
𝗙𝗟𝗔𝗠𝗘 𝗧𝗛𝗥𝗘𝗘
𝗙𝗟𝗔𝗠𝗘 𝗧𝗛𝗥𝗘𝗘
𝑾𝑨𝑳𝑲𝑰𝑵𝑮 𝑶𝑵 𝑮𝑳𝑨𝑺𝑺
El hecho de tener que jugar seguidamente era algo que había dejado de importarla.
La sangre ya había manchado las manos que juró usar para salvar gente, y esa pizca de inocencia que aún la pertenecía había desaparecido por completo. Kougami era una buena compañía, aunque era de aquellos que preferían quedarse en silencio sumido en sus propios pensamientos.
En su segundo juego, justo al día siguiente, tuvo que ver como tres hombres eran asesinados bruscamente. En el tercero, también un día después debido a que tan solo estaba jugando A, fue ella la que tuvo que tomar el papel de verdugo para cubrir la espalda de su inseparable artista. La dolía, odiaba tener que ser ella la causante de la sangre que manchaba el suelo de Tokyo. Detestaba seguir viviendo sobre el cadáver de los jugadores que no pudieron tener la fuerza necesaria.
- ¿Qué dibujas ahora? -su pregunta no era en absoluto un reclamo o una burla. Dentro de ese mundo donde debías matar o morir, lo único que la recordaba que seguían siendo humanos eran las apasionadas explicaciones de Matsumoto sobre esos pequeños trazos que realizaba cada día. Había insistido en dibujarla, pero se negó prefiriendo ver suaves paisajes o complejos escenarios coloridos.
-Me dejo llevar un poco - admitió, enseñándola su cuadernillo. Tenía razón, no había nada definido aún-. Dios, como extraño mis óleos.
- ¿Eso no daba cáncer? -tiró a un lado la caja vacía de chicles, ganándose una mirada filosa del menor. Alzó los hombros, sonriendo ladinamente ante su expresión-. Solo pregunto, no soy experta.
- Ya veremos cuál de los dos se muere primero por su trabajo - refunfuñó, comenzando a mover con fuerza el lápiz sobre la hoja-. No soy yo el que entra en edificios ardiendo voluntariamente.
- ¿Qué sería del mundo sin un poco de emoción?- inquirió, mirando el exterior de la habitación del hotel cinco estrellas dónde se habían quedado esos cinco días de visado-. No solo entro a incendios, también atiendo accidentes y rescates. Una vez saqué a un imbécil de una alcantarilla, y estuve en ese terremoto tan fuerte buscando heridos.
- Sinceramente no entiendo tu motivación -admitió, mirándola sobre su libreta. Kougami era descarado, espontáneo y en absoluto tímido. Hacían buen equipo, ya que él de vez en cuando tenía que recordarla lo que era el autocontrol de su rabia y ella a él que dejase de ser un imbécil-. A mí ni se me pasaría por la cabeza meterme en un edificio medio derrumbado a salvar a gente que no conozco.
- Es vocación - alcanzó sus botas, comenzando a notar ya como oscurecía-. Tuve una vida de mierda, y siempre esperé recibir ayuda. Conozco la desesperación y el miedo a la muerte, y prefiero mil veces acabar calcinada o aplastada después de haber salvado a diez antes que morir en una camilla después de haber vivido una vida de mierda.
Kougami dejó a un lado su cuaderno, atento a sus palabras y la manera en la que se calzaba sus pesadas botas. Él se cambiaba de ropa cada día, asegurando que prefería morir a la moda, y se quejaba constantemente de su vestuario. Sus botas eran sagradas, al igual que las camisetas de tirantes o de manga corta. Encontrar tallas para su cuerpo robusto era complicado en la sección femenina, y en la sección masculina lo único que la servía eran las tallas XL de hombre.
En un país asiático como Japón, la gente alta se caracterizaba por parecer en peligro de extinción. La persona más alta que conoció fue su padre, de casi metro noventa, y le seguían sus revoltosos subordinados del parque de bomberos. Ella había heredado la altura de su padre, la complexión ancha de su madre (que transformó con el tiempo en músculo) y la constante furia de la vieja loca que era su abuela. Estaba orgullosa de la perfecta mezcla genética que la constituía, y no desaprovechaba nada. Su altura era perfecta para su trabajo, esa forma de cuerpo que tanto bullying y traumas la causó era ahora una de sus mayores virtudes y su actitud su herramienta anti-capullos.
