Chapter 24: El vínculo: algo que da miedo.
Yeonjun cambió desde entonces. Aquella mañana, cuando sin casi darme cuenta, busqué su calor y su cuerpo entre las mantas; me dio la vuelta, no me mordió ni gruñó y apenas se corrió dos veces antes de esperar a que terminara la inflamación para apartarse e irse al baño. Yo me quedé en la cama, mirando cómo se iba para volver y tumbarse de lado en la cama, de espaldas a mí. Me enfadé, por supuesto. Me levanté y fui a la cocina para prepararme un café en mi máquina nueva, me fumé un cigarro y dejé el vaso de leche en la barra de la cocina. Yeonjun apareció vestido, se lo bebió poco a poco y fue hacia el sofá sin decir nada, sin si quiera mirarme. Cuando volví de hacer las compras, seguía allí, mirando la tele y sentado. Dejé el plato de arroz con carne sobre la mesa y se levantó para solo comer la mitad, con la cabeza gacha y dando cortos sorbos a la cerveza. Fruncí el ceño y apreté los dientes, pero me mantuve en silencio. Cuando se vistió, volvió para simplemente decirme:
—Yeonjun se va —sin caricia, sin acercarse más de lo necesario para que le viera.
—Pásalo bien —murmuré.
Él asintió y se fue. Aquella noche no vino a verme a la tienda de caramelos, no vino a buscarme si quiera. Cuando llegué a casa ya estaba allí, en el sofá, tras haber dejado otra vez la mitad de las chuletas que le había comprado. Las tiré con enfado a la basura, de forma muy ruidosa para que lo oyera bien; antes de dirigirme directamente a la cama. Tras media hora o un poco más, vino para desvestirse y tumbarse dándome la espalda. Aquello se repitió varios días, hasta que mi enfado se fue diluyendo, dejando tras de sí preocupación y una leve angustia; como la espuma que las olas del mar dejaban tras cubrir la arena de la playa. Miraba a Yeonjun y me preguntaba qué carajos le estaba pasando, por qué ya nunca ronroneaba ni se acercaba más de un paso, por qué ya solo quería follar por la mañana y solo porque yo le buscaba; corriéndose apenas dos veces antes de quedarse jadeando y sin ganas. Sin mordiscos, sin gruñidos, sin tratar de someterme, sin nada. Yo era demasiado orgulloso para preguntarle, demasiado orgulloso para demostrarle que me importaba aquel puto juego al que estaba jugando. En teoría, eso era lo que yo quería. Un lobo que no me hiciera gastar demasiado en comida, que no me molestara con sus tonterías y que impregnara la ropa que yo le daba. Sí, eso era lo que yo quería.
El problema fue cuando me di cuenta de que ese Yeonjun no me gustaba. Ese Yeonjun que no me miraba y no me gruñía para que le prestara atención, que no me abrazaba y me acariciaba... Quería enfadarme, pero no podía sentir nada más que una angustia que me comía por dentro a cada minuto que pasaba. Quizá fuera normal, después de todo, a veces los lobos daban un paso atrás en los Vínculos con sus humanos. No era siempre lineal, a veces tomaba giros, desvíos y rutas alternativas antes de volver al mismo punto o avanzar. Pero, yo sabía que había sido esa noche en la bolera. No había sido un cambio en un momento tonto, ni un giro progresivo hacia un lado; había sido una frenada en seco y había dado marcha atrás de una manera arrolladora. Yeonjun ya no me quería como antes. Y si ya no me quería, no tenía sentido quedarme.
Una noche que volvió a dejarse el tupper que le había preparado sobre la mesa, volví a casa antes que él del trabajo. Cogí un par de mis cosas, las metí en una bolsa y las dejé al lado de la puerta. Me fumaría un último cigarro, me tomaría un café, me prepararía algo para el viaje y me iría para no volver. Ya lo había hecho antes, y, además, con mucho menos dinero del que había ahorrado. Así que las cosas irían bien. Estaba seguro. Me senté en la silla de la barra y miré la casa en penumbra, quizá echando un último vistazo a la que había sido mi casa durante los últimos años, ahora infestada de plantas, con una televisión enorme, un sofá nuevo y cómodo, muchos electrodomésticos de última tecnología y un fuerte olor a lobo. Empecé a respirar más fuerte cuando pensé que no volvería. Cuando pensé que jamás vería a Yeonjun de nuevo. Ese pedazo de cabrón... me había jodido la cabeza con sus feromonas. Eran como una droga. Cuando le tenía, no me importaba, pero cuando me faltaba, sentía una necesidad agónica de tenerle cerca. Pensar en alejarme me producía una profunda angustia; pero era lo mejor, porque la única forma de dejar una adicción, era hacerlo en seco. Cuando los temblores y el sudor frío pasaran, me sentiría mucho mejor.
