Chapter 53: El doctor Lobo: es también un paria.
Cuando llegaron los pedidos, los dos repartidores apartaron el rostro con una profunda expresión de asco debido a la peste de la casa; pero eso solo me hizo sonreír de forma malvada. Les di el dinero y cogí mi comida a cambio, cerrándoles la puerta en la cara. Yeonjun empezó a comer como un demente, sentado en el borde del sofá, metiéndose las seis hamburguesas sin apenas respirar, una tras otra. Después atacó los Nuggets y las alitas de pollo, terminando con tres de las seis pizzas familiares hasta que, literalmente, no le cupo nada más en su estómago. Entonces se desplomó y gimoteó un poco por la incomodidad. Tuve que acariciarle hasta que se le bajó un poco y consiguió dormirse. Yo también había comido bastante y no tardé en quedarme tan dormido como él. Nos despertamos la tarde del jueves, recuperados y preparados para volver a la normalidad tras una buena ducha y un buen recorte de barba. Yo ya la tenía larga, pero Yeonjun tenía una mata muy tupida y oscura tras aquellos días, al igual que el pelo, que ya se le estaba empezando a acumular en rizos desordenados. Salimos a desayunar y dejé los ventanales abiertos para airear un poco la casa mientras tanto, disfrutando de un paseo por la calle soleada y más templada de octubre. En la tienda de comida nos recibieron con una sonrisa y a la estúpida de la chica nueva que habían contratado se le ocurrió decirnos: «espero que El Celo haya ido bien». Me quedé mirándola con cara seria y me limité a coger mis bolsas de comida.
Mientras Yeonjun devoraba su bol de arroz con pollo y verduras, yo me hice un café y fui a fumar a la ventana, apoyando el vaso en la mesilla de madera de pino que Yeonjun me había hecho. Allí también había colocado su nueva planta de yucca, que era como una pequeña palmera de tronco grueso y alargado. A mí me pareció buena idea dejar el cargador del móvil allí, ya que quedaba cerca de un enchufe que nunca había usado pero que, para mi sorpresa, funcionaba. En aquel momento de tranquilidad y silencio, fue cuando el móvil empezó a vibrar. Retrocedí de la puerta de emergencia y me incliné un poco para mirar el número.
—Seokjin —le dije al lobo, quitando el cable de alimentación y alargando la mano hacia él para entregarle el smartphone.
Yeonjun se apresuró a tragar todo lo que tenía en la boca y se limpió las manos en un trapo antes de responder:
—Aquí Yeonjun. Sí, Beomgyu y Yeonjun ya terminaron El Celo. Sí. Bien. Yeonjun se encarga. —Un breve silencio mientras oía hablar al Alfa. El lobo me miró y asintió—. Beomgyu... —negué con la cabeza—. Beomgyu no puede hablar. Sí, Yeonjun se lo dirá. Adiós. —Me entregó el móvil y volvió a mirarme mientras se metía otra cucharada en la boca y masticaba ruidosamente—. Seokjin quiere hablar con Beomgyu —me explicó.
—Seokjin y yo ya hemos hablado todo lo que teníamos que hablar —le aseguré, volviéndome hacia la puerta de emergencias abierta.
Estaba seguro de que aquello no terminaría allí porque conocía al Alfa, así que no me sorprendió cuando al atardecer el móvil volvió a vibrar sobre la mesilla. Aparté suavemente la cabeza de Yeonjun sobre mi pierna y me levanté del sofá, miré el número desconocido y arqueé una ceja. Lo de llamar desde otro móvil no era algo que le hubiera funcionado antes, pero de todas formas respondí:
—¿Sí?
—Beomgyu —me dijo una voz, pero una que no me esperaba.
—Taehyung —dije con un tono un poco sorprendido—. ¿Al fin te has acordado de mí?, creí que no volvería a verte hasta que repartiera comida de nuevo.
Oí su risa a través del auricular, pero era lejana y un poco entrecortada, como si estuviera hablando por el manos libres o algo así. Quizá fuera conduciendo mientras me llamaba.
—No, solo he estado ocupado, Beomgyu —me aseguró—. Ya sabes a todos lo humanos que tengo que atender —soltó una risa mezclada con un gruñido grave y de pronto, añadió—: Por cierto, ¿ya has encontrado trabajo?
