Chapter 48: El doctor lobo: ayuda, pero no siempre.
Después de la clase, evité tener que hablar con el conserje y me despedí rápidamente diciendo que tenía una reunión importante. Subí a mi moto y apreté el acelerador, saliendo disparado hacia el trabajo. Llegué puntual y tuve tiempo de sobra a ponerme el mono antes de que una llamada me alertara de la llegada de Jongin. El lobo me esperó al otro lado de la puerta, con los brazos cruzados sobre un jersey fino y remangado hasta los codos. Arqueé las cejas, porque era la primera vez que veía a un Macho con algo mínimamente abrigado; a excepción de la chaqueta que le había comprado yo a Yeonjun.
—¿Tienes frío, Jongin? —le pregunté al desbloquear la puerta. Había una leve brisa y el cielo estaba nublado, pero seguíamos estando a principios de septiembre y todavía hacía calor.
—Un poco —respondió, aunque lo hizo como si no quisiera, girando el rostro y evitando mi mirada.
El día anterior había cruzado la línea y aquella noche había vuelto mucho más relajado. Sabía que yo no me había chivado, porque entonces Yeonjun le hubiera dado tal paliza que ahora estaría en el hospital; pero Jongin no entendía muy bien el por qué. No éramos amigos y yo no era de la Manada, así que no tenía ninguna razón aparente para «ser bueno con él». Me acompañó en silencio hacia el armario donde se guardaban los productos de limpieza y las herramientas y después en dirección a los baños del primer piso. El lobo echó una mirada rápida alrededor, quizá porque nunca había entrado en el servicio de mujeres y se esperaba encontrar algo diferente y mágico allí. Le señalé un par de taburetes que había en una esquina, junto a una mesa con flores de plástico, para decirle que podía sentarse mientras yo arreglaba uno de los grifos.
—Gracias por no decirle nada a Yeonjun —me dijo tras un par de minutos más en silencio, tan solo quebrado por el ruido del goteo del agua.
—Te dije que íbamos a fingir que no había pasado —le recordé.
Vi como el lobo asentía un par de veces a través del reflejo y después se quedaba con la cabeza gacha, mirando las manos entrelazadas entre sus piernas.
—¿Qué tal te sientes hoy? —le pregunté.
Él me miró por el borde superior de los ojos y tras un momento de duda, encogió sus anchos hombros y respondió:
—Igual que siempre.
—¿Enfadado por tener que venir aquí y no estar con la Manada?
—No... —murmuró—. Está bien. Da igual... —negó y volvió a mirarse las manos—. Me da igual estar aquí o en otro sitio.
—Yeonjun me dijo que no le hablas. ¿Puedo preguntarte por qué?
—Yeonjun ya sabe por qué —respondió rápidamente y de una forma más fuerte.
—¿Me lo podrías explicar a mí? Todavía no entiendo muy bien esas cosas de la Manada.
Jongin gruñó y apretó los dientes. Creí que no iba a responder, pero tras un minuto en silencio me dijo en voz baja y sin mirarme:
—Trató de darme comida...
—Ah... —asentí, como si acabara de caer en ello mientras seguía desenroscando la rosca que fijaba el grifo—, pero tú tienes compañera, ¿por qué te iba a dar comida Yeonjun?
—¡No lo sé! Pero más vale que no vuelva a hacerlo o me enfadaré de verdad —me advirtió con enfado—. Se lo puedes decir de mi parte.
—Se lo diré —murmuré después de gruñir para hacer la fuerza suficiente y terminar por liberar el grifo.
Sin previo aviso salió disparado debido a la presión del agua y llegó a chocar contra el techo mientras un chorro empapaba los cristales y la encimera.
—¡Su puta madre! —grité yo, dando un salto atrás por el susto mientras interponía mis brazos entre mi rostro y el chorro.
Antes de que pudiera hacerlo yo, Jongin salió disparado para recoger el grifo que había caído al suelo tras su viaje a las alturas, lo colocó sobre la abertura del chorro y lo detuvo. Entonces me miró, con la mitad del jersey mojado y el ceño muy fruncido.
—Pero, ¿tú sabes lo que estás haciendo? —me preguntó muy seriamente.
