Chapter 35: Los lobatos: vengándose.
—Hola, tengo una entrega para: «soy un lobo con los huevos enanos y que solo se corre una vez» —dije bien alto cuando respondieron al megafonillo de la puerta.
—¿Eres Beomgyu, el pizzero? —preguntó alguien con la voz ronca.
—Sí, soy yo. Beomgyu, el pizzero... —murmuré no con demasiada alegría.
Se oyó un corto y las puertas de rejas de la nave industrial se abrieron para que pudiera pasar con mis ocho pizzas tamaño familiar apiladas entre las manos, evitando los charcos de barro que había a la entrada. De una de las puertas metálicas iluminadas por una sola bombilla, salió un hombre bastante intimidante y con una cicatriz en la cara, pero era tan solo un humano. Me hizo una señal al interior y mantuvo la puerta abierta para que cruzara, después me guio por un pasillo estrecho que no me hizo ninguna gracia, hasta que empecé a notar un olor a lobo y alcanzamos una de las salas con vistas al interior de la nave.
—Hola, tengo una entrega para: «soy un lobo con los huevos enanos y que solo se corre una vez» —repetí, bastante relajado al ver allí a algunos solteros de la Manada. Por un momento, había temido que aquello hubiera sido una trampa.
—Ha llegado tu pizza, Wooshik —anunció Taehyung, sentado en el sofá.
—¿Eres tú el lobo con los huevos enanos y que solo se corre una vez? —le pregunté a Wooshik, que me respondió con un profundo gruñido de enfado mientras el resto se reían.
—Ten cuidado, Beomgyu —me advirtió—, no deberías insultarnos así... otra vez.
Solté un murmullo desinteresado junto con una expresión indiferente, me acerqué a la mesa baja donde tenían apoyados un par de carpetas y folios y dejé allí la montaña de pizzas. Allí también había dinero, aunque no el suficiente para pagar los noventa dólares que valía el pedido. Lo ignoré, como hacía siempre, y me di la vuelta para irme, pero Taehyung me dijo:
—Espera, Beomgyu —cogió dos cajas de pizza del montón y se levantó para ir conmigo hacia la puerta—. Voy a ir a fumar un momento.
Algunos de los lobos gruñeron y se quejaron de que se llevara comida, incluso cuando ya estaban comiéndose las porciones de pizza como si no hubiera un mañana.
—Dos para cada uno, estas son las mías —declaró Taehyung—. Si las dejo aquí, las van a comer sin mí —y, pasándose la mano por su melena rubia, me hizo una señal hacia la puerta.
—¿Cómo va todo, Beomgyu? —me preguntó a mitad el pasillo, mirando al frente o al lado donde no estaba yo como si algo en aquella pared grisácea hubiera llamado su atención.
—De lujo, viviendo mi sueño de repartir pizzas toda la noche por una puta miseria de sueldo —murmuré en respuesta, sacando ya un cigarro para dejarlo en los labios—. ¿Y tú qué tal, Taehyung?
El lobo se encogió de hombros y siguió mirando al frente hasta que llegamos a la salida, entonces se detuvo bajo el techo que cubría la entrada y se sentó contra la pared de ladrillo, colocando las cajas de pizza al lado para abrir la primera y llevarse una porción a la boca. Me encendí el cigarro con el zippo y me quedé allí, de pie, con una mano en el bolsillo y mirando el patio embarrado, repleto de charcos e iluminado por las pocas farolas que alumbraban el muro de rejas que bordeaba de la propiedad.
—Dos de mis humanos han vuelto a dejar sus casas de un día para otro —me dijo tras un largo minuto que se pasó comiendo la mitad de su primera pizza. Giré el rostro hacia Taehyung y le miré con la cabeza gacha, cogiendo otro pedazo que llevarse a la boca—. Y cuando volví a ver a Soyou, ya no olía a mí por ningún lado ni me dio de comer. ¿Eran más de esos... loberos de los que me hablaste?
Me sorprendió aquella repentina conversación, una que solíamos tener en el pasado, a las puertas del Luna Llena cuando venía a verme y fumaba conmigo. Una noche me había dicho que no entendía por qué los humanos «desaparecían», o se mudaban de piso y cuando volvía a verlos ya no estaban allí o, algo que le molestaba mucho, no tenían su Olor a Macho por ninguna parte. Entonces yo me había encogido de hombros y le había dicho: «son solo loberos. Hacen esas cosas». Él no me había entendido, por supuesto, porque para la Manada no existía el concepto de que un humano solo los pudiera querer para follar durante un corto período de tiempo. Ahí empecé a darme cuenta de las pequeñas y grandes diferencias que había en cómo los lobos nos percibían a los humanos y como los humanos percibían a los lobos.