Miré el móvil con ese pensamiento en mente. No quería ver nada en especial, solo distraerme mientras me terminaba el cigarro y el café. Por casualidad, vi la pestaña del Foro y fui directo a borrarme la cuenta. Sin embargo, vi el mensaje, ese que llevaba mes y medio en mi lista de mensajes privados: ese que decía «¡Cuidado!» y que todavía no había borrado. Entonces lo abrí.
«Hola, ChicoOloroso. Sé que probablemente no te importe lo que tenga que decirte, pero creo que es importante que los sepas. Lo que estás haciendo con ese lobo es algo MUY serio. Su Olor a Macho es muy importante para ellos, algo muy personal. Dárselo a otros humanos que ellos no han impregnado, es como traicionarlos, ya que te lo ha dado solo a ti como símbolo de que estás bajo su protección y que los demás Machos deben tener cuidado si quieren hacerte daño. Si es cierto lo que pones en tus anuncios de venta y lo que dicen los esnifadores sobre la ropa que les vendes, está claro que ese lobo anda mucho a tu alrededor, que le cuidas muy bien y que tienen muchas relaciones sexuales. No es mi intención meterme en tu vida y decirte lo que tienes que hacer, pero sé que no participas en el foro de los omegas y que, probablemente, no estés interesado en ser uno de nosotros. Así que te daré una advertencia: probablemente ese SubAlfa esté desarrollando un Vínculo muy profundo contigo, un Vínculo que puede que no te interese. Si no lo cortas de inmediato, llegará un momento en el que le rompas el corazón. Los lobos son una raza compleja y, aunque parezcan hombres que solo quieren follar y comer, tienen un concepto muy profundo del amor, la fidelidad y el cariño. Si ese Macho te importa lo más mínimo, deja la Guarida y vete del territorio de la Manada. Quizá todavía pueda olvidarte y seguir adelante, porque, sino, le habrás destrozado la vida. Los lobos solo se enamoran una vez. Solo tienen un «compañero», y si este muere o los abandona, se quedarán solos para siempre. Así que, por favor, si tú no le quieres de esa manera, no le robes a ese SubAlfa la posibilidad de encontrar a un omega que le ame de verdad».
Releí el mensaje varias veces y, después, lo borré. Parpadeé, sintiendo los ojos húmedos, y dejé el móvil sobre la mesa. Fui a fumar otra calada, pero el cigarro se había consumido por completo mientras leía, dejando solo una columna de ceniza que se precipitó sobre la mesa cuando quise llevármelo a los labios. Saqué otro de la cajetilla y encendí el zippo con una mano temblorosa, iluminando mi alrededor con la luz cálida y anaranjada. Solté el humo y me froté el rostro, arrastrando la humedad de mis ojos antes de que se precipitara por mi rostro en forma de lágrimas. Yo no quería pasarme la vida cuidando de un jodido lobo. No quería su amor. No quería su protección. No quería a su Manada. Y, sobre todo, no quería ser su puto omega. Así que estaba haciendo lo correcto al irme. Yeonjun encontraría a ese hombre especial que cocinara recetas deliciosas cada día y que no fuera a una puta tienda a comprarle la comida, uno que quizá le abrazara día y noche, que le dijera que le quería y que estuviera encantado de formar parte de su Manada y su vida. Yeonjun era un lobo fuerte y muy guapo; no tendría problemas para encontrarlo.
Me dejé el cigarro en los labios, me levanté de la silla y metí el móvil en el bolsillo. Me dirigí hacia la puerta, me puse la mochila en la que había metido mis pocas cosas y abrí la puerta para marcharme y no volver nunca. Sin embargo, no me encontré con el pasillo de moqueta sucia y paredes agrietadas, sino con un lobo y unos felinos ojos. Tenía las llaves en la mano e iba a abrir las cerraduras, pero se detuvo en seco y me miró. Miró la bolsa a mi hombro, la chaqueta, mi rostro y mis intenciones. Tardó un par de segundos y entonces se apartó, dejándome el sitio necesario para que me fuera. Giró el rostro lentamente a un lado, ocultando su expresión y sus ojos de mí, pero su pecho subía y bajaba en profundas bocanadas bajo su chaqueta negra de motero y su camiseta blanca. Apreté los dientes y tragué saliva. Los ojos me lloraron, pero quizá fuera el humo del cigarro en mis labios que me irritaba las pupilas. El corazón me retumbaba en el pecho y cerré con fuerza la mano alrededor del asa de mi mochila. Me iría. A él no le importaba y a mí tampoco.