- Eres la tía más rara que he conocido - se incorporó solo, aún con el dolor punzante en su cojera. La bombera siempre le esperaba, yendo a su ritmo y acoplando su explosiva personalidad en los juegos a su poco efusivo sentido de supervivencia.
Los ascensores no funcionaban, aunque Yoriko estaba segura de que no volvería a subir a uno a no ser que fuera completamente necesario. Como ya habían hecho antes, la más alta se colocó unos escalones más abajo y con cierta vergüenza Kougami se subió a su espalda. Eran demasiados escalones para su lesión, y Tetsuro aseguraba que su peso no era nada en comparación con lo que estaba acostumbrada en sus entrenamientos o trabajo.
- ¿Cómo crees que será el juego de hoy? - preguntó, dejándole en el suelo. El cabezota se negaba a llevar un bastón, murmurando que eso era para viejos con la cadera rota-. Yo digo que serán tréboles.
- Picas -negó ella, metiendo las manos en los bolsillos de sus pantalones de uniforme. Eran cómodos, y estaba acostumbrada hasta a escalar con ellos-. Hemos jugado tres cartas, dos han sido de tréboles y una de corazones. Tocan picas, ¿no?
- Cualquiera menos diamantes - se estremeció el pintor-. Solo he jugado una carta de diamantes, pero son espantosos.
- Exageras tanto que ya no te creo nada - salieron del hotel, y de inmediato se pudieron en camino hacia la luz más cercana. Había muchos motivos para ir siempre a lo primero que veían sin pensar profundamente, como la pierna coja de Kougami o que aún no descifraban qué tipo de juego sería por su terreno. Lo de Kou era el arte, y lo suyo arriesgar el culo-. Picas, ya verás.
Kougami analizó el enorme pabellón deportivo, sin querer admitir que ella tenía razón. ¿Qué más además de picas? Deporte, juegos físicos, todo tenía sentido.
Yoriko volvió a ayudar a su nuevo amigo a subir los escalones principales, leyendo los carteles de la entrada. Por supuesto, había instrucciones.
Escoge un número de chaleco
La bombera bufó. Eran talla única, y estaba segura de que se vería como un cerdo embotellado con algo así. A regañadientes se quitó la chaqueta para así lograr menos volumen en su cuerpo, estremeciendose por la brisa fresca en sus brazos.
- Espera, Yoriko - detuvo cuando vio que su compañera iba a coger el primero que viera-. Debe haber alguna trampa.
- ¿Trampa? - se detuvo, mirando los chalecos. Había alrededor de veinte, porque algunos ya estaban cogidos. El dos, cinco, seis, ocho, nueve, doce, trece y dieciséis estaban ya fuera-. No lo sé, me gustan los números par. No sabemos de qué va el juego, tal vez tengamos ventaja al ser los primeros números.
- O no - alzó las cejas con escepticismo-. En todas las pelis de miedo mueren los del medio, así que descarta esos.
- Ese es un razonamiento absurdo - negó, aunque se hallaba de brazos cruzados esperando para llegar a un pensamiento en común-. Imagínate que trata de algo de escoger. Si somos los últimos tenemos menos opciones.
- O más si los de delante se equivocan - insistió.
Yoriko finalmente rodó los ojos, y escogió el penúltimo. Arrancó el otro del maniquí y se le lanzó sin cuidado, comenzando una batalla con la tela para meterla en su cuerpo. Kougami también tuvo algún problema, pero tras un rato descubrieron que podían ajustarlo desde los costados. Disimulando, entraron a la zona de juego definitiva, donde las flechas indicaban y probablemente estuvieran el resto de jugadores.
- No me da buena espina todo esto.
- Parece que nos estamos jugando la vida, ¿verdad? - ironizó. Kougami la dio un codazo-. Mantente a mi lado, parece que seremos muchos.
