Chapter 47: El doctor lobo: en más de un sentido.
Mi nuevo juguetito alcanzaba los doscientos por hora con solo una caricia y ronroneaba tanto como Yeonjun cuando le acariciaba el abdomen. Era una preciosa pequeña muy rápida, muy mala y que hacía a su papá muy feliz. Por desgracia, también tenía ciertos problemas. Lo primero de todo era el dónde guardarla, porque en nuestro barrio repleto de criminales y drogadictos, una moto así no iba a durar mucho. Tenía la esperanza de que, al aparcarla al lado del Jeep, se dieran cuenta de que era de un lobo y no se atrevieran a tocarla, como no se atrevían a tocar el todoterreno; pero ese no era un seguro demasiado fiable. Lo segundo era que a mí me gustaba mucho apretar el acelerador y que a la policía le gustaba mucho tocarme los cojones. No tardé ni cuarenta y ocho horas en recibir mi primera multa por exceso de velocidad y un interrogatorio de media hora mientras certificaban que la moto estaba a mi nombre y que no la había robado. El tercer problema era que la pequeña bebía combustible como yo bebía refrescos y que papá Beom no podía permitirse gastar tantísimo. Yeonjun había pedido a la Manada la moto y no el dinero, que empezábamos a necesitar mucho más. Aunque, sinceramente, aquel último detalle se me olvidaba cada vez que subía a la moto deportiva y me salía una fina sonrisa de felicidad bajo el casco.
Tener un vehículo como aquel hizo que no tuviera que tomar un autobús cada vez que quería ir al centro o a trabajar y me ahorró mucho tiempo y esfuerzo para hacer los recados al no tener que hacerlo andando y con las bolsas al hombro como una mula de carga. Siempre y cuando Yeonjun no quisiera venir conmigo.
A parte de eso, el resto de cosas en mi vida continuó igual. Pasaba tiempo con mi lobo, le daba de comer, me iba al trabajo y hacía lo que tuviera que hacer aquella noche. Lo único destacable fue cuando me llevé a Yeonjun a una librería y el lobo empezó a mirar a todos lados como si hubiera entrado en nuevo mundo desconocido para él. La gente que había allí fue tan discreta y sutil como en cualquier otro lado, nos miraba y murmuraba, preguntándose que hacía un lobo y un criminal mirando la sección de autoayuda. Finalmente me decidí por: «Tóxico: cómo deshacerse de las malas influencias en tu vida». No era para mí, por supuesto, sino que escribí una rápida dedicatoria y lo hice envolver en papel de regalo con una pegatina en la que ponía: «Espero que lo disfrutes. Firmado: (dibujo de una polla)».
—Dáselo a Namjoon —le ordené a Yeonjun, entregándoselo junto con su tupper de comida y su botella de vitaminas.
A veces las noches de trabajo eran muy largas y los juegos del móvil no eran capaces de llenarlas por entero, así que me ponía a pensar y darle vueltas a las cosas. Algo que, sinceramente, no recomiendo a nadie. Me había dado por pensar en mi última charla con el Beta y llegué a la conclusión de que no quería que mi relación con él terminara así. Él había sido de los pocos que siempre había estado ahí, el que me había ayudado cuando nadie más quería hacerlo y el único que se había preocupado por mí. Y, como ya he dicho: yo no olvido, ni lo bueno, ni lo malo. El problema era que yo tampoco sabía pedir perdón como un hombre adulto, así que hacía tenía mis propias maneras de demostrar arrepentimiento. No siempre las mejores.
Como ya me esperaba, no recibí respuesta alguna de Namjoon. De estar yo en su posición, seguramente hubiera tirado el regalo a la basura sin si quiera abrirlo. A mitad de semana, como cada jueves noche, llegó Minhyun, el reponedor de máquinas expendedoras. Me saludó con una sonrisa y no dejó de hablar desde que entró por la puerta hasta que se fue. Yo bebía la Coca-Cola que siempre me regalaba y fumaba sentado en una de las sillas de la sala de descanso mientras le escuchaba. Era entretenido, hasta gracioso, escuchar los problemas de un hombre de clase media que siempre había tenido una vida fácil. Era como ver un programa de televisión con dramas estúpidos como: mi perro está enfermo, no tengo dinero para la boda que mi novia quiere, mi auto tiene un ruido raro o mi madre insiste en que tenga hijos.
