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Chapter 49: El doctor lobo: tiene muchos recursos.

Jongin volvió durante toda la semana, enviado cada día por Namjoon quien, al parecer, se encargaba de la distribución del trabajo entre los Machos Comunes. Eso me lo dijo Yeonjun el lunes, cuando llegué a casa y me detuve de brazos cruzados al lado del sofá con una mirada seria.

—Jongin ha venido hoy. ¿Le ha enviado Seokjin?

Quizá fuera el tono de mi voz o mi expresión de asesino en serie, pero el pálido se puso en guardia, arqueando la espalda y con los ojos muy abiertos, preparado para salir de un salto y escapar si fuera necesario.

—No. Yeonjun estuvo con Alfa toda la noche —me aseguró en un tono bajo y cuidadoso.

Solté un murmullo y miré el ventanal repleto de plantas frente a mí, por un momento hasta casi había deseado que hubiera sido Seokjin, solo para terminar en seco con todo aquello y tener una buena excusa para mandarles a la mierda. Pero, como había dicho Jongin, era Namjoon el que le seguía enviándole noche tras noche a mi trabajo.

Aun así, tener al lobo allí era una carga enorme para mí. No porque Jongin fuera insoportable y desagradable conmigo, ya que desde aquel domingo no había vuelto a intentar hablar con él ni nada que se le pareciera. Ya le había dado bastantes oportunidades, y Jongin seguía tratándome como a un paria al que, por desgracia, tenía que venir a vigilar.

—Ahora estás muy callado, Beomgyu —me dijo el miércoles, sentado en su sitio a lo lejos y dando vueltas a su taza de café entre los dedos de forma distraída—. ¿Ya te has cansado de hacerme preguntas y esas cosas?

—Estoy muy ocupado trabajando. No tengo tiempo para nada más... —respondí, fumando otra calada de mi pitillo mientras jugaba al móvil.

El lobo apretó la comisura de los labios con incomodidad y soltó un gruñido bajo. Si ahora Jongin había cambiado de idea y quería conversar un poco pero no se atrevía a hacerlo, no era mi problema. Yo me limitaba a planear estúpidas excusas y tonterías para que se bebiera la botella de vitaminas y se llevara los tuppers que compraba para él. Hacerle beber las botellas de vitaminas resultó sencillo, porque era «solo agua con sabores». Así como podía beberse los cafés a los que le invitaba, podía beberse las botellas que le preparaba.

—¿Qué es? —me preguntó después de abrir el tapón y olisquear el contenido.

—Bebo mucha Coca-Cola y Red Bull, pensé que si compraba polvos de sabores, conseguiría beber más agua; pero no me gustan.

—¿Para qué los preparas, entonces? —insistió, dando un pequeño sorbo y paladeándolo un poco antes de dar uno más largo.

—Quizá uno de los sabores me acabe gustando.

—No está mal —concluyó, mirando la botella de líquido azulado—, aunque el de frutos rojos era mejor. Este sabe muy dulce.

—Probaremos todos los sabores de la caja, no te preocupes... —le aseguré.

Esa fue la parte fácil, la parte difícil fue darle comida que no viniera en una caja con el logo de «Pizzería Pullinni». Hacerle «tirar a la basura» pizzas eran una cosa, pero llevarse un cubo de tupper como los que se comía Yeonjun era otra muy diferente.

—Tira esto a la basura y me lo traes mañana limpio —le dije la noche del martes, entregándole el cubo con arroz, pollo y verdura.

—¿Vas a tirar esto también? ¿Por qué? —preguntó con el ceño muy fruncido—. Ni siquiera lo has abierto.

—A veces compro de más y me lo traigo para cenar, pero no tengo hambre y lo tiro.

—Pues dáselo mañana a Yeonjun —negó, apartando el tupper de él.

—Esta comida tiene demasiada salsa de carne, mañana estará fría y condensada. Yeonjun no se la va a querer comer.

—Yeonjun se come cualquier cosa —me aseguró él, agachando la cabeza para mirarme por el borde superior de los ojos. Jongin sospechaba de mí, pero no podía estar seguro del todo porque yo no le había dicho que se lo comiera.