Él asintió, viendo al fin a la gente. Estaban apoyados despreocupados en la pared hasta que se abriera otra puerta, y les miraron fijamente hasta que estuvieron también con un teléfono en mano. Yoriko no se sentía a gusto mirando al resto de jugadores, creyendo que si llegaba a familiarizarse con alguno sería más duro para ella ver a tanta gente morir. Una persona más llegó, pero de nuevo no levantó la mirada de sus botas.
El conocido tintineo la sacó de sus pensamientos vacíos, mirando atentamente la pantalla de su teléfono.
La inscripción se ha cerrado
Número de jugadores: once
Juego: Puente Colgante
Dificultad: 4♠️
[Todos los derechos a Squid Game por la idea del juego]
Objetivo: cruzar el punte por las tablas correctas dentro del límite de tiempo
Normas: cada jugador debe salir cuando el anterior haya cruzado al menos con una tabla de diferencia. Está prohibido quedarse en la casilla de salida
Tiempo: 30minutos
La puerta metálica se abrió, revelando entonces el mencionado puente. Donde debería haber una enorme pista, habían construido una estructura de metal con dos andamios a los costados para subir. La primera dificultad era trepar por esa basura, y la siguiente era cruzar esas tablas de apariencia frágil. No podía ver bien desde su posición, pero parecían de un tipo de vidrio. A Yoriko no le gustó en absoluto aquello.
- Te dije que tenía razón - dijo Kougami, comenzando a caminar con firmeza hacia el andamio que marcaba la casilla de inicio-. Los últimos serán los primeros.
- Eres un imbécil - espetó. La gente comenzó a subir, y Yoriko analizó bien cada hueco-. Súbete a mi espalda de nuevo, con esa pierna no aguantarás ni tres escalones.
- No soy un crío - ella alzó las cejas, causando un bufido resignado-. Me haces pasar demasiada vergüenza, Hulka.
- Vuelve a llamarme así y juro tirarte desde lo más alto - amenazó. Alzó las manos a modo de inocencia, subiendo al primer escalón para así poder sujetarse con fuerza a la espalda de la bombera-. Agárrate fuerte... ¡No tanto, imbécil!
El resto de jugadores la miraban como si estuviera loca. La mujer más mayor allí, de tal vez cincuenta años, negó con un gesto de susto cuando la vio sujetar como si nada a un hombre de metro ochenta. ¿Cuánto podría pesar realmente Kougami? Ella levantaba el doble en los entrenamientos, estaba segura.
- Disculpe, señorita - un hombre con traje sucio y mal colocado la picó el brazo para llamar su atención. Tragó saliva cuando los orbes afilados de la más alta se posaron en él-. ¿P-Podría ayudar a mi e-esposa?
Una mujer joven se asomó tras él. Bonita, en buena forma física y sin aparentes problemas físicos más que el terrible miedo que tenía.
- ¿Qué la ocurre? -ella no subiría a vagos, solo a gente como Kougami.
- Está embarazada - la analizó detalladamente. No tenía un vientre abultado, su abdomen estaba perfectamente plano-. Sé que no lo parece, tiene casi dos meses.
- Con ese tiempo de embarazo no supone ningún problema subir unos escalones - sentenció. Pudo notar a Kou aguantarse la risa, aunque en cuanto comenzó a subir se tensó y aferró con fuerza-. Joder, Kougami, vas a asfixiarme.
- ¡Podría subir un aborto!
Rodó los ojos girandose de nuevo a mirar al matrimonio que la daría terribles dolores de cabeza en ese juego.
- Por su complexión estoy segura de que práctica algún deporte, está acostumbrada a esfuerzos así que nada será peor que saltar esas bonitas tablas de ahí arriba - señaló cortante-. No tengo tanta resistencia como para subir tantas veces esto con gente a cuestas.
- Pero eres bombera...
- Y vosotros unos aprovechados - volvió su atención a los escalones, subiendo a un ritmo rápido para dejar de escuchar las insistentes quejas. Una vez arriba un hombre ofreció su ayuda con un gesto de sorpresa al verla cargar a otra persona.
