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Chapter 25: La manada: una gran familia vengativa.

Me desperté pegado al lobo. Piel con piel y no en una esquina de la cama, dándole la espalda y creyendo que había un continente de distancia entre nosotros que nos separaba; aunque hubiera sido tan sencillo como alargar la mano y tocarle. Por los cristales limpios entraba ahora demasiada luz, arrojando la claridad penetrante y dolorosa de la tarde sobre nosotros. Gruñí y me apreté contra mi lobo, hundiendo la cabeza bajo el edredón y pegando la cara al hueco de su cuello. Yeonjun se removió un poco, dejando de roncar y rodeándome con los brazos. Aquella primera noche tras casi huir de la casa, habíamos acabado follando y, desde entonces, el sexo había vuelto a ser tan abundante y maravilloso como había sido siempre. Así que, como cada mañana, desperté a mi lobo con besos, roces y poniéndole muy cachondo; yo me aseguraba bien de ello. Simplemente, me despertaba con muchas ganas de Yeonjun, de su cuerpo y de su polla. Puede que fueran todas esas feromonas acumuladas durante la noche porque, incluso enfadados, no había podido resistirme a buscarle cada mañana con pequeños besos y caricias; aunque el sexo había sido una absoluta mierda y después me sentía más frustrado y enfadado que antes, empezando el día con muy, muy mal genio. Pero ahora el lobo había vuelto a ser la bestia sexual y maravillosa que siempre había sido; ya no me ponía de espaldas y me follaba sin más hasta correrse dos míseras veces, sino que se convertía en el cabrón efusivo y salvaje que tanto me gustaba y tan loco me volvía. Aquella mañana me lo hizo de cara, gruñendo, moviendo la cadera sin parar, mordiéndome, agarrándome el cuello y llegando sin problemas a la cuarta eyaculación mientras yo le tiraba del pelo, le apretaba su pálido pecho y le gritaba: «¡Sí, joder! ¡Vamos, puta fiera!»

Terminé sumergido en aquella nube de placer y calma, recuperando el aliento y con un lobo encima, sudado y jadeante. Yeonjun me acarició el rostro y ronroneó un poco durante la inflamación mientras yo le rodeaba con los brazos y le acariciaba la espalda. El lobo todavía no me había perdonado, no del todo, al menos. Parecía tener cuidado y estar muy atento a cualquier señal de peligro. Había dado un paso atrás después de haberle decepcionado y humillado delante de la Manada y, aunque no fuera tan desolador y frío como antes, seguía teniendo sus momentos de duda. Ya no era tan abierto con sus caricias y muestras de afecto, ya no gruñía para pedir mi atención y mimos, ya no hacía ninguna referencia a la Manada, a su trabajo o a que él era «mi Macho». Pequeños detalles de los que yo me daba cuenta y que me molestaban, pero por los que no podía culparle.

Se levantó él primero, bostezó ruidosamente, se fue rascándose una nalga hacia el baño para echar una buena meada y volver a la cama para retozar un poco más y que le siguiera acariciando el pecho y el abdomen. Cuando volvió a quedarse dormido, a roncar y a tener contracciones en la pierna, me levanté para ir al baño y darme una ducha rápida. La casa estaba repleta de luz, lo que solía pasar en los pocos días en los que el sol se veía en el cielo. Abrí los ventanales un poco, porque hacía un leve calor acumulado y era agobiante con tanta puta planta por allí. Con el sol, Yeonjun las regaba más a menudo y al evaporarse el agua era como si viviéramos en el puto amazonas. Terminé abriendo la puerta de emergencia, puse la cafetera a funcionar, fui a por la leche a la nevera, repleta de cerveza y la comida más básica para mí, y le preparé el vaso a Yeonjun sin calentárselo. Entonces puse las noticias de la tarde en la tele, me encendí un cigarro y bebí mi café tranquilamente mientras esperaba a que el lobo se despertara para acompañarme a la compra.
Ya había pasado semana y media desde esa mierda de noche en la bolera que había afectado a mi vida de una forma tan drástica. Seokjin me había enviado un mensaje corto al móvil para decirme que ya no me «necesitaba» en el club Luna Llena ni en la tienda de caramelos; me había enviado el finiquito y no me había vuelto a hablar. Cuando había preguntado a Yeonjun, vi una mueca triste y consternada en su rostro, había agachado un poco la cabeza y me había dicho:

—La Manada está muy enfadada con Beom por haber humillado a Yeonjun.

