. ࿐「 𝖢𝖺𝗉𝗂𝗍𝗎𝗅𝗈 𝖮9 」
«𝖢𝖺𝗉𝗂𝗍𝗎𝗅𝗈 𝗇𝗎́𝗆𝖾𝗋𝗈 𝗇𝗎𝖾𝗏𝖾»... [𝖮9]
❝𝗘𝗺𝗼𝗰𝗶𝗼́𝗻 𝗽𝗲𝗹𝗶𝗴𝗿𝗼𝘀𝗮❞
En los días siguientes, Kim tomó la decisión de pasar más tiempo con el chico, consciente de que solo a través de la proximidad podría ayudarlo a abrirse, aunque fuera un poco. Sabía que el camino sería lento y lleno de obstáculos, pero la pequeña muestra de confianza que había recibido con la flor le había dado el impulso necesario para intentarlo.
Las mañanas eran más frescas en esa época del año, con un sol que se asomaba tímidamente entre las nubes y un aire que llevaba consigo el aroma a tierra húmeda y hierba recién cortada. Kim, con la paciencia que lo caracterizaba, invitaba al joven a salir al jardín cada día, proponiéndole dar paseos cortos por los alrededores. Al principio, el muchacho mostraba cierta reticencia, manteniéndose cerca de la puerta, como si temiera aventurarse más allá del límite de la casa. Pero con el tiempo, y con la suave insistencia de Kim, comenzó a acompañarlo en caminatas que, aunque breves, marcaban un cambio significativo en su comportamiento.
Las primeras veces que salieron, caminaron en silencio. Kim respetaba el mutismo del chico, comprendiendo que forzar una conversación sería contraproducente. En lugar de palabras, dejó que los sonidos de la naturaleza llenaran el espacio entre ellos: el canto de los pájaros, el crujido de las hojas bajo sus pies, el murmullo del viento entre los árboles. El joven parecía más tranquilo al aire libre, como si la amplitud del cielo y la frescura del entorno lo aliviara de la opresión que sentía dentro de la casa.
A medida que los días pasaban, Kim comenzó a hablar más durante sus paseos, compartiendo recuerdos de su infancia, historias de cuando solía jugar en las mismas calles que ahora recorrían. Le señalaba las casas vecinas, describiendo las anécdotas que había vivido en cada rincón del vecindario, desde los partidos de fútbol improvisados en la calle hasta las tardes que pasaba en la vieja tienda de la esquina comprando dulces. Aunque el chico no respondía, Kim notaba cómo sus ojos, antes apagados y vacíos, comenzaban a seguir con más interés las direcciones que él señalaba, capturando con atención los detalles de cada lugar.
━ Aquí solía venir con mis amigos después de la escuela ━ dijo Kim un día, señalando un banco en la pequeña plaza del vecindario ━. Pasábamos horas sentados aquí, inventando historias y riendo por tonterías.
El chico se detuvo un momento, observando el banco de madera desgastada por el tiempo. Sus manos, que normalmente mantenía cerca del cuerpo, se relajaron ligeramente a los lados, como si el recuerdo de Kim lograra llegar a un rincón de su mente que aún conservaba la capacidad de sentir.
Kim continuó con estas pequeñas historias en cada paseo, esperando que al compartir algo de sí mismo, pudiera, de alguna forma, hacer que el joven se sintiera más cómodo. Había algo en la forma en que el chico lo escuchaba, en la manera en que sus pasos se volvían menos tensos con el pasar de los días, que le indicaba que, aunque no hablaba, estaba empezando a disfrutar de estos momentos fuera de la casa.
Durante uno de esos paseos, pasaron por una pequeña tienda de comestibles. Kim sugirió entrar para comprar algo de fruta fresca. El joven lo siguió, aunque al principio con cierta cautela. Dentro de la tienda, Kim observó cómo los ojos del chico recorrían los estantes, deteniéndose en productos que quizá le traían algún recuerdo, alguna conexión con un pasado que Kim aún desconocía.
