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🔑 ࿐「 𝖢𝖺𝗉𝗂𝗍𝗎𝗅𝗈 𝖮3 」

«𝖢𝖺𝗉𝗂𝗍𝗎𝗅𝗈 𝗇𝗎́𝗆𝖾𝗋𝗈 𝗍𝗋𝖾𝗌»... [𝖮3] 

❝𝗘𝘀𝗰𝗮𝗽𝗲❞

Min Yoongi, ahora con diecinueve años, se encontraba frente a la ventana de su habitación, su único contacto con el exterior. Los días se sucedían monótonos y grises, su vida reducida a un espacio limitado y asfixiante. Todo había cambiado desde aquel fatídico día en que expresó su deseo de ir a la ciudad. Sus palabras, inocentes y llenas de esperanza, desencadenaron una cadena de eventos que lo llevaron a su actual estado de confinamiento y desesperación.

El recuerdo de su decimoctavo cumpleaños aún permanecía vívido en su memoria. Las felicitaciones, los aplausos, el pastel, todo parecía tan perfecto, tan normal. Sin embargo, en el momento en que declaró su deseo, todo se tornó en caos. La reacción de su familia, especialmente de su madre, fue devastadora. Aquella mujer que alguna vez lo había mirado con amor y orgullo, se transformó en una figura de terror y opresión.

Desde entonces, Yoongi vivía en una especie de prisión dorada. Su madre, consumida por el miedo y el control, impuso una serie de restricciones que fueron incrementándose con el tiempo. Al principio, le prohibió salir de la mansión, limitando sus movimientos a los interiores de la casa. Pero conforme los días pasaban y Yoongi intentaba, de alguna manera, encontrar pequeñas libertades, las restricciones se volvieron más severas.

La prohibición de salir al jardín fue la más reciente y la que más lo afectó. Ese pequeño espacio verde era su único refugio, un lugar donde podía respirar y sentir que aún existía un mundo más allá de las paredes de la mansión.

El joven se sentó en el alféizar de la ventana, apoyando la frente contra el cristal frío. Desde su posición, podía ver el jardín que tanto añoraba. Las flores que solía cuidar con esmero, ahora marchitas y descuidadas, parecían un reflejo de su propia alma.

Sus ojos se llenaron de lágrimas al recordar los días en que podía caminar libremente entre los arbustos y árboles, sintiendo la brisa fresca y el cálido sol en su piel. Ahora, todo eso le estaba vedado, y su único contacto con la naturaleza era a través del cristal.

Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas mientras recordaba las innumerables veces que había suplicado a su madre por un poco de libertad. Pero sus ruegos siempre caían en oídos sordos. Ella, con su mirada gélida y su voz autoritaria, le repetía una y otra vez que todo lo hacía por su bien, que el mundo exterior estaba lleno de peligros y que solo dentro de la mansión estaría a salvo.

Pero Yoongi sabía que esas palabras no eran más que una excusa para mantenerlo bajo su control, para asegurarse de que nunca pudiera escapar de su dominio.

El dolor de la opresión se manifestaba en su cuerpo. Su pecho se sentía apretado, como si una banda de hierro lo estuviera comprimiendo. Cada respiración era un esfuerzo, cada latido de su corazón, un recordatorio de su encierro. Sus manos, temblorosas y frías, se aferraban al borde del alféizar, sus nudillos blancos por la presión. El joven se sentía atrapado, no solo físicamente, sino también emocionalmente.

La constante vigilancia, las miradas severas de su madre, las restricciones cada vez más severas, todo contribuía a su sensación de desesperanza.

Yoongi cerró los ojos, permitiendo que sus pensamientos vagaran hacia los pocos momentos de felicidad que aún conservaba en su memoria. Recordó las visitas de su primo Taehyung, que siempre traían un rayo de esperanza a su vida. Taehyung, con su espíritu libre y su inquebrantable determinación, era su único vínculo con el mundo exterior. Las conversaciones que mantenían, aunque breves y a menudo interrumpidas por la vigilancia de su madre, eran un bálsamo para su alma herida.

Pero incluso esas visitas se habían vuelto menos frecuentes, y Yoongi temía que algún día también se le fueran arrebatadas.

El sol comenzaba a descender en el horizonte, bañando el jardín con una luz dorada que acentuaba la belleza de las flores y plantas. Pero para Yoongi, esa vista no era más que un recordatorio cruel de lo que había perdido. Se inclinó hacia adelante, apoyando la cabeza en el cristal y permitiendo que las lágrimas fluyeran libremente.

Su mente se llenó de preguntas sin respuesta. ¿Por qué su madre había cambiado tanto? ¿Qué había desencadenado ese comportamiento tan controlador y opresivo? ¿Era realmente el mundo exterior tan peligroso como ella lo describía, o todo era una construcción para mantenerlo a su lado?