No es que me importara gustarle o no a la Manada, pero era consciente de que tenerla en tu contra no era nada bueno. Solo esperaba que no metieran mierda entre Yeonjun y yo, porque entonces sí que les daría una buena razón para enfadarse conmigo. De todas formas, a falta de trabajo, me había puesto a buscar de nuevo entre las páginas de ofertas de empleo, más llenas ahora de ofertas temporales para cubrir vacaciones. Un hombre con una voz muy ronca y con muy mal genio me había llamado para hacerme un par de preguntas rápidas y ofrecerme un empleo en una gasolinera de mierda de la autopista a cambio de un sueldo que daba pena. Acepté, por supuesto, porque cuando eras un hombre como yo te agarrabas a cualquier oportunidad para sobrevivir. Yeonjun no había traído el dinero del mes y yo ya no tenía un trabajo fácil y con un sueldo absurdo, las reformas de la casa y los nuevos muebles y electrodomésticos no habían salido gratis y temía que, incluso con los ahorros, no pudiera mantener el ritmo de comidas de Yeonjun más que uno o dos meses más. Si fuera necesario, podía volver a vender su Olor a Macho en el Foro, pero no era algo que quisiera hacer ahora que sabía que podía hacerle daño al lobo.

Yeonjun se despertó cuando ya me había terminado mi cigarro y el café, caminó desnudo hacia la cocina, bebió su vaso de leche fría y se fue a vestir. Me reuní con él en la habitación, buscando ropa cómoda y veraniega en el armario nuevo.

—Yeonjun comprará cortinas y las instalará —me dijo él, dando un par de pequeños golpes con el nudillo sobre el cristal de la ventana.

Asentí de acuerdo y salimos de casa para ir a la cafetería donde siempre desayunaba y después a la tienda de comida para llevar. Ahora el lobo me acompañaba por ninguna razón aparente; se había despertado un día y había dicho «Yeonjun quiere ir con Beom» y Beom le había respondido «Como quieras». Ahora que ya no hacía los envíos, no tenía nada que esconder al lobo. Si quería verme desayunar y esperar en la cola de la tienda, que lo hiciera. Estaba bastante seguro de que se aburriría pronto, pero el Macho seguía viniendo conmigo día tras día, asustando a los humanos y llamando mucho la atención con su fuerte olor y su imagen peligrosa y atractiva. A veces se quedaban mirando demasiado fijamente o murmurando y yo les soltaba comentarios como: «¿Qué cojones estás mirando?» o «¿Tienes algún puto problema?». A lo que ellos bajaban la cabeza o apartaban rápidamente la mirada para no enfadar a los dos hombres con pinta de poder darte una paliza en mitad de la calle o la cafetería. Era cierto que ver a un lobo de día era algo extraño, pero la mayoría de reacciones que despertaba Yeonjun eran de rechazo, comentarios racistas y asustados, porque la gente miraba con deseo a los lobos por la noche, pero en cualquier otro momento, solo los odiaban.

