Chapter 32: Los lobatos: quieren jugar.
Al amanecer, al fin me dejaron salir de la sala de interrogatorio tras cinco horas allí encerrado. Un policía abrió la puerta, me dedicó una mirada seca y una mueca de desprecio e hizo un gesto con la cabeza hacia un lado.
—Puedes irte, puto lobero —me dijo.
Apagué mi décimo cigarro de la noche y recogí el zippo de encima de la mesa antes de levantarme e ir a la salida. Me fui con la cabeza bien alta y una expresión muy tranquila en el rostro, atravesando el pasillo y la oficina a paso lento, con las manos en los bolsillos de mi pantalón corto. Alguno agentes me miraron, pero la mayoría estaban ocupados en el cambio de turno, tomando su primer café de la mañana o demasiado cansados para prestarme atención. Salí directo hacia la calle, bajé la escalinata de piedra y entrecerré los ojos al encontrarme con la cegadora luz del amanecer por entre los edificios altos. Seguí caminando hasta el final de la calle, deteniéndome frente a un Jeep negro de cristales ahumados que me estaba esperando aparcado en la esquina. Cuando abrí la puerta, lo primero que sentí fue el penetrante Olor a Macho, ese que tantísimo me gustaba y tanto me excitaba; después miré unos felinos ojos, bordeados por pestañas negras; finalmente oí el profundo gruñido de un Yeonjun nervioso, enfadado y preocupado desde el asiento del piloto.
—¡¿Quién atacar a Beom?! —rugió con los dientes muy apretados, incluso antes de que pudiera cerrar la puerta de un golpe seco—. ¡¿Lobatos?! ¡Yeonjun les dará una paliza!
Me quedé mirándole en silencio mientras su voz alta y grave se disipaba en mitad del ambiente cargado del Jeep. A mitad de la noche, había recibido una llamada de número oculto. Jaebum se había pasado a hacerme una visita para comer algo y se había encontrado con el cordón policial y la furgoneta destrozada, había salido a investigar y había llamado a Yeonjun. El lobo estaba con Namjoon, y había usado su móvil para gritarme: «¡Beom! ¡¿Dónde está Beom?! ¿¡Está a salvo!? ¡Yeonjun va ahora!». Había tenido que tranquilizarle y explicarle que una banda de borrachos había atacado el furgón, que yo estaba bien, pero que me habían llevado a la comisaría para hacerme un par de preguntas. El lobo se había limitado a gruñir con enfado y fuerza a cada palabra que yo decía. «¡Yeonjun espera a Beomgyu a que salga!» Y eso había hecho.
—Fueron un par de borrachos —respondí con calma, alargando una mano para acariciarle el abdomen bajo su camiseta de asas negra.
—¡Namjoon fue a investigar! ¡Dijo a Yeonjun que allí olía a lobato! —insistió, apretando con fuerza los puños en el volante. Cuando se enfadaba y gritaba así, daba verdadero miedo y era muy intimidante, con su rostro atractivo y de mafioso que tan cachondo me ponía—. ¿Lobatos hacer daño a Beom?
—Los lobatos solo se pasaron a comer un par de hamburguesas —le mentí. Eso era parte de mi plan, porque si era Yeonjun quien les pegaba una paliza para que aprendieran, no iban a respetarme a mí, solo a su SubAlfa.
El lobo no me creyó, no del todo al menos, porque siguió gruñendo con enfado hasta que me incliné sobre él y le acaricié la mejilla. Le di un beso en los labios y descendí mi mano de su abdomen a su entrepierna. Después de toda una noche encerrado, lo que necesitaba era una buena ducha y un buen polvo, no aguantar los gruñidos y rugidos de Yeonjun. El lobo tardó un par de segundos en dejar la ira atrás y en cambiar sus quejas por un gemido de excitación mientras su polla se ponía muy dura bastante rápido bajo mi mano. Le levanté la camiseta y bajé la cabeza para frotar la cara contra su pálido pecho, gemir con profundo placer y lamerle los pezones. Yeonjun echó atrás la cabeza y gruñó, esta vez con placer, antes de empezar a mover la cadera y mojarse mucho.