El joven sabía que no podía seguir viviendo de esa manera, pero cada intento de rebelión había sido sofocado con mano dura. Las marcas de los castigos aún estaban presentes en su cuerpo, recordatorios constantes de lo que le sucedía cuando intentaba desafiar la autoridad de su madre. Pero más dolorosas que las heridas físicas eran las cicatrices emocionales.

La constante humillación, el sentir que no valía nada sin la aprobación de su madre, habían minado su autoestima y su espíritu.

Yoongi deseaba con todas sus fuerzas encontrar una salida, una manera de liberarse de las cadenas invisibles que lo mantenían atado. Pero cada día que pasaba, su esperanza se desvanecía un poco más, reemplazada por la resignación y la desesperanza. Sus sueños de escapar a la ciudad, de vivir una vida libre y plena, parecían cada vez más lejanos, como un espejismo que se desvanecía al intentar alcanzarlo.

Las sombras comenzaban a alargarse en el jardín, y Yoongi sabía que pronto la oscuridad cubriría todo. Con un último suspiro, se apartó de la ventana y se dejó caer en el suelo, abrazando sus rodillas y escondiendo el rostro entre ellas. El llanto se intensificó, sus sollozos resonando en la habitación vacía. Sentía que el peso de su sufrimiento era insoportable, que su alma estaba siendo aplastada por el dolor y la tristeza.

Pero en lo más profundo de su ser, una pequeña llama de esperanza aún ardía, una chispa que se negaba a extinguirse. Y mientras las lágrimas continuaban cayendo, Yoongi hizo un juramento silencioso: encontraría la manera de escapar, de liberarse de las garras de su madre y de encontrar su propio camino, sin importar lo difícil que fuera.

En ese momento de absoluta vulnerabilidad, algo dentro de Yoongi cambió. Se dio cuenta de que no podía seguir esperando que alguien viniera a rescatarlo, que debía encontrar la fuerza dentro de sí mismo para luchar por su libertad. La decisión no fue fácil, y el camino que tenía por delante estaba lleno de obstáculos y peligros, pero por primera vez en mucho tiempo, sintió una chispa de determinación.

Y con esa nueva resolución, Yoongi se levantó del suelo, secó sus lágrimas y miró hacia el jardín con una renovada esperanza. Sabía que la batalla sería dura, pero estaba dispuesto a enfrentarla. Por su libertad, por su futuro, y por la vida que sabía que merecía vivir.

La noche envolvía la mansión Min en un manto de sombras y silencio, creando un escenario propicio para la huida que Yoongi había planeado meticulosamente durante semanas. Cada paso que daba era una mezcla de adrenalina y temor, cada sonido amplificado en su mente como un posible delator. Con el corazón latiendo a un ritmo frenético, cruzó los corredores que conocía tan bien, consciente de que un solo error podría significar el fin de su anhelada libertad.

Había esperado hasta que todos en la casa se sumieran en un sueño profundo, incluida su madre, cuya vigilancia había sido el obstáculo más grande para su escapatoria.

El reloj marcaba las dos de la madrugada cuando Yoongi se deslizó fuera de su habitación, con una pequeña mochila al hombro, que contenía lo esencial: algo de ropa, un poco de dinero que había ahorrado en secreto y un par de recuerdos que no podía dejar atrás. Cada crujido del suelo bajo sus pies parecía resonar como un trueno en la quietud de la noche, pero su determinación lo mantenía en movimiento.

La puerta trasera de la mansión, que daba al jardín, fue su punto de salida. A pesar de estar prohibido entrar en ese espacio, Yoongi sabía que era su mejor opción para evitar ser visto. Con manos temblorosas, giró la llave en la cerradura, sintiendo el clic liberador que lo acercaba un paso más a su objetivo.

El aire fresco de la noche lo recibió con un abrazo frío mientras cerraba la puerta con suavidad detrás de él. El jardín, aunque ahora descuidado, aún conservaba un rastro de la belleza que alguna vez lo había reconfortado. Pero no había tiempo para nostalgias; cada segundo era crucial.

Con rapidez y sigilo, se dirigió hacia el muro que delimitaba la propiedad. Había pasado días estudiando el lugar, buscando el punto más accesible para escalar. Las ramas de un viejo árbol se extendían sobre el muro, ofreciendo una ayuda precaria pero necesaria. Subió con esfuerzo, sus manos arañadas por la corteza rugosa, hasta que finalmente se dejó caer al otro lado, aterrizando en la tierra con un suave golpe. Se detuvo un momento, agachado, escuchando.

Todo seguía en silencio. Estaba fuera.

La carretera que bordeaba la mansión estaba desierta. No había tiempo para dudar; comenzó a caminar con paso rápido, cada sombra y sonido nocturno aguzando sus sentidos. La ciudad no estaba lejos, pero tampoco tan cerca como para sentirse seguro aún. Yoongi sabía que debía mantenerse en movimiento, poner la mayor distancia posible entre él y la mansión antes del amanecer.