Salí apresuradamente por la puerta y, entonces, me detuve a un par de pasos. Había visto algo por el borde de los ojos, una mirada rápida del lobo, una expresión de miedo y angustia. O, al menos, eso había creído ver. Cogí un par de bocanadas y giré el rostro. Yeonjun seguía allí, a un lado de la puerta, mirándome fijamente. Me volví hacia él y vi sus ojos húmedos, quizá tanto como los míos, en mitad de una expresión seria de cabeza alta y orgullosa. Y, por alguna razón que no fui capaz de entender, hice una pregunta que jamás creí que haría a nadie.
—¿Tú me quieres?
Yeonjun tardó un par de segundos en responder:
—Beomgyu es el que no quiere a Yeonjun.
Yo fui el que se quedó en silencio entonces. Miré sus ojos, cada vez más húmedos y brillantes. Negué con la cabeza y cerré un momento los ojos, porque sentí que iba a llorar y eso no iba a pasar.
—Eso no es cierto —murmuré.
Miré a un lado, a la moqueta sucia y la pared agrietada del pasillo. Respiré profundamente y tomé una decisión, de esas que te cambian la vida y marcan un nuevo rumbo a tu futuro: me bajé la mochila del hombro y volví hacia la casa. Tiré el fardo a un lado de la puerta junto con las llaves y me froté el rostro de espaldas a Yeonjun. El lobo me siguió al interior y cerró la puerta lentamente, con cuidado, porque no sabía lo que aquello significaba ni lo que yo estaba pensando. Para ser justos, yo tampoco lo sabía. Me saqué otro cigarro del bolsillo y lo encendí con una mano un poco temblorosa. Solté el humo y volví a pasarme la mano por los ojos.
—Vamos a la cocina —ordené.
No miré al lobo, pero oí sus pasos tras de mí hasta llegar a la barra. Saqué la comida del horno y la puse en la mesa, como cualquier otro día, acompañándolo de dos cervezas que saqué de la nueva nevera de puerta doble y acero inoxidable. Me quité la chaqueta y la tiré a un lado antes de sentarme. El lobo se dejó caer sobre el taburete, sin apartar la mirada de mí y todavía con sus ojos vidriosos. Fue el primero de los dos en decir:
—Beomgyu iba a dejar a Yeonjun.
Mantuve mi mirada en la mesa, hasta que conseguí reunir el valor para mirar a sus ojos.
—Sí —reconocí—. Me iba a ir. Llevamos días sin hablarnos, follamos por despecho y ni siquiera nos tocamos. ¿Qué diablos te esperabas que hiciera?
—Beomgyu humilló mucho a Yeonjun en la bolera. La Manada creyó que Beomgyu no quería a su Macho —bajó la mirada y sus ojos se volvieron más brillantes. Había algo muy extraño y perturbador en ver a un hombre con expresión tan ruda llorando. Algo visceral y profundamente triste—: Y Yeonjun... también cree que Beomgyu no le quiere.
—¡Deja de decir eso! —exclamé con enfado, golpeando la mesa con el puño y haciendo temblar la bandeja de comida y las botellas—. ¡Te doy de comer, te cuido, me preocupo por ti, te mimo como a un puto cerdo y follamos todos los días, varias veces!
Me quedé jadeando, porque había dicho todo aquello de corrido y en voz alta, quedándome sin aire al final. Hubo un silencio denso que se formó entre nosotros. El lobo tenía la cabeza un poco gacha y me miraba por el borde superior de los ojos con cuidado. Me llevé la mano al rostro y terminé pasándomela por el pelo desordenado. Qué difícil era decir las cosas cuando te daba miedo parecer débil. Cuando te daba miedo darle el poder a alguien para hacerte tanto daño.
—Escucha, Yeonjun... —dije con un tono más calmado—. No sé si son las feromonas o qué, pero me... me... —tomé un par de respiraciones con la mirada fija en la mesa vieja—. Me gusta estar a tu lado, ¿de acuerdo? —le dije, tratando con todas mis fuerzas de no hacer un mundo de ello—. Me hace sentir bien.
Esperé con el corazón en un puño a respuesta del lobo. En ese momento me juré a mí mismo que, como me humillara, le tiraría de cabeza por la puta puerta de emergencia y me haría un collar con sus dientes.
