Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 1: El ascensor

Enllunada había ido a buscar alcohol. Llevaba semanas que solo salía de su ruinoso apartamento para beber. A veces se quedaba en algún bar de mala muerte hasta que encontraba algún tipo que la invitaba y terminaba despertándose en una casa ajena y desconocida. En otras ocasiones se conformaba en comprar unas cuantas botellas y encerrarse dentro de esas cuatro paredes que había alquilado por pocos dólares. Aún no controlaba demasiado bien la moneda yankee, sin embargo era consciente que el casero era un estafador, pero no le había pedido papeles y tampoco hacía preguntas así que cada semana seguía pagando religiosamente al muggle.

Sus botas crujían al pisar el asfalto de aquellas calles mal iluminadas. Las mismas botas que Remus le había regalado años atrás. Las ratas corrían entre los montones de basura que seguían acumulándose, mientras los niños escuálidos esperaban que sus madres les llamaran para ir a cenar. Podía haber aparecido directamente al portal de su casa para evitar esa estampa, pero le gustaba observar la decrepitud de su entorno; como aquella ciudad que alguna vez había sido hermosa se corrompía al son del establishment y a cuestas de la clase obrera. Su clase. A Enllunada le encantaba perderse en medio de los disturbios y la delincuencia en aumento, le consolaba que todo el dolor y la basura que ella sentía por dentro, se palpara en la realidad latente que la envolvía.

Otra cosa que agradecía de esa ciudad sin ley, era que la MACUSA no tenía jurisdicción en Gotham, por eso había terminado en aquel tugurio dejado de la mano de Merlín.

Cuando la guerra terminó en el Reino Unido, Enllunada ayudó a capturar a muchos Mortífagos y también mató a otros tantos. Se hizo auror, trabajó largas jornadas laborales para tratar de tener la mente ocupada y no pensar en Remus o Snape o Fred o Tonks o... para tratar de detener esa espiral de destrucción que la carcomía por dentro igual que un cáncer terminal. Procuró dejarse influenciar por Harry y aprender a saber perdonar, a tener el alma en paz, pero su odio era mucho más intenso. La ira la cegaba y no la dejaba vivir tranquila. Solo la venganza la sustentaba al principio, luego era causar el mismo dolor que le habían proporcionado a ella, hasta que enloquecía y no teniendo bastante, batallaba para no convertirse en aquello contra lo que luchaba, aquello que la destrozó.

Ni siquiera Teddy, su hermanastro, era suficiente para ancorarla a la cordura, lejos de los dementores que se apoderaban de su alma y brindándole algo parecido a la felicidad. Le quería tanto que no podía tolerar no ser una buena madre-hermana para él. Y aún menos podía soportar ver a su padre en los ojos castaños del pequeño. Por eso empezaron los viajes, las rutas, los meses lejos de casa, los permisos y excedencias en el Departamento de Aurores. Huía. Huía de las responsabilidades, de su pasado, de la gente a la que quería, de la desaprobación, de la decepción. Huía de ella misma. Y en aquella huida sin fin terminó apareciendo en aquel desastre de ciudad.

Llevaba todo el día con dolor de cabeza, un trozo de pizza congelada del día anterior, una poción alucinógena, una botella de firewhisky en el estómago y unas ojeras oscuras de cansancio marcadas en el rostro. Conservaba el resto de sombra negra de ojos que no se había dignado a quitarse, provocando que sus ojos azules destacaran de un modo extraño. Miró agotada la multitud de escaleras que tenía delante y sin siquiera comprobar si había algún muggle allí cerca, apareció con un estruendo arriba del todo.

Cuando por fin llegó a su edificio no le hizo falta dejar la bolsa de papel que llevaba en brazos para sacar la varita, pues como siempre alguien se había dejado la puerta abierta. La cerró con mal humor con una puntada de pie e ingresó en la entrada vieja donde apenas quedaba pared sin rascadas o marcas de ruedas de bici. No paró dentro de la jaula que protegía los buzones muggles y giró hacia el pasillo a su derecha para tomar el ascensor. El identificativo chirrido del engranaje que debe ser engrasado y peligra de dejar de funcionar en cualquier momento, le reveló que el elevador había llegado al bajo y alguien acababa de subirse.

