Ꮠ ࿐「 𝖢𝖺𝗉𝗂𝗍𝗎𝗅𝗈 𝖮1 」
«𝖢𝖺𝗉𝗂𝗍𝗎𝗅𝗈 𝗇𝗎́𝗆𝖾𝗋𝗈 𝗎𝗇𝗈»... [𝖮1]
❝𝗢𝗷𝗼𝘀 𝗱𝗲 𝘂𝗻 𝗱𝗲𝗺𝗼𝗻𝗶𝗼 𝗮𝗿𝗿𝗲𝗽𝗲𝗻𝘁𝗶𝗱𝗼❞
El sentimiento de tener a Dios junto a él era algo que Kim valoraba más allá de cualquier cosa en el mundo. No había comparación, ni placer terrenal, que pudiera igualar la plenitud espiritual que sentía al entregarse en cuerpo y alma a su Señor. En esos momentos de oración, sentía una paz profunda, una conexión que lo hacía sentirse completo, como si cada palabra susurrada a los cielos lo envolviera en un manto de gracia y misericordia.
━ En el nombre de Jesucristo, amén... ━ murmuró al finalizar su oración, y se levantó lentamente.
Sus rodillas le dolían, recordándole las largas horas que había pasado arrodillado, pero para Kim, ese dolor no era nada. Lo soportaba con gusto, porque sabía que sus sacrificios, por pequeños que fueran, no se comparaban con el sufrimiento que Cristo había soportado en la cruz por ellos. El dolor físico, para él, era una ofrenda, una manera de compartir una diminuta fracción del inmenso sacrificio de su Salvador.
Sin embargo, cuando pensaba en retirarse a su habitación para recostarse y leer la Biblia, la familiar y reconfortante rutina que tanto apreciaba, sus padres entraron en la iglesia, interrumpiendo sus pensamientos. La estatua de Jesús parecía observarlo con la misma intensidad que sus progenitores, quienes se detuvieron frente a él, mirándolo con una severidad que hizo que Kim sintiera un nudo en el estómago.
Sus padres, siempre impecablemente vestidos, emanaban una presencia que intimidaba incluso al más fuerte. Su madre vestía una larga falda de seda que llegaba hasta el suelo, y su padre, con su pantalón formal y camisa de manga larga, completaba una imagen de devoción y rectitud. Desde pequeño, Kim había aprendido que la vestimenta era una extensión de su fe, una manera de honrar a Dios en cada detalle de su vida.
Aunque sabía que el Señor no juzgaba por la apariencia externa, en su familia, seguir las normas de modestia y decoro era una expresión de respeto y reverencia hacia lo divino.
Pero a pesar de su devoción, había algo en sus padres que siempre lo había inquietado. Había una dureza en sus ojos, una sombra que se ocultaba detrás de sus actos de piedad. Kim, aunque los amaba profundamente, no podía evitar sentirse intimidado por ellos. Era como si una oscuridad invisible se cerniera sobre ellos, algo que él no podía comprender del todo, pero que lo hacía inclinar la cabeza en sumisión cada vez que sus miradas se encontraban.
━ ¿Por qué has rezado por séptima vez hoy, hijo mío? ¿Acaso has pecado? ━ La voz de su padre era firme, casi acusatoria, y Kim sintió cómo un escalofrío recorría su espalda.
Su madre, a su lado, se mantenía en silencio, pero sus ojos lo escrutaban con una intensidad que lo hacía sentir aún más pequeño. El rosario que tenía en las manos comenzó a temblar ligeramente, reflejando el nerviosismo que crecía en su interior.
La pregunta de su padre lo dejó sin palabras, y por un momento, el silencio en la iglesia se volvió ensordecedor. Kim sabía que no podía decirles la verdad, no podía confesar lo que había estado pasando por su mente. Había pecado, no de la manera en que sus padres podían imaginar, pero pecado al fin. En su corazón, se había permitido dudar, aunque solo fuera por un instante. Se había imaginado a sí mismo alejándose de la iglesia, viviendo una vida diferente, una vida que no estaba atada a las rígidas normas de su fe.
Pero ese pensamiento, fugaz como fue, lo había llenado de una culpa tan profunda que no había podido dejar de rezar desde entonces.
━ No, padre, yo… ━ Intentó explicar, pero las palabras no salieron.
Sentía que cualquier cosa que dijera solo empeoraría las cosas, que la verdad, por más pequeña que fuera, sería suficiente para desencadenar la ira de sus padres. Sus manos temblaban, el rosario se deslizó un poco entre sus dedos, y su madre desvió la mirada, como si su silencio también fuera una forma de condena.
━ Vas a ser castigado por tu desobediencia. No puedo creer que estés pecando. Vuelve a arrodillarte y pide el perdón de Dios. Quédate aquí hasta la noche y limpia el templo ━ La orden de su padre fue dura, sin lugar a objeciones.