Al volver a casa, Yeonjun tomaba su primera comida del día, descansaba un poco en el sofá y nos íbamos a trabajar. El lobo me llevaba a la gasolinera y se iba de vuelta a la ciudad para hacer sus cosas de la Manada. El trabajo nocturno allí era una mierda, por supuesto. La gasolinera era vieja, los surtidores se atascaban muy a menudo, los pocos clientes siempre se quejaban del precio y esperaban a que tú les rellenaras el depósito con una puta sonrisa en los labios. Cuando quería fumar, tenía que apartarme bastante y hacerlo casi al borde de la autopista, inmerso en la oscuridad de la carretera y sentado en los quitamiedos mientras expulsaba bocanada tras bocanada de humo y me bebía mi asqueroso café de máquina. La gasolinera tenía una pequeña tienda con la mayoría de productos a punto de caducar y un reservado para uno de los baños más asquerosos que había visto en mi puta vida; y yo había estado en muchos baños asquerosos, así que era mucho decir. Las noches se hacían largas, frustrantes y aburridas, pero al menos a veces venía Yeonjun a verme. Volvía antes de cumplir sus «asuntos», se quedaba conmigo y follábamos en el Jeep. El lobo detestaba el olor a gasolina y carburante, siempre se quejaba con un gruñido grave, pero yo no podía hacer nada para evitarlo. Al menos, le rellenaba el depósito del auto gratis siempre que quería.

Una de esas noches incluso había venido con Namjoon. Estaban de camino a algún sitio y necesitaban gasolina, Yeonjun bajó del todoterreno, esperó a que me acercara y me acarició el rostro contra el suyo con un leve ronroneo. Le abracé cuanto pude y le besé un poco en los labios. A los lobos les crecía el pelo mucho más rápido que a los humanos, algo que había aprendido por pura observación. A mí me parecía que Yeonjun estaba más guapo cuando tenía una pinta más agresiva, pero esa imagen más despreocupada y salvaje tampoco le quedaba mal.

—¿Has comido ya, fiera? —le pregunté en voz baja, acariciándole un poco el abdomen.

Yeonjun asintió y ronroneó, así que le acaricié la nariz con la mía y froté mi entrepierna contra la suya, creyendo que quizá pudiera darme un buen viaje en la parte de atrás del Jeep antes de irse. El lobo gruñó por lo bajo, algo grave y excitado mientras me mostraba los dientes, pero, aunque enseguida se le puso dura bajo el chándal, se detuvo e hizo una señal a la espalda para indicarme que había alguien allí. Ladeé el rostro para mirar por encima del hombro de Yeonjun a la figura que aguardaba en el asiento del copiloto. Él nos estaba mirando por el borde de los ojos, pero enseguida miró al frente cuando se encontró con mis ojos. Namjoon siempre había sido muy sonriente y divertido conmigo en el club, aunque, al parecer, estaba de acuerdo con la Manada sobre su decisión de odiarme.

Miré a Yeonjun a los ojos y vi su expresión levemente apenada. No le gustaba que sus hermanos me ignoraran, pero, al igual que yo con el olor a gasolina, él no podía hacer nada para evitar aquello. Le rocé con la nariz, un leve golpe para llamar su atención y le di un último beso antes de separarme.

—¿Lleno? —pregunté de camino al surtidor.

El lobo asintió y me siguió, acariciándome la espalda con la mano como si tratara de consolarme por algo. Al terminar, soltó un gruñido apenado por lo bajo y subió al auto. Parecía dolerle mucho más a él que a mí que la Manada ya no me aceptara. Aquella no fue la única vez que trajo a alguno de sus hermanos, quizá intentando que vieran algo, o que se dieran cuenta de que yo no era malo con Yeonjun; que lo de la bolera solo había sido una mala noche. Fuera como fuera, no funcionó. Al final del mes organizaron una barbacoa de fin de semana a la que no me invitaron. Yeonjun llegó a buscarme al trabajo con cara triste y la cabeza gacha.

—¿Qué ha pasado? —quise saber al momento. No soportaba ver a mi lobo triste, porque yo me esforzaba mucho para hacerle feliz.

—La Manada quiere hacer una barbacoa —me explicó con la mirada baja y fija en el volante—. Alfa no... deja a Yeonjun ir con Beom.

Solté un murmullo de comprensión y bajé más la ventanilla para poder fumar un cigarro.

