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Chapter 52: El doctor lobo: está preparado para el Celo.

A solo semana y media del Celo, las cosas se volvieron un poco precipitadas y extrañas. En mis últimos días de trabajo no hice lo que solía hacer, que era pasar de todo y mandarles a la mierda porque yo iba a cobrar igual. Sino que seguí haciendo mis tareas y tratando de dejar la mejor impresión posible, ya que era un puesto bien pagado, cómodo y tranquilo; tenías que desatascar algún retrete y arreglar un par de cosas, pero seguía siendo mejor que muchos otros. Jongin me acompañó esos últimos días, suspirando de vez en cuando hasta que finalmente me confesó: 

—Vaya, voy a echar un poco de menos esto.         

—Yo también —respondí tras soltar una bocanada de humo a un lado—. No creo que en mi próximo trabajo haya máquinas expendedoras.  

El lobo me miró por el borde de los ojos, pero terminó por sonreír y negar con la cabeza. Ahora se sentaba a mi lado, en la misma mesa, a no ser que estuviéramos en conserjería donde había acercado la silla al escritorio para poner los pies en alto como yo hacía. El jueves, en nuestro última noche allí, le invité a un pack de cervezas de medio litro e incluso guardé una para Dongmin el reponedor, el cual llegó y dedicó la misma mirada nerviosa a Jongin.  

—¿Celebran algo? —me preguntó, sacando distraídamente las llaves para abrir las máquinas. 

—Hoy se termina mi contrato —respondí, un poco más alegre y expresivo debido al alcohol. 

—Oh, y... eso... ¿te alegra? —murmuró. 

Me encogí de hombros y fumé una calada antes de responder: 

—Preferiría tener trabajo y seguir cobrando, pero así son las cosas. Ya buscaré otro puesto de mierda dentro de una semana. 

—Pues, si te interesa, mi empresa está buscando a reponedores —me dijo de pronto, algo que yo no me esperaba y para lo que no estaba preparado en aquel momento—. ¿Tienes carnet de conducir? 

—Sí... —parpadeé un par de veces y asentí—, claro.  

—Tendrías que llevar el currículum a la oficina central, esta en las afueras, pero quizá podría echarte una mano —continuó, mirándome de vez en cuando mientras se daba la vuelta para coger las bolsas de gominolas, bollos industriales y bolsas de snacks antes de rellenar los huecos que faltaban—. Es un trabajo bastante aburrido, pero al menos el sueldo es decente. 

—Ahm... —volví a asentir y me llevé el pitillo a los labios—. Gracias, Dongmin, iré a preguntar la semana que viene. 

Ahí quedó la cosa, cuando el hombre se marchó, Jongin me miró y negó con la cabeza. 

—No vas a poder meter todas las bolsas en un hueco de mala forma, fumarte un pitillo y salir con el dinero, Beomgyu. Para ese trabajo hay que tener cuidado y saber contar, ¿crees que podrías? 

Le dediqué un corte de manga sin mirarle y seguí fumando. Al día siguiente, volví por la tarde para entregar la tarjeta magnética y firmar el finiquito, topándome con Seunghyun en su puesto. El hombre evitó mirarme a toda costa e incluso se escondió de mí, lo que produjo una pequeña y malvada sonrisa en mis labios. Al llegar a casa con las bolsas de comida Yeonjun ya estaba tumbado en el sofá, desnudo y con una mano alrededor del mando y la otra en los huevos. Gruñó y giró el rostro para saludarme. 

—Dile a Namjoon que mande a Jongin a la tienda de caramelos, le iré a ver yo esta semana hasta que encuentre otro trabajo —le dije después de acercarme a darle una caricia y un beso en los labios. 

