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Chapter 33: Los lobatos: son parte de la manada.

El trabajo de repartidor era tan puto aburrido como todos los demás, pero al menos no tenía que llevar un estúpido gorro de perrito caliente, solo el casco de la moto. En mi primera noche me senté en el callejón de la parte trasera del local, donde había un par de cajas apiladas, un cubo de basura y una luz blanquecina que a veces parpadeaba. Me quedé allí fumando, sentado y mirando el móvil, hasta que una hora después tuve que hacer mi primera entrega. El chico me dio dos pizzas calientes y un papel con una dirección, cómo llegara yo a descubrir dónde estaba esa calle, era solo asunto mío.

Volví cuarenta minutos después con un par de billetes arrugados en el bolsillo del chubasquero, se los tiré al joven sobre la mesa y él me dio a cambio cinco pizzas tamaño familiar junto con otra dirección, una que, casualmente, sí reconocí. Subí a la moto que acababa de dejar mal aparcada en la entrada y metí las pizzas en la bolsa para protegerlas de la lluvia suave que todavía caía. En menos de diez minutos estuve a las puertas del Luna Llena y bajé los escalones mojados para entrar por la puerta, atravesar el pasillo de pósteres de películas de terror y llegar a una pista de baile completamente vacía. Resultaba extraño ver el local así, con las luces encendidas e iluminándolo todo; casi parecía un sitio diferente, a excepción del olor. Seguía apestando muchísimo a lobo.

—Beomgyu —me llamó una voz desde la parte superior.

Giré el rostro y vi a Namjoon en la barandilla. Me hizo una señal para que subiera y después se alejó al interior. Me quité el casco y, con una expresión seria, fui hacia allí. En la sección de la Manada, más suavemente iluminada que el resto del local, había un pequeño grupo de los solteros sentados en uno de los sillones más grandes al fondo. Namjoon, Wooshik y Jaebum.

—Jaebum —le saludé con un cabeceo al acercarme, porque era de los que me caían bien y de los pocos que parecían más dolidos que enfadados por lo que les había hecho en la bolera.

—Beomgyu —respondió, dedicándome una breve mirada y un asentimiento.

Dejé las cinco pizzas familiares en la mesa frente a ellos, al lado de un par de billetes de veinte que todos fingimos ignorar que estaban allí. Ellos no me lo ofrecieron y yo no los cogí. Fin de la historia.

—¿Yeonjun se pasa las noches hablándoles a todos de cada nuevo trabajo que consigo? —les pregunté tranquilamente, metiendo la mano en el bolsillo del chubasquero para sacar la cajetilla de tabaco y el zippo.

—No, le preguntamos nosotros —respondió Namjoon, acercándose a la mesa para abrir la primera caja caliente, con una enorme pizza de carne en el interior.

Se oyeron algunos rugidos de estómago cuando el delicioso olor alcanzó el fino olfato de los lobos, que se precipitaron como un trío de musculosos lobos famélicos para coger una ración cada uno y devorarla en apenas segundos antes de ir a por la siguiente. Wooshik gruñó con placer y jadeó un poco cuando quiso comer demasiado y se encontró con lo caliente que estaba todavía la pizza.

—Me gustaban más las hamburguesas —me dijo Namjoon con la boca llena y una mirada por el borde superior de los ojos—. ¿Qué pasó, te despidieron?

Me encendí el cigarro y eché el humo a un lado.

—Ya sabes lo que pasó —respondí.

—Yeonjun sigue buscando a esos «borrachos» que te robaron. ¿Lo sabías? Va por ahí partiendo dientes y rompiendo cosas mientras pregunta si alguien sabe algo.

Me llevé el cigarro a los labios y fumé una calada mientras entrecerraba los ojos para que el humo no me picara. Namjoon fue a por la segunda caja de pizza y la puso sobre la primera, ya completamente vacía en apenas un minuto. Dobló una nueva porción y se comió la mitad de solo un bocado.