—Ya no —sentencié con tono duro, sin dudar en enfrentarme a él.

—Con toda la comida que tiras, no me extraña que tengas que trabajar tanto, Beomgyu —murmuró.

—Dónde y cómo gaste mi puto dinero, no es asunto tuyo —le dejé bien claro, porque aquello me había tocado los cojones—. Si no me quieres hacer el favor de tirarla, ya lo hago yo mismo.

Fui hacia uno de los contenedores y arrojé el cubo de comida produciendo un fuerte alboroto por la fuerza con lo que lo había tirado al interior. Jongin miró todo esto con una expresión de sorpresa, siguiéndome con la mirada mientras iba hasta mi moto, me ponía el casco y apretaba el acelerador con un rugido que llenó la noche. Al día siguiente, cuando a la salida le ofrecí el tupper con pavo a la brasa, el lobo lo cogió entre las manos y lo miró un par de segundos antes de murmurar:

—Si te sobra tanta comida, puedo llevarla al Refugio para los Machos Solteros y los Lobatos.

—¡No! —me negué en rotundo—. ¡No compro comida para dársela a los putos Lobatos! Y como descubra que la llevas allí, tú y yo vamos a tener un problema muy grande, Jongin.

Jongin me miró y, tras un momento, asintió. El odio que yo y los Lobatos nos procesábamos no era ningún secreto en la Manada. Me fui antes de que pudiera devolverme el tupper, hasta que a la noche siguiente lo trajo limpio y vacío. No podía estar seguro de que realmente se los estuviera comiendo, pero no podía hacer nada más.

El jueves le llevé conmigo a hacer las tareas y después le invité a otra botella de agua de sabores mientras fumaba en la sala de descanso. Esta era de sabor tropical y parecía bastante agradable, porque bebió bastantes tragos seguidos y después jadeó antes de relamerse. Como todos los jueves, recibí un aviso de que alguien llamaba a la puerta y fui a abrir. Jongin se incorporó de un salto y miró hacia la salida con atención, mirándome a mí de vuelta para saber si yo estaba tan sorprendido y preocupado como él.

—Es el de las máquinas expendedoras —le dije con un gesto de la mano—. Tranquilo.

—¿Me escondo arriba?

—Meh... —me encogí de hombros y seguí mi camino—. Puedes quedarte si quieres.

Recibí a Dongmin, que desde el primer instante empezó su cháchara sobre lo fresco que se había puesto el tiempo y que ahora tenía que ponerse su chaqueta del trabajo, la cual odiaba porque tenía los bolsillo demasiado pequeños y a él le gustaba poder guardar varias cosas allí. Le seguí a la sala de descanso todavía fumando mi cigarro y asintiendo de vez en cuando. En el momento en el que el reponedor entró y se encontró con el lobo a un lado, se detuvo en seco y se calló.

—Vaya, no... sabía que tenías compañía, Beomgyu —me dijo, cubriendo su nerviosismo con una sonrisa.

—Sí, es Jongin. Un amigo —le expliqué sin darle importancia—. Vino a hacerme una visita, no te preocupes por él.

A Dongmin le costó continuar a lo suyo, caminando despacio hacia las máquinas y llegando a dudar en si abrir o no las puertas. Además de reponer los productos también tenía que llevarse el dinero, quizá temiera que el lobo que le miraba atentamente desde la esquina le atracara.

—Dime, Dongmin ¿ya sabes por qué el coche hacía ese ruido tan raro? —le pregunté, sentando en mi sitio de siempre—. ¿Y qué tal el pequeño Bigotes?

—Ah, sí. Eh... resulta que el coche tenía una avería en el... —y cuando cogió de nuevo marcha, no se detuvo.

Hubo un intenso momento de duda en cuando cogió las bolsas de dinero y las metió en las cajas vacías que llevaba en su carretilla. Lo hizo rápido y sin mirar a nadie, como si creyera que el lobo iba a cometer el atraco del siglo y le iba a robar setenta dólares en billetes de uno y cinco. Se apresuró a la salida y le acompañé para abrirle la puerta. No hizo referencia alguna a Jongin ni cuando estuvimos a solas, solo se despidió como siempre hacía y se fue.

