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Chapter 23: El vínculo: cuando un lobo te quiere.

Yeonjun siempre me venía a buscar al club con una expresión seria en el rostro y una mirada atenta mientras bajaba las escaleras. Se detenía cerca de mí, olfateaba discretamente el aire y se inclinaba para acariciarme el rostro contra el suyo; aprovechando para volver a olfatearme y asegurarse de que no había «otro Macho más que Yeonjun». Él sabía lo mucho que me molestaba que lo hiciera, así que se aseguraba de olisquearme de la forma más sutil que podía; pero era Yeonjun, y mi lobo no era conocido por ser especialmente discreto ni sutil, aunque lo intentara. Aquella noche, como todas durante el mes, le entregué el dinero y el sello para que lo guardara, pero le detuve cuando se fue a dar la vuelta para irnos hacia el auto.

—Namjoon quiere hablar contigo —le dije, señalando la entrada del local.

Yeonjun gruñó con cierta molestia. Estaba hambriento y, por las marcas en sus nudillos, había sido una noche movida. Me indicó con la cabeza que entrara y me siguió de cerca por el pasillo de posters hasta la puerta de entrada. Ya estaba casi a punto de cerrar y el club estaba más vacío, como solía pasar cuando la noche se alargaba. Quedaba gente bailando, algunos en la barra, pero casi nadie subiendo y bajando de las escaleras hacia el piso superior. Los lobos ya habían follado y visto a todos los humanos que querían ver, dando la noche por concluida y reuniéndose en el sillón más grande y alejado. Yo creía que aquella era toda la Manada, pero resultaba que solo eran los Machos solteros. Yeonjun me lo había explicado una vez en casa cuando le había preguntado por qué ya no iba al Luna Llena.

—Yeonjun ya no necesita el Luna Llena. Tiene a Beom —me había respondido con la cabeza alta y cierto enfado, como si le hubiera ofendido que le hubiera preguntado aquello.

Yo había soltado un murmullo y había seguido fumando al lado de la puerta de emergencia, acallando esa voz dentro de mí que me decía: «eso es peligroso, Beomgyu, y lo sabes. ¿A qué juegas?». Después me había reunido con el lobo en el sofá nuevo, mullido, cómodo y que él había pagado, y le había dado besos en el cuello hasta que se empezó a poner cachondo como un perro.

—Namjoon —saludó Yeonjun al rubio, sentado en el centro del sofá y rodeado del resto de Machos, ya que era el Primer Beta y, a falta del SubAlfa y el Alfa, poseía el mayor rango en la Manada.

—Yeonjun —le saludó este con una sonrisa—, Beomgyu —añadió, dedicándome un asentimiento—. ¿Qué tal noche?

—No tan emocionante como la tuya, supongo —respondí sin demasiadas ganas.

Eso le hizo gracia y se rió como él se reía, con una ruidosa carcajada y echando la cabeza atrás.

—Espero que no, o Yeonjun se va a enfadar mucho —me advirtió antes de guiñarme un ojo—. ¿Te importaría dejarnos un momento? —me preguntó, ahora más en serio, dándome a entender que se trataba de algún asunto de la Manada y no de una visita informal.

Le indiqué a un Yeonjun muy pegado a mi espalda que le estaría esperando en la puerta trasera que daba al callejón y me alejé sin más.

—Espera, Beomgyu, ¿tienes un cigarro por ahí? —me preguntó Jaebum, un Macho Común de pelo castaño claro—. Se me han acabado.

Me detuve para meter la mano en el bolsillo de la chaqueta negra y sacar la cajetilla, le ofrecí dos.

—El que te debía —le recordé.

