Chapter 15: La guarida: un puto jardín.
—Yeonjun se va.
—Pásalo bien.
Cuando dejó la casa, me terminé el café, tiré la colilla del cigarro por la puerta de emergencia y la cerré para que no entrara la lluvia. Envasé la ropa que se había puesto el lobo, para la cual ya tenía compradores, y me la llevé a la oficina de correos después de desayunar en la cafetería que ahora frecuentaba. Empecé a notar que la gente que pasaba por mi lado o la que se acercaba lo suficiente, arrugaba la nariz, fruncía el ceño o me dedicaba miradas extrañas. El Olor a Macho de Yeonjun producía muchos tipos de reacciones, algunas de asco, pero también muchas otras de deseo. La gente me olía y se sentía perturbada, confundida, porque quizá nunca hubieran estado cerca de un lobo y se preguntaban por qué aquella peste a sudor les excitaba y les atraía tanto cuando debería repugnarles. La respuesta era en realidad muy sencilla: mi lobo era un puto SubAlfa muy bien follado y muy bien cuidado, por eso olía de aquella manera. O al menos eso era lo que decían los esnifadores que no dejaban de hacer reseñas y comentarios en mis hilos. Según ellos, la calidad de vida del lobo, como muchas otras cosas, influía en su Olor a Macho, en su intensidad y potencia. No sé, a mí solo me importaba que me pagaran a seiscientos dólares la camiseta y a casi mil el pantalón; dependiendo de lo usado que estuviera y de las manchas que tuviera. Yeonjun siempre lo mojaba cada mañana, yo me aseguraba de eso, y después se iba a echar una buena meada, así que los esnifadores tenían mucho que «apreciar» ahí.
Hechas las compras de cada tarde; incluyendo un repaso por la tienda de segunda mano para arrasar con la ropa que hubiera allí; volví a casa con tres pollos enteros a la brasa y una bolsa de tela repleta de ropa. Metí la comida en el horno y me preparé para ir a trabajar, con tiempo de sobra para pasar por un negocio de muebles a coger una revista de publicidad y pararme en una tienda de ropa interior de marca. Compré tres calzoncillos blancos que me iban a pagar a ochocientos dólares cada uno cuando Yeonjun se los pusiera y los manchara. Sinceramente, aunque la ropa con Olor a Macho fuera un producto escaso y muy apreciado por un amplio grupo de pervertidos, ¿qué clase de persona podía permitirse gastarse casi mil dólares en un calzoncillo usado?, ¿eran todos millonarios o qué? Después pasé de largo por el escaparate de otra tienda de marca, pero volví atrás y miré una chaqueta de cuero que tenía un maniquí. Era negra, con un corte de motero y de chico malo. No lo dudé, entré y la pedí. Pagué doscientos treinta dólares por ella. ¿Qué clase de persona podía gastarse tanto en una chaqueta?, pues la clase de persona que vendía ropa interior usada.
Cuando aparecí por la tienda con la bolsa, el señor Xing la miró y puso cara de asco. «¿Tú lobal?», preguntó. «No polisía aquí. No, no, no. Mal pala negosio». Tuve que decirle que no la robé, enseñarle el ticket de compra y llevarla al pasillo, donde dejé mi chaqueta y esperé a que el señor Xing dejara de farfullar sus mierdas en chino. Al irse cogí un Red Bull de la estantería, probando un sabor nuevo que habían traído, y salí a fumar afuera, de cuclillas contra la pared de la tienda y resguardado de la lluvia. Ya casi por costumbre miré el Foro y entré en la sección de los omegas. Una de mis usuarias favoritas SarahOmegaxAlfa había abierto otro hilo llorando porque otro lobo la había dejado. Esa mujer estaba fatal y contaba toda su vida a los cientos de desconocidos que entraban a aquel Foro, muchos, como yo, solo para reírse de ella. Era también la favorita de los trolls y usuarios crueles que se creaban cuentas solo para joder a los loberos, esnifadores y omegas. Me podía imaginar la clase de personas que serían: quizá hombres amargados porque los lobos eran mitos sexuales que se hinchaban a follar, quizá gente aburrida que podía permitirse perder el tiempo con esas cosas. Fueran quienes fueran, se cebaban con SarahOmegaxAlfa; pero es que era demasiado fácil. La mujer, que debía tener entre veinticinco o treinta años por las fotos que subía, no dejaba de quejarse, llorar, hacer preguntas estúpidas y poner descripciones demasiado explícitas de lo que hacía o no con sus lobos. Su hilo «Me lo he tragado todo y se fue sin decirme nada» fue un rotundo éxito.