Tras una mamada que me llenó la boca y la barbilla de baba y líquido salado, fuerte y viscoso; monté a Yeonjun en su asiento, gimiendo y tirándole del pelo mientras me mordía, me agarraba de la cadera y me taladraba el culo como si no hubiera un jodido mañana. Eso era justo lo que necesitaba para terminar jadeando, con una amplia sonrisa e inmerso en una nube narcótica de calma y felicidad. Yeonjun me acarició la mejilla, restregando el sudor de su rostro contra el mío, ronroneando al principio, hasta que terminó gimiendo para llamar mi atención.
—Yeonjun muy preocupado —me dijo en voz baja, rodeándome entre sus brazos para pegarme más a él—. Beom tiene que contar a su Macho lo que pasó, y su Macho le protegerá.
—Fueron un par de borrachos, Jun —repetí, cansado ya de tener que decirlo—. Solo me echaron del furgón y robaron la comida y el dinero.
—Suena a lobato... —gruñó por lo bajo.
Cogí una bocanada de aire y tuve que levantar el rostro para mirarle a los ojos.
—Para de una puta vez —le ordené—. Me estás empezando a enfadar...
Yeonjun gruñó un poco, pero enseguida apartó la mirada hacia la ventanilla ahumada y me apretó más contra él. Cuando se terminó la inflamación, volví a mi asiento, me levanté los pantalones y me puse el cinturón antes de apoyar las piernas en el salpicadero. El lobo me llevó a casa con una expresión muy seria en el rostro; como solía pasarle, de vez en cuando gruñía con enfado como si recordara que estaba enfadado. Lo hizo solo hasta que llegamos a casa y nos metimos en la cama desnudos. Entonces sabía que, como no parara, Beom se iba a enfadar mucho con él y le iba a mandar de una patada al sofá.
A la tarde, el cielo comenzó a nublarse y me desperté con el aullido del viento y el ruido de las cristaleras al tambalearse. Subí el edredón hasta cubrirme la cabeza y me quedé un minuto sobre Yeonjun, no tardé demasiado en empezar a rozarme y a gemir por lo bajo, lleno de la misma necesidad de cada mañana. Después de la inflamación, dejé a un Yeonjun sudado, desnudo y adormilado que se había corrido tres veces como un campeón mientras me ahogaba bajo su cuerpo y me mordía con fuerza. Fui al baño a ducharme y después me detuve frente al cristal, desempañándolo con la mano para mirar mi reflejo. Las «marcas» ya eran una constante en mi vida, para cuando se curaba una, ya tenía dos o tres nuevas; así que estaba repleto de ellas, desde la parte baja de mi cuello a los hombros, además de los muchos moratones que tenía en las muñecas y la cadera de cuando Yeonjun me agarraba.
Chasqueé la lengua y me pasé una mano por el pelo en lo que para mí era «peinarse», después salí hacia la habitación repleta de peste a lobo y los suaves ronquidos de Yeonjun, me vestí con algo cómodo e hice poco ruido al deslizar la puerta de papel de arroz. Una vez en la cocina, preparé mi café, el vaso de leche de Yeonjun y me fumé un cigarro tranquilamente al lado de la puerta de emergencias. El aire aullaba y entraba en la casa, algo más fresco de lo que me había imaginado que sería; así que antes de salir de casa fui a por mi chaqueta militar.
—Beom espera Yeonjun —oí decir al lobo, despertándose de pronto y haciendo lo que, a todas luces, fue un gran esfuerzo por levantarse e ir tambaleándose al baño para echar una larga meada y una ducha.
—Date prisa, ya es algo tarde —respondí cuando volvió a la habitación.
El lobo agitó la cabeza para despejarse y fue a las cajoneras que había montado para seleccionar la primera ropa que encontró: chándal negro y camiseta sin mangas.
—Ponte la chaqueta, hace fresco —le ordené.
Yeonjun obedeció, terminando de atarse sus zapatillas de deporte y bostezando de la forma más ruidosa que había oído nunca mientras se estiraba. Me siguió muy de cerca, casi pegado a mi espalda, durante todo el camino a la cafetería donde siempre me detenía a desayunar. Estaba un poco más llena de lo normal, por lo que las miradas y los murmullos a nuestro alrededor fueron más evidentes que cuando había poca gente.
—No me puedo creer que acepten a lobos aquí... —llegó a decirnos un hombre que estaba a un lado de la barra donde fuimos a pagar—. Qué puta vergüenza...
