Ꮠ ࿐「 𝖢𝖺𝗉𝗂𝗍𝗎𝗅𝗈 27 」
«𝖢𝖺𝗉𝗂𝗍𝗎𝗅𝗈 𝗇𝗎́𝗆𝖾𝗋𝗈 𝗏𝖾𝗂𝗇𝗍𝗂𝗌𝗂𝖾𝗍𝖾»... [27]
❝𝗟𝗮 𝗩𝗲𝗿𝗱𝗮𝗱❞
La habitación en la que Kim despertó era completamente desconocida para él. La luz del sol se filtraba a través de unas cortinas pesadas, proyectando sombras suaves sobre las paredes de madera oscura. Todo a su alrededor emanaba una calidez inusual, un contraste absoluto con el frío y la humedad que recordaba de la noche anterior. Su cuerpo estaba en un estado de relajación total, pero al intentar moverse, notó algo que lo sorprendió y lo desconcertó a la vez: estaba completamente desnudo bajo las sábanas de lino suave que lo cubrían.
Se incorporó lentamente, con una sensación de extrañeza recorriendo cada fibra de su ser. La cama en la que se encontraba era más amplia y cómoda que cualquier otra en la que hubiera dormido, y la familiaridad que solía sentir al despertar en su cuarto estaba ausente, reemplazada por una vaga sensación de desconexión, como si se encontrara en un lugar que no debía ser, pero al mismo tiempo, como si encajara perfectamente allí.
La habitación, decorada con sencillez pero con un estilo rústico y antiguo, no le ofrecía pistas sobre su ubicación.
Su mente, aún nublada por el sueño, intentó recordar los eventos que lo habían llevado hasta allí. La tormenta, la ceremonia de graduación, su huida desesperada hacia la cabaña de Jeon... Pero después, todo se volvía confuso, como si se tratara de un sueño dentro de otro. Al sentir una ligera brisa en su piel desnuda, un escalofrío recorrió su columna. No recordaba haberse quitado la ropa, y mucho menos haberse despojado de ella por completo.
La situación lo alarmó, aunque una parte de él se sentía, contra toda lógica, extrañamente cómoda.
Justo cuando estaba comenzando a inquietarse, la puerta de la habitación se abrió con un suave chirrido. Kim levantó la mirada y vio a Jeon entrar, llevando una bandeja de desayuno en sus manos. La luz de la mañana iluminó su figura, realzando cada detalle de su apariencia despreocupada pero firme. Kim sintió una mezcla de alivio y desconcierto al verlo, aunque la vista de Jeon le trajo una sensación de tranquilidad, como si su presencia disipara la niebla en su mente.
Jeon caminó lentamente hacia la cama, su mirada fija en Kim. Al llegar junto a él, dejó la bandeja sobre las piernas de Kim, que contenía una simple pero apetitosa selección de frutas, pan y café caliente. Kim notó un destello de suavidad en los ojos de Jeon, algo que rara vez había visto, y que por alguna razón hizo que su corazón latiera con fuerza.
━ Buenos días ━ dijo Jeon con voz calmada, su tono reflejando una cercanía que Kim no recordaba haber sentido antes.
Kim asintió, tratando de ocultar su nerviosismo, y comenzó a comer en silencio. La comida sabía mucho mejor de lo que esperaba, pero no podía disfrutarla plenamente; había algo en el aire, una tensión latente que no podía ignorar. Después de un par de bocados, no pudo contener más la pregunta que lo atormentaba.
━ ¿Y ahora...? ━ comenzó, eligiendo cuidadosamente sus palabras ━. ¿Cómo haré para volver a la iglesia?
Jeon, que había estado sentado en la orilla de la cama, se levantó con una seriedad que transformó completamente la atmósfera de la habitación. Kim sintió un nudo formarse en su estómago mientras observaba a Jeon, cuyo rostro ahora estaba marcado por una expresión que bordeaba lo grave.
━ No lo harás ━ respondió Jeon, su voz resonando en el pequeño espacio, dejando claro que no había lugar para discusiones.
Kim lo miró, sin entender del todo. ━ ¿Qué...? ¿Qué quieres decir? ━ balbuceó, sintiendo cómo la incertidumbre lo invadía.