El viernes noche llegué al trabajo bastante relajado después de un polvo de última hora con Yeonjun. No me había dado tiempo a ducharme y podía sentir el Olor a Macho de Yeonjun por todo mi cuerpo, y si yo podía sentirlo es que debía ser realmente fuerte. Ni siquiera el olor del mono viejo pudo rivalizar con él. Esa noche cambié algunos leds del techo de la oficina de la tercera planta, subido a unas escaleras plegables entre los cubículos. Estaba en mitad de aquello cuando la música se cortó y el móvil empezó a vibrar sobre el escritorio de una mujer con fotos de muchos gatos y muy mal gusto. Bajé de las escaleras y miré el nombre «Reina Arpía». Mi primera reacción fue dejar de vuelta el smartphone y seguir a lo mío, sin embargo, un pensamiento asaltó mi mente. Seokjin había pedido perdón a Yeonjun y le había dado el dinero para comprarme una carísima moto deportiva, quizá yo debía demostrar que era un hombre justo y responder la llamada de su compañera. Solo para dejar bien claro que yo no era peor que el Alfa.
—Dime, Goeun —murmuré en un tono neutro y calmado.
—Hola, Beomgyu. Soy Goeun, la compañera de Jin —se presentó, como hacía siempre. No estaba del todo seguro de si lo hacía porque estaba nerviosa o porque realmente creyera que no me iba a acordar de ella.
—Lo sé. ¿Querías algo?
—Sí. Me gustaría hablar contigo si tienes un momento. Es un tema importante. Si estás ocupado ahora, puedo llamarte más tarde. No pasa nada.
—No. Tengo tiempo ahora —respondí, yendo a sentarme en la silla de oficina mientras buscaba la cajetilla y el zippo en mis bolsillos.
—Oh, bien. Es sobre Jongin —comenzó a decir de corrido, como si quisiera darse prisa para molestarme lo menos posible—. Tras saber lo de Krystal he intentado darle de comer, pero no acepta nada de lo que le ofrezco y ahora está enfadado conmigo. No viene ya al Refugio y no sé qué hacer. ¿Tú cómo lo conseguiste? —terminó por preguntarme junto con un leve jadeo de angustia.
Solté el humo en una columna grisácea frente a mí y tardé un par de segundos en responder:
—Le dije que la tirara a la basura. Se la llevó y la comió a escondidas.
—¿A escondidas? —repitió—. Entonces no se la diste directamente.
—Jongin tiene compañera, y aunque Krystal sea una completa zorra. Él no va a comer nada que le des —le expliqué. Algo que ella ya debería saber, que para eso era la Reina de la Manada.
—Lo sé —afirmó—, pero creí que quizá habías conseguido razonar con Jongin.
—¿Razonar? ¿Con un lobo? —ahí casi se me salta la risa. Negué con la cabeza y fumé una calada.
—Jongin tiene que comer —insistió—. Está débil, delgado... No... no puede seguir así, Beomgyu.
—Eso suena a problema de la Manada —murmuré, echando la ceniza del cigarro en el lapicero de la obsesa de los gatos.
Goeun se quedó en silencio. No se oyó nada tras la línea en un par de segundos hasta que dijo:
—Va.. vale. Siento haberte molestado, Beomgyu.
Me quedé con la mirada perdida en el pasillo que había entre los cubículos, sumergida en la poca luz amarillenta que entraba desde la calle.
—Dile a Seokjin que me mande a Jongin —le dije entonces.
—Oh, ¿en serio? —se sorprendió Goeun.
—Me deben ciento veinte dólares de las pizzas.