Yeonjun gruñó y le miró de una forma que casi les hizo cagarse en los pantalones. Eso me hizo sonreír, dejé el dinero en la barra y me giré para acariciar el abdomen del lobo y darle un beso en los labios delante de aquel idiota y todos los que quisieran vernos. Yeonjun ronroneó y me siguió a la salida.
—Beom no esconde que Yeonjun es su Macho. Bien —me dijo.
Eso me sorprendió y giré el rostro para mirarle.
—¿Desde cuándo te escondo yo? —le pregunté.
—No, Beom no. Eso gusta mucho a Yeonjun.
Murmuré una afirmación y asentí, dando el tema por terminado. Nos fuimos a la tienda de comida para llevar, donde pudimos ahorrarnos una cola de diez personas porque la dueña apareció desde las cocinas para entregarnos personalmente el pedido. No miraba al lobo a mis espaldas, solo se concentraba en mirarme a mí y seguir sonriendo, porque le pagaba demasiado para que no lo hiciera.
(...)
—Oye, Yeonjun, ¿dónde comen normalmente los lobatos? —le pregunté mientras fumaba al lado de la puerta de emergencias.
El lobo giró el rostro de ojos adormilados y respondió:
—Lobatos comen en Refugio, como Machos solteros si quieren. Alfa les da de comer a todos.
—¿El Refugio? —dije con un tono curioso, aunque sabía perfectamente a lo que se refería porque había leído sobre ello.
Yeonjun asintió un par de veces, sacándose la mano de debajo del pantalón para apoyarla en el respaldo del sofá y estar más cómodo al mirarme. Había esperado a que terminara de comer para hacer mi pequeña investigación personal, ya que el lobo estaba lleno y muy tranquilo mirando uno de sus programas de bricolaje.
—Edificio grande. Casa de Alfa —explicó—. Allí viven los lobatos y los Machos solteros de la Manada, se enseña a las crías y se da comida, ropa y cosas. Goeun y algunos compañeros preparan todo.
Arqueé las cejas, pero fue tan solo un momento antes de llevarme el cigarro a los labios y fumar una calada. No sabía que el Refugio era la casa del Alfa, además de un Hotel con pensión completa para lobos. Eso complicaba un poco las cosas.
—¿Dónde está? —pregunté.
Entonces Yeonjun puso una expresión triste de cejas bajas.
—Yeonjun no puede llevar a Beom... solo... Manada puede ir.
—No quiero que me lleves, solo que me digas dónde está —respondí.
—En el centro de territorio, más allá del puente y cerca de parque grande.
Me pasé la lengua por los labios y bajé la mirada al enorme sofá nuevo y cómodo. No podía seguir insistiendo en el tema sin llegar a levantar sospechas. Yeonjun parecía tonto, pero no lo era, y yo no quería que sospechara de mí cuando el plan estuviera en marcha. Por lo que me había dicho, el Refugio no debía quedar a mucha distancia del parque principal de la ciudad, no muy lejos del pequeño parque donde estaba la furgoneta de comida. Fumé una última calada y tiré el cigarro por la puerta antes de cerrarla y sentir un escalofrío debido al viento fresco. Fui directo a meterme debajo de la manta apestosa y pegarme al lobo, que me recibió con un ronroneo profundo y un roce de mejilla contra mejilla. Le di un beso en los labios marcados y le acaricié el abdomen hasta que, en apenas un par de minutos, se quedó dormido y roncando.
Se despertó una hora y media después, cuando ya casi estaba anocheciendo y recibí una llamada al móvil. Me levanté del sofá y del cálido abrazo del lobo y la manta para ir a buscarlo y responder. Yeonjun me miró, todavía adormilado, hasta que el hice una señal negativa. No era nadie de la Manada, solo mi nueva jefa, diciendo que debido al «accidente» ya no iba a necesitar mis servicios y que «me deseaba lo mejor».
—Muy bien —y colgué sin más. Nada nuevo ni inesperado. Ya había comenzado a buscar empleos durante el desayuno y confiaba en que, en poco tiempo, consiguiera un nuevo empleo tan malo como todos los anteriores—. Era mi jefa, me ha despedido —le conté a Yeonjun mientras volvía a su lado.
El lobo gruñó con enfado, llegando a mostrarme los dientes.