—No volveré a decir que Dohwan habla mucho —me aseguró el lobo cuando regresé a la sala de descanso.

—No conozco a Dohwan —murmuré, sentándome de vuelta en mi sitio para terminarme la Coca-Cola.

—Es un Macho de la Manada, también tiene compañera, Ahyeon —me explicó.

—Ahm... —asentí—. Solo conozco a los Machos Solteros que iban al Luna Llena, además de a Seokjin y Goeun.

—Estábamos todos juntos en la bolera, en una de las pistas, quizá nos vieras al fondo con...

—Jongin —le interrumpí, apartando un momento la mirada del móvil—. Sabes que esa noche no miré a nadie.

El lobo terminó por asentir y darse por vencido en su explicación. El viernes llegó incluso antes que yo al edificio, pero porque yo llegaba tarde después de un buen revolcón de última hora con Yeonjun. Uno que me había dejado muy calmado y relajado. Saludé a Jongin con un movimiento de cabeza y pasé la tarjeta magnética por el lector. El lobo, con las manos en los bolsillos de su pantalón corto, resopló y apartó el rostro antes de arquear una ceja.

—Joder, Yeonjun... —le oí farfullar por lo bajo.

—¿Algún problema, Jongin? —pregunté, cruzando la entrada.

—No, ninguno...

Solté un murmullo y entré en conserjería, dejando el cubo de tupper y la botella antes de quitarme mi chaqueta negra para dejarla dentro de la taquilla junto con mi bañador. Jongin apartó la mirada y se quedó de brazos cruzados al lado de la puerta. Por el rabillo de los ojos, vi una elevación en sus pantalones, un bulto más firme y con más forma del que solía haber allí. Chasqueé la lengua y negué con la cabeza.

—¿Krystal está de viaje o algo? —le pregunté, metiéndome las perneras del mono por los pies.

—¿Por qué? —gruñó Jongin, dedicándome la misma expresión seria y molesta que siempre ponía cuando hablaba de su compañera.

—Por eso —hice un gesto de cabeza hacia el grueso bulto en su entrepierna.

El lobo tomo airé e infló el pecho, sin avergonzarse de su erección.

—Hueles mucho a sexo y el Celo se acerca. Esto es totalmente normal, no es culpa de Krystal.

—Ah... —asentí.

—Además, tú no eres exactamente mi tipo de humano, Beomgyu —añadió.

Terminé de subirme el mono y metí las manos por las mangas, mirando fijamente los ojos de una amarillo pálido del lobo. No me tomé su comentario a malas, porque yo no me había dado por aludido cuando había visto que el lobo se había puesto cachondo. Como él había dicho, era algo normal. El olor de excitación de otro Macho era contagioso, por eso en el Luna Llena andaban todos como putos adolescentes y tenían varias relaciones en solo una noche. Fuera de allí, normalmente los lobos adultos eran capaces de soportarlo, pero que estuviéramos a apenas tres semanas del Celo, no ayudaba en nada.

—¿Crees que no me hubieras llevado a los baños si te llego a encontrar en el Luna Llena una noche, Jongin? —le pregunté, cerrando la taquilla para coger la lista de tareas que había encima y leer lo que tocaba hacer.

—No —me aseguró.

—Jongin... —repetí sin apartar la mirada de la hoja.

—No, Beomgyu —insistió—. Eres muy guapo, pero los humanos rebeldes y difíciles no son lo mío.

—Tú te lo hubieras perdido —me encogí de hombros y dejé la hoja en su sitio antes de hacerle una señal para que se apartara de la puerta y me acompañara a por la pulidora—. Somos los más divertidos.