—Pero cuando fuimos a investigar la furgoneta, todavía olía a lobato —añadió.

—Vinieron a pedirme un par de hamburguesas antes de que llegaran los atracadores —respondí sin perder la calma.

—¿A pedirte? —preguntó Jaebum, mirando a Namjoon en vez de a mí—. ¿Los lobatos...? —y frunció el ceño. Evidentemente, ninguno de los tres me creía. La verdadera pregunta era: ¿por qué estaba yo mintiendo? Y Namjoon parecía haber alcanzado una deducción razonable.

—Los lobatos, son lobatos, Beomgyu —me dijo, encogiéndose un poco de hombros mientras masticaba—. Hacen tonterías y se comportan como subnormales. A todos nos ha pasado a su edad. Pero causar problemas al humano de un SubAlfa, es algo serio... La Manada no se enfadaría contigo por quejarte de eso.

Dejó que sus palabras flotaran en el aire hasta disiparse entre la peste a lobo, el humo de mi cigarro y el aroma de la pizza caliente que ya casi se habían terminado. Así que Namjoon creía que yo había mentido por miedo... qué equivocado estaba.

—No, claro que no se enfadaría —afirmé—, pero ese no fue el caso.

Mantuve la mirada de ojos marrones de Namjoon, que parecía intentar discernir la verdad en los míos mientras masticaba su comida, pero terminé haciendo una señal de despedida y diciendo:

—Tengo que volver a mi trabajo de mierda.

—Cuando te despidan de la pizzería, busca empleo en un local turco, Beomgyu —dijo Jaebum a mis espaldas—. Me gusta mucho el kebab.

Levanté una mano y le dediqué un corte de manga bien visible. Oí unas risas bajas y los dejé allí, con sus tres pizzas restantes y el dinero que no me habían enseñado directamente y que no se habían esforzado por darme. Un pequeño pero significativo avance, pensé de camino a la salida, arrojando el cigarro a medio fumar a un chaco de la carretera antes de ponerme el casco. Cuando volví a la pizzería, me esperaba otro reparto en la mesa. Resoplé y volví a salir por donde había entrado. Era increíble la cantidad de personas con insomnio, trabajadores nocturnos y estudiantes que pedían una pizza en mitad de la noche porque tenían hambre y no querían cocinar nada. Al salir del trabajo, fui hacia el Jeep negro que me esperaba al otro lado de la carretera, abrí la puerta y miré los felinos ojos de Yeonjun en la penumbra.

—Atrás —ordené antes de cerrar con un portazo.

El lobo salió al instante y, cuando nos reunimos en el asiento trasero, ya estaba tan cachondo como yo y con los pantalones bajados; apestándolo todo con el olor más fuerte de su entrepierna. Follar con Yeonjun tenía algo muy especial, no solo el hecho de que era un puto lobo y su cuerpo estaba casi diseñado para el sexo; no, me refería a que siempre me dejaba muy calmado y complacido. No importaba lo asquerosa que hubiera sido la noche, lo enfadado que estuviera o lo frustrado que me sintiera, porque después de estar con Yeonjun yo me sentía como si flotara en una jodida nube con un intenso Olor a Macho. Sabía que los expertos tenían más que analizado el semen de los lobos para determinar cómo de fértil era o por qué era más denso y abundante, pero yo estaba por jurar que a Yeonjun le salía Valium, Xanax y relajante muscular de la polla cada vez que se corría dentro de mí. Porque era una puta pasada...

Después de aquello, nos quedamos tumbados en la parte trasera del Jeep los cinco minutos que duró la inflamación, sudados, jadeando y con los ojos cerrados. Yeonjun ronroneaba de vez en cuando mientras le acariciaba el bícep, amenazando con quedarse dormido allí mismo, tirado sobre mí y con la cabeza metida en el hueco de mi cuello. Era una idea tentadora, pero tuve que despertarle para que se quitara de encima y volver a casa. El lobo parpadeó, agitó la cabeza y se separó de mí, metiéndose la polla flácida de vuelta al pantalón.