—No —me saqué un pitillo de la cajetilla y me lo puse en los labios antes de encenderlo y soltar la primera bocanada hacia la abertura de la puerta de emergencias—. Hoy es el primer día que estoy fuera de la cama y no tengo a Yeonjun encima gruñendo como un orangután, Taehyung. Dame un poco de tiempo.
El lobo volvió a reírse un poco y me dijo:
—Lo dices como si te quejaras, Beomgyu. ¿Yeonjun no te lo hizo bien?
Solté un bufido y me acerqué a la puerta para abrirla un poco más y apoyar el hombro en el marco mientras miraba el paisaje.
—Mi lobo folla mejor que todos ustedes juntos, de eso puedes estar seguro.
—Eso es lo que dicen todos los compañeros de sus Machos.
—Ya, pero yo soy el único que lo dice en serio —le aseguré—. ¿Me has llamado solo para preguntarme qué tal me follan o es que necesitas algo, Taehyung? —pregunté entonces, porque sabía que si empezábamos con aquel toma y daca de gilipolleces, podíamos pasarnos así horas.
—Sí. Te llamaba por Jongin, para saber si tenía que decirle a Namjoon que le enviara a algún sitio. Si no, va a estar conmigo en el nuevo almacén. Puedes venir y traerle su comida.
Me pasé la lengua por los dientes, dándome un momento para pensar en ello.
—Creía que solo la Manada podía ir a ese almacén —murmuré.
—Sí... —afirmó—, pero bueno, no pasará nada porque vengas un rato, Beomgyu.
—¿Lo has hablado con Namjoon o con Seokjin? No quiero problemas después, Taehyung —le advertí.
—Fue idea de Namjoon, no te preocupes —respondió con un tono más serio, porque el tema lo requería. Taehyung sabía que con la Manada no se bromeaba—. Te mandaré la localización y puedes pasarte cuando quieras.
Me fumé una calada y solté el humo, que se removió con la sueva brisa hasta desaparecer por completo. No me importaba ayudar a Jongin, pero no me sentía nada cómodo con la idea de tener que ir al nuevo almacén y que, una vez más, la Manada me escupiera a la cara por algo que no era mi culpa.
—De acuerdo —acepté—. Me pasaré solo un momento y dejaré la comida de Jongin.
—Bien —lo celebró el lobo en un tono más alegre, como si hubiera estado esperando en tensión a mi respuesta—. Por cierto, Jaebum me dijo que a ellos les llevabas kebabs, puedes traérmelos a mí también si te... —colgué.
Dejé el móvil en la mesilla y seguí fumando en la ventana hasta terminarme el cigarro, entonces tiré la colilla al callejón y me di la vuelta para prepararme. Yeonjun seguía roncando en el sofá mientras se oía la voz de la televisión describiendo cómo terminar de montar un armario. Se desveló con sorpresa cuando le di un beso y le dije que tenía que irme un momento. El lobo frunció el ceño y movió la cadera, diciéndome sin palabras «¿y qué pasa con nuestro polvo de después de la siesta?», a lo que yo respondí:
—¿En serio, Yeonjun? Acabas de salir del puto Celo —me volví y añadí—: Vuelvo en media hora.
Salí de casa con mi cazadora de cuero negra y mi casco de moto. No había comprado comida para Jongin y tuve que ir a buscarla a la tienda, por suerte, mi pequeña era muy rápida y se podía dejar a un lado de la acera, sin complicarme en tener que buscar aparcamiento un viernes al atardecer. Cuando volví, dejé el tupper en la mesa de la cocina y me encontré con Yeonjun tumbado en la cama. Estaba desnudo, con las manos detrás de la cabeza, mostrando sus grandes axilas, sus enormes bíceps y sus poderosos dorsales. Me miró fijamente con sus ojos amarillentos de bordes anaranjados y gruñó con expresión seria, moviendo la cadera.
—Estás puto enfermo —murmuré.
