
𝗙𝗟𝗔𝗠𝗘 𝗧𝗘𝗡
𝗙𝗟𝗔𝗠𝗘 𝗧𝗘𝗡
𝑰 𝑾𝑶𝑼𝑳𝑫 𝑹𝑨𝑻𝑯𝑬𝑹 𝑫𝑰𝑬
El corazón latía con fuerza en su pecho, y aún con las luces apagadas ella era incapaz de dejar de ver el rojo que manchaba por completo su cuerpo. Rojo correspondiente a la sangre del hombre que había matado. Sangre del hombre que había sido obligado a jugar. Su victoria había supuesto su muerte. ¿Eso realmente tenía alguna clase de justificación? ¿Debía sentirse mejor de saber que estaba viva aún con una muerte más sobre su espalda?
— En el bloque este a las diez — dijo Aguni. Apretó sus manos en dos puños, queriendo que dejasen de temblar.
— Mataste a ese hombre — recordó. Aguni apretó el volante, sin mirarla—. ¿Dónde está el límite, Aguni?
— Era él o nosotros, Tetsuro — pronunció con gravedad. Yoriko apoyó la cabeza en el respaldo del asiento, soltando una risa irónica—. Un sacrificio necesario...
— ¡CÁLLATE! — golpeó la puerta, silenciado su egoísta y cínico discurso—. No eres más que un desgraciado asesino. Que la muerte de ese hombre pese sobre tus hombros hasta el día en el que alguien más te use de esa manera tan vil — siseó—. Porque llegará. Todos aquí sois una masa de psicópatas.
— Este mundo es así. Pronto abrirás los ojos de una vez y dejarás ese idealismo emocional.
— Aún si muero por ello, son mis ideales. Este mundo no podrá conmigo, Aguni.
— Eso dices ahora — aceleró un poco—. Matar es la base de la supervivencia, de eso va esto. ¿Hasta donde llega tu determinación por volver, Capitana?
— Prefiero morir si eso significa que tiraré mi humanidad a la basura — tras eso, la conversación acabó. El chico de los asientos traseros no había hablado en absoluto, aunque cuando miró por el retrovisor pudo sentir su mirada en ella.
Ese país, mundo, realidad o lo que fuera no podría con ella. Aún si su cordura se perdía en el camino, se mantendría fiel a lo que creía. Se mantendría firme, y protegería a los que más le importaban para salir de ahí. Ese era su mayor motivo.
— Te quiero en los Paramilitares, Tetsuro — aparcó. El rubio salió de inmediato del coche.
— Búscate a otra asesina, te has equivocado de persona — salió de igual manera que el misterioso chico bajito. Su coche era el último en llegar por la lejanía del juego, además de que habían perdido el walkie con el que se comunicaban con la Playa. Lo más probable es que creyeran que estaban muertos o algo así.
Las personas se giraban a mirarles al pasar. Llegaban tarde, llenos de sangre y con muy mala cara. Además, faltaba uno de sus compañeros y no habían dado señales de vida después de perder el walkie. Eran como fantasmas.
— Aguni, el Sombrerero te espera — Hideki se acercó corriendo. En silencio, envió un suave asentimiento. Kougami estaba vivo y bien—. Aunque creo que es mejor que primero vayas a curarte eso.
Yoriko miró de reojo la herida que cruzaba su cara. Aún sangraba, y debía ser doloroso por como el militar simplemente asintió. Inevitablemente cruzó miradas con él, pero él partió sin más al interior mientras ella esperaba para preguntar por sus dos compañeros.
— ¿Cómo estáis todos? — preguntó, apoyando una mano sobre los mechones castaños del militar.
— Kougami es un vago incluso en juegos de vida o muerte — rio—. Kuina está sana y salva también, ¿tú por qué estás llena de sangre?
— Prefiero no hablar de ello — sonrió levemente, apartando su mano. Suspiró haciendo crujir su espalda al estirarse—. Me duele todo el cuerpo, merezco dormir al menos diez horas. Si ves a Kou dile que le daré una patada por ser tan perezoso.
— Hecho — chocó puños con ella, y se marchó entre la multitud.