—No fue culpa de Beom... —dijo antes de volver a gruñir—. Yeonjun hablará con Alfa y...
—No, Yeonjun no va a hacer una mierda —le interrumpí, pasando un brazo por el respaldo para poder acariciarle el pelo—. Puedo encontrar otro trabajo por mí mismo, no necesito a Seokjin.
—Si Beom pide ayuda a Manada, podría... —pero se detuvo en seco cuando vio mi rostro. Apartó la mirada al instante y la fijó en la pantalla de la enorme televisión.
Yeonjun se había asustado, no me sorprendía, porque había estado a apenas un par de palabras de desatar una tormenta de la que no iba a salir nada bien parado. Trató de gruñir, de recuperar su poder y superioridad sobre mí, pero fue un sonido ronco y bajo. Yeonjun ni siquiera se atrevió a responder mi mirada durante los minutos que me quedé allí a su lado antes de decirle con tono seco y firme:
—Te haré el tupper para que te lleves al trabajo.
El lobo asintió, moviendo al fin los ojos hacia mí para gruñir pidiendo atención y cariño. Como no funcionó, se recostó un poco y uso el peso de su cuerpo para echarme de espaldas contra el sofá, gruñendo en mi oído mientras me bajaba los pantalones. Yeonjun no quería irse de allí sin reafirmar su autoridad como Macho, sometiéndome bajo él, mordiéndome, agarrándome del cuello y metiéndomela hasta el fondo. Le costó bastante, porque yo estaba molesto y le puse las cosas difíciles; así que resultó en un sexo bastante violento, duro y lleno de gruñidos y gritos. Sinceramente, era mi favorito. Yeonjun se volvía un poco loco, siempre llegaba al cuarto orgasmo y me dejaba totalmente repleto de semen, con el culo empapado y sin aliento. Durante la inflamación, estaba tan exhausto y feliz que me olvidé por completo del enfado y el hecho de que el lobo casi me hubiera aconsejado que me fuera arrastrando a la Manada para mendigar su ayuda.
—Joder, Yeonjun... —jadeé, abrazándole y dándole un par de besos en la mejilla.
Él ronroneó y me devolvió un par de mordiscos suaves aquí y allá, asegurándose de dejar bien de su Olor a Macho sobre mí. Cuando al fin pudimos movernos, solté un quejido y le aparté para levantarme, yendo directo al baño para vaciarme y darme una ducha rápida. El lobo ya me estaba esperando con las llaves del Jeep en la mano y una fina sonrisa en los labios. Me acompañó a la cocina para ver cómo preparaba el tupper y se lo puso bajo el brazo antes de acercarse a darme una última caricia, ronronear y decirme:
—Yeonjun se va.
—Pásalo bien.
Cuando salió por la puerta, saqué un cigarro de la cajetilla y lo encendí de camino a la ventana. Aparté las hojas de una planta y me quedé mirando la carretera poco alumbrada por la luz amarillenta de las farolas que todavía funcionaban. La figura imponente de Yeonjun apareció y fue directo a su Jeep. Vi como se alejaba y solté una voluta de humo contra el cristal, dándome la vuelta para ir a por mi chaqueta negra, una más discreta y no tan reconocible, junto mi gorra vieja de beisbol para cubrirme el rostro. Los lobatos querían jugar, así que íbamos a jugar.
Lo que hice aquella noche fue prepararme, eso siempre era lo primero. Busqué el famoso Refugio, que, como había pensado, no quedaba muy lejos de donde estaba todavía precintada la furgoneta de comida. Se trataba de un Hostal de puertas de cristal e interior de luz cálida y suave. No estaba señalizado, no tenía nombre y no aparecía en Google Maps; pero no tuve duda alguna de que aquel era el lugar correcto. Después de todo, ¿qué clase de Hostal tenía más de diez todoterrenos aparcados a la puerta? Solo uno: el Refugio.