Se levantó un poco de entre Taehyung y Jongin y se acercó para coger los dos cigarros y darme las gracias con un asentimiento. Después al fin pude irme. Casualmente, semana a semana y por diversas razones, había ido conociendo a los Machos del Luna Llena. No había sido mi intención, sino que, como parecía pasarme últimamente, simplemente había ido ocurriendo. Salí afuera y apoyé la espalda en la pared de ladrillos, encendí el cigarro y solté el aire al cielo despejado de la noche. Más allá de los tejados que bordeaban el callejón, se podía ver una luna creciente de primavera. La contemplé mientras fumaba, sin pensar en nada en concreto. La vida ahora era sencilla, sin problemas, sin preocupaciones; todo era tan fácil como ir a comprar la comida, hacer los pocos envíos a los esnifadores, volver a casa para cuidar del cerdo de mi lobo y, lo mejor de todo, hincharme a follar. Yeonjun se iba al trabajo y yo iba a la tienda de caramelos. Sí, ahora tenía otro «trabajo» además de portero del Club. Seokjin, el Alfa, me había llamado después de mi segunda semana allí y me había ofrecido aquel extraño puesto de tendero en una tienda de caramelos que, por alguna razón, abría solo por la noche. Nunca entraban clientes, pero llamaban mucho, pidiendo una clase de caramelos u otra y los kilos que querían. Yo no era idiota y había sido camello, así que sabía perfectamente lo que la Manada estaba vendiendo allí; por otro lado, nunca se decía nada concreto, no se hablaba de precios ni de dinero. Llamaban, anotaba el pedido en una libreta y daba respuestas cortas a las mismas preguntas tontas de siempre. Así que, si venía la policía, yo podía decir que «no sabía nada» y que no estaba metido en asuntos turbios de la Manada. Era un trabajo limpio, aburrido y fácil por el que me pagaban otros cuatro mil al mes. A veces incluso venía Yeonjun por la tienda, comía conmigo y echábamos un buen polvo en la trastienda.

Así que el dinero ya nunca era un problema. Entre los ocho mil que yo ganaba y lo que traía Yeonjun a casa, vivíamos como reyes y nunca faltaba de nada. Aun así, seguía vendiendo ropa y algunas tonterías por el Foro, pero solo porque yo era un jodido usurero de mierda y esos esnifadores me tentaban demasiado con dinero fácil y rápido. Había un público muy interesado en ropa sudada y manchada de sangre que pagaba muchísimo dinero por ella. Les ponía muy cachondos saber que un lobo había hecho «cosas malas» mientras la llevaba puesta; y si había algo que no faltaba en la Guarida, era ropa de Yeonjun manchada de sangre. Nunca le preguntaba nada sobre el trabajo, pero seguía volviendo de vez en cuando con heridas, el labio partido, algún moratón o los nudillos encarnecidos de dar puñetazos. Entonces se sentaba en la cama o en el sofá y me dejaba hacerle las curas y vendarle lo que fuera necesario sin quejarse mucho.

La puerta trasera del club se abrió, interrumpiendo mis pensamientos. Yeonjun salió tranquilamente, con su rostro duro y sus ojos levemente caídos. Llevaba su cadena al cuello, símbolo de la Manada, y el pelo recortado del día anterior. Tiré la colilla del cigarro a un lado y nos dirigimos a su Jeep sin decir nada. Follamos en la parte de atrás, como solíamos hacer y volvimos a la parte de adelante. Me terminé de abrochar el pantalón y puse algo de música suave mientras él movía el volante, sin molestarse en ponerse su camiseta bajo la chaqueta de cuero. Yo se la había manchado de corrida y estaba hecha una bola en el suelo del asiento de atrás junto a un tupper vacío.

—Mañana es noche de bolos —me dijo Yeonjun—. La Manada irá a jugar.

Me limité a soltar un murmullo y a bajar la ventanilla mientras me encendía otro cigarro. Saqué la mano para no ahumar el auto y expulsé el humo hacia un lado.

—Beom por fin puede venir con Yeonjun —añadió, echándome una rápida mirada por el borde de los ojos.

—No me gustan los bolos —respondí.

—Beom tiene que venir —insistió—. Es importante.

Miré a Yeonjun, tratando de descubrir en los rápidos vistazos que me daba por qué era «importante» que fuera a jugar con él a los putos bolos. Ya habían hecho reuniones de esas y no había tenido que ir.

—¿Por qué ahora? —quise saber.

—La Manada ya está preparada. A los chicos les gusta Beom —respondió—. Jin cree que ya es hora y dio permiso a Yeonjun.

Fruncí el ceño y fumé otra calada. No me gustaba como sonaba todo aquello, porque sonaba a «Presentarse a la Manada». Ese era un paso muy grande, uno del que no había vuelta atrás.

—No voy a ir —le aseguré.

Yeonjun gruñó de esa forma breve y ronca, como una advertencia de que no quería discutir, pero que lo haría si fuera necesario. Le hice un corte de manga levantando la mano y acercándosela bien a la cara para que pudiera verlo. El lobo gruñó más fuerte y arrugó la nariz.

—Beom tiene que venir con Yeonjun —me dijo—. Yeonjun es su Macho.

