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Chapter 19: La guarida: El hogar de un lobo feliz.

Volví a casa borracho y un poco mareado. Abrí la puerta tras varios intentos y entré por todo lo alto y con un cigarro en los labios.

—¡Yeonjun! —exclamé—. ¡Beom quiere que te lo folles bien duro! —alcé las manos en alto y esperé a que el lobo llegara meneando su rabo para llevarme a la cama, pero eso no pasó.

Fruncí el ceño y tiré las llaves sobre el taburete, sin acertar en absoluto, así que chocaron contra la pared de ladrillos y se precipitaron al suelo con un sonido metálico. Me quité la chaqueta y fui hacia la habitación. Estaba vacío. Fui tambaleándome a la cocina y miré el horno. La pata de cordero aún estaba allí, así que no había vuelto a cenar. Fumé otra calada y fui hasta la mesa para tratar de sentarme. Ya era bastante tarde y pensaba que el lobo habría vuelto. Después se me ocurrió que quizá hubiera ido a ver a otro de sus amantes loberos. Eso me jodió bastante. Justo aquella noche que había llegado borracho y cachondo a casa.

—Puto lobo de mierda... —murmuraba de camino a la habitación. Me desnudé, más o menos como pude, y me dejé caer sobre la cama.

La peste a Yeonjun en el edredón no mejoró en absoluto mi estado. Con un sonido de rabia me di la vuelta y me lo hice solo, pero fue como poner una tirita a una herida que necesitaba un buen vendaje; un vendaje con la polla gorda y húmeda que me mordiera el hombro y gruñera como un animal. Esa clase de vendaje. Al terminar solté un suspiro y fui a limpiarme al baño, regresando a la cama para acostarme y esperar a que todo dejara de dar vueltas a mi alrededor. En algún momento de la mañana sentí un movimiento a mis espaldas y entreabrí un poco los ojos. Oí un gruñido y noté el cuerpo caliente de Yeonjun contra mi espalda, rodeándome entre sus brazos y acariciándome el pelo con la mejilla antes de ponerse a roncar como un oso y sufrir espasmos en la pierna. Me volví a dormir y me desperté en la penumbra de la habitación, un poco más oscura que el resto de la casa gracias a las cortinas. Afuera llovía de nuevo y el viento agitaba las gotas que chocaban contra los ventanales. Me di la vuelta y apoyé el rostro en el hombro de Yeonjun, frotando su pálido pecho. Tardé muy poco en ponerme cachondo y en despertarle. El lobo se desveló deprisa, se puso encima de mí, encerrándome bajo su cuerpo, y me folló sin pausa hasta correrse tres veces mientras gruñía, me agarraba de las muñecas y me mordía. Me quedé jadeando y con los ojos cerrados debajo del lobo sudado y caliente, disfrutando del pedazo de vendaje que me acababan de poner. Si quería irse a ver a sus loberos, que lo hiciera, pero conmigo iba a cumplir como un solado sí o sí. Eso podía tenerlo bien claro.

Yeonjun se volvió a quedar dormido antes incluso de que se le desinflara la polla, así que tuve que apartarle con cierto esfuerzo para salir de debajo y levantarme. Solté aire y me pasé la lengua seca por lo labios. Notaba una ligera resaca y el cuerpo molido. Me levanté y fui al baño antes de darme una buena ducha y salir fresco y limpio hacia la cocina. Por alguna razón, había un enorme fajo de billetes sobre la mesa. Lo cogí y eché un rápido vistazo, alzando las cejas al comprobar que la mayoría eran billetes de cien y doscientos; así que debía haber más de diez mil o quince mil dólares ahí. Los dejé de nuevo sobre la mesa, llené la taza de café, cogí un cigarro y miré la hora en el móvil. Ya era de tarde. Chasqueé la lengua, apuré el café y el cigarro y fui a vestirme. Tenía que enviar los retales, comprar la comida y pasarme a por más bolsas de envasado. Hacer todo eso con resaca no fue lo más divertido del mundo, pero me paré en la cafetería a tomarme otro café, un sándwich y un bollo de leche y me sentí algo mejor. Para cuando volví a casa, solo estaba cansado. El lobo seguía en la cama, desnudo, roncando y abierto de piernas. No hice demasiado ruido para no despertarle, pero cuando olió la comida, se levantó, bostezó, echó una larga meada y vino hacia la cocina rascándose el abdomen.