—No —le confesé antes de encogerme de hombros—, pensé que lo estaba apretando, pero al parecer era lo contrario. Aguántalo ahí —le pedí mientras me pasaba una mano por el pelo mojado—, volveré a enroscarlo.
Me acerqué y puse la llave inglesa en la rosca, girándola en el sentido contrario.
—¿Estás durmiendo bien, Jongin? —murmuré tras un breve silencio—. Pareces un poco cansado.
El lobo gruñó de nuevo, apretando el puño con el que sostenía el grifo en su sitio.
—¿Por qué te interesas tanto por mi vida, Beomgyu? —me preguntó—. Tenía entendido que eras un humano más bien callado que solo abría la boca para insultar.
Al contrario de lo que él se esperaba, eso me hizo sonreír y asentir con la cabeza.
—¿Así que eso dice de mí la Manada?
—La Manada dice cosas mucho peores de ti que esa, Beomgyu —me aseguró—. Todos estábamos allí el día que te dio por insultarnos y escupirnos a la cara.
—Oh... —dije como si estuviera impresionado, arqueando las cejas mientras apretaba la tuerca todo lo que podía. Cuando terminé, me aparté y probé a abrir el grifo, que ya funcionaba correctamente. Le señalé la salida y guardé la llave inglesa en el bolsillo donde no tenía el móvil.
—¿No vas a limpiar esto? —me preguntó, señalando el suelo empapado y los cristales mojados.
—Ya se secará solo —respondí—. Ahora voy a pedir la cena y tomarme un café, ¿vienes?
El lobo echó un último vistazo al desastre que había hecho y puso una mueca de disgusto. Quizá fuera de esas personas responsables a las que no les gustaba dejar las cosas a medias y mal hechas. Aún así, me acompañó de vuelta al pasillo. Llamé a la pizzería de camino y le pedí lo de siempre, después saqué una Coca-Cola fría para mí y un café para el lobo.
—No te he pedido un café —me recordó él de mala gana, pero yo seguí a lo mío y esperé a que la máquina terminara de prepararlo con un ruido que llenó el silencio.
—Por haberme ayudado —le expliqué. Se lo llevé a su mesa apartada y después me senté donde siempre lo hacía, cogiendo un cigarro de la cajetilla—. Verás, Jongin —le dije mientras me encendía el cigarro con el zippo. Solté la primera bocanada de humo y continué—. Los humanos no sabemos lo que es la Manada, no entendemos su significado ni a los lobos que la forman. No es algo que se explique en el colegio ni que a la gente le interese realmente. Cuando yo empecé con Yeonjun, no tenía ni puta idea de lo que me esperaba, solo veía al pedazo de lobo guapo que me follaba como nadie. —Me detuve a fumar otra calada mientras miraba la luz pálida de las máquinas—. No me importaba darle de comer de vez en cuando y que viniera a casa. Después las cosas se complicaron, convirtió mi apartamento en su Guarida y la llenó de sus mierdas. Entonces pensé: no pasa nada, el sexo sigue siendo bueno y ahora voy a tenerlo siempre que quiera. Pero resulta que nadie podía entrar allí, nadie más que yo y Yeonjun. Además, el muy imbécil se puso a dejar su olor por todos lados y yo apestaba todo el tiempo. Nadie me explicaba nada y yo no sabía por qué hacía todas esas cosas. Era muy confuso y extraño. —Fumé otra calada y eché el humo a un lado—. Quizá a Krystal le pasó lo mismo —comenté de forma casual, casi como una broma.
Miré a Jongin, que me miraba de vuelta con el cuerpo inclinado y los codos apoyados en las rodillas.
—Sí, puede ser... —murmuró.
Asentí y eché la ceniza al suelo antes de subir los pies para apoyarlos en la silla vacía frente a mí.
—Es difícil al principio —afirmé—. Son cosas muy nuevas para las que no estás preparado.
—Los humanos también son raros —se defendió el lobo, quizá tomándose aquello como un ataque personal a su especie—. Vienen a buscar Machos al Club, pero después se asustan al vernos fuera de allí y nos insultan.