—A Beom no le sale de los cojones ir y no va a ir —repetí.

Yeonjun tenía una forma curiosa de demostrarme que estaba enfadado. No se enfadaba directamente y me gritaba, porque sabía que a eso no podía ganarme, así que me guardaba como un rencor frío que iba recordándome en pequeñas dosis a lo largo del día y la noche. No me miraba mientras comía, me ignoraba en el sofá y al llegar a la cama me daba la espalda, produciendo aquel gruñido ronco de vez en cuando. Después del sexo mañanero no me frotó el rostro ni ronroneó, solo se quedó parado, recuperando el aliento mientras la inflamación le impedía moverse. El cabrón sabía muy bien cómo ponerme de los nervios. Pero aguanté el tipo, hasta que no pude más.

—¿Quieres que me enfade de verdad, Yeonjun? —le terminé preguntando a media tarde, cuando había vuelto de la compra, de desayunar y de hacer los envíos. Yeonjun se había sentado en la mesa y solo se había comido la mitad de la bandeja de seis filetes de ternera a la brasa. El lobo nunca bromeaba con la comida, así que debía estar muy molesto con que no fuera a la puta bolera con él—. Cómete la puta bandeja... —ordené con tono seco.

Yeonjun gruñó y apartó la mirada. Aquello iba en serio. Bien. Cogí el resto de la bandeja, la llevé a la puerta de emergencia y la tiré a la puta calle. Después fui a por mi chaqueta y salí de casa dando un fuerte portazo, dejando al lobo gruñendo solo. Me fui directo a un bar, me bebí un par de copas, me fumé media cajetilla y después volví a casa un poco borracho y menos enfadado, creyendo que Yeonjun ya se habría ido. Pero me equivocaba. El lobo ya estaba vestido, se había puesto camisa y pantalones vaqueros elegantes. Llevaba la cadena plateada, símbolo de la manada, y se le veía el pálido pecho tras la abertura de la camisa negra. Estaba sentado en la cama, dando vueltas a las llaves con un dedo. Me miró por el borde superior de los ojos y esperó en silencio. Respondí a su mirada un poco vidriosa y húmeda y esperé a que se levantara.

—Yeonjun se va a ir a la bolera —me dijo en voz baja—. Solo...

Ya era tarde y el lobo ya debería estar de camino, pero me había esperado para darme aquella última oportunidad de acompañarle. Apreté los dientes y... no sé si fue el alcohol o sus ojos húmedos, pero solté un resoplido y me fui hacia el armario para ponerme algo «elegante». Salí de la habitación con una camisa blanca y unos pantalones negros ajustados. Yeonjun me siguió de cerca sin decir nada y bajamos a la calle. Volví a resoplar en el auto, frotándome los ojos entre el dedo índice y pulgar. No debería ir a la puta bolera, no quería ir porque se suponía que yo no tenía por qué participar en esas mierdas de la Manada. Pero el gilipollas de Yeonjun me había estado esperando y... Joder. Bajé la ventanilla y fumé otro cigarro, sintiéndome algo nervioso y algo enfadado. Que el lobo no parara de echarme rápidas miradas por el borde de los ojos no mejoraba la situación.

—¡Deja de mirarme! —le terminé gritando.

Yeonjun gruñó por lo bajo y al fin dedicó toda su atención a conducir hacia la estúpida bolera de las afueras. Había bastantes coches en el aparcamiento, muchos de ellos, todoterrenos, como si fuera una puta convención de amantes de los 4x4. Me puse más nervioso al bajar del auto y estaba seguro de que Yeonjun pudo olerlo porque mantuvo una distancia prudencial.

—Esta es la primera y última vez que vengo —le advertí sin si quiera mirarle, caminando por el aparcamiento—. Sabes que odio estas mierdas.

—Es importante para Yeonjun... La Manada... —pero se detuvo cuando le dediqué una mirada cortante y seca.