El lobo asintió y se levantó para ir a lavarse las manos al fregadero y sentarse en su taburete frente a una enorme bandeja de macarrones con carne picada. Desde que le había visto comer espaguetis a la boloñesa como si no hubiera un mañana, había pensado en incluir más pasta en su dieta. Si le gustaba, por mí perfecto, porque también era más barata que cinco kilos de cerdo a la brasa. Tras nuestra siesta de después de comer y nuestro polvo de después de la siesta, le acompañé a la ducha y me vestí a su lado, recordándole que le dijera aquello a Namjoon antes de que se fuera con la Manada. Me quedé en casa mirando la tele, con las ventanas abiertas para que entrara un poco del aire tibio de la noche y haciendo tiempo antes de irme, hasta que el móvil vibró encima de la mesa y leí el mensaje que Namjoon me había mandado: «La tienda de caramelos está cerrada ahora. Jongin está con Jaebum en el casino de la catorce con Pennsylvania. Vete bien vestido». Lo releí otra vez con una expresión seria. Había algo en aquel mensaje que no me gustaba, quizá fuera el tono o el hecho de que el Beta parecía estar olvidándose de que todo aquello era un gran favor que le estaba haciendo. Chasqueé la lengua y dejé el móvil de vuelta en la mesa, apagando la tele para dirigirme a la habitación.

Lo de la ropa me tocó un poco los cojones, no voy a mentir. Sabía que en los Casinos de la Manada incluso los lobos se ponían una camisa, pero yo solo iba a pasarme a charlar con Jongin e inventarme alguna otra excusa para que se comiera el tupper; no entendía por qué iba a «ir bien vestido». Farfullando esto por lo bajo junto con algunos insultos y muecas de desprecio, me puse mi ropa del Doctor Lobo, pero sin gafas ni corbata, y salí por la puerta dando un golpe seco. Como Jaebum estaría allí y hacía tiempo que no le veía, pensé en pasarme por un local turco y comprarle media docena de kebabs, esos que tanto le gustaban; antes de dirigirme con mi preciosa moto hacia el casino. Con la bolsa del turco en una mano y tupper en la otra, llamé a la puerta metálica y negra del callejón. Un hombre grande y con cara de pocos amigos y muchos problemas, me miró de arriba abajo y me pidió algún tipo de contraseña o algo así. 

—Soy Beomgyu —respondí sin más. 

Quizá conociera mi nombre o quizá pudiera oler mi peste a Yeonjun, fuera lo que fuera, asintió y se apartó sin más. Aunque la entrada fuera oscura y algo sórdida, el Casino de la catorce con Pennsylvania era de los más lujosos y elitistas de la ciudad. Allí iban los empresarios y demás gente rica a apostar unas sumas de dinero y tomar riesgos que no se permitían en los casinos legales. Además, la Manada aceptaba todo tipo de pagos, sin importar su procedencia o su naturaleza, así que podría decirse que había más de un motivo por el que la gente iba allí a jugar. Nada más pasar al interior, una recepcionista guapa y escotada me preguntó si podía ayudarme en algo. 

—Vengo a ver a Jongin y Jaebum —respondí con mi expresión indiferente y mi tono neutro. 

—Perdone, ¿a quién?  

—Vengo a ver a los putos lobos —repetí, esta vez para dejarlo bien claro.  

La joven se sorprendió y alzó las cejas, pero recuperó rápido la compostura y siguió forzando una sonrisa mientras me decía: 

—Espere aquí un momento, por favor.  

Le di dos minutos, si en ese tiempo no me daba respuesta, yo mismo iría a buscarlos. Por suerte para ella, no tardó ni uno en volver a paso apresurado con sus tacones altos y una sonrisa mucho más grande en sus labios pintados.  

—Discúlpeme, no sabía quién era usted. Acompáñeme, por favor. 

Mucho más atenta y nerviosa que antes, me guio por un pasillo cercano a la pared de falsas columnas, frondosas plantas de plástico y estatuas griegas de cartón piedra. Entre todo aquello, había una discreta puerta medio escondida que ella me abrió antes de indicarme con un gesto que podía pasar. Ni si quiera la miré de vuelta cuando crucé hacia unas escaleras que ascendían hasta un pasillo mucho menos decorado y elegante que el resto del casino. Allí se podían ver las tuberías y la luz era baja, azulada y pálida. La pared que daba al resto del local era de cristal espía, o no sabía muy bien cómo llamarlo. Se podía ver desde dentro afuera, pero no desde fuera adentro; así que los muchos jugadores no sabían que una docena de hombres les estaban espiando por si se... portaban mal. Uno de ellos, se llevó un dedo al auricular que tenía en la oreja y me miró antes de murmurar algo y acercarse.  

—¿Eres Beomgyu? Sígueme, por favor. 

