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Chapter 18: La guarida: o mejor dicho una madriguera.

Yeonjun debía ser en ese momento el lobo más feliz del mundo. Tenía a un humano que le llenaba de comida hasta reventar, le cuidaba y le daba todo el sexo que quería. Él solo se dedicaba a mirar la tele, rascarse los huevos, gruñir si quería algo y a echarse largas siestas. Yo tenía muchas razones para quejarme, porque era su niñera, su chef, su chacha y su putita personal; sin embargo, en apenas tres días me saqué cinco mil dólares vendiendo sus calzoncillos usados. Los esnifadores se volvían LOCOS con ellos. Debía tratarse del súmmum de la perversión, porque participaban en subastas encarnizadas que yo contemplaba con un cigarro en los labios y una sonrisa diabólica en el rostro. El primero que había puesto a la venta, después de que Yeonjun lo llevara un día entero con todo el sexo, las meadas y su Olor a Macho bien acumulado, llegó a alcanzar un precio de mil setecientos dólares. Estallé en tal carcajada que Yeonjun se asustó a mi lado en el sofá.

—Compraré cerveza de la buena y una gran cena para mi lobo esta noche —le dije, dirigiéndome a él para acariciarle el rostro contra el mío—. ¿Qué te parece? —susurré.

Yeonjun ronroneó y me devolvió la caricia con una sonrisa de felicidad en los labios. Fui a por mi chaqueta, metí la cajetilla de tabaco y me llevé la bolsa envasada con el calzoncillo. Después de enviarlo me paré a tomar un café y un sándwich en una esquina solitaria de la cafetería. Había gente en la mesa de al lado, pero se habían ido deprisa al olerme. Mi peste a Yeonjun ya era absoluta. Estaba en todas partes: en mi ropa, en mi pelo, en mi piel y en toda mi casa. No había forma de escapar de ella, pero, de todo lo malo, aquel era el menor de mis problemas. Sinceramente, a mí me daba completamente igual. Era un olor que, inconscientemente, había identificado ya como algo bueno. Olía al hogar y a la satisfacción, a mi lobo mafioso, al calor que emitía y a aquella sensación tan agradable de protección cuando me cubría con su cuerpo. Así que «Olor a Macho de Yeonjun. Bien». Eran las feromonas las que me hacían sentir así, por supuesto, porque yo no necesitaba todo eso. Nunca lo había tenido y nunca lo había buscado.

Allí sentado, en la tranquilidad de mi mesa mientras masticaba el delicioso sándwich vegetal y miraba el Foro, respondiendo algunos de los mensajes privados de esnifadores que hacían peticiones y ofrecían sumas estúpidas, recibí una llamada. Era un número oculto y no respondí, pero volvió a llamar otra vez cuando estaba en la lavandería, y otra más cuando estaba recogiendo la comida.

—¿Quién coño eres y qué cojones quieres? —le pregunté con enfado cuando me llamó una sexta vez.

—¿Beomgyu? —me preguntó una voz grave que me resultó vagamente familiar—. Soy Seokjin, el Alfa de la Manada.

—Ahm... —solté tras un breve silencio—. ¿Qué coño quieres?

—¿Está Yeonjun por ahí? Querría hablar con él.

—No, no está aquí. He salido a comprar —le dije con un tono desinteresado—. Llama en una hora —y colgué.

Seokjin el Alfa podía venir y comerme los huevos si quería. Yo no era de la Manada y no le debía ningún trato especial. A no ser que se pusiera unos calzoncillos de marca y se corriera en ellos, entonces sí le trataría como a un rey. El Olor a Macho de Alfa era el más caro de todos y su ropa interior manchada quizá pudiera llegar a alcanzar los dos mil dólares la unidad. Aunque, siendo sincero, el Olor a Macho de Yeonjun era muchísimo mejor.

Mi lobo era mejor.