—Yeonjun hambre —dijo con cara adormilada.

—Tienes la cena en casa —le recordé, subiéndome los pantalones e ignorando la abundante viscosidad que me empapaba el culo y goteaba por entre mis muslos.

Saqué mi cajetilla de tabaco y el zippo y salí al exterior, bajo la lluvia fresca. Me detuve un momento y levanté la cabeza para que me refrescara el rostro y suspiré. Yeonjun era mejor que cualquier droga que hubiera probado nunca. Cuando subí de nuevo al Jeep, me incliné para darle un beso y acariciarle la mejilla contra la mía. El lobo ronroneó con placer y sonrió, comenzando el camino a casa. Allí devoró todo el enorme bol de arroz con verdura picada y carne de pollo, se tumbó en la cama mientras le hacía las curas y le cambiaba las vendas y se quedó dormido. Solo tuve que desnudarme, meterme a su lado y taparnos con la manta para tardar apenas segundos en caer rendido al sueño.

El viernes de noche siempre era un día especial. El Luna Llena abría y solo los lobos con compañero trabajaban, pero poco, así que Yeonjun pudo volver temprano a casa y terminar la puta barra de la cocina de una maldita vez. Yo, por el contrario, tuve una noche bastante ajetreada, llena de clientes borrachos o trasnochadores de fin de semana. Entre ellos, un idiota con mucha autoestima que me miró de arriba abajo y trató de invitarme a tomar un «café caliente» a su casa. Le pedí el dinero con cara seria y, como no quiso dármelo, le tiré la pizza y me fui.

Fue una noche de mierda, así que cuando Yeonjun vino a buscarme, le metí la mano en la bragueta y la lengua hasta la garganta.

—Te ha llamado Seokjin un par de veces —le dije cuando me quité de encima de él tras la inflamación.

El lobo terminó de subirse los pantalones y alargó la mano para pedirme el móvil. Todavía estaba algo sudado y colorado, pero no más que yo. Marcó un número y se puso el teléfono en el hombro para empezar a conducir mientras hablaba.

—Aquí Yeonjun, sí —respondió tras un breve silencio. Entonces frunció el ceño y preguntó con tono enfadado seguido de un gruñido—: ¿otra Manada? —Abrí la ventanilla y saqué el cigarro que acababa de encenderme, fingiendo que no notaba las miradas que el lobo había empezado a dedicarme por el borde de los ojos—. No. Trabajando en pizzería. No —gruñó un poco—. Claro. —Se quitó el móvil y, sin avisar, dio un giro algo brusco para cambiar de dirección—. Alguien ha atacado el Luna Nueva —me explicó entonces—. Han pintado cosas.

—¿Y eso? —pregunté con un tono de fingida sorpresa.

—Alfa no lo sabe. Dice que no ha sido de otra Manada, que solo huele a lobatos —respondió—. Preguntó por... Beom —añadió en un tono más bajo.

—¿Cree que he sido yo? —arqueé una ceja y miré fijamente al lobo—. ¿Por qué?

—Yeonjun defiende a Beom —fue su única respuesta.

Seguí fumando mi cigarro tranquilamente, sin importarme demasiado a dónde nos dirigíamos, que resulto ser la nave del Luna Nueva. Allí había varios autos aparcados, entre ellos, el Volkswagen rojo, el Honda Civic blanco y un Range Rover de un gris oscuro y metalizado. Al parecer, a Seokjin el Alfa le gustaba el lujo, pero no le pagaba a Yeonjun el puto dinero. Resoplé y cerré la puerta del Jeep de un golpe seco, siguiendo a Yeonjun en dirección a la entrada de la nave. Me pasé una mano por el pelo húmedo y dejé que el lobo me guiará en la oscuridad hacia el enorme portón de metal. Cuando Yeonjun tiró de él y lo arrastró para abrirlo, produjo un chirrido metálico y desagradable, y entonces llegó aquella oleada de luz y olor que saturó mis sentidos. Al menos no había una música atronadora, solo una conversación baja y algunos gruñidos que cesaron en el momento en el que aparecimos. Parpadeé un par de veces para acostumbrar los ojos a la luz y entré en la nave, bajo la atenta mirada de los dos lobos que había allí. Fingí estar tan sorprendido como Yeonjun, mirando de un lado a otro, hacia las numerosas pintadas, dibujos y palabras que había por todas partes, hechas con un spray de un verde fluorescente que brillaba en la oscuridad.

