Chapter 41: El exilio: nuevas oportunidades.
Como Yeonjun había dicho, aquella noche llegó muy tarde a casa, casi a punto de amanecer. Yo ya estaba en la cama y me desvelé lo suficiente para oír sus pasos, su gruñido de queja por tener que detenerse a quitarse la ropa, y el fuerte tambaleo que produjo en la cama al echarse sobre ella. Murmuré una queja incomprensible y fruncí el ceño sin si quiera abrir los ojos. Yeonjun volvió a gruñir y se acercó todo lo que pudo a mí para rodearme con los brazos y quedarse dormido. Cuando me desperté por la tarde noté un fuerte Olor a Macho, mucho más intenso de lo normal, así que fui en busca de su cuerpo y froté el rostro contra su pálido pecho mientras gemía de puro placer. Yeonjun me recibió con un gruñido de excitación, pero no tan claro y contundente como solía ser. Se corrió tres veces y se quedó jadeando y sudando sobre mí durante toda la inflamación, como si le hubiera costado más de lo normal. Lo achaqué al calor y no le di importancia, al menos, la primera vez; pero aquello fue algo que se prolongó durante todo el día. Un Yeonjun especialmente cansado, oloroso y adormilado que solo sabía comer y quedarse tumbado viendo la tele. Nada fuera de lo normal, dicho así, porque era lo que el puto cerdo de mi lobo hacía siempre, pero en esta ocasión era distinto y empecé a sospechar que algo no iba bien. Sin embargo, no fue hasta el tercer día de la semana; cuando le desperté a media tarde y me folló resoplando, gruñendo y apenas sin fuerzas, llegando a correrse solo dos tristes veces antes de caer rendido sobre mí; que le pregunté:
—¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo o algo?
Yeonjun levantó su mirada de ojos apagados y leves ojeras, negó con la cabeza e hizo que la gota de sudor que le colgaba de la nariz se precipitara hacia mi rostro.
—Yeonjun muy cansado... —murmuró en voz baja, antes de inflar el pecho de forma orgullosa y añadir—: pero puede seguir follando.
—No... no hace falta —respondí, apartándole de mí tras la inflamación.
Le puse una mano en la frente sudada y en las mejillas. Estaba ardiendo, pero es que hacía un calor horrible y acabábamos de follar, así que no era un gran indicativo.
—¿Estás haciendo mucho esfuerzo estas noches? —pregunté.
El lobo asintió con la cabeza y yo apreté las comisuras de los labios.
—¿Todos están cansados o solo tú?
—Todos. Manada está mudándose de un almacén a otro y hay que mover muchas cajas y cosas pesadas.
Solté un murmullo de comprensión y asentí. Confiaba en que fuera eso y no que se hubiera puesto enfermo de pronto. Le dejé descansar en la cama y me di una ducha fresca antes de llevarle su vaso de leche y el móvil. Yeonjun ya se había dormido de nuevo y no quise despertarle, así que lo dejé todo en la mesilla y me fui sin hacer ruido. Mientras desayunaba todavía le estaba dando vueltas al tema. Estaban siendo noches muy calurosas y si se habían puesto a mover un puto almacén entero, debían estar sudando a chorros, lo que explicaría el fuerte Olor a Macho con el que volvía Yeonjun cada día. Al parecer, al genio de Seokjin se le había ocurrido hacer aquello en pleno agosto, en mitad de una jodida ola de calor... Negué con la cabeza y me terminé mi café con hielo de un par de tragos antes de levantarme de la cafetería. No podía hacer nada por evitar aquello, pero quizá pudiera ayudar un poco a Yeonjun si incluía un par de botellas de agua fría junto al tupper de comida. Cosa que hice.
—Tienes que beber mucho, ¿me has oído? —le dije tras llegar a casas cargado con las bolsas. Las dejé a un lado sobre la barra de bar y me saqué un pitillo de la cajetilla.
Yeonjun se desveló y soltó un gruñido. En algún momento se había conseguido mover hasta el salón para volver a quedarse dormido en el sofá. Me acerqué para acariciarle el rostro y comprobar si seguía caliente. El sudor se había enfriado gracias a los ventiladores y ahora estaba un poco más fresco, pero eso no me tranquilizó demasiado.
—¿Me has oído, Jun? —repetí en tono serio.
—Yeonjun bebe mucho —respondió, entreabriendo sus ojos—. Alfa da mucha cerveza fría a los Machos para que no pasen calor.
