
𝗙𝗟𝗔𝗠𝗘 𝗧𝗪𝗢
𝗙𝗟𝗔𝗠𝗘 𝗧𝗪𝗢
𝐾𝑂𝑈𝐺𝐴𝑀𝐼 𝐴𝑁𝐷 𝑇𝐻𝐸 𝑃𝐸𝐴𝐶𝐻𝐸𝑆
Cuando el ascensor se detuvo repentinamente, el alma de Yoriko quiso salir de su cuerpo por un momento. Las luces se apagaron, y no podía oír nada más que su pulso y respiración acelerada. Tomó aire calmandose a sí misma, aunque sabía que un fallo en el cableado del ascensor supondría su muerte si no era rápida en salir de ahí.
Cogió la caja de herramientas que se habían dejado en el ascensor, sacando material para hacer palanca. Ninguna herramienta con baterías funcionaba, así que tuvo que usar la fuerza bruta. El ascensor se abrió bajo la fuerza de la palanca que estaba realizando, encontrándose entre el piso de recepción y el bajo. Suspiró, comenzando a salir reptando a recepción, extremadamente vacía. En ocasiones la gustaría ser más pequeña para no tener que sufrir tanto al meterse por sitios pequeños, pero era su constitución musculosa la que la hacía poder rescatar a más gente en los incendios y accidentes.
Recorrió el edificio con la mirada, y no tuvo que ser adivina para saber que estaba completamente sola. Era como si caer por ese ascensor la hubiera transportado a algún otro mundo paralelo. Suspiró maldiciendo, sin querer dar la razón a esos programas cutres que veían sus bomberos a cargo sobre mundos paralelos o fantasmas.
Sacó su teléfono, pero estaba completamente apagado. Sabiendo que no podía estar sin batería, llegó a la conclusión de que estaba roto y le tiró a un lado sin cuidado. La radio tampoco funcionaba, aunque algo la hacía querer quedarse con ella para aferrarse a la idea de que al menos su equipo podría escucharla.
Enfadada, furiosa, lanzó con fuerza la pantalla del ordenador de recepción a las puertas de cristal. Estas se rompieron en miles de pedazos, y de alguna manera el sonido de vidrio roto la relajó por un segundo.
Tenía un buen trabajo, una familia, un perro y amigos. Debía salir de ahí cuanto antes.
— Le daría un diez por la ejecución — se puso en guardia cuando escuchó una voz masculina. Un hombre alto se asomó por los cristales rotos, sonriendo en su dirección—. Buenas.
— ¿Quién eres? — preguntó, avanzando. El chico cojeó para asomarse por completo, revelando manchas de sangre en su camiseta blanca—. ¿Qué ha pasado aquí?
— Soy Kougami — se presentó. Sin tener otra cosa que hacer o a la que aferrarse, Yoriko salió del edificio junto al misterio chico cojo—. Tu escándalo me ha traído a ti.
— No me has respondido — aún siendo alto, seguía mirándole por encima. Kougami parecía un hombre tranquilo, pero no sabía lo que estaba pasando y él era la única persona disponible. A su alrededor, todo estaba completamente abandonado y vacío, como si llevara meses así—. ¿Qué cojones es esto?
— Es una historia muy larga, y eso que solo llevo un par de días aquí — se rascó la nuca, mirándola. Yoriko alzó una ceja, exigiendo en silencio que se dejara de ir por las ramas—. Te lo explicaré todo de camino a alguna tienda, tengo hambre.
Tal vez fuera la crisis existencial en la que estaba atrapada, pero le siguió por las calles desiertas. Fue absurdo verle coger una cestita de la compra para pasearse por los pasillos del supermercado vacío comprobando cada alimento, pero de alguna manera terminó explicándole todo mientras se atiborraba a melocotón en almíbar (lata que tuvo que abrir ella, ya que él no tenía apenas fuerza).
— Entonces tengo que jugar esta noche a una especie de juego tétrico donde si pierdo muero, ¿es así? — repitió, robándole un melocotón. Kougami, asintió—. Golpeame.
— ¿Perdón? — preguntó, extremadamente confundido. Dejó a un lado su almuerzo, mirándola como si estuviera mal de la cabeza—. Estoy seguro de que si te golpeo me partiré la mano o algo.
— Necesito comprobar que no he muerto en ese ascensor o he entrado en coma — insistió, abriendo los brazos levemente. Sin la chaqueta de su uniforme, estaba en una simple camiseta de manga corta blanca estrecha. Cuando Kougami vio su figura sin ese chaquetón grueso, dudó de nuevo en golpearla. ¡Él ni podía abrir una lata! Esa mujer le destrozaría de un solo golpe—. Ya lo hago yo entonces.