Jongin soltó un bufido, pero esta vez acompañado de una sonrisa fina y despreocupada. Me ayudó a cargar la máquina e incluso con el cable, para que no se enrollara mientras sacaba brillo a la entrada. Cuando terminamos con todo, le di la botella de vitaminas al lobo y me acompañó a la sala de descanso. Me saqué una Coca-Cola y me fumé un cigarro, observándole discretamente en su esquina. Jongin bebía de la botella de vez en cuando, mirando el móvil entre sus piernas de forma distraída. Quizá sí se estuviera comiendo los tuppers, porque parecía mejor que antes. Su pelo había recuperado el brillo y el tono, ya no era tan quebradizo. Las ojeras seguían allí, pero el tono de su piel había recuperado la vida y se notaba que ya no estaba tan cansado e irritable como antes.

—Te noto mucho mejor, Jongin —le dije—. ¿Algo ha cambiado?

El lobo terminó de beber el último trago de la botella y me miró antes de limpiarse con la mano.

—No. Estoy como siempre.

—La semana pasada parecías a punto de desmayarte y estabas muy enfadado —le recordé—. Esta semana, sin embargo, eres el lobo calmado y bueno del que me habían hablado.

—Nada ha cambiado, Beomgyu —declaró con más fuerza.

—Ah... entonces quizá sea solo que ya no te enfade venir a vigilarme —me encogí de hombros y volví la vista al móvil, soltando el humo en la misma dirección.

Jongin gruñó por lo bajo y también bajó la mirada a su móvil.

—Ya no me importa venir aquí —murmuró—. No es tan malo.

Asentí y seguimos en silencio. Cuando el turno se terminó, se llevó su tupper y me dio las buenas noches antes de girarse hacia su todoterreno aparcado al otro lado de la calle. Yeonjun ya me esperaba en casa, tumbado en el sofá y con la camiseta puesta, así que no debía llevar mucho tiempo allí. Me acerqué a darle su caricia y el lobo ronroneó con una sonrisa. Le miré un momento y después me incliné hacia sus labios.

—Joder, que sexy estás cuando pareces un puto mafioso... —murmuré antes de besarle. El lobo gruñó, pero esta vez porque sabía que «Beomgyu iba a necesitar mucho a su Macho».

La semana se me había pasado rápido. No durante su transcurso, pero de pronto me di cuenta de que ya era sábado de nuevo y se me ocurrió revisar el correo durante el desayuno, solo para asegurarme de que esa tarde no tuviera que salir corriendo de casa. Solté un bajo: «Joder...» y arqueé las cejas al comprobar que tenía siete alumnos que me habían pagado los ochenta dólares, lo que eran quinientos sesenta dólares por hacer prácticamente nada. Yeonjun me miró al otro lado de la mesa, con su vaso de leche vacío y las comisuras de sus labios manchadas de blanco. Emitió un gruñidito curioso y le miré.

—Ya he cobrado este mes —le expliqué, lo cual era cierto—. ¿Qué te parece si nos damos un capricho, pasamos por una tienda y compramos algo de ropa buena?

—Yeonjun ya tiene mucha ropa.

Dejé el móvil en el bolsillo y le di el último trago al café solo.

—¿Qué te parece si vamos a una tienda, me compro algo que me guste y después nos pasamos por un invernadero y eliges las plantas que quieras para llevar a casa?

El lobo emitió un sonido agudo de interés y se puso muy recto en su asiento mientras sonreía como un estúpido niño en navidad. Verle ilusionado con la idea me hizo bastante feliz, aunque no fuera algo que se pudiera entrever en mi rostro. Así que, como le había prometido, primero nos pasamos por una tienda de ropa deportiva, donde me compré un pantalón de Nike que me quedaba como un puto guante, una gorra nueva de setenta dólares y unos pantalones de baloncesto rojos y negros. Como siempre pasaba, no tardaron ni un minuto en venir a molestarnos para decirnos sutilmente que nos fuéramos, al negarme, llamaron a seguridad, que nos siguieron de un lado a otro para asegurarse de que no robábamos nada; todo terminó cuando llegamos a la caja y pagué ciento noventa dólares sin inmutarme. Entonces todo fueron sonrisas y «muchas gracias por venir».

En el invernadero pasó algo parecido. Un matrimonio muy nervioso nos miraba sin parar, hasta que el hombre mayor reunió el valor suficiente para acercarse y preguntarnos:

—¿Necesitáis ayuda, chicos?