━ ¿Te gusta? ━ le preguntó Kim, mostrándole una manzana roja y brillante ━. A mí me encantan.
El muchacho lo miró, y aunque no dijo nada, la forma en que tomó la manzana y la sostuvo en sus manos indicó a Kim que había logrado captar su interés. Era un progreso lento, casi imperceptible, pero estaba ahí, en esos pequeños gestos, en la manera en que el chico se permitía interactuar más con el entorno.
A veces, mientras caminaban por el vecindario, Kim veía a algunos de sus vecinos y conocidos, quienes lo saludaban con la calidez de siempre. Algunos le lanzaban miradas curiosas al muchacho que lo acompañaba, pero nadie hacía preguntas. La mayoría respetaba el espacio y el silencio, aunque Kim podía sentir su curiosidad flotando en el aire, preguntas no formuladas que se quedaban entre ellos, esperando ser respondidas algún día.
Las tardes solían terminar con ambos sentados en el pequeño parque del vecindario, donde Kim le mostraba los diferentes árboles y flores, compartiendo con él sus nombres y las historias detrás de ellos. El joven lo escuchaba en silencio, pero Kim podía ver cómo su mirada se suavizaba un poco más cada día, como si la naturaleza y el ambiente pacífico del parque comenzaran a curar lentamente las heridas invisibles que cargaba.
El chico aún no hablaba, pero Kim no se desanimaba. Sabía que se requería tiempo, y estaba dispuesto a dárselo. Había aprendido a leer los silencios, a interpretar los gestos mínimos que indicaban que, aunque no había palabras, sí existía un entendimiento, una comunicación sutil que iba más allá del lenguaje verbal.
La tarde estaba comenzando a caer, y el aire fresco del final del día impregnaba el ambiente con un ligero olor a tierra mojada y flores silvestres. Kim y el joven habían salido nuevamente a pasear, recorriendo las mismas calles del vecindario que ya se habían vuelto parte de su rutina diaria. El sol se ocultaba tras las copas de los árboles, proyectando sombras alargadas que danzaban suavemente con el movimiento del viento. Aunque el chico seguía sin pronunciar palabra alguna, sus pasos junto a los de Kim eran más seguros, menos dubitativos, como si, poco a poco, comenzara a encontrar algo de paz en esos paseos diarios.
Aquella tarde, Kim había decidido llevarlo por un camino diferente, uno que rodeaba una pequeña colina y ofrecía una vista panorámica del vecindario. Le había hablado con entusiasmo sobre cómo solía subir allí cuando era niño, para ver el atardecer y sentir que dominaba el mundo desde esa pequeña elevación. El joven, como de costumbre, lo había escuchado en silencio, pero había seguido a Kim con esa leve curiosidad que empezaba a asomar en sus ojos.
Mientras avanzaban por el sendero, el sonido de la naturaleza llenaba el espacio entre ellos: el canto de los pájaros que volvían a sus nidos, el susurro de las hojas y el crujido de la grava bajo sus pies. Había algo reconfortante en esa quietud, una calma que parecía envolverlos en una burbuja de tranquilidad, lejos de los problemas que los aguardaban en la realidad.
Sin embargo, esa paz se vio súbitamente interrumpida. De entre unos arbustos a un costado del camino, apareció un perro callejero, sucio y flacucho, pero con una energía desbordante. El animal, al notar su presencia, comenzó a ladrar con fuerza, corriendo hacia ellos con un ímpetu descontrolado. Sus ladridos resonaron en el aire, rompiendo el silencio que había predominado hasta entonces.
El joven se detuvo en seco, y Kim notó inmediatamente cómo todo su cuerpo se tensaba. Sus ojos, que antes estaban llenos de una tranquilidad naciente, se abrieron desmesuradamente, reflejando un terror profundo y visceral. El perro, que no tenía malas intenciones pero que evidentemente no había aprendido a moderar su entusiasmo, siguió ladrando y corriendo hacia ellos, sus patas levantando polvo a medida que se acercaba.