—Sí —reconocí—. Los lobos y nosotros no entendemos las cosas de la misma forma, como las relaciones. Yo tardé un poco en darme cuenta de que Yeonjun me necesitaba, y estuve dispuesto a asumir esa responsabilidad.
Le di un sorbo al refresco y después una calada al pitillo.
—Pues ya es tarde. Has cometido un grave error esa noche en la bolera y tu actitud no va a ayudarte a que la Manada te perdone, Beomgyu —me dijo Jongin, como si todo aquello se tratara de mí—. Todos saben que no nos respetas y que a Jin no le agradas nada.
Solté un murmullo, apenas un «Amh...», como si aquello fuera algo que no supiera o de lo que no me hubiera dado cuenta.
—¿Y tú qué crees? —le pregunté, señalándole con el cigarro y mirándole por el borde de los ojos.
Jongin se lo pensó un momento, frotó las manos y se las miró antes de volver a alzar la vista hacia mí.
—Creo que eres muy bueno con Yeonjun y muy malo con la Manada. Ofendes al Alfa, a su compañera y a nosotros. No pareces arrepentido y no intentas conseguir que te perdonemos.
El móvil empezó a vibrar en mi bolsillo, interrumpiendo nuestra conversación. Me levanté, me puse el cigarro a medio fumar en los labios y le hice una señal al lobo para que me siguiera hasta la entrada. El chico de siempre nos entregó las pizzas, un poco incómodo, pero ya sin parecer a punto de cagarse en los pantalones. Le pagué en efectivo, sustituyendo el dinero por la pila de pizzas, y cerré la puerta en sus morros. Esta vez me las llevé a de vuelta a la sala de descanso y comí un pedazo caliente mientras ignoraba el ruido de tripas rugiendo de Jongin; quien en un momento puso una mala excusa y se fue al baño para no verme comer y huir de aquel delicioso aroma.
—Puedes tirar el resto —le dije cuando volvió con los labios mojados, puede que después de intentarse llenar el estómago vacío con agua.
Esta vez no puso excusas, no se quejó ni emitió ningún gruñido. Cogió la pila de pizzas y la tarjeta magnética y se las llevó. Volvió un cuarto de hora después, con restos de grasilla en el borde de los labios y la barriga abultada bajo el jersey fino. Se reunió conmigo en conserjería mientras jugaba al móvil y se sentó en una de las sillas de plástico, en la esquina más alejada, para cruzarse de brazos.
—Te he traído el café —le señalé hacia la mesa donde se lo había puesto sin siquiera mirarle.
—Sí... gracias —me dijo, levantándose para ir a buscarlo.
Le dio un par de sorbos y recostó la cabeza contra la pared, cerrando los ojos y suspirando. Negué con la cabeza y seguí a lo mío. No hablamos mucho más hasta que terminó mi turno y nos despedimos a media altura de la calle, cuando fui hacia mi moto nueva y salí disparado en dirección a casa. Me encontré a Yeonjun desnudo en el sofá, recostado con las piernas abiertas mientras se rascaba. Nada más verle se me escapó un gruñido bajo y me acerqué para inclinarme y darle un beso en los labios. El lobo ronroneó y después empezó a gruñir cuando mis manos recorrieron su pecho, directas a su entrepierna.
(...)
—¿Jongin comió ayer? —me preguntó al día siguiente.
Terminé de secarle la espalda y le di una bofetada en el culo para que fuera a vestirse. Aquella mañana de domingo, tras un buen polvo y retozar en la cama, le había obligado a acompañarme a la ducha, asegurándome de que usara el champú y el jabón. Mi lobo siempre decía: «Mucho olor a Yeonjun. Bien».
—Sí.
Yeonjun gruñó y apretó los puños en alto como si lo celebrara. Después de ponerse una camisa de asas blanca y un pantalón de chándal negro, fue a por el móvil en la cocina para comunicárselo al Alfa. Todavía estaba hablando con él cuando llegamos a la calle con un aroma a humedad y una fina lluvia de finales de verano.