—Muchísimas grac... —y colgué antes de que terminara.
Me quedé allí sentado, mirando al infinito y terminándome mi cigarro. No quise darle vueltas a por qué había aceptado, simplemente lo había hecho. Para cuando había terminado de cambiar los leds de la tercera planta y vuelto a la conserjería para buscar más recambios, recibí la llamada del lobo diciéndome que estaba en la puerta.
Jongin me miró desde el otro lado del cristal con expresión muy seria y una postura envarada. Seguía estando hecho un desastre, sus ojeras se habían pronunciado más. El hambre, el insomnio y la angustia se estaban llevando al lobo por completo, dejando una cáscara vacía y muy irritable en su lugar. Le abrí la puerta y le hice una señal para que me acompañara. El Común resopló y gruñó para dejar bien claro que no quería estar allí conmigo. No me miró, apartando el rostro y poniendo una expresión de asco como si yo apestara a muerto. A muerto no, pero sí a mucho Yeonjun y a mucho sexo, lo que seguramente no ayudara en nada al lobo.
—Ayúdame a colocar un par de cosas —le dije, deteniéndome en consejería para recoger la caja de leds nuevos y llevármelos bajo el brazo.
—¡No estoy aquí para hacer tu puto trabajo! —rugió con los dientes apretados. Sus ojos hundidos hacían el que el amarillo pálido de sus iris resaltara incluso más, dándole cierto aspecto enloquecido y peligroso.
Me detuve en seco y me di la vuelta hacia él, manteniendo un breve silencio antes de decir:
—Primero de todo, a mí no me grites. Segundo, estás aquí para vigilarme y no te cuesta nada hacerlo en el segundo piso mientras me pasas los putos leds. Así que relájate.
El lobo gruñó y apretó los puños con fuerza, tragándose su enfado y frustración. Estuve bastante seguro de que, de no ser el compañero de Yeonjun, me hubiera arrancado la cabeza de un mordisco. Namjoon había dicho que Jongin era un Macho calmado y bueno, pero esas eran cualidades que se perdían muy fácilmente cuando tenías el estómago vacío y te daba miedo volver a casa. Yo lo sabía. Le guié hacia las escaleras y subimos en silencio hasta el segundo piso, donde ya tenía preparada la escalera plegable.
—¿Una mala noche? —le pregunté, subiéndome y sacando un pequeño destornillador.
Gruñó de nuevo a un par de cubículos de distancia, cruzado de brazos y con la espalda apoyada en la pared, junto al tablón de noticias. Desatornillé la lámina de cristal que cubría el led y le hice una señal para que la pusiera en algún sitio mientras cambiaba la luz. El lobo se acercó a regañadientes, cogió la lámina y la dejó sobre uno de los escritorios.
—¿Por qué estás tan enfadado, Jongin? —le pregunté mientras sacaba el led del techo—. ¿Tanto te molesta venir aquí?
—Yo no debería estar aquí —dijo en un tono seco.
—¿Y dónde deberías estar?
—Con la Manada.
—Yeonjun me dijo que no estás mucho con ellos últimamente.
Saqué el led gastado y negruzco y extendí al mano para que Jongin lo cogiera. El lobo siguió con su cara de rabia, mostrándome los dientes. Me dedicó una mirada asesina y tiró del tubo para darme el nuevo a cambio.
—Yeonjun no debería contarte nada, porque tú no eres de la Manada.
—Yeonjun se preocupa por ti y a veces comparte esa preocupación conmigo —murmuré mientras seguía trabajando—. A veces hablar ayuda a los demás a sentirse mejor. Ayuda a liberar tensión y recibir la opinión de otros, que quizá nos hagan ver las cosas con otra perspectiva. En ocasiones nos bloqueamos a nosotros mismos porque no par... ¡Joder! —exclamé cuando recibí un violento calambre, apartando tan rápido la mano que dejé caer el led al suelo—. ¡Mierda! —grité cuando el tubo amarillento se rompió en pedazos. Me pasé las manos por el pelo y tomé una respiración—. Pásame otro —ordené sin mirar al lobo.