El lobo solo gruñó más fuerte y repitió su movimiento de cadera, más lento, como si ahora se tratara de una advertencia y no de una invitación. Me quedé mirándole en silencio un par de segundos antes de empezar a quitarme la cazadora. Por suerte para él, yo también estaba enfermo. Era un completo adicto a las feromonas de mi lobo y no podía resistirme a verle de aquella forma, todavía más cuando se ponía agresivo y tenía su cara de mafioso peligroso y con muy poca paciencia. Aún así, yo mantuve el tipo y se lo puse muy difícil, lo que resultó en sexo violento del bueno. Yeonjun se fue de casa con una fina sonrisa en los labios, el pelo alborotado y nuevos arañazos en la espalda, los brazos y el pecho. Yo me quedé en la cama, flotando en una nube de fuerte Olor a Macho e incapaz de moverme. Tardé una buena media hora en dejar de suspirar y mirar el techo resquebrajado por el tiempo. Todavía en aquel estado de relajación y tranquilidad, fui un poco tambaleante hacia el baño para limpiarme mi boca manchada, lavarme los dientes y darme una ducha tibia.
Me vestí con calma, miré la dirección que me había enviado Taehyung al móvil y me puse mi gorra de béisbol nueva antes de salir de casa, una que me tuve que quitar para ponerme el casco de la moto en su lugar. Apreté el acelerador, haciendo rugir el motor alto y claro por toda la calle, y sonreí antes de salir disparado por la carretera. No me detuve hasta llegar a una hamburguesería de la periferia, donde pedí cuatro hamburguesas con doble de todo, cuatro perritos calientes extra grandes y dos cervezas de un litro. El dependiente tras la mesa alzó las cejas, sorprendido por aquella cantidad de comida, pero evitó mirarme mientras apuntaba el pedido. Salí a fumarme un pitillo al exterior mientras lo preparaban todo y entré para pagar los ochenta y siete dólares que valía toda aquella basura. Después repasé la dirección de nuevo y elegí tomar el puente Dallas para cruzar el río hacia la zona industrial donde, al parecer, estaba el nuevo almacén.
La nave era enorme, una de las más amplias de la zona, y ya no me sorprendía que Yeonjun hubiera llegado tan agotado aquella semana en la que tardaron en hacer la mudanza. Había un aparcamiento privado a un lado y la puerta de verjas estaba abierta, así que pasé y dejé la moto al lado de la fila de todoterrenos. Fruncí el ceño y me quité el casco. Por la cantidad de coches que había allí, Taehyung y Jongin no estarían solos. Algo que, sinceramente, no me hizo gracia. Chasqueé la lengua y cogí la bolsa de la hamburguesería y la otra en la que llevaba el tupper y la botella de vitaminas. Dejé una de ellas en el suelo para pulsar el botón del telefonillo que había frente a una enorme puerta de color azulado.
Un portón a un lado que se parecía más a una salida de emergencia que a una entrada, se abrió y un lobo increíblemente guapo y con el pelo y la barba demasiado largos se inclinó para mirarme. Me sonrió, me guiñó un ojo y me dijo:
—Hola, Beomgyu. Ven, entra.
—Hola, Taehyung —le saludé, caminando hacia él para cruzar la puerta que mantenía abierta para mí—. No me dijiste que la Manada iba a estar aquí.
—No es la Manada —me aseguró, pasándose una mano por la melena para quitarse el flequillo de la cara—, son solo algunos Machos. El almacén es muy grande y les necesito para organizarlo.
Me dedicó una mirada por el borde de los ojos mientras yo echaba un rápido vistazo al enorme interior. No se diferenciaba en nada de cualquier otra nave industrial, con la excepción de que en esta los operarios eran solo lobos, moviendo cajas en carretillas o cargándolas de un lugar a otro entre sus enormes brazos. Fue la primera vez que vi a Machos que parecían pasar los treinta, igual de musculosos y atractivos que los jóvenes, pero con canas en sus sienes o en sus barbas pobladas y algunas cicatrices marcadas tras años de vida criminal. Uno de ellos incluso tenía un parche en el ojo. La razón por la que no los había visto todavía, se debía a que era muy extraño que un lobo tan mayor no tuviera compañero y siguiera rondando el Luna Llena o juntándose con los Machos Solteros. Pertenecían a diferentes generaciones; algo que ya explicaré.
—Seokjin me ha dejado al mando de todo —me dijo Taehyung con orgullo en la voz mientras levantaba la cabeza e inflaba su pecho fuerte y duro bajo la camiseta.