—¿Tienes que llevar algo? —le pregunté con el cigarro en los labios mientras lo encendía—. ¿Bebida o alguna de esas tonterías?

—No. Los compañeros de la Manada siempre llevan todo... —murmuró, más apenado todavía.

Eché el aire a un lado y me pasé la lengua por los dientes antes de dedicarle una mirada por el borde de los ojos. En mis largas y aburridas noches en la gasolinera, no había podido evitar volver a ojear el Foro; solo por curiosidad. Había entrado en aquel subforo que se llamaba «La Manada» y había leído muchos reportajes y estudios sobre la organización social y la familia que representaba para los lobos. Los humanos solo pasaban a formar parte de ella como «compañeros», llamados vulgarmente «omegas». Que te dieran la oportunidad de presentarte y te invitaran con ellos era, como ya sabía, un evento muy importante que marcaba un antes y un después. Uno que había que ganarse con tiempo y esfuerzo. No valía simplemente con follarte y cuidar de tu Macho, sino que el Alfa y la comunidad debía comprobar que eras digno de participar en su núcleo social. Entonces había entendido esos trabajos que me habían dado en la puerta del club y en la tienda de caramelos, esas visitas a los lobatos y al Luna Nueva con Yeonjun. No eran favores, eran pruebas escondidas y mis primeros contactos con la Manada como grupo. Por supuesto, yo la había cagado por completo y ahora no había vuelta atrás. Yo lo sabía y Yeonjun lo sabía; por eso se ponía tan triste, temiendo que su compañero nunca fuera aceptado por sus hermanos de nuevo. Porque la Manada nunca olvida: ni lo bueno ni lo malo.

—Bien —murmuré, echando una bocanada de humo a un lado. Alargué la mano hacia la pantalla digital y puse algo de música suave con un buen bajo—. ¿Vamos a casa? —pregunté.

El lobo arrancó y se sumergió en la oscuridad de la autopista en dirección a la ciudad. Seguí fumando, con un brazo fuera, apoyado en la puerta, tomando breves caladas antes de echar el aire. Miraba al frente, a la noche iluminada por las luces largas del Jeep. Podían pasar meses, puede que años, hasta que la Manada volviera a darme la oportunidad de formar parte del grupo y presentarme al resto de compañeros. Eso sí decidían volver a hacerlo, puede que el imbécil de Seokjin ni siquiera me diera la oportunidad otra vez; condenándome al ostracismo y a la soledad. Yo tendría a un Macho, pero no sería considerado como su compañero, solo como el humano que le daba de comer y le vaciaba las pelotas. A mí no podía importarme menos lo que ellos pensaran de mí, siempre que Yeonjun se quedara a mi lado, se podían meter a su Manada por el puto culo si querían.

—¿Tienes todo? —le pregunté a Yeonjun cuando llegó el día de la barbacoa y nos habíamos levantando un poco antes para que se vistiera de forma elegante. Le había comprado una buena camisa blanca que le quedaba como un guante, marcando lo justo y con los primeros botones abiertos para mostrar la cadena de plata y su pálido pecho—. ¿Quieres llevarte algo de beber para el viaje?

El lobo asintió y fui hacia la nevera para sacar una botella de un litro de agua fresca, pero cuando se la entregué, me miró de nuevo con esa expresión de cejas bajas y ojos tristes. Yo luchaba para no enfadarme y soltar algo cortante que le hiciera espabilar. Me ponía de los nervios que a Yeonjun le afectara tanto aquello, lo suficiente para no haberse corrido más de tres veces aquella mañana y haberse quedado gruñendo apenado durante toda la inflamación mientras me acariciaba con el rostro.

—Estaré aquí cuando vuelvas —le recordé—. No me voy a morir.

Pero Yeonjun volvió a gemir y se acercó para frotar su mejilla contra la mía.

—Beom debería ir con su Macho —murmuró en voz baja—. Los demás compañeros lo hacen...