—Cerveza no, Jun. Tienes que beber agua. —me moví hacia la puerta de emergencias y la abrí, recibiendo un golpe de calor denso acumulado durante el día, aunque el sol ya se estuviera poniendo a lo lejos—. El alcohol deshidrata.
Me encendí el cigarro y solté el humo al exterior antes de apoyar la espalda en la pared de ladrillos y mirar de nuevo al lobo.
—Te he comprado dos botellas frías y las he dejado junto al tupper de esta noche. Ahora levántate, pégate una ducha fresca y ven a comer —le ordené.
Yeonjun gruñó un poco, pero por lo bajo, como si no se atreviera del todo y no quisiera que yo le oyera quejarse. De todas formas, se levantó, caminando a pasos cortos y desnudo hacia la ducha. Le miré de arriba abajo y chasqueé la lengua antes de girar el rostro. Un Yeonjun con menos energías significaba sexo menos satisfactorio, algo que, a mí pesar, también me estaba pasando factura. Cuando el lobo volvió de la ducha, se puso a comer mientras me miraba y después se echó un poco más en el sofá antes de que llegara la hora de marchar.
—Bébete las putas botellas de agua —le recordé, aunque sonó más como una advertencia, antes de acercarme para darle un beso y salir del Jeep negro.
Al llegar a la conserjería, me puse mi mono y miré lo que debía hacer aquella noche. Alguno de los trabajadores diurnos había dejado otro amable y encantador post-it en el que ponía: «limpiar el microondas de la sala de descanso. Primera planta». Cogí la nota y fruncí el ceño. No estaba del todo seguro de hasta qué punto el conserje del turno de día podía o no podía dejarme aquellas mierdas de post-its. No sería la primera vez que trataban de aprovecharse de mí y de mis contratos temporales para echarme encima todo el trabajo que no les salía de los cojones hacer. Así que tiré la nota al suelo, un poco debajo de la mesa, como si se hubiera caído, y me fui a limpiar los pasillos que sí se suponía qué tenía que limpiar. Al volver una hora y media después, llevaba una Coca-Cola recién abierta en la mano y un cigarro en los labios. Me tiré en mi asiento, encendí la televisión y miré el móvil.
Seguía preocupado por Yeonjun. No me gustaba verle tan cansado y apagado, así que me puse a buscar en internet algunas vitaminas o algo así que pudieran ayudarle. Tras media hora de mirar productos que aseguraban «recuperar todas tus energías para afrontar cada día con una sonrisa», encontré uno que tenía muy buenas reseñas y que parecía tener un poco de todo: magnesio, minerales y vitaminas. Además venía en sobres para diluir en agua y que tenían diversos sabores, lo que haría más fácil que Yeonjun se los tragara. Eran caros, pero no me importó pedir una caja de diez sobres para ir probando.
Entonces me detuve. Levanté la mirada y me quité el segundo cigarro de los labios. ¿Qué estaba haciendo? ¿En quién me había convertido? Buscando vitaminas para mi lobo porque estaba cansadito... Aquel era el final, sin duda. Las feromonas habían terminado por pudrirme el cerebro hasta convertirme en una de esas personas que siempre había odiado: un omega. Apoyé la cabeza en el respaldo y cerré los ojos, cogí una buena bocanada de aire y la solté antes de mirar hacia el techo de láminas grisáceas. Ya no había vuelta atrás.
Tras un par de minutos de autocompadecerme, volví a bajar la mirada hacia el móvil y busqué la página del Foro. Ver la parte superior con la fotografía tan barata y horrible a Photoshop con un lobo aullando y una luna, me trajo un montón de recuerdos. Hacía... meses, quizá, que no había vuelto a entrar allí. Desde la noche de la bolera y mi casi ruptura con Yeonjun. Entré en mi antiguo usuario, ChicoOloroso, y arqueé las cejas al descubrir que tenía más de ochenta mensajes sin leer. La mayoría de ellos, solo por el título, eran de esnifadores haciendo peticiones o preguntándome si volvería al «mercado». Iba a borrarlos todos, pero después recordé que mi cuenta bancaría empezaba a estar peligrosamente vacía y preferí guardarlos. Me metí en el subforo de los loberos y leí algunos hilos por encima, curioseando en qué andaban metidos ahora esos subnormales.