—Seguramente —murmuré en respuesta—. Quedan solo dos meses para el Celo, deben haber empezado ya a «purificarse».
—No sé si quiero saber lo que significa eso.
—Significa que vas a perder a más de tus humanos porque quieren pasar el Celo con otro lobo.
Taehyung frunció el ceño y agachó más la cabeza, como si no pudiera ni comprender por qué harían tal cosa. Eran sus humanos, después de todo.
Creo que aclararé una cosa aquí: los Machos de la Manada no piensan como los humanos, tienen sus propios conceptos, sus propios instintos y sus propias ideas. Son hombres atractivos e increíblemente egocéntricos, eso simplemente forma parte de su naturaleza. Viven como en una especie de... burbuja, en mundo paralelo donde lo que ellos hacen es lo normal y los «extraños» son los demás. Por poner un ejemplo, ellos no creían que estuviera quebrantando la ley con sus actividades delictivas, porque las hacían dentro de su territorio, y en su territorio ellos marcaban las leyes, eran los jueces, jurados y verdugos y ningún humano podía decirles lo contrario. Así que defendían sus intereses y a la Manada de la forma que mejor se les daba, con violencia, amenazas y crimen organizado.
Pues bien, pasa algo parecido con sus relaciones con humanos; ellos creen que los hombres y mujeres que les visitan en sus clubs, como en el Luna Llena, son personas deseosas de conquistarles para conseguir un «buen Macho de la Manada», como si eso fuera lo mejor que te pudiera pasar en la puta vida. Los lobos creen que, si les haces mucho caso, les das caricias, les haces mamadas y les dejas follarte, es solo porque estás interesado en ellos y en llamar su atención para, con suerte, convertirte algún día en su compañero. Como los hombres egocéntricos y egoístas que son, se aprovechan mucho de eso; se hinchan a follar, se dejan querer, mimar, alimentar... básicamente, dan por hecho que lo único que quieres tú es demostrarles lo felices que podrías llegar a hacerles. Tienen lo que Hana, la compañera de Minjoon, definió una vez como «Mentalidad de Macho». Ellos están convencidos de que son lo mejor, de que forman parte de una gran Manada y de que son lobos fuertes a los que todos desean.
Después de tantos años a su lado, todavía no estoy seguro de que los lobos realmente sean conscientes de su atractivo físico y de por qué atraen a los humanos de esa manera. Nunca he visto que le dieran importancia al hecho de ser tan guapos, tener cuerpos tan increíbles y pollas enormes. No, es algo mucho más complicado que eso. Los lobos piensan que es su naturaleza, su fuerza y su estatus en la Manada lo que atrae a los humanos hacia ellos. Cuanto más rango tienen, más meticulosos y puntillosos se vuelven con los humanos que eligen, tienen más exigencias en El Cortejo y es más complicado «conquistarles». Esa es la teoría general, por supuesto, después cada lobo es diferente y hay todo tipo de casos; como el de Yeonjun, que, aún siendo SubAlfa, se enamoró como un tonto y no me «complicó mucho las cosas» por miedo a que yo le rechazara; pero los Machos no suelen desarrollar emociones tan fuertes ni tan rápido a no ser que se sientan muy atraídos, así que podemos considerarlo un caso especial porque yo soy un hombre increíble. Normalmente, El Cortejo lleva tiempo y se desarrolla de una forma lenta. Pero ese es otro tema.
