
࿐「 𝖢𝖺𝗉𝗂𝗍𝗎𝗅𝗈 𝖮3 」
«𝖢𝖺𝗉𝗂𝗍𝗎𝗅𝗈 𝗇𝗎́𝗆𝖾𝗋𝗈 𝗍𝗋𝖾𝗌»... [𝖮3]
❝𝗘𝗹 𝗽𝗿𝗲𝗰𝗶𝗼 𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝗿𝗲𝗯𝗲𝗹𝗱𝗶𝗮❞
El cielo estaba nublado, como si se hubiera vestido a juego con el humor de Jimin. Cada nube pesada parecía colgar sobre su cabeza, repitiéndole que no habría escapatoria posible, que ni siquiera el aire de la calle sería suficiente para aliviarle el cuerpo, ni mucho menos el alma. Salía del hospital arrastrando un paso tembloroso con la ayuda de esas estúpidas muletas que no hacía más que golpear contra el suelo con torpeza.
El yeso le pesaba como un castigo, como una cuerda atada al tobillo que no solo le recordaba la caída, sino todo lo que vino antes de ella. Todo lo que había provocado el rostro de Jeon, su maldita voz, su mano férrea sujetándole el brazo y luego aquella caída bestial.
Su madre caminaba unos pasos delante de él, molesta, decepcionada. Su padre lo seguía detrás con el ceño fruncido y los brazos cruzados. Ambos hablaban sin pausa, como si cada palabra fuese una piedra lanzada contra su espalda encorvada.
━ ¿Te parece normal subirte al techo en plena noche? ━ le espetó su madre sin siquiera voltearse a mirarlo. ━ ¿Qué tienes en la cabeza, Jimin? ¿Qué clase de ideas absurdas estás metiéndote desde que llegamos?
━ Lo dijimos desde el primer día ━ agregó su padre con tono seco. ━ Estás aquí porque no pudiste comportarte en el instituto. ¿Y ahora esto? Por desobediente te fracturaste la pierna.
Jimin no respondió. No podía. No porque no tuviera fuerzas, sino porque no tenía sentido. Ya todo había sido dicho a sus espaldas. Jeon se había encargado de contarles su versión: que él lo había advertido, que Jimin se había puesto grosero, que su actitud lo llevó a caerse. Que simplemente se lo merecía. Y lo peor era que sus padres le habían creído. Como siempre.
Con cada paso torpe hacia el auto, Jimin sentía que la rabia crecía. Era un calor interno, como un vapor ácido que subía por su pecho, por su garganta, y le llegaba a la cabeza. No podía caminar bien. No podía defenderse. Estaba roto. Literalmente. Y todo por culpa de ese maldito que ahora se sentaba en el asiento delantero del auto, con las manos cruzadas sobre las rodillas, observándolo por el espejo con una expresión que rayaba en la satisfacción.
Cuando finalmente lo ayudaron a subir, sus padres se acomodaron adelante, y tras unas palabras más llenas de reproche y advertencias vacías, bajaron del coche un momento para ir por unos papeles al hospital. Y entonces quedaron solos. Jimin y él.
El silencio era brutal. De esos que no se pueden llenar ni con cien palabras. El silencio de una herida abierta, de un orgullo pisoteado, de una furia que se sostiene con hilos de desesperación.
Jeon lo miró por el espejo retrovisor. Sus ojos estaban tranquilos. Demasiado tranquilos.
━ Eso te pasa por no hacerme caso ━ dijo finalmente, como quien señala una lección evidente.
Jimin apretó la mandíbula. No lo miró. No dijo nada. Cerró los ojos con exageración y recostó la cabeza hacia el asiento, fingiendo que dormía. Solo quería salir de ahí. Que llegaran a casa. Que ese hombre desapareciera de su vista.
Pero no. Jeon no estaba dispuesto a dejarlo escapar tan fácilmente.
Sintió algo. Un leve golpe, casi imperceptible, en su pierna herida. No fue un puñetazo. Ni una patada. Pero fue suficiente para hacerlo jadear y pegar un pequeño salto de dolor. El impacto recorrió su cuerpo como una descarga eléctrica, brutal y repentina, que lo obligó a abrir los ojos con expresión entre cristalina y rabiosa.
━ No me ignores ━ murmuró Jeon con voz baja.