Ese repentino pensamiento me hizo fruncir el ceño y ladear el rostro. Las putas feromonas debían estar pudriéndome el cerebro. Volví a casa y tiré las llaves sobre el taburete verde, junto a las de Yeonjun. Él me recibió con una mirada y un gruñido, levantando la cabeza para que yo me acercara y le diera una caricia en el pelo. Puse la bolsa en la encimera y saqué la bandeja envuelta en papel de aluminio. Descubrí un pequeño cerdo dorado y caliente que olía a grasa derretida. Yeonjun se levantó al momento y camino con cuidadosos pasos hacia la mesa para sentarse en su taburete y clavar su mirada en el cerdito que un lobo voraz se iba a comer entero. Le di un tenedor y le abrí una cerveza de un litro antes de ponérsela en la mesa. Yeonjun empezó a devorar aquel pequeño cerdo a grandes bocados, masticando con la boca abierta mientras yo guardaba el resto de la comida en el horno. Ahora el lobo comía tres veces al día; a la hora y poco de levantarse, a medianoche y antes de la madrugada. Así que el precio de la tienda había subido y, si mi única fuente de ingresos hubiera sido lo que ganaba en la tienda, hubiera sido imposible para mí mantener aquel ritmo de gastos.

—Ha llamado Seokjin, quería hablar contigo —le dije, sacando un cigarro que dejé en los labios mientras buscaba el zippo en mis pantalones ajustados.

—Yeonjun le llama —respondió, con comida en la boca y alargando una mano para que le entregara el móvil.

Me encendí el cigarro y solté el humo hacia el techo, dedicándole al lobo una mirada seria por el borde inferior de los ojos.

—Yeonjun pide por favor a Beom —añadió, como le había enseñado.

Cabeceé con aprobación y saqué el móvil para entregárselo antes de caminar hacia la habitación, dándole algo de intimidad para que tratara sus asuntos de la Manada.

—Pon a Yeonjun con Jin —dijo, desde lo lejos—. Aquí Yeonjun. Sí, bien, en Guarida con Beomgyu. Yeonjun ya casi puede andar.

Me acerqué a los ventanales, aparté las cortinas y abrí un poco la ventana, todo lo que pude mover aquella mierda de cristalera oxidada, dando fuertes tirones hacia arriba mientras soltaba insultos por lo bajo con el cigarro en los labios y los ojos entrecerrados para que el humo no me cegara. A veces la casa necesitaba airearse un poco, porque con el lobo todo el día allí metido, aquello era como la puta madriguera de un oso durante la hibernación. Saqué la cabeza por la rendija, inclinando el cuerpo y apoyando los codos en la sucia y ennegrecida repisa exterior. El cielo estaba cubierto por nubes grises y densas y una fina neblina llegaba desde el río, trayendo con ella un frescor húmedo. Fumé un poco más y después apagué el cigarro y lo tiré hacia la acera antes de volver al interior. Cogí la bolsa de la lavandería y empecé a sacar la ropa limpia, la mía y la de Yeonjun. Había tenido que comprar un detergente especial sin aroma porque el lobo odiaba todo tipo de perfumes y fragancias; ponía cara de asco y apartaba la cabeza. Era algo común en los lobos, al parecer, no solo una de las muchas gilipolleces de Yeonjun. En el subforo de los omegas había leído repetidas veces lo importante que era no echarse colonias, desodorantes o nada que estuviera perfumado, así como tampoco lavar la ropa con ellos para no intervenir en la impregnación ni en el Olor a Macho de los lobos. Así que lo que hacía era lavar la ropa y dejarla más o menos doblada entre el resto de las prendas de Yeonjun, para que volviera a oler a él antes de que se las pusiera.

Cuando terminé con eso, cambié las sábanas y las fundas de las almohadas con unas nuevas que había comprado, blancas y suaves, y que había dejado impregnándose previamente. Lo enrollé todo y lo guardé en una bolsa de basura, porque tenía grandes planes para ellas. Eran casi lo más apestoso de la casa después de Yeonjun, así que iban a alcanzar un precio desorbitado en el subforo de esnifadores. Cuando terminé, volví a la cocina, donde el lobo ya llevaba comida más de la mitad del cerdo y masticaba ya lentamente, empezando a estar lleno de carne. Recogí el móvil a un lado de la mesa y me senté frente a él, dándole un trago a su cerveza de un litro casi vacía.

—Yeonjun tiene que ir esta noche junto a Manada —me dijo, a lo que simplemente asentí mientras entraba en el Foro y pensaba en si vender la sábana entera o por retales. Las fundas de las almohadas las vendería enteras, porque sabía que había esnifadores a los que les encantaba dormir sobre ellas—. Jaebum vendrá a buscar a Yeonjun —volví a asentir y decidí vender la sábana por retales. La cortaría en al menos cuarenta o cincuenta trozos, a... doscientos dólares la unidad, y los iría vendiendo a los pocos—. Yeonjun llevarse comida.

—Te pondré el pavo relleno en un tupper —murmuré sin levantar la mirada del móvil.

El lobo cabeceó y se terminó el cerdo, quedando con una expresión soñolienta en el rostro. Fue hacia el sofá y se tiró allí, encendiendo la tele antes de empezar a roncar. Acabé de poner el anuncio de venta de los retales y las fundas y me encendí un cigarro mientras iba a la puerta de emergencia. En el subforo de los omegas seguían hablando de sus gilipolleces de siempre, lloriqueando y compartiendo perlas de sabiduría como «la lencería roja funciona mejor que la negra, ¡comprobado!». Después tenían apartados como «Cocinando para tu lobo», que nunca me había preocupado si quiera en mirar, pero que últimamente sí visitaba por simple curiosidad de saber qué cojones le daban los demás a sus lobos. La mayoría eran recetas de cocina de revistas o páginas web, de todo tipo de carnes, pescados y productos ovo-lácteos. Al parecer, los lobos no comían pasta, pero sí arroz, pan y ciertos vegetales, así que era bueno mezclárselos para que estuvieran más sanos y tuvieran más energía. Solté el humo a un lado con un murmullo de interés mientras apoyaba la cabeza en la pared de ladrillo, pensando en darle la lista a los de la tienda de comida para llevar. Después me indigné cuando empecé a leer que la cantidad de comida de la que hablaban lo omegas era, en general, prácticamente menos de la mitad de lo que Yeonjun comía en una sola ingesta. «¡Se queda muy lleno con esta receta!», decían los muy subnormales hablando de apenas kilo y medio de carne. Me jodió tanto que, por primera vez en mi vida, escribí algo en ese subforo de dementes y enfermos.

«¿En serio eso les parece mucho? Son unos hijos de puta afortunados, gastan tan poco en comida. Mi puto lobo se come una pata de cordero para el desayuno, tres conejos enteros en la comida y un puñetero pavo de nueve kilos en la cena. ¡No me toquen los cojones y dejen de llorar!». Lo escribí con cara de asco y soltando humo entre los labios mientras me terminaba el cigarro. Los omegas a veces solo sabían quejarse de que sus lobos se iban de sus casas y no les hablaban, pero quería verlos cuidando de Yeonjun y pagando trescientos dólares al día en carne. Guardé el móvil y tiré el cigarro por la puerta antes de arrimarla sin llegar a cerrarla. Fui al sofá y cogí el mando de la mano del lobo sin llegar a despertarlo, quité ese puto programa de mecánicos que estaba viendo y puse música por el equipo de sonido, llenando la casa de un ritmo bajo pero bailable. Todavía farfullando por lo bajo, abrí un poco las ventanas, cogí la escoba y empecé a barrer el suelo, quitando las putas alfombras y limpiando entre las macetas de las plantas. Las macetas dejaban tierra por el suelo como si la cagaran y el polvo era ya otro habitante más de aquella casa. De todas formas, a medida que escuchaba la música electrónica suave, dejé de estar menos enfadado, moviendo la cabeza al ritmo, después los hombros y finalmente el cuerpo mientras barría distraídamente. No me di cuenta de que Yeonjun se había despertado hasta que le noté muy cerca de la espalda, rodeándome con los brazos y siguiendo el ritmo de mi cuerpo con la cadera y una entrepierna muy abultada y cada vez más mojada.

