Chapter 40: El exilio: se me da bien.
Aquella noche parecía que sería tan larga y aburrida como el resto. Al terminar mis tareas del sábado, fui a por una Coca-Cola a la sala de descanso y volví a conserjería para sentarme en la silla vieja y cochambrosa, sacarme un cigarro y encender la tele. Tras casi diez minutos pasando canales, me rendí, dejando un aburrido documental sobre la sabana que, por alguna razón, estaban emitiendo a las dos y media de la madrugada. Cuando me di cuenta de que me había quedado dormido, bajé las piernas de encima del escritorio y me incliné hacia delante, apoyando los codos en las rodillas y frotándome el rostro. Yeonjun y yo habíamos madrugado aquel día para llegar a primera hora de la tarde a la puñetera fiesta, así que estaba más cansado de lo habitual y necesitaba algo para mantenerme activo y despierto. Mi primera idea fue ir a por un café y, la segunda, fue abrir la taquilla rota para coger el móvil.
Era nuevo, grande y con línea e internet gratis, al menos para mí, ya que no era a mi dirección a la que llegaban las facturas. Así que pensé en echarle un vistazo y descargarme algún juego que al menos pudiera mantenerme entretenido. Hasta el momento, solo había deslizado la pantalla con la foto de la noche en el desierto para ir a la agenda y borrar los números de la Manada, y, cuando pasé la página inicial para mirar lo que había instalado allí, me encontré con algo que no me esperaba. Había muchas apps, cubriendo la primera pantalla adicional y la segunda: la mayoría de ellas eran sobre ejercicios de relajación, meditación o incluso agendas para organizar los pensamientos y tener «las ideas claras». También había algunas sobre cómo superar la soledad, aprender a ser más «sociable» e incluso Inteligencia Emocional. Les eché un vistazo a todas, leyendo los nombres y pasando de una página a otra mientras pensaba.
Namjoon había configurado el smartphone para mí, sabiendo que, en algún momento, vería todo aquello. Así que había mandado un sutil mensaje, o no tan sutil, para decirme que debería relajarme, pensar las cosas y aprender a ser más sociable y abierto con los demás. Por pura curiosidad, fui a la única app de imágenes y vídeos que estaba instalada entre toda aquella bazofia. En la galería había una sola carpeta con imágenes, titulada «Yeonjun y la Manada». Lo que vi allí no era lo que esperaba. Creía que Namjoon sería tan tonto como para llenar aquello de fotos felices de la Manada en mitad de sus fiestas a las que no me invitaban, para que viera lo bien que se lo pasaban todos juntos. Sin embargo, eran imágenes en las que siempre salía Yeonjun por algún lado, solo o rodeado de otros Machos. Había algunas que parecían más antiguas, unas en las que mi lobo parecía mucho más serio y perdido. Un Yeonjun más junto a un Seokjin sonriente y un Namjoon con patillas. Fruncí el ceño y ladeé la cabeza, porque había algo extraño en esa foto; además de lo obvio, quería decir. El Yeonjun que miraba a la cámara, no parecía el lobo que yo conocía. Pasé las imágenes, encontrándome con todo tipo de momentos: robados en mitad del trabajo, comiendo, en el auto, en las fiestas, en sitios que no reconocí, en el río, en el Luna Llena e incluso en otros locales de la Manada. Algunos me hicieron sonreír, porque se notaba que a Yeonjun no le gustaba que le sacaran fotos y casi siempre se las tomaban en momentos que no se esperaba. En otras, salía en mitad de otro grupo de lobos de los que conseguí reconocer algunos. Tenía muchas con Seokjin, pero eso no era lo más extraño, lo extraño era que casi siempre sonreía. Yo jamás lo había visto hacerlo, porque a mí solo me miraba con cara seria e intimidante.
Al terminar de mirar las casi treinta imágenes, había un vídeo corto. Yeonjun estaba sentado en una mesa con un enorme cubo de tupper repleto de carne de pavo en salsa. Lo estaba comiendo como comía siempre, como un puto animal, manchándose la boca y la barbilla y sin apenas masticar entre bocado y bocado. Se podía oír su leve ronroneo de placer de vez en cuando, seguido de una risa baja mientras la cámara temblaba un poco.