Jeon se acercó a la ventana, observando por un instante el paisaje exterior, y luego se giró hacia Kim, su expresión impenetrable.
━ Nunca vas a volver a la iglesia ━ dijo, cada palabra cayendo como un golpe, fría y decisiva ━. Porque no debes, porque ese no es tu camino.
La confusión de Kim se profundizó. Todo en él quería cuestionar esa afirmación, quería entender por qué Jeon hablaba con tanta certeza, pero antes de que pudiera formar una respuesta coherente, Jeon continuó hablando.
━ Nada de lo que ha ocurrido entre nosotros ha sido casualidad, Kim. Nada ━ las palabras de Jeon eran ahora más íntimas, pero cargadas de un significado que Kim apenas podía asimilar ━. Ni nuestro primer encuentro, ni el campamento, ni siquiera que las carpas se hubieran dañado. Todo estaba destinado a ser así.
Kim parpadeó, su mente intentando desesperadamente unir los fragmentos de información. ━ ¿Qué...? No entiendo ━ murmuró, su voz reflejando el creciente pánico que lo embargaba ━. ¿Cómo lo hiciste...? Tú estabas conmigo todo el tiempo...
Su mente volvía una y otra vez a aquellos momentos, buscando una explicación lógica, algo que pudiera aclarar la verdad que Jeon estaba insinuando. Pero lo que Jeon dijo a continuación sacudió los cimientos de su comprensión.
━ Movería el mismísimo infierno por ti, Kim ━ dijo Jeon, su tono mortalmente serio, antes de añadir: ━ Porque tú me has convertido en un demonio.
Las palabras se estrellaron contra Kim como un torrente, dejándolo completamente atónito. El mundo pareció desmoronarse a su alrededor mientras intentaba procesar lo que Jeon acababa de decir. ¿Demonio? ¿Qué significaba eso? Su corazón comenzó a latir frenéticamente, y el nudo en su estómago se apretó aún más.
━ ¿Qué...? ━ fue todo lo que pudo decir, su mente sumida en el caos.
Pero Jeon no dijo nada más, simplemente lo observó con una mirada que parecía penetrar en su alma, como si estuviera viendo algo en Kim que él mismo no había descubierto aún. La habitación, que antes había sido un refugio de calidez, ahora se sentía sofocante, llena de una oscuridad que Kim no podía comprender.
El silencio entre ellos se alargó, pesado y cargado de significados que escapaban a la comprensión de Kim. Lo único que podía hacer era mirar a Jeon, su confusión reflejada en sus ojos, mientras el eco de esas palabras, "tú me has convertido en un demonio," continuaba resonando en su mente, desmoronando todo lo que alguna vez creyó cierto.
La historia que unía a Kim y Jeon no comenzó en la moderna cabaña ni en las calles empedradas de la ciudad que conocían. Había empezado mucho antes, en una vida pasada, en un rincón olvidado del mundo, durante un tiempo de dolor y desesperanza.
El lugar era un pequeño pueblo en la campiña italiana, rodeado de verdes praderas y colinas que alguna vez habían sido pacíficas, pero que ahora estaban marcadas por los horrores de la guerra. Los cielos azules que se extendían sobre los campos y los bosques estaban a menudo ensombrecidos por el humo de los conflictos que devastaban la región. Era un tiempo en el que la vida, ya difícil por las dificultades económicas, se hacía aún más insoportable por la creciente intolerancia. En aquellos días oscuros, la homofobia reinaba con una crueldad implacable, alimentada por el temor y la ignorancia que se extendían como un veneno a través de las comunidades.
En medio de ese caos, nacieron Kim y Jeon. Sus familias vivían en casas modestas, separadas por apenas unos kilómetros de campos y bosques. Ambos crecieron rodeados por el ritmo lento y constante de la vida rural, un ritmo que no conocía de cambios rápidos ni de sorpresas repentinas. El destino, sin embargo, les tenía reservada una historia que desafiaba la monotonía de su entorno.