A los lobos les encantaba bailar, y el cabrón de Yeonjun bailaba mejor que ninguno. Sabía seguir mi ritmo a la perfección, ningún paso de baile complejo, solo un ligero bamboleo, un movimiento de hombros, cabeza y cadera. Se pegaba a mí, pero no me interrumpía, apoyando su frente contra la mía y mirándome fijamente. Era sexy, sensual y había pocas cosas que me atrajeran tanto como un hombre que sabía bailar como si no le costara nada. Quizá sus feromonas fueran fuertes y me confundieran, pero yo sabía que aquello me puso muy cachondo por varios motivos. Le fui guiando hacia la habitación, siguiendo el ritmo y haciendo que me persiguiera un poco mientras gruñía por lo bajo y jadeaba lentamente. Con la música de fondo y la suave luz blanquecina entrando por la ventana, tuvimos uno de los mejores polvos de la semana. Yeonjun no se volvió loco y empezó a taladrarme el culo como solía pasarle, sino que siguió el ritmo, como si continuáramos bailando. Sosteniéndome entre los brazos, con una mano en mi espalda y la otra en mi culo, de rodillas en la cama mientras yo me sentaba encima con solo la camiseta vieja puesta. Le miraba con unos ojos entrecerrados y le rodeaba el cuello con los brazos. Le tiraba un poco del pelo y besaba intermitentemente sus labios. Él jadeaba en mi rostro y gruñía con un profundo ronquido en el pecho, que aumentaba un poco más cada vez que se corría dentro de mí. Estaba empapado y podía sentir el líquido viscoso y caliente deslizándose por mis muslos, produciendo un sonido ligeramente pegajoso cada vez que me la metía hasta el fondo y reculaba con la cadera. Yeonjun me mordió con fuerza y me arañó la espalda antes de alcanzar su cuarto y último orgasmo. Yo estaba demasiado grogui como para quejarme, solo pude fruncir ligeramente el ceño y apretar los ojos. Con cuidado, el lobo se derrumbó hacia delante, llevándome con él y dejando caer su peso sobre mí. Sufrió las contracciones y se produjo la inflamación. Yo miraba el techo y le seguía acariciando la nuca y la espalda con la punta de los dedos. Yeonjun sintió un escalofrío y se removió un poco, ronroneando como un león cerca de mi oreja. Nos pasamos así un buen rato, incluso después de la inflamación, hasta que el lobo se volcó a un lado, llevándome con él para ser yo el que le rodeara con el brazo y la pierna mientras recostaba la cara sobre su pálido pecho. Le acaricié el abdomen y cerré los ojos, sin darme cuenta del momento en el que me quedé dormido.

[...]

Nos despertamos una o dos horas después, supuse, por la claridad más apagada que entraba por la ventana junto con el frío del atardecer. Me quejé, rodeándome la cabeza con el edredón y buscando el calor de Yeonjun a mi lado. Él me apretó y gruñó por lo bajo; hasta que el móvil empezó a vibrar en los pantalones de mi chándal tirado en el suelo. No tuve ninguna intención de levantarme, pero el lobo sí lo hizo, yendo a responder la llamada.

—Aquí Yeonjun ... —le oí decir con voz grave y adormilada—. Sí, bajo ahora.

Colgó y, con un gruñido de queja, fue a por su ropa para vestirse. Abrí los ojos un poco para mirar cómo se sentaba en la cama y hacía temblar el colchón. Tenía marcas de arañados en la espalda y un vendaje en el brazo. Cogí una bocanada de aire y chasqueé la lengua, levantándome para ir a la cocina y meterle el puto pavo en el tupper. No cabía entero, por supuesto, así que usé un cubo de plástico que se suponía que era para sopas o cremas y que tenía una capacidad de quince litros; partí el pavo con todo el cariño del mundo, con un enorme cuchillo y a hostia limpia hasta que pude meter todos los pedazos y cerré la tapa hermética. Yeonjun vino a la cocina y me acarició el pelo con el rostro.

