𝐝𝐨𝐬.
El frío seguía arreciando con más fuerza. Mientras más el cielo se teñía de su vasta oscuridad, el cuerpo le temblaba. Ya no sabía si era de miedo o del mismo frío. Su anterior encuentro había sido vastamente preocupante; ¿de dónde había sido aquel lobo? ¿Y por qué razón tenía un tamaño tana descomunal y grotesco, además de las marcas azules en su frente?
Cargando el cervatillo que había matado, y del que el lobo no se aprovechó, sentía entumecidos los dedos del pie. La sangre supuraba por encima de su abrigo, pero al tiempo fue deteniendo su chorreo ante el frío.
Por suerte, esta noche su tribu no moriría de hambre. Con esto podrían comer al menos durante dos días si lo reducían bastante, y hacían buenas reparticiones. Junto a las pocas hortalizas, y frutas que quedaban, podrían aguantar un poco.
Atravesando la frialdad del bosque, y dejando atrás los resquicios de la aurora boreal, y lo que ocultaban los misterios de los pinos y las faldas de la montaña, vio a lo lejos su aldea. Tuvo que atravesar una vasta colina, y descendiendo con cuidado, observó el humo salir de la hoguera. Eso les ayudaba a mantener a los animales salvajes lejos.
Era una pequeña tribu. Formada por sus prácticamente gemelos, aunque no lo eran de sangre, Dominique y Louis, quienes si eran hermanos. El líder y padre suyo, Donatienn. Y unas pocas personas más, con niños.
El viento soplaba fuerte mientras Noé avanzaba por el bosque, cada paso más pesado que el anterior. La herida en su orgullo era más profunda que cualquier corte que hubiese sufrido en batalla. Había fallado. Había fallado en matar al mayor enemigo de su tribu.
El eco del encuentro con el lobo aún resonaba en su mente, los ojos azules, llenos de desafío y dolor, seguían persiguiéndolo en cada sombra, en cada susurro del viento. La aurora había desaparecido hacía horas, pero la luz de sus colores aún parecía grabada en el aire, como una advertencia imposible de ignorar.
Cuando el campamento de su clan apareció entre los árboles, Noé sintió el peso de las expectativas sobre sus hombros. Las hogueras ya ardían, lanzando chispas al cielo, y las figuras de su gente se movían en la penumbra, ocupados con sus tareas diarias. Sabía que pronto lo verían. Habían habido rumores de una manada de lobos que estaba atacando a las tribus. Y justamente, se había encontrado con uno de ellos. ¿Qué pensarían si supieran de su encuentro y su ineptitud para acabar con su vida?
Sus pasos se hicieron más lentos, como si el bosque mismo quisiera retenerlo.
Al cruzar la línea de los refugios, fue recibido por miradas inquisitivas y expectantes. Un silencio incómodo cayó sobre el grupo, y alguien se acercó a él rápidamente: su mejor amigo Louis, un guerrero cuyo respeto y admiración Noé siempre había deseado; y que sin embargo, ya no cazaba más. Sus ojos eran fríos como el hielo, buscando en el rostro de Noé una señal de éxito.
—¿Habéis encontrado un cervatillo? —preguntó Louis, viendo la presa sin vida colgando del hombre musculoso. Sus ojitos amarillos brillaron con emoción, y las tripas le rugieron con hambre.
Noé apretó los puños, su boca seca por el frío y la culpa. Podía sentir el peso de las miradas de todo el clan sobre él. Bajó la vista un momento, intentando encontrar las palabras, pero lo que ocurrió en el bosque lo había dejado sin certezas. No había podido. Y sabía que ellos no lo entenderían.
Tenía que contarlo, era su deber.
—Sí, pero también me encontré con un lobo, y no pude matarlo.
La palabra salió en un susurro, apenas audible, pero suficiente para que Louis la escuchará y la gente de su alrededor.
El aire se tensó. Un murmullo recorrió al grupo, que también escuchó sus palabras; si el mejor cazador, después de Louis ante su retirada, no había sido capaz de acabar con la vida del animal, ¿Quién juraba que no iría aquella misma noche a acabar con su trabajo?
Los susurros de traición y desconfianza se elevaron en el ambiente como cuchillos invisibles. Noé sintió que la ira de su Louis crecía, sus ojos brillaban con furia contenida. El cazador, que siempre había cumplido con su deber, había fallado, y la deshonra de no haber matado al lobo, su enemigo, era un peso insoportable.
—¿Por qué? —espetó Louis, dando un paso hacia él—. Nos has condenado. Ese lobo traerá más muerte, más miseria. No podéis haber vacilado. ¡Ese monstruo no merece compasión!
Noé intentó responder, pero las palabras se atragantaban en su garganta. No podía explicar lo que había sentido bajo la luz de la aurora, lo que había visto en los ojos del lobo blanco. La conexión inexplicable, el momento en que sus manos se habían negado a matar, algo que iba más allá de la lógica, más allá del odio entre sus clanes. Pero sabía que ningún miembro de su tribu lo comprendería, mucho menos su compañero.