—A Yeonjun también le gusta mucho estar con Beomgyu —le oí decir—. Beom le hace feliz.
—Bien —asentí, conforme con la respuesta. Tragué saliva y di una calada nerviosa al cigarro que, de nuevo, se había estado consumiendo sin más entre mis dedos—. Bien —repetí tras echar el aire—. Come, se va a enfriar la carne.
El lobo miró la bandeja y fue a por el tenedor, pero comió lentamente, como si no tuviera hambre.
—¿Ya has comido? —pregunté.
Yeonjun negó con la cabeza.
—Yeonjun no ha comido mucho estos días. No tenía hambre. Yeonjun estaba... muy triste.
Solté el aire por la nariz y asentí varias veces, pasando la mirada de sus ojos al fondo del salón. Fumé otra calada y eché el humo a un lado. No me gustaba fumar frente al lobo cuando comía, pero en aquel momento había otras preocupaciones y prioridades.
—Come tranquilo —le dije sin mirarle—. No me iré a ninguna parte.
Yeonjun asintió y se metió algunos trozos más de carne en la boca, masticando mientras me miraba con cuidado. Aquellos veinte minutos que tardó en terminar la fuente entera de comida, me dieron tiempo a pensar, a reflexionar y a preguntarme a mí mismo qué quería y por qué lo quería. Bebí más de la mitad de la cerveza a cortos tragos, llevándome la boquilla a la boca y mirando al cristal del ventanal oscuro a lo lejos. Podía ver mi reflejo borroso y la espalda de Yeonjun. Había visto mi reflejo antes, cuando estaba fumando solo en mitad de la penumbra y sentía un vacío en el pecho y una mano fría que me apretaba las entrañas. Toda adicción era mala, pero la cocaína no te quería ni te abrazaba por las noches mientras ronroneaba.
El lobo terminó la bandeja, bebió lo que le quedaba de cerveza y eructó con la barriga llena tras un par de días hambriento y triste. Me miró más fijamente y esperó a que fuera yo el que hablara primero. Me encendí otro cigarro antes de dejé el zippo a un lado. Sabía lo que quería decir, el problema era que no quería decirlo.
—Te dije que no quería ir a la bolera —lo intenté—. Te dije que no era buena idea. —Yeonjun bajó la mirada y sus cejas negras descendieron sobre sus ojos. Parecía triste, porque seguía creyendo que yo no le quería—. Siento... —comencé, pero me detuve. Me pasé la lengua por los labios y fumé otra calada apresurada antes de saltar el aire a un lado—. Siento haberte hecho daño. No quería humillarte delante de la Manada. Lo prometo —le aseguré con firmeza—. Yo solo... no quería estar allí.
—¿Beomgyu no quería estar con Yeonjun? —me preguntó.
—No. No es eso. No quería estar con la Manada y sus... omegas. ¿Lo entiendes?
Yeonjun frunció levemente el ceño.
—¿Qué es un omega?
—Joder... —murmuré, llevándome el cigarro de nuevo a los labios—. Oye, Yeonjun, me gusta estar contigo, pero no creo que me guste estar con la Manada —le expliqué.
El lobo levantó la cabeza y frunció más el ceño.
—La Manada es muy importante. Yeonjun es un Macho importante de la Manada. SubAlfa.
—Lo sé, no... —no era capaz de explicarle aquello, pero quizá no era el momento de hacerlo—. ¿Quieres ir a tumbarte al sofá?, debes estar cansado.
El lobo tardó un par de segundos en asentir, como si todavía dudara de mí. Aquello le había afectado mucho y le había hecho sospechar de mí, de mi amor y de mi interés en él. No podía culparle, después de todo, yo no sabía ni lo que quería. No sabía a lo que estaba jugando. Fumé una última calada, fui a tirar el cigarro por la puerta de emergencia y le acompañé al nuevo y mullido sofá gris que habíamos comprado. Yeonjun se sentó en su lado, con las piernas estiradas pero los brazos cruzados, mirando la televisión apagada como si viera algo en ella. Me senté de rodillas a su lado, de cara a él, con un brazo por encima del respaldo y una expresión seria en el rostro. Lentamente moví la mano hasta alcanzar su pelo anaranjado como el atardecer. Le acaricié la nuca y después fui subiendo por su cabeza. Yeonjun entrecerró los ojos y ronroneó por lo bajo, pero se detuvo y volvió a abrirlos, dedicándome una mirada nerviosa. Para mi sorpresa, apartó un poco la cabeza y dijo:
—Beomgyu no debería hacer esto a Yeonjun si no quiere ser su compañero.
