Chapter 38: El exilio: bastante tranquilo.
Después de dar por finalizada toda relación con la Manada, comprendí que aquel era un paso inevitable para mí. Iba a pasar sí o sí en algún momento, por mucho que me hubiera resistido a evitarlo. No se puede estar en un punto muerto entre el exilio y la Manada, con un pie en cada lado, porque no tenía ningún sentido; solo servía para comerme la mierda de ambos mundos y no recibir nada a cambio. Así que había que elegir un bando, y como los lobos no me querían con ellos, elegí el exilio.
Yo seguía con Yeonjun, por supuesto, porque era mi lobo y le quería mucho. Cuidaba de él como le había cuidado siempre, cebándole como a un cerdo, mimándole y follando como animales. Era un Macho muy feliz, porque a mí me gustaba que lo fuera; sin embargo, había momentos que le deprimían especialmente, y siempre era por el mismo puto motivo.
—Este fin de semana será fiesta de Goeun —gimió, acercándose a mí para acariciarme el rostro con el suyo y consolarse—. Alfa no deja a Yeonjun ir con Beom...
Le rodeé con un brazo y le acaricié la parte baja de la espalda sin apartar mi mirada del manual que leía para el trabajo.
—Seguro que en la siguiente —le mentí, como hacía siempre, porque el lobo se deprimiría si supiera la verdad—. ¿Tú sabes arreglar una caldera tamaño industrial, Yeonjun? —le pregunté.
El lobo levantó la cabeza y miró el manual antes de negar con la cabeza. Chasqueé la lengua y puse una expresión aceptación en el rostro. Había conseguido un empleo bastante bien remunerado como conserje de unas oficinas del centro, pero había mentido como un cabrón y le había dicho a la mujer de la entrevista que, además de un gran limpiador, era un gran manitas y sería capaz de resolver cualquier problema de fontanería o eléctrico que surgiera. Lo había hecho porque contaba con que Yeonjun pudiera ayudarme con aquello; el problema era que, por lo que ponía en ese manual, aquellas no eran redes de agua y sistemas eléctricos que salieran en los programas de bricolaje que veía el lobo.
—Estoy jodido... —murmuré, pensando en que no dudaría ni una semana allí.
—Beom tendría que venir con Yeonjun, es su compañero...
Cerré el manual y miré al lobo a los ojos.
—Yeonjun, tú sabes tan bien como yo que recuperar la confianza de la Manada es algo jodido. La he cagado mucho, así que tienes que darles tiempo a ellos, a Seokjin y a ti mismo —le dije con un tono serio que él conocía muy bien—. Deja de gemir porque no me invitan a las putas fiestas, me haces sentir mal y sabes lo mucho que odio verte triste. —Me levanté del taburete frente a la barra de bar y cogí un cigarro de la cajetilla—. Irás a ese cumpleaños, le darás el puñetero regalo a Goeun, comerás lo que haya y después vendrás al edificio y echaremos un buen polvo en conserjería. Y se acabó.
Yeonjun gimió un poco, solo un poco por lo bajo, pero cuando le miré, apartó los ojos rápidamente y se calló en seco. Siempre era la misma historia cuando llegaban los eventos de la Manada, y, por supuesto, yo era el único dispuesto a consolar al lobo; al resto les importaba una mierda que él lo pasara mal en aquellas reuniones, sobre todo al querido de su Alfa; ese que, al parecer, tanto le quería.
—¿Beom ha encontrado móvil ya? —me preguntó.
—No, no lo he encontrado —respondí en voz baja, abriendo la puerta de emergencias.
La luz rojiza y anaranjada del atardecer se coló entonces en una brillante columna que iluminaba el fino polvo que flotaba en el aire. No importaba lo mucho que barriera, con las putas plantas y el lobo allí, era imposible tener la casa siempre limpia.
—Creo que me lo han robado —añadí con un encogimiento de hombros.
—Yeonjun puede pedir a Alfa móvil nuevo para Beom.