Yo cuidaba muy bien de mi lobo. Le daba comida, le daba atenciones, cuidados, mimos y todo el sexo que quería. Ahí se acababa todo. Esa era nuestra relación. No tenía por qué ir a jugar a los bolos, ni a los picnics, ni a pescar, ni a las barbacoas, ni a ninguna de las tonterías que la Manada organizaba. Cuando alcanzamos las puertas acristaladas vi el interior, bastante lleno de hombres muy fuertes, lobos de la Manada y... sus humanos. Sus compañeros. Sus omegas. Puse cara de asco y abrí la puerta de un tirón, golpeándola contra el tope y produciendo un golpe seco. El interior olía muy fuerte, incluso más que el Luna Llena, porque allí no estaban solo los solteros. No paraba de repetirme a mí mismo que yo no debería estar allí, que aquel no era mi lugar, mientras nos dirigíamos directamente hacia la figura de camisa azul y pantalones de pinza que había al fondo. Ignoré a todos los demás, aunque algunos me saludaran amablemente junto a Yeonjun, como Namjoon, Hyojong, Jaebum o Taehyung. No nos detuvimos hasta quedar frente a Seokjin, el Alfa, y su compañera, Goeun. Era una mujer de mediana edad, con el pelo rubio, expresión afable y sonrisa fácil. Tenía pinta de madre y de esposa modelo, como si acabara de salir de un puto anuncio de amas de casa de los años sesenta. Sonrió mucho al vernos, puso su delicada mano sobre el pecho de su lobo para llamar su atención y entonces sus ojos se quedaron clavados en mí.

—¡Yeonjun! —saludó primero al lobo, dedicándole una rápida mirada antes de volver a mí—. Y tú debes ser Beomgyu, ¿verdad? Yo soy Goeun, la compañera de Seokjin.

Mantuve mi expresión muy seria que decía sin palabras «no quiero estar aquí y estoy odiando cada puto segundo de esto». Asentí a la mujer sacada de un anuncio de friegasuelos y con vestido de flores y después me dirigí al Alfa, porque era el que pagaba mis cheques. Él no sonreía tanto como su mujer, solo se dedicaba a mirarme atentamente con una ceja arqueada.

—Seokjin —le saludé sin más antes de irme directo hacia la barra del bar.

Yeonjun se quedó detrás, con su expresión seria y un poco apenada. Si se creía que me iba a llevar allí e iba a jugar el papel de «compañero», estaba muy equivocado. Lo único que iba a aprender aquella noche era a no volver a invitarme a esas tonterías de la Manada. Me senté en un taburete del bar, hice una señal a la camarera y le pedí una cerveza, la primera de muchas que bebería aquella noche. Yeonjun vino a mi lado un par de minutos después, apoyó su brazo en la barra y se inclinó un poco para mirarme de lado.

—Muchos... quieren conocer a Beom —me dijo con tono controlado—. Yeonjun les ha hablado mucho de él...

—Pues que se jodan —respondí yo sin apartar la mirada del frente antes de dar otro trago a mi cerveza.

Yeonjun pareció dudar en si decirme algo más, pero agachó la cabeza y se alejó un poco abatido junto a su Manada. Me llevé una mano a los labios y me los froté un poco. Era su culpa. Si no me hubiera llevado, no tendría por qué verme así; hubiera venido tranquilamente a la bolera, pasárselo bien con los demás y volver a casa para cenar conmigo. Tomé otras dos cervezas casi seguidas. Escuché que algunas voces me llamaban a lo lejos, pero los ignoré por completo, fingiendo que no los oía con el estruendo de los bolos, las voces altas y las risas. Llegó un punto que me sentí estúpido y asqueado de estar allí, así que pedí otra cerveza y me la llevé afuera para fumar sentado en el bordillo de cemento del aparcamiento. Echaba el humo hacia arriba y bebía un trago. Ya estaba un poco borracho, pero la extraña ansiedad que me atenazaba las entrañas no se había ido; por mucho que bebiera para tratar de diluirla lentamente y hacerla desaparecer.

—Beomgyu... —me llamó una voz a mis espaldas, una que no pude ignorar, porque allí no había risas ni voces. Tan solo silencio y soledad.

—¿Qué? —le pregunté al lobo a mis espaldas antes de echar el humo del cigarro.

—La Manada está jugando por parejas a los bolos. Parece divertido —me dijo—. Quizá Beom quiera jugar con Yeonjun.

Cerré los ojos y sentí una punzada de dolor en el pecho, pero respondí:

—No. No quiero.

Hubo un silencio. No podía ver al lobo, pero sabía que seguía a mis espaldas, a un par de pasos de distancia.

—Los compañeros de los demás Machos...

—¡Me suda la polla lo que hagan! —le grité, girando el rostro a un lado.