Siguiente paso, quitarse toda esa sangre. Su camiseta blanca estaba completamente irreconocible, sus queridos pantalones de uniforme con marchas carmín y sus botas también algo salpicadas. Le preguntaría a cualquiera donde estaba la lavandería, porque estaba segura que con el riguroso sistema de limpieza habría una.
La puerta de su habitación estaba cerrada como le había enseñado a Kuina. Llamó suave al no querer llamar demasiado la atención, y en un segundo Kuina había abierto con una enorme sonrisa que se borró al verla caracterizada de Carrie.
— ¡Yor! — exclamó, tirando de ella bruscamente para meterla en la habitación—. ¡¿Qué te ha pasado?! ¿Dónde estás herida?
— No es mía —tranquilizó, sujetando sus manos para que dejase de buscar heridas que no tenía—. Hikari, no es mi sangre. Estoy bien.
— No lo pareces.
Sonrió levemente, alejándose hacia el armario a paso lento. Se quitó las botas sin mucho cuidado, los pantalones y la camiseta. Sus brazos y cuello tenían sangre seca, y su abdomen se sentía húmedo por la sangre que había traspasado la fina tela de su musculosa.
— Ha sido una mala noche — cogió una camiseta y ropa interior—. ¿Qué tal tú?
— Podría haber sido mejor — sintió su frente apoyarse en su espalda. Se estremeció ligeramente ante su suave respiración hacerla cosquillas en la piel descubierta—. Estaba preocupada por ti, los Paramilitares no lograban contactaros.
— Perdimos el walkie. Voy a ducharme, ¿sí? Estoy sucia.
— Claro.
Aún a paso arrastrado, se encerró en el baño. Su pecho aún se sentía pesado al recordar el estallido del collar o el sonido del cuerpo del militar caer muerto, y sabía que eso tan solo se sumaría a la lista de pesadillas que cada noche la alteraban el sueño.
Solía soñar a menudo con su primer juego. La chica gritando, sollozando y suplicando. Los disparos retumbar. Sus manos temblando. También recordaba a las personas caer por el puente de cristal. El miedo de la mujer embarazada, la confianza ciega al matemático. Kuina.
— ¿Yoriko? ¿Estás bien? Llevas mucho rato encerrada.
— Ya salgo, estoy bien —cerró el grifo, y apoyó la frente unos segundos en las baldosas del baño. Estaba bien, lo estaba. Siempre había sabido mantenerse a flote, no sería diferente esa vez.
Kuina parecía preocupada cuando salió del baño. Llevaba su chaqueta, y eso de alguna manera hizo que todo lo malo del juego se disipara un poco. Ella estaba bien, Kougami estaba bien.
— ¿Quieres hablar de ello? — hizo un hueco a su lado para que se tumbara. Se dejó caer, mirado el techo como si fuera lo más interesante.
— Los juegos obligan a gente a jugar para ellos — Kuina se mostró algo sorprendida—. En mi primer día, había verdugos. No pensé demasiado en ello, pero hoy un hombre ha muerto porque yo he ganado. ¿Por qué debe ser así? Estos juegos malditos...
— Te sientes culpable — con cierta duda, se acercó más. Yoriko asintió, dejando salir un pesado suspiro cuando la menor acarició despacio su brazo—. Has vuelto, has cumplido con tu palabra. No es tu culpa que ese hombre haya muerto, Yor. La culpa es de los juegos, de quien sea que maneje este lugar.
— ¿Cuál es tu motivo para volver, Kuina?
— Mi madre — respondió sin dudarlo—. Está muy enferma, apenas puede ir al baño sin mi ayuda. Quién sabe lo que puede estar pasándola ahora mismo mientras yo estoy aquí. ¿Cuál es el tuyo, Yoriko?
— Mi vida. Quiero volver a mi vida — la de rastas apoyó la cabeza sobre su abdomen—. Quiero jugar con mi perro, escuchar malos chistes de mi padre, hacer ese horrible papeleo cada mañana. Me gusta mi vida, mi trabajo, mi familia y mis amigos. Ahora mismo incluso volvería tan solo para volver a escuchar a mis cadetes quejarse.
— Me gustaría conocer a tu perro — soltó una pequeña risa ante eso—. ¿Cómo se llama?