—Yeonjun, gracias por venir —dijo Seokjin, el Alfa, dirigiendo una mirada a Yeonjun y después endureciendo la expresión para mirarme a mí—. Beomgyu —se limitó a decir, en un tono diferente, como si mi presencia no fuera bienvenida y el lobo tan solo estuviera haciendo un gran favor a Yeonjun al no ignorarme.

—Jin —respondió el lobo junto con un cabeceo.

—Seokjin... —murmuré yo, dejando claro que aquel desprecio e indiferencia era un sentimiento mutuo. El Alfa no me caía bien, no me gustaba y no iba a fingir lo contrario por mucho que Yeonjun gruñera lastimeramente por lo bajo y me diera un suave golpe en la espalda; tratando de que me portara bien delante de Seokjin.

—Qué huevos tienes al venir aquí... —me dijo Sunghoon a un lado, con los brazos cruzados sobre su pecho desnudo—. ¡Mira lo que has hecho al local!

No le miré al instante, sino que esperé unos segundos y, tras compartir una intensa y silenciosa mirada con el Alfa, volví el rostro hacia él mientras sacaba mi cajetilla de tabaco.

—Hola, Sunghoon —le saludé tranquilamente—, parece que has enfadado a alguien a quien no debías enfadar... —e hice una señal hacia las numerosas pintadas.

La mayoría eran dibujos bastante buenos y caricaturas del pequeño Alfa junto con algunos de los lobatos. Salían chupándosela unos a otros, en situaciones ridículas o masturbándose como monos. También aparecían bocadillos de diálogo donde decían lo mierdas, infantiles e imbéciles que eran.

—La has cagado, Beomgyu... no te imaginas cuanto —me aseguró él con una sonrisa cruel—. El Luna Nueva es una propiedad de la Manada. Vas a pagarlo caro.

Me encendí el cigarro con mucha calma y solté el humo en su dirección.

—¿Por qué crees que fui yo? —pregunté.

—¡Claro que has sido tú, puto humano de...! —pero se detuvo cuando Yeonjun se pegó más a mi espalda y le amenazó con un buen gruñido de advertencia.

—Tengo mejores cosas que hacer que venir aquí a pintar, Sunghoon —respondí antes de llevarme el cigarro de nuevo a los labios—. Yo trabajo... no sé si lo sabes.

Elegía las palabras con cuidado, porque Seokjin estaba allí, mirándome atentamente. No era ningún secreto que él estaba de parte del lobato y creía que había sido yo, pero no tenía pruebas para acusarme directamente. Cuando Sunghoon empezó a gruñir también, levantó una mano y ambos lobos se callaron al momento.

—Quiero hablar a solas con Beomgyu —dijo, echando una mirada a Yeonjun. No le estaba pidiendo permiso, de nuevo, aquello solo era un gesto de respeto y educación hacia su SubAlfa.

Yeonjun dudó, soltó un leve gruñido de angustia y, finalmente, tuvo que ceder ante la autoridad del Alfa. Se separó de mi espalda y se alejó junto a un Sunghoon que sonreía como si ya hubiera triunfado. No se fueron muy lejos, solo hasta una de las estructuras metálicas que sostenían el puente elevado, dejándonos suficiente espacio para tener intimidad. Entonces Seokjin se cruzó de brazos, tensando bastante las mangas cortas de su colorida camisa caribeña con sus bíceps. Era más alto que Yeonjun. Como todos los lobos, Seokjin era un hombre muy atractivo, con un rostro de rasgos suaves pero muy masculinos; sin embargo, al ser el Alfa, despedía un Olor a Macho muy fuerte y penetrante que, personalmente, encontraba bastante repugnante y desagradable.