—Yeonjun hambre —murmuró en voz baja y adormilada.

Dejé el móvil y le puse la fuente de arroz con carne guisada para cuatro personas delante. El lobo gruñó con evidente placer y cogió la cuchara con toda la mano para llevarse una buena palada a la boca. Masticaba y me miraba. Era algo que hacía a menudo y que según él era porque «a Yeonjun le gusta mirar a Beom». A esas alturas estaba tan acostumbrado que ya ni me molestaba, a veces le ignoraba, otras veces me quedaba en silencio respondiendo a su mirada mientras fumaba, comía o bebía.

—No me dijiste que no vendrías a cenar —le recordé entonces con tono serio, echando la ceniza al fregadero y cruzándome de brazos.

—Reunión importante de la Manada —respondió—. Salir muy tarde.

—Ya, bueno —murmuré, soltando el humo hacia el techo—. La próxima me avisas, así no tiro dinero en una pierna de cordero que no te vas a comer.

—Yeonjun se la llevará a los lobatos de la Manada —dijo antes de hinchar su pecho con orgullo y levantar la cabeza—. Estaban celosos de pavo de Yeonjun y comieron las sobras. Dicen que Beom está cebando a su Macho —y entonces se rió un poco. Fue la primera vez que oí al lobo soltar esa risa profunda de labios cerrados tan extraña, como una especie de tos apagada.

A mí, sin embargo, no me hizo ni puta gracia. No estaba gastando tanto dinero para alimentar a quienes cojones fueran los lobatos esos. Fumé otra calada y miré los ventanales cubiertos de lluvia y azotados por el viento.

—La próxima vez que no me avises, tiraré la puta comida por la ventana —le advertí tranquilamente—. Podrás comerla del suelo de la calle si quieres.

El lobo agachó entonces la cabeza y siguió comiendo, mirándome de vez en cuando. Me acerqué a la nevera, saqué una botella de cerveza de un litro y se la abrí, dejándosela al lado de la fuente de carne. Solté el humo del cigarro hacia un lado y señalé el fajo de billetes con un gesto de la cabeza.

—¿Y el dinero? —quise saber.

—Es dinero de Yeonjun —respondió él, levantando lentamente la cabeza e hinchando de nuevo el pecho con orgullo, pero siendo cuidadoso, porque sabía que yo estaba molesto con él—. Yeonjun SubAlfa. Importante en la Manada. Gana mucho dinero.

Asentí y apoyé los brazos en la mesa, inclinándome un poco sobre ella, lo suficiente lejos para no molestar al lobo con el humo del cigarro. Si Yeonjun ganaba quince mil al mes, no sabía por qué cojones no se pagaba su puta comida y su puto piso. Con eso podía vivir en un palacio y tener a un cocinero que le preparara carne de lujo todos los días, no necesitaba venir a mi casa, llenarla de plantas y decir «Yeonjun hambre». Chasqueé la lengua y miré los cristales mojados mientras negaba con la cabeza. No entendía a los lobos y empezaba a pensar que nunca lo haría.

El arroz jugoso y la carne tierna debían estar bastante buenos, porque incluso cuando se le notó que estaba lleno, el lobo dio unos últimos bocados para terminárselo todo. Eructó, de esa forma tan elegante, y tomó un par de respiraciones antes de limpiarse la boca y salir casi rodando al sofá. Puse los ojos en blanco y fui a la habitación a por su manta vieja y apestosa, la llevé al salón y se la eché por encima, ya que seguía desnudo y hacía un poco de frío. Yeonjun ronroneó y se recostó bajo la manta, con los ojos entrecerrados mientras miraba uno de sus programas de bricolaje. Se quedó así, en aquel coma alimenticio que sufría cuando estaba empachado de comida, como si su cuerpo necesitara todas las energías para procesar tal cantidad de arroz y carne. Me senté a su lado, con las piernas encima de la mesa baja y los tobillos cruzados. Miré el móvil y repasé las ofertas de trabajo y, después, el Foro. No quería sobresaturar el mercado con productos, pero a veces sentía el impulso de ponerlo todo a la venta y ganar cuanto fuera posible lo más pronto que pudiera. Era como si tuviera miedo de que el negocio de venta de Olor de Macho fuera una burbuja que pudiera explotar en cualquier momento, dejándome con un montón de cachos de sábana apestosa sin ningún valor y a un lobo que comía más que una familia de diez personas. Pero me contuve, lo seguiría vendiendo a los pocos, haciendo que los esnifadores siguieran luchando en subastas absurdas que no hacían más que inflar el precio y beneficiarme.