El caso es que esta mentalidad de «intenta ser mi compañero», choca muchísimo con la realidad de los humanos, que solo ven a los lobos como mitos sexuales y pasatiempos divertidos con los que experimentar; pero nunca como posibles parejas. A no ser que fueras un Omega, por supuesto, pero ellos eran solo el cinco por ciento del total de humanos que les visitaban, siendo, en su gran mayoría, loberos o personas ocasionales que quería «probar algo diferente». Así que los lobos no eran capaces de entender por qué sus humanos desaparecían de un día para otro, o perdían su Olor a Macho o, de pronto, no les abrían la puerta o ya no les daban de comer. No eran capaces de comprender que solo los quisieran para follar y que, si los llevaban a su casa, era solo por un corto periodo de tiempo hasta que decidieran deshacerse de ellos o cambiar de lobo. Saber eso era algo que les confundía mucho y les ponía muy nerviosos, porque contrastaba con todo lo que ellos creían de sí mismos o del mundo que les rodeaba, así que yo siempre tenía cuidado con lo que les decía al respecto y a quién; nunca les mentía, pero solo hablaba de ello cuando preguntaban, como Taehyung aquella noche.
—No te sientas mal, no es culpa tuya —le dije antes de fumar una calada de mi cigarro y echar el humo hacia la lluvia.
—Soyou me gustaba —murmuró por lo bajo, mirando a la caja de pizza y comiendo más lentamente porque estaba triste—. Me daba buena comida, era divertida y sabía hacer... muchas cosas con la lengua.
—Es mejor que te dejara ahora, créeme —le dije, porque sabía que esa chica era una de las favoritas del lobo y, por lo que me había contado, estaba a las puertas de alcanzar un Vínculo Terciario con ella.
Soyou ya había pasado El Celo de abril con Taehyung, así que si él la hubiera elegido una segunda vez, hubiera sido un problema para ella, ya que significaría que el lobo estaba empezando a tomarse en serio su relación, y eso era algo que la lobera no quería. Por increíblemente guapo que fuera Taehyung, era un riesgo muy grande tontear con la idea de mantener a un lobo a tu lado; porque de pronto aparecían en tu trabajo, te pedían las llaves de tu casa y te la llenaban de putas plantas, mantas y alfombras que apestaban a su Olor a Macho. Entonces, boom, tu casa era su Guarida y tú su putita, cocinera, niñera y sirvienta, todo en uno.
Negué con la cabeza y eché el humo hacia la cobertura del techo.
—¿Por qué me dan de comer, me dejan follarles y me invitan a su casa si después se van a ir? —dijo, tirando el trozo de pizza de vuelta a la caja. Gruñó con enfado y giró el rostro para que yo supiera que no estaba furioso conmigo.
Saqué la cajetilla de tabaco del bolsillo y me acerqué para ofrecerle uno. El lobo no me miró a los ojos, pero aceptó el cigarro y se lo puso en los labios. Buscó en el bolsillo de su pantalón corto y sacó una caja de cerillas para encenderse el cigarro, entonces soltó el humo mientras negaba con la cabeza y se pasaba la mano por la melena.
—Taehyung —le dije mientras me ponía de cuclillas frente a él, En esta ocasión, esperé a que me mirara a los ojos para continuar—: es mejor que te dejen ahora, cuando todavía es pronto, que se arrepientan y se vayan cuando tú quieras presentarles a la Manada; porque entonces te harán mucho más daño.
El lobo se quedó mirándome fijamente con sus bonitos ojos del color del chocolate, fumó una calada de su cigarro y me preguntó:
—¿Eso es lo que te pasó a ti en la bolera, Beomgyu? ¿Te arrepentiste de estar con Yeonjun?
Tras otro breve silencio, terminé el cigarro y lo tiré a un lado, echando el humo en la misma dirección.
—Sí —reconocí en voz baja y una expresión seria—. Yo también tuve mis dudas, pensé en marcharme y no volver, pero Yeonjun... es un lobo muy especial y ahora ya no puedo dejarle.
Taehyung levantó la cabeza, como si aquella confesión le hubiera pillado por sorpresa. Entonces nos quedamos en silencio y se creó un extraño momento de intimidad compartida, de entendimiento, allí, bajó el techo cubierto de la nave, con la luz mortecina de la única bombilla sobre la puerta.
—¿Por eso le humillaste tanto esa noche en la bolera? —preguntó él—. ¿Por eso... insultaste a toda la Manada y nos diste la espalda?
—No. Eso no lo hice a propósito. —Cogí una bocanada de aire y la solté mientras me ponía en pie—. Como podrás apreciar por mis increíbles trabajos, mis problemas con las drogas y mi pasado criminal, no siempre tomo las mejores decisiones en la vida.