Aquella era la primera vez que volvía a referirse a sí mismo como «mi Macho» tras una larga temporada de dudas y sospechas. Poco a poco, Yeonjun había vuelto a ser el de siempre conmigo.

—No pasa nada, Jun —respondí—. Es solo una estúpida barbacoa.

—Es la Manada —dijo él, como si eso tuviera que significar tanto para mí como para él.

Chasqueé la lengua y cogí aire. No sabía qué más hacer, porque no había nada que yo pudiera decirle para cambiar o mejorar la situación.

—Vas a llegar tarde —le recordé, animándole a ir hacia la puerta—. Te esperaré en la gasolinera.

El lobo soltó un último gruñido de tristeza y se despidió con otra caricia en la mejilla antes de salir por la puerta como si se dirigiera a un funeral. Me vestí y salí veinte minutos después de él para ir a desayunar y hacer los recados. Me eché una pequeña siesta y tomé un autobús hasta la salida de la ciudad, recorriendo el último tramo de autopista a pie, pegado al borde y con cuidado de mantenerme lejos de los autos que atravesaban la carretera demasiado rápido en mitad de la noche. Yeonjun vino a verme en mitad de la noche, mucho más temprano de lo que debería e incluso más apenado de lo que se había ido. Dejó el Jeep a un lado, en un pequeño reservado antes de entrar en la gasolinera, fue directo hacia mí y me abrazó para gemir tristemente. Le abracé de vuelta y puse los ojos en blanco cuando estuve seguro de que no podía verme.

—¿No te lo has pasado bien? —le pregunté.

Él solo gruñó en respuesta, apretándome más fuerte y acariciándome la mejilla. Olía a sudor cálido y a piel bañada por el sol; fue muy agradable y terminé hundiendo el rostro en su cuello y aspirando con profundo placer. Me lo llevé conmigo a la parte de atrás de la caseta donde estaba la tienda, discreta y oscura. Le besé los labios y le acaricié por dentro de la camiseta, sintiendo sus músculos, su piel cálida. Yeonjun no tardó ni un instante en ponerse cachondo y frotar su entrepierna abultada contra mí; pero lentamente, consciente de que aquel era uno de esos momentos en los que me gustaba alargar los entrantes antes del plato principal. Dejó atrás sus gruñiditos de pena y empezó a gruñir como un lobo hambriento y muy mojado. Me mordió, me agarró del cuello y me apretó contra la pared repleta de pintadas y grafitis. Me agaché para chupársela y después me dio la vuelta para metérmela de pie, con las manos apoyadas en la pared mientras me jadeaba en la oreja. Tras correrse cuatro veces, se detuvo y se dejó caer sobre mí, haciéndome perder el aliento al quedarme encerrado entre su peso y el muro. Se limpió el sudor en mi nuca para impregnarme y después ronroneó por lo bajo.

—Mañana es mi día de descanso —le recordé mientras me subía los pantalones, ignorando esa acostumbrada humedad viscosa que tenía en el culo y me resbalaba por las piernas—. Podemos salir a tomar algo y bailar. ¿Qué me dices?

Yeonjun se abrochó el cinto de hebilla plateada y asintió varias veces, incapaz de rechazar una invitación para bailar. Después me lo llevé conmigo a la tienda y nos entretuvimos viendo el pequeño televisor que había bajo el mostrador. Solo vinieron un par de clientes, los cuales no se atrevieron a quejarse tanto al ver allí al lobo. Cuando al fin terminó mi turno, llegó la mujer que trabajaba de día y me fui con Yeonjun a casa. Tras la cena, nos fuimos directos a la cama, demasiado cansados después de madrugar. Por desgracia, al día siguiente el lobo tuvo que ir a un «trabajo especial» y nos quedamos sin salir, volviendo a las tantas de la madrugada con el labio roto, nuevos moratones y la ropa manchada de sangre. No le hice preguntas, solo le ordené que se diera una ducha y después le curé las heridas y le puse la cena en la mesa mientras me fumaba un cigarro al lado de la puerta de emergencias. Yeonjun comía bocado tras bocado, mirándome mientras masticaba. Por alguna razón, me hizo gracia verle con solo una camiseta gris y grande puesta, sin ropa interior ni parte de abajo; comiendo como el cerdo que era, con la boca empapada en grasa y los vendajes. Sonreí y eché una bocanada de humo a un lado. Yeonjun me vio y también sonrió como un tonto por el simple hecho de verme feliz.