- Vaya, y yo apenas puedo levantarme del sofá -bromeó, tirando de ellos hacia el interior de la plataforma. Era amplia, en forma de cuadrado y con barandillas a los lados para sujetarse-. Habéis sido inteligentes -señaló sus chalecos. Él tenía el número dos. Ellos, en cambio, tenían el diecinueve y el veinte. Eran los últimos que saltarían, y gracias a la terquedad de Kougami.
- Suerte, supongo - se encogió de hombros el artista. No le gustaba interactuar con más gente que moriría en minutos.
La señorita embarazada llegó sin problema alguno a la plataforma, seguida de su marido tremendamente irritado. A Yoriko no podía importarla menos sus sentimientos hacia ella, así que se dedicó a ayudar al número dos a meter a la gente a la plataforma antes de que volcasen. Era un buen acto de parte del futuro sentenciado ayudar al resto.
- Woah, gracias - una chica con rastas casi cae hacia atrás, pero pudo sujetar su brazo sin problemas a tiempo. No pesaba demasiado, así que la arrastró al interior seguro-. Que grande... Digo, no lo digo a malas, solo lo señalo porque me has ayudado y te he visto antes subir con otra persona y... Hola, soy Kuina.
Kougami ya se estaba riendo al fondo, mientras ella analizaba a la sonrojada chica. Era tierna, pero definitivamente más joven que ella. Parecía una cría, pero apostaba que tenía unos veintidós o veintitrés.
- Tetsuro, Yoriko Tetsuro - tuvo que dejar de prestarla atención cuando una mano desesperada trataba de terminar de subir a la plataforma. Tiró del chico con bañador, ignorando como jadeaba algo sobre que odiaba las alturas.
Yoriko se asomó por si quedaba alguien más, pero ya estaban los once participantes en lo más alto. Fue como si hubieran esperado a que ella comprobase que estaban todos, porque justo en ese instante la voz anunció que el tiempo comenzaba, y el orden debía ser el de los chalecos. El amable hombre que ayudó a Kougami a subir tomó aire, yendo al frente.
- No sé cuál escoger... - definitivamente la primera ronda era pura suerte. Si tenía suerte, tal vez avanzaría dos peldaños antes de precipitarse y morir del golpe.
- ¡Date prisa, tío!
- ¡Eso!
Yoriko se apoyó en la barandilla tras comprobar que era firme, cruzandose de brazos. Odiaba ese chaleco que la quedaba tan estrecho, y odiaba aún más a esa gente imbécil.
- ¡Eh! - alzó la voz. Todos se callaron de golpe, mirándola-. Callados, veremos si para vuestro turno sois más rápidos o unos cagados a los que habrá que empujar.
El hombre dos sonrió a modo de agradecimiento, y tomó aire antes de saltar a la plataforma de la izquierda. Hubo silencio, tensión, y de nuevo silencio. Había empezado con suerte. Quedaban diecinueve pasos. Volvió a tomar aire, miró hacia ellos y saltó a la derecha. Silencio, tensión, y un vidrio comenzando a resquebrajarse. El dos trató de saltar hacia la siguiente, pero quedó en el camino llevándose consigo la tercera placa derecha. Su noble sacrificio no sería en vano, o no al menos para ella que era la penúltima.
- Diecisiete - señaló Kougami, viendo al siguiente saltar las tres placas aseguradas. Otra mujer más le siguió un paso por detrás-. ¿Cuánta distancia hay entre placas?
- Tal vez un metro y medio - calculó a ojo-. Iré delante de ti, te atraparé - aseguró.
- Podría estar prohibido... - ella negó.
- No han mencionado nada de prohibir la ayuda, ni de dos personas por placa - recordó-. Tal vez muramos por el peso, pero habrá sido una muerte interesante.
Kougami chistó, no haciéndole demasiada gracia el hecho de poder matarse por una fea caída.
Un vidrio roto les sacó de su conversación, y el grito del hombre caer. Habían avanzado seis casillas, y ahora la mujer que iba tras él podría avanzar una de manera segura y otra con algo de suerte. Su chillido la arrebató cualquier esperanza. Siete casillas, quedaban trece y ocho jugadores.
- Creo que estoy empezando a pensar en rezar - se movió nervioso-. Elige una religión.
- Callate ya, Kougami.