A esas alturas yo ya estaba un poco hasta la polla. No estaba nada acostumbrado a ese lado más, digamos, «típicamente mafioso» de la Manada, y todo aquel paripé y seguridad no me estaba gustando demasiado. Con mi cara de asco, seguí al hombre de seguridad con traje negro que parecía el puto guardaespaldas del presidente hacia una última puerta a la que llamó antes de abrir. La peste a Olor a Macho se pudo percibir al instante, una que no se había notado hasta entonces, ya que los tres lobo estaban allí recluidos y no salían. Resultaba que, además de Jongin y Jaebum, allí también estaba Jinho; otro Macho Común. Los tres estaban sentados, dos de ellos a cada esquina del sofá y el último en un sillón aparte. Había una mesa central y vistas al casino gracias a la misma pared acristalada del pasillo, pero ellos estaban más interesados en la enorme pantalla plana al otro lado y al videojuego al que estaban jugando como una panda de adolescentes.  

—Hostia, Beomgyu. ¿Ahora llevas camisa? —fue lo primero que soltó Jaebum al verme, tan sorprendido como los otros dos.  

—Solo cuando quiero parecer elegante —murmuré sin inmutarme. 

Me acerqué a ellos, dejando la bolsa del turco y el tupper sobre la mesa. Jongin y Jaebum me miraron, muy interesados en descubrir por qué traía tanta comida, Jinho, por el contrario, solo me miraba de una forma extraña. Saqué la cajetilla de tabaco del bolsillo de la cazadora negra y me puse un cigarro en los labios, encendiéndolo con el zippo y sin apartar la vista de los ojos de un color chocolate claro y brillante de Jinho. Conocía al lobo de pelo rizado y castaño y sienes recortadas a la misma. Ya nos habíamos encontrado antes cuando venía a la gasolinera o cuando les llevaba pizzas, pero nunca antes me había dedicado más que un vistazo rápido, y mucho menos se había quedado así, como si estuviera a punto de saltar sobre mí para morderme.  

—¿Y a ti qué coño te pasa? —le pregunté tras echar el humo. 

Jinho apretó los dientes y gruñó de una forma densa y grave. Sin embargo, yo reconocí aquel ruido ronco y que nada tenía que ver con el odio y la amenaza, sino todo lo contrario. Jongin fue el que le dio una colleja y le miró con los ojos muy abiertos y expresión enfadada. Jinho al fin reaccionó, apartando de pronto la mirada a un lado y agachando la cabeza.

 —Lo que pasa es que Jinho debería recordar que como Yeonjun se entere de esto, va a pegarle tan fuerte que no se va a levantar en una semana ­—dijo Jaebum, quien también miraba al otro lobo con expresión seria. 

—Ah... —comprendí, sentándome tranquilamente en un taburete acolchado que había libre. Apoyé los codos en las rodillas y fumé otra calada antes de preguntarle a Jinho—: ¿Es porque El Celo está cerca o porque te gustan los humanos con camisa? 

—Es por El Celo —dijo el lobo en voz baja, grave y sin atreverse a mirarme. 

—Y porque pareces un abogado sexy que acaba de salir del bufete —añadió Jaebum con una fina sonrisa algo cruel—. A Jinho le gustan guapos y con éxito. 

Me limité a asentir y dejar el incidente atrás. Jaebum tenía razón en algo: como Yeonjun se enterara de que Jinho había intentado ligar conmigo al estilo lobuno, se iba a poner como un puta fiera. Él no era tan comprensivo como yo en ese tema, consciente de que Jinho empezaba a tener las hormonas revolucionadas, al igual que todos los demás, y que su creciente apetito sexual le había jugado una mala pasada conmigo; llegando a ignorar incluso mi fuerte olor a Yeonjun. Así que le hice un favor y fingí que no había ocurrido.   

—Si llego a saber que tengo que pasar por toda esta mierda, no hubiera venido —dije señalando a mis espaldas con el pulgar antes de llevarme el cigarro a los labios.  

—En el casino hay mucho dinero, Beomgyu. Los humanos beben y a veces se enfadan cuando lo pierden. SeokJin prohíbe que vean a la Manada por aquí, así que tenemos que contratar a otros humanos que les vigilen —respondió Jaebum—. ¿Eso es kebab? —me preguntó al fin, señalando la bolsa con un movimiento de cabeza. 

—Sí. 