—Yeonjun —le llamó la voz grave de Namjoon tras el móvil. El lobo le miró sin dejar de masticar—. ¿De dónde has sacado eso?, ¿nos das un poco al resto?
Él gruñó y rodeó el cubo de carne con un brazo para protegerlo del resto de lobos como si se lo quisieran quitar, lo que provocó una risa más alta de Namjoon y algunos otros Machos que estaban alrededor.
—¿Es de tu nuevo humano? ¿Otra vez? —le preguntó un lobo que no conocía—. ¿O te lo has comprado en algún lado?
Yeonjun irguió la cabeza e hinchó el pecho con orgullo.
—Beom preparó para Yeonjun —declaró en voz alta para que todos lo oyeran.
—Ese humano te da demasiada comida —le dijo Jinho con una sonrisa—. Dile que no te dé tanta o después no puedes hacer tu trabajo. Anoche casi fuiste rodando hacia el auto.
—No importa si se hace daño, porque también le venda y le echa pomadita en las heridas... —bromeó otro.
—Te está malcriando como a un puto cerdito... —dijo Namjoon con un tono especial, como si quisiera remarcar el hecho de lo bien cuidado que estaba ahora el SubAlfa.
—Sí, pero también se está follando a ese humano como a un cerdito, así que no tiene queja ¿eh, Yeonjun? —bromeó el Macho desconocido con una sonrisa socarrona.
Yeonjun giró el rostro hacia él y produjo un grave gruñido de advertencia. El otro lobo perdió la sonrisa de un plumazo y agachó la cabeza para someterse a la voluntad del SubAlfa.
—Perdona, Yeonjun —se disculpó enseguida—. No lo sabía. No quería ofender a Beomgyu.
El lobo dejó de gruñir, pero se quedó mirando al otro Macho con enfado mientras se llevaba un gran trozo de pavo a la boca.
—Beom cuida muy bien de Yeonjun —dijo en el mismo tono orgulloso—. ¡Así que respetar a Beom! —exclamó.
Todos asintieron y murmuraron algunas afirmaciones mientras su SubAlfa les echaba un rápido vistazo; entonces siguió comiendo y se relajó un poco.
—Beom da mucha comida... pero también deja a Yeonjun muy cansado. Macho necesita recuperar energías... —dijo entonces con una tonta sonrisa y un gruñido juguetón, como una mezcla de placer y excitación.
—Ya, ya lo sabemos... —afirmó Namjoon, porque ahora que Yeonjun había sacado el tema, no era una falta de respeto para el humano hablar sobre ello.
Entonces giró la cámara y apuntó a su rostro.
—Guardaré esto para enseñárselo a Beomgyu algún día y que pueda ver lo imbécil que es su Macho —bajó el volumen hasta casi terminar susurrando—: Bienvenido a la Manada, Beomgyu... —y guiñó un ojo con una sonrisa.
El vídeo terminó ahí. No era mucho, pero había algunas cosas interesantes. Recordaba vagamente cuándo le había metido aquel enorme pavo en el cubo de tupper a Yeonjun, había sido en los primeros meses. El resto de lobos me conocían vagamente, pero estaban empezando a comprender que Yoongi estaba yendo muy fuerte detrás de mí y, por lo mucho que yo le cuidaba, daban por hecho que yo también estaba yendo muy fuerte detrás de él. Namjoon había terminado aquel vídeo con una declaración bastante contundente, diciendo mi nombre porque yo ya no era «un humano», y convencido de que, algún día, yo formaría parte de la Manada. Sin embargo, la razón por la que hubiera incluido todas esas fotos y ese vídeo en el smartphone, se me escapaba. Si su intención había sido hacerme sentir mal, no lo había conseguido. Si solo quería mostrarme lo feliz que era Yeonjun con la Manada, era algo que yo ya sabía.