- Sí, señora.
Volvió toda su atención al juego. En su mente repetía constantemente el orden, tratando de no olvidar ni una sola dirección o eso supondría su muerte inmediata. La bonita chica se preparó para saltar la primera placa, lo que significaba que ella sería la siguiente. Parecían patitos.
El marido insistente llegó a la casilla siete, la última casilla segura. Le seguía por detrás su mujer, y tras ella el chico del bañador en pleno ataque de pánico por la altura. Se mantuvo dudando entre izquierda y derecha, y dudó tanto que dos minutos pasaron. Quedaban veinte, y a ese ritmo no tendrían tiempo de morir por la caída porque les matarían los láser.
- ¡Muevase, viejo! - exclamó el chico con vértigo.
- ¡N-No puedo, tengo una vida por delante! - sollozó. Ella misma comenzaba a sentirse inquieta e impaciente. Kougami sería más lento que el resto, no tenían todo el día.
- ¡Creo que es la derecha! - dijo un hombre que iba en la casilla cuatro-. Hay un patrón, confía en mí. Soy matemático.
Ciegamente el hombre se lanzó a la casilla derecha. Yoriko se esperaba que fuera una mentira, pero en realidad acertó y no se rompió. Con gruesas lágrimas cayendo por su rostro, el hombre que confiaba más en las profesiones que en cualquier otra cosa miró al supuesto matemático esperando una nueva respuesta.
- ¡Derecha de nuevo!
Todos avanzaron un paso, y Yoriko pudo finalmente subir a la primera casilla. No quería mirar hacia abajo y toparse con los cadáveres aplastados.
- ¡¿Estás seguro?! - asintió firmemente, completamente serio. El hombre soltó un fuerte suspiro, miró a su esposa y saltó a la derecha. De inmediato cayó.
- ¡NOO! - lo que faltaba, una mujer embarazada llorando a mitad de trayecto-. ¡CABRÓN, ES TU CULPA! ¡TAKAMINE!
- ¡Avanza, mujer! - quedaban diez placas, y nadie tenía ya la paciencia necesaria para lidiar con ella. Ni si quiera ella, quien detestaba más que nadie gritar a gente que lo estaba pasando realmente mal-. ¡Maldita sea, avanza o te empujaré yo mismo!
- T-Takamine... - estaba en shock, mirando el hueco por el que había desaparecido su marido.
El chico del bañador parecía inundado por la rabia. Olvidó por un momento su miedo a las alturas, saltando a la casilla de la mujer. Yoriko analizó el comportamiento del vidrio, pero se mantenía firme. Ella pesaba bastante debido a su altura y musculatura, pero Kougami era un hombre delgado. Ese hombre con bañador estaba a un paso del sobrepeso, y era alto. Aguantarían.
- ¡Oye, no la hagas nada! - comenzaron a gritarle, pero ya la había empujado a la siguiente. Por suerte se sujetó, temblando como una gelatina-. ¡Cabrón, sé más comprensivo!
- ¡Ya le podrá llorar después! - espetó furioso-. ¡No solo su marido morirá si sigue llorando y no avanza! ¡Tengo a gente que me espera en casa, joder!
Y por muy duro que sonase, tenía razón.
- ¡Tengo una hija! - exclamó la mujer que la había mirado raro en la entrada-. ¡Avanza, chica!
- N-No puedo... -sollozaba de manera que era imposible entender qué decía.
- ¡ME TIENE HARTA!
De nuevo, imitando lo realizado antes, el chico del bañador saltó con ella. Esta vez no la lanzaría a la casilla segura, sino que supondría la muerte o salvación de la pobre mujer en shock. Yoriko creía que eso era ser una persona realmente fría.
La mujer forcejeó, pero no pudo evitar que la lanzase a la casilla frente a ella. Se partió en miles de pedazos, y acabó con el mismo destino que su marido.
No había tiempo para llantos sobre la crueldad realizada, porque debían avanzar. Kougami tomó aire para avanzar a la siguiente, saltando con torpeza por el dolor y aferrándose a la casilla. Yoriko sólo pasó a la siguiente cuando él se mantuvo estable.