Taehyung ladeó la cabeza en silencio, se llevó el cigarro a los labios y fumó otra calada, todavía sin apartar la mirada de mis ojos. Esperé unos segundos, pero terminé despidiéndome con un leve cabeceó y un simple: «Nos vemos, Taehyung», antes de salir a la lluvia y el patio embarrado, colocándome el casco de camino a la moto. No había sido mi intención compartir una confesión con el lobo aquella noche, pero simplemente había pasado. Digamos que había sido uno de esos momentos en los que te sientes cómodo y no te importa que la otra persona pueda conocerte un poco más; después de todo, Taehyung era de mis lobos favoritos.
Conduje rápidamente hacia la pizzería, no porque tuviera prisa por seguir trabajando, sino porque tenía una peligrosa tendencia a apretar el acelerador cuando iba en moto. Era un chico malo al que le gustaba la velocidad. Al girar la esquina de la calle, apreté el freno tan deprisa que derrapé sobre la carretera mojada, llegando a estar a punto de caerme de lado al suelo. Cuando recuperé el equilibrio me quedé muy quieto, en mitad de la calle, bajo la fina lluvia, con una presión en el pecho y expresión muy seria. Frente al local de la pizzería había dos autos de la policía con las luces de señalización puestas, así que no habían ido a por un par de pizzas, sino que estaban allí por trabajo. Miré a mis espaldas y estuve a punto de darme la vuelta y escapar muy lejos de allí, sin embargo, yo sabía que eso no evitaría que, si había habido algún problema, el dueño no dijera mi nombre en algún momento; entonces yo sería el sospechoso número uno y tendría a un grupo de agentes a las puertas de mi casa, en la que vivía un lobo...
Chasqueé la lengua y apreté los manillares de la moto. No me quedaba otra que volver. No es que fuera mejor, porque, aunque no hubiera hecho nada, sería la segunda vez en un mes que yo estaba en medio de algún asunto turbio. Apreté los dientes y liberé un grito de frustración. Aquellas mierdas siempre me pasaban a mí.
Conduje hacia la puerta del local y dejé la moto con el resto, bajo la atenta mirada de uno de los agentes que estaban en la puerta, sacando un par de fotos con su móvil para añadirlas al informe policial. Le ignoré en un primer momento, echando una mirada al interior de la pizzería a través de las cristaleras con el menú impreso en letras coloridas. Pude distinguir a más agentes y al joven con cara pálida y expresión de miedo que trabajaba allí; todos en mitad de un local totalmente destrozado y pintarrajeado con spray de colores. Los putos lobatos... Apreté más los dientes y traté de controlar la pura rabia que estaba sintiendo en aquel momento.
—Perdona, ¿trabajas aquí? —me preguntó el policía que estaba en la puerta, echándome una mirada de arriba abajo.
Tardé un par de segundos en girar el rostro hacia él, y un par más en responder:
—Sí, trabajo aquí.
—Ah... —murmuró el agente, volviendo a echar un vistazo con el ceño fruncido. Seguramente preguntándose si yo estaba tan drogado como el dependiente—. ¿Y dónde estabas?
—Entregando un pedido. Soy el repartidor —y señalé la moto con un gesto del pulgar por encima del hombro.
El policía miró a mis espaldas, como si necesitara comprobarlo, y terminó asintiendo, provocando que algunas gotas de lluvia se precipitaran desde la visera de su sombrero.
—El local ha sufrido un atraco cuando no estabas —me explicó entonces—. Un grupo de adolescentes se precipitó al interior y causaron destrozos, pintaron las paredes y robaron el dinero y la comida antes de huir.
Miré de nuevo al interior de la pizzería, entre las letras serigrafiadas.
—No serás tú Beomgyu, ¿verdad?
Me volví a quedar en silencio. Lo peor de todo aquello era que, los muy gilipollas de los lobatos, habían escrito en las paredes cosas como: «Beomgyu la chupa hasta el fondo y se lo traga». «Beomgyu es una zorra con el culo lleno de corrida» o «Beomgyu es un hijo de puta y un come mierdas».
—Sí, soy yo... —murmuré en voz baja porque, aunque mintiera, sabía que el joven drogado les habría contado ya quién era yo y, si me llevaban de nuevo a comisaría, no tardarían ni un minuto en identificarme en la base de datos.
—Nos gustaría hacerte unas preguntas.