Me recosté en la silla vieja y la hice crujir bajo mi peso, elevando las piernas para cruzarlas sobre la mesa de conserjería. Repasé una vez más las imágenes, eligiendo mi favorita para ponerla de fondo de pantalla. Después eché otro vistazo a las apps y las fui borrando una a una, deshaciendo el esfuerzo que Namjoon se había tomado al organizar todo aquello. El Beta debió haberse echado un buen tiempo encontrando todas aquellas estúpidas aplicaciones y descargándolas solo para mandarme aquel sutil mensaje; algo que no me pasó por alto. Finalmente, fui en busca de algún juego entretenido en el que poder pasar el rato. Probé unos cuantos, hasta que, a mitad de la noche, oí unos golpes en la cristalera de la entrada. Me levanté sin si quiera mirar quién era y fui con mi tarjeta magnética para desbloquear el cierre.
—¿Qué tal te lo has pasado, fiera? —le pregunté a Yeonjun antes de dejarle entrar.
El lobo se encogió de hombros y se acercó para abrazarme y acariciarme el rostro con el suyo mientras gruñía. Estaba triste, pero no tanto como lo que solía estar al volver de una de las fiestas, así que quizá hubiera habido algún avance y hubiera empezado a comprender que eso era algo que tenía que asumir.
—Goeun dijo a Yeonjun que Beom estaba muy guapo... —murmuró en voz baja—. Bien.
—Te dije que iría a cambiarme —le recordé, cerrando los ojos y aspirando aquella peste a Macho que, día a día, había ido convirtiéndose en mi olor favorito del mundo. Se me escapó un grave gemido de placer y respondí a las caricias del lobo antes de buscar sus labios.
No hizo falta más para que Yeonjun supiera lo que iba a suceder. Aunque no hubiera podido olfatear mi excitación, con verme los ojos, sentir la forma en la que ya recorría sus brazos con las manos o como me estaba empezando a frotar contra su cuerpo; hubiera sido igual de evidente. Empezó a gruñir y mover la cadera, con su entrepierna ya muy abultada. Tiré de él para que me siguiera hacia el cuarto de las escobas y los productos de limpieza, un lugar mágico para un poco de sexo duro y sucio.
—¡Espera un momento, joder! —le grité cuando empezó a dar tirones fuertes al mono para quitármelo, como si se creyera que así se iba a bajar—. ¡Ah, tu puta madre! —grité cuando me dio la vuelta y casi me la metió de un golpe mientras me mordía el cuello, apretándome con demasiada fuerza contra la pared.
Yeonjun se corrió sus cuatro veces de rigor, en cuatro posturas diferentes, pero con la misma intensidad y violencia de siempre. Cuando sufrió la última contracción, abrió mucho la boca y cerró mucho los ojos, como si le doliera, gruñó y me la metió una última vez hasta el fondo antes de caerse sobre mí, contra la pared, desde la que nos deslizamos suavemente hasta el suelo. Entonces se hizo el silencio y la calma. Tardé todo un minuto en conseguir recuperar la conciencia y salir de aquel estado coma en el que a veces caía cuando el sexo era demasiado intenso y abrumador. Me froté la cara y me pasé una mano por el pelo, soltando un resoplido antes de abanicarme un poco el rostro acalorado. El lobo no estaba mucho mejor que yo, todavía jadeante y goteando sudor desde la punta de su nariz o el mentón. Había hecho un gran esfuerzo al mantenerme en el aire mientras me follaba, así que había sido bastante exigente para él. Ninguno de los dos se movió durante toda la inflamación, y, cuando sentí que me liberaba, aparté a Yeonjun de mí, quien había empezado a frotarse y ronronear.
—Vamos por algo de beber —le dije.