—Sí, mi lobo no se decide entre esta y esta planta —le expliqué, señalando las dos grandes macetas que Yeonjun miraba mientras gruñía por lo bajo.

—Eh... emh... —el hombre tardó un momento en reaccionar, quizá esperándose que le mandara a la mierda y empezara a romper sus bonitas estanterías repletas de plantas—. De... depende de dónde la vayan a poner. Ambas son de interior, pero la monstera necesita menos luz que la yucca.

—Yeonjun ya sabe cómo se cuidan, lo que no sabe es cuál elegir —se quejó.

Puse los ojos en blanco y negué con la cabeza antes de revisar la hora en el móvil.

—Mira, llévate las dos y punto —concluí, girándome hacia el señor—. Cóbrame las dos plantas y un bote de fertilizante para agua.

—Cla... claro. ¿Necesitan que...? —se detuvo cuando el lobo se agachó y cogió las dos macetas sin esfuerzo alguno entre sus brazos.

—No. Ya podemos nosotros —respondí.

Regresamos a casa cuarenta minutos más tarde de lo habitual. Pusimos todas las bolsas en la cocina y el lobo se fue a colocar sus nuevas plantas antes de volver y sentarse directamente en el taburete.

—Yeonjun hambre —anunció, como si yo no lo supiera.

Le puse su bandeja de cerdo al horno y la cerveza de medio litro, me saqué un cigarro y fui a prepararme un café.

—Hoy tengo que ir antes al trabajo —le dije—. Te dejaré el tupper y le llevas esto a Namjoon —señalé el envoltorio de regalo en el que me habían envuelto el pantalón de baloncesto y al que había añadido con rotulador permanente: «Para tu colección. Firmado: (dibujo de una polla)».

El lobo siguió mirándome y asintió con la boca llena de grasilla y restos de carne. Cuando estuvo demasiado lleno, se limpió y fue dando cortos pasos hasta el sofá para tirarse a mi lado y gruñir para que le diera caricias y atención. Empezó a roncar al minuto y poco, mientras yo le acariciaba el pelo con una mano y con la otra revisaba el móvil. Mi impulso consumista se había llevado la mitad de lo que ganaría con la charla, pero, sinceramente, no le di importancia alguna. Yo no era de esas personas que ahorraran y pensaran en el futuro, yo era de esas personas que no habían tenido nada nunca y que querían disfrutar del dinero cuando lo tenían. Quizá a finales de mes me arrepintiera, pero no ahora.

No perdí el tiempo preparándome para la charla ni planeando lo que iba a decir, porque sería más o menos lo de la semana anterior. Así que me eché una pequeña siesta y desperté al lobo para hacerle una mamada y follar antes de tener que levantarme e ir a vestirme. De camino a la ducha me quedé parado y tuve una idea extraña. Apestar a lobo me había ayudado la semana pasada, aquellos cinco humanos habían entendido de una forma mucho más práctica a lo que yo me refería cuando hablaba del Olor a Macho y lo estúpidamente cachondos que les iba a poner. Puede que a algunos les resultara desagradable al principio y creyeran que «no me había duchado en toda la semana», pero ninguno de los demás charlatanes y profesores de PIHL iba a llegar apestando a Macho como yo. Así que decidí no ducharme e irme a poner la ropa elegante directamente. Me peiné un poco, me puse las gafas falsas y la puñetera corbata. Cuando salí de la habitación Yeonjun todavía seguía tumbado en el sofá, sudado y roncando suavemente, con los pantalones por los tobillos y la camiseta manchada de mi corrida. No era una imagen demasiado elegante, pero era bastante común en nuestra Guarida.

Me despedí de él con un beso, murmurando «Beom se va». El lobo entreabrió un poco los ojos y respondió sin apenas vocalizar: «Pásalo bien». Con una sonrisa, salí de casa y fui en busca de mi moto. Llegué un par de minutos tarde y entré en el edificio de la fundación como si mi tiempo valiera su peso en oro. Había otra persona diferente en conserjería, a la que saludé con una mano y una sonrisa tan falsa como mis gafas que borré al instante nada más pasar de largo. En el aula ya me esperaban los siete humanos, entre ellos, una de las mujeres de la semana anterior. Fue a la primera que miré y a la primera que le dije:

—Te tomaste a broma lo que les dije, fuiste a un Club de lobos y ahora estás tan cachonda que podrías derretir un bloque de hielo entre las piernas.