Me estuve riendo un buen rato con las respuestas y preguntas que animaban a la joven a dar más datos de qué había pasado, qué le había dicho y qué le había hecho, fingiendo falsa preocupación e interés. Entre ellos también había personas que le daban consejos de verdad. «Tienes que darte tiempo, Sarah. No puedes ir de Macho en Macho porque ellos lo saben. Debes airear bien la casa y purificar (quitar todo el rastro de Olor a Macho) antes de tratar de conseguir otro. Si no, pueden olerlo y no te considerarán una compañera válida, solo una lobera más.» Había una gran guerra entre los omegas y los loberos, y entre los omegas y los esnifadores... bueno, realmente a los omegas no les gustaba nadie, a veces ni siquiera otros omegas. Cada uno tenía su propia idea y razón por la que querer conquistar a un lobo. Algunos lo hacían por deseo, convencidos de que un hombre humano jamás podría satisfacerles, otros lo hacían porque les llenaba la idea de poder participar en un grupo tan «especial» y restrictivo como era la Manada; ser parte de un grupo, como si se unieran a una banda callejera repleta de hombres fuertes. Otros simplemente buscaban una vida fácil con un Macho que les mantuviera, porque llegado el momento el lobo traía el dinero a casa o algo así. Era parte de uno de esos Vínculos que todavía no me había parado a leer. En definitiva, todos lo hacían por algo. Ninguno de esos omegas decía: «Lo hago por amor a mi lobo». Qué ironía...
Dejé el móvil y entré en la tienda, sintiendo un escalofrío y un ligero entumecimiento en las piernas después de haberme pasado casi una hora allí sentado. Encendí la radio, repuse algunas baldas, miré la revista de muebles que había cogido, revisé los pedidos, atendí a un par de clientes y después me llevé un par de botellas de leche para Yeonjun y café molido para mí antes de que llegara la señora Xing. Salí de la tienda con la bolsa de ropa en una mano y la leche en la otra, cruzando la carretera para subir al Jeep negro que ya me estaba esperando. Sentí el fuerte olor nada más abrir la puerta, se me escapó un gruñido de placer y miré al lobo en su asiento. Yeonjun se recostó un poco, moviendo la cadera ya abultada y apretada, antes de empezar a producir un gruñido bajo que le reverberaba en el pecho. Dejé las bolsas en la parte de atrás que, por alguna razón, estaba repleta de macetas con plantas, y me quité la chaqueta antes de lanzarme sobre mi lobo para saciar un hambre voraz.
—¿Has robado un invernadero? —le pregunté casi al final de la inflamación, mientras acariciaba su pelo y apoyaba mi mejilla contra la suya.
Yeonjun dejó de ronronear en mi oído para responder:
—No. Yeonjun compró plantas. A Yeonjun le gustan mucho las plantas.
Murmuré algo leve y corto, con la mente y el cuerpo demasiado relajados y entumecidos para mantener una conversación sobre aquel tema. Tras la inflamación me moví, quitándome de encima del lobo y profiriendo un gruñido al caer un poco sobre el asiento del copiloto. Me subí el pantalón, sintiendo aquella sensación húmeda y viscosa entre las nalgas, antes de buscar mi chaqueta para bajar la ventanilla y encenderme un cigarro.
—Mira la bolsa —le ordené cuando terminó de subirse el pantalón.
Eché el humo por la ventana, hacia la lluvia y el viento fresco, y miré como el lobo buscaba la bolsa de la tienda de marca en la parte de atrás, agitando algunas de las hojas de las plantas. Yeonjun se giró y alargó su brazo para mirar la bolsa de la tienda. Sacó la chaqueta y la estiró para verla mejor.
—¿Para Yeonjun? —preguntó.
—Para Yeonjun —asentí—. Hace frío y llueve, es mejor que te la pongas de vez en cuando y dejes de ir en manga corta por ahí —le dije, con un tono de voz desinteresado para no darle importancia al hecho de que me había acordado de él al verla y se la había comprado.
Yeonjun se la probó enseguida, tirando de la apertura de la cremallera para ajustársela. Le quedaba... joder, cómo le quedaba. Ya no estaba seguro de si era un regalo para él o para mí. Asentí varias veces con el cigarro en los labios y solté el humo a un lado. Sin decir nada, arrancó el auto y condujo hacia casa.