-Pesamos demasiado, Capitana - bromeó aún estando aterrorizado-. Creo que puedo apañarmelas.
- Te ayudaré en la siguiente también - ante su mirada, explicó-. Si puedes saltar bien, dejaré de ayudarte. No te confíes por un buen salto inicial.
- Oye, tú, el matemático - exclamó el reciente homicida-. ¿Qué casilla viene ahora? Seguro que ya has corregido ese fallo.
- A-A ver, en base a la estadística y...
- ¡Cállate, solo dime una!
- ¡I-Izquierda!
Saltó. Y aterrizó correctamente. Todos avanzaron una casilla, y Yoriko esperó a Kougami. El cojo parecía haber rezado de verdad, y saltó aferrado al borde. Yoriko tan solo le vio incorporarse, y saltó a la siguiente. Realmente era buena idea esa manera de aterrizar con el estómago y no la pierna herida.
Quedaban nueve casillas, y unos quince minutos. Menos.
- Izquierda de nuevo.
Y confió. A Yoriko siempre le había resultado alucinante la manera en la que confiaban en las palabras de la gente de manera tan ciega. Más si ese supuesto matemático había vuelto a fallar a la segunda. Ocho casillas, cinco jugadores (Kuina, Kougami, la mujer y el matemático, además de ella).
- ¡Avanza, científico! - exclamó con cierto tono de miedo la señora. De nuevo, una casilla más al frente.
Kuina, sin embargo, no avanzó. Parecía haber olvidado por completo cuál iba ahora, ya que estaba en el tramo de la buena suerte inicial.
- Hey, Kuina - llamó. Se giró de inmediato-. Derecha.
Para su buena (o mala suerte), ella avanzó, y el matemático que en realidad no tenía ni idea del algoritmo avanzó también a la derecha como si su voz hubiera sido la de un milagro. Tal vez debería haberse hecho adivina, porque era la correcta.
-No ha habido tres seguidas así que... - saltó a la izquierda. Correcta de nuevo. Había desayunado tréboles de cuatro hojas-. Ni dos veces seguidas de dos... - tal vez matemático no fuera, pero tenía una suerte que ni él mismo se creía-. Vale, ahora... Debe ser zigzag.
Y ahí acabó la suerte. El sonido de su cuerpo estrellándose contra el suelo sería algo que la perseguiría por días en sus pesadillas.
El avance fue rápido. Se encontraban ya a cuatro placas de la victoria, aunque esos vacíos cargados de incertidumbre les habían hecho perder veintitrés minutos. Además del lento desplazamiento temeroso de Kougami.
- ¡No sé qué hacer! - les miró como si fueran unos genios de la estadística-. ¡No avanzaré si no estoy segura!
-Venga, señora - bufó Kuina-. Ese matemático dijo que había solo una de tres, seguro que para el final se repite.
La mujer la miró de manera fulminante, juzgando sus mechones oscuros recogidos de manera tan llamativa y sus pantalones de tiro bajo. Esa tal Kuina tenía un buen estilo.
- Salta tú entonces.
Kuina negó efusivamente.
-Señora, son las normas - se metió-. Se salta por orden. Si no puedes atreverte, salta sin mirar y reza.
- ¡Tú cállate, machorra! - gritó de manera ofensiva-. ¡¿Te crees que no sé quién eres?! Eres ese engendro del diablo que robó el puesto de Capitana. ¡Lo vi en las noticias!
Yoriko soltó una risa, añadiendo nuevo vocabulario ofensivo a la lista de aquellos dirigidos a ella. A veces eran tan originales...
- Engendro del diablo, me gusta - repitió, con media sonrisa-. Entonces también sabrás que tengo muy poca paciencia con arpías insufribles. Salte. Ya.
- ¡¿Arpía?! - chilló. Yoriko estaba segura de que estando frente a frente no se atrevería ni a saludarla, pero la separaba un gran vacío-. ¡Vuelve a tu secta de enfermos mentales! ¡Homosexuales, machorras y todos esos antinaturales viciosos!
- ¡Me tiene harta! - gritó Kuina repentinamente-. ¡La empujaré si no salta!