La mujer se puso casi tan colorada como su labial, bajando la mirada al pupitre antes de tratar de recomponerse con la poca dignidad que le quedaba.

—Bienvenidos —le dije al resto, apoyando la cadera en la mesa del profesor y cruzándome de brazos—. Soy el Doctor Lobo y voy a explicar todo lo que necesitan saber para que un lobo los folle. Quizá no sea bonito, ni elegante, quizá lo hagan en un cubículo de unos baños sucios o en un callejón a oscuras contra un contenedor de basura; pero les aseguro que, aun así, va a ser el mejor polvo de sus putas vidas. Lo primero que tienen que tener claro es: nada de colonias, perfumes, desodorantes o suavizantes con aroma. Lo segundo que tienen que tener claro es que los lobos apestan a sudor, sobre todo sus axilas, su cuello, el centro de la espalda y su entrepierna —me levanté y empecé mi camino por entre los pupitres—. Es lo que se denomina Olor a Macho. Es esa peste que están oliendo ahora mismo en mí...

Terminada la media hora de explicaciones y consejos, comenzó la ronda de preguntas, donde los siete humanos se lanzaron a preguntarme las mismas cosas, o muy parecidas, a las que había oído en la primera charla a la que había asistido con Joohyun.

—El Celo es algo muy fuerte para los vírgenes como ustedes —le aseguré, ya que aquel era el tema central «¿cómo consigo que me elijan para el Celo?»—. Les aconsejo que primero prueben a tener sexo con ellos antes de pasar cuatro días follando y sin poder ir ni a cagar. En caso de estar interesados y tener posibilidades, dedicaré unas clases especiales la primera semana de octubre, antes del Celo, para tratar el tema y explicarles lo perturbador que puede llegar a ser esa... aventura.

—O sea, que nos vas a cobrar más por explicarnos lo que hemos venido hoy a escuchar —concluyó un hombre calvo, gordo que no se iba a comer ni una mierda de los lobos así rogara hasta quedarse sin voz.

—Hoy has venido a aprender cómo conseguir que un lobo te folle —le corregí.

—Pero yo quiero pasar el Celo con un lobo —insistió—. En las demás charlas es lo que te explican. Sabía que esta era más barata por algo...

—Muy bien —me encogí de hombros— Si quieres escuchar a una mujer de mediana edad que le hizo una mamada a un Macho y se lo tragó y ahora se cree toda una puta experta en el tema, te recomiendo a la Doctora Son Chaeyoung. Ella te contará todos los clichés posibles con una sonrisa, te pondrá bonitas fotos y te invitará a un té con pastas mientras tanto. Si quieres aprender la verdad: que un lobo te va a usar para desahogarse como si fueras un puto clínex y que tú vas a llorar de alegría por ello, puedes quedarte.

El hombre se levantó, puso cara de asco mientras me miraba de arriba abajo y se fue dando un gran portazo.

—El dinero no es reembolsable —le advertí al resto tras un breve momento de silencio.

Como la primera vez, aquellos humanos salieron de allí más preocupados y confusos que felices. Su idea de aventurarse en el retorcido y sexual mundo de los lobos ya no les parecía tan tentadora y maravillosa. Quizá les dieran un par de vueltas a la idea y decidieran volver a casa, o quizá estuvieran tan decididos que irían a un Club y probarían suerte. Allí descubrirían que todo lo que yo les había dicho era cierto. Todo lo bueno y todo lo malo.

Podría decirse que me forjé una fama bastante oscura en la ciudad. Si querías aprender los básicos de los lobos y probar suerte, ibas a una de las charlas, cualquiera. Si querías follarte a un Macho; ibas a ver al Doctor Lobo. Mis clases se convirtieron en algo así como «clases avanzadas» a las que venían clientes frustrados de los demás profesores porque decían que conmigo sí había resultados.

Cuando supe esto, doblé el precio.

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