— No te rías —advirtió. Kuina se mordió el labio inferior, muriéndose de curiosidad—. Como es un perro salchicha se llama Hotdog.
Por un segundo, la menor mantuvo la compostura. Asintió como si nada, y después se soltó en carcajadas.
Kuina era preciosa. Ya lo había visto al momento de conocerla, con esos ojitos algo asustados y mejillas sonrojadas. También por las mañanas, cuando algo adormilada se chocaba con Kou. Incluso cuando comía y se llenaba la boca tanto que parecía una ardilla. Kuina era una mujer hermosa, tan genuinamente atractiva y divertida que resultaba atrayente. Cuando reía, gritaba o suspiraba, en bikini, su uniforme o simplemente desnuda. Era... excepcional.
— ¿H-Hotgod? — carcajeó, casi llorando—. Creí que sería un pitbull llamado Máquina de Matar o T-Rex el labrador... Oh, perdona —dejó de reír cuando notó su profunda mirada oscura sobre ella.
— Mi primera opción fue un chihuahua — sonrió de nuevo al ver que no estaba enfadada por sus risas—. Ese se le quedó mi padre. Nos gusta hacer voluntariado en el refugio, es como una quedada familiar.
— Eso es muy bonito — se enterneció. Yoriko de nuevo demostraba ser más dulce de lo que aparentaba—. Algún día iré contigo.
— Eres bienvenida a los voluntariados de los Tetsuro — abrió los brazos, y de inmediato se deslizó para acurrucarse. Soltó una risa baja ante su rápido movimiento—. En Navidad organizo una comida solidaria en el parque de bomberos. Cena gratis, regalos para niños...
— También iré. Iré a todos esos sitios contigo — determinó, abrazada a su cintura—. No quiero que nos separemos cuando volvamos a casa.
— No lo haría por nada del mundo, preciosa.
Kuina era pequeña y delgada, y cabía perfectamente en sus brazos. También era ruda si se trataba de pelear, pero un completo amor en privado. Le gustaban los brazos, las caricias y los pequeños actos de cariño como regalarla una chaqueta o invitarla a visitar perritos abandonados.
— ¿Te duele mucho el cuerpo?
— Me han dado una paliza, preciosa — la miró con lástima—. Es tan solo un roce, ¿sabes que una vez me cayó parte de un edificio encima? Y salí andando.
— Tu vida es un riesgo continuo, lo pillo — asintió, incorporándose para quitarse la chaqueta—. Entonces quítate esa ropa.
Yoriko soltó una carcajada que salió desde lo más profundo de su pecho, sin poder creerse esa actitud hambrienta de la chica. Sin embargo, no replicó nada en absoluto.
— Si la señorita lo pide así, no puedo negarla nada.
— Felicidades, habéis sido ascendidas.
Ann extendió dos nuevas pulseras. Un quince y un veintiuno. Como hizo anteriormente, cogió la más alta con mal humor. Kuina parecía más pacífica que otros días, aceptando la convivencia con Ann. Yoriko supuso que fue por el juego de la noche anterior.
— Voy al bar a por algo de beber — musitó Kuina, entregando la vieja pulsera a la ejecutiva.
Yoriko se apoyó por completo en la silla exterior del bar.
— ¿De qué iba el juego de anoche? — curioseó.
— Simples diamantes — ¿simples? Ella moriría en un juego de Diamantes—. Kuina es realmente inteligente.
— Lo sé — la chica esperaba pacientemente por su bebida, y cuando posó su mirada en ella saludó con una sonrisita—. Es excepcional.
— ¿Estáis... juntas? — dudó Rizuna. Yoriko jugueteó con la pulsera de la Playa, pensando correctamente en su respuesta.
— Algo casual — se decidió por eso. Simplemente era sexo, no había nada acordado entre ambas.
— Comprendo — Hikari se acercó en ese momento con su batido de frutas—. Debo irme. Luego hablamos.
Kuina no se despidió, aunque sí asintió levemente con la cabeza. El sol brillaba con fuerza, y la sombra que les proporcionaba el edificio era algo sagrado para no morir de calor.
— Vas a morirte de calor con eso, preciosa — ignoró sus palabras, bebiendo feliz—. Hikari.
