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🗡️࿐「 𝖢𝖺𝗉𝗂𝗍𝗎𝗅𝗈 𝖮9 」

«𝖢𝖺𝗉𝗂𝗍𝗎𝗅𝗈 𝗇𝗎́𝗆𝖾𝗋𝗈 𝗇𝗎𝖾𝗏𝖾»... [𝖮9]

❝𝗟𝗮 𝗯𝗮𝘁𝗮𝗹𝗹𝗮 𝗳𝗶𝗻𝗮𝗹❞

El cielo sobre el reino estaba teñido de una oscuridad impenetrable, una sombra que parecía brotar desde las mismas entrañas de la tierra y extenderse en oleadas negras, devorando la luz y el color a su paso. La llegada de Min al corazón del reino no había pasado desapercibida; con la Espada de Flissa en mano, su figura irradiaba una luz cálida y antigua, un destello de esperanza que contrastaba ferozmente contra la opresiva penumbra que cubría todo el lugar.

Los habitantes del reino se habían refugiado en sus casas, susurros temerosos llenaban las esquinas, rezos callados pedían protección y salvación. A pesar del miedo, miraban hacia el horizonte, conscientes de que Min era la última esperanza, el guerrero destinado a enfrentar la oscuridad que los había oprimido por tanto tiempo. Desde su escondite, observaban la figura solitaria de aquel joven con la espada mítica, y en sus corazones germinaba una chispa de fe, una fe tan delgada como frágil, pero que aún permanecía encendida.

De pronto, un relámpago partió el cielo, y ante Min apareció la figura imponente del señor oscuro, un ser envuelto en sombras tan densas que parecían absorber cualquier atisbo de luz. Su presencia exudaba una malignidad antigua, un odio acumulado que amenazaba con aplastarlo todo bajo su yugo. Los ojos del señor oscuro, rojos y fulminantes como brasas ardientes, se clavaron en Min con una intensidad que hubiera hecho temblar al más valiente de los guerreros. Pero Min, sosteniendo la Espada de Flissa con ambas manos, mantuvo la compostura, decidido a no ceder ante aquel monstruo.

—Así que, tú eres el héroe que el reino ha escogido para enfrentarse a mí —la voz del señor oscuro era profunda y resonante, como si surgiera de todos los rincones a la vez, una vibración que calaba hasta los huesos—. Es casi adorable pensar que creen que tienes alguna oportunidad.

Min apretó los dientes, sintiendo el peso de cada palabra como un golpe. Pero no dejó que el miedo lo paralizara. En cambio, se plantó con firmeza y respondió, su voz resonando con una seguridad que sorprendió incluso a los habitantes que escuchaban desde sus escondites.

—No es solo el reino quien me ha elegido. Soy el último de una larga línea de guerreros que han jurado proteger esta tierra. Y hoy, cumpliré esa promesa.

El señor oscuro soltó una carcajada amarga, el sonido se extendió por el aire, lleno de burla y desdén.

—¿Promesas? —rió, dando un paso hacia Min—. Las promesas son palabras vacías, niño. Y pronto verás que el destino no es más que una ilusión. Hoy serás devorado por la misma oscuridad que juraste erradicar.

Con un movimiento ágil, Min levantó la Espada de Flissa, su hoja destellando en un brillo dorado que perforó la sombra como un rayo de luz en la noche. Sin perder tiempo, se lanzó hacia el señor oscuro, su corazón latiendo con una furia y determinación que no había experimentado nunca antes. Cada paso resonaba con el peso de los sacrificios, las pérdidas y el dolor que el reino había soportado bajo el reinado de aquella oscura entidad.

La espada cortó el aire en un arco perfecto, y por un instante, la oscuridad pareció vacilar, como si temiera el poder que Flissa emanaba. Pero el señor oscuro no era un oponente común; con un gesto de su mano, una barrera de sombras brotó frente a él, bloqueando el golpe de Min. El impacto generó una onda de energía que se expandió en círculos, sacudiendo el suelo bajo sus pies.

—¿Eso es todo lo que tienes? —bufó el señor oscuro, sus ojos brillando con una intensidad renovada—. Pensé que serías un desafío más interesante.

—No he hecho más que empezar —replicó Min, recobrando el equilibrio y lanzándose de nuevo.

Lo que siguió fue un choque feroz y despiadado, una batalla donde luz y oscuridad se enfrentaban con una violencia desbordante. Cada vez que Min atacaba, el señor oscuro respondía con la misma furia. La espada de Flissa creaba destellos de luz que iluminaban brevemente la oscura plaza, reflejándose en las paredes de piedra y desdibujando por un segundo las sombras que parecían interminables.

Min giraba, esquivaba y atacaba, sus movimientos eran una danza desesperada y precisa, impulsada por la necesidad de poner fin al sufrimiento del reino. Por momentos, el cansancio intentaba apoderarse de él, pero la voz de Jeon, resonando en su mente como un eco lejano, le daba fuerzas para continuar.

—No te detengas, Min. Recuerda lo que está en juego.