—Yeonjun se va —me dijo.

—Pásalo bien —respondí, entregándole ese cubo enorme lleno de carne de pavo relleno.

El lobo se lo puso bajo el brazo y salió cojeando ligeramente hacia la puerta. Me lavé las manos para quitarme la grasa y los trozos de carne que me había quedado pegados y fui a por un cigarro y el zippo. Lo encendí y solté una primera bocanada de humo que me supo a gloria antes de dirigirme a uno de los ventanales del salón que daban a la calle. Me quedé entre las plantas, fumando y apartando un par de hojas para echar un vistazo a la carretera, donde había un todoterreno Land Cruiser gris metalizado con las luces de freno encendidas. Un hombre estaba apoyado en la puerta, con los brazos cruzados y expresión seria. Tenía una chaqueta negra, un jersey de cuello alto y una cadena de plata por encima; así que era más que evidente que se trataba de un puto lobo. Yeonjun apareció con la chaqueta de motero que le había vuelto a comprar y el cubo bajo el brazo, cojeando ligeramente. El otro lobo inclinó la cabeza a forma de saludo y se separó para entrar en el auto. Fumé otra calada y me quedé espiando hasta que se fueron. Después chasqueé la lengua y fui a cerrar el resto de ventanas porque hacía frío y yo solo llevaba mi camiseta vieja y manchada. Me di una ducha caliente, me puse ropa limpia y cogí la bolsa de basura donde tenía las sábanas y las fundas de almohada para llevarlas a la mesa de la cocina y empezar a cortarlas en pedazo cuadrados que fui embolsando herméticamente uno a uno. Cuando gasté todas las bolsas, todavía me quedaba un buen trozo de manta. Conté veinticuatro retales y los guardé antes de entrar en el foro para revisar los pedidos. Tenía varios mensajes privados, pero más de los normales y, lo peor, era que no se trataban de esnifadores.

Los putos omegas se habían interesado muchísimo por el comentario que había dejado en el hilo de «Cocinando para mi lobo». Tenía un montón de respuestas del tipo: «¿En serio come tanto? Vaya, eso suena a un lobo muy hambriento o a un lobo muy enamorado... ¿Sólo come lo que tú le das?», «¡Wowwww! ¿Qué tipo de V (vínculo) tienen? ¿VM?». «No, tiene que ser mínimo VCj. Si come tanto es porque no come FdG (Fuera de la Guarida)», «Espera, ChicoOloroso, ¿tú no eres el que vende Olor a Macho de SubAlfa?». Me llevé las manos al rostro y me froté los ojos. La culpa era mía por haber dicho nada en primer lugar. Borré mi comentario y eliminé todos los mensajes privados que no fueran de esnifadores. No tenía tiempo ni ganas de aguantar las tonterías de los omegas. Puse cinco retales a la venta a doscientos dólares cada uno, bastante caros para ser un cuadro de tela, pero les aseguré que eran «de lo mejor que van a encontrar. Llevan impregnándose desde El Celo. El Olor a Macho los va a dejar tumbados». Lo dejé allí y en menos de una hora ya había ganado mil dólares con los cinco retales. Salí de casa a celebrarlo con una buena cena y un par de copas en algún sitio caro.

Fumaba en la mesa alta de la terraza de un club con mala música. Había mucha gente a mí alrededor, bien vestida, con camisas apretadas y vestidos cortos, bebiendo cócteles, charlando y ligando; después estaba yo, solo en mi sofá de mimbre con cojines blancos, con las piernas sobre la mesa de diseño, mi chaqueta vieja del ejército, mi cigarro en los labios y una copa en la mano. Desentonar en un lugar, siempre había sido mi fuerte. Yo siempre era el chico que estaba solo y al que todos miraban preguntándose qué hacía allí.