—Sí. Beom... —me miró y frunció un poco el ceño—. Quizá pueda dar de comer a Jongin hoy también... —le miré un par de segundos, me llevé el cigarro a los labios y volví a girar el rostro sin decir nada. Mi lobo ya me conocía lo suficiente para saber lo que eso significaba—. Beom puede volver a darle de comer hoy —le aseguró con un tono orgulloso—. Que vaya a trabajo de Beom.
—No, al trabajo hoy no —negué—. Iré a verle yo hoy. Que le mande a la tienda de caramelos.
—Beom irá a verle a la tienda de caramelos —le comunicó—. Sí. Bien —y colgó antes de decirme—. Manada está muy agradecida por lo que Beom está haciendo por Jongin.
—Qué bien... —murmuré no demasiado ilusionado. En lo que a mí respectaba, todavía seguía en el exilio. Todo aquello era un pequeño favor que le estaba haciendo a Yeonjun y al propio Jongin.
Nos detuvimos en la cafetería, desayunamos tranquilamente y nos fuimos a la tienda de comida, donde le pedí un par de chuletas más a mayores y el ticket de compra. El lobo gruñó con mucho interés al ver el tupper extra.
—Es para Jongin —anuncié antes de que se hiciera ilusiones. Entonces gruñó por lo bajo a forma de queja y giró el rostro.
La última parada fue una farmacia, donde nos miraron como si acabara de entrar el mismísimo satanás; abrieron mucho los ojos y las conversaciones se interrumpieron. Pasé directamente al principio de la cola, ya que nadie nos lo impidió, y pedí una caja de sobres de vitaminas. La farmacéutica, una mujer mayor de gafas finas, balbuceó algo con sus labios pintados y terminó por asentir, yendo a buscar la caja. Pagué en efectivo y me llevé el ticket para doblarlo junto con el de la tienda de comida. Ahora que no lo pagaba yo, no me importaba comprar esas tonterías. De vuelta a casa Yeonjun dejó todas las bolsas encima de la barra de bar y se sentó a la espera de que le desenvolviera la comida y le pusiera la cerveza de medio litro. Mientras devoraba su bandeja de pavo con arroz y guisantes, preparé las vitaminas en una botella y las mezclé bien.
—A Yeonjun le gusta más el de color morado —anunció el lobo sin terminar de tragar.
—Esto tampoco es para ti.
Al caer la noche y tras una tarde bastante fresca y agradable, Yeonjun cogió su cubo de tupper y se acercó a acariciarme el pelo con su rostro antes de decirme:
—Yeonjun se va.
—Pásalo bien, fiera —me despedí, sin girarme de cara a la puerta de emergencias donde fumaba.
Como aquella noche no tenía que trabajar, no tuve prisa por salir de casa y llegar a la tienda de caramelos, donde me encontré con Jongin sentado al otro lado de la mesa. Pareció sorprendido de verme y arqueó ambas cejas, pero solo un momento antes de fruncirlas, dejar el bolígrafo a un lado y recostarse en la silla mientras se cruzaba de brazos.
—¿Qué haces aquí, Beomgyu?
—Pasaba por aquí cerca y vine a saludar —respondí, dejando sobre la mesa el cubo con las costillas y la botella de litro y medio con vitaminas.
—¿No se supone que trabajas tanto que no tienes tiempo para nada más? Eso es lo que dices cuando la Manada te invita a las fiestas.
No me esperaba aquella respuesta cortante, así que le dediqué una mirada seca y con un tono grave y firme, le aseguré:
—La Manada no me invita a las fiestas.
—Te invitó a la última.
Arqueé una ceja y abrí el tupper, lo suficiente para que saliera un olor a carne churruscada.
—¿Y cómo sabes que dije eso?
—El Alfa se lo dijo a Yeonjun durante la cena. La Manada había vuelto a ser buena contigo y tú habías vuelto a despreciarnos.
Apreté los dientes y los puños, pero me obligué a relajarme y no coger el cubo y la botella y largarme de allí. Después Seokjin quería que no me comportara como un imbécil, cuando era él el único rencoroso e hijo de puta de los dos.
—¿Te molesta que haya venido, Jongin? —le pregunté, apartándome de la mesa para ir a buscar una de las sillas que había a un lado, junto el escaparate de golosinas de hacía cien años.