El señor oscuro, por su parte, atacaba con una brutalidad inhumana. Sus sombras se extendían como tentáculos que intentaban atrapar a Min, cada una de sus embestidas resonaba con el clamor de mil almas atormentadas. Min sentía la presión en cada defensa, como si cada golpe estuviera drenando no solo su energía, sino también su voluntad de seguir luchando. Pero él no cedería. No podía.

—¡Este es el fin para ti! —gritó el señor oscuro, lanzando una ola de energía oscura directamente hacia Min.

Min levantó la espada justo a tiempo, creando un escudo de luz que absorbió el ataque. La explosión resultante sacudió el suelo, levantando escombros y creando un manto de polvo que oscureció aún más el ambiente. Cuando el humo se disipó, Min estaba de pie, aunque tambaleante, con la Espada de Flissa brillando como nunca antes.

—No puedes ganar… —repitió, cada palabra un eco de su determinación.

El señor oscuro, al ver la perseverancia de Min, frunció el ceño. Aunque había comenzado la batalla con desdén, la intensidad del enfrentamiento parecía empezar a minar su confianza. Había algo en el brillo de la Espada de Flissa, en la fuerza de Min, que parecía imparable, y aunque no lo admitiera en voz alta, en lo más profundo de su ser, el señor oscuro comenzaba a comprender que estaba frente a un adversario más formidable de lo que había previsto.

—¿Qué es lo que te impulsa a luchar tanto? —preguntó con rabia y desconcierto—. Podrías rendirte y ahorrarte el sufrimiento. El reino es mío. Siempre lo ha sido.

—Este reino no te pertenece, y nunca te pertenecerá. Este es el hogar de aquellos que aman la paz y la luz, de aquellos que desean vivir sin el peso de tu opresión. No peleo solo por mí. Peleo por todos ellos.

La respuesta de Min resonó como una declaración de guerra, y el señor oscuro, furioso, se lanzó hacia él en un ataque desenfrenado, decidido a acabar con esa resistencia que lo desafiaba. Min, con la Espada de Flissa en alto, enfrentó al señor oscuro con todo su ser, bloqueando el ataque con una fuerza inesperada.

Así, en el corazón del reino, la batalla entre Min y el señor oscuro alcanzó un nuevo nivel de intensidad. En cada golpe, en cada movimiento, se jugaba no solo el destino de un guerrero, sino también el futuro de un reino entero. Y mientras la luz de la espada y la oscuridad del poder maligno chocaban en un estallido de energía, los ecos de aquella épica lucha se grababan en los muros y el suelo, como un recordatorio de la valentía y la esperanza que aún ardían en los corazones de aquellos que no se habían rendido.

En medio de aquella batalla que parecía no tener fin, Min empezaba a sentir el agotamiento aferrarse a cada músculo de su cuerpo, como si la misma sombra del señor oscuro se infiltrara en su ser, drenando sus últimas fuerzas. La Espada de Flissa, aunque aún brillaba con intensidad, comenzaba a sentirse más pesada en sus manos, y Min sabía que el tiempo jugaba en su contra. Pero fue en ese instante, en medio de la desesperanza, que la voz de Jeon resonó en su mente, clara y serena, como una corriente de agua refrescante en medio del ardiente caos de la batalla.

—Min —dijo Jeon, su tono transmitiendo una seguridad inquebrantable—. Escúchame con atención. Hay algo que aún no has intentado. Sé que la Espada de Flissa lleva en ella un poder que aún no has desbloqueado por completo. Su verdadera fuerza radica en su capacidad de canalizar no solo tu valor, sino también la energía de quienes creen en ti y en esta causa.

Min apretó la empuñadura de la espada, escuchando cada palabra como si fueran anclas en medio de la tormenta.

—¿Pero cómo…? —preguntó, su voz entrecortada mientras esquivaba otra embestida del señor oscuro—. ¿Cómo hago eso, Jeon? No puedo permitirme un solo error.

Jeon parecía pensar por un segundo antes de continuar, como si incluso en la urgencia de la batalla, escogiera con cuidado cada palabra.

—Primero, cierra los ojos y concéntrate en el pulso de la espada. Siente cómo late, como si tuviera vida propia. Luego, enfócate en todos aquellos a quienes proteges con esta batalla. El reino, sus habitantes, cada persona que depende de ti. Permite que esa energía fluya hacia la espada, sin resistencia.

Min dudó por un instante; en el fragor de la batalla, tomarse siquiera unos segundos para cerrar los ojos podía significar el fin. Sin embargo, había aprendido a confiar en Jeon, en aquella presencia que había sido su guía y su fuerza en momentos de duda. Con un último respiro de determinación, hizo lo que Jeon le pedía. Cerró los ojos, bloqueando el estruendo de la lucha, las amenazas del señor oscuro y el caos que lo rodeaba. Lentamente, empezó a sentir una conexión más profunda con la Espada de Flissa, como si sus propios latidos y los de la hoja se unieran en un mismo ritmo.