Miraba el móvil y soltaba el humo hacia arriba. Esos hijos de puta de los omegas habían conseguido preocuparme un poco con sus tonterías sobre Vínculos, así que al fin me había decidido a leer ese hilo enorme y repleto de información sobre el tema. Por suerte, tenía una copa en la mano y a una camarera muy atenta que estaba deseando volver a enseñarme el escote mientras se inclinaba a rellenarme la bebida. Los Vínculos que podían desarrollar los lobos con los humanos eran... demasiados, ya empezando por ahí. Estaban divididos y clasificados en orden ascendente de importancia, empezando por el Vínculo Primario, que básicamente era sexo; el Vínculo Secundario era sexo y una leve impregnación, pero casi no había diferencias con el Primario; en el Vínculo Terciario era cuando las cosas cambiaban un poco. Era el inicio de lo que podría desembocar en un tipo de vínculo sentimental (el que buscaban los omegas) o un vínculo de necesidad y comodidad (el que buscaba yo). Las opciones entonces se ramificaban en docenas de posibilidades que no eran limitantes, así que un lobo podía ir saltando de una a otra a placer. Ni siquiera tenían que seguir un orden lineal (A-B-C...), sino que podía retroceder (A-B-A), quedarse estancado durante años o incluso saltarse etapas (A-B-D-E). Ni siquiera los expertos se ponían de acuerdo de qué era exactamente lo que motivaba a un lobo a desarrollar un vínculo emocional con un humano además de la necesidad biológica de reproducirse; aunque el pensamiento más común era que, aunque los lobos siguieran patrones de comportamiento en común, cada individuo tenía sus propias preferencias y formas de alcanzar un vínculo emocional. Diferentes razones y motivos por los que, al igual que los humanos, enamorarse de otra persona...

Sabido eso, habían reunido cuatro grandes grupos que incluían varias posibilidades. El Vínculo Simple (VS) que era una amistad con sexo, lo que los loberos consideraban ser el «amante» de un lobo. Visitaban tu casa, te follaban y se iban. El grupo se subdividía en VS-A, VS-B, VS-C..., dependiendo de la intensidad de las visitas, la impregnación y ciertas señales como muestras de cariño lobunas o mordiscos. Superada esta fase estaba el Vínculo Mixto (VM), aquí es cuando aparecía el concepto de Guarida. El lobo entendía al humano como un amante de confianza y se sentía seguro a su lado, así que exigía «cuidados» a cambio de su protección. Mantenerle alimentado, satisfecho y cómodo. Este grupo también se subdividía en VM-Aa, VM-Ab, VM-Ba, VM-Bb, VM-Ca..., según el tipo de relación y las señales que hubiera dado el lobo. Las cosas se complicaban mucho en este punto, siendo el grupo más amplio y lleno de posibilidades.

Yo fumé otra calada y resoplé echando el humo. Llevaba una hora y media leyendo aquella mierda y todavía no me había quedado claro qué cojones le estaba pasando por la cabeza a Yeonjun; pero, por las señales que describían, probablemente estuviéramos en un punto como VM-Bc. Guarida, alta impregnación, sexo abundante, exigencias de cuidado, numerosas marcas y mordiscos... pero en plan amigos. Guardé el móvil y miré las vistas de la terraza, mucho más tranquilo ahora.

Es curioso lo que pasa cuando te convences a ti mismo de algo. Te lo crees porque quieres creértelo. Yo quería creer que Yeonjun entendía que éramos amigos y que aquello no iba a durar. Si hubiera leído un poco más, donde ponía Vínculo Complejo (VCj), me hubiera encontrado con muchas cosas que el lobo hacía, punto por punto. Pero, por supuesto, ni lo miré, porque a partir de ese Vínculo era cuando había una relación emocional y romántica entre el lobo y el humano. Y yo estaba seguro de que Yeonjun no podía ser tan tonto como para enamorarse de mí, porque no tenía razones para hacerlo.

Como con otras cosas, me equivocaba.

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