—No estoy seguro de que puedas estar aquí, Beomgyu.
—Llama a Seokjin y pregúntale.
—Es mejor que te vayas —concluyó, mirándome por el borde de los ojos a forma de advertencia. De una forma muy poco sutil, rodeó la libreta en el escritorio para que yo no pudiera mirar lo que había escrito.
—Muy bien —le dije—. Solo iba a cenar contigo y charlar un poco, pero me iré.
Dejé la silla en su sitio y fui directo a la puerta, sacándome un cigarro de camino.
—Te olvidas el tupp... —no conseguí escuchar el final de esa frase porque ya estaba fuera y había cerrado la puerta de un golpe seco.
Giré en la primer callejón que encontré, escondiéndome antes de que el lobo pudiera seguirme con el cubo de costillas entre las manos. Miró de un lado a otro, buscándome, pero, como no me encontró, negó con la cabeza y volvió al interior. Me terminé el cigarro tranquilamente, soltando el humo al cielo nublado y oscuro de la noche, con la espalda apoyada en la sucia pared de ladrillos mientras pensaba en que debería dejar de hacer el idiota y mandar todo a tomar por el culo. Cuando terminé, tiré la colilla al suelo, solté la última bocanada de humo y me moví a la calle de enfrente. Escondido tras una furgoneta de repartos aparcada allí, vigilé al lobo. Por entre los anuncios de gominolas, gastados y comidos por el tiempo y el sol, se podía ver parte del interior. Veía la mitad de Jongin, sentado tras la mesa y con el tupper a un lado. Se removía inquieto y fruncía el ceño, se pasaba la mano por el pelo y resoplaba. No paraba de echar rápidos vistazos al cubo y apretar los dientes. Estuvo así casi media hora, hasta que, finalmente, agarró el enorme tupper y lo abrió de un tirón para devorar la primera costilla que encontró. Entonces cerró los ojos y casi se pudo percibir el puro placer en su rostro. Rolló el primer hueso en apenas segundos y fue a por el siguiente, y continuó así hasta que empezó a masticar más lentamente, a mirar al frente y a detenerse a respirar entre mordida y mordida. Era uno de los cubos de Yeonjun con cuatro costillares de ternera enteros, así que se trataba de mucha comida, incluso para un lobo.
Jongin miró la botella de vitaminas y, sin parar de masticar, extendió la mano empapada en grasa para abrirla y beber casi la mitad de una sentada. Entonces eructo y se rindió, recostándose con la barriga ligeramente abultada de lo que la había tenido en mucho tiempo. Respiró mucho, cerró los ojos y suspiró. Dejé de grabarle en ese momento, porque ya tenía todo lo que necesitaba. Le envié los quince minutos del lobo comiendo al número «Hitler Lobo» y guardé el móvil para salir caminando tranquilamente hacia la moto.
Yeonjun llegó a casa temprano, solo dos horas después de que hubiera llegado yo. Vino a saludarme al sofá y se tiró a mi lado antes de quitarse el pantalón de chándal usando solo las piernas y a tirones. Gruñó para que le hiciera caso y le acariciara el pelo y la barriga y volvió a gruñir porque el programa que estaba viendo no le gustaba. Le dije un sutil: «te jodes y esperas» y no le dejé cambiar de canal hasta que terminó. En algún punto, mis caricias se volvieron un poco más intensas y necesitadas. Cogí una buena bocada de aire a la altura de su cuello y cerré los ojos con un gemido de intenso placer. Yeonjun gruñó y movió el rostro hacia el mío acariciándome la mejilla lentamente antes de mirarme a los ojos. Él era un soldado siempre preparado para la guerra.
A la tarde siguiente, un lunes templado y no demasiado prometedor, fui a hacerme un café templado y a fumarme un cigarro en la puerta de emergencia, esquivando las putas tablas y herramientas que el lobo tenía por allí de esa «mesilla» que me iba a montar. Al terminar, volví a la habitación y le dije a Yeonjun:
—O espabilas o me voy sin ti.