Esta vez tuve cuidado y traté de no rozar los bordes metalizados y conectados a la corriente. Había guantes de plástico grueso en conserjería para estos casos en los que había que andar a trastear con la electricidad, pero yo era demasiado guay para ponérmelos.
—Si necesito hablar, lo haré con mi compañera o la Manada. No contigo —me dijo Jongin.
—A lo mejor quieres hablar de algo que no puedes contarles a ellos —respondí tras terminar de colocar el led, está vez, con éxito.
—No hay nada que no pueda contarle a Krystal —me aseguró con enfado.
Sin inmutarme lo más mínimo, le pedí la placa de cristal y la sostuve con una mano mientras iba colocando los tornillos en los extremos para asegurarla.
—Entonces, estás enfadado porque has tenido que venir aquí a cuidar del humano de Yeonjun —concluí.
—Exacto.
—Si estuvieras con la Manada o con Krystal, ya no estarías enfadado.
—No.
Solté un murmullo de entendimiento y bajé las escaleras. Iba a decir algo, pero el móvil empezó a vibrar y tuve que responder al pizzero. Le hice una señal a Jongin para que me acompañara hasta la puerta y el mismo joven de la primera vez volvió a mirarnos con terror en los ojos y a balbucear algo sin sentido mientras extendía los brazos para darme el pedido. Le entregué el dinero a cambio y le cerré la puerta en la cara. Abrí la caja más alta, cogí uno de los pedazos pre-cortados, tirando de él hasta que los hilos de queso fundido se desprendieron.
—Toma —le dije al lobo a un lado, entregándole la pila de pizzas—. Vete con la Manada y tira esto por el camino. Así dejarás de estar enfadado.
—Jin me ha ordenado vigilarte y eso haré —declaró, retrocediendo un paso de las cajas de pizza, como si fueran veneno.
—¿Prefieres estar aquí enfadado que con la Manada? —le pregunté.
—Prefiero cumplir con las órdenes y con mi deber —declaró, alzando la cabeza con orgullo e hinchando su pecho bajo la camisa medio desabotonada—. Algo que tú no entenderías.
—Entonces, te gusta estar enfadado —le dije.
Jongin frunció el ceño y me miró al fin a los ojos, pero como si yo fuera idiota y no dijera más que tonterías.
—¿Te gusta estar enfadado y triste, Jongin? —le pregunté con un tono más serio.
—Claro que no —gruñó con los dientes apretados.
—Bien —asentí—. Vete a tirar esto —terminé, apretando las cajas de pizza caliente y deliciosa contra su pecho.
Pero Jongin se apartó y gruñó como señal de advertencia, poniendo una postura agresiva y peligrosa.
—¿Por qué pides comida que no te vas a comer? —dijo, mirando las cajas y después a mí. Jongin no era estúpido y yo no había sido nada sutil en esa ocasión.
—Pedí trabajo en esta pizzería y me dijeron que no iban a contratar a alguien como yo. Así que ahora les pido pizzas para acojonar a los repartidores y que sepan que me rodeo de lobos —le mentí, terminando por encogerme de hombros—. Lo hago cuando sé que vas a venir porque es más efectivo.
—¿¡Me estás utilizando para asustar a unos humanos!? —rugió.
—Sí.
—¡Jin va a saber esto! —me aseguró.
—Te he dicho que no me grites —le recordé con un tono más serio y una mirada de advertencia—. Coge las putas pizzas, tíralas en alguna parte y después haz lo que te salga de la puta polla.
—¡No quiero las putas pizzas!