Apresuró el paso para no quedar atrás ya que no tenía ganas de esperar una eternidad a que el dichoso aparato volviera a estar a su disposición, y al ver que no llegaba, avisó a los ocupantes:

—¡Esperad!

Al escucharla, el hombre se percató de su presencia y agarró la puerta con la mano para que esta no terminara de cerrar. Con un par de zancadas Enllunada llegó delante de su vecino y por un momento quedaron frente a frente. Ella le sonrió como agradecimiento y él le correspondió un tanto tímido.

En seguida la otra ocupante, una señora obesa conocida por todo el vecindario por ser una chismosa de primera división, reclamó la atención de ambos:

—Pasa niña, que me duelen las varices. Pulsa, pulsa ¿Vais ambos al tercero? —dijo con una voz desagradablemente aguda.

Enllunada pasó entre los dos a duras penas mientras la señora no paraba de preguntar cosas a las que no esperaba respuesta y se quejaba en general. Para la joven Lupin aquello fue peor que una clase con el profesor Binns; por mucho que veía como la mujer vocalizaba palabras, ella solo oía un horrible pitido que le ametrallaba el cerebro agravando su dolor de cabeza.

La cara de Enllunada era un poema, no obstante, la vecina estaba demasiado ocupada en su monólogo para percatarse. Lupin estuvo a punto de sacar la varita y obligarla a callar, en cambio compartió una mirada de complicidad con el hombre delgado que las acompañaba. En aquel edificio todos eran muggles así que convirtió su mano izquierda en una pistola con la que se apuntó justo a la sien e hizo el gesto de dispararse. Algo que pareció hacer mucha gracia al hombre de ojos grises.

—Dale recuerdos a tu madre, Arthur —dijo la señora al abandonar el ascensor un piso antes que ellos— ¡Ya están otra vez con este ruido! —se enfadó cuando les llegó claramente la música de uno de los apartamentos— ¡Es que una no puede ni...! —pero no llegaron a oír que no podía hacer porque su viaje continuó antes de que la mujer los metiera en algún lío.

Enllunada aprovechó para resoplar y poner los ojos en blanco. Poca paciencia tenía con ese tipo de gente y más a esas horas del día. Normalmente intentaba no relacionarse con sus vecinos y merodeaba el edificio evitando el contacto humano, sin embargo, como auror, tenía aquella mala costumbre de estar enterada de su entorno. Aunque realmente poco sabía del hombre con el que permanecía en aquel silencio cordial: que vivía con su madre mayor a la que cuidaba y tenía algún pequeño empleo con el que subsistía. Por lo que había oído era un poco raro pero buen tipo. Arthur, había dicho la señora que se llamaba. Enllunada solo conocía el apellido del buzón: Fleck. Nunca antes había coincidido con él, siempre le había visto de lejos subiendo ese infierno de escaleras como alma en pena.

Cuando llegaron a su planta, ella fue la primera en salir. Una media sonrisa a corte de despedida le dedicó a ese tal Arthur antes de dirigirse a su pequeño santuario de drogas y alcohol. Iba a sacar de una vez su varita para deshacer los hechizos protectores, cuando una voz la llamó. Al girarse vio al hombre quieto en medio del pasillo. Cuando sus miradas volvieron a conectar, él hizo el mismo gesto de volarse la cabeza, solo que mucho más teatral.

Que bien, otro zumbado.

Visiblemente satisfecho con el efecto causado, el vecino del 3A dio media vuelta directo a su casa, dejando a una Enllunada agotada solo con ganas de echarse y entregarse a su nuevo amante: el sauvignon blanco.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro