Los días habían pasado lentamente desde la última conversación con la familia Min. Jimin se sentía ligero y, al mismo tiempo, desconcertado. Todo aquello que había construido con tanto esmero —su fachada de frialdad, su actitud distante y ese constante control de sus emociones— se había desvanecido frente a la realidad de que nunca había estado oculto, no realmente. Habían visto a través de él todo el tiempo. Su esfuerzo por protegerse, por levantar muros que separaran su verdadero ser del resto del mundo, se había revelado inútil.

De alguna forma, esa revelación lo había liberado. Había pasado mucho tiempo convencido de que su valor radicaba en su capacidad de mostrarse invulnerable, de ser el perfecto ejecutor de contratos, frío y calculador. Pero ahora, mientras caminaba por las calles vacías, recordaba con claridad el momento en que Yoongi y él habían decidido dejar de fingir. El peso del orgullo, de las apariencias que antes lo mantenían seguro, ya no parecía tan necesario.

Todo ese tiempo había sido prisionero de sí mismo, de una imagen que había creado para evitar el dolor, la incertidumbre, el rechazo. Pero en el proceso de protegerse, había olvidado lo más esencial: la conexión humana. Había aprendido que no era la perfección lo que lo hacía fuerte, sino la capacidad de ser vulnerable, de abrirse a los demás sin temor a ser herido. Porque, en realidad, el orgullo no lo protegía, solo lo aislaba.

Jimin suspiró profundamente, cerrando los ojos mientras sentía el aire frío de la tarde acariciar su rostro. No importaba lo que había pasado antes; lo importante era que había llegado a este punto, a una comprensión más profunda de sí mismo y de la vida. No necesitaba seguir fingiendo.

Esa noche, mientras se sentaba junto a la ventana de su departamento, escribió en su cuaderno un poema, uno que reflejara lo que había aprendido:

He vestido mis días de armaduras doradas,
Y con escudos de orgullo oculté mi verdad,
Pensando que así, jamás sería herido,
Que tras mi muro, estaría en paz.

Pero el orgullo, aunque fuerte, es también soledad,
Un castillo en sombras, vacío de alma,
Donde el eco de la risa es lejano y frío,
Y el miedo a la caída es quien manda.

Creí que la apariencia me haría invencible,
Que nadie vería mis grietas ocultas,
Pero el peso del disfraz se volvió insoportable,
Y el alma, en su jaula, se volvió muda.

Hoy, dejo caer la espada y el escudo,
Dejo que el viento desarme mis muros,
Porque al final, no es el orgullo quien me salva,
Sino la apertura al dolor y al futuro.

Ser vulnerable no es debilidad,
Sino la valentía de abrir el corazón,
Dejar que el amor, aunque duela, entre,
Y aceptar que en lo imperfecto está la redención.

Con estas palabras, Jimin cerró el cuaderno. El alivio lo invadió de una forma nueva. Había mucho camino por delante, pero esta vez lo recorrería sin las pesadas armaduras que antes creía necesarias.

█▓▒░░▒▓█
Ⓒ︎𝖧𝖨𝖲𝖳𝖮𝖱𝖨09