Desde pequeños, Kim y Jeon sintieron una atracción el uno hacia el otro, algo más profundo que la simple amistad. En un mundo donde los hombres eran enseñados a ser fuertes y duros, y donde cualquier muestra de cariño entre ellos era vista con sospecha, los dos jóvenes encontraron consuelo en su compañía mutua. A medida que crecían, ese vínculo se fue transformando, tomando la forma de un amor que ni ellos mismos comprendían del todo, pero que sentían con cada fibra de su ser.
En las tardes doradas del verano, solían encontrarse en un claro escondido en lo más profundo del bosque, lejos de las miradas curiosas del pueblo. Allí, bajo la sombra de los árboles centenarios, se permitían ser ellos mismos, dejando atrás las máscaras que debían llevar en el mundo exterior. Los murmullos del viento a través de las hojas eran testigos de su amor, de las risas compartidas y de los besos furtivos que sellaban sus promesas secretas.
En ese rincón apartado, donde la guerra y la intolerancia no podían alcanzarlos, Kim y Jeon encontraron un refugio, un lugar donde su amor podía florecer, aunque solo por un instante.
Sin embargo, en tiempos de guerra, la felicidad es un bien frágil, y el amor que compartían no pudo escapar del veneno que se había apoderado del mundo. Las noticias de la guerra llegaban cada vez con más frecuencia, y el odio que corría por las venas de la sociedad se hacía más palpable con cada día que pasaba. En las sombras, los rumores comenzaron a extenderse. Las miradas de los vecinos se volvieron más frías, y las palabras que antes eran neutrales, se cargaron de veneno.
La tensión en el aire era casi insoportable, y aunque Kim y Jeon intentaban aferrarse a su pequeño mundo en el claro del bosque, sabían que la realidad oscura de su entorno acabaría alcanzándolos.
Todo se derrumbó una fatídica tarde de otoño, cuando Jeon decidió ir a visitar a Kim en la cabaña donde se encontraban siempre. Aquella cabaña, sumergida en el bosque y apartada de todo, había sido su refugio secreto durante años. Jeon caminaba por el sendero con el corazón ligero, pensando en el futuro, en los planes que habían hecho juntos, soñando con un mundo donde pudieran vivir sin miedo. Sin embargo, cuando llegó a la cabaña, lo que encontró dentro destruyó por completo ese futuro soñado.
La puerta de la cabaña estaba entreabierta, algo inusual, pues siempre se aseguraban de cerrarla bien para mantener su escondite en secreto. Jeon entró, con una ligera preocupación que pronto se convirtió en un horror indescriptible. En el suelo, entre las paredes que una vez fueron testigos de su amor, yacía el cuerpo sin vida de Kim. La visión lo dejó paralizado, incapaz de comprender en ese primer instante que el amor de su vida se había ido para siempre.
El tiempo pareció detenerse mientras Jeon se arrodillaba junto al cuerpo inerte de Kim. Su corazón, que había latido con tanta fuerza por el joven que ahora yacía inmóvil, se rompió en mil pedazos. Quería gritar, llorar, pero el shock lo dejó mudo, atrapado en un dolor tan profundo que ni las palabras podían expresar. Tomó a Kim entre sus brazos, su mente negándose a aceptar lo que sus ojos veían.
Fue entonces cuando vio las notas. Eran papeles toscamente escritos, dispersos alrededor del cuerpo de Kim, cada uno de ellos vomitando odio puro. "Homosexual asqueroso", "Pecador", "Maldito", eran solo algunas de las palabras que adornaban esas notas, escritas con una crueldad que Jeon no había creído posible. La furia comenzó a hervir en su interior, mezclándose con la tristeza, creando un cóctel de emociones que lo quemaba por dentro.
Lágrimas silenciosas comenzaron a caer por su rostro, cada una de ellas alimentada por la desesperación que sentía al sostener el cuerpo de Kim. Las notas eran un recordatorio brutal de la realidad en la que vivían, una realidad que no permitía el amor que ellos compartían, un mundo que los condenaba por ser quienes eran. La ira creció en su interior, oscureciendo su visión, hasta que todo lo que pudo sentir fue un deseo ardiente de venganza.
━ Te prometo... ━ murmuró Jeon, su voz temblando de furia mientras las lágrimas caían sobre el rostro de Kim ━. Te prometo que volveré a encontrarte, no importa cuánto tiempo pase. Te lo juro, Kim... haré que paguen. Haré que cada uno de ellos pague por lo que te hicieron.