El lobo asintió y miró la televisión donde estaba el videojuego en pausa.  

—Es para ti, Jae —añadí tras un breve silencio en el que quise comprobar si el lobo insistía más o prefería dejarlo ahí—. Namjoon me dijo que estarías aquí.  

El lobo emitió un gruñidito de sorpresa, arqueó las cejas y sonrió.  

—Vaya, gracias, Beomgyu —respondió, alargando una mano grande hacia la bolsa antes de ponerla frente a él y gruñir de placer.  

—Dale un poco a Jinho —murmuré. 

Jongin apartó la mirada mientras los otros lobos devoraban los kebabs como los cerdos que eran, llenándose la boca de salsa y derramando parte de los rollos sobre el papel albal en el que venían envueltos. Tras un minuto o dos, se excusó para ir al baño y volvió solo cuando supo que los Machos habrían terminado de comer. Él tuvo que esperar hasta que, dos horas después, dejé el mando de la videoconsola en la mesa y me despedí, diciendo que ya era momento de irme. 

—Tiraré esto a la salida, en el contenedor de aquí al lado —anuncié de forma desinteresada, llevándome el tupper hacia la puerta. 

—Si lo vas a tirar, déjanoslo a nosotros —me sugirió Jinho, quien, al parecer, no había tenido suficiente con media docena de kebabs ni estaba al tanto de mis planes para dar de comer a Jongin.  

—No, esa es la comida de Beomgyu. Que la tire si quiere —dijo Jaebum, añadiendo un peligroso y nada sutil—: Jongin, vete con él y asegúrate de que no le pase nada de camino a la moto.  

Puse los ojos en blanco y negué con al cabeza, pero no dije nada. Jongin gruñó y frunció el ceño, sospechando que algo extraño pasaba. Cuando bajó conmigo y salió a la calle, tuve que tirar el tupper dentro del contenedor industrial para que no fuera tan descarado como Jaebum lo había hecho. Charlamos un poco mientras me fumaba un pitillo y después me fui, dejándole solo y tranquilo por si quería volver a buscar el cubo de comida y llevárselo al coche. Cuando volví a casa, me quité la ropa y la metí en la bolsa de la colada para llevarla al día siguiente a lavar, poniéndome tan solo un pantalón fino de verano. Nunca había tenido claro si era la parte baja de un pijama o algún tipo de prenda de deporte, solo que me había costado un dólar en la tienda de segunda mano y que llevaba tres años con él en el armario. Yeonjun volvió antes de lo esperado y me saludó con un gruñido antes de acariciarme el rostro contra el suyo y abrazarme. Eso me pareció un poco raro, pero creía que, quizá, solo me había echado de menos aquel día. Cuando a la mañana me siguió a la ducha después de follar en vez de quedarse dormido de nuevo, empecé a sospechar algo, pero no fue hasta que empezó a abrazarme por detrás en la lavandería y a ronronear por lo bajo cuando supe que eso no era normal.  

Yeonjun era un lobo mimoso; le gustaba que le acariciaran y le gustaba demostrarme lo mucho que me quería con sus suaves mordiscos y sus ronroneos. Yo había aprendido a tener paciencia con aquello, siempre y cuando no se pasara de la raya y se pusiera pesado y empalagoso, algo que no soportaba. Pues bien, resulta que aquello era solo el principio. Ya he explicado de sobra lo mucho que la proximidad del Celo afecta a los Machos Solteros: sus hormonas se disparan, están sobrexcitados, se vuelven más territoriales, apestosos, nerviosos y su instinto les lleva a elegir a una pareja con la que pasar esos tres o cuatro días de sexo ininterrumpido. Lo que no he explicado es lo que le pasa a un Macho con compañero. Un lobo que ya tiene pareja, sufre los mismos cambios, pero todos ellos se centran en su humano: se vuelven súper dependientes de estos, muy posesivos y absurdamente cariñosos. Su instinto les arrastra a reafirmar su relación y a convertirse en estúpidos y enormes hombres enamorados que no se quieren separar de ti ni un segundo. A finales de aquella semana, Yeonjun ya había empezado aquel cambio, pero no fue ni la décima parte del monstruo en el que se convertiría. 