— Tu ropa es cómoda, si hiciera más frío me habría puesto también la chaqueta — guiñó. Era imposible convencerla, más cuando estaba tan contenta. No iba a ser ella quien arruinara su carita de felicidad—. Uh, por cierto — jugueteó con la sombrillita del vaso—. He conocido a un chico... curioso.
— ¿Un chico? — asintió.
— Dice que quiere reunirse con nosotras esta noche — bajó el tono, inclinándose hacia ella para poder hablar con privacidad—. Tiene algo que cree que nos puede interesar.
— A no ser que sea un viaje de vuelta a casa, no sé qué más puede interesarme — no se fiaba demasiado de esa gente, menos de la que acordaba reunirse por la noche en secreto—. Voy a ir ahora al gimnasio, ¿vienes o te quedas aquí?
— Ve, estoy cómoda aquí — dijo, recostada por completo en la silla. Era raro no verla en bikini, pero esa enorme camiseta también se veía fantástica en ella. Todo le quedaba bien, en realidad—. Espera, ¿no te vas despedir?
— ¿Despedirme?
La menor estiró levemente los labios con cierto brillo divertido en sus orbes marrones. Tetsuro rio, aunque insistió cerrando incluso los ojos esperando recibir su despedida correspondiente. No sentía vergüenza de besar a otra mujer en público, pero no estaba acostumbrada. Sus anteriores parejas no habían salido del armario, o eran simples líos de una noche en un bar. Nadie nunca había caminado con ella de la mano, se había puesto sus prendas con tanto orgullo o quería directamente un beso con personas delante. Era... un gran cambio.
— Eres una mimada, ¿sabías? — picó, aunque le dio ese beso que quería. Sonriente, la de rastas se encogió de hombros—. Te veo en la comida, si ves a Kou...
— Le doy una patada de tu parte, ya lo sé — rio—. Suerte entrenando.
Dejó a Kuina en el bar con su batidito de frutas sabiendo que estaría bien. Tenía la palabra de Ann de que velaría por su seguridad como ejecutiva, Hideki era el encargado de la vigilancia de la zona de piscina y ella era una experta en artes marciales. De quien debía preocuparse más era del idiota de Kougami, quien dormía hasta la hora de la comida y después se echaba la siesta.
El gimnasio estaba tan poco solicitado como siempre. Un par de militares haciendo pesas, una chica saltando a la comba y la peor de sus pesadillas al fondo.
No iba a posponer su horario por un capullo insistente, así que entró ignorando su presencia para comenzar su rutina. Calentar, y hacer sus propios ejercicios aún con esa mirada sobre su espalda constantemente. Quería poder echarle a patadas.
— No has venido — colocó más peso en la barra, haciendo oídos sordos. Siguió sus pasos hasta la zona de pesos, y volvió a seguirla cuando colocaba otros veinte kilos—. Tetsuro.
— Estoy usando toda mi paciencia para no darte un puñetazo, Aguni — se sentó en el banquillo, pronunciando aquello con seriedad—. Apartarte de mi camino de una vez. He dejado muy en claro que no quiero ser parte de tu circo de la muerte.
— Tienes una idea errónea de lo que son los Paramilitares — la bombera soltó una carcajada, apoyando por completo la espalda en el banquillo y lista para iniciar su serie—. Vigilamos este lugar. Luchamos por las cartas y...
— Eres como una mosca molesta, todo el rato zumbando y zumbando a mi alrededor — se sentó de nuevo—. ¿Qué pasa, te gusto o algo así? Piérdete de una vez, estoy ocupada.
— Lograré que seas una militar, Tetsuro.
Rodó los ojos, y se alejó hacia otro lado. Volvió a apoyar la espalda por completo, y comenzó su meticulosa rutina. Aguni seguía rondando por el gimnasio, y para lograr ahuyentarle aún más, en sus siguientes ejercicios añadió aún más peso. No podían obligarla a ser un soldadito, y si lo hacían sería la peor de sus pesadillas.
GRAPHICS.
Volviendoo
Ahora después de lo del tiktok hay más atención en lo que ocurrirá JAJAJAJA
Aunque hay ciertos detalles...
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