Seokjin no dijo nada, solo se quedó mirándome fijamente con sus ojos café mientras yo seguía fumando tranquilamente y enfrentándome a él sin vacilar ni un momento. Esa mierda de lobo grande y peligroso no funcionaba conmigo, porque yo tenía a mi propio lobo peligroso, y, si creía que iba a intimidarme con su estatus en la Manada, ya debería saber que eso no significaba nada para mí.

—No me agradas, Beomgyu —declaró tras casi un minuto en silencio.

—Qué pena... —murmuré sin cambiar mi expresión seria e indiferente.

—Pero Yeonjun te ha elegido como su compañero y, por desgracia, no puedo hacer nada por cambiar eso —continuó, ignorando por completo mi comentario—. Lo que no voy a hacer, Beomgyu, es aguantar tus insolencias, tu actitud infantil y tu insistencia en humillar a la Manada... —terminó apretando un poco los dientes y pronunciando esas últimas palabras en voz más grave y profunda, entre el enfado y el gruñido.

Me llevé el cigarro a la boca y le di una calada, prendiendo la punta anaranjada por un momento antes de que el humo saliera de entre mis labios, acariciándome el rostro.

—Así que además de dejarme fuera de la Manada y mandarle mensajes pasivo-agresivos a Yeonjun para que sufra más por ello, ¿ahora quieres culparme de esta mierda, Seokjin? —le pregunté.

—Yo no te he dejado fuera de la Manada —me aclaró—, eso lo hiciste tú mismo, ¿recuerdas? Cuando nos insultaste y nos escupiste a la cara después de haber organizado una noche en la bolera especial para ti. Tú ignoraste a la Manada cuando te dimos la oportunidad de formar parte de ella, así que ahora la Manada te ignora a ti —dejó otro breve silencio para controlar el todo de voz, ya que había empezado a sonar demasiado gutural y enfadado, entonces continuó—: Lo que le digo a Yeonjun en las reuniones, es tan solo la verdad. Aún tengo la esperanza de que abra los ojos y se busque a un compañero o compañera que realmente le quiera y le respete como él se merece. Y te culpo de esto —finalizó, moviendo la cabeza hacia un lado para señalar los muchos graffitis que ahora llenaban la nave—, porque eres la clase de humano soberbio, resentido e infantil que se vengaría de los lobatos de una forma tan patética y estúpida en vez de hacer lo más sensato y lo correcto, que sería haber venido a hablar conmigo.

Apreté los dientes y ladeé el rostro, pero preferí fumar otra buena calada a responder lo primero que se me pasó por la mente, porque eso solo hubiera complicado las cosas. Me tomé un momento y solté el humo a un lado, mirando a un Yeonjun muy atento y nervioso en la distancia.

—La cagué en la bolera —reconocí, antes que nada. Aquel no era ningún secreto, por mucho que me jodiera reconocerlo—. Tuve un mal día y, sinceramente, no quería estar allí con ustedes. Pero no es a ti a quien tengo que darle una explicación de por qué hice lo que hice, porque tú no eres nadie para mí, Seokjin... —continué, tratando de controlar mi tono de enfado mientras le señalaba con los dos dedos entre los que sostenía el cigarro—. Me importa una mierda lo que pienses. Me importa una mierda lo enfadado que estés o lo mucho que me odies. Me importa una mierda si nunca me aceptan en la Manada y no me invitan a sus putas fiestas. Pero voy a dejarte algo muy claro: yo cuido muy bien de mi Yeonjun y le quiero más que a nada —me detuve un momento, al darme cuenta de que era la primera vez que lo decía en alto. Tomé una buena respiración y continué—: así que como intentes separarnos, o como Yeonjun vuelva a casa gimoteando y lloriqueando otra vez porque le has dicho alguna estupidez sobre los otros compañeros que le hiciera sentirse como una mierda, vas a comprobar lo infantil, resentido, patético y estúpido que realmente puedo llegar a ser...