Yo no lo sabía por entonces, porque la primera vez, Yeonjun simplemente se había ido y había vuelto directamente para follar, sin darme más problemas que tener que prepararme para El Celo. Creí que en esa ocasión sería algo similar, pero me equivoqué. Fue un giro inesperado y problemático en mis planes para aquella semana tener a un Yeonjun pegado al culo y que parecía cada vez más y más tonto, incluso para ser él. El sábado conseguí ir a mi charla con once personas nuevas y anuncié que daría otras tres «especiales» y a mayor precio; algo que también puse en mis mensajes publicitarios. Incluso contando con tener que pasarme a darle el tupper y las vitaminas a Jongin, estaba seguro de que tendría tiempo de sobra para ir a la ONG sin problemas.  

El domingo, Yeonjun se pasó media hora acariciándome y ronroneando después del sexo de primera hora, apretándome entre sus brazos y gruñendo de forma juguetona si trataba de apartarle. 

—Yeonjun quiere mucho a Beomgyu... —me decía de vez en cuando.  

—Te juro por dios, Yeonjun, que como no me dejes salir me voy a enfadar de verdad. 

Se terminó apartando, pero me siguió a la ducha, a la cocina y a la calle, muy pegado o agarrándome de la muñeca. No importaba lo mucho que le mirara con el ceño fruncido o lo mucho que me quejara, el lobo simplemente parecía estar como ligeramente borracho o drogado, aprovechando cualquier momento para rodearme con los brazos y frotar su rostro contra mi pelo. El lunes fue incluso peor, se fue más tarde de lo normal al trabajo y volvió antes solo para seguir muy pegado a mí, abrazarme y sepultarme bajo su cuerpo.  

—¿Yeonjun, qué cojones te pasa? —le terminé gritando. 

—Yeonjun quiere mucho a Beomgyu... —respondió con una sonrisa.  

Aquello fue cuando todavía era capaz de hablar, el martes no hacía ni eso, simplemente murmuraba de vez en cuando «Beomgyuuu...» mientras ronroneaba y me pegaba mucho contra él. Aquel mismo día llegué al casino donde me esperaba solo Jaebum, Jinho y Jongin. Mi lobo había insistido en acompañarme y no me soltaba la muñeca. Al llegar al interior me rodeó con los brazos y gruñó a los demás lobos en señal de advertencia.  

—¿Qué coño le pasa a Yeonjun? —les pregunté con un tono serio y muy peligroso.  

—Es El Celo, Beomgyu —me dijo Jaebum con una sonrisa, agachando la cabeza en señal de sumisión al SubAlfa y tratando de no enfrentarse demasiado a su mirada—. Todos los Machos con compañero están igual. Los Solteros somos los únicos capaces de pensar ahora.  

Eso significaba varias cosas, que la Manada estaba ahora a cargo de Namjoon, el lobo Soltero de mayor rango, y que Jongin estaría como loco haciendo lo mismo con Krystal, así que no tendría que darle de comer. Aun así, la situación no mejoró demasiado. Conseguir escapar de Yeonjun para ir a las charlas fue todo un reto y, cuando volvía, le encontraba dando vueltas por casa muy nervioso y gimoteando. Lo peor de todo fue que a partir del miércoles ni siquiera era capaz de follar. Aquella mañana me lo hizo de frente, movió un poco la cadera mientras gruñía por lo bajo y se corrió en apenas un minuto, solo una triste vez, antes de la inflamación.  

—Estás de puta coña... —dije yo, sin creérmelo.  

Beomgyuuu...  

Cada vez más frustrado y apestoso, ya que Yeonjun había empezado a oler muy fuerte debido a las hormonas, estaba tratando de sacar adelante las clases y cargar con un enorme y estúpido lobo enamorado. En la última de mis «charlas especiales» del viernes, tuve que llegar corriendo e irme el primero, dejando tras de mí a un público sorprendido y bastante preocupado de todo lo que les había contado. Lo que, sinceramente, empezaba a ser lo normal. Dando por finalizado mi breve periodo de profesor, me pasé por una tienda para comprar los bidones de agua y las provisiones, y por una farmacia para tomar una bocada de aire y apretar los dientes antes de decir: 

—Dame una caja de enemas. 