—No fue miedo —dijo Noé, finalmente levantando la mirada—. No es lo que crees.
Louis lo observó con desprecio, su rostro endurecido como la piedra—. No importa lo que creas haber visto. Lo único que importa es la sangre que no derramaste.
Las palabras eran duras, y golpearon a Noé como una tormenta. Sabía que había fallado a su clan, pero una parte de él se negaba a aceptar que la única respuesta fuera la violencia. Mientras el eco de las palabras del chico abrigado con plumajes se desvanecía, Noé sintió que una grieta se abría entre él y los suyos, una separación que no sabía si podría reparar.
El aire en el campamento se había vuelto gélido, más que el invierno que rodeaba sus tierras. Los demás seguían observándolo en silencio, juzgándolo, y el peso de la responsabilidad lo aplastaba. Noé supo entonces que ya no era el mismo. Su alma estaba dividida entre lo que había sido y lo que el encuentro con el lobo le había revelado.
Sabía que había creado una grieta, que sin ser consciente, crecería con el tiempo. Pero las luces de los dioses le habían hablado, y le habían enseñado que ese camino no era el correcto.
Sin embargo, la mirada implacable de su mejor amigo le dejó claro que ese cambio lo alejaba cada vez más del lugar al que alguna vez llamó hogar. Quizá si lo hablaban, podrían llegar a una alguna conclusión.
Pero, algo molesto, pese a todo lo que hacía, pese a ser el cazador que salía en busca de comida durante horas, bajo el golpeado frío y su inclemencia a romperle los labios, o colarle el frío entre huesos, nunca era suficiente. Siempre debía ser el mejor, y satisfacer los deseos de los demás.
Renegando su orgullo y molestia, recordó de forma inmediata lo mucho que los amaba, y cuyo aprecio, le impedía abandonarlos a su suerte. No era capaz.
—Al menos conseguí carne para algunos días —musitó Noé, con sus mirares violetas algo huidizos, y preocupados.
Louis chasqueó con la lengua, y sosteniendo al animal, junto a otros de la tribu, lo llevaron para quitarle la piel y sacarle el mayor jugo a la carne.
Lo dejaron en la entrada solo, sin felicitaciones ni agradecimientos. A veces pensaba que era mejor morir en el inclemente frío, que seguir vivo en esta tribu que abusaba de su amabilidad.
El frío mordía los huesos, pero el dolor en el alma de Noé era aún más profundo que cualquier ventisca que soplaba sobre las llanuras nevadas. Estaba acostumbrado al fin de cuentas.
La vasta extensión blanca reflejaba la indiferencia del cielo gris, y Noé, abandonado en la entrada del campamento, sentía que el hielo no solo cubría la tierra, sino también su espíritu. El rechazo de Louis, la amarga satisfacción de no haber matado al lobo, se enredaban en su corazón como espinas bajo su piel. Los otros lo observaban desde la distancia, sus miradas cargadas de juicio, pero ninguna palabra de consuelo. Lo trataban como a un paria, alguien que había fallado en cumplir su deber sagrado.
El peso de esa deshonra lo agobiaba más que el frío. Sobre todo por lo que fuese a pensar su padre, el líder del clan.
Con pasos arrastrados, Noé se encaminó hacia su tienda, una estructura simple y robusta hecha de pieles y huesos; el refugio tradicional de su tribu, que apenas lograba retener el calor en aquel invierno eterno.
Al entrar, el calor del fuego crepitante lo envolvió con una calidez que contrastaba con el vacío helado que sentía dentro. Se despojó de su parka, dejando caer el pesado abrigo a un lado, y se abrazó a sí mismo, buscando consuelo en un gesto que nunca sería suficiente.
Más sin embargo, aunque el fuego lo envolviera, no podía olvidar esos ojos. Los ojos azules del lobo blanco; con un suave y hermoso pelaje. Brillaban en su mente como estrellas lejanas, inalcanzables, como una promesa rota o un lazo que no comprendía del todo.
Entonces, el aire de la tienda cambió. La figura imponente de su padre, apareció en la entrada. El líder de la tribu, temido y respetado, conocido por su frialdad y su control implacable. Sin embargo, sus primeros gestos fueron extrañamente cálidos. A diferencia de lo que Noé esperaba.
El hombre le tendió una manta y un cuenco de sopa caliente, junto a una mirada escrutadora, con un toque de preocupación, casi imperceptible. Noé, adormecido por la tristeza, apenas sintió el sabor de la sopa al deslizarse por su garganta, tomando el cuenco con sus aún algo temblorosas manos.
La calidez del fuego no podía deshacer el nudo de su pecho mientras contaba a su padre lo sucedido: cómo había encontrado al lobo, lo había herido, pero no lo había matado. Cómo lo había dejado escapar bajo las luces que en su tierra, eran conocidas como los dioses que hablaban.
—Así que, padre, creo que es una señal. Las luces del cielo son de los dioses, me estaban hablando, parecía... que querían que hiciéramos las paces, al menos por ese instante —terminó diciendo Noé de su relato, y dejando el cuenco en el suelo de la tienda.