Me quedé a cierta distancia, escondido entre los soportales que había en el edificio de enfrente, con la gorra de beisbol bien bajada, las manos en los bolsillos y las solapas de la chaqueta levantadas. Lo suficiente lejos para que ningún lobo de la Manada me sorprendiera espiando allí, fumando y vigilando a los que entraban y salían. Reconocí a un par de solteros, que desaparecieron con sus todoterrenos, después llegaban más lobos, ruidosos, entrando y saliendo a placer; pero eso no me interesaba, lo que había venido a buscar era a los puñeteros lobatos. Llegaron a las dos horas de estar allí esperándoles, en dos coches diferentes: un Volkswagen rojo del que salió Sunghoon con otros dos y un Honda Civic blanco, del que salieron otros cuatro lobatos. Sacaron algo de los maleteros, posiblemente algo que habían robado, mientras gritaban y se decían tonterías de adolescentes. Después entraron en el Hostal, coincidiendo con la salida de dos Machos que les ignoraron por completo.
Tiré la colilla del cigarro al suelo y bajé la cabeza para volver por donde había venido. Las cosas serían complicadas. No me esperaba que hubiera tanto movimiento en el Refugio y quizá tuviera que modificar el plan original, buscando un nuevo lugar donde atacarles; uno que no estuviera repleto de Machos de la Manada. Por suerte, los lobatos tenían un lugar al que iban frecuentemente y que les encantaba...
(...)
—Yeonjun, ¿cuándo abren el Luna Nueva? —le pregunté al día siguiente mientras le acariciaba la espalda sudada.
El lobo dejó de ronronear y acariciarme la mejilla, levantó la cabeza y me miró.
—El Luna Nueva abre varias veces al mes en verano, cada semana y poco —respondió—. ¿Beom tiene ganas de ir a bailar? —preguntó con una sonrisa. Si no tuviera la polla inflamada dentro de mí, estaba casi seguro de que solo la idea de bailar le habría puesto cachondo.
—Sí, sí tengo ganas de bailar —asentí.
—Beom y Yeonjun pueden ir al Luna Nueva a bailar siempre que quieran. No necesitan permiso del Alfa para eso.
—Bien. —Levanté la mano desde su espalda ancha y musculosa a su pelo corto, ese que tan bien le quedaba—. ¿Y los lobatos van todos los días al club? —pregunté entonces—. ¿O tiene que acompañarlos Seokjin?
—No. Lobatos van cada fin de semana. Beben, pelean, bailan... —se encogió de hombros—. Hacen cosas de lobatos —concluyó.
—Claro, cosas de lobatos... —murmuré.
Cuando Yeonjun se fue a trabajar, salí de nuevo de casa, pero esta vez en dirección a la zona industrial donde estaba la nave de latón en el que se celebraban las fiestas del Luna Nueva. En la soledad de una noche fresca, oscura y de aire aullante, el lugar no daba muy buenas sensaciones. Algunas piezas metálicas y cadenas oxidadas que todavía colgaban de máquinas abandonadas, producían un ruido bastante perturbador al chocar, como la banda sonora de una película de terror. Pero si había un monstruo escondido en aquel lugar, era yo. Fumando bajo la capucha de mi chaqueta negra sobre la gorra de beisbol, con la linterna del móvil en la otra mano y buscando alguna entrada por la que colarme al interior. La puerta principal estaba cerrada, ya lo había comprobado, pero dando una vuelta a la nave, encontré un ventanal abierto, uno de los muchos que dejaban para que el lugar se aireara de peste a lobato. No quedaba muy alto y, casualmente, un tubo del desagüe del canalón estaba cerca. Le di un par de tirones y me colgué para comprobar si era firme o si podría romperse al subirlo, después escalé sin ningún problema y, alargando la mano, llegué hasta el borde de la ventana. Bien, el problema era que, entre esta y el puente elevado de la estructura que atravesaba la nave, había un vacío de dos o tres metros. Había que tener mucho cuidado y parecía una locura arriesgarse a saltar. Sonreí. Daba la casualidad de que yo estaba loco.
(...)
—Yeonjun ganó —me recordó el lobo por segunda vez aquella noche mientras le vendaba el brazo.
Solté un murmullo desinteresado y continué echándole pomada desinfectante en los cortes y antinflamatoria en los cardenales que le habían hecho en la espalda y en la mejilla. Terminé revisando su labio partido y chasqueé la lengua.
—No puedo echarte esta pomada ahí —le dije, guardándolo todo de vuelta al botiquín—. Mañana compraré bálsamo o alguna mierda así.