—¿A ti? —respondí, arqueando las cejas—. Parece mucha responsabilidad para alguien que tiene que atender a tantos humanos. ¿Crees que estás preparado?
Taehyung se rió pero no dudó en responder:
—Puedo ir a ver a todos mis humanos y organizar el almacén a la vez, no te preocupes.
—Entonces le daré las hamburguesas y los perritos calientes a algún lobo con menos humanos que le den de comer —murmuré, levantando la bolsa de la hamburguesería.
Taehyung bajó la mirada a la comida y soltó un profundo gruñido de placer desde el pecho.
—No serías tan cabrón..., ¿verdad, Beomgyu? —me preguntó con una media sonrisa muy sexy en los labios.
—Sabes que sí —murmuré, girando el rostro hacia el almacén—. ¿Dónde cojones está Jongin?
—En la elevadora —señaló con la cabeza hacia un pasillo entre enormes estanterías de carga. Sin decir nada, comencé a caminar hacia allí. El lobo se metió las manos en los bolsillos de su pantalón vaquero y me siguió, tras un breve silencio, me preguntó—. Entonces... ¿has traído eso para mí?
—Depende —respondí, concentrado en mirar al frente e ignorar todas las miradas de los Machos que nos encontrábamos y a los que era evidente que no les hacía ninguna gracia verme allí—. ¿Sabes lo que me dijo Jongin una vez? Que él no me llevaría a los baños si una noche me hubiera encontrado en el Luna Llena. ¿Tú qué piensas?
—Yo te intenté llevar a los baños cuando no sabía quién eras —me recordó.
—Por eso eres de mis lobos favoritos —afirmé sin mirarle, levantando la mano para entregarle la bolsa de la hamburguesería.
Juraría que oí a Taehyung ronronear por lo bajo, pero fue apenas un momento antes de concentrar toda su atención en la comida. Cuando llegamos junto a Jongin, subiendo y bajando cajas de los estantes con ayuda de una carretilla elevadora, Taehyung ya se estaba terminando la primera hamburguesa doble. Entonces se acercó a un grupo de cajas y se sentó con la bolsa delante para seguir comiendo mientras yo hablaba con Jongin. Estaba tan sorprendido y confuso de verme allí como el resto de Machos, pero en vez de dedicarme expresiones de desprecio y gruñidos, me sonrió. Estaba un poco desmejorado, con el pelo más largo y la barba muy poblada, parecía cansado y más delgado de cuando le había dejado la última vez. A Jongin se le había mezclado la semana de Celo, de la que todos los Machos salían un poco tocados, y la falta de comida y atenciones.
—¿Qué tal el Celo, Jongin? —le pregunté, entregándole la botella de agua de color morado.
El lobo se encogió de hombros y frunció el ceño, porque aquella era una pregunta extraña para ellos.
—Bien, supongo —respondió—. Krystal nunca se ha quejado por ahora.
Asentí con un murmullo. Así que la puta de Krystal no le daba de comer y quería librarse de él, pero se había quedado para darse un último gusto con El Celo. Chasqueé la lengua, pero me tragué mis pensamientos y saqué un tema de conversación más ligero y sin importancia.
—Taehyung dice que me hubiera follado en los baños sin dudarlo —señalé al lobo sentado y comiendo como un cerdo mientras nos observaba.
Jongin puso los ojos en blanco y apretó las comisuras de los labios mientras negaba con la cabeza. Tras una discusión tonta mientras hacía un descanso y se bebía la botella de vitaminas, Taehyung terminó de comer y compartió una de las cervezas conmigo. Cuando ya había pasado el tiempo suficiente, le pregunté por un buen sitio donde tirar el tupper de comida.
—Sigo sin entender por qué vienes cargado con esos cubos si sabes que los vas a terminar tirando —se quejó él, mirando a Taehyung para buscar su apoyo en aquello—. No tiene sentido.
—Tengo la esperanza de que en algún momento me entre hambre —murmuré—. ¿Conoces un puto contenedor aquí cerca o no?
—Hay uno a la salida, al otro lado de la nave —respondió Taehyung por él, arrojándole al lobo la bolsa llena de envoltorios de comida y las cervezas vacías—. Enséñaselo a Beomgyu y tira esto.