Entonces Yoriko lanzó un golpe a la pared del súper 24h. Kougami casi deja caer sus melocotones, abrazando la lata cuando se giró a mirarle abriendo y cerrando el puño con el ceño funcido. Creía firmemente que si no respiraba aquella especie de Dwayne Johnson mujer no la vería y partiría en pedacitos.
— N-No me mates, por favor.
— ¿Eres imbécil, chaval? — volvió a la normalidad, pasándose las manos por la cara con obvia frustración—. Tiene que haber alguna manera de salir de este... mundo.
— Si la hay, yo no lo sé — se relajó, dejando los melocotones con desconfianza en el mostrador—. Soy un simple artista, no soy uno de esos científicos que crean teorías raras para salir.
Yoriko bufó, dejándose caer en la pequeña silla que había tras el mostrador. Kougami repitió su bufido en bajito, compartiendo a la perfección ese sentimiento de rabia y confusión que sentía la bombera. Habían sido tirados en ese mundo sin más, y aunque ella había tenido a alguien para recibir explicaciones básicas de la situación, él había llegado solo y sufriendo durante días por el dolor de su lesión. Temía ser despedido, temía morir y temía no volver a ver a su hermano o novia.
— Estaba con mi equipo haciendo una revisión del sistema — habló, llenando el silencio. Miraba sus nudillos levemente rojos por el golpe dado—. Como Capitana, si el ascensor está a punto de caer yo debo quedarme la última — pronunció con confianza, creyendo firmemente en sus palabras—. De alguna manera, me alegra que no haya sido el imbécil de Kusaka o Joichiro. No entiendo nada de este mundo, pero si sé que soy lo suficientemente fuerte como para salir de aquí — sonrió de lado, enviándole una mirada decidida—. Y tú vas a acompañarme.
— El cojo y la gymbro, qué poético.
— ¿Cómo cojones me has llamado?
— ¡P-Perdón, señora!
Entrar a un instituto después de tantos años solo la trajo recuerdos de su adolescencia. Kougami caminaba más despacio debido a su cojera (que dijo no ser una lesión reciente, si no más bien un viejo accidente de tráfico), y debido a que se había negado a recibir ayuda para subir los escalones ella seguía sus pasos mientras analizaba todo a su alrededor.
La única iluminación que había eran los enormes carteles led que indicaban el lugar de juego, más no había ni una sola luz más. La electricidad no funcionaba en todo Tokyo, y Kougami había asegurado que cuanto más te alejabas para entrar en otra prefectura más densa se volvía la vegetación, imposibilitandole cruzar por su pierna. Yoriko anotó mentalmente adentrarse también en esa jungla misteriosa de la que Kougami hablaba, aunque sospechaba que si estaban siendo obligados a jugar también eran obligados a permanecer en la prefectura de Tokyo para ser más fácilmente agrupables y controlados.
Justo detrás de ellos, una mujer de cabello corto y azabache entró. Mientras Yoriko cogía un teléfono como Kougami la había explicado analizó los largos pasillos del instituto privado, ignoró olímpicamente a la chica que hablaba sola pidiendo explicaciones que nadie le daría. Kougami había borrado por completo su sonrisa que tenía mientras devoraba melocotones, y las otras dos personas allí presentes se aferraban a sus teléfonos con miedo. El idiota pintor había explicado superficialmente que eran juegos algo duros, pero el notar ese pánico en las personas quiso cambiar "duros" por "aterradores".
En sus manos, el teléfono vibró. Una suave cancioncita salió de todos los teléfonos a la vez, seguido de una voz femenina robotizada.
Las inscripciones se han cerrado. El número de jugadores es cinco
Nombre del juego: Travesura Escolar
Una ventana se ha roto en el tercer piso y uno de los alumnos retenidos es el culpable. El causante del accidente tiene en su nombre un tirachinas.
Atrapad al culpable antes de que el director castigue a los inocentes. Solo tenéis una oportunidad para acertar
Tiempo restante: 15 minutos
Dificultad: A♥️
Comprobó su nombre, Yoriko Tetsuro, y el del resto de jugadores. En su pantalla no se veía ni un solo tirachinas, por lo que esa información estaba oculta y solo era posible verla en el teléfono del culpable. Yoriko suspiró en medio del silencio, mirando al Matsumoto para decidir qué hacer.