Jimin respiraba entrecortado. El dolor se agazapaba en su muslo y subía en oleadas. Pero aún así no le regaló una sola palabra. Ni un insulto. Nada.
Jeon se giró en el asiento. Estiró una mano, y sin pedir permiso ni mostrar duda, le tomó la barbilla con fuerza, obligándolo a mirarlo.
━ Las cosas se hacen a mi manera ━ dijo con los dientes apretados. ━ O no se hacen en absoluto.
Jimin lo fulminó con la mirada. Un rencor ardiente se encendió en sus ojos. No dijo nada, pero su silencio pesaba como una maldición. Entonces, con un acto cargado de desafío, escupió hacia un costado… directo en la cara de Jeon.
El silencio se quebró como un cristal.
Las venas de la frente del otro se marcaron como ramas bajo tensión. No dijo nada. No gritó. Solo respiró profundamente… y acto seguido, lo sujetó con ambas manos, abriéndole la boca a la fuerza. Jimin forcejeó, pero no tenía fuerza. No tenía equilibrio. No tenía cómo.
Y entonces, Jeon escupió en su boca abierta.
El asco fue inmediato. Pero también lo fue el shock. Jimin quedó congelado, con los ojos abiertos como platos, el cuerpo temblando, la boca tensa. Sintió la saliva ajena, caliente y ajena, resbalándole por la lengua. Pero no se movió. No se limpió. No dijo nada.
Porque algo dentro de él lo detuvo.
Era una sensación extraña, retorcida, oscura. No había placer, no exactamente. Pero tampoco había repulsión completa. Y eso… eso fue lo que más le dolió. Se sintió sucio, humillado, y peor aún: se sintió débil por no reaccionar. Por no devolverle el golpe. Por no poder huir.
El silencio que vino después fue el más incómodo de todos.
Jimin cerró la boca lentamente. Miró por la ventana. Y por dentro, deseó no haberse subido nunca a ese maldito techo.
La tarde cayó como una sábana húmeda sobre la casa, cubriéndola de un sopor tibio y pegajoso que se deslizaba por los muros y se quedaba atascado en las ventanas. Jimin llevaba horas encerrado, condenado a la quietud por la fragilidad de su pierna y la maldita torpeza con la que apenas podía maniobrar esas muletas de metal. Había intentado leer, pero no podía concentrarse. Intentó dormir, pero el recuerdo viscoso de lo ocurrido con Jeon aún le recorría el cuerpo como una picazón profunda que ni el agua ni la distancia parecían aliviar.
Así que, sin tener nada mejor que hacer, decidió moverse un poco, aunque fuese lentamente, aunque le doliera. El pasillo parecía eterno, cada paso era una victoria, cada escalón un obstáculo que exigía una pausa larga. Caminó con esfuerzo, arrastrando el alma por los mármoles fríos de aquella casa enorme y silenciosa, como si se tratara de un museo abandonado. Todo parecía en orden. Todo, menos su interior.
Y entonces lo vio. A través del gran ventanal del jardín trasero, sus ojos se encontraron con una escena que lo dejó clavado en el sitio.
Allí, en la piscina, Jeon se bañaba como si nada. Como si todo lo ocurrido hubiese sido apenas un juego. Se deslizaba por el agua con la naturalidad de quien se siente dueño, con los párpados entornados por el sol de la tarde y el cuerpo completamente expuesto al mundo. Jimin se quedó quieto, mudo, incapaz de evitarlo. Era imposible no mirar. No por deseo, sino por esa extraña atracción que provoca lo prohibido, lo inesperado.
Jeon tenía un cuerpo trabajado, musculoso, marcado de una forma que parecía no solo fuerte, sino peligrosa. Pero lo que más llamó la atención de Jimin no fueron sus abdominales ni sus brazos firmes, sino los tatuajes. Uno enorme le cubría toda la espalda, una mezcla oscura de serpientes enroscadas y alas de águilas que se desplegaban con fiereza desde sus omóplatos hasta los costados. También tenía símbolos en los brazos, líneas negras y figuras que se perdían entre la piel mojada.