Volví a borrar todos los mensajes privados de omegas que había recibido, muy poco interesado en lo que tuvieran que decirme o preguntarme. Enfadándome una vez más conmigo mismo por haber escrito aquella estúpida queja. Si me hubiera callado y... y entonces el móvil empezó a vibrar y salió un número privado en la pantalla. Justo lo que necesitaba para mejorar mi humor.

—¿Qué? —respondí.

—Buenas noches, Beomgyu. Soy Seokjin, el Alfa. ¿Está Yeonjun por ahí?

Miré al lobo a mi lado, cerrando intermitentemente los ojos mientras la cabeza se le caía a un lado.

—Sí, pero acaba de comer y está descansando —respondí—. ¿Por qué cojones tienes mi número, Seokjin? —le pregunté.

—La Manada tiene sus métodos de conseguir las cosas, Beomgyu —respondió con cierta prepotencia en la voz—. Cuando Yeonjun esté despierto, dile que me llame —y colgó.

Alcé las cejas y me pasé la punta de la lengua por los labios. Calmándome para no llamar de vuelta y cagarme en su puta madre y toda su familia. Cogí una bocanada de aire y bajé el móvil del oído. Bloqueé las llamadas entrantes de ese número privado y me sentí mucho mejor. Si quería llamar a Yeonjun, que le comprara un móvil. Dejé el teléfono sobre la mesa y me metí debajo de la apestosa manta con el lobo. Él notó el movimiento y gruñó para llamar mi atención, cuando le miré, se inclinó para quedar apoyado contra mí, dejando caer la cabeza en mi hombro. Le rodeé con los brazos y le acaricié con una mano y la cara interna del brazo con la otra. Yeonjun empezó entonces a ronronear por lo bajo y se quedó dormido. En algún momento yo también recosté la cabeza contra el respaldo y cerré los ojos.

Me desperté al sentir un gruñido cercano. Entreabrí los ojos y vi a Yeonjun, mirándome muy de cerca. Se acercó lo suficiente para rozarme otra vez y gruñó de esa forma más densa y cargada, una que supe reconocer al instante. Cogí aire y le besé, llevando la mano a su polla dura y mojada debajo de la manta sucia. El lobo jadeó y trató de pegarse más y echarme contra el sofá para ponerse encima; pero primero agaché la cabeza y le lamí el pezón, dándole pequeños mordiscos que pusieron a Yeonjun tan cachondo que empezó a gotear líquido preseminal sobre la mano con la que le masturbaba mientras. Me froté la cara contra su pecho de camino al otro pezón, aspirando aquel olor a Yeonjun que tan loco me volvía. El lobo empezó a cambiar sus gruñidos por gemidos de necesidad, llegando al límite de lo que podía soportar sin metérmela y follar. No quise hacerle sufrir más, ni a él ni a mí mismo, y levanté el rostro para besarle y llevarle conmigo. Él me buscó rápidamente, haciéndose un hueco entre mis piernas, bajándome desesperado el pantalón de chándal antes de hundírmela hasta el fondo. Apreté los dientes y arqueé la espalda.

—¡Joder! ¡Pedazo de cabrón! —grité, el primero de muchos insultos que le dedicaría junto con tirones de pelo y arañazos.

Yeonjun se corrió cuatro veces como un campeón y yo me manché la camiseta mientras el lobo me apretaba el cuello, gruñía y me follaba con fuerza para someterme. Fue brutal y me puso como perra verle así de violento y peligroso. Después, durante la inflamación postcoital, me lamió las marcas que me había hecho al morderme, una más en la amplia colección que me cubría la parte baja del cuello y los hombros. «Marcada por mi lobo» adquiría un nuevo significado en mi caso, quizá «Completa y Absurdamente Marcado por mi lobo», se ajustase mejor a la realidad. Le rodeé con los brazos cuando pude y acaricié su espalda sudada con la punta de los dedos, ya ni me molestaba en quejarme de su lengua áspera y su asquerosa necesidad de lamerme la sangre y las heridas.