Aquella madrugada tuvimos que hacer varios viajes para subir todas las puñeteras plantas. Solté varios insultos y me cagué varias veces en la madre que había parido a Yeonjun cuando encontré rastros de tierra húmeda que habían dejado las macetas. Al terminar de subirlo todo, le mandé con tono seco que se fuera a cambiar antes de seguir moviendo las mierdas de plantas y fui a por la escoba.
El lobo volvió con una camiseta verde de un supermercado y un pantalón corto, azul desgastado, bastante apretado y que le hacía un enorme bulto en la entrepierna, pero nada comparable a la forma que le daba a su culo cuando se agachaba a por las plantas para moverlas de sitio. Era redondo y duro, sobresaliendo antes de alcanzar sus piernas. A veces, mi enfado se interrumpía con leves gruñiditos de admiración y deseo al verle. Putas feromonas...
Yeonjun también me miraba, quizá confuso por sentir mi excitación en el aire, pero ver una expresión de enfado en mi rostro. Dejó las plantas cerca de los ventanales y las paredes de toda la casa, sumándolas a la colección que ya se había traído la primera vez. Incluso puso un pequeño bonsái a un lado de la barra de la cocina, allí donde se unía con la pared y había una grieta entre los ladrillos. Ahora mi casa parecía sacada de un anuncio de «jardines en casa» o un reportaje titulado «Cómo llenar tu vivienda de plantas sin ningún tipo de sentido».
—¿Y vas a regar todas esas macetas todos los días? —le pregunté, sacando los dos pollos a la brasa del horno que había puesto a calentar previamente. Sabrían algo más secos, pero estaba casi seguro de que Yeonjun no se había molestado en calentar ni los filetes ni las costillas antes de comerlas.
—Hay plantas que Yeonjun tiene que regar todos los días, pero muchas otras no. Solo una vez o dos a la semana —respondió él antes de que un último gruñido de tripas le resonara en la barriga.
—¿Y es normal que vengas tan hambriento a la cena? —pregunté entonces, sacando dos cervezas de la nevera antes de sentarme—. ¿Es algo de los lobos?
—No. Ahora Yeonjun solo come lo que Beom le da.
Fruncí el ceño y bebí un trago de cerveza. Que un lobo solo comiera lo que el humano le preparaba, no era una mierda de la Guarida, era una señal de uno de esos Vínculos que a los omegas les gustaban tanto. En ese momento no me preocupé demasiado, pero me aseguraría de revisarlo en el Foro por si acaso.
—Si solo comes lo que yo te doy, quizá quieras llevarte algo al trabajo para que no llegues tan hambriento —le sugerí, dejando la cerveza a un lado para coger el tenedor en su lugar y probar el pollo que el lobo estaba devorando a pasos agigantados.
Yeonjun asintió y siguió masticando.
—Puedo comprarte carne y metértela en un tupper o algo así —le sugerí mientras me llevaba otro pedazo a la boca.
—Compañeras de Manada hacen eso —me dijo.
Puse una breve mueca de disgusto, pero seguí con la mirada puesta en el pollo.
—Ya, bueno. Lo que sea —murmuré—. Mañana te haré una tortilla al despertar y te la llevas.
Yeonjun soltó un gruñido de placer y sonrió un poco. Tras terminarse el primer pollo casi entero, comenzó el segundo y empezó a descender la lentitud con la que comía en el tercero, señal de que comenzaba a estar saciado. Yo me levanté, fui con mi cerveza a la puerta de emergencia y me encendí un cigarro mirando el descampado lluvioso y repleto de charcos oscuros donde se reflejaban las luces de la ciudad a lo lejos.
Me reuní con Yeonjun en el sofá al terminar y le acaricié la cara interna del brazo y un poco el hombro, ya que quedó al alcance de mi mano cuando el lobo dejó caer la cabeza, ladeándose en el asiento para apoyarse contra mí. Le llevé a la cama antes de que se durmiera, me desnudé, eché las cortinas y me tumbé a su lado con un resoplido de cansancio.