El lobo entreabrió los ojos, gruñó a forma de queja, se frotó el rostro y se movió adormilado y quejándose de camino al baño. Volvió bostezando de una forma ruidosa y abriendo mucho su boca, se detuvo frente el armario y no se preocupó demasiado de qué era lo que iba a ponerse; él solo llegaba allí y cogía lo primero a su alcance. Cuando estuvimos preparados, salimos por la puerta para sumergirnos en una calle fresca y calmada, caminando en silencio hasta la cafetería. Le pedí lo mismo al mismo camarero de siempre y nos lo llevamos a nuestro sitio apartado. Como si fuera parte del horario, el móvil comenzó a vibrar en mis pantalones y lo saqué mientras masticaba mi sándwich vegetal para entregárselo al lobo.
—Aquí Yeonjun —respondió antes de lamerse las comisuras de los labios manchadas de leche templada—. Sí. Yeonjun se encarga. Bien —y entonces me miró—. Sí, creo que a Beom no le importaría.
Dejé el sándwich sobre el plato y me froté las manos para quitarme las migas.
—¿Qué no me importaría? —quise saber.
—Ayudar a Jongin y darle de comer cada noche.
Sin decir nada, bebí un trago de mi café solo y me levanté de mi sitio para dar un paso hacia el lobo. Pasé una mano por sus hombros le rodeé el cuello, pegándome a él y, lo más importante, al móvil.
—¿Sabes lo que me dijo ayer Jongin, Yeonjun? —le pregunté—. Que Seokjin te había humillado en la última cena porque yo tengo que trabajar mucho y no tengo tiempo para nada más. Lo dijo delante de todos y yo pensé: no, no me creo que Seokjin fuera tan cabrón. Ese no es el típico comportamiento de imbécil resentido y vengativo que me espero de él... Pero eso fue lo que Jongin me dijo.
Yeonjun me miraba por el borde de los ojos con una expresión entristecida y preocupada. Él trataba de ocultarme aquellas cosas, quizá para no hacerme daño, quizá para que no me enfadara y tomara represalias contra la Manada.
—Yeonjun —se oyó la voz grave y serena del Alfa a través del móvil, el cual había oído todo lo que yo había dicho porque me había asegurado de ello—, ya te he pedido perdón por eso, pero sabes que volveré a hacerlo cuanto sea necesario.
—No. Yeonjun sabe que Jin se arrepiente —dijo mi lobo, bajando al mirada a su vaso de leche a medio beber.
—Dile a Beomgyu que, lo que está haciendo por Jongin, es muy importante para nosotros. He visto el vídeo que me envió y no creo que el pobre haya comido tanto desde hace meses. Sé que Beomgyu trabaja y que es un riesgo tener a Jongin allí con él, pero si pudiera continuar alimentándole de una forma regular, la Manada estaría muy agradecida con él.
Yeonjun envaró la espalda y giró el rostro rápidamente hacia mí, quedándose a solo un par de centímetros y mirándome. Algo de lo que había dicho Seokjin había llamado mucho su atención, pero yo sabía que aquellas solo eran más promesas vacías. Cuando Jongin estuviera recuperado, el Alfa me pediría otra cosa, y otra después de esa, mientras seguían sin considerarme un compañero ni invitarme a las celebraciones de la Manada. Así que terminé negando con la cabeza para que Yeonjun lo viera. El lobo gimió de una forma aguda y lastimera por lo bajo, poniendo una expresión entristecida.
—No voy a estar dando de comer a un lobo que me desprecia, Yeonjun —le dije, a él y al Alfa, en una frase que se podía interpretar de dos formas: hacia Jongin y hacia el propio Seokjin.
Antes de poder escuchar la respuesta del Alfa, volví a mi sitio y me dejé caer sobre la silla, cogiendo mi sándwich para seguir comiéndolo tranquilamente.
—Sí... —respondió Yeonjun al móvil—. De acuerdo.
Dejó el móvil y me lo entregó, con la misma cara de perrito triste de antes. Que se pusiera como quisiera, porque yo ya estaba harto. Había sido un error ceder a aquello y había sido un error darles a entender a la Manada y a Seokjin que yo seguía haciendo mierda por ellos aunque después me escupieran a la cara. Tuve que aguantar los gimoteos de Yeonjun durante toda la tarde, pero mi rabia e indignación me mantuvieron fuerte y, antes de salir a trabajar, le di a mi lobo un buen motivo para gruñir y gemir.