Entonces lo vi. «¿Alguien sabe de una buena charla de PIHL en Wisconsin?» A apenas un mes del Celo, los loberos novatos y los curiosos estaban ya buscando asambleas y charlas sobre como cazar a un lobo para «el mejor sexo de sus vidas». Me incliné hacia delante, apoyando los codos en las rodillas y solté un «uhm...» por lo bajo mientras mi cabeza se llenaba de planes absurdos para sacarles el dinero a esos idiotas. Yo sabía mucho de lobos, muchísimo, y estaba tan preparado para dar aquella charla como la mujer que nos la había dado a Joohyun y a mí la primera vez. No. Yo estaba incluso más preparado porque, al contrario que ella, yo tenía un lobo apestoso en casa. Así que solo tendría que hacer un PowerPoint de mierda, responder un par de preguntas y cobrarles cien dólares la clase... Sonreí.
La noche se pasó bastante rápido cuando empecé a planear cómo convertirme en un profesor de loberos. No es que resultara emocionante, tan solo entretenido. Al terminar mi turno, ya tenía más o menos todo lo que necesitaba, solo quedaba encontrar el lugar donde dar la charla, hacer un poco de publicidad y después cobrar el dinero. De vuelta a casa, me detuve en una farmacia veinticuatro horas a comprar las vitaminas y en un bar a sacar tabaco. Cuando Yeonjun volvió a casa, ya había amanecido y me despertó con sus gruñidos de queja al desvestirse. Se echó sobre la cama provocando un movimiento por todo el colchón y un insulto ininteligible de mi parte. Todavía adormilado y enfadado, me di la vuelta para rodearle con el brazo y la pierna, farfullando otro insulto antes de volver a dormirme.
Despertarse cada tarde se estaba convirtiendo en una especie de infierno para mí. Yeonjun apestaba a Olor a Macho y las feromonas me estaban volviendo loco; por desgracia, el lobo estaba demasiado cansado para cumplir con su parte sin que pareciera que te estaba follando un caniche quejica. Tras correrse por segunda vez, el lobo se derrumbó sobre mí y continuó jadeando hasta que se durmió. Yo miraba la ventana con las cortinas nuevas y movía los labios y apretaba los dientes para tragarme mi enfado y mi frustración. Terminé por apartar al lobo de encima mío e ir al baño a terminar yo solo en la ducha. Todo esto empezaba a ser un problema real. Y lo decía en serio. Una de las poquísimas cosas buenas, quizá la única, que traía cuidar de un Macho, era el sexo; increíble, salvaje, duro y maravilloso sexo lobuno. El hijo de puta de Seokjin había conseguido quitarme incluso eso.
Salí de la ducha con el pelo mojado y una toalla alrededor de la cintura, fui a la cocina a prepararme un café con hielo y sacarme un cigarro de la cajetilla. Lo fumé frente a la puerta de emergencias, mirando la ciudad a lo lejos y murmurando insultos por lo bajo. Al terminar, preparé el vaso de leche de Yeonjun, salí de casa con cara de enfado y fui a hacer los recados del día; cuando volví a casa, Yeonjun ya estaba en el sofá mirando uno de sus programas de bricolaje. Gruñó y levantó la cabeza para llamar mi atención, como solía hacer para que me acercara a darle una caricia o un beso.
—¿Les queda mucho en el almacén? —le pregunté.
—Muchas cosas que llevar —respondió junto con un leve encogimiento de hombros—. Almacén principal de la Manada. Muy grande.
—¿Y tienen que hacerlo ustedes? —insistí—. ¿No pueden contratar a una empresa de mudanzas?
Yeonjun muteó la televisión y giró el rostro para tratar de mirarme de pie a sus espaldas.
—Almacén de Manada. Nadie más puede entrar —me dijo, como si fuera algo evidente.
Levanté la cabeza y miré a Yeonjun por el borde inferior de los ojos. Tenía muchas cosas en la punta de la lengua, muchas sugerencias e insultos, pero me contuve y me di la vuelta para dejar preparado el enorme bol de carne con arroz y verduras del lobo. Yeonjun se levantó con un gruñido de queja, llevándose una mano al lumbar dolorido, y vino hacia la barra del bar, mirándome con cuidado y temiendo que estuviera enfadado con él por alguna razón.
—Yeonjun follar mucho a Beom cuando termine en almacén —me prometió—. Yeonjun cansado ahora. Es el que más cajas carga porque es de los Machos más fuertes —me aseguró, hinchando su pecho y alzando la cabeza.
