el nombre de su chica y casi llegando a su límite, con la vista empañada de estrellas.

Amity estaba abrumada, mareada mientras se movía con frenesí entre las piernas de Luz, deleitándose con la hermosa expresión que Luz tenía en el rostro, y el excitante concierto que eran sus gemidos.

Amity murmuraba ella, –Oh, me encanta. Me... Encantas–.

Y tú a mí... mi amor– gemía Amity.

Se envolvieron en un torbellino de excesiva lujuria, mientras poco a poco las sábanas se manchaban debajo de ellas.

No esperaba que sentirla correrse repentinamente entre sus piernas la extasiara aún más, pero aquella calidez la embriagó, volviéndola aún más loca.

–Eres deliciosa– ronroneó Amity contra su cuello, dejando un par de fugaces besos, sintiendo que ya no podía más y volvía a tener otro orgasmo.

Se derrumbó, sin fuerzas, en sus brazos.

–Y tú adictiva– le confesó Luz, abrazándola y escuchando cómo Amity reía suavemente contra su pecho por el cumplido.

–¿Tanto cómo para decir qué soy un problema?– sugirió Amity.

–Tanto, cómo para pedirte que digas que sí– dijo Luz.

–¿Sí a qué?– repitió Amity, confundida.

Luz le beso la boca y enredó sus manos en su corto cabello, le beso la punta de la nariz y sus ojitos, y luego le lamió las orejitas. –Amity Blight, ¿Quieres ser mi novia?– le susurró al oído.

Amity se separó de ella y la miró a los ojos, esperando que Luz riera, pero ella no lo hizo, en cambio besó su mano y la miró suplicante, esperando una respuesta.

«Diviértete con ella un rato, si es lo que quieres, pero no te enamores, Amity. No repitas el mismo error» las palabras de Edric taladraron su cabeza.

–Sí– susurró Amity, con sus ojitos empañados de lágrimas.

–¿Amity?– preguntó Luz, confundida por la expresión sombría que había puesto ella.

–Sí, sí quiero– repitió Amity, alzando su mirada y acercando su rostro al de Luz, sus bocas a sólo unos centímetros. –Sí, seré tú novia– le susurró ella, cerrando sus ojos y besando a su novia.

Luz estaba en un pequeño estado de shock mientras Amity la besaba, ¿Ella había dicho que sí?

–Sere tú novia, Luz– repitió Amity –tú chica, seré toda tuya, sin restricciones– le aseguró, fundiéndose en su boca, que aún tenía un dulce sabor a chocolate.

Luz le devolvió torpemente el beso, sintiendo cómo las lágrimas de Amity se mezclaban con otras más, provenientes de su inevitable alegría.

–Amity Noceda, eso suena bien– comentó Luz cuándo Amity se separó un poco de ella, dejándose caer sobre su pecho.

Hey– río Amity –me pediste que fuese tú novia, no tú esposa– le dijo.

–Bueno, sí, primero tengo que cortejarte– bromeó Luz. –Los vampiros... no se casan bajo las mismas leyes que los humanos, ¿Verdad?– le preguntó. Amity negó lentamente.

–Es más bien, un ritual de sangre– le dijo, acariciando sus brazos, con la mirada perdida en su piel. –Te prefiero viva–.

–¿Y sí no fuera humana...?– comenzó Luz.

–No– dijo Amity rápidamente, interrumpiendola.

–Está bien– aceptó Luz, acariciándole el cabello. –Pero al menos déjame hacer ésto– le dijo, acercándose a la mesita de noche y abriendo un cajón, de dónde sacó una pequeña cajita de madera de color menta, y rebuscó algo ahí, haciendo sonar un montón de baratijas dentro.

Tomó su mano y deslizó una simple anillo de metal negro entre sus pálidos dedos, que brillo bajo la luz de luna que se filtraba por la ventana.

–Luz...– susurró Amity.

–Fue el primer objeto que compre con mi propio dinero– confesó Luz –lo tengo desde siempre, básicamente. El resultado de traficar dulces en la escuela– dijo entre risas, y luego la miró a los ojos –Quiero que ahora lo tengas tú– le pidió ella. –Si tú eres mía, yo también soy tuya– susurró, sonriéndole dulcemente a la impresionada peliverde que tenía abrazaba.

Amity tenía una sonrisita titubeante en el rostro, y sus lagrimillas volvían a deslizarse por sus mejillas, empapando su rostro.

Anillos, era algo tan de humanos, y tan cursi, y tan... hermoso.

«Ella es diferente, Edric. Ya verás que sí».

Amity se acurrucó contra su novia y la abrazó, entregándose a sus brazos y al cansancio que corría por todo su cuerpo.

–Si, Amity Noceda, a mi también me gusta cómo suena– murmuró, cerrando lentamente los ojos mientras una sonrisa aparecía en sus labios.

Luz sonrió felizmente en la oscuridad, jalando la punta del edredón y envolviendolas a ambas, como si fuesen un rollito de canela, mientras le daba un beso en la frente a Amity y le susurraba «Buenas noches, mi amor»–.

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