—¿Por qué no le pides un móvil nuevo para ti? —le sugerí, con la espalda apoyada en la pared de ladrillos y los brazos cruzados mientras fumaba el cigarro—. Ya que tanto lo necesitas.
Yeonjun gruñó como si la idea no le hiciera ninguna gracia.
—A Yeonjun no le gusta tener móvil. No lo entiende. Prefiere que Beom lo tenga y avise a su Macho si le llaman.
Arqueé una ceja y fumé una calada antes de responder:
—¿No lo entiendes?, ¿qué hay que entender? Botón rojo para colgar llamada, verde para aceptarla. Te he visto abrir la agenda y marcar los números, así que sabes perfectamente cómo funciona el puto móvil.
El lobo alzó la cabeza con orgullo y cruzó sus brazos sobre el pecho. Acababa de salir de la cama, así que apestaba a Olor a Macho, y solo llevaba su pantalón ridículamente corto y obscenamente ajustado. Si no hubiéramos acabado de follar hacía apenas media hora, me habría tirado sobre él como un puto puma salvaje.
—Yeonjun quiere que Beomgyu tenga móvil —declaró con su tono serio de SubAlfa—. Quiere poder llamarle y que llame a su Macho o Manada si lo necesita.
—He dicho que no —concluí, dando el tema por terminado.
Hacia semana y media que había reventado el móvil contra el suelo del asfalto y, en todo aquel tiempo, no había tenido que volver a recibir ninguna de las llamadas ni mensajes de la Manada, ni tener que ver a ningún otro lobo que no fuera el mío. Por supuesto, había mentido a Yeonjun y le había dicho que lo «había perdido» en algún lado, porque la otra opción era «me he cansado de la puta Manada y les pueden dar a todos por el culo».
—Beom tendrá móvil —gruñó Yeonjun, acompañando sus palabras de un sonido ronco y enfadado. Esta vez, ni siquiera mi mirada seria y cortante le detuvo, así que debía tratarse de alguna de las exigencias del lobo; una como «cama tiene que oler a Yeonjun».
—Vístete —le ordené tras un breve silencio, decidiendo si aquella era una guerra que merecía la pena luchar en ese momento—, tenemos que ir a hacer los recados antes de que anochezca y vaya al trabajo.
El lobo se dio la vuelta, todavía con la cabeza levantada y su postura orgullosa, andando con largos y pesados pasos. Miré como se alejaba, su pálida espalda ancha y su apretadísimo culo de nalgas grandes y perfectas; Yeonjun no tenía ni idea de la suerte que tenía de gustarme tanto como para soportar sus mierdas. Si la gente creía que era duro con él, era porque no me habían visto con otros hombres.
Yeonjun continuó enfadado y con cara seria todo el camino hacia la cafetería donde desayunábamos ahora, no tan buena como la anterior, pero con clientes igual de poco discretos. Tras aquello nos pasamos a por la comida y volvimos a casa; una siesta y un polvo después, ya estábamos listos para comenzar la noche de trabajo. El lobo me dejó a las puertas del edificio de oficinas del centro y gruñó a forma de despedida, algo suave y grave acompañado de una mirada rápida. Estaba más enfadado que molesto y quería dejármelo bien claro, rozando esa fina y frágil línea que ponía el límite a mi paciencia.
—Más te vale que al volver no estés así —le advertí, cerrando la puerta de un golpe seco.
Me di la vuelta y saqué un cigarro mientras cruzaba la carretera e iba hacia el edificio. Me habían dado una llave especial con forma de tarjeta que tenía que deslizar por un lector electrónico para poder abrir la puerta acristalada. Solo funcionaba allí y en la de conserjería, vetándome el acceso a los pisos superiores de las oficinas; las cuales tenían a sus propios limpiadores. Yo era solo un contratado del propio edificio y me movía por el piso más bajo, así no había problemas ni me culparían en caso de que «faltara algo» o «desapareciera algo». Aquella noche era la primera que estaba solo, ya que el hombre octogenario de fuerte acento al que al parecer estaba supliendo en vacaciones, se había molestado en enseñarme los básicos y normas del lugar antes de marcharse.