Golpeó la pila de cajas, derramándola hacia un lado y manchando el suelo, y después me empujó con tanta fuerza que caí de espaldas al suelo. Entonces se hizo el silencio. Jongin me miraba fijamente con sus ojos de un amarillo pálido, gruñía y me mostraba los dientes, pero fue solo al principio, solo hasta que se dio cuenta de lo que había hecho. Entonces sustituyó su mirada de rabia por una asustada y dejó de gruñir. Miró el suelo manchado de pizza y después a la calle tras la cristalera. Dio un par de pasos y trató de abrir la puerta, pero no pudo, por mucho que la zarandeara y la golpeara para tratar de escapar de allí. Me levanté del suelo, me froté las manos y saqué la tarjeta magnética del bolsillo antes de acercarme al lector.
Jongin me miró por el borde de los ojos como si le fuera a condenar a muerte en aquel mimo instante. No me temía a mí, por supuesto, temía lo que Yeonjun le haría en cuanto descubriera que había atacado a su compañero.
—Coge las pizzas, Jongin, vete al auto y toma una buena respiración —dije con una voz lenta, grave y peligrosa—. Vamos a fingir que esto no ha pasado... pero será la última vez. ¿De acuerdo?
Jongin soltó al fin la puerta y se quedó muy estirado, expectante y nervioso. Tras un par de segundos, asintió lentamente. Esperé a que se diera la vuelta y a que recogiera del suelo lo que quedaba de las cajas de pizza antes de volver a mi lado. Le abrí la puerta y se marchó sin decir nada, con pasos largos y apurados en dirección Oeste. Saqué la cajetilla de tabaco y me puse un cigarro en los labios antes de encenderlo. Cerré el zippo con un sonoro «clack» y lo guardé de nuevo, mirando la calle inundada por la luz de las farolas. Me lo fumé tranquilamente y después fui a por la fregona y el cubo para limpiar los restos de pizza y grasilla que había quedado en el suelo de la recepción. Cuando volví a casa, aparqué la moto al lado del Jeep negro y subí tranquilamente hasta el apartamento. Me encontré a Yeonjun en el salón, pero no tumbado y rascándose los huevos mientras miraba la tele, sino al lado de la puerta de emergencia y con un montón de tablas.
—¿Qué coño estás montando ahora? —le pregunté con una ceja arqueada.
—Yeonjun pondrá mesilla para Beom —respondió, señalando al lado de la puerta de emergencias—. Así podrá dejar el tabaco y el café cuando fume en la puerta.
Hice un movimiento vago de cabeza, algo que no quería de afirmar ni negar esa idea. Me quité la chaqueta negra de cuero y la dejé sobre la barra de bar de la cocina antes de dirigirme hacia él.
—Ya la montarás mañana —le dije, tirando de él para llevarle a la habitación.
El lobo gruñó con excitación y me siguió como un corderito a la cama. No fue hasta el día siguiente, mientras desayunaba en la cafetería más llena de lo normal ya que era un sábado por la tarde, que recibí una llamada de «Hitler Lobo».
—Seokjin —le dije a Yeonjun, pasándole el teléfono sin apartar la mirada de la televisión a lo lejos.
El lobo cogió el móvil y respondió:
—Aquí Yeonjun. Sí. —Me miró—. ¿Jongin comió ayer?
Aparté la mirada de la televisión y terminé de masticar el sándwich vegetal antes de responder:
—No estoy seguro. Se llevó las pizzas pero no volvió después.
—No está seguro. No volvió con Beom —repitió al teléfono y, tras un breve silencio, me preguntó—: ¿A Beom le importa intentarlo otra vez esta noche?
—Dile que me debe ciento veinte dólares —respondí.
Yeonjun gruñó un poco a forma de advertencia, asustando a un matrimonio que estaba a dos mesas de distancia.
—A Beom le preocupa el dinero. Yeonjun come mucho y gasta mucho —le dijo a Seokjin, recibiendo un asentimiento de aprobación de mi parte—. Manada se hará cargo de los gastos de comida de Jongin —me dijo a mí tras otro breve silencio.
Puse los ojos en blanco y le di un trago a mi café caliente. No sabía a qué estaba jugando el Alfa con todo aquello. Creía haberle dejado claro que no contaran conmigo para nada más.