—Te ha llamado Seokjin —murmuré con la vista perdida en el techo.

Yeonjun levantó la cabeza y me miró.

—¿Dónde está móvil de Beom? —preguntó. Le señalé con un movimiento de cabeza hacia la mesa y él alargó el brazo para cogerlo y marcar un número antes de llevárselo al oído. Lo gracioso de todo aquello era que aún la tenía metida e inflamada dentro de mí cuando habló con el Alfa—. Aquí Yeonjun. Busca a Jin —un breve silencio en el que continué acariciándole la espalda, en lo alto de mi nube narcótica y calmante en la que siempre me subía después de follar con el lobo. Se oyó un murmullo a través de móvil—. Aquí Yeonjun. Sí —otro murmullo de voz grave. Miró hacia la ventana y vio que ya casi había anochecido y que las gotas de lluvia que empapaban los cristales estaban teñidas con la luz de las farolas amarillentas—. Yeonjun irá entonces con Beom —miré al lobo, no lo suficiente grogui como para ignorar eso. El lobo respondió a mi mirada, pero su rostro siguió en calma mientras el murmullo de la voz continuaba—. Bien —y colgó. Dejó el móvil de nuevo en la mesa y me acarició la mejilla contra la suya diciendo—: Beom y Yeonjun irán al club Luna Nueva esta noche. Hay que vigilar a los lobatos.

—¿Qué te he dicho de meterme en mierdas de la Manada? —le pregunté con tono seco.

Yeonjun gruñó un poco con incomodidad.

—No es asunto de Manada. Son lobatos —respondió—. Nada serio.

—¿Y qué se supone que voy yo a hacer allí? —quise saber.

—Nada. Beom solo tiene que acompañar a Yeonjun mientras les vigila.

Chasqueé la lengua, pero no pregunté nada más. Por una parte, no quería participar en nada que tuviera que ver con los lobos desde esa gran visita estelar a la Wondering Shop que casi me había matado y me había dejado sin trabajo; por otro lado, salir de casa para otra cosa que no fuera hacer recados, me tentó bastante. Tras la inflamación, Yeonjun dejó de frotarme el rostro contra el suyo y se quitó de encima para que pudiera incorporarme. Me subí el pantalón, ignorando lo empapado y viscoso que tenía el culo y lo manchada que tenía la camiseta, y fui a por un cigarro a la mesa de la cocina. Lo encendí con mi zippo plateado y me dirigí a la puerta de emergencia para echar el humo fuera.

—¿Ese club es como el Luna Llena? —le pregunté al lobo mientras se estiraba de pie, alargando sus brazos en el aire mientras arqueaba la espalda, completamente desnudo y visiblemente satisfecho tras haber comido, dormido y follado. Sus tres cosas favoritas.

—No. No igual al Luna Llena —respondió, girando el tronco para hacer crujir la espalda—. El Luna Nueva es para lobatos de la Manada. Son demasiado salvajes aún para los humanos.

Alcé las cejas y eché el humo a un lado. Que Yeonjun dijera que un lobo era salvaje, debía de significar mucho.

—Pero Beom no tiene que preocuparse —me aseguró, girándose con aquel gesto orgulloso de cabeza alta y pecho hinchado—. Su Macho le protege.

—Beom no necesita que nadie le proteja —le aseguré con tono serio—. Llevaré la navaja.

—No. Beom no puede herir a los lobatos. La Manada se enfadaría —me advirtió con expresión severa, esa que el hacía parecer un mafioso muy peligroso—. Yeonjun se enfadaría —añadió en voz más baja y profunda.

Dejé caer la cabeza sobre la pared de ladrillos, doblando una pierna para apoyar también el pie. Me llevé el cigarro a los labios, prendiendo la punta anaranjada con más fuerza al aspirar el humo. Lo solté lentamente, dejando que acariciara mi rostro de camino al viento húmedo de la noche.

—Muy bien... —respondí tras aquel breve silencio.