Lo primero que hice fue ir a conserjería, ponerme el mono de trabajo por encima de la ropa e ir a por la pulidora para darle brillo a las baldosas de la entrada, porque era lo que ponía en la lista de cosas que había que hacer los miércoles. Aunque muy aburrido, no era diferente al resto de trabajos que había tenido, con la diferencia de que no tenía que soportar a clientes ni a lobos que vinieran a molestarme y a pedirme comida. No había nada allí que pudiera interesarles, así que no venían a verme. Por eso y porque le había ordenado a Yeonjun que no les dijera dónde trabajaba ahora.
(...)
—Machos preguntan a Yeonjun por Beom. Bien —me había respondido con sorpresa.
—No quiero que los lobatos me jodan este trabajo, Yeonjun.
—Lobatos no van a volver a molestar a Beom si no quieren que Yeonjun se enfade de verdad... —me aseguró.
—No se lo digas —había terminado ordenándole con tono serio—. O me enfadaré.
Así que mis noches habían vuelto a ser bastante tranquilas y simples, como cuando trabajaba en The Wondering Shop. Solo tenía que hacer mis tareas y después disfrutaba del resto de la noche libre para sentarme en conserjería, mirar la pequeña tele que había allí y contestar algunas llamadas de urgencias que pudieran llegar a esas horas de la madrugada. Cuando terminaba mi turno, me quitaba el mono y lo dejaba en la taquilla antes de salir por la puerta y reunirme con Yeonjun en el Jeep. Miré al lobo un par de segundos con expresión seria, conteniendo la excitación que me produjo aquel repentino golpe de su Olor a Macho. Quise comprobar si seguía con aquella actitud molesta y orgullosa, como parecía más tranquilo y me recibió con un gruñidito feliz, subí al auto y le comí la boca y la polla.
—¿Te ha llenado la comida del tupper? —quise saber de camino a casa, fumando por la ventanilla abierta mientras disfrutaba del aire templado que entraba.
—Yeonjun no quedó tan lleno como siempre —reconoció.
Chasqueé la lengua y solté el aire.
—Como vuelvan a tener otro fallo como ese, busco otro local de comida para llevar —le aseguré.
Ya me había enfadado bastante aquella tarde cuando me habían dicho que habían entregado mi arroz con carne a otro cliente por error y habían tenido que hacerlo de forma apresurada, pero en menor cantidad. Yo me había quedado mirándoles con mala cara y me había negado a pagarles aquel plato que era casi la mitad de lo que me llevaba normalmente. Al menos el resto del pedido estaba bien y, al llegar a casa, pude ponerle una bandeja con el pequeño cerdo al horno de cinco kilos. Yeonjun gruñó con profundo placer y lo devoró a grandes mordiscos, manchándose la boca y la barbilla de grasa. Yo me hice un sándwich y fui a la puerta de emergencias a fumar, como cualquier otra mañana, esperando a que el lobo terminara su cena antes de acompañarle a la cama.
El jueves siguió el mismo patrón, exceptuando que empezó a hacer calor de nuevo y el lobo prefirió quedarse en la Guarida con los ventiladores mientras yo iba a hacer los recados. Volví con las manos cargadas de bolsas, sudado, acalorado y con un corte de pelo. Yeonjun me miró desde el sofá y empezó a gruñir, levantándose casi de un salto para llevarme en brazos hacia la cama. No fue algo que me pillara de sorpresa, así que le rodeé las caderas con las piernas y el cuello con los brazos mientras le besaba, hundiéndole la lengua hasta la garganta.
Tras cuatro buenas corridas de lobo, una inflamación de cinco minutos y muchos mimos y ronroneos, al fin pude ir a darme una ducha fresca, disfrutando de aquella sensación de calma y satisfacción que siempre me dejaba el sexo con mi Macho. Por desgracia, al llegar a la cocina vi algo que no quería ver.
—¿Qué es esto, Yeonjun? —le pregunté, levantando una caja blanca con la imagen de un móvil de último modelo que había sobre la barra de madera.
El lobo se puso tenso nada más oír el tono de mi voz, alzó la cabeza y se llenó de orgullo antes de gruñir.
—Yeonjun SubAlfa de Manada. Es importante que esté bien comunicado ahora que tiene Guarida y ya no vive en Refugio. Yeonjun pidió el móvil a Alfa.
—Ah, entonces es para ti —dije, en un tono más calmado, mirando la caja con otros ojos—. ¿Todos tienen un móvil tan caro? —le pregunté antes de dejarlo a un lado para ir a por la bandeja de comida—. Compraremos una buena funda para que no lo rompas en dos días haciendo uno de tus... trabajos.
Yeonjun se sentó en el taburete frente a la barra de madera, todavía vigilante, pero más calmado al ver mi reacción tranquila.
—Namjoon se encarga de comprar móviles y ordenadores de Manada, le gustan mucho esas cosas. Aconsejó a Yeonjun con televisión y equipo de música —me explicó, mirando fijamente los chuletones de cordero todavía calientes y bañados en salsa.
—¿Namjoon? —fruncí el ceño y entonces sonreí—. No sabía que era un friki de la tecnología.
El lobo asintió, pero ya tenía la bandeja delante y no quise hacerle sufrir y obligarle a tener que hablar mientras comía, así que el dejé tranquilo, me senté a comerme el emparedado junto a él y después me llevé un café con hielo a la puerta de emergencia para fumarme un cigarro. Yeonjun terminó tan lleno que cayó redondo en el sofá, gruñendo para que le acercara el mando de la tele y metiéndose la mano dentro del pantalón corto para rascarse la entrepierna. Le llevé el mando y uno de los ventiladores de la habitación para que le diera un poco de aire; en menos de un minuto ya estaba dormido y roncando.
Recogí la bandeja de la barra y limpié los restos que habían quedado, terminando por pasar un paño a la mesa y volver a mirar la caja del smartphone. La abrí por pura curiosidad y miré el móvil negro y fino con una pantalla tan grande como mi mano. Pulsé el botón de encendido y la pantalla se iluminó, mostrando la imagen de un cielo estrellado sobre las dunas del desierto, la hora y el día. Arqueé las cejas con sorpresa, porque no me esperaba que ya estuviera configurado y preparado; porque era justo lo que iba a hacer en aquel momento, consciente de que Yeonjun no iba a hacerlo por sí mismo. Entonces caí en la cuenta de que, si Namjoon se lo había comprado, probablemente se lo hubiera entregado con todo preparado.
Dejé el smartphone de vuelta en la caja y me reuní con el lobo en el sofá, masajeándole el pelo de forma distraída mientras cambiaba los canales de la televisión en busca de algo entretenido para pasar el tiempo hasta que Yeonjun se despertara cachondo y quisiera follar; lo que pasó hora y media después. Tras la inflamación, ambos nos dimos una ducha rápida y nos preparamos para salir de casa: Yeonjun con el tupper y el móvil y yo con las llaves para echar las dos cerraduras. Saqué un cigarro al subir al Jeep y abrimos las ventanillas, dejando que el aire nos agitara el pelo y nos refrescara en aquella calurosa noche de principios de Agosto. Cuando llegamos al centro y el lobo aparcó un momento el Jeep para que me bajara, me incliné a darle una caricia frotando mi rostro contra el suyo, Yeonjun ronroneó y dije:
—Beom se va.
—Beom olvida el móvil —me recordó, cogiendo el smartphone del apoyo especial del auto para entregármelo—. Yeonjun no lo necesita si ya está con Manada.
Miré su mano extendida hacia mí y después sus ojos. Se produjo un breve silencio en el que pensé detenidamente si el lobo se creía que yo era tan tonto como para caer en un truco tan malo. Entonces gruñó un poco y puso una expresión de orgullo y cabeza alta.
—Yeonjun quiere que Beom tenga móvil. —No necesité decir nada, el lobo solo tuvo que mirar mi rostro para gruñir más alto—. Beom tiene que obedecer a su Macho en esto, o Yeonjun se enfadará mucho.