Levanté la mano para apartarla, pero la dejé a apenas unos centímetros de su cabeza. Me quedé en silencio y entonces le acaricié el cuello con el reverso de los dedos, muy suave y lentamente. Yeonjun movió la cabeza hacia un lado, pero cerró los ojos y terminó ronroneando y frotando el rostro contra mi mano para que le acariciara más. Levanté al cabeza y le miré por el borde inferior de los ojos. Ahí estábamos; un tipo duro acariciando como un perrito a otro tipo duro. Debíamos dar puta risa. Yo me hubiera reído de mí mismo hacía algún tiempo, pero ya no. Pensar en perder a ese pedazo de cabrón me había hecho pasarlo muy mal. Sentía la falta de sus caricias, de su atención y su interés como si fueran agua en el desierto, y yo ahora era un hombre sediento y estúpido con un lobo al que cuidar.
Tras acariciarle en el sofá, me lo llevé a la habitación en silencio. No hacía falta decir nada, porque los lobos tenían una forma especial de comunicarse sin palabras. Le ayudé a desnudarse y después lo hice yo, acercándome para poder abrazarle piel contra piel. Hundí el rostro en su cuello, y lo froté suavemente, disfrutando de aquel cálido abrazo y de su Olor a Macho, tan familiar y adictivo. Era sudor seco y feromonas, pero a mí me olía a un lobo fuerte que, por alguna razón que no comprendía, me quería. Levanté el rostro y lo rocé contra el suyo, mejilla contra mejilla. Yeonjun se dejaba acariciar, a veces incluso ronroneaba un poco, pero mantenía una actitud precavida y vigilante. No quería volver a caer, volver a sentirse traicionado y herido por mí. Y ese era un sentimiento que yo podía entender. No le estaba obligando a perdonarme, solo le estaba pidiendo que me diera la oportunidad de conseguir que me perdonara.
Yeonjun movió un poco la mano y me acarició el costado en respuesta; algo breve y sutil al principio, hasta que se hizo más intenso y, finalmente, me rodeó con los brazos. Nos frotamos el rostro mutuamente, de pie frente a la cama y desnudos. Había una evidente excitación, cada vez mayor y más acuciante, pero también algo más; quizá cariño, quizá una necesidad de hacerle sentir querido, quizá ambos estábamos demasiado exhaustos emocionalmente como para ponernos a follar como locos. Fuera lo que fuera, nos tiramos en la cama y continuamos un buen rato abrazados y rozándonos, piel con piel y rostro con rostro. Le mordí las mejillas suavemente, lo que a Yeonjun le encantaba hacer. Él quiso apartar la cara, sorprendido, pero en un gesto juguetón, no algo seco y rudo. Entonces sonrió un poco y ronroneó mientras me acariciaba. Su pálida piel era cálida, su cuerpo, su olor, intenso. Sus ojos me miraban fijamente y me hacían sentir un temblor en el estómago. Había algo muy especial en aquel lobo estúpido. Y tenía algo que no tenía nadie más en el mundo: a mí.
La Manada siempre había creído que el humano que eligiera Yeonjun como compañero, sería un hombre sincero, dulce, agradable, cariñoso, alegre... porque el lobo lo había pasado muy mal y estaban seguros de que esa era la clase de persona que necesitaba a su lado. Alguien como Goeun, la compañera del Alfa. Cuando me conocieron a mí, no pensaron que Yeonjun me fuera a querer tanto, ni que yo fuera la persona que quisiera presentar a la Manada. Pero lo que ellos no sabían era que Yeonjun no necesitaba a un hombre dulce y suave; Yeonjun necesitaba a un hombre sin miedo a luchar por él y defenderle con uñas y dientes si fuera necesario. Un hombre con una mirada peligrosa, actitud seria y una navaja en el bolsillo. Que no le pasara mierdas a nadie y que supiera coger el toro por los cuernos y darle media vuelta mientras fumaba un cigarro con una expresión indiferente en el rostro. Yeonjun era un Macho fuerte, pero tener a alguien así a su lado le hacía sentir muy seguro. Y eso era lo que realmente necesitaba él.
Sin embargo, la Manada tenía otros planes. Y yo tendría que abrirme paso a codazos entre ellos para conseguir su respeto y ganarme mi sitio al lado de mi lobo. Ahora sé por qué lo hicieron, pero por entonces no conocía el pasado de Yeonjun, ni por qué creían que yo no era lo que él necesitaba. No los juzgo, yo también dudé cuando supe la verdad.
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