Sí, aún con un Yeonjun que hacía todo lo posible por no separarse ni un puto segundo de mí, yo tenía que «prepararme» igual que la primera vez. Bien, sumar mi irritación acumulada, la falta de buen sexo y el hecho de tener que hacerme una lavativa profunda. A un día del Celo, yo era una jodida bomba de relojería a punto de explotar.  

—¡ESTOY EN EL PUTO BAÑO LOBO DE MIERDA! —le chillé a Yeonjun, un grito que debió oírse en todo el edificio, porque el lobo no paraba de llamar a la puerta y gemir mientras yo estaba echando hasta los intestinos por el culo.  

Para que se hagan una ligera idea de la situación. 

Todo terminó la mañana del sábado. Recuerdo que un movimiento a mis espaldas me desveló y que oí gruñir a Yeonjun. Iba a preguntar qué coño le pasaba ahora, pero antes de que pudiera hacerlo, noté su cuerpo grande y pesado sobre mí, junto con un trozo de carne muy duro y empapado que no dudó en abrirse paso hacia mi culo y entrar en mí casi entero y de un solo empujón. Perdí el aire y me agarré a las mantas, apretando muy fuerte los dientes debido a la sorpresa y el daño que me había hecho. Yeonjun solo gruñía y jadeaba mientras movía la cadera sin parar. El lobo romántico y cariñoso había muerto, ahora era un lobo hambriento de sexo y que no entendería a razones. El Celo había comenzado.  

El segundo Celo no es diferente al primero: ni mejor, ni peor. Lo único que cambia es la forma en la que tú lo afrentas. La primera vez quizá tengas miedo y dudas y no estés seguro de que vayas a aguantar tres o cuatro días así, de si podrás soportar tanto sexo y no te arrepentirías a mitad de camino. La segunda vez ya sabes que puedes y te lo tomas de una forma más relajada. El sexo es muy intenso pero llega un momento en el que ya pierdes la cuenta y hasta la conciencia. El primer polvo que me echó me sentó bastante bien, Yeonjun se corrió cinco veces seguidas y después se desplomó sobre mí durante la inflamación. El segundo, veinte minutos después, fue bueno, el tercero y el cuarto fueron en diferente postura y para el quinto, sexto y séptimo ya me dejaba mover como si se tratara de un muñeco de trapo a las órdenes del lobo. Se pasó todo aquel primer día haciéndomelo cada veinte minutos o media hora. No fue hasta la mañana siguiente que el ritmo empezó a descender y el lobo, ya cansado y sudado, espació más el sexo y pudo llegar a dormirse. Aproveché para escaparme de él e ir al baño, sintiéndome aturdido y cansado. Comí dos barritas energéticas mientras estaba sentado en el váter, mirando la pared desteñida y sin pensar en nada. Pude dormir un par de horas antes de que Yeonjun se despertara, me volviera a follar a gruñidos, esperara a la inflamación y me agarrara de la muñeca para irse en busca de uno de los bidones de agua para beberse casi la mitad de una sentada.

 Aquella dinámica se repitió un par de veces, junto con mis escapadas al baño. La única forma de medir el tiempo era por los envases de comida que ya había tomado y lo vacías que estaban las garrafas de Yeonjun. El resto, era como un bucle de sexo, sudor y gemidos que se repetía una y otra vez sin parar. A veces lo disfrutabas y a veces simplemente dejabas al lobo hacer lo suyo. Una vez, quizá al segundo o tercer día, Yeonjun me lo quiso hacer de frente y me puse las manos tras la cabeza, mirando como el lobo gruñía y jadeaba. Tenía los ojos en blanco y los labios entreabiertos y babeados, solo movía la cadera sin parar y seguía como si a esas alturas ni siquiera fuera consciente de lo que hacía. Cuando se corrió sus cinco veces de rigor, empujó un poco más fuerte para metérmela todo lo posible y soltó un gemido grave y ronco. De pronto pareció mucho mejor y se dejó caer sobre mí para jadear y recuperar el aire mientras su polla se hinchaba como un globo. Le acaricié la espalda sudada y miré el techo, pensando en si los lobos realmente disfrutaban de aquello o era solo una necesidad biológica de la que no podían escapar. 