La decepción en su voz era inconfundible, y Kim sintió cómo su corazón se encogía aún más. No había forma de escapar de ese castigo, y en el fondo, sabía que lo merecía.
Con los labios temblorosos y el alma cargada de culpa, Kim asintió lentamente, bajando la mirada hacia las baldosas impecables del suelo. Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, pero se obligó a no llorar. Sabía que no debía mostrar debilidad, no después de haber caído en la tentación de dudar. Tenía que aceptar su castigo, tenía que demostrar que estaba verdaderamente arrepentido.
Sus padres, sin decir una palabra más, se dieron la vuelta y salieron de la iglesia. Su madre no volvió la vista atrás, sabiendo que, aunque las palabras de su esposo habían sido duras, eran necesarias. Ella había aprendido a obedecer sin cuestionar, y esperaba que su hijo hiciera lo mismo.
Cuando finalmente estuvo solo, Kim dejó que las lágrimas cayeran libremente por sus mejillas. La frustración, la culpa y la ira consigo mismo se mezclaban en un torbellino de emociones que lo abrumaba. Sabía que había fallado, que había permitido que un pensamiento impuro se colara en su mente, y eso era algo que no podía perdonarse. En un arranque de desesperación, levantó la mano y se abofeteó a sí mismo, sintiendo el ardor inmediato en su mejilla.
Era un castigo que él mismo se imponía, una forma de purgar, aunque sea en parte, el pecado que había cometido.
Se merecía eso y más.
Se merecía cada lágrima, cada golpe, cada castigo, porque había traicionado no solo a sus padres, sino a Dios. Y esa traición, aunque solo hubiera sido en pensamiento, era un peso que tendría que cargar con él, un pecado que necesitaría expiar una y otra vez hasta que sintiera que había recuperado la gracia de su Señor.
La niebla y la oscuridad se habían adueñado por completo de la iglesia. La noche había llegado y las nubes se habían oscurecido, engullendo el cielo en un manto opaco y sombrío. Ese día en particular, el clima había sido especialmente lúgubre, con un viento frío que parecía cortar la piel, una rareza en comparación con otros días más templados. Las puertas de la iglesia estaban cerradas, y el joven Kim se encontraba solo, envuelto en un silencio que sólo era interrumpido por el eco lejano del viento que silbaba a través de las rendijas.
Sus manos estaban manchadas, no solo por la suciedad acumulada en la limpieza, sino también por los callos que se habían formado a fuerza de utilizar detergentes y fregar con los toscos utensilios de aseo. Para sus padres, este castigo era doblemente efectivo: por un lado, el trabajo físico de limpiar la vasta iglesia le exigía una dedicación que sólo su soledad podía amplificar; por otro lado, el aislamiento le permitía reflexionar más profundamente sobre su supuesto pecado, haciendo que el arrepentimiento se arraigara con mayor fuerza en su corazón.
Kim aceptaba este castigo con resignación, convencido de que era necesario para su propio bien, una prueba de su devoción y sumisión a la voluntad divina.
Cuando finalmente soltó la tela con la que había estado limpiando las bancas, un extraño ruido se filtró a través de las gruesas puertas de la iglesia. Frunció el ceño, decidido a ignorarlo, atribuyéndolo al viento que golpeaba las amplias ventanas con fuerza. Sin embargo, el sonido persistió, haciéndolo sentir una inquietud creciente que no podía sacudirse fácilmente. Con un suspiro, se volvió a concentrar en su tarea, decidido a terminar antes de que el cansancio lo venciera por completo.
Después de varios minutos más de trabajo, había terminado. Un rastro de sudor perlaba su frente, y el cansancio pesaba sobre su cuerpo como una losa. Sus ojos, cansados por la hora tardía, se cerraban casi involuntariamente.
Eran cerca de las diez de la noche, una hora inusualmente tardía para él, que solía acostarse temprano para poder madrugar y abrir la iglesia al día siguiente. Sentía cómo el sueño comenzaba a arrastrarlo, pero antes de poder dirigirse a su habitación —situada justo al lado de la iglesia, en la modesta casa que compartía con sus padres—, un escalofrío recorrió su espalda.
Sintió cómo sus cabellos rubios se agitaban ligeramente, acariciados por una brisa fría que no debería haber estado allí. Todas las ventanas y puertas estaban cerradas, lo sabía bien, así que no había forma de que el viento entrara. Confundido, comenzó a buscar la fuente de aquel aire frío, y fue entonces cuando sus ojos se posaron en una ventana cercana a las puertas principales.
Estaba ligeramente entreabierta, algo que no debería haber sido posible. Extrañado, se dirigió hacia ella con la intención de cerrarla, convencido de que un descuido suyo había permitido que el viento se filtrara en el interior sagrado del templo.