— ¡Y-Yo n-no soy! — gritó de inmediato el hombre de vestimenta de pescador. Yoriko alzó las cejas, y en respuesta el hombre elevó su teléfono revelando que, efectivamente, no había ningún tirachinas en su nombre. Yoriko alzó el suyo de igual manera, revelando su inocencia. La mujer, temblorosa, enseñó su teléfono al sentir la penetrante mirada oscura de la más alta. Tres sospechosos menos, aunque en lugar de mirar a la chiquilla morena todos miraron a su nuevo compañero cojo.
— Yo no soy, ¿por qué me miráis a mí? — repuso con seriedad—. Oi, Yoriko, no soy yo.
Los tres jugadores parecían haberse puesto en contra de Kougami, mientras ella se asomaba en su pantalla viendo que, efectivamente, no tenía ni un solo juguetito en su nombre. Ese juego era extremadamente fácil, o al menos eso creía, porque el culpable se revelaba en cuanto ellos decidían demostrar su inocencia. El problema era que no todos pensaban como ella, ya que trataron de agarrarlo a la fuerza.
El hombre se acercó furiosamente para sujetarlo, y de inmediato Yoriko se colocó como una enorme barrera entre ambos. Si bien Kougami era alto, al ser cojo el enfrentamiento con él era más fácil y todos tenían repentinamente impulsos de valentía. Con ella delante y sin la chaqueta del uniforme puesta, toda esa valentía se iba por el desagüe.
— ¡Moriremos todos! — insistió la mujer, temblando del terror—. ¡Niña, ayúdanos también!
La chica de flequillo se acercó también, aunque en el momento en el que la pusieron una mano encima para apartarla de Kougami dio la vuelta a la situación tirando con fuerza al hombre al suelo reteniendo su brazo. La mujer chilló, y la joven se alejó con el rostro pálido.
— ¿Pensáis con los pies o sois simplemente imbéciles? — preguntó, sin dejar la oportunidad al hombre de levantarse a pesar de sus quejas—. Kougami, enseña tu puto teléfono.
Haciéndole caso como un perrito adiestrado, mostró la pantalla. Acorralada, la chica trató de huir.
— ¡Es ella, atrapada antes de que nos maten a todos! — señaló la pesada del juego. Rodó los ojos soltando al hombre al fin, comenzando a perseguirla por los pasillos. Tenía una constitución delgada pero atlética, y por la manera en la que adquiría esa velocidad supo que se trataba de alguna deportista.
— ¡No soy yo, déjame!
— ¡No pienso morir por una niñata!
Si bien ella era una deportista, Yoriko tenía las piernas más largas y un entrenamiento más estricto en cuanto a velocidad. La atrapó en una esquina, y por su constitución no fue difícil sujetarla con fuerza a pesar de como pateaba y suplicaba. Gritó algo de llegar a un acuerdo, también sobre que era aún muy joven y que tenía novio. Trataba de mantenerse firme en su decisión, aunque los sollozos de la chica con cara de cría la estaban haciendo arrepentirse de entrar ahí.
Ella era bombera, ¡salvaba vidas! Y ahí estaba, llevando al matadero a una chica que había tenido la mala suerte de entrar en aquel instituto aquella noche sin ninguna otra opción. ¿Debía dejarla ir? Si ella se salvaba, cuatro morirían, y si tomaba aquella decisión estaba segura de que sus viejos profesores de la academia la tirarían de las orejas incluso en la tumba.
Porque, en caso de no poder salvar al edificio entero, se priorizaban los grandes grupos de personas. Una vida, por cuatro más. Un sacrificio por la oportunidad de sacar adelante cuatro vidas más. Siempre había odiado eso, ¿debía siempre resignarse a dejar ir a alguien con sueños y familia?
Durante sus primeras llamadas urgentes, actuó bajo el impulso de salvar a todos. Sus superiores la regañaban y acababan incluso amenazando con expulsarla, pero fue esa determinación firmemente soldada por sus ideales la que la hizo llegar a salvar bloques de vecinos enteros o a todas las víctimas de derrumbes o accidentes de tráfico. Se exigía ser fuerte para salvar a las personas, ser una figura de confianza para que así no sintieran miedo y pudieran sonreír al verla llegar con ese pesado uniforme.
Pero ahora, cumpliendo con aquel enfrentamiento de moral, estaba dejando morir a alguien por salvar a cuatro más, incluida ella. ¿Estaba actuando así por su propia conveniencia? ¿Era por el miedo, la desesperación? Kougami la había advertido que esos juegos sacaban la peor parte de ti, y Yoriko Tetsuro lo comprobó cuando el cuerpo sin vida de la joven cayó tras un fuerte disparo.
En su pantalla, el juego la declaraba ganadora.
Sin embargo, ella no se sentía de esa manera.
GRAPHICS
Definitivamente esto tiene algo familiar...
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