—Beom lo intentará de nuevo —oí decir a Yeonjun, que evitó mi mirada asesina todo lo que pudo, agachando la cabeza hacia su enorme vaso de leche vacío—. Sí. Bien.
Al colgar el móvil me miró por el borde superior de los ojos con una expresión inocente de perrito arrepentido.
—Beom tiene que ayudar a Jongin. Es importante para Yeonjun —murmuró.
Eso no mitigó mi enfado.
—Como vuelvas a decidir por mí, Yeonjun, el que se va a quedar sin comer eres tú —le advertí con un tono peligroso en la voz.
El lobo agachó más la cabeza. Después fue muy obediente, siguiéndome en silencio, cargando con todas las bolsas y haciendo tentativas nada sutiles de acercarse a mí y rozarme para comprobar si ya le había perdonado. No fue hasta después de comer, cuando me gimió de forma lastimera en el sofá para que le prestara atención, que decidí aflojar un poco la cuerda y acariciarle el abdomen. El lobo ronroneó, pero no se detuvo ahí, echándose más y más contra mí hasta que me sepultó bajo su cuerpo y empezó a mover la cadera. Yo no podía castigar a Yeonjun sin sexo porque eso también sería un castigo para mí, así que aquello se convirtió en uno de nuestros polvos de enfado: mucho más salvajes, violentos y divertidos. El lobo se corrió cuatro veces y yo creo que también lo hice en algún momento, quizá cuando me mordía el hombro y me tiraba del pelo o quizá cuando me tuvo a cuatro patas y me agarraba de las muñecas. No podía estar seguro porque lo único que hacía era insultarle, gemir y apretar los dientes. Un Yeonjun muy sudado me frotó su rostro contra el pelo y la sien, encerrándome entre su cuerpo y el sofá, ronroneando y mordisqueándome de vez en cuando. Yo miraba la tele encendida sin ver nada, respirando lenta y profundamente en uno de mis viajes por el Nirvana.
Me quedé dormido en algún momento, porque lo siguiente que recuerdo fue abrir los ojos debido a un zumbido que reverberaba contra la mesa de bar. Hice un gran esfuerzo para apartar al lobo y recibí un gruñido de queja a cambio, pero le ignoré y di un par de pasos hacia la cocina.
—¿Sí? —respondí con voz pastosa y adormilada mientras me frotaba el rostro.
—¿Doctor Lobo? —preguntó un hombre.
—Sí... —murmuré.
—Hola, Doctor. Tiene a un grupo aquí preguntando por usted. Dicen que llevan diez minutos esperando y que, si no va a venir, quieren su... dinero de vuelta. Les he dicho que la charla es gratuita, porque en la fundación no cobramos por...
—¿Qué? —le interrumpí de pronto, abriendo mucho los ojos—. ¿hay gente allí? Joder... ¡diles que voy ahora!
Colgué la llamada y abrí el correo al instante. Mirando los cinco mensajes que había allí.
—¡Mierda! —exclamé.
Todavía tenía el pantalón corto enredado a la altura del tobillo y una zapatilla puesta. Me lo quité a tirones y fui dando saltos hacia la habitación. Había escondido mi ropa de Doctor Lobo en un rincón del armario, precintada en una de las bolsas que me habían quedado de mis andanzas como vendedor de Olor a Macho. No quería que la camisa nueva, los pantalones elegantes y la corbata apestaran tanto a lobo como el resto de mi ropa, porque iba a ser irónico presentarme en la ONG diciendo que iba a «ayudar a los adictos a los Hombres Lobos», oliendo descaradamente a uno. Sin embargo, ahora no había tiempo de ducharse y prepararse a conciencia. Al parecer tenía clientes esperando y yo no iba a devolverles ni un puto centavo de lo que me habían pagado. Me puse la ropa a todo correr junto con las gafas y salí disparado por la puerta mientras me pasaba la chaqueta negra por un brazo, ignorando la atenta mirada de un Yeonjun muy confuso en el sofá.
Mientras recorría peligrosamente la ciudad a cien kilómetros por hora, farfullaba dentro del casco insultos y quejas dedicadas a mí mismo. Tras la decepcionante primera semana en la que no había tenido ni un cliente para mis charlas, había tirado la toalla, dejando de mirar el correo o mi cuenta de PayPal. Simplemente había dado por hecho que aquel sería otro de mis tontos planes que terminaban en fracaso, que no iba a poder competir con Song Chaeyoung ni los demás charlatanes. Al parecer, me equivocaba.
Llegué casi veinte minutos tarde, apresurando el paso hasta cruzar la puerta de la ONG con una expresión muy seria. Un hombre menudo y con una evidente calva se levantó de detrás del escritorio de conserjería y me miró.
—¿Doctor Lobo? Sus pacientes estaban diciendo que...
—Son una panda de bromistas —sonreí, ignorando por completo su expresión preocupada y girando hacia el pasillo para llegar al aula que me habían asignado.
Dentro me esperaban cinco personas, sentadas en pupitres y con cara de muy pocos amigos. Cuando me vieron aparecer, se hizo el silencio y clavaron sus miradas en mí. Eran cinco: tres mujeres y dos hombres. Todos iban bien vestidos y no tenían marcas visibles en su cuello, hombros, muñecas o escote, así que eran «vírgenes». El grupo de las tres mujeres se conocían porque se habían sentado todas juntas en la segunda fila. Seguramente un trío de amigas que habían decidido buscarse una charla antes de comenzar su aventura en los clubs de lobos. Los dos hombres, sin embargo, estaban uno en cada esquina, algo nerviosos e impacientes. Uno parecía más enfadado y el otro parecía no estar seguro de qué cojones estaba haciendo allí.
—Buenas tardes, soy el Doctor Lobo —me presenté, llevándome una mano al cuello para mover el nudo de la corbata. Aquella mierda me ahogaba todo el rato y me ponía de los putos nervios—. Tenía un cliente y la sesión se ha alargado un poco.
Fui hacia el viejo escritorio del profesor y apoyé la cadera, quedándome de brazos cruzados mientras les miraba. Bien. Ahora que estaba allí y había engañado a un par de idiotas, no sabía qué decirles. Ni siquiera había hecho un puto Power Point cutre que enseñarles.
—Bueno, ¿y qué? ¿Vas a contarnos algo o te vas a quedar ahí? —preguntó una de las mujeres, golpeando la mesa del pupitre y haciendo resonar sus pulseras.
—Shh... —le dijo una de sus amigas—. No seas mala o el Profesor pelirrojo te va a dar unos cachetadas.
—Mira, si nos da unas cachetadas y nos hace un striptease, al menos compensará pagar esta mierda —se rió la última de ellas.
Las miré tras mis gafas de pega y dejé que el silencio se prolongara un par de segundos más hasta que les dije:
—Si quisieran ver a un humano desnudo, no estarías aquí. Están aquí porque quieren un lobo fuerte, apestoso y sexy lobo con la polla del tamaño de su antebrazo que les eche el polvo de su puta vida. —Mi afirmación, tan clara y directa, les dejó un poco confusos e incómodos. Ellos querían entrar en un mundo oscuro y sórdido, pero no querían que se lo dijeran de esa forma. Querían chistes malos y palabras suaves. Pues no en mis clases—. Si eso es lo que buscan, han venido al lugar correcto. Yo les voy a explicar cómo pueden conseguir uno, pero lo primero que tienen que tener claro es: nada de colonias, perfumes, desodorantes o suavizantes con aroma. Lo segundo que tienen que tener claro es que lo lobos apestan a sudor, sobre todo sus axilas, su cuello, el centro de la espalda y su entrepierna —fui enumerando mientras levantaba los dedos de una mano—. Es lo que se denomina Olor a Macho. Cada lobo tiene uno diferente y cambia de intensidad según su rango en la Manada, les ayuda a diferenciarse y es muy importante para marcar territorialidad. Lo tercero es que sus pollas saben muy fuerte, al igual que su semen, mucho más denso y agrio que el humano. A los lobos les encantan que les hagan mamadas, así que si son muy remilgados con ese tema y les gusta la higiene, esto no es para ustedes.
Me separé de la mesa y comencé a andar tranquilamente entre los pupitres.
—Si van a un club, como supongo que harán nada más salir de aquí, les advierto que no va a ser la aventura mágica que quizá crean. No se esperen que los lobos vayan detrás de ustedes, por muy escotadas, apretados y sin ropa interior que vayan. Eso no va a pasar. Ellos no van detrás de nadie, porque tienen a un ejército de humanos rogándoles que les den polla. No les van a invitar a copas, a haceros chistes fáciles ni a darles caricias indiscretas. Por supuesto, su concepto de preliminares es gruñir y agarrarles de la muñeca o el cuello; eso es todo.
Me detuve al final del aula y me di la vuelta con los brazos cruzados sobre el pecho. Vi sus rostros, que habían dejado el enfado atrás para sustituirlo con una gama heterogénea de expresiones; desde el ceño fruncido y el leve asco hasta la sorpresa. Bien, parecía que lo estaban entendiendo.
—¿No se supone que deberías vendérnoslo mejor y no tratar de asustarnos? —preguntó una de las mujeres entonces, la misma que había hablado al principio. Pelo moreno, ojos oscuros y muy maquillada.
No respondí al momento, sino que caminé de vuelta hacia su grupo y apoyé la cadera en el pupitre mientras la miraba.
—¿Lo hueles? —le pregunté.
—Sí, que no te has duchado en toda la semana —respondió con una expresión de asco.
—Toma una buena respiración —dije—. Es fuerte, crees que es desagradable, pero por alguna razón cada vez te va gustando más y más. ¿Empiezas a sentirlo? Tu mente racional dice no, pero tu cuerpo dice sí.
La mujer siguió con su cara de asco, tratando de alejarse lo más posible de mí en el borde de su asiento, pero respiraba más cada vez y yo sabía que lo estaba notando. Sonreí y di otro paseo hacia el encerado antes de girarme hacia ellos.
—Sé que lo que les digo suena horrible y asqueroso, y puede que se estén preguntando: ¿realmente merece la pena? La respuesta es sí —sonreí—. Quizá crean que ustedes no se humillarán para conseguir un polvo con un lobo, pero cuando estén rodeados de los hombres más guapos, musculosos y sexys que hayan visto en su puta vida, su perspectiva de lo que serán capaces o no de hacer, va a cambiar mucho. Los lobos producen algo llamado feromonas, que les van a poner como a putas perras en celo cuando se acerquen lo suficiente a ellos, más si van a uno de sus Clubs donde la excitación de la Manada aumenta y contagia a los humanos. Es lo que han estado oliendo en mí todo este tiempo y que los está confundiendo tanto. Y es que los lobos son bestias sexuales hechas para atraer como moscas a la mierda. Así que si deciden ir a uno de esos locales y no consiguen que les hagan caso, les recomiendo comprarse un buen consolador y una caja de cien pilas. Van a necesitarlas todas...
No puedo decir que mi primera clase fuera un rotundo éxito. Esos cinco humanos salieron de allí muy confundidos y asustados de lo que les había dicho, pero también un poco cachondos por mi peste a Yeonjun. Mis consejos no habían sido lo que ellos se esperaban, nada de caricias y tonterías para llamar la atención de los Machos, solo la verdad: ¿querían un lobo? Bien, pues tenían que estar listos para competir con los demás cientos de humanos que también los querían. Así eran las cosas.
Dudé de que volvieran. Dudé de que nadie más quisiera venir cuando esos cinco empezaran a poner comentarios negativos o a hablar mal de mí por ahí. Pero, al parecer, cuando mis palabras se fueron cumpliendo como profecías, esos cinco humanos entendieron que yo sabía muy bien de lo que hablaba.
Y volvieron, y con ellos, muchos otros.
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