—¿Una tregua, suponéis? —inquirió con cuidado el líder de ojos distintos.
—Sí, padre —replicó el más joven, que frotaba sus dedos morenos cerca del fuego—. ¿Por qué sino aparecerían en aquel instante? ¿Y por qué el lobo tampoco regresó a atacarme?
Los ojos distintos, bajo sus pestañas rubias, lo miraron con suavidad, y una sonrisa esbozada en sus delgados labios. Sosteniendo el bastón habitual en sus manos, hecho de madera y con un cráneo en su cabezal, miró algo confundido el objeto. Como si se lo estuviera planteando.
No obstante, la mirada sutil se desvaneció para cuando alzó la cabeza otra vez. La parka negra en sus hombros ensombrecía más su expresión, mustia y llena de desilusión. Como si su hijo hubiera dicho la locura más grande del mundo.
—Noé, mon chaton... —le decía con cariño, una expresión que lo llamaba como un pequeño gato. Al mirar sus ojos, sabía que no había suavidad, sólo dolor y mucha, mucha rabia en ellos.
Apenas tuvo tiempo de respirar antes de que el marqués lo agarrara con fuerza por el brazo y lo arrastrara fuera de la tienda. La transición fue brutal: del calor protector del fuego al frío cortante de la noche. Las estrellas brillaban sobre ellos, indiferentes, mientras el viento aullaba a través del campamento.
Antes de que pudiera reaccionar, sintió el primer golpe del bastón en su espalda. Noé cayó al suelo, su aliento escapando en una nube blanca al chocar contra la nieve helada. Su padre lo golpeaba sin tregua, gritando con furia:
—¡Debiste matarlo! ¡Esos lobos son nuestros enemigos! ¡Tu debilidad nos condenará! —le gritaba, con la expresión más horrible que Noé hubiera llegado a ver en su padre.
El tema de los lobos y su guerra trascendental por años, era algo... que por mucho que Noé hubiera tratado de cambiar o abandonar al pasado, estaba atado al corazón negro de su padre.
Noé intentaba cubrirse, pero los golpes seguían cayendo, imparables. La nieve bajo su cuerpo se teñía de rojo con la sangre que brotaba de su nariz y labios. Las lágrimas rodaban por su rostro, calientes al salir, pero se congelaban casi al instante en contacto con el aire. Gritaba en silencio, su angustia ahogada por la brutalidad del momento, mientras su padre descargaba en él no solo su ira, sino también la desesperación de una guerra interminable.
Su cuerpo apenas con una blusa al haberse quitado la parka, temblaba, queriendo responder; pero el amor que le profesaba, siempre había hecho que mirase a los demás por encima de él. Y nunca sería capaz de golpear al hombre que más amaba, y que independientemente de estos golpes, también lo amaba.
Los demás miembros de la tribu observaban desde sus tiendas, sus rostros sombríos, pero ninguno era capaz de intervenir. Incluso Louis, siempre distante, desvió la mirada, escondiéndose en la penumbra; como si ignorar lo que sucedía lo eximiera de culpa. Noé estaba solo, su cuerpo temblando no solo por el dolor, sino por la desolación.
De repente, una figura emergió de entre las sombras. Dominique, su amiga de la infancia, se lanzó hacia él y cubrió su cuerpo maltratado con el suyo. Su voz, llena de ira y desesperación, resonó en el aire:
—¡Basta, señor! ¡Ya es suficiente!
El líder detuvo su mano, su respiración agitada la miraba iracundo. Observó a Dominique un largo momento, su rostro lleno de desprecio, pero también de agotamiento. Con un gruñido final, dio media vuelta y se alejó, dejando una promesa en el aire helado:
—La próxima vez no fallarás, Noé... o te lamentarás aún más.
El silencio cayó sobre el campamento mientras el líder se desvanecía en la oscuridad. Noé, temblando de frío y dolor, se dejó caer de nuevo sobre la nieve. Las lágrimas no cesaban, y, con un grito ahogado de desesperación, enterró su rostro en el suelo helado, como si quisiera desaparecer en la blancura infinita.
La nieve, implacable, sin embargo, no ofrecía consuelo.
Dominique, junto a él, no dijo nada. Sabía que no había palabras que pudieran aliviar el dolor que su amigo sentía; una pena que no solo venía de los golpes, sino de toda una vida atrapada en una guerra que no entendía, una guerra que había marcado su infancia con el peso del odio de su padre, con la sombra de una batalla interminable entre hombres y lobos.
Noé lloraba por su impotencia, por la herencia de odio que su clan cargaba. Pero, sobre todo, lloraba porque sabía que esos ojos azules, los ojos del lobo, no eran solo los de un enemigo. Eran un espejo de su propia soledad.
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lamento mucho la tardanza en poder traer este capítulo nuevamente. He estado muy ocupada centrada en otros proyectos, pero como siempre, estoy dispuesta a acabar todos mis trabajos.
Espero que puedan disfrutar de esta actualización, que sin embargo, trae mucho angst para mi amado Noé.
Los quiero mucho y siento este doloroso cap. ¡Nos veremos pronto!
all the love, ella.
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