Jongin gruñó y miró a Taehyung por el borde superior de los ojos a forma de advertencia, pero como era de menor rango en la Manada, no le quedó otra que tragarse su orgullo y acompañarme. Me saqué un pitillo y me lo fumé tras dejar el tupper sobre la tapa del contenedor metálico, apenas iluminado por un único foco de luz amarillenta y sucia en lo alto de la pared de la nave.
—Si consigo un nuevo trabajo, ¿quieres venir a vigilarme o prefieres estar aquí? —le pregunté, soltando el humo a un lado.
Jongin me miró un momento y después se cruzó de brazos antes de apoyar la espalda en la pared sucia al lado del contenedor.
—Voy a donde me mandan, Beomgyu. Ya lo sabes.
Tomé otra calada y el humo grisáceo me acarició el rostro.
—Te estoy preguntando si quieres que le diga a Namjoon que me mande a otro lobo, o si quieres hacerlo tú —murmuré.
Jongin tardó un par de segundos en apartar el rostro a un lado y responder:
—Iré yo. No me importa.
Asentí y me despedí con un gesto vago de la mano mientras caminaba de vuelta a mi moto. Había planeado pasarme allí una hora o dos, como lo había hecho en el Casino, antes de marcharme; pero me había cansado muy rápido de las miradas de los Machos y de la evidente tensión que mi presencia allí les producía. Yo ya estaba acostumbrado a todo eso, los humanos hacían lo mismo, pero con la Manada me jodía especialmente. Así que volví a casa y aproveché para hacer un poco de limpieza, algo necesario tras el Celo. Barrí el suelo, limpié los cristales y después me concentré en la habitación y el baño. Por antihigiénico que pueda parecer, yo no cambiaba las sábanas tan a menudo como debería, pero solo porque el gilipollas de Yeonjun se enfadaba si se tumbaba y las almohadas o las mantas no apestaban a él. Sin embargo, tras el Celo, aquellas mantas estaban llenas de manchones, sudor y fluidos. Oro puro para los esnifadores, pero una puta asquerosidad para mí, y eso que yo no era lo que se dice una persona «remilgada» con ese tema.
Por suerte, en aquella ocasión había sido precavido y quitado las sábanas que usábamos antes del Celo, las había guardado y había usado otras que había puesto entre la ropa del lobo para que cogieran su Olor a Macho. Así que pude volver a cambiarlas sin que Yeonjun sospechara nada. Guardé las sucias en una bolsa plastificada y la escondí. Quizá en un mes o dos, cuando los loberos ya se hubieran deshecho de las suyas, yo podría vender aquello a retales y por un buen precio. Tras aquello, me puse a fregar el baño y terminé con un gruñido de queja antes de irme al salón. La idea era fumarme un pitillo y tomarme un café tirado en el sofá, dispuesto a esperar un par de horas a la vuelta de Yeonjun. Sin embargo, una llamada me sorprendió nada más encender la máquina de café. Fui hacia la mesilla al lado de la puerta de emergencias con un pitillo en los labios, miré el número y pregunté:
—¿Ha pasado algo, Namjoon? ¿Yeonjun está bien?
No era normal que me llamaran a aquella hora y, por un momento, creí que algo malo tendría que haber pasado.
—Sí. Yeonjun está bien —respondió el lobo con voz lejana, como si, de nuevo, estuvieran hablando conmigo por el manos libres—. Te llamo por otra cosa. Quería pedirte un favor.
Se quedó en silencio y yo me acerqué a la puerta para seguir fumando con el hombro apoyado en el marco.
—¿Y bien? —tuve que preguntarle tras casi diez segundos sin decir nada.
—Goeun está organizando una escapada a la montaña —empezó a explicarme entonces—. Es la misma de la que hablaron en la cena. La Manada ha comprado una propiedad allí, un antiguo campamento de verano al lado del lago, con casetas de madera y los servicios mínimos. Me ha pedido que vaya a revisar si todo sigue funcionando bien y que haga algunas comprobaciones.
Fruncí el ceño y miré la ciudad a lo lejos, iluminaba por millones de pequeñas luces más allá del río. Goeun quería irse de acampada y le compraban un campamento... la hostia.
—¿Y me necesitas para hacer eso? —le pregunté—. ¿Qué pasó, Namjoon, sigues aturdido por El Celo y ya no sabes encender y apagar un interruptor?
Hubo un breve silencio y oí decir al lobo:
—De acuerdo. No te molesto más.
—Namjoon —le llamé antes de que colgara—. Relájate un poco. Estás empezando a ser aburrido... —aquello era una pequeña advertencia. La única que le daría—. Quizá estés enfadado, o decepcionado o lo que cojones te pase, pero si has perdido el sentido del humor y ahora no eres más que un lobo quejica de piel fina, quizá dejes de caerme tan bien como antes.
—¿Crees que este es el momento de hacer bromas así, Beomgyu? —preguntó con su voz seria y grave.
—Si hablas conmigo y no te esperas que haga comentarios sarcásticos y ofensivos, no sé para qué coño me llamas.
El lobo se quedó en silencio, quizá valorando mis palabras, quizá decidiendo si colgarme. Yo esperé a que tomara la decisión, una que quizá pudiera marcar nuestra relación de una forma irreversible.
—¿Vas a ayudarme o no? —me preguntó al fin.
Fumé una calada del pitillo con una sonrisa.
—¿Dónde es ese campamento del terror?
—En Greystone, a una hora y media de aquí. Puedo pasarme mañana a recogerte después de que vayas a darle la comida a Jongin.
—¿Vamos a ir por una carretera de montaña en mitad de la noche para ir a ver un campamento abandonado? —le pregunté—. Suena prometedor... Ahora dime que allí hubo una serie de extraños asesinatos y no podré negarme a ir.
—No hay ningún loco suelto por ahí, pero puedes llevarte tu navaja si no me crees.
—Namjoon, si me llevo mi navaja, sí habrá un loco suelto por ahí —respondí—. Yo.
Se oyó un bufido rápido y supe que al lobo aquello le había hecho gracia, pero no hizo señal de ello, solo me dijo:
—Mañana te recojo —y colgó.
Dejé el móvil en la mesilla y seguí fumando tranquilamente. Todavía no tenía trabajo ni había empezado a buscarlo, disfrutando de aquellas pequeñas vacaciones que me había dado. Así que tenía tiempo de sobra para perder y, la verdad, era que las noches sin hacer nada me aburrían bastante. No era lo mismo estar en un puesto y tener que llenar un par de horas después de quitarte las tareas de encima, que estar tirado en casa esperando por tu... maridito. De todas formas, cuando llegó Yeonjun le pregunté:
—¿Es normal que manden a Namjoon a comprobar el campamento antes de que vaya la Manada?
El lobo dejó el tupper sucio y vacío sobre la mesa y asintió sin dudarlo.
—Sí. Namjoon o San van primero y miran si todo funciona. Si no funciona, va Yeonjun y lo arregla.
—Ahm... —me limité a murmurar.
—Jacob dijo a Yeonjun que Beomgyu había estado en el nuevo almacén.
—Sí, fui a darle la comida a Jongin. Él y Taehyung eran los únicos que no parecían a punto de echarme a hostias de allí.
Yeonjun gruñó con enfado, pero agachó la cabeza y puso una mueca preocupada. Aquello era algo a lo que se había dado cuenta de que tendría que acostumbrarse, por mucho que le doliera. Se acercó para abrazarme y frotar su rostro contra mi pelo, pero yo no necesitaba consuelo, lo que necesitaba después de oler su cuerpo y sentirle tan cerca tras una noche solitaria, era otra cosa. Por la mañana le pedí lo mismo y en ambas ocasiones mi lobo cumplió como un soldado en el frente de guerra. Tras la ducha, el pitillo y el café, le llevé su vaso de leche tibia a la cama y le dejé descansar, consciente de que aún tenía sueño perdido y energías que recuperar tras El Celo. Fui a hacer solo los recados y volví con las bolsas de comida al hombro y un poco sudado, ya que se acercaba la última ola de calor antes de que el tiempo empezara a ser cada vez más frío y lluvioso. Le preparé la fuente de espaguetis a la boloñesa a Yeonjun y fui a despertarle. El lobo me siguió de vuelta a la cocina, bostezando ruidosamente a sentarse en su taburete.
—Joder, eres pura elegancia, Yeonjun —murmuré.
El lobo levantó la cabeza e infló su pecho grande con orgullo.
—Yeonjun es Yeonjun —me dijo—. Ya era así cuando Beomgyu le conoció.
Alcé las cejas y bebí un trago de mi café.
—Ahí tienes razón —reconocí en voz baja. Siempre había sido un cerdo.
Cuando fue el momento de irse, salimos juntos de casa. Yeonjun se había ofrecido a llevarme él mismo hasta el almacén, para que así yo no tuviera que comerme el viaje de vuelta con la moto cuando Namjoon me dejara. Se detuvo en el aparcamiento y gruñó para que me despidiera de él con una caricia y un beso rápido antes de bajarme con el cubo de tupper y el agua de vitaminas para Jongin. Mi experiencia allí fue exactamente igual a la primera, con excepción de que Taehyung estaba un poco más ocupado con un «envío» y no pudo pasar a saludarme. Aún así, ignoré las miradas, los murmullos bajos y las muecas de desprecio y fui directo a por Jongin. La conversación fue breve y me despedí diciéndole que Namjoon iba a venir a buscarme y que tiraría la comida en el mismo contenedor del día anterior.
—¿Por qué siempre me dices dónde tiras la comida, Beomgyu? —quiso saber Jongin.
Mantuve su mirada y me encogí de hombros.
—¿Eso hago? —le pregunté.
—Sí... eso haces.
—No me di cuenta —le mentí, pero con un tono tan indiferente y vago que sonó bastante creíble.
Jongin entrecerró los ojos y ladeó un poco la cabeza.
—Te mandaré las coordenadas de dónde dejaré este —continué, dando un par de pasos hacia atrás mientras levantaba el cubo de comida.
A Jongin no le hizo gracia la broma. Se cruzó de brazos y puso una cara enfadada. Siendo sinceros, todo aquello empezaba a ser muy sospechoso y Jongin no era gilipollas. Quizá hubiera colado cuando él venía a verme, pero ¿Que yo fuera a verle a él y me llevara un tupper de Yeonjun para tirarlo en algún sitio donde Jongin pudiera ir a buscarlo sin problemas? Costaba creer que fuera todo casual. Cuando dejé la comida encima de la chapa del contenedor, estuve bastante seguro de que Jongin no la comería esta vez. Yo sabía una cosa o dos sobre el orgullo, sobre que la gente tratara de engañarte o meterse en tu vida sin permiso alguno. En el momento en que Jongin sospechara de mí, no volvería a tocar los tuppers así tuviera que comer tierra y piedras para llenarse el estómago vacío.
Chasqueé la lengua y me saqué un cigarro de la cajetilla, encendiéndolo en mitad de la penumbra del aparcamiento y soltando el aire a la suave brisa fresca. No me había llevado la cazadora, pero era una de esas agradables noches templadas en la que casi se podía oler el mismísimo final del verano. Mandé un mensaje a Namjoon para decirle que ya estaba esperando y en menos de cinco minutos su enorme Toyota negro aparcó en la entrada. Me acerqué con las manos en los bolsillos y una expresión indiferente, abrí la puerta, subí al asiento del copiloto y noté el Olor a Macho más salado y liviano que apestaba el interior. Me tomé un momento para girar el rostro hacia el lobo y decir:
—Hola, Namjoon.
El Beta pelirrojo estaba tan guapo como siempre, incluso con su pelo anaranjado más largo y su barba más espesa y descuidada después del Celo. Llevaba una de sus camisas cortas de colores, abierta hasta la base de su gran torso, donde se podía ver su piel morena y el pelirrojo que la cubría junto la cadena plateada que colgaba de su cuello. Me miraba fijamente por el borde sus ojos marrones, con una expresión seria en su rostro de mandíbula fuerte y rasgos marcados. Mirada que no dudé en responder con calma.
—Hola, Beomgyu —me dijo.
Como ya les he contado, Namjoon es mi mejor amigo y el lobo al que más quiero después de a Yeonjun. Es como el hermano mayor que nunca tuve: responsable, bueno, maduro y divertido. Hemos trabajado mucho juntos y hemos pasado por mucho juntos. Por eso le conozco bien y sé lo mucho que peligró nuestra relación en aquel momento concreto de nuestras vidas.