Saqué una botella de dos litros y medio de agua que había comprado y fui en busca de la caja de vitaminas. El lobo continuó mirándome atentamente, perdiendo poco a poco su pose orgullosa para convertirla en una mueca de preocupación y pesadumbre. Empezó a comer lentamente, con la cabeza gacha y parándose a masticar, lo que quería decir que estaba realmente devastado por no poder cumplir con la cuota de sexo a la que me tenía acostumbrado.
—¿Te gusta más la naranja, la mora o el limón? —le pregunté tras todo un minuto en silencio en el que me había parado a leer las instrucciones de la caja.
—A Yeonjun no le gusta el limón.
—Pues naranja —decidí, dejando el resto de sobres de sabores a un lado para abrir la botella de agua.
En la caja ponía las dosis recomendadas para una mujer, un hombre adulto o un niño; pero no para un hombre lobo. Así que, como había planeado, eché dos sobres enteros en la botella y la cerré para agitarla y disolverlo bien.
—Te vas a llevar esto y te lo vas a beber entero —le ordené, dejando el agua, ahora de color anaranjado, sobre la mesa de bar.
Yeonjun se limitó a asentir y seguir comiendo, mirándome fijamente mientras me preparaba un sándwich y lo comía apoyado sobre la repisa de la cocina. Tenía la vista perdida al frente, hacia los ventanales y las macetas de plantas; Yeonjun quizá creyera que le estaba haciendo «pagar» la falta de sexo, pero realmente yo me estaba esforzando mucho por no pagar mi enfado y frustración con él. Ahora mismo, estar a mi lado era como pasar el rato con una bomba de relojería a punto de explotar. No tenía claro por qué estaba de tan mal humor, pero tenía la sospecha de que, con mi historial, probablemente me hubiera vuelto adicto al sexo y ahora estaba como un yonky al que no le habían dado su chute diario.
—Hoy me iré antes —anuncié, frotándome las manos para quitarme las migas de pan que se me habían quedado pegadas—. Ahí tienes el tupper de esta noche y la botella que más vale que te bebas —añadí, haciendo una rápida señal hacia la bolsa de papel en la que le había dejado todo—. Pásalo bien.
Yeonjun soltó un gruñidito bajo y lastimero, como un cachorro al que iban a dejar solo en casa, pero le ignoré. Recogí la cajetilla de tabaco, el zippo y las llaves antes de salir por la puerta. Alejarme del lobo era solo uno de los motivos de mi marcha; antes de entrar a trabajar tenía que pasarme por una iglesia católica del centro para preguntar si tenían aulas libres para mis charlas semanales. No iba a alquilar un local cuando podía pedir horas gratuitas allí, siempre que fuera algo «social e instructivo».
—Quiero un aula para los viernes a la noche —le solté a la primera monja que me encontré.
La señora me miró de arriba abajo tras sus gafas de pasta y cristales gruesos. Arrugó su pequeña nariz de bruja y puso una mueca de asco que no se molestó en esconder. Quizá fuera mi peste a lobo o mi aspecto, pero estaba claro que yo no le gustaba lo más mínimo.
—¿Eres de la congregación, hijo?
—No.
—Lo siento, pero las aulas están reservadas solo a miembros de la iglesia.
Sabía que eso era mentira porque lo había leído en internet.
—Es para Alcohólicos Anónimos —mentí.
—Ya tenemos una reunión semanal de A.A. ¿No te lo ha dicho el señor Lee?
—Me habré equivocado, entonces. Voy a llamarle y a preguntar —me di la vuelta y me fui de allí.
Saqué un cigarro nada más llegar al aparcamiento, lo encendí y solté el aire hacia arriba, ignorando las miradas de otro grupo de monjas que estaban haciendo algo en el jardín de al lado. Todavía tenía una opción B en caso de que lo de la iglesia no funcionara.
—Quiero un aula para los viernes a la noche —le solté a la bibliotecaria que estaba tras la mesa de recepción.
La mujer apartó la mirada de la pantalla del ordenador, me miró, parpadeó y después recordó que estaba esperando una respuesta.
—Oh, perdona. Sí... emh... ¿eres socio de la biblioteca?
—No.
—Las salas de estudio son solo para socios —puso una mueca de circunstancias y entonces añadió—. De todas formas, hay una lista de espera. Ahora comienzan los exámenes de recuperación y todos están llenando el horario —y trató de sonreír, aunque se quedó a medio camino entre una sonrisa y una extraña mueca—. Si quieres, puedes ir a la primera planta y sentarte en una de las mesas grupales.