Entonces oí un leve gemidito, uno bajo, lastimero, muy triste. Oírlo fue como sentir un puñal en mi pecho. Apreté los dientes con fuerza y miré al frente, a los autos iluminados por los focos. Unos pasos pesados y un poco arrastrados se alejaron de mí, terminando con una puerta al cerrarse. Me llevé las manos al rostro y respiré un par de bocanadas fuertes, porque la ansiedad en mi pecho no había hecho más que crecer y crecer. Apreté los ojos y solté un rugido, golpeando el suelo con el pie varias veces antes de coger la botella vacía de cerveza y reventarla contra el suelo. Era culpa de Yeonjun. Si no me hubiera traído todo hubiera ido bien. Todo hubiera ido como siempre y no tendría que estar dando pena como un puto idiota ni lloriqueando. Fumé otro cigarro, y otro después de ese. Hasta que me volví a sentir estúpido allí fuera y fui hacia el auto. Me apoyé en la puerta y me crucé de brazos. Quedé en un estado adormilado e inconsciente, hasta que una figura apareció a mi lado. Levanté la mirada y me encontré con Yeonjun. Estaba serio y no dijo nada. Fue hacia el auto y se sentó en el asiento del piloto. Yo le seguí al interior y cerré la puerta de un portazo.

—Espero que te lo pasaras bien —le dije sin mirarle.

Yeonjun no gruñó, no respondió, no hizo nada. Encendió el motor y salió del aparcamiento. Miré la cristalera de la bolera. Aún había mucha gente dentro, todavía estaban jugando, riéndose y tomando copas todos juntos; pero nosotros ya nos íbamos. Me crucé de brazos y cogí aire, notando aquel ambiente cargado que apestaba a lobo. Ninguno de los dos dijo nada de camino a casa, y, cuando entramos en el apartamento, cada uno se fue por su lado; yo al baño y Yeonjun a la cama. Cuando me reuní con él, recién duchado y desnudo, el lobo estaba de espaldas a mi lado, con los ojos entrecerrados y respirando lentamente. Apreté los dientes y me dieron ganas de gritarle. Aquello no debería estar pasando, porque, simplemente, él tendría que haber disfrutado de su puta Manada y haberme dejado tranquilo en casa. Pero no. «Yeonjun lleva a Beom». Pues bien, eso era lo que pasaba cuando me llevaba a sitios a los que no quería ir.

Di vueltas a aquello, girándome a un lado para darle también la espalda al lobo, como él hacía conmigo. Cerré los ojos, pero todavía sentía esa horrible presión y angustia en el estómago. Tuve que levantarme a fumar una vez más, yendo a la puerta de emergencias y abriéndola lo suficiente para que pasara el humor, porque yo estaba desnudo y hacía frío. Miré al interior para ver a Yeonjun, tumbado en su lado, muy en el borde de la cama, como si quisiera separarse todo lo posible de mí. Que lo hiciera. Me daba igual.

Pero no me daba igual. Yo... era un chico tonto por entonces. Demasiado asustado de ser parte de algo, parte de alguien. Hacía muchas tonterías, como la de aquella noche. Yeonjun me había invitado a conocer a la Manada, algo muy importante en su comunidad. Quería decirles a todos que yo era su humano y que me quería, que deseaba que formara parte de la gran familia que era la Manada; y yo le había humillado, huyendo como un crío e ignorándole por completo delante de sus hermanos y el Alfa. Hay muchas cosas de las que me arrepiento en mi vida, muchos errores que he cometido, pero hacerle daño a Yeonjun aquella noche fue uno de los peores. Yeonjun me quería muchísimo y yo no era más que un hombre estúpido y con suerte de tenerle.

Ahora me arrepiento de no haber ido a más cosas de la Manada con él. De no haber disfrutado de aquella noche en la bolera y de mi lobo, de no haber jugado con él a los bolos y haber estado a su lado. De no haber saboreado hasta el último segundo de sus sonrisas, sus caricias y sus ronroneos de felicidad. Pero es fácil decir esto cuando el tiempo ha pasado y te das cuenta de las cosas que has perdido por ser demasiado orgulloso, infantil y estúpido. Yo entonces creía que tenía razón y que Yeonjun aprendería qué tipo de relación teníamos. Y Yeonjun aprendió algo. Aprendió que quizá yo no le quisiera tanto como él creía, que, quizá, se había equivocado por completo conmigo.

Esa noche fue la noche en la que Yeonjun dudó por primera vez de si yo era el compañero que necesitaba a su lado.

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