La mujer no se movió, como si la amenaza de alguien con carita de bebé como Kuina fuera el simple roce de una pluma. En respuesta, amagó con saltar y se asustó. Tanto que decidió ir al frente, marcando así tres casillas derechas seguidas. Yoriko notó que la costaba llegar correctamente a la casilla frontal.
Kuina saltó sin dudar a la siguiente, y volvió a imitar el mismo gesto de ir por ella. Tenía un gesto de furia total, uno que incluso a Yoriko la causó un escalofrío. Esa chica era toda una caja de sorpresas.
En su huida torpe, la mujer optó por la comodidad de ir al frente. La costaba demasiado ir en lateral, así que una opción rápida era avanzar metro y medio de un salto limpio. Volvió a caer de manera estable en el cristal. Confiada, trató de saltar de nuevo al frente, pero el cristal se resquebrajó y se precipitó al oscuro vacío.
- Mierda - musitó Kuina, ahora asustada de estar al frente. Le quedaba una casilla, y no podía saltarsela y caer en la plataforma directamente-. ¿Q-Qué me recomiendas, Capitana?
El reloj brilló cuando la cuenta atrás desde tres minutos empezó. Kougami entró en pánico, y Kuina aún más.
- ¿Eres diestra? -asintió con un murmullo que sonó casi a lloriqueo asustado-. Adelante con todo, preciosa.
- Como no sé si me voy a morir - tomó aire, sin mirarla-. Eres la tía más caliente que he visto en mi vida.
Entonces, animada por la adrenalina de haberla llamado caliente, saltó a la derecha. Cerró los ojos al aterrizar esperando lo peor, pero simplemente se escuchaba el reloj yendo hacia atrás.
- ¡Vamos a vivir! - aulló Kougami-. ¡Joder, no me voy a morir!
- ¡Era la derecha! - ni si quiera Kuina se lo creía, aún sobre la última placa-. Dios, que vergüenza me da mirarte.
Kuina saltó finalmente al enorme andamio, dándola plena libertad para salir del juego de manera definitiva. Comprobó de nuevo que Kougami saltaba correctamente (si se podía decir así, porque parecía un lagarto aplastandose una y otra vez contra el vidrio), y cayó junto a Kuina en el final.
- Si te ayuda con tu vergüenza - Kuina parecía una bola de Navidad, completamente sonrojada-, creo que eres realmente preciosa.
- ¿Cómo la va a ayudar eso en algo, lesbiana descarada? - rio Kougami, entretenido en ir saltando como podía-. Sujetame cuando salte y guárdate el ligoteo para después.
Kuina miraba el techo como si fuese lo más entretenido, procesando a su ritmo ese halago en respuesta a la confesión debida al miedo a morir.
- Debería dejarte caer -opinó Yoriko, manteniendo a Kougami con medio cuerpo colgando del vacío.
- Pero no lo harás porque somos como Hulk y... el compañero de Hulk.
- Descarado - tiró de él para dejarle seguro-. ¿Debemos bajar para que sea victoria?
- Eso parece - asintió Kuina, mirando con mala cara las escaleras verticales.
Sin tener que decirle nada Kougami se subió a su espalda, y tomó la iniciativa para bajar ante la mirada sorprendida de Kuina y el reloj llegando ya a la cuenta decisiva de un minuto. Kougami estaba más asustado de la bajada que de la subida, aunque tal vez influía que fuera el doble de rápido y no supieran que pasaría cuando llegara a cero.
- ¿Qué te crees, Spiderman?
Yoriko aterrizó de un salto saltándose varios escalones, y causando que Kougami soltase un grito similar al de un roedor. Evitó reírse de él, porque estaba la cuenta atrás en tres segundos y a Kuina un tramo de escalones.
- ¡No me da tiempo! - tropezaba al intentar ir más rápido.
- ¡Salta y te atrapo! -abrió los brazos, flexionando levemente las rodillas para mayor estabilidad-. ¡Confía en mí, preciosa!
Titubeó, pero en cuanto el tiempo se acabó, se soltó confiando en que esa Capitana de casi dos metros la atraparía al caer.
GRAPHICS
Han pasado 200 años, pero aquí estamos 😼
Esta kuina y sus bi panic me representan
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