Aquella noche no fuimos a bailar, pero le di un buen viaje a mi lobo. Le acaricié como le gustaba, en la barriga y en su cabello anaranjado mientras descansaba la comida y después me lo llevé a la habitación para que se sentara en mi cara. Yeonjun jamás me daba la espalda durante el sexo y mucho menos se ponía a cuatro patas, porque eso era sometimiento e iba en contra de todo lo que él era como Macho; así que la única forma que había conseguido de comerle el culo era obligándole a ponerse encima mientras le agarraba esas piernas entre los brazos y le lamía de arriba abajo. Había sido muy divertido la primera vez, porque el lobo estaba nervioso y no demasiado convencido con aquello, pero yo estaba decidido a probar ese culo de levantador de pesas que tenía. Me volví completamente loco, pasando de su ano a sus pelotas y de ahí a su polla gorda. Yeonjun siempre se corría cuatro veces cuando le hacía aquello, las primeras en mi boca y el resto en mi culo. Yo sabía hacer a mi Macho muy, muy feliz.

Al día siguiente le desperté con más sexo y me fui al baño para darme una ducha, limpiándome bien la cara con muchos restos de saliva, semen y Olor a Culo de Macho que no me había quitado la noche anterior, quedándome dormido durante la inflamación. Dejé a un Yeonjun adormilado y sonriente retozando en la cama, con las piernas y los brazos extendidos mientras una fina manta blanca le cubría hasta el abdomen. Lo único que hice fue abrir un poco la ventana de la habitación para que se aireara, ponerme unos pantalones de chándal y salir a preparar mi café y el vaso de leche del lobo. Aquel día Yeonjun no iría a trabajar, pero yo sí, así que, tras nuestra salida diaria a desayunar y hacer las compras, volvimos a casa para que el lobo comiera su primera bandeja del día antes de llevarme al trabajo. No se bajó del Jeep, solo se inclinó lo suficiente para que yo pudiera acariciarle la mejilla y ronroneó.

—Yeonjun vendrá a ver a Beom —me prometió, lo que quería decir que aparecería en algún momento en mitad de mi turno y se quedaría allí conmigo.

Asentí y vi como salía de vuelta a la autopista antes de dirigirme a la tienda.

—¿Quién era ese tan guapo con el que estabas antes? —me preguntó la chica de la tarde, todavía con su placa identificadora con su nombre en el pecho. A veces hacía esos intentos de intimar conmigo, a los que yo siempre respondía de forma seca y fría—. ¿Alguien especial...?

—Sí —murmuré, ignorándola por completo para ir al pequeño armario a un lado donde guardaban la ropa de trabajo.

—Es un hombre muy guapo...

—Es un lobo —la interrumpí sin mirarla, dejando a la muy idiota con los ojos y los labios abiertos. No preguntó nada más y se fue.

Me puse el chaleco azul marino con el nombre de la gasolinera, viejo, sucio y que me quedaba grande. En la placa tenía un nombre que no era el mío, sino el del hombre al que le cubría las vacaciones; un tipo llamado «Kenni». Vaya nombre de subnormal. Me quedé sentado en la tienda hasta que vi un auto grande que aparcó al lado de los surtidores y salí a atenderle. Era un Land Rovert todoterreno color gris de aspecto militar, y dentro había dos hombres con cadenas plateadas al cuello.

Eran lobos de la Manada.

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