—Ten cuidado, Beomgyu... —me advirtió él en voz baja y peligrosa—. Yo soy el Alfa de la Manada. Puede que eso no signifique nada para ti, porque ya ha quedado claro lo poco que te importamos; pero creo que, si quisieras tanto a Yeonjun como dices, sabrías respetar lo que es importante para él. Como yo respeto su decisión de elegir a un compañero tan despreciable como tú, por mucho que eso me duela.

Entonces se produjo un tenso silencio entre nosotros, uno en el que el Alfa se quedó mirándome fijamente, alzando un poco la cabeza para poder hacerlo por el borde inferior de los ojos y parecer más superior y peligroso. Me llevé el cigarro a los labios sin apartar la mirada de él, inmerso en un debate interno bastante acalorado; por una parte, quería ser ese hombre egoísta, infantil y resentido que él decía que yo era, mandando al Alfa a la mierda y saliendo de allí, dejándole con la palabra en la boca; por otro lado, estaba recordando las veces que Yeonjun me había pedido que «fuera bueno» con la Manada y Seokjin, porque para él era importante. El puto Alfa tenía razón en eso, y yo no quería hacer sufrir a Yeonjun. Fumé una última calada con una expresión muy seria y tiré el cigarro al suelo para pisarlo.

—De acuerdo, Seokjin —le dije mientras metía las manos en los bolsillos de mi chaqueta.

Él bajó la cabeza y me miró más de frente, dejando de tratar de intimidarme, aunque en ningún momento lo había conseguido.

—¿Podrías contarme lo que ha pasado? —preguntó en un tono más calmado, así que le respondí con el mismo.

—Los lobatos vinieron a mi anterior trabajo, me amenazaron, destrozaron la furgoneta y huyeron con el dinero y la comida. Después llegó la policía y me llevaron a comisaria para dejarme encerrado toda la noche en la sala del interrogatorio. Mi jefa me despidió. Esto que hice aquí es solo el principio, porque me voy a asegurar de que Sunghoon y los lobatos aprendan que conmigo no se juega.

Seokjin me escuchó en silencio y terminó asintiendo.

—¿Qué le dijiste a la policía?

—Que habían sido unos borrachos.

El Alfa volvió a asentir. Si aquello le había parecido bien, no dio muestras de ello.

—Los lobatos pueden ser complicados a veces —me dijo—, pero forman parte de la Manada, al contrario que tú, Beomgyu, y amenazarlos a ellos es como amenazar a todos los demás. Y yo cuido mucho de los míos, así que la próxima vez piénsatelo dos veces antes de atacarnos o dañar una de nuestras propiedades, porque, aunque estés con mi SubAlfa, no seré tan comprensivo contigo. ¿Lo entiendes?

No, no lo entendía. Yo no había empezado aquello, pero era al único al que estaban sermoneando con tonterías mientras el idiota de Sunghoon sonreía a los lejos y se regodeaba en la victoria. Nadie me había venido a pedir perdón todavía, y nadie lo haría, porque yo solo era un humano más y ellos eran La Manada. Pero una cosa estaba clara, si no sabían controlar a los lobatos, era su puto problema. A mí no me iban a joder.

—Claro... —murmuré, acompañando mis palabras de un leve cabeceo.

—Si los lobatos te causan problemas, díselo a Yeonjun, si no quieres preocuparle, puedes contactar conmigo y yo lo solucionaré. Pero somos nosotros los únicos que pueden castigar a nuestros chicos, porque todo queda en la Manada.

—Todo queda en la Manada —repetí, una expresión con mucho significado y que, desde entonces, recordaría para siempre.