El viaje fue agotador, su cuerpo tenso por la continua vigilancia y el esfuerzo físico. Sin embargo, la vista de las primeras luces de la ciudad alzándose en el horizonte le dio un renovado impulso. La imagen de los edificios iluminados y el bullicio que comenzaba a despertar en las calles le otorgaron una sensación de esperanza.

A medida que se acercaba, la oscuridad de la noche era sustituida por el resplandor artificial de la ciudad, y el sonido de los primeros vehículos y las voces lejanas rompían el silencio al que se había acostumbrado.

Finalmente, Yoongi llegó a una de las principales avenidas de la ciudad. Se detuvo en una esquina, contemplando el panorama con una mezcla de asombro y alivio. La ciudad era un contraste vibrante y abrumador comparado con el ambiente sofocante de la mansión. Las luces de neón, los letreros de los negocios aún abiertos, y el flujo constante de personas y vehículos, todo era nuevo y fascinante para él.

Los edificios altos se erguían como gigantes de cristal y acero, reflejando las luces en un espectáculo caleidoscópico que lo dejó sin aliento.

Caminó lentamente por la acera, observando con curiosidad cada detalle a su alrededor. Los cafés con sus terrazas llenas de gente, las tiendas que exhibían sus productos con luces llamativas, las calles llenas de vida y movimiento. Cada esquina parecía ofrecer una nueva sorpresa, y Yoongi se sentía como un niño explorando un mundo desconocido y maravilloso.

Su mente registraba todo con avidez, desde las conversaciones fragmentadas que alcanzaba a oír hasta los aromas de comida que emanaban de los puestos callejeros.

A pesar de la emoción, una pregunta persistente empezó a invadir su mente: ¿dónde se quedaría? Había logrado escapar, pero no tenía un lugar adonde ir. Miró a su alrededor, buscando alguna señal que le indicara una posible solución. Los hoteles y pensiones eran una opción, pero el dinero que llevaba consigo era limitado y necesitaba usarlo sabiamente.

Pensó en Taehyung, su primo, que vivía en la ciudad. Pero el temor de que su madre pudiera encontrarlo a través de él lo hizo descartar esa idea rápidamente.

Yoongi se sentó en un banco, dejando que el cansancio se apoderara de su cuerpo por un momento. El bullicio de la ciudad continuaba a su alrededor, indiferente a su dilema. Sacó una pequeña botella de agua de su mochila y bebió lentamente, tratando de calmarse y pensar con claridad.

Las luces de los autos y las farolas creaban un juego de sombras que danzaban a su alrededor, y en la distancia, podía escuchar el eco de la vida nocturna que apenas comenzaba a despuntar.

Mientras se sumergía en sus pensamientos, sus ojos se posaron en un pequeño parque al otro lado de la calle. Parecía un lugar tranquilo, con bancos y árboles que ofrecían un refugio temporal. Quizás podría descansar allí por unas horas, hasta que la luz del día le permitiera encontrar una solución más permanente. Se levantó del banco, cruzó la calle y se dirigió al parque, sus pasos más lentos ahora que la adrenalina comenzaba a desvanecerse.

El parque estaba casi desierto, con solo un par de personas sentadas en la distancia. Eligió un banco alejado, bajo la sombra protectora de un gran árbol. Se sentó, sintiendo el cansancio acumulado en cada fibra de su ser. Cerró los ojos por un momento, permitiéndose un respiro en medio de su agitada jornada.

El sonido de las hojas moviéndose con la brisa era un consuelo, un recordatorio de la libertad que ahora poseía, aunque aún incierta.

Yoongi sabía que su aventura apenas comenzaba y que muchas dificultades aún lo esperaban. Pero en ese instante, sentado en aquel banco, permitió que una pequeña sonrisa se dibujara en sus labios. Había logrado escapar, había alcanzado la ciudad, y eso era un triunfo en sí mismo.

Por ahora, se concentraría en el próximo paso, en encontrar un lugar seguro donde quedarse. La ciudad, con todas sus promesas y desafíos, estaba a sus pies, y Yoongi estaba decidido a enfrentarlos con valentía y esperanza.

Con esa determinación, el joven se recostó en el banco, abrazando su mochila como una almohada improvisada. Observó las estrellas que apenas se distinguían entre las luces de la ciudad, sintiendo una conexión con ese vasto universo que se extendía más allá de su comprensión. Cerró los ojos, permitiendo que el sueño lo envolviera, sabiendo que, por primera vez en mucho tiempo, estaba en control de su destino.

Y así, en la quietud de la noche urbana, Min Yoongi encontró un momento de paz y la promesa de un nuevo comienzo.

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Ⓒ︎𝖧𝖨𝖲𝖳𝖮𝖱𝖨09

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