Chasqueé la lengua y me froté el puente de la nariz entre el dedo índice y pulgar. No me molesté en responder, me di la vuelta y me fui de camino al trabajo. Que las cosas en mi vida no fueran como yo quería, ya era casi una tradición. Cuando llegué quince minutos tarde al edificio, otro post-it me estaba esperando en la mesa de conserjería, el mismo del día anterior con la misma nota. Simplemente lo habían recogido del suelo y lo habían vuelto a poner allí. Lo miré, lo cogí, hice una pelota con él y lo tiré a la puta basura. Me puse el mono y me fui a la sala de descanso a sacarme una Coca-Cola fría y un sándwich. Aquello era todo lo que haría esa noche.
Me había dejado el móvil en casa, así que no tenía más forma de entretenerme que la vieja televisión y mis pensamientos. Casi me había quedado dormido cuando oí el timbre de la puerta. Me incorporé de un salto, más por la sorpresa que por el interés, y miré el monitor de las cámaras de seguridad. Había un hombre en la entrada con una pequeña carreta con cajas. Fruncí el ceño y me levanté para ir hacia allí. Cuando aparecí en su campo de visión, en la penumbra de la entrada, el hombre me saludó con la mano y señaló las cajas como si eso tuviera que significar algo para mí. Por costumbre, me llevé la mano al bolsillo, pero no encontré nada allí. Me había olvidado también la navaja en mi chaqueta.
Por suerte, solo tuve que acercarme lo suficiente para que él sacara una identificación y la pegara a la puerta de cristal, demostrando que no era más que un repartidor. La foto concordaba con su cara redonda, su pelo oscuro y sus ojos claros, el nombre era estúpido y había incluso un sello a un lado. Era un carnet tan malo y cutre que no podía ser falso. Asentí con la cabeza y usé la tarjeta magnética para abrirle la puerta.
—Buenas noches, soy Minhyun, el chico de las máquinas expendedoras —se presentó con una sonrisa algo nerviosa.
—Yo soy el conserje —respondí.
—Sí, eso espero —y se rió, como si su propia broma le hubiera hecho gracia.
Le sostuve la puerta para que no tuviera problemas al pasar con la carretilla y después la cerré, siguiéndole por el pasillo. Ya conocía el trayecto, así que no era la primera vez que había entrado en el edificio.
—¿Eres nuevo?, ¿no está Woojin? —me preguntó cuando llegamos a la sala de descanso.
—No. Le estoy cubriendo las vacaciones.
—Ah... ¿ese viejo al fin se ha tomado vacaciones? ¿Le han obligado o qué? —y volvió a reírse mientras se sacaba un manojo de llaves del bolsillo.
Me acerqué a una de las mesas, me senté y me saqué un cigarro. No era necesario que yo estuviera allí mirando todo lo que el hombre hacía, pero tampoco tenía nada más entretenido que hacer. Así que me quedé. El repartidor, Minhyun, resultó ser una compañía bastante entretenida. Era de esas personas que no paraban de hablar porque les incomodaba el silencio, así que para cuando terminó de rellenar los huecos de las máquinas expendedoras, yo ya conocía la mitad de su vida e incluso los problemas que tenía con su novia, Doyeon. Le acompañé de vuelta a la salida y me despedí con un gesto de la mano y un simple «nos vemos».
Al terminar mi turno, tomé uno de los primeros autobuses de la madrugada que iban del extrarradio hasta el centro para recoger a los trabajadores. Me dejó a escasos veinte minutos de casa, lo que era mejor que pasarte hora y media andando y sin una navaja con la que protegerte. Entré en el apartamento y me quité la camiseta sudada para dejarla a un lado e ir directo a la cocina por algo frío que beber mientras me fumaba el último cigarro. El móvil todavía seguía sobre la mesa de bar, allí donde lo había dejado, con una luz parpadeante que indicaba algún tipo de notificación. Me senté en frente y me abrí la cerveza antes de deslizar la pantalla y descubrir que tenía tres llamadas perdidas de un número que no reconocí. No creía que fuera Yeonjun, porque él nunca me llamaba, así que apagué la pantalla y disfruté del cigarro en la penumbra antes de echarme a dormir.