Jimin frunció el ceño. ¿Acaso sus padres sabían eso? Para ellos, los tatuajes eran casi una declaración de guerra, una falta de respeto, una prueba viva de vulgaridad. Lo que veía no cuadraba con el silencio con el que Jeon se había introducido en sus vidas. Todo estaba mal. Y sin embargo, él estaba allí, nadando como si fuese el dueño de todo, como si la casa le perteneciera, como si él no fuera más que un inquilino sin voz.
Y entonces Jeon lo notó.
Salió del agua despacio, el agua escurriéndole por cada músculo, y lo miró como si no esperara verlo ahí. Sus ojos se entornaron con sorpresa. El silencio se tensó entre ellos.
━ ¿Mis padres saben que tienes eso en la espalda? ━ preguntó Jimin con la voz aún un poco débil, pero firme. ━ Si se enteran, te echan.
Jeon ladeó la cabeza y se sacudió un poco el agua del cabello.
━ No. Esos son detalles que no necesitan saber ━ respondió, como si la idea le pareciera irrelevante.
Jimin entrecerró los ojos y sonrió con cinismo.
━ Pues yo creo que lo sabrán esta misma noche ━ murmuró, girando con intención de regresar por donde había venido.
Jeon frunció el ceño. Su semblante cambió.
━ Pero yo sé que tú no dirás nada ━ replicó, dando un paso hacia él.
━ ¿Y por qué estás tan seguro? ━ dijo Jimin, alzando una ceja con burla.
━ Porque soy lo único que en tu patética vida puede ayudarte.
La frase lo atravesó. Jimin sintió el golpe como si viniera directo al pecho. Sin embargo, no respondió. Simplemente se dio la vuelta con las muletas, molesto, con la respiración acelerada. Pero Jeon no pareció convencido. Se acercó rápidamente y lo tomó de los brazos, obligándolo a detenerse.
━ ¿Vas a decir algo o no? ━ le preguntó con una seriedad amenazante.
━ Sí. Sí lo voy a decir ━ soltó Jimin con un brillo de desafío en la mirada.
Entonces todo ocurrió muy rápido. Jeon, sin medir consecuencias, lo levantó con facilidad y lo arrojó directamente a la piscina.
El agua lo recibió como una trampa. Jimin cayó con un ruido sordo, las muletas se hundieron primero, y él, sin poder mover las piernas con fuerza, comenzó a patalear con torpeza. Se hundía. El yeso pesaba demasiado. El dolor le subía como una mordida por la pierna fracturada. Intentaba mantenerse a flote, pero cada intento era un fracaso.
Desde arriba, Jeon lo miraba con los brazos cruzados.
━ ¿Vas a decir algo o no vas a decir? ━ repitió, como si fuera un maldito maestro de tortura.
Jimin no respondió. Tragó agua. El miedo lo paralizó. Finalmente, con los ojos abiertos de desesperación, gritó ahogado:
━ ¡No diré nada! ¡Nada!
Y entonces Jeon se lanzó al agua. Lo tomó por la cintura con fuerza, y con la precisión de alguien acostumbrado a dominar el cuerpo ajeno, lo alzó y lo llevó hacia la orilla. Pero Jimin ya no respondía bien. Se había mareado. El dolor, la falta de aire, la humillación, todo lo envolvía como un sudario caliente. Su cuerpo se derrumbaba.
Jeon lo sostuvo contra el borde, y viendo que no reaccionaba, se inclinó sobre él y, con determinación brutal, le dio respiración boca a boca. El contacto fue inesperado. Humillante. Los labios de Jeon sobre los suyos. El aire robado. El sabor salado del agua. Todo era demasiado.
Cuando Jimin abrió los ojos, quiso gritar, pero no dijo nada. Se apartó como pudo. Tomó sus muletas. Ni siquiera lo miró. No podía. El asco que sentía era consigo mismo. Se sentía débil. Ridículo.
Y cuando intentó caminar, las piernas le fallaron. Entonces Jeon lo tomó en brazos sin pedir permiso. Lo alzó con facilidad. Jimin quiso protestar, pero ni fuerzas tenía para hablar. Lo dejó en su cama, con cuidado, y luego se quedó unos segundos allí, observándolo.
Y Jimin, tragando la vergüenza, simplemente cerró los ojos. No quería verlo más. Ni un segundo más.
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Ⓒ︎𝖧𝖨𝖲𝖳𝖮𝖱𝖨09
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