—Espera en la salida, me gustaría tratar un tema privado con los míos —me dijo entonces, descruzando al fin los brazos. Sin duda, Seokjin tenía un don especial para hacerte sentir excluido y marginado de aquel club tan especial del que era el jefe.

Me giré en dirección a Yeonjun y le indiqué que iba a irme afuera, encontrándome con su expresión preocupada y algo nerviosa. El lenguaje corporal del Alfa no era malo, no estaba enfadado, pero tampoco estaba contento y él lo sabía. Temía que fuera mi culpa y, si hubiera estado lo suficiente cerca, seguro que le hubiera oído gemir un poco por lo bajo de forma lastimera.

Al salir de la oscuridad en la que siempre estaba sumergida la entrada a la nave, descubrí que ya había amanecido tras las nubes grises que inundaban el cielo de verano. Cerré la puerta metálica de un golpe seco y puse cara de asco en dirección al Jeep negro. Saqué mi cajetilla de tabaco y me puse otro cigarro en los labios. No lo había terminado de fumar y de farfullar quejas e insultos que deseaba haberle escupido al Alfa, cuando oí el crujido de la puerta del club y volví el rostro para ver a Yeonjun. Tenía una expresión más relajada y caminó tranquilamente hacia el auto, reuniéndose conmigo en el interior antes de mirarme con una sonrisa en los labios.

—Beom no enfadó a Alfa. Bien —me felicitó.

Solté un murmullo desinteresado y miré la hora en la pantalla del auto.

—Vámonos a casa, ya es muy tarde y no has cenado todavía.

El estómago de Yeonjun rugió entonces, como si mis palabras le hubieran recordado lo hambriento que estaba. Arrancó el motor y se dio prisa por volver lo más rápido posible entre el agitado tráfico de primera hora, bajo la claridad grisácea de la mañana. Al llegar a casa le puse la cena sobre la nueva barra de bar que había instalado en la cocina y le miré comer, cruzado de brazos y con la cadera apoyada en la encimera. Seguía dándole vueltas a la misma idea: no importaba lo mucho que me «visitaran» los Machos solteros, ni lo poco que hicieran por darme el dinero, porque estaba claro que eso no significaba nada en absoluto. Seokjin había dejado bien claro que yo no formaba parte de la Manada y no parecía que tuviera pensado dejarme formar parte de ella jamás. Y yo empecé a darme cuenta de que, probablemente, eso fuera cierto.

Tengo que decir que, aunque Seokjin y yo no nos lleváramos bien, siempre fue un gran Alfa. Como él me dijo aquella vez, cuidaba muchísimo de los suyos, era un hombre muy comprometido y se preocupaba de que nunca les faltara de nada, de que todos en la Manada estuvieran sanos, cómodos y a salvo; desde los más viejos hasta las crías. No había nada que no pudieras consultarle o favor que no pudieras pedirle. Así que todos le querían mucho y le respetaban. Todos menos yo, por supuesto.

Nuestra relación siempre fue muy fría. Nos ignorábamos mutuamente y, si nos veíamos forzados a interactuar, éramos breves, directos y concisos. Goeun, su compañera, siempre creyó que estábamos siendo unos estúpidos, porque ambos éramos muy parecidos, como dos caras de la misma moneda. Ella estaba segura de que, si nos hubiéramos sentado a hablar un día, habríamos terminado siendo grandes amigos. Por supuesto, ambos éramos demasiado cabezotas para hacer eso; yo nunca le perdoné que me complicara tanto la vida y él no me perdonó que les hubiera dado la espalda esa noche en la bolera.

La primera vez que hablamos de algo que no fuera la Manada, trabajo o de Yeonjun, fue en el funeral de Goeun, cuando le llevé una buena copa de coñac y nos sentamos juntos a charlar, solo porque a ella le hubiera hecho mucha ilusión habernos visto hacerlo. Goeun había tenido razón, Seokjin y yo hubiéramos sido grandes amigos si no hubiéramos estado tan obsesionados por odiarnos mutuamente.

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