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Prologue

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7 de junio de 1942, norte de Finchley, Inglaterra

   Las aves cantaban con alegría sobre las ramas de los árboles, el sol de la mañana brillaba y la fresca brisa de la primavera complementaban con aquel día especial para toda la familia Smith.

Una alegre madre se acercó hacia la habitación de su hija junto a su esposo, llevaban un pequeño pastelillo en sus manos mientras que caminaban a hurtadillas por el pasillo de la casa. Abriendo la puerta, ambos tuvieron que aguantar su risa al ver que las sabanas y la almohada estaban en el suelo y una muchacha dormía en su cama con el cabello desenredado.

── ¡Feliz cumpleaños! – cantaron haciendo que esta se despertara lentamente y totalmente confusa. La niña miró el pastelillo y sonrió con alegría cuando sus padres se acercaron hacia ella.

── Doce años... Dios mío, John, creo que lloraré – murmuró su madre con lágrimas en sus ojos, el hombre rodó los ojos antes de darle un pañuelo.

── Si estás tan sensible por tu cumpleaños, no me quiero imaginar cuando te cases – le dijo y le regaló un guiño a su hija junto a una sonrisa burlona.

── ¡No! ¡Nunca me casaré! Seré como la reina Elizabet ¡Sin esposo y sin hijos! – exclamó Katherine escondiéndose bajo sus sabanas. Su padre rio ante aquello y destapó su rostro cubierto por aquella frazada marrón.

── Venga cariño, que aún eres muy joven para casarte – calmó acariciando su cabeza. Este tomó el plato con aquel pastelillo y pidió a su esposa que encendiera la vela – Ven, debes pedir un deseo.

La muchacha salió de su pequeño escondite y se enderezó cuando su padre puso frente a ella el plato con el pastelillo. La llama de la vela se movía a un dulce compas mientras iluminaba tenuemente su rostro; la muchacha miró a su progenitor y le dio una pequeña sonrisa antes de cerrar sus ojos.

"Deseo poder tener mi primera aventura, como en los libros de papá" pensó y, con un soplido, apagó la vela haciendo que su madre aplaudiera con entusiasmo.

── ¡Hora de los regalos! – cantó tomando de la estantería un paquete envuelto en papel de cartón – Espero que te guste hijita.

Kath sonrió con emoción tomando el paquete y desatando con delicadeza los cordones que lo ataban. Sus ojos brillaron de alegría cuando desplegó un hermoso suéter de lana azul oscuro frente a ella.

── ¡Muchísimas gracias mami! – gritó levantándose y corriendo para abrazar a su madre. Madeline sonrió correspondiendo aquel gesto.

Kath se miró rápidamente en el espejo mientras se ponía su nuevo regalo. Un día habían ido a comprar la comida de la semana cuando ella se quedó embobada mirando un suéter en la vidriera de la tienda de madame Hazzles, era precioso y le había pedido a su madre si podían entrar para preguntar por el precio.

Se llevó una gran decepción al escuchar el valor, ¡Estaba muy caro! y su familia no estaba en un muy buen momento económico para poder darse aquellos pequeños gustos.

Su regalo era el mejor ¡Era ese mismo suéter que habían visto! Aunque era hecho por su madre, los detalles de las pequeñas flores rojas en la parte baja del suéter eran idénticos al igual que los detalles en dorado en las muñecas.

── Toma hijita – dijo su padre haciendo que ella girara y lo viera con un paquete más pequeño, pero más duro en sus manos. Ella lo tomó y, abriéndola con delicadeza, se llevó la grata sorpresa de ver dos cuadernillos.

El primer cuaderno era de tapa dura y negra, había un pequeño detalle en el medio de la parte frontal en donde se podía leer "El muchacho de Dalai". Miró a su padre, incrédula de lo que tenía en sus manos.

── No puedo creerlo – murmuró. El hombre sonrió y se acercó hacia ella para posar su mano sobre su hombro.

── Bueno... digamos que he decidido publicar nuestra historia – dijo. Kath miró con emoción a su padre antes de abrazarlo con fuerza.

── ¡Gracias papá! – lloró, su sueño se estaba cumpliendo ¡Había publicado su primera historia!

En realidad, era una historia que venía escribiendo con su padre ya que este sabía mejor sobre gramática que ella. Ambos llevaban trabajando en aquella historia desde que ella era tan solo una niña de nueve años. Su padre siempre le contaba que su gran sueño era poder escribir y publicar sus escritos y un día, mientras él le mostraba una vieja historia que había escrito de niño, ella le pidió que escribieran un cuento juntos.

Kath abrió en la primera página, el título de la historia brillaba en letras doradas y el nombre de su padre estaba escrito en letras más pequeñas debajo de este. Al pasar a la siguiente página sonrió con emoción al leer la dedicatoria escrita con la letra de la máquina de escribir.

«Para mi pequeña estrellita, quien nunca dejó de creer en mí y en nuestras historias»

La muchacha cerró el libro antes de abalanzarse sobre su padre para abrazarlo con fuerza, este correspondió su gesto y hasta la alzó.

── ¡Muchas gracias papi! – murmuró con lágrimas en sus ojos. John sonrió y besó su mejilla.

── ¡Mira hija! Falta el otro cuaderno – dijo su madre acercándose hacia ambos, el hombre la bajó al suelo y acomodó un mechón de su cabello que estaba sobre su rostro.

Kath tomó el otro cuadernillo, era de tapa dura y de color marrón, sus iniciales estaban en la esquina inferior y había una pluma de color negro con bordes plateados. Al abrirlo, reconoció la elegante caligrafía de su padre en la primera página.

«Ahora es tú turno de contar tu historia, pequeña estrellita. Con amor, Papá y Mamá»

El cuaderno tenía decenas de páginas en blanco, todos tenían sus iniciales escritas por la letra de su madre y Kath no podía estar más que emocionada.

── ¡Es el mejor cumpleaños de mi vida! – gritó saltando y abrazando con fuerza su cuadernillo.

Los tres bajaron a desayunar a la cocina, la muchacha estaba más que emocionada. Sus padres habían hecho el pequeño esfuerzo por comprar frutas que a ella le gustaban (que lamentablemente eran caras) y pudieron tomar un té de frutilla (una efusión no tan barata para una familia de clase media-baja)

Las vacaciones habían comenzado hace tres semanas atrás, por lo que ella junto a su familia fueron a pasar el día de su cumpleaños en el lago que estaba pasando algunas calles.

Inglaterra era conocida por no tener un buen clima, sus cielos siempre estaban cubiertos por esponjosas y pesadas nubes que cubrían los rayos de sol. Pero aquel día era hermoso, el cielo descubierto y el sol brillando con todo su esplendor.

Había sido el mejor cumpleaños de su vida, y no podía esperar a llegar a su casa y leer el cuento que habían escrito ella y su padre.

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