—Entonces yo me enfadaré más —le aseguré.
El lobo gruñó, llegando a mostrarme los dientes y abrir los ojos, pero fue apenas un momento antes de dejar el smartphone de vuelta a su sitio y girar el rostro para no tener que mirarme a la cara. Yeonjun iba en serio aquella vez, nunca se ponía así a no ser que fuera una de esas cosas que no iba a pasar por alto. Chasqueé la lengua y cogí el móvil del apoyo para llevármelo conmigo antes de cerrar la puerta de un golpe seco que retumbó por toda la calle. Atravesé la carretera y saqué la tarjeta magnética del bolsillo para abrir la puerta. Todavía estaba farfullando por lo bajo y con los dientes apretados cuando llegué a conserjería y tiré el puto smartphone a la basura. ¿Yeonjun no lo quería? Bien, yo tampoco. Si necesitaba un móvil ya me lo compraría yo mismo. Me puse mi mono de trabajo y fui en busca del cubo y la fregona. Dos horas después, terminadas mis tareas y tras un merecido descanso en la sala del café, volví a conserjería y me tiré en la vieja silla de oficina, con la tela rajada en algunas partes en las que se podía ver la espuma amarillenta que la llenaba. Encendí la tele y dejé los pies cruzados encima de la mesa, sacándome un cigarro del paquete antes de encenderlo con el zippo. Se suponía que allí no se podía fumar, pero tampoco había nadie para evitar que lo hiciera. Entonces empecé a oír un zumbido bajo. Fruncí el ceño, inclinándome hacia delante para ver si procedía de la pantalla o de la mierda de programa que estaba viendo; pero no era de allí. Giré el rostro y miré la taquilla metálica con el número dos impreso en negro. Me levanté y la abrí, por si alguna mosca se había quedado atrapada y el eco del metal estaba haciendo reverberar el zumbido de sus alas; pero no era eso. Me giré y eché un rápido vistazo a la pequeña sala de ventanas que era la conserjería. Soltando un «ah...» al comprenderlo. Me acerqué a la basura y cogí el cubo para mirar el interior. El móvil estaba encendido y vibraba, produciendo un zumbido contra la bolsa negra y el plástico.
No lo cogí al momento, sino que me quedé mirándolo con una expresión muy seria, casi enfadada. No podía ser la Manada la que estuviera llamando, porque Yeonjun ya estaba con ellos, así que debía ser el propio Yeonjun. Quizá quería comprobar que yo aún tenía el smartphone, que no había tirado seiscientos dólares a la basura nada más llegar al trabajo solo por puro orgullo, para así poder seguir enfadado al volver a casa. Él me conocía lo suficiente para saber que podía hacer esa clase de cosas. Lo peor era que había acertado de lleno.
—¿Qué carajos quieres, Yeonjun? —le pregunté tras sacar el teléfono de la basura para aceptar la llamada—. No he tirado el puto móvil a la basura, tranquilo.
—Espero que no, Beomgyu, es un móvil muy caro que Yeonjun me ha pedido para ti —respondió una voz grave.
Cerré los ojos y cuando los abrí tomé una bocanada de aire.
—Hola, Seokjin —le saludé tranquilamente, cambiando por completo el tono de mi voz—. Yeonjun no está aquí.
—Lo sé. Quería hablar contigo, si tienes un momento.
—Claro —murmuré, caminando hacia la silla rota para sentarme y apoyar de nuevo los pies en la mesa.
—Yeonjun me dijo que habías perdido el móvil tras nuestra última charla, pero quiso esperar un poco a ver si lo encontrabas. Supongo que no has tenido suerte... —otra vez sus pequeñas burlas, aquel giro ácido en su voz, como si no creyera lo que decía y sospechara que había mentido. Que fuera cierto no cambiaba el hecho de que fuera desagradable oírle.
—No, no he tenido suerte.
Gruñó tras la línea, un sonido bajo y más agudo que significaba entendimiento y sorpresa.