Al día siguiente, después del sexo, fui al baño y me di una ducha rápida para ir a cocinarle la puta tortilla a Yeonjun. Se quedó en la cama hasta que la casa empezó a oler a comida, entonces se levantó con un bostezo, echó su meada matutina, se duchó y se vistió para venir a reunirse conmigo en la cocina. Llevaba la chaqueta que le había comprado, una cadena de plata al cuello y un vaquero ajustado; con su cara ruda y fuerte, su expresión de ojos levemente caídos y su pelo corto, tenía pinta de mafioso peligroso y sanguinario. Eso me puso muy cachondo. Miró la tortilla y se bebió el vaso de leche sin respirar. Había usado la otra docena de huevos que me quedaban y tuve que casi doblar la tortilla dos veces para tratar de encajarla en el tupper que tenía. Le entregué el envase caliente y él volvió a sonreír un poco, mostrando sus colmillos. Se acercó, me acarició el rostro con el suyo y gruñó por lo bajo, mormoneando. No quise darle importancia, aunque fue agradable que el lobo fuera tan agradecido después de que me levantara para cocinarle su puta comida.
—Yeonjun se va.
—Pásalo bien.
Tras su marcha, envasé la ropa, fumé un cigarro tomando el café que no me había dado tiempo a tomar hasta entonces y puse el anuncio en el Foro. Contacté con los esnifadores interesados en la ropa interior de marca manchada y les envié un mensaje privado diciéndoles que, probablemente, tuviera en breves un «buen producto». A veces me daba asco a mí mismo cuando hablaba de esas cosas, pero así eran los negocios. En menos de una hora ya tenía compradores, como solía suceder. Daba un poco de miedo, pero creía que los esnifadores ya conocían la hora en la que yo ponía las ventas y me estaban esperando. Fuera como fuese, gané mil cien dólares aquel día. Salí de casa, desayuné, hice los envíos y compré un paquete de cinco o seis tuppers de diferentes formas, pero de tamaño extra grande. Después fui a la tienda de comida para llevar y arrasé con la carne asada y dos conejos enteros que me llevé para el día siguiente y que les hice envasar ya en uno de los tuppers que había comprado. Pagué casi doscientos dólares y la encargada de la tienda, o la dueña o algo así, vino a hablar conmigo con una gran sonrisa.
—Si quiere, podemos prepararle pedidos especiales de antemano. Grandes cantidades, por supuesto, para que se pueda llevar cada día —me ofreció.
Sin duda, aquella mujer conocía a los lobos, conocía lo mucho que comían y el mucho dinero que yo le podría hacer ganar. Me lo pensé un momento, mirándola con expresión indiferente mientras me pasaba la lengua por los labios. No me gustaba adquirir compromisos como aquel, sin embargo, era bastante útil que ya me tuvieran preparada la comida en las cantidades adecuadas; así que asentí y le señalé con la cabeza a un lado para discutir sobre el precio. Al final, conseguí una pequeña rebaja del diez por ciento por un compromiso de un mes. El diez por cinto parecía poco, pero si te gastabas de cien a doscientos dólares al día en comida, al final del mes eran unos quinientos dólares de media que me ahorraba. Terminados los negocios, salí con mi comida y mis tuppers y volví a casa para dejarlo todo antes de salir al trabajo.
El señor Xing me dio una especie de «ultimátum».
—¡Labalte o yo despedil! —me gritó, mirándome a través de esas gafas de culo de botella que tenía—. ¡Tú apestal tienda! ¡Malo pala negosio!
Lo que apestaba la tienda no era yo, eran los polvos que echaba con Yeonjun en el despacho; pero bueno, terminé asintiendo una y otra vez y diciendo «Sí, señor Xing», varias veces hasta que empezó a insultarme en chino. Cuando al fin se largó, dejé la chaqueta a un lado, saqué mi paquete de tabaco casi vacío y fui a coger otro de la balda; pero detuve mi mano en alto y, en vez de coger la marca habitual, la moví hacia la sección de tabaco de liar. Contemplé aquellos paquetes apretados y precintados, tragué saliva y fruncí el ceño. El tabaco de liar me gustaba más y olía menos, pero había tenido que dejar de fumarlo porque me recordaba demasiado a los porros que tantos problemas me habían dado. Ya llevaba un par de años limpio, pero... Negué con la cabeza y fui a por la cajetilla. Salí con mi Red Bull y cigarro entre los labios al frescor húmedo de la noche y me senté a mirar el Foro. Lo que casi había empezado a formar parte de mi rutina. Tenía algunos mensajes privados de los esnifadores muy interesados en los calzoncillos de marca. Uno en particular me ofreció mil doscientos si le entregaba unos especialmente olorosos, que mi lobo llevara durante al menos dos días seguidos. Vendido. Otro me preguntaba si vendía «retales». Tuve que buscar qué cojones era eso. Al parecer, algunos esnifadores menos pudientes, tenían que conformarse con pedazos de ropa con Olor a Macho, del tamaño de un pañuelo. Encontré un hilo explicándolo en el subforo de Compra y Venta, titulado «¿Es mejor comprar ropa o retales?».