Al llegar al trabajo me esperaba una lista más larga de cosas, como cada lunes a la noche. Al parecer, la gente volvía del fin de semana con ganas de quejarse y romper mierdas que después yo tenía que arreglar. Mientras revisaba el interruptor de un pequeño almacén de material de oficina de la tercera planta, recibí una llamada. Solo por costumbre, saqué el móvil y miré el número. «Hambriento Jongin». Fruncí el ceño y lo volvía dejar en el bolsillo. En apenas un par de minutos después, volvió a llamar; y estuve muy tentado en no responder, pero terminé por sacarme la linterna de entre los dientes y preguntarle:
—¿Qué quieres?
—Estoy en la puerta, Beomgyu —me dijo.
—¿Y por qué estás en la puerta? —quise saber.
—He... venido a vigilarte —respondió con un tono un poco confundido, como si fuera evidente y no entendiera de qué estaba yo tan sorprendido.
—¿Te ha mandado Seokjin? —pregunté con un tono peligroso y poniendo una expresión de profundo desprecio.
—Supongo.
—¿Supones?
—No lo sé, Beomgyu. Namjoon ordenó que viniera y aquí estoy —concluyó el lobo, cansado ya de mis preguntas y dudas—. Si no te gusta, me voy.
Me quedé en silencio, me levanté del suelo donde estaba arrodillado y me quedé mirando las resmas de papel de la estantería, alumbradas por la luz amarillenta y enfocada de la linterna. Puede que el Beta no supiera que me había negado a seguir cuidando de Jongin, o puede que me estuviera pidiendo aquello como un favor personal. Pero como no quise arriesgarme a negárselo, terminé diciendo:
—Bajo ahora.
Jongin me estaba esperando en la entrada, con una chaqueta fina y una camisa interior a medio desabotonar que mostraba gran parte de sus pectorales. Pasé la tarjeta magnética por el lector y le abrí la puerta. El lobo cruzó, trayendo consigo el aroma de la noche fresca y un cubo de tupper limpio bajo el brazo.
—Te lo olvidaste ayer en la tienda —me explicó al notar mi mirada curiosa y mi ceño fruncido—. Como no volviste a por él, tiré la comida a la basura y lo limpié.
—Ah... —murmuré, como si le creyera—. Hiciste bien —asentí antes de girarme y hacerle una señal para que me siguiera de vuelta a la tercera planta.
Por entonces yo seguía convencido de que darle de comer a escondidas no iba a resolver nada, por eso intentaba hablar con él. Todas las preguntas que le hacía o las cosas que le decía en nuestras conversaciones nocturnas, no eran algo aleatorio o sin sentido. Yo tenía una amplia experiencia con psicólogos y psiquiatras, como ya saben, y la mayoría de ellos hacía siempre las mismas preguntas: ¿Por qué estás enfadado, Beomgyu? ¿Por qué odias a todos, Beomgyu? ¿Qué es lo que crees que intentas ahora con el alcohol y las drogas, Beomgyu? Ese tipo de cosas. Preguntas estúpidas con las que intentaban que yo reflexionara sobre mi vida y mis sentimientos y todo lo que me había llevado a un comportamiento autodestructivo y agresivo, como el que Jongin estaba desarrollando en aquel momento.
La clave era no decirle directamente lo que pensabas: Krystal es una pedazo de cabrona y te está haciendo mucho daño. No. A esa deducción tenía que llegar Jongin por sí mismo. Levantarse una mañana y decirse: esta persona me está haciendo daño y no se merece mi amor ni mi fidelidad. Eso era lo que yo intentaba que pasara. Por desgracia, subestimé mucho la capacidad de los lobos para querer a alguien y las consecuencias que tendría todo aquello.
Aun así, Jongin me dio las gracias y me dijo que aquellas noches conmigo le habían ayudado mucho. Que Yeonjun tenía mucha suerte de tenerme. Lo puso en la carta que escribió el día que se suicidó. Su funeral fue el primer evento de la Manada al que pude ir.
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