Supe que el final estaba cerca cuando, en otra de mis visitas al baño para descargarme de semen de lobo, eché un vistazo a los bidones y vi que solo quedaba la mitad del último. Cuando miré mi mesilla, comprobé que ya no quedaban barritas energéticas, bebidas ni batidos. Solté un murmullo y me eché al lado de Yeonjun con cuidado de no despertarle. Cuando me desveló de nuevo para meterme la polla, lo hizo más pausado y esperó toda una hora y media antes de volver a hacerlo. Aquella misma noche se despertó, se movió hacia el borde de la cama y bebió lo último que quedaba en su botella. Tras otro polvo y una siesta de una hora, se giró hacia mí y me abrazó. Un fuerte rugido de tripas llenó la penumbra de la habitación y una voz grave y ronca me dijo al oído: 

—Yeonjun mucha hambre.  

Cogí una bocanada de aire y la solté lentamente. El Celo había terminado. Me froté el rostro y lo noté grasiento y caliente, tanto como mi pelo.  

—Pediré algo de comida —respondí con una voz un poco tocada tras días en los que solo había gemido y jadeado. 

El lobo asintió y se movió para ir al baño y ocuparse ahora de otras necesidades biológicas. Me incorporé y parpadeé un par de veces. No sabía cuánto tiempo había pasado y todavía estaba algo aturdido tras la experiencia. Me levanté y fui hacia la puerta corrediza para abrirla, sintiendo el aire más puro y limpio del salón. Evidentemente, El Celo era algo que producía muchísimo olor, una peste densa y fuerte que se acumuló en la habitación y que había conseguido llegar también al resto de la casa, pero en menor cantidad gracias a la nueva pared de papel, por eso solo salir de la habitación parecía como tomar una bocanada del aire más fresco y puro. Fui a por mi cajetilla de tabaco, me puse un pitillo en los labios, lo encendí con el zippo y cogí el móvil a un lado de la mesa. Llamé a una hamburguesería y pedí seis hamburguesas tamaño Maxi, dos docenas de Nuggets y un cubo familiar de alitas de pollo; después llamé a una pizzería e hice un pedido igual de absurdo. Para cuando colgué, Yeonjun ya había vuelto del baño y se había acercado con sus pasos pesados a mi espalda para abrazarme y frotar su rostro contra mi pelo y aspirar. 

—Mmmh... —dijo con profundo placer—. Beomgyu huele muchísimo a Yeonjun... 

—Me he pasado... —miré la pantalla del móvil—, cuatro putos días debajo de ti.  

El lobo sonrió y asintió. 

—¿A Beom le gustó El Celo? —me preguntó. 

Miré la ciudad a lo lejos inmersa en la noche nublada y arqueé las cejas. No me esperaba aquella pregunta, la verdad. 

—Siempre es interesante —reconocí—. ¿A ti te gustó? 

El lobo se encogió de hombros y me apretó un poco más fuerte contra él. 

—Yeonjun no lo sabe, solo sabe que está muy cachondo y que necesita mucho a Beomgyu. 

Murmuré una afirmación y fumé otra calada que me supo a gloria después de tanto tiempo sin poder probar el tabaco. Como ya había empezado a sospechar por aquel entonces, los lobos no son conscientes de lo que pasa en El Celo. Pierden el raciocinio por completo y tan solo son capaces de satisfacer su fuerte necesidad de procrearse. Al ser el único periodo en el que son fértiles, su organismo utiliza este mecanismo para asegurarse de que la especie se reproduce y continua adelante. Los lobos no tienen elección alguna en todo este proceso, solo en la elección de con quién pasarlo. La única excepción es cuando las compañeras están embarazadas del Celo anterior, entonces no pasan de esa etapa de lobo enamorado y estúpido para no dañar al feto. Así que, si lo piensan, los humanos son los únicos que realmente disfrutan de esos tres o cuatro días de sexo ininterrumpido. Para los Machos, el Celo no es algo más que pasa en sus vidas y que incluso puede llegar a ser problemático a veces; como la menstruación, pero cada seis meses.  

Es curioso que un momento tan mitificado por los humanos como es El Celo, fuera algo tan indiferente para los lobos. Pero supongo que es normal si se ponen en situación: piensen que de pronto una semana se empiezan a poner muy cachondos, cada vez más y más, hasta que de pronto pierden la conciencia y se levantan cuatro días después, hambrientos, cansados y al lado de otra persona que les dice que han estado follando sin parar y que fue maravilloso. Sería raro, ¿verdad?  

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