━ Tranquilo, no te hará daño ━ dijo Kim, tratando de calmarlo, pero el chico no pareció escuchar sus palabras.
El ataque de pánico fue casi instantáneo. El joven retrocedió varios pasos, tropezando con una piedra y cayendo de rodillas al suelo. Su respiración se volvió errática, y comenzó a hiperventilar, incapaz de contener el miedo que lo dominaba. Sus manos temblaban descontroladamente, y su rostro se había tornado de un pálido mortal. Kim se acercó rápidamente, apartando al perro con un gesto de la mano y arrodillándose junto al muchacho. El animal, confundido pero obediente, retrocedió unos metros, observándolos con curiosidad.
━ Oye, mírame ━ insistió Kim, tomando al joven por los hombros y mirándolo directamente a los ojos ━. No pasa nada, estoy aquí, estás a salvo.
El chico seguía respirando con dificultad, como si el aire se negara a entrar en sus pulmones. Kim, desesperado por ayudarlo, lo abrazó con fuerza, rodeando su delgado cuerpo con sus brazos. Podía sentir el temblor en sus músculos, el latido acelerado de su corazón, el sudor frío que perlaba su frente. Lo sostuvo contra su pecho, intentando transmitirle algo de su propia calma.
━ No te preocupes, no dejaré que nada te pase ━ murmuró Kim, su voz suave pero firme, como si esas palabras fueran un hechizo capaz de ahuyentar todos los miedos del joven ━. Nunca te dejaré solo, te lo prometo.
Por un momento, pensó que el chico no le había oído, que el pánico lo había sumido en un abismo del que no podría sacarlo. Pero poco a poco, sintió cómo la tensión en su cuerpo empezaba a ceder, cómo el ritmo de su respiración comenzaba a estabilizarse. Los temblores disminuyeron gradualmente, y el joven, aún en el abrazo de Kim, cerró los ojos, dejando escapar un suspiro tembloroso. No era un llanto, pero se le asemejaba; era como si todo el peso del miedo y la angustia que llevaba dentro comenzara a desvanecerse, al menos en parte, en ese simple acto de ser sostenido por alguien.
Kim no lo soltó hasta que estuvo seguro de que el ataque había pasado por completo. Cuando finalmente se separó, lo hizo despacio, manteniendo una mano en su hombro, como un ancla que lo mantenía conectado a la realidad.
━ Estás bien ━ le aseguró, con una sonrisa que intentaba ser reconfortante ━. Lo peor ya pasó.
El chico no dijo nada, pero lo miró directamente a los ojos por primera vez desde que se conocieron. En esa mirada había algo nuevo, algo que no había estado allí antes: un destello de confianza, una chispa de reconocimiento que decía más que cualquier palabra. Kim sintió que en ese momento, había logrado cruzar un umbral invisible, uno que lo acercaba más al corazón del joven.
El perro, que había permanecido a una distancia segura, se acercó con cautela, esta vez sin ladrar. Kim le acarició la cabeza, y luego miró al joven, como pidiéndole permiso para que el animal se acercara más. El chico no se movió, pero tampoco lo rechazó, lo que Kim interpretó como una señal positiva.
━ Mira, no es tan malo, solo estaba emocionado de vernos ━ dijo Kim, mientras el perro comenzaba a olisquear la mano del joven con curiosidad.
El muchacho extendió lentamente su mano, y el perro, agradecido, la lamió con un movimiento rápido de su lengua. Aunque el chico seguía sin hablar, Kim pudo notar un ligero cambio en su postura, una relajación que indicaba que estaba comenzando a sentirse más cómodo, al menos en ese instante.
El regreso a casa fue silencioso, pero había una nueva dinámica entre ellos, una conexión que no existía antes. La promesa que Kim le había hecho en ese momento de vulnerabilidad no era solo un consuelo vacío, sino un compromiso que ambos parecían haber sellado en silencio.
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Ⓒ︎𝖧𝖨𝖲𝖳𝖮𝖱𝖨09
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