El lobo asintió con un gruñido y se levantó al fin, subiéndose los pantalones desde las rodillas y guardándose la polla dentro. Yo no fui mucho más elegante, sintiendo lo empapado que tenía el trasero y las pequeñas heridas que el lobo me había hecho en la parte baja del cuello y los hombros. Le cogí de la mano y le guié hacia la sala de descanso repleta de máquinas de bebidas y snacks. Indiqué uno de los numerosos asientos frente a mesas redondas y bajas y saqué algo de calderilla del bolsillo del mono sudado. A falta de cerveza fría, compré dos botellines de agua para Yeonjun y otra Coca-Cola para mí. Después me dejé caer en el asiento al lado del lobo y le miré.
—¿Qué tal el cumpleaños?
—Bien. Buen cumpleaños, como siempre. Toda la Manada estaba allí, comió y jugó a un par de cosas. Yeonjun comió tarta y se fue antes porque quería estar con Beom.
Asentí un par de veces y bebí un trago de la lata antes de eructar debido al gas del refresco.
—Jongin comió mucho, demasiado... —añadió entonces Yeonjun, frunciendo el ceño con una mueca preocupada—. Beom tenía razón, quizá Jongin pasa hambre.
Miré fijamente los ojos de Yeonjun, pero tardé un par de segundos en preguntar:
—¿Y Seokjin no va a decirle nada a Krystal? ¿O es que solo es condescendiente e insultante conmigo?
Yeonjun gruñó un poco, como hacía cada vez que yo hablaba mal del Alfa.
—Krystal es parte de la Manada ahora, no se puede decir que no cuida bien de su Macho.
—Hay que joderse... —negué con la cabeza y miré hacia las máquinas frente a nosotros—. Llego a dejarte yo sin comer y ya tendría a toda la puta Manada encima y al Alfa llamándome cada dos por tres para insultarme.
—Manada sabe que Beom cuida muy bien de su Macho —dijo él, levantando la cabeza con orgullo mientras inflaba su pecho—. Nadie duda de Beom en eso.
—En eso... —repetí, bufando al oír aquella rotunda y firme afirmación. En eso no dudaban de mí, en todo lo demás, no se sabía—. ¿Namjoon duerme en el Refugio habitualmente? —le pregunté entonces.
Yeonjun apuró sus últimos tragos de la botella de agua y aún tenía los mofletes hinchados y los labios húmedos al responderme con una afirmación.
—Namjoon Macho soltero, duerme en el Refugio con los demás —dijo después.
Asentí un par de veces mientras apartaba la mirada a las máquinas expendedoras, perdido en mis propios pensamientos. Hablar de gente que «dudaba de mí» me había hecho recordar a las personas que no lo hacían, o, al menos, a los pocos que trataban de comprenderme y darme cierto espacio para cometer errores sin mortificarme por ello. Namjoon era uno de ellos, y, por extraño que pudiera parecer, creía que le debía una disculpa por haberle gritado aquella última noche por teléfono. Así que a la tarde siguiente, después de despertarme con sexo lobuno y una ducha fresca, salí de casa a desayunar y hacer los recados diarios, deteniéndome en una pizzería que quedaba de camino a la tienda de comida.
—Quiero cinco pizzas de tamaño familiar, de carne y pepperoni —le pedí a una joven con su uniforme de trabajo y el pelo recogido en una coleta apretada.
Se había quedado mirándome con una cara entre la sorpresa y el nerviosismo desde que había llegado. Quizá fuera por mi aspecto, por mi ropa ligera, mi peste a lobo y los muchos moratones y mordiscos que me cubrían el cuello y los hombros; o quizá fuera mi pelo rubio recién decolorado despeinado, y mi aspecto de chico malo. Fuera lo que fuera, estaba como embobada y tuve que chiscar los dedos un par de veces frente a su rostro para que reaccionara.
—¿Me has oído? —insistí con un tono más duro en la voz.
—Sí, sí, por supuesto... —murmuró a toda prisa, agachando la mirada para teclear en la pantalla que tenía delante mientras se ponía colorada—. Cinco pizzas familiares de carne y pepperoni... —continuó, echándome un último vistazo por el borde superior de los ojos—. ¿A... algo más?
—Sí. Quiero que dibujen una polla con salsa barbacoa en cada pizza y la envíen a esta dirección —respondí, cogiendo uno de los folletos para escribir rápidamente con uno de los bolígrafos que había sobre la mesa de pedidos—. Entrégasela a Kim Namjoon —concluí, sacándome el dinero del pantalón corto para pagarlo todo.
La chica se volvió a quedar mirándome en silencio y con los labios entreabiertos, de mis ojos al folleto y el dinero que le había acercado, pero en esta ocasión la razón de su sorpresa era evidente.
—Si tengo que volver a repetirlo, me iré —dije sin demasiada paciencia.
La chica parpadeó y terminó por coger los sesenta dólares e introducir la dirección que le había escrito en el folleto.
—Más vale que las pizzas tengan la polla dibujada —le advertí con una mirada por el borde superior de los ojos—. Es lo más importante.
—Sí, señor. Las haré yo misma —me aseguró con nerviosismo.
Asentí, me di la vuelta y me fui a recoger la comida de Yeonjun a la tienda. Cuando volví, el lobo ya estaba despierto, tumbado en el sofá, completamente desnudo y con un ventilador a toda potencia. Giró el rostro al oír la puerta y gruñó a forma de saludo, esperando a que me acercara para hacer el mínimo esfuerzo de mover la cabeza, volver a gruñir para llamar mi atención y pedirme una caricia. Dejé las bolsas sobre la mesa de bar y solté aire entre los labios, acercándome para frotarle la mejilla contra la suya como a él le gustaba. Yeonjun ronroneó y sonrió antes de seguir mirando su programa de jardinería y rascándose el pubis con la elegancia que le caracterizaba. Yo todavía me preguntaba qué era exactamente lo que me había enamorado de aquel puto cerdo y la razón por la que ahora hiciera todo aquello por él, pero, al parecer, eso era algo que nunca llegaría a comprender. Simplemente había pasado.
Volví a la cocina, le preparé la comida y le llamé antes de sacarme un cigarro y fumarlo junto a la salida de emergencia. El cielo era de un color anaranjado y rojizo en el horizonte, más allá de los edificios altos de la ciudad. El día había sido caluroso y el aire todavía estaba cargado de un calor agobiante y pesado, señal de que también sería una noche de bochorno veraniego. Por suerte para mí, el edificio en el que trabajaba ahora tenía aire acondicionado.
—Yeonjun tiene mucho trabajo esta semana —me dijo el lobo al terminar de ducharnos tras un poco de sexo apresurado de última hora—, llegará tarde a casa.
Me limité a asentir y secarme el pelo con la toalla antes de tratar de peinarlo frente al espejo del lavabo. Ya me iba haciendo falta otro corte, pero quizá debería dejar de ir a una peluquería de lujo ahora que el dinero estaba empezando a escasear. Cuando estuvimos listos, salimos de casa, pusimos todas las cerraduras y caminamos en silencio hacia el Jeep, donde puse algo de música mientras disfrutaba del aire que me acariciaba el rostro mientras el lobo conducía hacia el centro de la ciudad. Me dejó frente a la entrada del edificio y nos despedimos con un beso rápido y una caricia de mejilla contra mejilla. Yeonjun ronroneó y me dijo:
—Pásalo bien.
Solté un bufido y una media sonrisa antes de cerrar la puerta y subir los escalones con la tarjeta metálica ya en la mano. Aquella noche me esperaba una sorpresa en conserjería, y no se trataba de mi mono de trabajo sudado y apestoso, sino de una nota escrita en un post-it sobre la mesa en el que ponía: «retrete atascado en baño de hombres. Primera planta». La releí una vez más y puse una mueca de asco. Chasqueé la lengua y arranqué la nota de un tirón antes de hacer una bola con ella y tirarla a la basura. Aún con un desatascador en la mano, removiendo un retrete atascado con la mierda más asquerosa y maloliente de la puta ciudad; aquel seguía siendo uno de los mejores trabajos que había tenido en mi vida.