Sin embargo, lo que vio a través de la ventana lo dejó sin aliento, su corazón latiendo desbocado en su pecho. Frente a él, en la penumbra exterior, se delineaba la silueta de un hombre. La figura lo observaba fijamente, inmóvil, como si fuera parte de la misma oscuridad que lo rodeaba. La escasa luz que se filtraba a través de las nubes no era suficiente para discernir sus rasgos con claridad, pero lo poco que podía ver era suficiente para llenarlo de un temor inexplicable.
Era alto, con hombros anchos y un pecho robusto. Su cabello, largo y negro, se agitaba con el viento, dándole una apariencia casi fantasmal. Su vestimenta, una camisa de manga larga y un pantalón oscuro, estaba sucia, manchada de barro o algo peor. Kim no podía distinguir su rostro, y de alguna manera, se sentía agradecido por ello.
A pesar de no poder ver los ojos del extraño, Kim sabía, lo sentía en lo más profundo de su ser, que lo estaba observando de una manera intensa, penetrante, como si estuviera leyendo cada uno de sus pensamientos más oscuros. Un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza, y casi instintivamente cerró la ventana con un golpe rápido. Un suspiro tembloroso escapó de sus labios, su respiración se hizo pesada y su corazón latía con fuerza.
Se apoyó contra la ventana cerrada, tratando de calmarse, pero la adrenalina seguía corriendo por sus venas. No podía entender el miedo que sentía, ni la sensación de que algo terrible estaba por suceder.
El silencio que siguió fue tan absoluto que casi podía escuchar el latido de su propio corazón. Pero luego, recuperando lentamente su compostura, Kim recordó sus enseñanzas, su deber como futuro sacerdote. No podía simplemente cerrar la ventana en la cara de alguien, especialmente si ese alguien estaba herido o necesitaba ayuda. Con su moral luchando por sobreponerse al miedo, se giró nuevamente y tomó el borde de la ventana, dispuesto a abrirla de nuevo.
Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, una voz profunda, ronca, se filtró a través del cristal, helándole la sangre.
━ Padre, he pecado y debo confesarme, devo scusarmi... ━ La voz era baja, grave, resonando con una intensidad que le hizo sentir como si el mismo infierno hablara a través de la oscuridad. Kim sintió cómo su corazón se detenía por un momento, y un sudor frío empapó su frente.
La voz, con un notable acento italiano, continuó, sin recibir respuesta. ━ ¿Sí? ¿Puedo hacerlo? ━ La insistencia en la voz del hombre solo aumentó la confusión de Kim, quien luchaba por mantener la calma.
El pánico se apoderó de él. Sin saber qué más hacer, corrió hacia su habitación, dejando que sus pasos resonaran en el vasto silencio de la iglesia. Pero antes de cerrar la puerta tras de sí, se obligó a responder, aunque fuera con voz temblorosa:
━ Venga mañana, ahora mismo no… no hay disponibilidad para una confesión. Son… mañana… ━ No esperó una respuesta. Cerró la puerta con fuerza y se lanzó a su cama, sus pensamientos desordenados, incapaz de entender lo que acababa de suceder.
¿Quién era ese hombre? ¿Por qué su presencia había despertado en él un miedo tan irracional, una mezcla de emociones que nunca antes había experimentado?
Se sintió terriblemente mal cuando, finalmente, su respiración comenzó a calmarse. Había actuado de una manera grosera, casi inhumana. Le había cerrado la ventana en la cara a un hombre que, por su apariencia, claramente estaba necesitado de ayuda. Había dejado que el miedo dominara su juicio, algo que no debería haber sucedido, especialmente para alguien destinado a servir a Dios y al prójimo. Claro, no era normal encontrarse con un hombre en ese estado fuera de la iglesia a medianoche, pero aún así, sabía que había actuado mal.
Se acurrucó entre las mantas, intentando conciliar el sueño, pero la imagen de aquel hombre seguía asaltando su mente, reapareciendo una y otra vez, torturándolo con su silencio y su mirada invisible. Era como si aquella noche hubiera marcado un antes y un después en su vida, una experiencia tan extraña y aterradora que no podía dejar de desear que se repitiera, aunque solo fuera para entenderlo.
Por alguna razón que escapaba a su comprensión, Kim quería volver a encontrarse con él.
¡Hola! Este es el primer capítulo y espero que les haya gustado ♡´・ᴗ・'♡
La verdad quiero aclarar una cosita; en este libro se hablará mucho sobre la religión católica y cristiana, sin embargo quiero que sepan que a pesar de todo yo respeto las creencias de todo el mundo. Yo en lo personal no creo en Dios, pero tampoco me niego a su existencia, (no tengo ninguna religión en pocas palabras). Pero a lo que voy es que no quiero ver discusiones en los comentarios o a personas ofendidas, si sientes que no puedes leer no lo hagas.
¡Gracias por acompañarme en este nuevo proyecto! ✿︎
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Ⓒ︎𝖧𝖨𝖲𝖳𝖮𝖱𝖨09
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