De pronto, imágenes comenzaron a surgir en su mente: rostros de niños que reían en las calles del reino, ancianos que contaban historias de tiempos mejores, padres y madres que trabajaban para construir un futuro para sus familias. Todos aquellos que esperaban su victoria, quienes desde la distancia, en silencio, depositaban su fe en él. Min sintió un calor envolverlo, un poder que trascendía su propio cuerpo, y que comenzó a fluir hacia la Espada de Flissa, llenándola de una luz dorada que crecía y pulsaba, irradiando en todas direcciones.

El señor oscuro, al ver aquel destello, retrocedió un paso, su expresión de arrogancia transformándose en una mueca de desconcierto.

—¿Qué… qué estás haciendo? —exclamó, con una mezcla de incredulidad y rabia—. ¡Esa luz… no es posible!

Jeon aprovechó el momento de confusión del señor oscuro para susurrar en la mente de Min una última instrucción, un último consejo que resonaba como un eco de esperanza.

—Ahora, cuando ataques, no pienses en destruirlo. Piensa en liberar al reino de su oscuridad. En devolver la paz. Esa es la verdadera esencia de la Espada de Flissa.

Con esas palabras grabadas en su mente y el nuevo poder corriendo por sus venas, Min abrió los ojos, su mirada ahora más decidida que nunca. La luz que emanaba de la Espada de Flissa no solo iluminaba su rostro, sino también el oscuro corazón del reino, llenando de destellos cada rincón cubierto por las sombras.

—Este es el fin para ti, señor oscuro —dijo, su voz firme y clara, como una campana que resonaba con autoridad—. El reino no será tuyo, ni hoy ni nunca.

Y con un grito que contenía toda su determinación, Min se lanzó hacia el señor oscuro, su espada brillando con un resplandor cegador. El golpe atravesó las defensas de su enemigo, impactando directamente en su pecho. La oscuridad pareció disolverse en cuanto la hoja lo tocó, como si cada fragmento de sombra hubiera sido purificado por la luz que emanaba de la espada.

El señor oscuro soltó un alarido que reverberó por todo el reino, un sonido de desesperación y derrota. A medida que la luz lo envolvía, su figura comenzaba a desvanecerse, como cenizas arrastradas por el viento. Sus ojos, que una vez habían sido brasas ardientes de odio, se apagaron, y su forma se disolvió hasta que no quedó nada más que el silencio.

Min permaneció de pie en el centro de aquel vacío, jadeando, con la Espada de Flissa aún en su mano. El peso de la batalla caía sobre él como una manta pesada, y por un momento, no pudo hacer más que respirar profundamente, intentando procesar lo que acababa de suceder.

Fue entonces que escuchó la voz de Jeon nuevamente, pero esta vez, no como un susurro lejano, sino como una presencia cálida que parecía envolverlo en un abrazo invisible.

—Lo lograste, Min. Has liberado al reino de su opresión. Has demostrado no solo valentía, sino también compasión y fuerza de espíritu. No podría haber habido un elegido mejor.

Min, con la mirada aún fija en el lugar donde el señor oscuro había desaparecido, sintió una oleada de gratitud hacia Jeon. Aquel vínculo que habían formado, forjado en las pruebas y desafíos, era más fuerte que cualquier amistad o alianza. Jeon no solo había sido su guía; había sido un pilar que le brindó la confianza necesaria para enfrentar lo imposible.

—Gracias, Jeon —murmuró Min, su voz suave pero cargada de sinceridad—. No habría llegado hasta aquí sin ti.

—La fuerza estaba dentro de ti todo el tiempo, Min —respondió Jeon, con una leve nota de orgullo en su tono—. Yo solo te ayudé a verla. Ahora, el reino es libre, y todo es gracias a ti.

Con la Espada de Flissa aún brillando en su mano, Min levantó la vista hacia el cielo. Las nubes oscuras que habían cubierto el reino comenzaban a dispersarse, y un sol cálido emergía en el horizonte, bañando la tierra con una luz dorada que anunciaba el inicio de una nueva era.

Los habitantes, que habían observado todo desde la seguridad de sus hogares, comenzaron a salir, cautelosos al principio, y luego, uno a uno, se fueron reuniendo alrededor de Min, sus rostros llenos de asombro y gratitud. Sabían que estaban ante el héroe que había salvado sus vidas, el guerrero que había enfrentado a la oscuridad y había triunfado.

Min, al verlos acercarse, sintió un nudo en la garganta. Aquellas personas, quienes hasta hacía poco parecían sombras temerosas, ahora lo miraban con esperanza, sus rostros iluminados no solo por el sol, sino por la fe restaurada en el futuro.

Mientras bajaba la Espada de Flissa y la guardaba con respeto, Min supo que su misión, al menos por ahora, había concluido. El reino estaba a salvo, y con Jeon a su lado, sabía que podía enfrentar cualquier desafío que el destino le deparara en adelante.

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Ⓒ︎𝖧𝖨𝖲𝖳𝖮𝖱𝖨09

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