La oscuridad en sus ojos se profundizó, reflejando la tormenta que se desataba en su interior. El dolor que sentía en ese momento era indescriptible, pero la furia que lo acompañaba lo impulsó a hacer una promesa que cambiaría el curso de su destino. Mientras sostenía a Kim, con el viento gélido de otoño soplando a través de la cabaña, Jeon sintió cómo algo dentro de él se rompía y se transformaba.
En ese instante, el amor que había conocido se convirtió en algo más oscuro, algo que lo consumiría en los años venideros. Jeon se aferró al cuerpo de Kim, llorando en silencio mientras sus ojos, antes llenos de vida, se volvían negros como el abismo, reflejando la furia inhumana que ahora ardía en su corazón.
El Jeon que salió de la cabaña esa tarde ya no era el mismo que había entrado. El amor, la dulzura y la inocencia que alguna vez habían habitado en su corazón se habían transformado en algo oscuro y retorcido. La furia se había apoderado de él, y con cada paso que daba hacia el centro del pueblo, esa ira crecía, como si fuera un incendio que amenazaba con arrasar todo a su paso. El aire alrededor de él parecía cargado, vibrando con una energía maligna que hacía que los pájaros se callaran y los animales se escondieran en sus madrigueras.
Las calles del pueblo estaban llenas de gente que se movía de un lado a otro, ajena al dolor que consumía a Jeon. Algunos lo vieron acercarse y susurraron entre ellos, notando el cambio en su semblante. Ya no era el joven amable y sonriente que solían ver, sino una figura sombría, con los ojos inyectados en sangre y un aire de desesperación que lo rodeaba como una nube oscura.
Jeon caminaba con paso decidido, sus manos temblando de rabia contenida, su mente nublada por la venganza que lo consumía. No había ni un rastro de duda en su corazón, solo un deseo ardiente de hacerles pagar, a todos, por lo que le habían hecho a Kim. Su amor había sido destruido, y con él, también su humanidad.
Al llegar al centro de la plaza del pueblo, Jeon se detuvo. A su alrededor, la gente lo miraba con una mezcla de temor y desdén. Algunos susurraban entre ellos, intercambiando miradas furtivas, mientras otros lo observaban con evidente desprecio. Pero Jeon no prestó atención a las miradas. Sus ojos estaban fijos en un solo objetivo: aquellos que le habían arrebatado a Kim.
━ ¡Ustedes! ━ gritó, su voz resonando en la plaza como un trueno ━. ¡Ustedes no entienden nada del amor! ¡Son todos unos malditos hipócritas!
Los murmullos se detuvieron, y todos los ojos se volvieron hacia él. Su rostro estaba desencajado por la ira, sus ojos oscurecidos por el dolor y la furia. A medida que hablaba, su voz se quebraba, pero no por debilidad, sino por la intensidad de las emociones que luchaban por salir.
━ ¡No saben lo que es amar de verdad! ━ continuó, avanzando un paso más hacia la multitud ━. ¡No tienen ni la más mínima idea de lo que es perder a la única persona que te importa en el mundo!
La gente lo miraba con creciente incomodidad. Algunos comenzaron a retroceder, sintiendo que la situación se tornaba peligrosa. Otros, en cambio, se mantenían firmes, desafiando su mirada con una expresión de asco. La tensión en el aire era palpable, como si una tormenta estuviera a punto de desatarse.
━ Le arrebataron la vida ━ dijo Jeon, su voz ahora más baja, pero cargada de un dolor tan profundo que hizo estremecer a los que lo escuchaban ━. Le arrebataron la vida a quien más amaba, y lo hicieron con odio, con crueldad.
Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, pero no eran lágrimas de tristeza, sino de pura furia. Mientras hablaba, sus puños se cerraron con fuerza, sus uñas clavándose en la palma de sus manos hasta casi hacerlas sangrar.
━ ¿Dónde está el maldito que lo hizo? ━ rugió, dirigiéndose a la multitud con una mirada que parecía atravesar las almas de quienes lo rodeaban ━. ¿Quién fue el cobarde que se atrevió a ponerle las manos encima a Kim?