—Viniendo de una persona como tú, Beomgyu, llegué a creer que lo... habrías tirado a la basura para no tener que volver a recibir llamadas de la Manada.
A veces era increíble lo predecible que yo podía llegar a ser.
—No, solo lo perdí.
—Ya. —Seokjin no me creyó—. ¿Y qué te parece el que te hemos regalado? —preguntó, porque al Alfa le gustaba reírse de mí en mi puta cara—. Es una especie de compensación de parte de la Manada por los problemas que te han ocasionado los lobatos y por las noches que has tenido que pasar en la comisaría por su culpa.
—Gracias, es todo un detalle.
—¿Le has echado un vistazo?
—No, no he tenido tiempo.
—Lo eligió Namjoon y lo configuró para ti, ha puesto en la agenda algunos de los números de la Manada, incluyendo el mío, por si necesitas volver a llamarme o contarme algo importante.
—Gracias.
Hubo un breve silencio, porque yo no sonaba como siempre y Seokjin no era idiota. No es que mi voz tuviera un tono sarcástico u ofensivo, por eso no había reaccionado al principio; no, simplemente sonaba vacío, como una conversación de ascensor, como si nada de lo que pudiera decirme fuera a conseguir ningún tipo de respuesta en mí. Ni mala ni buena.
—No damos nuestros números privados a gente que está fuera de la Manada —me recordó, recalcando el hecho de que aquello era especial y que debía tenerlo en cuenta—, pero hemos hecho una excepción en tu caso, solo porque eres el humano de Yeonjun.
—Por supuesto. Gracias.
Otro breve silencio después, preguntó con un tono más serio y seco:
—¿Esta noche tampoco estás de humor para charlar, Beomgyu?
—Sí, te estoy escuchando —respondí—. ¿Por qué?
—Por nada —murmuró—. Ten cuidado con el móvil, Beomgyu, porque si lo pierdes no te vamos a dar otro nunca más —y colgó sin esperar a mi respuesta.
«No te vamos a regalar nada más ni te vamos a dar otra oportunidad para poder estar en contacto con la Manada, así que elige si quieres volver a echarlo todo por la borda y escupirnos a la cara, Beomgyu», me había dicho entre líneas, usando la Sutileza de los Lobos, esa que a veces era complicada y difícil de percibir y entender; más aún si te estaban dando regalos con una mano mientras te abofeteaban con la otra. Si lo mirabas con perspectiva, aquello era una gran señal. Seokjin me había llamado para darme una pequeña oportunidad, una pequeña muestra de interés, un pequeño paso hacia delante, una pequeña prueba del Alfa y la Manada para comprobar si yo volvía a comportarme como un imbécil y a despreciarles. Esta vez de una forma discreta y no en mitad de una bolera llena de gente, con un móvil y la oferta de poder contactar con ellos en caso de necesidad y el compromiso de que ellos pudiera hacer lo mismo conmigo.
Yo sabía todo esto cuando deslicé la pantalla del smartphone y fui a la agenda. Era muy consciente de la mano que me habían tendido cuando miré los números guardados «Namjoon. Taehyung. Seokjin». Y, finalmente, «Refugio». Yo sabía que eran pocos, pero que significaban mucho mientras los seleccionaba uno por uno. Sabía que aquella era una buena oportunidad para demostrar que lo de la bolera solo había sido un error cuando pulsé el botón BORRAR y desparecieron todos de golpe.
Sí, yo era totalmente consciente de aquello, pero ya era tarde. Me había pasado dos meses y pico ayudándoles, frustrado y enfadado, y ellos habían decidido darme un pequeño premio ahora, cuando ya no me importaba. Sonreí y dejé el móvil a un lado. Casi parecía un puto chiste, casi parecía que se estaban riendo de mí, esperando a ese preciso momento en el que yo ya había perdido toda esperanza para darme algo que yo ya no quería. Me crucé de brazos y me recosté en la silla, mirando la pantalla de la televisión.
Yo no había perdido a la Manada. La Manada me había perdido a mí.
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