Yeonjun asintió y se fue cojeando levemente hacia el baño, moviendo aquel culo redondo y perfecto de levantador de pesas, asquerosamente sexy. Algún día tendría que comérselo y hundir bien la cara en él, como hacía con sus huevos; seguro que eso le encantaba. Fumé otra calada y ladeé el rostro hacia la puerta, haciendo rodar un poco la cabeza sobre la pared de ladrillos. Me estaba empezando a preocupar seriamente que las putas feromonas me estuvieran envenenando la mente, haciéndome obsesionarme un poco con Yeonjun, su compañía y su cuerpo. Chasqueé la lengua con disgusto y me terminé tranquilamente el cigarro antes de prepararme un café. Llené de paso el tupper tamaño extra grande con los cinco kilos de carne de ternera poco hecha que había comprado para la segunda comida del día y salí en dirección al baño. Yeonjun ya estaba vistiéndose después de haber dejado una vela encendida encima del retrete como yo le había pedido. Eso apenas mitigaba la peste que había en el baño, pero algo ayudaba. Ladeé el rostro con expresión de asco e hice el esfuerzo de apurar la ducha y salir lo antes posible. Lo cierto era que el lobo cagaba poco para todo lo que comía.

Salí duchado y con la toalla alrededor de la cintura, cerrando la puerta del baño de un golpe seco. Fui al armario y cogí mi sudadera negra de marca y unos vaqueros ajustado. Me sequé bien la cabeza e hice un intento por peinarme frente al reflejo del cristal oscuro y mojado. Para cambiar un poco, elegí la chaqueta negra que me había comprado, un pequeño auto-regalo que me hice cuando había ido a por la de Yeonjun, y me puse mi gorra de béisbol como solo un gilipollas prepotente como yo se la pondría; mal. El lobo estaba sentado, esperándome y mirándome fijamente. Se había puesto su collar de cadenas plateadas, su camiseta blanca, sus vaqueros apretados y su chaqueta de motero. Me miró de arriba abajo y gruñó un poco.

—Beom está muy guapo... —me dijo.

—Ya lo sé —respondí, haciéndole una señal para que nos fuéramos.

Salimos por la puerta y cerré con llave, entregándole el enorme tupper a su dueño para que lo cargara él. Nos cruzamos con uno de los vecinos, que se apartó de nuestro camino sin dudarlo. No me sorprendía. Yeonjun y yo teníamos pinta de poder romperte una pierna por solo mirarnos mal. El lobo tenía su expresión seria e intimidante y yo iba con la seguridad de alguien que sabía que tenía a un lobo. Y... joder, esa sensación de poder me encantaba.

Salimos por el portal y nos sumergimos bajo la lluvia, apurando un poco el paso para subirnos al Jeep negro aparcado en la acera de enfrente lo más rápido posible. A Yeonjun aún le costaba un poco caminar, seguía cojeando ligeramente, pero estaba bien para conducir. La herida de la pierna se le había curado bastante rápido y ya no necesitaba vendaje, solo una gasa adhesiva para que la cicatriz se curara y no rozara contra el pantalón. El lobo agitó la cabeza mojada y arrancó el auto mientras yo buscaba en la pantalla digital una buena lista de música electrónica suave. Solté un resoplido cuando el auto se llenó de un sonido increíblemente bueno y profundo. Moví la cabeza y me recosté en el asiento, bailando un poco al ritmo en mitad de la suave y cálida penumbra, mirando distraídamente el cristal empapado que reflejaba las luces de las farolas y la carretera mientras nos dirigíamos a la ciudad.

Giré el rostro cuando noté que Yeonjun me observaba. Sus felinos ojos me miraban por el borde, todo lo que podían cuando no tenían que estar atendiendo a la carretera. También se movía un poco al ritmo de la música y a veces gruñía. Fruncí el ceño, sin saber qué cojones le pasaba ahora. No fue hasta algún tiempo después que descubrí que a Yeonjun le volvía loco verme bailar.

Goeun, la compañera de Seokjin, me dijo una vez que Yeonjun se había enamorado de mí a primera vista exactamente por eso. Desde la primera vez que me había visto en el sofá en el Luna Llena, sentado y bailando como yo bailaba, agitando suavemente la cabeza y los hombros, siguiendo el ritmo con el pie. A Yeonjun le encantaban los humanos duros y peligrosos, esos a los que era difícil domar, los hombres tan guapos que bailaban como si supieran que te podían romper el corazón con solo chiscar los dedos.

No se equivocó conmigo en ninguna de esas cosas.

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