El silencio que siguió a su pregunta fue ensordecedor. Nadie se atrevía a moverse. Todos estaban atrapados entre el miedo y la culpa, conscientes de que, de alguna manera, todos habían sido cómplices de la tragedia que había caído sobre Jeon y Kim. Y entonces, desde el fondo de la multitud, una figura se adelantó.
Era un hombre corpulento, con la piel curtida por el sol y el rostro marcado por arrugas profundas. Sus ojos brillaban con una crueldad fría, y en sus labios había una sonrisa de satisfacción mal disimulada. A medida que se acercaba a Jeon, esa sonrisa se ensanchaba, y sus pasos resonaban en la plaza como un eco ominoso.
━ Yo lo hice ━ dijo el hombre, su voz llena de desprecio ━. Y no me arrepiento de nada. Era un maldito pecador, y tuvo lo que se merecía.
Jeon sintió cómo la furia lo consumía por completo. Todo lo que había sentido hasta ese momento, toda la ira, el dolor, la desesperación, se concentró en ese instante. La voz del hombre era como un ácido que le quemaba las entrañas, cada palabra un latigazo que lo empujaba más hacia el abismo de su odio.
━ Lo maté ━ repitió el hombre, disfrutando del impacto de sus palabras ━. Lo maté porque era un asqueroso homosexual, y alguien tenía que hacer algo al respecto. No me arrepiento de nada, y si pudiera, lo haría otra vez.
Las palabras del hombre fueron la chispa que encendió la pólvora. Sin pensarlo dos veces, Jeon se lanzó hacia él, sus movimientos rápidos y precisos, impulsados por la rabia y el deseo de venganza. En un solo golpe, lo tumbó al suelo, y antes de que nadie pudiera reaccionar, sus manos rodearon el cuello del hombre.
━ ¡Maldito seas! ━ gritó Jeon, sus lágrimas mezclándose con el sudor mientras apretaba con todas sus fuerzas ━. ¡Tú le quitaste la vida! ¡Le quitaste todo lo que teníamos! ¡Y ahora pagarás por ello!
El hombre trató de resistirse, pero Jeon era implacable. Su fuerza parecía haber aumentado con la furia, y su determinación era inquebrantable. Mientras apretaba más y más, la vida se escapaba lentamente del hombre, y la multitud observaba con horror, incapaz de intervenir.
Pero la furia de Jeon no se detuvo allí. Los militares, que habían estado patrullando la zona, escucharon los gritos y llegaron a la plaza en cuestión de minutos. Al ver lo que estaba sucediendo, corrieron hacia Jeon, tratando de separarlo del hombre que ahora yacía inerte en el suelo. Pero Jeon no soltó, su odio lo había transformado en una bestia, y no estaba dispuesto a dejar que ese hombre se saliera con la suya.
Los soldados, viendo que no había otra opción, desenfundaron sus armas. Un disparo resonó en la plaza, y Jeon sintió un dolor agudo en el pecho. Pero incluso mientras la bala atravesaba su cuerpo, su mirada seguía fija en el hombre que acababa de matar. No había arrepentimiento en sus ojos, solo una oscura satisfacción.
Mientras caía al suelo, Jeon supo que su tiempo en este mundo había terminado, pero antes de perder la conciencia, antes de que todo se desvaneciera en la oscuridad, sus labios se movieron una última vez, formando las palabras que sellarían su destino.
━ Me convertiré en un demonio ━ susurró, su voz apenas un eco mientras la vida se desvanecía de su cuerpo ━. Y ni siquiera en el infierno podrán separarme de Kim.
Con esas palabras, la oscuridad lo envolvió por completo. Pero su promesa, su juramento, resonaría a través del tiempo, transformando su odio y su amor en una fuerza que ni siquiera la muerte podría contener.
Por eso había cumplido con su promesa. Se había encontrado nuevamente con Kim, y lo iba a acompañar por el resto de los siglos. Eran inseparables.
Kim lloró, confundido y asustado por todo lo que le había narrado.
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Ⓒ︎𝖧𝖨𝖲𝖳𝖮𝖱𝖨09
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