Cuando me desperté froté el rostro contra un pecho y gemí por lo bajo de puro placer. Sin si quiera pensarlo, fui besando la piel caliente hasta alcanzar unos labios carnosos. El lobo gruñó y enseguida sentí lo rápido que se estaba poniendo duro. Yeonjun iba a moverse para sepultarme bajo su cuerpo, de espaldas, pero no le dejé. Incluso adormilado, cachondo y poco consciente, sabía que si le dejaba hacer aquello iba a resultar en otro polvo de mierda. Así que preferí quedarme yo encima. Montar a Yeonjun era como tratar de domar un potro salvaje, y no lo digo como algo poético o erótico, lo digo en serio. Al lobo le gustaba tener el control del ritmo, la intensidad y las posturas en las que quería follarme para poder morderme y agarrarme a placer; pero en esa postura le resultaba muy difícil hacerlo. No dejaba de removerse inquieto, ponía muecas de rabia y frustración, gruñía, me apretaba la cadera o tiraba de mis muñecas mientras trataba de mover la cadera y follarme como él quería.
—¡Joder, Yeonjun! —le terminé gritando, porque me estaba jodiendo el polvo por completo con su estúpida lucha—. ¿¡Quieres parar de una puta vez!?
El lobo gruñó más alto y me enseñó los dientes. Me agarró con mucha fuerza de los brazos y me obligó a tumbarme sobre él. Yo seguí insultándole hasta que me dio la vuelta, me sepultó bajo su cuerpo y me mordió el cuello para taladrarme el culo como un puñetero martillo percutor. Sin piedad y sin pausa. No se detuvo hasta correrse cuatro veces cuando, empapado en sudor y jadeando, se desplomó y sufrió un par de contracciones durante la inflamación. Yo estaba sin aliento, sin vida y sin alma. Todo apestaba a Yeonjun, estaba caliente y era pesado. Me encontraba en una nube de inmensa calma y felicidad. A eso me refería cuando hablaba de buen sexo lobuno.
Tras los cinco minutos que duró la inflamación, aparté al lobo como pude y fui medio tambaleándome al baño. Las piernas todavía me temblaban un poco, tenía el abdomen manchado de mi propio semen y notaba el trasero dolorido y empapado, pero había merecido la pena. Me di una ducha fresca y gemí de placer antes de salir del baño con una ligera sonrisa en los labios, directo a la cocina para encenderme un cigarro y hacerme un café con hielo. Apoyé la espalda en la pared de ladrillo al lado de la puerta de emergencia y eché el humo a un lado, mirando a lo lejos, tras la puerta abierta de papel de arroz, donde se podía ver parte del cuerpo desnudo de Yeonjun sobre la cama. De pronto me pregunté qué hubiera pasado si nunca le hubiera conocido. Si nunca hubiera ido aquel día al Luna Llena con Joohyun, o si Yeonjun no hubiera estado aquella noche o se hubiera marchado a los baños con otro humano. Probablemente seguiría trabajando en la Wondering Shop para el señor Wong, volviendo a una casa vacía y sin plantas, ni televisión enorme, ni máquina de café último modelo; un apartamento que no apestaba a lobo y que era solo mío y de nadie más. No tendría que preocuparme de un estúpido Macho, seguiría a lo mío, sin puñeteras Manadas ni complicaciones. La misma vida precaria y simple que antes...
Entonces me pregunté: ¿Realmente echaba eso de menos? Ladeé la cabeza y fumé otra calada del cigarro. No. No lo echaba de menos. Extrañaba algunas cosas, pocas, pequeñas cosas; pero la idea de volver al pasado no me atraía en absoluto. Ahora tenía a Yeonjun y eso, por alguna razón, me gustaba mucho.
Entonces me pregunté: ¿Ahora yo era feliz? ¿Yeonjun me hacía feliz?
Solté una bocanada de humo y negué con la cabeza, sintiéndome un completo imbécil por estar pensando eso. Tiré el cigarro por la puerta de emergencia y la cerré, yendo a la cocina para prepararle la leche con hielo a Yeonjun. La dejé en la mesilla al lado de la cama en la que se había quedado dormido tras follar. El aire del ventilador removía suavemente su cabello anaranjado, arrastrando su olor por toda la habitación con cada batida. Me incliné para darle un beso en los labios y él entreabrió los ojos, ronroneando por lo bajo y sonriendo.
—Pásalo bien —murmuró.
Se me escapó un bufido y una sonrisa, cogí aire y volví a negar con la cabeza.
Puto Yeonjun.
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