Yeonjun asintió, se levantó a la vez que yo y, cuando volví a la habitación, ya estaba desnudo, echado en la cama y empalmado. No era ninguna sorpresa, después de todo, siempre hacíamos lo mismo cuando llegaba herido y tenía que hacerle las curas. Así que me quité la camiseta corta y el pantalón de chándal y me puse de rodillas, rodeándole las piernas con los brazos para atraerlo hacia mí de un tirón y hundir la cara en sus testículos. Agh... los pequeños grandes placeres de la vida.
—Me han llamado para una entrevista —le informé cuando volví de ducharme y con un cigarro ya en los labios—. Así que mañana iré contigo hasta el centro.
Yeonjun dejó de masticar para sonreír y gruñir de una forma más aguda que subía y bajaba, mostrando su sorpresa y felicidad. Me estaba volviendo todo un experto en lenguaje lobuno, sinceramente.
—Es solo para sustituir unas vacaciones de mierda —le aclaré, encendiéndome el cigarro cuando llegué a la puerta de emergencia—, pero es un puesto de repartidor de pizza, así que quizá consiga bastante comida.
El lobo volvió a gruñir con felicidad, incluso más alto que antes. Puse los ojos en blanco y negué con la cabeza mientras la giraba hacia la puerta para expulsar el humo. Sin embargo, una sonrisa discreta se asomó en mis labios.
(...)
—¿Beom sabe ir en moto? —me preguntó cuando, al día siguiente, detuvo el Jeep frente a una pizzería del centro con un estúpido nombre italiano y el logo de un hombre con bigote y sombrero de chef. A un lado, había tres o cuatro motos preparadas para los repartos—. Yeonjun nunca ha visto a Beom en moto.
—Sí, sí que sé —respondí, poniéndome la capucha antes de salir hacia la calle lluviosa—. Iré en autobús nocturno a casa, te espero allí.
El lobo se acercó para acariciarme la cara y, de forma inesperada, darme un suave beso en los labios. Arqueé las cejas y me quedé un momento parado porque Yeonjun, al igual que los demás Machos, no daba besos. Les gustaban mucho, por supuesto, pero era algo más humano, ya que los lobos tenían sus propias formas de demostrar amor y cariño. Me bajé del auto todavía algo sorprendido y con el ceño fruncido, me despedí de Yeonjun con un movimiento rápido de la mano bajo la suave lluvia y cerré la puerta del Jeep.
La pizzería era una mierda, pero olía bastante bien y estaba caliente debido a los hornos. La decoración se parecía a una triste imitación de un restaurante italiano, pero con manteles de cuadros blancos y rojos de plástico y sillas de madera vieja. Tras la barra de servicio, había un hombre que no debía superar la mayoría de edad y que estaba, a todas luces, algo fumado. Me habló con un tono lento y adormilado, hasta que le interrumpí en seco.
—Venga a hacer una entrevista para repartidor.
—Ah... sí, ¿tú eres Beomgyu? —parpadeó varias veces como si quisiera centrar su mirada de pupilas dilatadas en mí. No podía juzgarle, yo había estado en su posición, igual de colocado o incluso más.
Asentí con la cabeza y el chico me hizo una señal para que le siguiera al interior de la «cocina», que básicamente era un espacio separado del establecimiento por una pared mal adornada con banderas italianas y cuadros en blanco y negro de famosos que nadie conocía. Tras una puerta en una esquina, estaba el dueño. Solo me hizo tres preguntas:
—¿Sabes conducir una moto?
—Sí.
—¿Sabes contar dinero?
—Sí.
—¿Crees que te voy a hacer un contrato para solo un mes?
—No.
—Empiezas mañana a las once —y me hizo una señal para que me fuera.
Asentí y cerré la puerta, porque no había llegado si quiera a entrar. Me dirigí a la salida y me sumergí en la noche lluviosa con las manos dentro de mi chaqueta negra; una alrededor de mi navaja y la otra alrededor de un spray de pintura verde fosforito.
Y la diversión solo había acabado de empezar.
Soy un artista del graffiti. No lo había dicho todavía, pero sí. Es algo que siempre se me dio bien y que pude desarrollar en mis años de adolescente problemático. Había hecho un par de murales bastante impresionantes en mi juventud, pero de la obra que más orgulloso me sentiría siempre fue la que hice aquella noche en el Luna Nueva. Por todo... el Luna Nueva.
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