Aquello era todo un nuevo mundo. Siempre parecía haber un nicho dentro de un nicho en aquel Foro. Como si fuera un universo con diferentes galaxias, y en cada galaxia hubiera diferentes planetas. Los «retaleros», eran esnifadores que preferían comprar pequeñas porciones concretas de la ropa y no la prenda entera. Evidentemente, esas porciones aumentaban en precio dependiendo de qué zona fueran. Las más caras eran las axilas, el cuello, la parte central de la espalda, la entrepierna y el culo; allí donde se concentraban con mayor intensidad las feromonas y el Olor a Macho. Los retaleros eran los que compraban solo para oler y masturbarse; los esnifadores compraban para hacer lo mismo, pero, al poseer la prenda entera, se la podían poner y eso les excitaba... Solté el humo del tabaco y fruncí mucho el ceño. La idea de que algún pervertido llevara la ropa de Yeonjun me causó mucha incomodidad. Pensaba que solo la olfateaban, no que les gustara «ponérsela e ir oliendo a lobo sucio». Chasqueé la lengua y tiré con fuerza la colilla a un lado, haciendo que la punta anaranjada expulsara pequeñas volutas encendidas al chocar contra el suelo antes de ahogarse contra la acera mojada. No debería importarme lo que hicieran con la ropa, pero, en cierto sentido, me importaba. Respondí al mensaje del retalero y le dije que sí, que pondría «retales» a la venta muy pronto. Prefería que esos cerdos se lo pasaran por la cara que se lo pusieran.
Me quedé un poco incomodado durante el resto de la noche, reponiendo algunas baldas con golpes secos y expresión seria. Estaba molesto, pero no podía entender por qué me molestaba tanto aquel tema. El dinero era el dinero, y solo estaba vendiendo el Olor a Macho de un lobo que, prácticamente, lo estaba dejando por toda mi casa sin consideración ninguna. Al terminar de revisar las entregas de licor y cerveza que llegaron a mitad de la noche, tuve que soportar al tipo de los envíos que siempre intentaba ligarme de una forma ridícula. Fumaba conmigo al descargar las cajas, me hablaba de su novia, de futbol y trataba de invitarme a una cerveza mientras me miraba el culo y fingía rascarse la nariz.
—Vaya, hueles a fiera esta noche, eh —me dijo, porque la peste de Yeonjun le estaba poniendo mucho más cachondo de lo habitual. Se le notaba en su respiración acelerada y la forma en la que se lamía los labios como si quisiera saborear la peste—. ¿Has corrido una maratón antes de venir aquí?
—Me estoy follando a un lobo —respondí sin más.
Eso le cerró la puta boca y tras un par de tartamudeos y sonrisas nerviosas, al fin se fue. Entonces me senté en la silla y ojeé de nuevo la revista de muebles, marcando algunos que parecían bastante cómodos para el precio que tenían. Ahora que tenía dinero, podía tirar esa mierda de... Y entonces sonó el «dii-doo» de la puerta y, en apenas segundos, lo olí. Levanté la mirada a prisa, por encima de la caja registradora y el mostrados de chicles. Era Yeonjun, pero no venía solo. En seguida bajé los pies de la mesa y me puse de pie, mirándoles fijamente y con cara seria. Al lado de mi lobo, había otro lobo que reconocí al instante; se trataba de ese rubiazo que tanto le gustaba a Joohyun, el de ojos azules, lampiño y mandíbula afilada. Le pasaba un brazo por la espalda a Yeonjun para ayudarle a andar, porque el lobo cojeaba. Ambos estaban heridos, un poco ensangrentados y, por como miraban atrás, quizá alguien les seguía.
Ese fue mi primer contacto con la Manada, o, al menos, con los asuntos de la Manada. Con el tiempo descubriría muchas cosas sobre ellos, sobre los chicos y sus compañeros. La gran hermandad que eran, los fuertes lazos que les unían y lo mucho que se querían. En la Manada se cuidaban los unos a los otros y nunca dejaban a nadie atrás; y que esa noche Yeonjun hubiera confiado lo suficiente en mí para venir herido y traer a uno de sus hermanos, en un momento de debilidad como aquel, significaba mucho, muchísimo. Pero lo único que dije fue:
—Joder... Van a hacer que me despidan...
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