Verán, el Beta es esa clase de persona que lo da todo por sus amigos y que siempre intenta ayudar, sin importar lo que eso cueste; pero su amistad no es algo que regale a cualquiera. A Namjoon, como a mí, hay que demostrarnos que ese esfuerzo que estamos haciendo por alguien, merece la pena. Podemos perdonar un desliz, un error o dos, pero no somos tan gilipollas como para darnos contra una pared y seguir intentándolo. Decepcionarnos es algo muy peligroso, porque pocas veces hay vuelta atrás. La única diferencia es que él tiene mucha más paciencia que yo para los errores que se pueden cometer antes de eliminar a alguien de tu vida. Estoy seguro de que, si yo hubiera estado en su lugar, le hubiera mandando a tomar por el culo hacía mucho; pero, por suerte, Namjoon no lo hizo.
Cuando Namjoon me vio aquella primera noche en el Luna Llena para venir a entregarme el sello de la puerta, supo que yo era la clase de humano que tanto le gustaba a Yeonjun: demasiado guapo y demasiado problemático. Cuando me conoció, empecé a caerle bien. Cuando pasó lo de la bolera, se sorprendió incluso más que el resto, porque aquel no era el Beomgyu que él creía conocer. Namjoon estuvo de acuerdo con el resto de la Manada y me vetó de su vida. Sin embargo, quería mucho a Yeonjun y sabía que Yeonjun me quería mucho a mí, así que fue capaz de tragarse su orgullo de lobo y venir a verme a la gasolinera. Trató de razonar conmigo, explicarme las cosas, pero yo le fallé de nuevo. Estaba seguro de que se había equivocado conmigo y que yo no era más que un gilipollas arrogante. Entonces estuvo desesperado y no le quedó otra que venir a pedirme ayuda. Sabía que era una locura, pero tenía kilos de «caramelos» en el maletero y a tres lobos a sus órdenes; se hubiera clavado hierros oxidados en los ojos si con eso hubiera conseguido salvarles. Ya conocen la historia: él creyó que le había vuelto a fallar y entonces le salvé el culo y le llevé los caramelos a un lugar seguro sin pedirle nada a cambio.
Ahí fue cuando empecé a ganarme su respeto de nuevo. Vio algo bueno en mí, algo que nadie más que Yeonjun había visto hasta entonces. Namjoon se esforzó mucho por que los demás también pudieran verlo, pero yo me negaba, obcecado con enfrentarme al Alfa y a la Manada. Se frustraba cuando yo daba pasos atrás y me alejaba de ellos, por eso volvía y trataba de hacerme razonar. Sin embargo, cuando le grité por teléfono, a él, el único lobo que me había apoyado una y otra vez, se sintió muy dolido. Se sintió traicionado una vez más. Las pizzas con dibujos de pollas solo fueron la gota que colmó el vaso, porque él creyó que, aún por encima, me lo estaba tomando a broma y que lo que él sentía era solo un chiste para mí.
Ustedes saben que eso no es cierto, pero es solo porque están leyendo mi visión de la historia. Si estuvieran en el sitio de Namjoon, quizá me odiarían a estas alturas, quizá ni siquiera me hubieran dado ni la mitad de oportunidades de las que él me había dado, o quizá no estuvieran dispuestos a perdonarme jamás. Al Beta le pasaba lo mismo. Se debatía entre darme otra oportunidad o dejarme ir, demasiado cansado de darse contra una pared, demasiado cansado de que le decepcionara una y otra vez, de que le hiciera favores y después le gritara a la cara. Yo le decía que le respetaba y que por eso hacía cosas por él, pero Namjoon ya no estaba seguro de que yo entendiera el «respeto» como él lo entendía.
Por entonces, yo no sabía todo esto, solo sabía que el lobo estaba enfadado y que yo había cometido un error. Ya me conocen lo suficiente para saber lo mucho que me jode pedir perdón, y también lo mucho que recuerdo las cosas buenas que hacen por mí.
Al final, el Beta no fue el que me dio una nueva oportunidad. Fui yo quien se la pedí.
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