Cerré un momento los ojos y tomé una bocanada de aire antes de asentir. Control. Eso era lo más importante en aquel momento. No enfadarse y montar un espectáculo delante de la policía, porque yo sabía que eso solo complicaría las cosas. En aquel momento estaba de mierda hasta el cuello y tenía que planear con cuidado las palabras que dijera y la imagen que proyectaba. Mi nombre estaba en las paredes y todos allí sabían que aquel ataque era algo personal hacia mí.
—Acompáñame, por favor —me pidió el agente, extendiendo la mano hacia el interior del local.
Se quedó vigilándome hasta que obedecí, moviéndome a pasos lentos y entrando por la puerta de la pizzería. Olía a comida, pero también había una peste detrás de aquello, algo extraño que, si ya habías olido antes, sabías reconocer perfectamente: lobato. Si yo podía olfatearlo en el ambiente, era porque se trataba de un local cerrado y el ataque no podía haberse producido hacía mucho. Nada más entrar, el resto de agentes se giraron hacía mí, cinco en total, más el joven drogado, quien enseguida me señaló con el dedo.
—Él es Beomgyu —les dijo—. Yo no sé nada, solo trabajo aquí.
Le miré a los ojos claros, pero mantuve la calma. No era más que una pequeña rata tratando de evitarse problemas porque estaba fumado hasta las cejas y quería distraer la atención de los agentes de policía de ese hecho.
—Yo soy Beomgyu —confirmé, quitándome el casco de la moto y quedándome a pocos pasos de ellos, con la chaqueta roja con líneas reflectantes goteando agua sobre el suelo de baldosas blancas.
—Te estábamos esperando —me dijo uno de ellos, acercándose un paso mientras se subía la visera de la gorra de policía y miraba las notas de su pequeña libreta—. Nos gustaría hacerte unas preguntas, aunque mejor lo hacemos en comisaría. Así podrás hacer una denuncia... si quieres.
Tardé otro par de segundos en responder, mordiéndome la punta de la lengua con tanta fuerza que me hice daño. Quería gritar con tanta fuerza que me reventaran las cuerdas vocales.
—Por supuesto —murmuré con un breve asentimiento—. Haré una llamada antes. Mi madre. Para que no se preocupe.
Los agentes se echaron una rápida mirada, sospechando de mí, pero yo no era el agresor en esa situación, sino el agredido; así que no les quedó otra que aceptar. Eso sí, con dos policías siguiéndome de cerca hacia la salida mientras sacaba un cigarro y el móvil. Primero me encendí el cigarro y después busqué en el registro del móvil el número que Yeonjun siempre marcaba. Solo tardó un par de tonos en responder.
—Beomgyu...
—Hola, mamá —le dije a Seokjin antes de encenderme el cigarro con el zippo y soltar el humo—. Ha pasado algo en la pizzería, al parecer ha venido un grupo de niñatos y han destrozado el local. Han pintado mi nombre por todos lados y ahora la policía está aquí y me van a hacer un par de preguntas en comisaría.
Solo se oyó un grave gruñido en respuesta, uno contenido en la garganta, pero bastante enfadado.
—Me ocuparé de todo.
—Sí, y tendrás que cuidar tú de mi Yeonjun, no sé cuándo volveré a casa.
—Hablaré con Yeonjun para que se mantenga al margen —prometió el Alfa.
—Muy bien —asentí antes de colgar. Fumé otra calada y miré a los dos policías que me observaban atentamente, preparados por si echaba a correr o algo así—. Ya está, podemos irnos.
Los dos hombres se dirigieron a un auto patrulla y yo los seguí con cara seria. Fumando un poco más antes de tener que arrojar el cigarro hacia la carretera mojada y subirme a la parte de atrás. Estaba tan jodido que no sabía ni por dónde empezar. Yo apestaba a lobo, era la segunda vez aquel mes que era víctima de un crimen, pero en esta situación estaba claro que yo era el objetivo y no solo un trabajador desafortunado. Así que la deducción más obvia era que estaba metido en algo muy turbio.
No les faltaba razón. Al parecer, estaba en medio de la puta guerra con los lobatos. Una que yo no había empezado y de la que estaba saliendo muy perjudicado: ya me habían hecho perder dos empleos y me habían dado problemas que no quería con la policía. Y, como yo no tenía el apoyo de la Manada, los lobatos se creían intocables, por encima de mí y con derecho a joderme la vida si querían.
Yo les demostraría que eso no era cierto.
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