Cuando volví por fin a conserjería después de haberme lavado las manos con jabón durante más de diez minutos seguidos, me tumbé en la silla rasgada, encendí el televisor y cogí el móvil, dando todo mi trabajo de la noche por terminado. No iba a ponerme a encerar los suelos y limpiar los cristales después de aquello, de eso podían estar seguros. Cuando encendí el smartphone, me encontré con dos notificaciones de llamadas perdidas y un mensaje. Deslicé la pantalla y leí rápidamente: «¿Esta es tu forma de pedirme perdón, Beomgyu?», junto a una foto de una pizza con una enorme polla dibujada en salsa barbacoa. Arqueé las cejas al comprobar lo detallada que era. Sinceramente, me esperaba un garabato, pero la chica de la pizzería se había esmerado mucho y había hecho un gran trabajo. Se podía diferenciar el falo del tronco venoso y las pelotas incluso tenían dibujados pelos.
«¿Te la has comido entera, Namjoon?», le pregunté.
«He estado dudando de si lo que querías era insultarme más o pedirme disculpas. Después pensé que, si estuvieras enfadado, habrías pintado estas pollas en mi todoterreno. Así que supongo que estás tratando de disculparte de la manera más infantil e inmadura que has podido encontrar». Respondió en apenas cinco minutos.
«¿Pero te la has comido o no?» Mi insistencia no debió gustarle, porque no respondió a aquel mensaje en veinte largos minutos que me pasé esperando mientras miraba el programa de mierda que echaban por la tele. Cuando terminó, tomé una bocanada de aire y descrucé los brazos para coger de nuevo el móvil. «Demos esto por zanjado, Namjoon. Nuestra última conversación no fue la mejor y yo te he regalado pizzas. Ya está». Le di a enviar y dejé el smartphone a un lado, creyendo que tampoco recibiría respuesta a aquello. Sin embargo, de camino a la sala de descanso vibró en los pantalones de mi mono de trabajo.
«Normalmente la gente deja una nota, Beomgyu. Algo del tipo: lo siento por ser un idiota y un imbécil y haberte gritado sin motivo alguno. O, si lo prefieres: valoro mucho que tengas tanta paciencia conmigo y mis subnormalidades, que me des una oportunidad tras otra, aunque sepa que deberías haberme mandado a la mierda hacía mucho, como el resto de la Manada».
Alcé ambas cejas y me quedé con los labios entreabiertos, después simplemente me pasé la lengua por los dientes y dejé el móvil sobre una de las mesas redondas mientras contaba las monedas. Me saqué un Coca-Cola fría y la dejé a un lado antes de ir a por un paquete de sándwich industrial de lo que, se suponía, era ensalada de pollo. Cuando lo tuve todo, me senté, abrí la lata con un sonoro «clack» y di un par de sorbos. Mi mente estaba bullendo con respuestas que darle al puto Namjoon, cada una peor que la anterior. Le había hecho una pequeña broma para suavizar el ambiente y no convertir aquello en una dramática e innecesaria escenita de disculpa; porque eso no iba a pasar. Creía que Namjoon lo entendería, porque él y yo compartíamos esa clase de relación. Al parecer, me equivoqué, y el lobo estaba mucho más enfadado de lo que me había imaginado.
Al fin cogí el móvil y abrí los mensajes. Escribí un simple: «Relájate» y me quedé mirándolo un minuto entero antes de darme cuenta de que aquello ya no tenía sentido. Así que lo borré y dejé el móvil de vuelta en la mesa antes de recostarme y sacarme un cigarro de la cajetilla. Lo encendí con mi zippo plateado y miré hacia las máquinas expendedoras, soltando una voluta de humo gris al aire. Ya no tenía sentido tratar de discutir con Namjoon sobre si mi disculpa había sido apropiada o no. Había querido disculparme y lo había hecho, si no le había gustado, no era mi problema. El Beta me caía bien, había sido bueno conmigo dentro de lo posible, y eso era algo que no olvidaría; pero, al final del camino, Namjoon era de la Manada.
Una Manada de la que me había exiliado y con la que yo ya no quería estar.
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